Cuenca, Luis Alberto de

Reseña biográfica

Poeta, traductor y ensayista español nacido en Madrid en 1950.

Interrumpió los estudios de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid para licenciarse en Filología Clásica. Es un miembro destacado de los poetas de su generación, caracterizado por cultivar tanto las formas clásicas como modernas, evolucionando hacia fórmulas personales que le han valido el reconocimiento de la crítica literaria.

Fue director de la Biblioteca Nacional y Secretario de Cultura del gobierno español, obtuvo el Premio de la Crítica con «La caja de plata» en 1985 y el Premio Nacional de Traducción con el «Cantar de Valtario» en 1987.

De su obra poética también merecen destacarse, «Los retratos» 1971, «Elsinore» 1972, «Scholia» 1978, «Necrofilia» 1983, «El otro sueño» 1987 y «El hacha y la rosa» 1993. «Sin miedo ni esperanza recoge, en seis partes, sesenta poemas escritos entre 1996 y 2002 y su poesía completa hasta 1996, está contenida en «Los mundos y los días»

De “Elsinore” 1972

1. El mensajero

a fernando González de Canales

-No lo revelaré. Te lo juro.

* * *

2. Farewell

Entre las ramas de tu cuerpo

no puedo ver el mar,

amor.

Palomas y abedules.

Embarcar de grumete en un barco negrero

con el alba.

* * *

3. La chica de las mil caras

Todo tu cuerpo es un inmenso brote de espinas,

pero las aves siguen comiendo en tus manos

y cantan en el bosque como si nada.

Por las noches me enseñas el universo:

hoy han sido las costas de Islandia,

la Edda de Snorri y la promesa de Winland.

Como tu cuerpo está erizado de agujas,

necesito almohadones para amarte;

luego despierto enganchado a tus labios,

cuando el sol es un punto negro en el cielo.

Si hablas, tu voz es una cascada

que arrastra cadáveres y policías de uniforme.

Hablas en verso, como Ovidio y Lope,

como el precoz escaldo Egil Skallagrimsson.

A veces te interrumpo. Tus besos llevan oro,

como las Noches de Stevenson o de Mardrus.

Son algo tan brillante. Como una nueva infancia.

No sé si tu destino es catalogar manuscritos,

si has sido bibliotecaria en Alejandría.

Un día vi cómo perseguías a un jabalí en Dordoña

(esa noche soñé con el Monarca Oscuro).

Podría hacerte un lecho de lirios o de rosas,

aunque preferiría cubrirte de alacranes.

Luego descifraríamos papiros mágicos y emblemas.

No sé cómo decirte lo mucho que te amo.

Hace siglos que desaparecieron los torneos.

Jesús sigue muriendo cada día. Hasta cuándo.

Pero Clodoveo decía que el Gólgota no sería famoso

si él hubiese estado allí, en Jerusalén, con sus francos…

Antes leíamos novelas bizantinas, escuchábamos discos,

no encendías jamás la luz en el desván.

Me parecía haber vivido dos veces los momentos

y bebía del suave terminarse de tus ojos.

Algunos dioses se nos antojaban ridículos:

Júpiter, por ejemplo, todos los que mandaban.

Pero las ninfas de las fuentes, los elfos, los dragones,

Mae West y Miriam Hopkins compensaban la perdida.

Hacer versos, nadar, dar de comer a un pájaro,

ejercer de sportwoman como Diana Palmer.

Buscábamos tesoros en el jardín de tus abuelos,

bajo ese sol de Heráclito que sigue sin ponerse,

con una Jolly Roger ceñida a la cintura,

saqueando glorietas y naufragando en la piscina.

Y ahora que está aquí, mi amor,

tú que eres todas las mujeres,

no sé si voy a ser capaz

de recordarte y recordarme.

Todos vivimos, a la postre,

en una especie de prisión

de la que no podemos salir,

en la que nadie puede entrar.

Pero consta en el Libro Único

que, a pesar de espinas y agujas,

nos amamos alguna vez

y nos amaremos tú y yo.

“Elsinore” 1972

De “Scholia” 1978:

1. El campesino y la princesa

Embrujado jardín.

En un estanque,

desnuda,

te recojo.

Me parece que tengo entre los brazos

otro jardín.

* * *

2. Idilio

Dice la dama: «El frío ya no hiere mi cuerpo.

Llega una primavera que no funde la nieve

ni licúa los ríos. Primavera de brazos

y músculos y sables y dentelladas dulces.

Bajo un cálido sueño masculino me olvido.

