Garza, Humberto

Reseña biográfica

Poeta mexicano nacido en Montemorelos, Nuevo León en 1948.

Incursionó en la poesía a los doce años de edad, y tres años más tarde emigró con su familia a Estados Unidos, estableciéndose en Houston, Texas, donde reside desde entonces.

Su poesía refleja la influencia que en él han ejercido renombrados autores mexicanos, españoles y norteamericanos, como Acuña, García Lorca y Poe, entre otros.

Sus trabajos han sido difundidos en importantes publicaciones literarias y radiales. Parte de su obra está contenida en la edición de su primer libro «Un tiempo escondido», publicado en el año 2003.

Acuarela

Respirabas en mí, en mí; pero muy dentro,

como los tiernos brotes de una planta pequeña.

El aire de tu vaho llegaba al pensamiento

dándole vida al canto del pájaro que sueña.

Corrías en la sangre de mis noches ingrávidas

y en los ríos crecidos de minutos sin fin,

también como una lluvia perdurable de lágrimas

caías en el golfo que ronda mi Delfín.

Piel rizada en la tibia caricia de otros labios,

verbo de la neurosis deshecho en el trastorno.

Brújula sin imán, dirigiste mis barcos

en una travesía que no tuvo retorno.

El derecho al amor que ejercían tus ojos

era el escrito largo de una pluma inexperta,

buscando pertinaz, maravillas de un cosmos,

y percibiendo sólo mi geografía desierta.

Las mágicas reuniones de mis dudas antiguas

inexcusablemente llegaban como niños

a desatar la enorme borrasca de tu risa

sobre el casto pelambre de enero y sus armiños.

Debí cansarte mucho, sin notarlo siquiera;

a los reinos de abajo mis reyes han caído.

La historia de sus vidas, las sepultó la arena

del médano más grande que levantó el olvido.

Agonía

Dondequiera, ya no es alguna parte,

ya no es hotel ni plaza ni alameda,

ya no es un restaurante

ni una casa friolenta

donde todos acechan,

amargando el frescor de la sorpresa.

Se terminaron todos los lugares,

los destruyó la vida sin decirme,

los destruyó el destino sin contarme;

los destruyeron para destruirme.

El éxtasis no corre por mi carne,

crucificaron todos los momentos,

y mi vista no es nave

bregando en las ondas de tu cuerpo.

A veces, la llovizna,

trae aroma distraído de tu aliento,

y emigro a los túneles de octubre

a fumar y a degollarme en tu recuerdo.

No ha pasado la crisis,

y no podrá pasar, es lo que siento.

En ninguna parte

te encuentro.

Tenemos que buscarnos mucho, mucho,

con deseo fuerte y pensamiento;

desgarrando las casas con la vista

y viajando en la alfombra del afecto.

Tenemos que buscarnos,

en el pecho y la espalda, si es posible,

del tiempo.

Yo te miraba de reojo,

mostrándome disperso.

El ámbito aceptaba mi soborno,

y sentía que el momento

y la vida…

¡por fin, valían un poco!

Voy a peinar la ciudad de arriba abajo,

voy a poner en la nariz de mi sabueso

la parte tuya que dejaste en mí,

para que rastree tu recuerdo

en la tierra y el cielo,

para ver

si te encuentro.

Deseo

Hoy mi halcón degollador

en las embriónicas aguas

busca espiritosa noche

para clavarle las garras.

El crimen del paraíso

siendo negro y siendo blanco,

es congruente silogismo

entre Sanguinario y Santo.

Tamborilea la lluvia

con deditos de agua clara

hierba nueva en el Edén

y musgo de la esperanza.

Luego, empieza a anochecer

por donde voy caminando;

incompetentes y torpes

salen a brincar los sapos

No culpen la reacción

cataléptica de mi alma,

si mi pico meneador

les destroza la garganta.

La madrugada impostora…

con pisadas de geranio.

turistea en un papel…

donde no puse la mano.

Mi cernícalo reflejo

en pesadilla adversaria

deja un azul Vaticano

para salir a matarla.

