García Lorca, Federico

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Fuentevaqueros, Granada en 1898.

Estudió Letras en la Universidad de Granada y Música con Manuel de Falla. Fue una de las puntas del triángulo surrealista formado por él, Salvador Dalí y Luis Buñuel, atraídos por el significado del manifiesto surrealista de André Breton. Considerado uno de los grandes poetas del siglo XX, murió asesinado en Granada en 1936.

A la noche

Noche fabricadora de embelecos,

loca, imaginativa, quimerista,

que muestras al que en ti su bien conquista,

los montes llanos y los mares secos;

habitadora de cerebros huecos,

mecánica, filósofa, alquimista,

encubridora vil, lince sin vista,

espantadiza de tus mismos ecos;

la sombra, el miedo, el mal se te atribuya,

solícita, poeta, enferma, fría,

manos del bravo y pies del fugitivo.

Que vele o duerma, media vida es tuya;

si velo, te lo pago con el día,

y si duermo, no siento lo que vivo.

Al oído de una muchacha

No quise.

No quise decirte nada.

Vi en tus ojos

dos arbolitos locos.

De brisa, de risa y de oro.

Se meneaban.

No quise.

No quise decirte nada.

Adelina, de paseo

la mar no tiene naranjas,

ni Sevilla tiene amor.

Morena, qué luz de fuego.

Préstame tu quitasol.

Me pondrá la carne verde

-zumo de lima y limón-,

tus palabras -pececillos-

nadarán alrededor.

La mar no tiene naranjas.

¡Ay!, amor.

¡Ni Sevilla tiene amor!

Alma ausente

No te conoce el toro ni la higuera,

ni caballos ni hormigas de tu casa.

No te conoce el niño ni la tarde

porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,

ni el raso negro donde te destrozas.

No te conoce tu recuerdo mudo

porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,

uva de niebla y montes agrupados,

pero nadie querrá mirar tus ojos

porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,

como todos los muertos de la Tierra,

como todos los muertos que se olvidan

en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.

Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.

La madurez insigne de tu conocimiento.

Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.

La tristeza que tuvo tu valiente alegría.

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,

un andaluz tan claro, tan rico de aventura.

Yo canto su elegancia con palabras que gimen

y recuerdo una brisa triste por los olivos.

Apunte para una oda

Desnuda soledad sin gesto ni palabra,

transparente en el huerto y untuosa por el monte;

soledad silenciosa sin olor ni veleta

que pesa en los remansos, siempre dormida y sola.

Soledad de lo alto, toda frente y luceros,

como una gran cabeza cortada y palidísima;

redonda soledad que nos deja en las manos

unos lirios suaves de pensativa escarcha.

En la curva del río te esperé largas horas,

limpio ya de arabescos y de ritmos fugaces.

Tu jardín de violetas nacía sobre el viento

y allí temblabas sola, queriéndote a ti misma.

Yo te he visto cortar el limón de la tarde

para teñir tus manos dormidas de amarillo,

y en momentos de dulce música de mi vida

te he visto en los rincones enlutada y pequeña,

pero lejana siempre, vieja y recién nacida.

Inmensa giraluna de fósforo y de plata,

pero lejana siempre, tendida, inaccesible

a la flauta que anhela clavar tu carne oscura.

Mi alma como una yedra de luz verde y escarcha

por el muro del día sube lenta a buscarte;

caracoles de plata las estrellas me envuelven,

pero nunca mis dedos hallarán tu perfume. (….)

Ay, voz secreta

Ay voz secreta del amor oscuro

¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!

¡ay aguja de hiel, camelia hundida!

¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!

¡Ay noche inmensa de perfil seguro,

montaña celestial de angustia erguida!

¡Ay silencio sin fin, lirio maduro!

Huye de mi, caliente voz de hielo,

no me quieras perder en la maleza

donde sin fruto gimen carne y cielo.

Deja el duro marfil de mi cabeza

apiádate de mi, ¡rompe mi duelo!

¡que soy amor, que soy naturaleza!

Bodas de sangre (fragmento)

-¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!

Que si matarte pudiera,

te pondría una mortaja

con los filos de violetas.

¡Ay, qué lamento, qué fuego

me sube por la cabeza!

-¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!

Porque yo quise olvidar

y puse un muro de piedra

entre tu casa y la mía.

Es verdad. ¿No lo recuerdas?

Y cuando te vi de lejos

me eché en los ojos arena.

Pero montaba a caballo

y el caballo iba a tu puerta.

Con alfileres de plata

mi sangre se puso negra,

y el sueño me fue llenando

las carnes de mala hierba.

Que yo no tengo la culpa,

que la culpa es de la tierra

y de ese olor que te sale

de los pechos y las trenzas.

-¡Ay qué sinrazón! No quiero

contigo cama ni cena,

y no hay minuto del día

que estar contigo no quiera,

porque me arrastras y voy,

y me dices que me vuelva

y te sigo por el aire

como una brizna de hierba.

He dejado a un hombre duro

ya toda su descendencia

en la mitad de la boda

y con la corona puesta.

Para ti será el castigo

y no quiero que lo sea.

¡Déjame sola! ¡Huye tú!

No hay nadie que te defienda.

-Pájaros de la mañana

por los árboles se quiebran.

La noche se está muriendo

en el filo de la piedra.

Vamos al rincón oscuro,

donde yo siempre te quiera,

que no me importa la gente,

ni el veneno que nos echa.

-Y yo dormiré a tus pies

para guardar lo que sueñas.

Desnuda, mirando al campo,

como si fuera una perra,

¡porque eso soy! Que te miro

y tu hermosura me quema.

-Se abrasa lumbre con lumbre.

La misma llama pequeña

mata dos espigas juntas.

¡Vamos!

-¿ Adónde me llevas ?

-A donde no puedan ir

estos hombres que nos cercan.

¡Donde yo pueda mirarte!

-Llévame de feria en feria,

dolor de mujer honrada,

a que las gentes me vean

con las sábanas de boda

al aire como banderas.

-También yo quiero dejarte

si pienso como se piensa.

pero voy donde tú vas.

Tú también. Da un paso. Prueba.

clavos de luna nos funden

mi cintura y tus caderas.

Cada canción…

Cada canción

es un remanso

del amor.

Cada lucero,

un remanso

del tiempo.

Un nudo

del tiempo.

Y cada suspiro

un remanso

del grito.

Canción otoñal

Hoy siento en el corazón

un vago temblor de estrellas,

pero mi senda se pierde

en el alma de la niebla.

La luz me troncha las alas

y el dolor de mi tristeza

va mojando los recuerdos

en la fuente de la idea.