Y en mi olvido se olvidan mis doncellas y el mundo,

lo que fui y lo que soy, mi nombre y sus aristas.»

Él: «Comienza en tus ojos un combate sin tregua.

Vencida, eres el fuego. Victoriosa, la llama.

Nunca el crimen sagrado me pareció tan bello.»

* * *

3. Pitonisa floral

He preguntado a las orquídeas

-dominaba el perfecto sopor del mediodía-

si tus cabellos eran sierpes

o sílabas de fuego adormecido.

* * *

4. Tus ojos

Y tus ojos, tus pétalos de luz,

aquellos ojos que resumían el estío,

vasijas de pureza,

agonizan de sombra en su prisión de nieve

y de silencio.

El mundo es una catedral helada.

“Scholia” 1978

De “Necrofilia” 1983:

1. Cómo te defiendes de mí

Cómo te defiendes de mí.

Cómo resistes,

desde la torre de la ausencia,

agitando el pañuelo para siempre,

sin forma ni color,

humo tan sólo,

aérea y rígida en tu nube,

diciendo adiós al mundo y a mis brazos,

muerta y levísima.

Cómo te defiendes de mí.

Cómo, al fin, me derrotas

y me sepultas, también a mí,

en la tumba sin flores del olvido,

donde mis huesos no conozcan

la senda de tu cobardía.

* * *

2. El fantasma

Cómeme y, con mi cuerpo en tu boca,

hazte mucho más grande

o infinitamente más pequeña.

Envuélveme en tu pecho.

Bésame.

Pero nunca me digas la verdad.

Nunca me digas: «Estoy muerta.

no abrazas más que un sueño»

* * *

3. La vela

Una vela es el deseo.

Está encendida. Ilumina

la habitación. En los muros

hay desgarraduras viejas.

La vela baila. Se cierne

sobre el espacio. Divide

la sombra en dos. El deseo

tiene pulmones de cera.

Y es el ahogo. Las cosas

bajo llave. Las palabras

no dichas. Burbujas. Brillos.

Alas rotas. Labios muertos.

O tu pecho: todo es cera.

Siempre en luz. Sobre el silencio

extiende su brasa el ojo.

Las paredes tienen grietas,

salpicaduras recientes.

Y ellos se alejan. Ignoran.

No saben qué hacer. No saben

dónde esconderse. Son otros.

Sombras de la misma vela.

“Necrofilia” 1983

De “La caja de plata” 1985:

1. Amour Fou

Los reyes se enamoran de sus hijas más jóvenes,

Lo deciden un día, mientras los cortesanos

discuten sobre el rito de alguna ceremonia

que se olvidó y que debe regresar del olvido.

Los reyes se enamoran de sus hijas, las aman

con látigos de hielo, posesivos, feroces,

obscenos y terribles, agonizantes, locos.

Para que nadie pueda desposarlas, plantean

enigmas insolubles a cuantos pretendientes

aspiran a la mano de las princesas. Nunca

se vieron tantos príncipes degollados en vano.

Los reyes se aniquilan con sus hijas más jóvenes,

se rompen, se destrozan cada noche en la cama.

De día, ellas se alejan en las naves del sueño

y ellos dictan las leyes, solemnes y sombríos.

* * *

2. Casada

En el hombro la herida me latía

como un segundo corazón. Si a ella

le dolía también, no me lo dijo.

La puerta se cerró. Por un momento

nos abrazamos, y eso era la vida.

Pero volvió el dolor, volvió la niebla

sobre mis ojos y frente a mis labios.

Y volverían dudas y reproches,

y la herida del hombro, y su marido.

* * *

3. Cuando vivías en La Castellana

Cuando vivías en la Castellana

usabas un perfume tan amargo

que mis manos sufrían al rozarte

y se me ahogaban de melancolía.

Si íbamos a cenar, o si las gordas

daban alguna fiesta, tu perfume

lo echaba a perder todo. No sé dónde

compraste aquel extracto de tragedia,

aquel ácido aroma de martirio.

Lo que sé es que lo huelo todavía

cuando paseo por la Castellana

muerto de amor, junto al antiguo hipódromo,

y me sigue matando su veneno.

* * *

4. Conversación

Cada vez que te hablo, otras palabras

escapan de mi boca, otras palabras.

No son mías. Proceden de otro sitio.

Me muerden en la lengua. Me hacen daño.

Tienen, como las lanzas de los héroes,

doble filo, y los labios se me rompen

a su contacto, y cada vez que surgen

de dentro -0 de muy lejos, o de nunca-,

me fluye de la boca un hilo tibio

de sangre que resbala por mi cuerpo.

