Garcíasol, Ramón de

Reseña biográfica

Poeta y crítico literario español nacido en Guadalajara el 29 de septiembre de 1913 y fallecido en Madrid el 14 de mayo de 1994.

Licenciado en Derecho por la Universidad de Madrid, prefirió dedicar todo su tiempo a las letras, destacándose como biógrafo, ensayista y poeta. En todos sus trabajos dejó entrever la influencia que en él ejercieran Quevedo y Unamuno.

Por su libro «Lección de Rubén Darío», obtuvo los premios Henríquez Ureña en 1955 y Fastenrath en 1962. Obtuvo además el premio Escálamo en 1954.

Entre sus obras, se destacan además, «Del amor a cada día» en 1956, «Fuente serena« 1965, y «Antología provisional.

Arenga a las rosas

Rosas, creced, pujad, multiplicaos

hasta invadir las cajas de caudales,

hasta impedir las ametralladoras,

hasta sembrar la pólvora y el hierro

de luz y primavera,

hasta ocupar el odio y las entrañas

de obuses, bombas, balas y morteros.

¡Creced, rosas, creced! ¡Pujad sin tregua!

Llenad los ojos de los tocineros,

floreced los cerebros belicosos,

corroed de esperanza a los podridos,

iluminad la mente de las bestias,

que se alimentan de oro, y sangre, y lágrimas;

que son capaces de matar la vida

porque palpita y brilla en nuestras manos.

Árboles, aguas, pájaros, frutales,

mieses, vides, obreros, plantas, madres,

óleos, músicas, máquinas, ideas,

vamos a proclamar la resistencia

de amor contra la guerra.

Están sembrando el aire de temores

para amargarnos la alegría,

para que nos matemos tú y yo, hermano,

ahora que ya maduran los dolores, y el sentido

va a revelarse al mundo.

Trabajad

de espaldas al temor. Abrid los ojos,

Rosas, hombres, al bien y a la belleza.

¡Creced! ¡Cantad! La vida es nuestra.

La tierra es nuestra, y nuestro es el futuro.

Trabajos, pensamientos, esperanzas,

vuestros y nuestros, rosas, hombres.

Nosotros encendemos las estrellas

y traemos el día,

y por nosotros se hará la paz.

Estamos en peligro, rosas, hombres,

perfume, sol, materia, inteligencia,

ciencia, fe, muerte, piedra, gracia, Dios.

¡Ahoguemos a los bárbaros en luces!

¡Avanzad, rosas, hombres! ¡Ocupad el mundo!

Canción del silencio de Castilla

A cortar silencio, esposa.

Está Castilla crecida

de silencio y sonorosa

paz, oreo por la herida

melancólica. Qué olores

tiene el campo que amanece.

Alamillos reidores

con el viento que les mece

están cribando en sus hojas

sol y sombra por el suelo.

Coge silencio sin duelo,

que se viertan las congojas.

Huele el campo que alimenta

de serenidad, y canta

un sabor en la garganta

que va de romero a menta.

Disuelve el terrón reseco,

silencio, y dale a la tierra

arada. Rellena el hueco

de sombra con luz de sierra,

y ponme a cantar a coro

con el color de la jara,

con el arbolillo de oro

-cuatro hojicas en la vara-,

con el arroyo serrano

y el pájaro que gotea

uvas de armonía. Sea

grano de trigo en verano

y buche de agua marcera,

y carmín en el poniente,

sagrada sombra de higuera

y diamante en el relente.

Fúndeme a tu ritmo eterno,

silencio del campo mío.

El pensamiento hace invierno

y metafísico frío.

Corta la invisible rosa.

Está crecida Castilla

de silencio para trilla

de corazones, esposa.

Cancioncilla de la esposa

Mariuca, esposica, madre:

Dios te salve

en este día y siempre.

dios te guarde,

y mi corazón de rabia y trigo

y sangre,

esta luz amorosa que en el filo

de las palabras arde.

¡Cuánta pasión, que sólo sabe

morder, callar, rugir,

ponerse grave

o niña, desesperarse

porque no puede saltar la carne

y fundirse contigo eternamente,

Mariuca, esposica, madre!