Todas las rosas son blancas,

tan blancas como mi pena,

y no son las rosas blancas,

que ha nevado sobre ellas.

Antes tuvieron el iris.

También sobre el alma nieva.

La nieve del alma tiene

copos de besos y escenas

que se hundieron en la sombra

o en la luz del que las piensa.

La nieve cae de las rosas,

pero la del alma queda,

y la garra de los años

hace un sudario con ellas.

¿Se deshelará la nieve

cuando la muerte nos lleva?

¿O después habrá otra nieve

y otras rosas más perfectas?

¿Será la paz con nosotros

como Cristo nos enseña?

¿O nunca será posible

la solución del problema?

¿Y si el amor nos engaña?

¿Quién la vida nos alienta

si el crepúsculo nos hunde

en la verdadera ciencia

del Bien que quizá no exista,

y del Mal que late cerca?

¿Si la esperanza se apaga

y la Babel se comienza,

qué antorcha iluminará

los caminos en la Tierra?

¿Si el azul es un ensueño,

qué será de la inocencia?

¿Qué será del corazón

si el Amor no tiene flechas?

¿Y si la muerte es la muerte,

qué será de los poetas

y de las cosas dormidas

que ya nadie las recuerda?

¡Oh sol de las esperanzas!

¡Agua clara! ¡Luna nueva!

¡Corazones de los niños!

¡Almas rudas de las piedras!

Hoy siento en el corazón

un vago temblor de estrellas

y todas las rosas son

tan blancas como mi pena.

Corazón nuevo

Mi corazón, como una sierpe,

se ha desprendido de su piel,

y aquí la miro entre mis dedos

llena de heridas y de miel.

Los pensamiento que anidaron

en tus arrugas, ¿dónde están?

¿Dónde las rosas que aromaron

a Jesucristo y a Satán?

¡Pobre envoltura que ha oprimido

a mi fantástico lucero!

Gris pergamino dolorido

de lo que quise y ya no quiero.

Yo veo en ti fetos de ciencias,

momias de versos y esqueletos

de mis antiguas inocencias

y mis románticos secretos.

¿Te colgaré sobre los muros

de mi museo sentimental,

junto a los gélidos y oscuros

lirios durmientes de mi mal?

¿O te pondré sobre los pinos,

-libro doliente de mi amor-

para que sepas de los trinos

que da a la aurora el ruiseñor?

Deseo

Sólo tu corazón caliente,

y nada más.

Mi paraíso un campo

sin ruiseñor

ni liras,

con un río discreto

y una fuentecilla.

Sin la espuela del viento

sobre la fronda,

ni la estrella que quiere

ser hoja.

Una enorme luz

que fuera

luciérnaga

de otra,

en un campo

de miradas rotas.

Un reposo claro

y allí nuestros besos,

lunares sonoros

del eco,

se abrirían muy lejos.

Y tu corazón caliente,

nada más.

El amor duerme en el pecho del poeta

Tú nunca entenderás lo que te quiero

porque duermes en mí y estás dormido.

Yo te oculto llorando, perseguido

por una voz de penetrante acero.

Norma que agita igual carne y lucero

traspasa ya mi pecho dolorido

y las turbias palabras han mordido

las alas de tu espíritu severo.

Grupo de gente salta en los jardines

esperando tu cuerpo y mi agonía

en caballos de luz y verdes crines.

Pero sigue durmiendo, vida mía.

¡Oye mi sangre rota en los violines!

¡Mira que nos acechan todavía!

El poeta habla por teléfono con el amor

Tu voz regó la duna de mi pecho

en la dulce cabina de madera.

Por el sur de mis pies fue primavera

y al norte de mi frente flor de helecho.

Pino de luz por el espacio estrecho

cantó sin alborada y sementera

y mi llanto prendió por vez primera

coronas de esperanza por el techo.

Dulce y lejana voz por mí vertida.

Dulce y lejana voz por mí gustada.

Lejana y dulce voz amortecida.

Lejana como oscura corza herida.

Dulce como un sollozo en la nevada.

¡Lejana y dulce en tuétano metida!

El poeta pide a su amor que le escriba

Amor de mis entrañas, viva muerte,

en vano espero tu palabra escrita

y pienso, con la flor que se marchita,

que si vivo sin mí quiero perderte.

El aire es inmortal. La piedra inerte

ni conoce la sombra ni la evita.

corazón interior no necesita

la miel helada que la luna vierte.

Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,

tigre y paloma, sobre tu cintura

en duelo de mordiscos y azucenas.

Llena, pues, de palabras mi locura

o déjame vivir en mi serena

noche del alma para siempre oscura.

Es verdad

¡Ay qué trabajo me cuesta

quererte como te quiero!

Por tu amor me duele el aire,

el corazón

y el sombrero.

¿Quién me compraría a mí

este cintillo que tengo

y esta tristeza de hilo

blanco, para hacer pañuelos?

¡Ay qué trabajo me cuesta

quererte como te quiero!

Interior

No quiero ser poeta,

ni galante.

¡Sábanas blancas donde te desmayes!

No conoces el sueño

ni el resplandor del día.

Como los calamares,

ciegas desnuda en tinte de perfume.

Carmen.

La casada infiel

Y que yo me la llevé al río

creyendo que era mozuela,

pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago

y casi por compromiso.

Se apagaron los faroles

y se encendieron los grillos.

En las últimas esquinas

toqué sus pechos dormidos,

y se me abrieron de pronto

como ramos de jacintos.

El almidón de su enagua

me sonaba en el oído,

como una pieza de seda

rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus copas

los árboles han crecido,

y un horizonte de perros

ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,

los juncos y los espinos,

bajo su mata de pelo

hice un hoyo sobre el limo.

Yo me quite la corbata.

Ella se quitó el vestido.

Yo el cinturón con revólver.

Ella sus cuatro corpiños.

Ni nardos ni caracolas

tienen el cutis tan fino,

ni los cristales con luna

relumbran con ese brillo.

Sus muslos se me escapaban

como peces sorprendidos,

la mitad llenos de lumbre,

la mitad llenos de frío.

Aquella noche corrí

el mejor de los caminos,

montando en potra de nácar

sin bridas y sin estribos.

No quiero decir, por hombre,

las cosas que ella me dijo.

La luz del entendimiento

me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena,

yo me la llevé del río.

Con el aire se batían

las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.

Como un gitano legítimo.

Le regalé un costurero

grande, de raso pajizo,

y no quise enamorarme

porque teniendo marido

me dijo que era mozuela

cuando la llevaba al río.

La monja gitana

Silencio de cal y mirto.