Y el cántico de mi halcón

vuelve de nuevo al trabajo

con viejos números griegos

en su garganta de mármol.

Diluvio

Ayer fui con los curas de mi pueblo

a exorcizar el angustiado azogue

del misterioso rostro de tu espejo.

Se disfrazó la rosa con tu nombre

en la frase más triste que han escrito

mis manos, al llegar la media noche.

Subiste al barco donde duerme el trino

sin llevar la pareja necesaria,

y por cuarenta días no ha llovido.

El código nocturno es una araña

bajando por los húmedos cabellos

del sueño que alimenta nuestra patria.

En vano purifico tu evangelio

en esta esquina fresca como el agua.

¡No vale ningún encantamiento!

Y desperdicio aquí, mi última carta.

Evocación

Nos amaremos más cuando la hierba crezca

y envuelva los caballos que asustaban al aire,

y envuelva aquellos potros que iban cual cometas,

convulsionadamente, en un macabro baile.

Le robaré tus besos a meteoros de Australia

y a electrónicas lluvias que bañan pastizales,

y gritaré, radiante, que la suerte no es mala,

porque la suerte tiene, para andar, muchas calles.

Buscaré tu figura en los ríos del tiempo,

¡mitológico aspecto de excéntrico donaire!

Buscaré tu figura para llevarla lejos

a mirar los canguros a la tierra de nadie.

¡Persistente locura! En los días aciagos

cobra vida el fantasma disuelto en la memoria,

y empieza a galopar como hacen los caballos

después de haber pastado en los campos de euforia.

¿Llegan a tus oídos las palabras de mi alma?

¿Llegan a ti las voces de viejos caminantes?

no me respondas hoy, respóndeme mañana,

cuando esté más tranquila tu celestial imagen.

Ayer, al recordarte, sangró la vieja herida.

En esta gran planicie, ¡no te deseo menos!

Pienso: ¿Estará soñando como estaba Cristina

sentada en la llanura, mirando siempre lejos?

Amazona vehemente cabalgando en el río

donde purpúreas alas de cardenal se baten;

libera la serpiente que muere en el delirio,

hazla volver de nuevo al trópico de antes.

Te sigo imaginando en la cara del agua,

proyectando a la vida ambarinos colores.

Te sigo imaginando, conflictiva adversaria,

dentro del receptivo cóctel de medianoche.

Marina

Surgías como hada en el silencio

de mi deseo amargo,

tu piel iridiscente semejaba

divina flor de mayo.

Mis ojos perseguían tu mirada

y el rumor de tus labios;

rompía los hechizos de la noche

con amorosos cantos.

La fiesta de las rosas perfumaba

tus adorables manos,

llegaba una brisa de nostalgias

hasta tus ojos claros.

Marina, las cosas te adornaban

como la hierba al campo,

yo buscaba caer en la prisión

de tus lejanos brazos.

Mi voz acompañaba la tiniebla

por entre candelabros

que después el proscenio revelaba

tan sólo eran retablos.

Duele saber, amiga, que las aguas

de ese bullente océano,

han dejado el salitre de tu cuerpo

en mis ardientes labios.

Seremos cual estrellas yuxtapuestas

por un dictado extraño,

hablando de cosas inconcretas

un lenguaje raro.

ú, llenando de magia y transparencia

te universo largo,

o, buscando llegar a tus oídos

n mi ruido de pájaros.

Mañana

No bordaste el pañuelo

que te pedía,

voy a marchar sin él

por esta vida.

Si llego al cielo

no llevaré de ti

ningún recuerdo.

Todos están cantando

mientras te busco

entre los ruidos grandes

que hay en el mundo.

¡Ay, sí yo fuera!

el corazón del astro

que tú deseas.

Ángel de medianoche

cuando te escondes,

quieren enamorarte

los soñadores.

Ángel divino,

quiero escapar del mundo

y volar contigo.

Pétalo mañanero,

vas por el viento,

y mi suspiro en llamas

te va siguiendo.

Allá en los montes

no me confundas nunca

con otros hombres.

Voz de los naranjales,

azul del cerro;

convertido en palabras

marcho del pueblo.