Cada vez que te hablo, otras palabras

hablan por mí, como si ya no hubiese

nada mío en el mundo, nada mío

en el agotamiento interminable

de amarte y de sentirme desamado.

* * *

5. Dedicatoria

La tierra estaba seca.

No había ríos ni fuentes.

Y brotó de tus ojos

el agua, toda el agua.

* * *

6. Deseada

Era su turno. Cuidadosamente

dobló la gabardina sobre el brazo.

Se echó el pelo hacia atrás, y su mirada

se cruzó con la mía. Con los ojos

le devolví la calma. Se marchaba,

pero regresaría, y todo aquello

terminaría bien. Cerró la puerta.

Yo me quedé sentado, acariciando,

tembloroso, su ropa interior verde.

* * *

7. Nocturno

Apagaste las luces y encendiste la noche.

Cerraste las ventanas y abriste tu vestido.

Olía a flor mojada. Desde un país sin límites

me miraban tus ojos en la sombra infinita.

¿Y a qué olían tus ojos? ¿Qué perfume de oro

y de agua limpia y pura brotaba de tus párpados?

¿Que invisible temblor de cristales de fuego

agitaba la seda lunar de tus pupilas?

Recamaste la almohada con hilos de azabache.

Tejiste sobre el sueño un velo de blancura.

Eras la rosa pálida tiñéndose de rojo,

la rosa del veneno que devuelve la vida.

La blusa, el abanico, una pluma violeta,

el broche con la perla y el diamante en el pecho.

Todo abierto y en paz, transparente y oscuro,

sin dolor, navegando rumbo a tus manos frías.

* * *

8. Soneto

El editor Francisco Arellano, disfrazado de

Humprey Bogart, tranquiliza al poeta en un

momento de ansiedad, recordándole un pasaje

de Píndaro, Pípticas VIII 96

Sin mujer, sin amigos, sin diner,

loco por una loca bailarina,

me encontraba yo anoche en una esquina

que se dobla y conduce al matadero.

Se reflejó una luz en el letrero

de la calle, testigo de mi ruina,

y de un coche surgió una gabardina

y los ojos de un tipo con sombrero.

Se acercaba, venía a hablar conmigo.

Mi aburrido dolor le interesaba.

Con tal de que no fuese un policía…

«Somos el sueño de una sombre, amigo»,

me dijo. y era bogart, y me amaba;

y era Paco Arellano, y me quería.

De La caja de plata

De “El otro sueño” 1987:

1. Este aroma no es tuyo

Este aroma no es tuyo.

No es el olor tan suave de tus manos,

ni el perfume que anuncia tu llegada.

Tampoco viene de la infancia,

ni trae consigo imágenes de jardines remotos.

Tan sólo es el aroma de la sangre vertida

entre las páginas de un libro

sobre la guerra en la Edad Media.

Llevo toda la tarde sumergido

en ese olor de fiesta y de coraje.

* * *

2. La noche blanca

Cuando la sombra cae, se dilatan tus ojos,

se hincha tu pecho joven y tiemblan las aletas

de tu nariz, mordidas por el dulce veneno,

y, terrible y alegre, tu alma se despereza.

Qué blanca está la noche del placer. Cómo invita

a cambiar estas manos por garras de pantera

y dibujar con ellas en tu cuerpo desnudo

corazones partidos por delicadas flechas.

Nieva sobre el espejo de las celebraciones

y la nieve eterniza el festín de tus labios.

Todo es furia y sonido de amor en esta hora

que beatifica besos y canoniza abrazos.

Para ti, pecadora, escribo cuando el alba

me baña en su luz pálida y tú ya te has marchado.

Por ti, cuando el rocío bautiza las ciudades,

tomo la pluma, lleno de tu recuerdo, y ardo.

* * *

3. Los dedos de la aurora

Entraban en mi alcoba sin llamar a la puerta,

deshojando en el aire la flor de su perfume.

Los oía arrastrarse, leves, hasta la alfombra.

Trepaban a la cama y luego, entre las sábanas,

me anunciaban el día con sutiles caricias.

* * *

4. Los gigantes de hielo

Han vuelto los Gigantes de Hielo a visitarme.

No en sueños. A la luz del día. Con los yelmos

relucientes y el rostro selvático y maligno.

Tenía tanto miedo que no supe decirles

que te habías marchado. Lo registraron todo,

maldiciendo la hora en que Dios creó el mundo,

jurando por los dientes del Lobo y por las fauces

del Dragón, escupiendo terribles amenazas,

blasfemando y rompiendo los libros y los discos.