Malvas en las hierbas finas.

La monja borda alhelíes

sobre una tela pajiza.

Vuelan en la araña gris

siete pájaros del prisma.

La iglesia gruñe a lo lejos

como un oso panza arriba.

¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia!

Sobre la tela pajiza

ella quisiera bordar

flores de su fantasía.

¡Qué girasol! ¡Qué magnolia

de lentejuelas y cintas!

¡Qué azafranes y qué lunas

en el mantel de la misa!

Cinco toronjas se endulzan

en la cercana cocina.

Las cinco llagas de Cristo

cortadas en Almería

Por los ojos de la monja

galopan dos caballistas.

Un rumor último y sordo

le despega la camisa,

y al mirar nubes y montes

en las yertas lejanías,

se quiebra su corazón

de azúcar y yerbaluisa.

¡Oh, qué llanura empinada

con veinte soles arriba!

¡Qué ríos puestos de pie

vislumbra su fantasía!

Pero sigue con sus flores,

mientras que de pie, en la brisa,

la luz juega el ajedrez

alto de la celosía.

La niña va por mi frente

¡Oh, qué antiguo sentimiento!

¿De qué me sirve, pregunto,

la tinta, el papel y el verso?

Carne tuya me parece,

rojo lirio, junco fresco.

Morena de luna llena.

¿Qué quieres de mi deseo?

Por las orillas del río

se está la noche mojando

y en los pechos de Lolita

se mueren de amor los ramos.

Se mueren de amor los ramos.

La noche canta desnuda

sobre los puentes de marzo.

Lolita lava su cuerpo

con agua salobre y nardos.

Se mueren de amor los ramos.

La noche de anís y plata

relumbra por los tejados.

Plata de arroyos y espejos.

Anís de tus muslos blancos.

Se mueren de amor los ramos.

La sombra de mi alma…

La sombra de mi alma

huye por un ocaso de alfabetos,

niebla de libros

y palabras.

¡La sombra de mi alma!

He llegado a la línea donde cesa

la nostalgia,

y la gota de llanto se transforma

alabastro de espíritu.

¡La sombra de mi alma!

El copo del dolor

se acaba,

pero queda la razón y la sustancia

de mi viejo mediodía de labios,

de mi viejo mediodía

de miradas.

Un turbio laberinto

de estrellas ahumadas

enreda mi ilusión

casi marchita.

¡La sombra de mi alma!

Y una alucinación

me ordeña las miradas.

Veo la palabra amor

desmoronada.

¡Ruiseñor mío!

¡Ruiseñor!

¿Aún cantas?

Largo espectro de plata conmovida…

Largo espectro de plata conmovida

el viento de la noche suspirando,

abrió con mano gris mi vieja herida

y se alejó: yo estaba deseando.

Llaga de amor que me dará la vida

perpetua sangre y pura luz brotando.

Grieta en que Filomela enmudecida

tendrá bosque, dolor y nido blando.

¡Ay qué dulce rumor en mi cabeza!

Me tenderé junto a la flor sencilla

donde flota sin alma tu belleza.

Y el agua errante se pondrá amarilla,

mientras corre mi sangre en la maleza

mojada y olorosa de la orilla.

Las seis cuerdas

La guitarra

hace llorar a los sueños.

El sollozo de las almas

perdidas

se escapa por su boca

redonda.

Y como la tarántula,

teje una gran estrella

para cazar suspiros,

que flotan en su negro

aljibe de madera.

1924

Llagas de amor

Esta luz, este fuego que devora.

Este paisaje gris que me rodea.

Este dolor por una sola idea.

Esta angustia de cielo, mundo y hora.

Este llanto de sangre que decora

lira sin pulso ya, lúbrica tea.

Este peso del mar que me golpea.

Este alacrán que por mi pecho mora.

Son guirnaldas de amor, cama de herido,

donde sin sueño, sueño tu presencia

entre las ruinas de mi pecho hundido.

Y aunque busco la cumbre de prudencia

me da tu corazón valle tendido

con cicuta y pasión de amarga ciencia.

Lucía Martínez

Lucía Martínez.

Umbría de seda roja.

Tus muslos, como la tarde,

van de la luz a la sombra.

Los azabaches recónditos

oscurecen tus magnolias.

Aquí estoy, Lucía Martínez.

Vengo a consumir tu boca

y a arrastrarte del cabello

en madrugada de conchas.

Porque quiero y porque puedo.

Umbría de seda roja.

Madrigal apasionado

Quisiera estar en tus labios

para apagarme en la nieve

de tus dientes.

Quisiera estar en tu pecho

para en sangre deshacerme.

Quisiera en tu cabellera

de oro soñar para siempre.

Que tu corazón se hiciera

tumba del mío doliente.

Que tu carne sea mi carne,

que mi frente sea tu frente.

Quisiera que toda mi alma

entrara en tu cuerpo breve

y ser yo tu pensamiento

y ser yo tu blanco veste.

Para hacer que te enamores

de mí con pasión tan fuerte

que te consumas buscándome

sin que jamás ya me encuentres.

Para que vayas gritando

mi nombre hacia los ponientes,

preguntando por mí al agua,

bebiendo triste las hieles

que antes dejó en el camino

mi corazón al quererte.

Y yo mientras iré dentro

de tu cuerpo dulce y débil,

siendo yo, mujer, tú misma,

y estando en ti para siempre,

mientras tú en vano me buscas

desde Oriente a Occidente,

hasta que al fin nos quemara

la llama gris de la muerte.

Madrigal de verano

Junta tu roja boca con la mía,

¡Oh Estrella la gitana!

Bajo el oro solar del mediodía

morderé la manzana.

En el verde olivar de la colina

hay una torre morena,

del color de tu carne campesina

que sabe a miel y aurora.

Me ofreces en tu cuerpo requemado,

el divino alimento

que da flores al cauce sosegado

y luceros al viento.

¿Cómo a mí te entregaste, luz morena?

¿por qué me diste llenos

de amor tu sexo de azucena

y el rumor de tus senos?

¿No fue por mi figura entristecida?

¡Oh mis torpes andares!

¿Te dio lástima acaso de mi vida,

marchita de cantares?

¿Cómo no has preferido a mis lamentos

los muslos sudorosos

de un San Cristóbal campesino, lentos

en el amor y hermosos?

Danaide del placer eres conmigo.

Femenino Silvano.

Huelen tus besos como huele el trigo

reseco del verano.

Entúrbiame los ojos, con tu canto.

Deja tu cabellera

extendida y solemne como un manto

de sombra en la pradera.

Píntame con tu boca ensangrentada

un cielo del amor,

en un fondo de carne la morada

estrella de dolor.