Lluvia de cera

cubre y preserva todo

hasta que vuelva.

Morfina

A todo renuncié por ser tu amigo

cuando eras flor de luz y de sorpresa;

mi confesión, tal vez no te interesa,

yo, de todas maneras te la digo.

Tu sinfonía de nardos y castigo,

mi piel rasgada en el dolor, no besa,

y como blanca nube hoy atraviesa

mi sueño y las espigas de mi trigo.

Hoy la sangre me fluye quedamente…

tal parece que edito mi agonía

en el rosado mármol de tu frente.

Espero, la aflicción de mi elegía,

con el acento de su voz doliente

no empañe los fulgores de tu día.

Profecía a una moderna Penélope

Negarás para siempre los recursos alternos

y espiarás, en el agua, galaxias reflejadas.

Escucharás secretas canciones de los remos

y suspiros de naves bregando en la distancia.

La patrulla distante arrestará tu boda

y en una jefatura la mantendrá en secuestro,

te plantarás oyendo la funeral paloma

que zurea en los cabellos de tu glaciar enfermo.

Las delicadas voces reptarán por el suelo

evadiendo el abdomen de tu jarrón dorado,

en la fiesta del aire esconderás tu anhelo

reacio a paladear hasta el último trago.

El temblor de tu sueño, planeará por el cielo,

lleno de cicatrices, ojeando de soslayo,

hasta que la memoria y el ladrido de un perro

presenten a tu espera el ansiado milagro.

Sueño

Voy a dormir de nuevo, en el penacho negro

que llevan en la cresta aquellas nubes altas.

Voy a escapar del mundo y a disfrutar el sueño

que nos brinda el descanso que ya nunca se acaba.

Voy a dejar la fuerte y apasionada angustia

que hierve entre las venas de mi sangre amargada,

para seguir caminos que nacen y se borran

en la piel infinita de tardes y mañanas.

Voy a ascender a donde los vientos son continuos

y empujan incansables la fantasía del alma.

Mis versos, como gotas de rocío mañanero,

resbalarán del manto rosado de las albas.

Qué importa que desnudo, tirite mientras vuelo,

ingrávido en las nubes, sin plumas y sin alas.

Qué importa, si es más grande la frialdad de sentir

pasiones que perduran y que nunca se apagan.

Desde la fría torre de celestial iglesia,

mi lengua, de badajo, servirá a la campana,

y pegará en el bronce, llamando persistente,

a las almas sin rumbo que por el cielo vagan.

Cuando el violín de ausencias gima apartado y triste

bajo la inmensa sombra de las nubes que pasan,

mi voz irá cantando salmodiante y tranquila,

feliz en el murmullo de la lluvia lejana.

Transformación

Emergeré apacible, en el mundo del sueño,

con el rostro azotado por aires fantasmales,

y vagaré en el cielo, cubierto de silencio,

llevando entre mis ojos las hogueras de antes.

No tendré ya la fiera potencia de los rayos

que dan a las tormentas segundos abusivos,

y dejan la corteza, blanda, de los pantanos,

envuelta entre los gritos de árboles caídos.

No seguiré la noche con horribles jaurías

de colmilludos astros y lunas descompuestas,

ni golpearé la espalda de la tierra dormida

con ardientes meteoros y colas de cometas.

No fundiré perfiles de las cosas pequeñas

que guardan la semilla de mi brillante cosmos,

ni sembraré en el mundo castigos y tragedias,

ni execrables momentos de cosas en trastorno.

Estaré en la armonía, con sonrisa oportuna,

pegado a los vitrales históricos del tiempo;

actuando en sacramentos preñados de cordura,

haciendo comunión con las normas del cielo.

Mi gesto reposado, mi cara alucinada,

buscarán manifiestos legendarios del pacto;

que borra la fiereza fluctuante de las almas

y otorga la silvestre llaneza de los campos.

Estaré en las ideas que altamente suscribo

al ir por el recinto de las grandes estatuas,

como fruta sin nombre y el corazón herido

al enviar los reportes a las cruentas batallas.