¡Que calle

ese tener que ir a las cosas,

este dejarse

los ojos entre las ideas,

el oleaje

que rompe contra las cuartillas!

¡Hoy es todo Mariuca, esposa, madre!

Reza por mí, Mariuca, esposa.

Yo te rezo a mi modo. Sale

el corazón en ritmo por la boca, me renace

tanto amor que no sé decirte,

y me resuena dentro en los panales

del sentimiento y en los huesos. Dame

la palabra sencilla, la sonrisa

Ingenua de la infancia, madre,

Mariuca, esposica, amor.

Tú me salves.

Cancioncilla de la invitación a la serenidad

Dulce te quiero, serena-

mente profunda te quiero.

Un silencio colmenero

melifica la colmena

que no quiere ser locura,

sino luz medida. Mira

y di con los ojos. Tira

esa prisa, criatura.

Moneditas atesora

de sol y tiempo. Se ve

mejor el paisaje a pie,

como manda Dios. Ahora

nace la palabra, brilla

con la hoja, con la nube.

Savia, sangre, sabe, sube

al árbol, a la mejilla.

Ven a recoger dulzura

para el invierno y la pena.

El secreto de la vena

va aclarando su escritura.

Dehesa de la villa

( Madrid )

¡Dehesa de la villa!

Desde esa hora,

el azul se te espesa,

se te enamora.

¡Qué maravilla!

En tu hierba, Dehesa,

fue su mejilla.

¡Fue tu mejilla, esposa!

Cómo lucía

en el aire la rosa

de tu alegría.

¡Viva mi suerte!

Sobre la hierba un día,

volveré a verte.

Del amor de cada día

Es posible que se haya dicho todo

y que hayamos nacido tal vez tarde.

Mas esta gloria que en mis venas arde,

nadie -¡nadie!- la vive de este modo.

Todo es posible. Todo ha sido en nombre:

todo. Pero este beso tuyo y mío,

esta luz, esta flor, este rocío,

son nuestros nada más, mujer y hombre.

Mujer y hombre únicos, primeros,

-tú y yo, yo y tú- con nombres y apellidos

que no se han de dar más en criatura.

Empezamos la Historia, verdaderos

primer hombre y mujer reconocidos,

proclamando el amor y su aventura.

Desafío de amor frente a las sombras

Otro doce de octubre, compañera,

con la serena flor de la alegría

y más luz en los ojos. Se diría,

coraje renaciente, que te espera

nuevo «milagro de la primavera».

seria la hora, dura la sangría,

el aire temeroso, esposa mía,

atormentado el ceño, sementera

de tiempo anubarrado. ¿habrá mañana

con plazuelas y niños juguetones,

espigas candeales la besana,

mozas de arracimado amor, parejas

como tú y como yo, los corazones

empavesados, dime? Sí: de tejas

abajo está muy grave la esperanza,

y de tejas arriba silenciosos,

mudos los astros, tan majestuosos

como siempre en sus órbitas. alcanza

el terror con la mano el hombre, avanza

entre fuerzas hostiles, tormentosos

los pulsos, con espanto los sabrosos

frutos sobre la mesa. la balanza

no está en el fiel de la justicia, pesa

espanto y más espanto. ¿Qué nos trae

a la espalda el futuro? Niebla espesa,

perdidiza y cobarde, sin agallas

el verbo imbécil. El vigor decae.

Y tú Dios, ¿por qué duermes, por qué callas?

Mas frente al miedo, mientras viva, digo

que no a las sombras. Trae la mano, esposa,

y avancemos. ¡Atrás los monstruos! ¡Rosa,

florece contra el hielo! ¡Sube, trigo,

más gallardo que nunca! ¡Ven, amigo,

a cantar con nosotros la gloriosa

salud trabajadora, la grandiosa

coral voz del Océano! ¡Conmigo

los vientres y las tiernas labrantías,

la rabia y el honor de los talleres

forjadores de panes y de días!