Mi pegaso andaluz está cautivo

de tus ojos abiertos;

volará desolado y pensativo

cuando los vea muertos.

Y aunque no me quisieras te querría

por tu mirar sombrío,

como quiere la alondra al nuevo día,

sólo por el rocío.

Junta tu roja boca con la mía,

¡Oh Estrella la gitana!

Déjame bajo el claro mediodía

consumir la manzana.

Mi niña se fue a la mar…

Mi niña se fue a la mar,

a contar olas y chinas,

pero se encontró, de pronto,

con el río de Sevilla.

Entre adelfas y campanas

cinco barcos se mecían,

con los remos en el agua

y las velas en la brisa.

¿Quién mira dentro la torre

enjaezada, de Sevilla?

Cinco voces contestaban

redondas como sortijas.

El cielo monta gallardo

al río, de orilla a orilla.

En el aire sonrosado,

cinco anillos se mecían.

Muerto de amor

A Margarita Manso

¿Qué es aquello que reluce

por los altos corredores?

Cierra la puerta, hijo mío,

acaban de dar las once.

En mis ojos, sin querer,

relumbran cuatro faroles.

Será que la gente aquella

estará fregando el cobre.

* * *

Ajo de agónica plata

la luna menguante, pone

cabelleras amarillas

a las amarillas torres.

La noche llama temblando

al cristal de los balcones,

perseguida por los mil

perros que no la conocen,

y un olor de vino y ámbar

viene de los corredores.

* * *

Brisas de caña mojada

y rumor de viejas voces,

resonaban por el arco

roto de la media noche.

Bueyes y rosas dormían.

Sólo por los corredores

las cuatro luces clamaban

con el furor de San Jorge.

Tristes mujeres del valle

bajaban su sangre de hombre,

tranquila de flor cortada

y amarga de muslo joven.

Viejas mujeres del río

lloraban al pie del monte,

un minuto intransitable

de cabelleras y nombres.

Fachadas de cal, ponían

cuadrada y blanca la noche.

Serafines y gitanos

tocaban acordeones.

Madre, cuando yo me muera,

que se enteren los señores.

Pon telegramas azules

que vayan del Sur al Norte.

Siete gritos, siete sangres,

siete adormideras dobles,

quebraron opacas lunas

en los oscuros salones.

Lleno de manos cortadas

y coronitas de flores,

el mar de los juramentos

resonaba, no sé donde.

Y el cielo daba portazos

al brusco rumor del bosque,

mientras clamaban las luces

en los altos corredores.

Muerte de Antoñito el Camborio

Voces de muerte sonaron

cerca del Guadalquivir.

Voces antiguas que cercan,

voz de clavel varonil.

Les clavó sobre las botas

‘mordiscos de jabalí.

En la lucha daba saltos

jabonados de delfín.

Bañó con sangre enemiga

su corbata carmesí,

pero eran cuatro puñales

y tuvo que sucumbir.

Cuando las estrellas clavan

rejones al agua gris,

cuando los erales sueñan

verónicas de alhelí,

voces de muerte sonaron

cerca del Guadalquivir.

* * *

-Antonio Torres Heredia,

Camborio de dura crin,

moreno de verde luna,

voz de clavel varonil:

¿Quién te ha quitado la vida

cerca del Guadalquivir?

-Mis cuatro primos Heredias,

hijos de Benamejí.

Lo que en otros no envidiaban,

ya lo envidiaban en mí.

Zapatos color corinto,

medallones de marfil,

y este cutis amasado

con aceituna y jazmín.

-¡Ay, Antoñito el Camborio,

digno de una Emperatriz

Acuérdate de la Virgen

porque te vas a morir.

-¡Ay, Federico García,

llama a la Guardia Civil\

Ya mi talle se ha quebrado

como caña de maíz.

* * *

Tres golpes de sangre tuvo

y se murió de perfil.

Viva moneda que nunca

se volverá a repetir.

Un ángel marchoso pone

su cabeza en un cojín.

Otros de rubor cansado

encendieron un candil.

Y cuando los cuatro primos

llegan a Benamejí,

voces de muerte cesaron

cerca del Guadalquivir.

Noche del amor insomne

Noche arriba los dos con luna llena,

yo me puse a llorar y tú reías.

Tu desdén era un dios, las quejas mías

momentos y palomas en cadena.

Noche abajo los dos. Cristal de pena,

llorabas tú por hondas lejanías.

Mi dolor era un grupo de agonías

sobre tu débil corazón de arena.

La aurora nos unió sobre la cama,

las bocas puestas sobre el chorro helado

de una sangre sin fin que se derrama.

Y el sol entró por el balcón cerrado

y el coral de la vida abrió su rama

sobre mi corazón amortajado.

Normas

I

Norma de ayer encontrada

sobre mi noche presente;

resplandor adolescente

que se opone a la nevada.

No pueden darte posada

mis dos niñas de sigilo,

morenas de luna en vilo

con el corazón abierto;

pero mi amor busca el huerto

donde no muere tu estilo.

II

Norma de seno y cadera

baja la rama tendida;

antigua y muy bien nacida

virtud de la primavera.

Ya mi desnudo quisiera

ser dalia de tu destino,

abeja, rumor o vino

de tu número y locura;

pero mi amor busca pura

locura de brisa y trino.

Oda a Walt Whitman

Por el East River y el Bronx

los muchachos cantaban enseñando sus cinturas

con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.

Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas

y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,

ninguno quería ser río,

ninguno amaba las hojas grandes,

ninguno la lengua azul de la playa.

Por el East River y el Queensborough

los muchachos luchaban con la industria,

y los judíos vendían al fauno del río

la rosa de la circuncisión,

y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados

manadas de bisontes empujadas por el viento.

Pero ninguno se detenía,

ninguno quería ser nube,

ninguno buscaba los helechos

ni la rueda amarilla del tamboril.

Cuando la luna salga

las poleas rodarán para turbar al cielo;

un límite de agujas cercará la memoria

y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno,

Nueva York de alambres y de muerte:

¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?

¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?

¿Quién el sueño terrible de tus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,

he dejado de ver tu barba llena de mariposas,

ni tus hombros de pana gastados por la luna,

ni tus muslos de Apolo virginal,

ni tu voz como una columna de ceniza;

anciano hermoso como la niebla

que gemías igual que un pájaro

con el sexo atravesado por una aguja,

enemigo del sátiro,

enemigo de la vid,

y amante de los cuerpos bajo la burda tela.

Ni un solo momento, hermosura viril

que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,

soñabas ser un río y dormir como un río

con aquel camarada que pondría en tu pecho

un pequeño dolor de ignorante leopardo.