Sin rumbo

Vamos sin paradero como todas las cosas,

tropezando en los cuerpos de minutos vacíos;

nos oprime el rumor más actual de las rosas

y el faraón vehemente que oprimió a los judíos.

Enloqueció la noche, al saberme contigo,

luego besó la estatua del ángel congelado;

el resto de la historia la sabe el enemigo

y el girasol que brilla en el verso extenuado.

Al norte de tus ojos brillan menos las lunas,

es más directa y simple la torpe humanidad;

una luz blanquecina brilla sobre las cunas

y nadie se adjudica la patria potestad.

De niño hice trabajos de madera labrada

y cubrí ciertas partes con azul terciopelo.

Hoy la navaja blanca de mi antigua mirada

esculpe tu figura en pedazos de cielo.

Se va poniendo el sur… de un brillante más claro;

pero una lluvia empapa las rosas de la mente.

Todo principio ha sido frígidamente raro,

tímidamente gris y heladamente hiriente.

Se quema la mañana de mi angustiada aurora

nadie puede salvarla, nos cubre la neblina.

el abdomen de nubes que me refugia ahora

con familiares rayos me busca y asesina.

Sólo yo

Se van muriendo tus palabras,

el viaje termina sin tu voz.

¡Sólo yo!

¡En el peñón altivo de tu alma,

en el silencio grande de tu alma,

¡Sólo yo!

Tu mano cruza por el aire y deja

vorágines de amor en la Creación,

luego hiere la piel de mis tejidos

con abatidos tonos

de una Escala Menor.

¡Sólo yo!

Sobre la cresta hermosa de tu imagen,

¡sólo yo!

¡Yo, nada más!

¡Nada más yo!

Vibrando en el alma de tus cosas,

rodando sobre el eje de tu mente,

creciendo en el abdomen de tu sombra

y amando el blanco mármol de tu frente.

¡Yo, nada más!

en la armonía de tu canción.

Enloquecido en el vaivén de tu alma,

¡sólo yo!

Dentro de todo lo que huele a ti,

cubriendo todo lo que sabe a ti,

dentro de cada letra que te busca

como un clavel que escribe sin saberlo;

¡sólo yo!

Yo no quisiera cantar…

Yo no quisiera cantar

porque mi voz ha dejado

un rastro de sombra negra

en el blancor de tu paño.

Por ti, me volví poeta,

por ti, recorrió sonámbulo,

y en total desequilibrio

el trote de mi caballo.

Aquella luz mañanera

que se despertó llorando

sobre encendidos claveles

y delicados geranios,

era tu rostro, y el brillo

de las alas de tus pájaros

batiéndose en maceteros

de rojo y blanco pintados.

Hoy, es historia pasada,

de algo que vivió en mis campos,

de algo que vibró en mis cuerdas

al soplar vientos helados.

Ya no quisiera cantar,

los mástiles de mis barcos

no pasearán sobre el verde

de tus inmensos océanos.

Mis peregrinos tampoco

harán caso a los badajos

que pegan sobre los bronces

de tus campanarios altos.

La luz de mi plenilunio

al caer sobre tus lagos

ignorará los rumores

del ruiseñor y sus cantos.

Aspirarás la fragancia

en las flores de amaranto,

y al entrecerrar los ojos

comprenderás que te falto.

En tus pétalos rosados,

por lluvias, ¡ajados tanto!

se reflejará el recuerdo

de mi evidente quebranto.

Tú dirás: “Ferviente amigo,

¡ven a mí, te estoy llamando!

hoy los pies de mi memoria

quieren de tu césped blando;

¡ven a mí, ferviente amigo!

¡ven a mí, te estoy llamando!

quiero desandar caminos

que hoy estaba recordando.”

Yo estaré lanzando redes

en relinchos de caballos,

con escalofríos inmensos

y los ojos extasiados.

Yo estaré soñando yeguas

de respiros agitados,

sufriendo de blancas lunas

los enfermos rayos claros.

El martirio de tu ausencia

me dará un sabor amargo,

y el brillo de tu memoria

como un astro ya apagado

no perturbará jamás

mi ser desequilibrado.