Al ver que tú no estabas se fueron, no sin antes

anunciar que darían con tu nuevo escondite

y serías su esclava hasta el fin de los tiempos.

Donde estés, amor mío, no les abras la puerta.

Aunque se hagan pasar por hombres de mi guardia

y afirmen que soy yo quien los envía.

* * *

5. Mal de ausencia

Desde que tú te fuiste, no sabes qué despacio

pasa el tiempo en Madrid. He visto una película

que ha terminado apenas hace un siglo. No sabes

qué lento corre el mundo sin ti, novia lejana.

Mis amigos me dicen que vuelva a ser el mismo,

que pudre el corazón tanta melancolía,

que tu ausencia no vale tanta ansiedad inútil,

que parezco un ejemplo de subliteratura.

Pero tú te has llevado mi paz en tu maleta,

los hilos del teléfono, la calle en la que vivo.

Tú has mandado a mi casa tropas ecologistas

a saquear mi alma contaminada y triste.

Y, para colmo, sigo soñando con gigantes

y contigo, desnuda, besándoles las manos.

Con dioses a caballo que destruyen Europa

y cautiva te guardan hasta que yo esté muerto.

* * *

6. Soneto del amor oscuro

La otra noche, después de la movida,

en la mesa de siempre me encontraste

y, sin mediar palabra, me quitaste

no sé si la cartera o si la vida.

Recuerdo la emoción de tu venida

y, luego, nada más. ¡Dulce contraste,

recordar el amor que me dejaste

y olvidar el tamaño de la herida!

Muerto o vivo, si quieres más dinero,

date una vuelta por la lencería

y salpica tu piel de seda oscura.

Que voy a regalarte el mundo entero

si me asaltas de negro, vida mía,

y me invaden tu noche y tu locura.

“El otro sueño” 1987

De “El hacha y la rosa” 1993:

1. Bienvenida

Bienvenida al palacio de la duda,

a la casa del miedo.

Cómo echaban de menos tus pisadas

las baldosas del barrio.

* * *

2. El desayuno

Me gustas cuando dices tonterías,

cuando metes la pata, cuando mientes,

cuando te vas de compras con tu madre

y llego tarde al cine por tu culpa.

Me gustas más cuando es mi cumpleaños

y me cubres de besos y de tartas,

o cuando eres feliz y se te nota,

o cuando eres genial con una frase

que lo resume todo, o cuando ríes

(tu risa es una ducha en el infierno),

o cuando me perdonas un olvido.

Pero aún me gustas más, tanto que casi

no puedo resistir lo que me gustas,

cuando, llena de vida, te despiertas

y lo primero que haces es decirme:

«Tengo un hambre feroz esta mañana.

Voy a empezar contigo el desayuno».

* * *

3. El espejismo

Alguien me dijo que se había ido

fuera de la ciudad. Y volví a verla

cuando no estaba ya. Volví a entregarme

al dolor de sentir su lejanía

y a la añoranza de sus movimientos.

Volvió a decirme en sueños que me amaba

y a protagonizar mis pesadillas.

Volví a verla denuda entre mis brazos.

Volví a verme desnudo entre los suyos.

* * *

4. El olvido

La olvidé. Por completo. Para siempre

(o eso creía entonces). Me cruzaba

con ella por la calle y no era ella

quien se paraba ante un escaparate

de ropa deportiva, no era ella

quien compraba el periódico en un quiosco

y se perdía entre la muchedumbre.

Como si hubiera muerto. No era ella.

Su nombre era el de todas las mujeres.

* * *

5. La flor blanca

Entraban en silencio el invitado,

la mujer de su amigo y la flor blanca.

Estaban en silencio. Y el espacio

de su amor era blanco y silencioso,

como la flor que lo representaba.

Y aquel silencio era deseo y culpa,

traición amarga, dulce desafío,

y había en él angustia y esperanza,

y era la plenitud, y el desengaño.

* * *

6. La llamada

La noche había sido muy larga y muy oscura.

Quería oír tu voz. Que tus dulces palabras

me trajeran un poco de calma. Que el cariño

que sentías por mí viajara por teléfono

hacia mi corazón maltrecho y derrotado.

Quería oír tu voz y oí la de tu amante.

* * *

7. Un amor imposible

Te he encontrado en la calle

y, luego, hemos cenado juntos.

Te lo he dicho otra vez:

mi vida quiere ser lo que llamaba Bowra

“the pursuit of honour through risk”.