Ni un solo momento, Adán de sangre, Macho,

hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,

porque por las azoteas,

agrupados en los bares,

saliendo en racimos de las alcantarillas,

temblando entre las piernas de los chauffeurs

o girando en las plataformas del ajenjo,

los maricas, Walt Whitman, te señalan-

¡También ése! ¡También! y se despeñan

sobre tu barba luminosa y casta

rubios del norte, negros de la arena,

muchedumbre de gritos y ademanes,

como los gatos y como las serpientes,

los maricas, Walt Whitman, los maricas,

turbios de lágrimas, carne para fusta,

bota o mordisco de los domadores.

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos

apuntan a la orilla de tu sueño

cuando el amigo come tu manzana

con un leve sabor de gasolina

y el sol canta por los ombligos

de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados

ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños

ni la saliva helada

ni las curvas heridas como panza de sapo

que llevan los maricas en coches y en terrazas

mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,

toro y sueño que junte la rueda con el alga,

padre de tu agonía, camelia de tu muerte

y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

Porque es justo que el hombre no busque su deleite

en la selva de sangre de la mañana próxima.

El cielo tiene playas donde evitar la vida

y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.

Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.

Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades.

La guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,

los ricos dan a sus queridas

pequeños moribundos iluminados

y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo

por vena de coral o celeste desnudo;

mañana los amores serán rocas y el Tiempo

una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,

contra el niño que escribe

nombre de niña en su almohada;

ni contra el muchacho que se viste de novia

en la oscuridad del ropero;

ni contra los solitarios de los casinos

que beben con asco el agua de la prostitución;

ni contra los hombres de mirada verde

que aman al hombre y queman sus labios en silencio.

Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades

de carne tumefacta y pensamiento inmundo.

Madres de lodo. Arpías. Enemigos sin sueño

del amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos

gotas de sucia muerte con amargo veneno.

Contra vosotros siempre,

«Faeries» de Norteamérica,

«Pájaros» de la Habana,

«Jotos» de Méjico,

«Sarasas» de Cádiz,

«Apios» de Sevilla,

«Cancos» de Madrid,

«Floras» de Alicante,

«Adelaidas» de Portugal.

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!

Esclavos de la mujer. Perras de sus tocadores.

Abiertos en las plazas, con fiebre de abanico

o emboscados en yertos paisajes de cicuta.

¡No haya cuartel! La muerte

mana de vuestros ojos

y agrupa flores grises en la orilla del cieno.

¡No haya cuartel! ¡Alerta!

Que los confundidos, los puros,

los clásicos, los señalados, los suplicantes,

os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme orillas del Hudson

con la barba hacia el polo y las manos abiertas.

Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando

camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.

Duerme: no queda nada.

Una danza de muros agita las praderas

y América se anega de máquinas y llanto.

Quiero que el aire fuerte de la noche más honda

quite flores y letras del arco donde duermes,

y un niño negro anuncie a los blancos del oro

la llegada del reino de la espiga.

Pequeño poema infinito

Para Luis Cardoza y Aragón

Equivocar el camino

es llegar a la nieve

y llegar a la nieve

es pacer durante varios siglos las hierbas de los cementerios.

Equivocar el camino

es llegar a la mujer,

la mujer que no teme a la luz,

la mujer que mata dos gallos en un segundo,

la luz que no teme a los gallos

y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.

Pero si la nieve se equivoca de corazón

puede llegar el viento Austro

y como el aire no hace caso de los gemidos

tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.

Yo vi dos dolorosas espigas de cera

que enterraban un paisaje de volcanes

y vi dos niños locos

que empujaban llorando las pupilas de un asesino.

Pero el dos no ha sido nunca un número

porque es una angustia y su sombra,

porque es la guitarra donde el amor se desespera,

porque es la demostración del otro infinito que no es suyo

y es las murallas del muerto

y el castigo de la nueva resurrección sin finales.

Los muertos odian el número dos,

pero el número dos adormece a las mujeres,

y como la mujer teme la luz,

la luz tiembla delante de los gallos

y los gallos sólo saben volar sobre la nieve,

tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.

Poema de la soledad

Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.

El tren y la mujer que llena el cielo,

tu soledad esquiva en los hoteles

y tu máscara pura de otro signo.

Es la niñez del mar y tu silencio

donde los sabios vidrios se quebraban,

es tu yerta ignorancia donde estuvo

mi torso limitado por el fuego.

Norma de amor te di, hombre de Apolo,

llanto con ruiseñor enajenado,

pero, pasto de ruina, te afilabas

para los breves sueños indecisos.

Pensamiento de enfrente, luz de ayer,

índices y señales del acaso.

Tu cintura de arena sin sosiego

atiende sólo rastros que no escalan,

pero yo he de buscar por los rincones

tu alma tibia sin ti que no te entiende,

con el dolor de Apolo detenido

con que he roto la máscara que llevas.

Allí, león, allí, furia del cielo,

te dejaré pacer en mis mejillas;

allí, caballo azul de mi locura,

pulso de nebulosa y minutero,

he de buscar las piedras de alacranes

y los vestidos de tu madre niña,

llanto de media noche y paño roto

que quitó luna de la sien del muerto.

Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.

Alma extraña de mi hueco de venas,

te he de buscar pequeña y sin raíces,

¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!

¡Oh, sí! Yo quiero. ¡,Amor, amor! Dejadme.

No me tapen la boca los que buscan

espigas de Saturno por la nieve

o castran animales por un cielo,

clínica y selva de la anatomía.

Amor, amor, amor. Niñez del mar.

Tu alma tibia sin ti que no te entiende.

Amor, amor, un vuelo de la corza

por el pecho sin fin de la blancura.

Y tu niñez, amor, y tu niñez.

El tren y la mujer que llena el cielo,

Ni tú, ni yo, ni el aire, ni las hojas.

Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.

Poema doble del lago Edem

Nuestro ganado pace, el viento espira

Garcilaso

Era mi voz antigua

ignorante de los densos jugos amargos.

La adivino lamiendo mis pies

bajo los frágiles helechos mojados.

¡Ay voz antigua de mi amor,

ay voz de mi verdad,

ay voz de mi abierto costado,

cuando todas las rosas manaban de mi lengua

y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo!

Estás aquí bebiendo mi sangre,

bebiendo mi humor de niño pesado,

mientras mis ojos se quiebran en el viento

con el aluminio y las voces de los borrachos.

Déjame pasar la puerta

donde Eva come hormigas

y Adán fecunda peces deslumbrados.