¡Adelante, a la vida sin fracaso!

si todos desertores, sé que eres,

Mariuca, la bandera de mi paso.

Fe

Dulcinea del Toboso es la más hermosa

mujer del mundo…

Quijote, 2 LXIV

Has de matarme sin lograr que ceda,

y ni entonces podrás decir que dudo.

Si tu fuerza mi cuerpo vencer pudo,

nunca llegó a mi fe, ni habrá quien pueda.

Derribado, no esperes que conceda

un sí para tu gloria. Muerto y mudo,

por mí hablarán mis hechos más agudo

lenguaje que en palabra humana queda.

Aprieta más la lanza, caballero:

no puedo confesar a mi señora

segundona de nadie en hermosura.

A tu merced y en tierra vine, pero

tengo intacto el esfuerzo, y la ventura

no siempre de lo justo se enamora.

Gracias hermanos

A Gabriel Celaya

Sois tan buenos y desdichados,

tan sobrehumanos,

que me tenéis en algo.

Y voy apuntalado

Por vosotros, por vuestras manos

trabajadoras, vuestros labios

sonreídos del alba, brazos

sostenedores, respaldado.

Tan solitario

estoy que apenas valgo

con mi sombra. ¡Cuánto

en lo mío es vuestro, y proclamo,

en mi trabajo!

Y no me caigo

del todo, que sería malo

para vuestras creencias. Y me canso

tanto

que no quisiera haberme despertado

una mañana más al tajo,

llamo

a la materna muerte, a su regazo

acunador, me pongo a vuestro lado

y procuro mostraros

lo más sano

de mi palabra, el relámpago

que dignifique el barro

original, lo claro

de mis oscuridades, hago

el papel asignado

por el azar en el teatro

del mundo amargo

a ratos,

fascinante, entreclaro

y terrible, aún no descifrado,

criaturas de fe, de canto,

que no sabéis -¡ay, risas!- el milagro

diariamente renovado

que sois. Os amo,

gentes del pueblo llano,

de mis raíces, campo

pegujalero de mi sangre, árbol

de luz y fruto de mi llanto.

Y me callo, falto

y sin verbo adecuado

para rezarlo,

hermanos.

Nadie me cantará como te canto…

Nadie me cantará como te canto,

madre, con una llama que se enciende

en ti y en mi termina. Nadie entiende

la sangre de su fin y de mi llanto.

Yo no tengo semilla que me cante

en hijos de consuelo, salvadores,

por el tiempo y los hombres, labradores

que vuelvan a sembrar para adelante

la vida en criatura, y aún en pena,

pasajera, que luego se enardece

en la flor sin memoria ni condena

de la santa alegría. Aquí se apaga

el agua que se agota en sí, perece

sin salir a la mar que la propaga.

Pero a tu sombra, amor

Rompe el tabique, trae a la ceguera

el diálogo, tu música. Me llenas

de otra luz esta carne donde penas,

recuerdos van. Tú sigue, compañera,

cogida de mi mano. Me redime

esa voz tan alzada de romero,

de campo con simienza y caminero

paso. Veo en tu verbo, creo. Dime

por qué este olor -¿es mayo?-, cómo ha sido.

Habla o calla, mujer, pero a mi lado,

pero a tu sombra, amor, pero a tu oído,

pero a tus brazos. Habla o calla, esposa,

pero ahí. ¡No me sienta abandonado

sobre la Tierra inmensa, silenciosa!

Proclamación de la esperanza

El aire se enrarece, adensa, espesa

hasta hacerse de plomo en los pulmones,

porque se está matando al hombre.

La sangre se entontece y aguachirla

de no salir al mundo y propagarse,

porque se está matando al hombre.

La luz de las estrellas palidece

y no consuela como en nuestra infancia,

porque se está matando al hombre.

La risa se deshoja, mustia, pasa

sin que nadie la coja y la disfrute,

porque se está matando al hombre.

El beso y el amor no tienen gusto,

agusanados de preocupaciones,

porque se está matando al hombre.

La selva está cercando nuestras casas,

y aúlla, brama y hoza en los umbrales,

porque se está matando al hombre.