Déjame pasar, hombrecillo de los cuernos,

al bosque de los desperezos

y los alegrísimos saltos.

Yo sé el uso más secreto

que tiene un viejo alfiler oxidado

y sé del horror de unos ojos despiertos

sobre la superficie concreta del plato.

Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina,

quiero mi libertad, mi amor humano

en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera.

¡Mi amor humano!

Esos perros marinos se persiguen

y el viento acecha troncos descuidados.

¡Oh voz antigua, quema con tu lengua

esta voz de hojalata y de talco!

Quiero llorar porque me da la gana

como lloran los niños del último banco,

porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,

pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.

Quiero llorar diciendo mi nombre,

rosa, niño y abeto a la orilla de este lago,

para decir mi verdad de hombre de sangre

matando en mí la burla y la sugestión del vocablo.

No, no, yo no pregunto, yo deseo,

voz mía libertada que me lames las manos.

En el laberinto de biombos es mi desnudo el que recibe

la luna de castigo y el reloj encenizado.

Así hablaba yo.

Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes

y la bruma y el Sueño y la Muerte me estaban buscando.

Me estaban buscando

allí donde mugen las vacas que tienen patitas de paje

y allí donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios.

Preciosa y el aire

Su luna de pergamino

Preciosa tocando viene

por un anfibio sendero

de cristales y laureles.

El silencio sin estrellas,

huyendo del sonsonete,

cae donde el mar bate y canta

su noche llena de peces.

En los picos de la sierra

los carabineros duermen

guardando las blancas torres

donde viven los ingleses.

Y los gitanos del agua

levantan por distraerse

glorietas de caracoles

y ramas de pino verde.

*

Su luna de pergamino

Preciosa tocando viene.

Al verla se ha levantado

el viento que nunca duerme.

San Cristobalón desnudo,

lleno de lenguas celestes,

mira a la niña tocando

una dulce gaita ausente.

Niña, deja que levante

tu vestido para verte.

Abre en mis dedos antiguos

la rosa azul de tu vientre.

*

Preciosa tira el pandero

y corre sin detenerte.

El viento-hombrón la persigue

con una espada caliente.

Frunce su rumor el mar.

Los olivos palidecen.

Cantan las flautas de umbría

y el liso gong de la nieve.

¡ Preciosa, corre, preciosa,

que te coge el viento verde!

¡Preciosa, corre, Preciosa!

¡Míralo por donde viene!

Sátiro de estrellas bajas

con sus lenguas relucientes.

*

Preciosa, llena de miedo,

entre en la casa que tiene,

más arriba de los pinos,

el cónsul de los ingleses.

Asustados por los gritos

tres carabineros vienen,

sus negras capas ceñidas

y los gorros en las sienes.

El inglés da a la gitana

un vaso de tibia leche,

y una copa de ginebra

que Preciosa no se bebe.

Y mientras cuenta, llorando,

su aventura a aquella gente,

en las tejas de pizarra

el viento, furioso, muerde.

Quiero llorar mi pena y te lo digo…

Quiero llorar mi pena y te lo digo

para que tú me quieras y me llores

en un anochecer de ruiseñores,

con un puñal, con besos y contigo.

Quiero matar al único testigo

para el asesinato de mis flores

y convertir mi llanto y mis sudores

en eterno montón de duro trigo.

Que no se acabe nunca la madeja

del te quiero me quieres, siempre ardida

con decrépito sol y luna vieja.

Que lo que no me des y no te pida

será para la muerte, que no deja

ni sombra por la carne estremecida.

Remansillo

Me miré en tus ojos,

pensando en tu alma.

Adelfa blanca.

Me miré en tus ojos,

pensando en tu boca.

Adelfa roja.

Me miré en tus ojos.

¡Pero estabas muerta!

Adelfa negra.

Romance de la Guardia Civil española

A Juan Guerrero

Cónsul General de la Poesía

Los caballos negros son.

Las herraduras son negras.

Sobre las capes relucen

manchas de tinta y de cera.

Tienen, por eso no lloran,

de plomo las calaveras.

Con el alma de charol

vienen por la carretera.

Jorobados y nocturnos,

por donde animan ordenan

silencios de goma oscura

y miedos de fina arena.

Pasan, si quieren pasar,

y ocultan en la cabeza

una vaga astronomía

de pistolas inconcretas.

¡Oh ciudad de los gitanos!

En las esquinas banderas.

La luna y la calabaza

con las guindas en conserva.

¡Oh ciudad de los gitanos!

¿Quién te vio y no te recuerda?

Ciudad de dolor y almizcle,

con las torres de canela.

Cuando llegaba la noche,

noche que noche nochera,

los gitanos en sus fraguas

forjaban soles y flechas.

Un caballo malherido,

llamaba a todas las puertas.

Gallos de vidrio cantaban

por Jerez de la Frontera.

El viento, vuelve desnudo

la esquina de la sorpresa,

en la noche platinoche

noche, que noche nochera.

La Virgen y San José,

perdieron sus castañuelas,

y buscan a los gitanos

para ver si las encuentran.

La Virgen viene vestida

con un traje de alcaldesa

de papel de chocolate

con los collares de almendras.

San José mueve los brazos

bajo una capa de seda.

Detrás va Pedro Domecq

con tres sultanes de Persia.

La media luna, soñaba

un éxtasis de cigüeña.

Estandartes y faroles

invaden las azoteas.

Por los espejos sollozan

bailarinas sin caderas.

Agua y sombra, sombra y agua

por Jerez de la Frontera.

¡Oh ciudad de los gitanos!

En las esquinas banderas.

Apaga tus verdes luces

que viene la benemérita.

¡Oh ciudad de los gitanos!

¿Quién te vio y no te recuerda?

Dejadla lejos del mar, sin

peines para sus crenchas.

Avanzan de dos en fondo

a la ciudad de la fiesta.

Un rumor de siemprevivas

invade las cartucheras.

Avanzan de dos en fondo.

Doble nocturno de tela.

El cielo, se les antoja,

una vitrina de espuelas.

La ciudad libre de miedo,

multiplicaba sus puertas.

Cuarenta guardias civiles

entran a saco por ellas.

Los relojes se pararon,

y el coñac de las botellas

se disfrazó de noviembre

para no infundir sospechas.

Un vuelo de gritos largos

se levantó en las veletas.

Los sables cortan las brisas

que los cascos atropellan.

Por las calles de penumbra

huyen las gitanas viejas

con los caballos dormidos

y las orzas de monedas.

Por las calles empinadas

suben las capas siniestras,

dejando atrás fugaces

remolinos de tijeras.

En el portal de Belén

los gitanos se congregan.

San José, lleno de heridas,

amortaja a una doncella.

Tercos fusiles agudos

por toda la noche suenan.

La Virgen cura a los niños

con salivilla de estrella.

Pero la Guardia Civil

avanza sembrando hogueras,

donde joven y desnuda

la imaginación se quema.

Rosa la de los Camborios,

gime sentada en su puerta

con sus dos pechos cortados

puestos en una bandeja.

Y otras muchachas corrían

perseguidas por sus trenzas,

en un aire donde estallan

rosas de pólvora negra.

Cuando todos los tejados

eran surcos en la sierra,

el alba meció sus hombros

en largo perfil de piedra.

¡Oh ciudad de los gitanos!

La Guardia Civil se aleja

por un túnel de silencio

mientras las llamas te cercan.

¡Oh ciudad de los gitanos!

¿Quién te vio y no te recuerda?

Que te busquen en mi frente.

Juego de luna y arena.

Romance de la luna, luna

A Conchita García Lorca

La luna vino a la fragua

Con su polisón de nardos.

El niño la mira, mira.

El niño la está mirando.

En el aire conmovido

mueve la luna sus brazos

y enseña, lúbrica y pura,

sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.

Si vinieran los gitanos,

habrían con tu corazón

collares y anillos blancos.

Niño, déjame que baile.

Cuando vengan los gitanos,

te encontrarán sobre el yunque

con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,

que ya siento sus caballos.

-Niño, déjame, no pises

mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba

tocando el tambor del llano.

Dentro de la fragua el niño

tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,

bronce y sueño, los gitanos.

Las cabezas levantadas

y los ojos entornados.

Cómo canta la zumaya,

¡ay, como canta en el árbol!

por el cielo va la luna

con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,

dando gritos, los gitanos.

El aire la vela, vela.

El aire la está velando.

Romance de la pena negra

Las piquetas de los gallos

cavan buscando la aurora,

cuando por el monte oscuro

baja Soledad Montoya.

Cobre amarillo, su carne

huele a caballo y a sombra.

Yunques ahumados sus pechos,

gimen canciones redondas.

Soledad, ¿Por quién preguntas

sin compaña y a estas horas?

Pregunte por quien pregunte,

dime: ¿a ti qué se te importa?

Vengo a buscar lo que busco,

mi alegría y mi persona.

Soledad de mis pesares,

caballo que se desboca,

al fin encuentra la mar

y se lo tragan las olas.

No me recuerdes el mar,

que la pena negra, brota

en las tierras de aceituna

bajo el rumor de las hojas.

¡Soledad, qué pena tienes!

¡Qué pena tan lastimosa!

Lloras zumo de limón

agrio de espera y de boca.

¡Qué pena tan grande! Corro

mi casa como una loca,

mis dos trenzas por el suelo,

de la cocina a la alcoba.

¡Qué pena! Me estoy poniendo

de azabache, carne y ropa.

¡Ay, mis camisas de hilo!

¡Ay, mis muslos de amapola!

Soledad: lava tu cuerpo

con agua de alondras,

y deja tu corazón

en paz, Soledad Montoya.

Por abajo canta el río:

volante de cielo y hojas.

Con flores de calabaza,

la nueva luz se corona.

¡Oh pena de los gitanos!

Pena limpia y siempre sola.

¡Oh pena de cauce oculto

y madrugada remota!

Romance sonámbulo

Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre el mar

y el caballo en la montaña.

Con la sombra en la cintura

ella sueña en su baranda,

verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Verde que te quiero verde.

Bajo la luna gitana,

las cosas la están mirando

y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.

Grandes estrellas de escarcha,

vienen con el pez de sombra

que abre el camino del alba.

La higuera flota su viento

con la lija de sus ramas,

y el monte, gato garduño,

eriza sus pitas agrias.

Pero ¿quién vendrá? ¿Y por donde…?

Ella sigue en su baranda,

verde carne, pelo verde,

soñando en la mar amarga.

Compadre, quiero cambiar

mi caballo por su casa,

mi montura por su espejo,

mi cuchillo por su manta.

Compadre, vengo sangrando,

desde los puertos de Cabra.

Si yo pudiera, mocito,

este trato se cerraba.

Pero yo ya no soy yo.

Ni mi casa es ya mi casa.

Compadre, quiero morir

decentemente en mi cama.

De acero, si puede ser,

con las sábanas de holanda.

¿No veis la herida que tengo

desde el pecho a la garganta?

Trescientas rosas morenas

lleva tu pechera blanca.

Tu sangre rezuma y huele

alrededor de tu faja.

Pero yo ya no soy yo.

Ni mi casa es ya mi casa.

Dejadme subir al menos

hasta las altas barandas,

¡dejadme subir!, dejadme

hasta las verdes barandas.

Barandales de la luna

por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres

hacia las altas barandas.

Dejando un rastro de sangre.

Dejando un rastro de lágrimas.

Temblaban en los tejados

farolillos de hojalata.

Mil panderos de cristal

herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,

verde viento verde ramas.

Los dos compadres subieron.

El largo viento, dejaba

en la boca un raro gusto

de hiel, de menta y de albahaca.

¡Compadre! ¿Dónde está, dime?

¿Dónde está tu niña amarga?

¡Cuántas veces te esperó!

¡Cuántas veces te esperara,

cara fresca, negro pelo,

en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe

se mecía la gitana.

Verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Un carámbano de luna

la sostiene sobre el agua.

La noche se puso íntima

como una pequeña plaza.

Guardias civiles borrachos

en la puerta golpeaban.

Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre la mar.

Y el caballo en la montaña.

Serenata de Belisa

Por las orillas del río

se está la noche mojando

en los pechos de Lolita

se mueren de amor los ramos.

¡Se mueren de amor los ramos!

La noche canta desnuda

sobre los puentes de marzo.

Belisa lava su cuerpo

con agua salobre y nardos.

¡Se mueren de amor los ramos!

La noche de anís y plata

relumbra por los tejados.

Playas de arroyos y espejos

anís de tus muslos blancos.

¡Se mueren de amor los ramos!

Soneto

El viento explora cautelosamente

qué viejo tronco tenderá mañana.

El viento: con la luna en su alta frente

escrito por el pájaro y la rana.

El cielo se colora lentamente,

una estrella se muere en la ventana

y en las sombras tendidas del naciente

luchan mi corazón y su manzana.

El viento como arcángel sin historia

tendrá sobre el gran álamo que espía,

después de largo acecho, la victoria,

mientras mi corazón, en la luz fría,

frente al vago espejismo de la Gloria,

lucha sin descifrar el alma mía.