Porque se está matando al hombre arde mi canto

tal un diluvio de oro por los trigos;

porque se está matando al hombre y nadie grita

quiero clamar hasta tirar las sombras;

porque se está matando al hombre mis palabras

quieren clavarse como puñaladas,

quieren herir, buscar raíces nobles,

dar coletazos que despierten siglos.

Le está doliendo su dolor al hombre,

un dolor que ya no es literatura

ni puede ser espanto y madamismo,

porque no quedará vivo quien cante

el naufragio indecente de las ratas:

porque los que se salven no tendrán memoria.

Está el hombre ante sí, trágicamente solo,

mientras las aguas crecen sin espera

ahogando justamente, santamente

lo que debe morir.

Perecerá quien deba perecer.

El hombre,

desnudo, hacia el mañana, sobre el miedo.

Por eso está mi canto repicando

sobre el fuego, la muerte, y os convoca,

hombres, para que proclamemos la esperanza

Tren de la frontera

Assis parten unos d’otros

como la uña de la carne.

Poema de Mio Cid, v. 375

A medida que avanza a la frontera

el tren, hay más silencio dolorido.

Llega un instante en que parecen muertos

los viajeros, desterrados hijos

de España, que se van echados de hambre.

Esos rostros serenos, tan llovidos

de lágrimas, ¿qué buscan en la niebla,

en el azar, en lo desconocido?

¿Un pan sin alegría que les niega

una Patria madrastra? Y esos niños

que duermen mientras lloran esas madres,

¿dónde tendrán conciencia, qué destino

les aguarda, qué sábanas, banderas?

Debajo del buen ceño sin testigo

de ese trabajador, ¿qué pasa ahora,

qué cantares, qué días, qué designios

para desarraigarse del terruño

donde quedan sus muertos y sus vivos,

la infancia, aún cantando su moneda?

¿Qué verdades no dichas van consigo,

les barren, tal papeles de merienda,

tal polvo de un camino a otro camino,

mordidos por hombría con los dientes

enclavijados, porque uno mismo

se desintegraría si dijera?

¿Qué viejos lloran por el campesino

que cecea guitarras andaluzas?

¿En qué pueblo se rompen los martillos

artesanos, se callan los talleres,

se queda la aceituna en el olivo,

da miedo el campo tan abandonado,

da mal consejo un solitario vino

soñado para fiesta y compañía?

Me despueblan España, sin amigos,

desarbolan mis bosques para leña,

ponen ascuas de pena en mis escritos.

Enceniza pisadas y salivas

un calendario negro sin domingos.

Palidece la luz, duelen los ojos

de no ver lo que vio. Se empoza el río

que rumorea al fondo de esa frente

anubarrada de hombre pensativo.

Soy palabra en la noche. Nadie escucha,

aunque comparten el acedo mío

tantas gentes dispersas. De uno en uno,

mujeres y varones, pobres críos

que se me van, el verso de rodillas

va besando por caras y suspiros,

que se alejan mermándome el coraje,

enlutándome el aire que respiro.

Estoy en un anden llorando, solo.

Al lado, la maleta con los libros

que pensaba leer, por si valía,

y debiera tirar aquí; tan frío

se me ha quedado el corazón de pronto.

Huele en la sombra el mar. Se apaga el ruido

del tren que ya ha pasado la frontera.

Dicen manos adió, en tanto sigo

lloroso por mi vida en esos hombres

donde la sangre se me va al exilio.

Y debemos andar de otra manera…

Y debemos andar de otra manera

por los caminos de la Mancha, hermano,

por si, fecunda tierra de secano,

diese trigo su augusta calavera.

Ay, huesos, donde ardió la sed más pura,

sustentando con más viril coraje

el ¡no! en pie y de cara al oleaje

que rompe contra el hombre y su figura.

Comed el pan despacio, andad a besos

por los lagares y por los molinos,

que ya todo es Quevedo derramado.

Polvo de humano polvo son sus huesos,

mas aunque sean polvo en los caminos,

polvo serán de España enamorado.