Soneto de la dulce queja

Tengo miedo a perder la maravilla

de tus ojos de estatua, y el acento

que de noche me pone en la mejilla

la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla

tronco sin ramas; y lo que más siento

es no tener la flor, pulpa o arcilla,

para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,

si eres mi cruz y mi dolor mojado,

si soy el perro de tu señorío,

no me dejes perder lo que he ganado

y decora las aguas de tu río

con hojas de mi otoño enajenado.

Soneto de la guirnalda de rosas

¡Esa guirnalda! ¡pronto! ¡que me muero!

¡Teje deprisa! ¡canta! ¡gime! ¡canta!

que la sombra me enturbia la garganta

y otra vez viene y mil la luz de enero.

Entre lo que me quieres y te quiero,

aire de estrellas y temblor de planta,

espesura de anémonas levanta

con oscuro gemir un año entero.

Goza el fresco paisaje de mi herida,

quiebra juncos y arroyos delicados.

Bebe en muslo de miel sangre vertida.

Pero ¡pronto! Que unidos, enlazados,

boca rota de amor y alma mordida,

el tiempo nos encuentre destrozados.

Soneto gorgorino

Este pichón del Turia que te mando,

de dulces ojos y de blanca pluma,

sobre laurel de Grecia vierte y suma

llama lenta de amor do estoy parando.

Su cándida virtud, su cuello blando,

en limo doble de caliente espuma,

con un temblor de escarcha, perla y bruma

la ausencia de tu boca está marcando.

Pasa la mano sobre su blancura

y verás qué nevada melodía

esparce en copos sobre tu hermosura.

Así mi corazón de noche y día,

preso en la cárcel del amor oscuro,

llora sin verte su melancolía.

Thamar y Amnón

Para Alfonso García Valdecasas

La luna gira en el cielo

sobre las tierras sin agua

mientras el verano siembra

rumores de tigre y llama.

Por encima de los techos

nervios de metal sonaban.

Aire rizado venía

con los balidos de lana.

La tierra se ofrece llena

de heridas cicatrizadas,

o estremecida de agudos

cauterios de luces blancas.

Thamar estaba soñando

pájaros en su garganta,

al son de panderos fríos

y cítaras enlunadas.

Su desnudo en el alero,

agudo norte de palma,

pide copos a su vientre

y granizo a sus espaldas.

Thamar estaba cantando

desnuda por la terraza.

Alrededor de sus pies,

cinco palomas heladas.

Amnón delgado y concreto,

en la torre la miraba,

llenas las ingles de espuma

y oscilaciones la barba.

Su desnudo iluminado

se tendía en la terraza,

con un rumor entre dientes

de flecha recién clavada.

Amnón estaba mirando

la luna redonda y baja,

y vio en la luna los pechos

durísimos de su hermana.

Amnón a las tres y media

se tendió sobre la cama.

Toda la alcoba sufría

con sus ojos llenos de alas.

La luz maciza, sepulta

pueblos en la arena parda,

o descubre transitorio

coral de rosas y dalias.

Linfa de pozo oprimida

brota silencio en las jarras.

En el musgo de los troncos

la cobra tendida canta.

Amnón gime por la tela

fresquísima de la cama.

Yedra del escalofrío

cubre su carne quemada.

Thamar entró silenciosa

en la alcoba silenciada,

color de vena y Danubio,

turbia de huellas lejanas.

-Thamar, bórrame los ojos

con tu fija madrugada.

Mis hilos de sangre tejen

volantes sobre tu falda.

-Déjame tranquila, hermano.

Son tus besos en mi espalda

avispas y vientecillos

en doble enjambre de flautas.

-Thamar, en tus pechos altos

hay dos peces que me llaman

y en las yemas de tus dedos

rumor de rosa encerrada.

Los cien caballos del rey

en el patio relinchaban.

Sol en cubos resistía

la delgadez de la parra.

Ya la coge del cabello,

ya la camisa le rasga.

Corales tibios dibujan

arroyos en rubio mapa.

¡Oh, qué gritos se sentían

por encima de las casas!

Qué espesura de puñales

y túnicas desgarradas.

Por las escaleras tristes

esclavos suben y bajan.

Émbolos y muslos juegan

bajo las nubes paradas.

Alrededor de Thamar

gritan vírgenes gitanas

y otras recogen las gotas

de su flor martirizada.

Paños blancos, enrojecen

en las alcobas cerradas.

Rumores de tibia aurora

pámpanos y peces cambian.

Violador enfurecido,

Amnón huye con su jaca.

Negros le dirigen flechas

en los muros y atalayas.

Y cuando los cuatro cascos

eran cuatro resonancias,

David con unas tijeras

cortó las cuerdas del arpa.

Veleta

Viento del Sur,

moreno, ardiente,

llegas sobre mi carne,

trayéndome semilla

de brillantes

miradas, empapado

de azahares.

Pones roja la luna

y sollozantes los álamos cautivos, pero vienes

¡demasiado tarde!

¡ya he enrollado la noche de mi cuento

en el estante!

Sin ningún viento,

¡hazme caso!

gira, corazón;

gira, corazón.

Aire del Norte,

¡oso blanco del viento!

llegas sobre mi carne

tembloroso de auroras

boreales,

con tu capa de espectros

capitanes,

y riyéndote a gritos

del Dante,

¡oh pulidor de estrellas!

pero vienes demasiado tarde.

Mi armario está musgoso

y he perdido la llave.

Sin ningún viento,

¡hazme caso!

gira, corazón;

gira, corazón.

Brisas, gnomos y vientos

de ninguna parte.

Mosquitos de la rosa

de pétalos pirámides.

Alisios destetados

entre los rudos árboles,

flautas en la tormenta,

¡dejadme!

tiene recias cadenas

mi recuerdo,

y está cautiva el ave

que dibuja con trinos

la tarde.

Las cosas que se van no vuelven nunca

todo el mundo lo sabe,

y entre el claro gentío de los vientos

es inútil quejarse. ,

¿Verdad, chopo, maestro de la brisa?

¡es inútil quejarse!

Sin ningún viento,

¡hazme caso!

gira, corazón;

gira, corazón.

Julio de 1920, Fuente Vaqueros, Granada.

Venus

A la señorita Argemira López

que no me quiso.

Efectivamente

tienes dos grandes senos

y un collar de perlas

en el cuello.

Un infante de bruma

te sostiene el espejo.

Aunque estás muy lejana,

yo te veo

llevar la mano de iris

a tu sexo,

y arreglar indolente

el almohadón del cielo.

Te miramos con lupa

yo y el Renacimiento.