Y tu sonrisa se transforma

en una mueca obscena,

y sigues sin saber qué es el pudor.

Antes de medianoche

estabas muerta ya, amor mío.

“El hacha y la rosa” 1993

De “Por fuertes y fronteras” 1996:

1. Collige, virgo, rosas

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.

Córtalas a destajo, desaforadamente,

sin pararte a pensar si son malas o buenas.

Que no quede ni una. Púlele los rosales

que encuentres a tu paso y deja las espinas

para tus compañeras de colegio. Disfruta

de la luz y del oro mientras puedas y rinde

tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico

que va por los jardines instilando veneno.

Goza labios y lengua, machácate de gusto

con quien se deje y no permitas que el otoño

te pille con la piel reseca y sin un hombre

(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.

Y que la negra muerte te quite lo bailado.

* * *

2. De tanto amarte y tanto no quererte

De tanto amarte y tanto no quererte

te has cansado de mí y de mis locuras

y le has prendido fuego a nuestra historia.

Tu ropa no perfuma ya la casa.

No queda una palabra de cariño

suspendida en el aire, ni una hebra

de azabache en la almohada. Sólo flores

secas entre las páginas del libro

de nuestro amor, y cálices de angustia,

y un delirio de sombras en la calle.

* * *

3. El resplandor

la luz proyecta un resplandor perlado

sobre la pendiente de tus senos,

apenas contenidos en la escasa

pechera de tu vestido. Un rtesplandor

que viene de otro tiempo y de otro sitio

y que sigue brillando todavía.

* * *

4. Qué complaciente estabas, amor mío, en la pesadilla

El problema no es tener que abandonarlo

todo a cambio de ti.

El problema es tener que abandonarte a ti

a cambio de un fantasma.

Son las cosas que ocurren cuando sueñas que vuelve

la mujer que no ha de volver.

* * *

5. Voy a escribir un libro

Voy a escribir un libro que hable de las (poquísimas)

mujeres de mi vida. De mi primera novia,

me enseñó el amor y las puertas secretas

del cielo y del infierno; de Isabel, que se fue

al país de los sueños con el pequeño Nemo,

porque aquí lo pasaba fatal; de Margarita,

recordando unos jeans blancos y unos lunares

estratégicamente dispuestos; de Ginebra,

que le dejó a Lanzarote plantado por mi culpa

y fundó una familia respetable a mi costa;

de Susana, que sigue tan guapa como entonces;

de Macarena, un dulce que me amargó la vida

dos veranos enteros; de Carmen, que era bruja

y veía el futuro con ojos de muchacho;

de la red que guardaba los cabellos de Paula

cuando me enamoré de su melancolía;

de Arancha, de Paloma, de Marta y de Teresa;

de sus besos, que izaron la bandera del triunfo

sobre la negra muerte, y también de su helado

desdén, que recluyó tantas veces mi espíritu

en la triste mazmorra de la desesperanza.

Voy a escribir un libro que hable de las mujeres

que han escrito mi vida.

De “Por fuertes y fronteras” 1996

De “El bosque y otros poemas” 1997:

1. Bebétela

Dile cosas bonitas a tu novia:

«Tienes un cuerpo de reloj de arena

y un alma de película de Hawks.»

Díselo muy bajito, con tus labios

pegados a su oreja, sin que nadie

pueda escuchar lo que le estás diciendo

(a saber, que sus piernas son cohetes

dirigidos al centro de la tierra,

o que sus senos son la madriguera

de un cangrejo de mar, o que su espalda

es plata viva) . Y cuando se lo crea

y comience a licuarse entre tus brazos,

no dudes ni un segundo:

bébetela.

“El bosque y otros poemas” 1997

Otros poemas:

La amazona de Mordor

Esa amazona rubia que cabalga

por las grises colinas y los yermos

de Mordor; esa chica que ha dejado

atrás la primavera y se dirige

al país de la noche permanente,

donde el señor del mal gobierna.

Por qué no vuelve grupas hacia el mundo

donde el lirio florece y las muchachas

buscan fresas y dan besos furtivos

y tejen y cocinan, donde hay bardos

que cantan las hazañas de los héroes

y veneran a la Gran Diosa.

Esa mujer dorada que galopa

de espaldas a la luz y a la belleza,

persiguiendo sin tregua ni reposo

al oscuro jinete que la rompe

de amor y la consume de deseo,

al enemigo de su alma.

De “Por fuertes y fronteras” 1996

Noche de ronda

En otro tiempo hubieras empleado la noche

en hablarle de libros y de viejas películas.

Pero ya eres mayor. Ahora sabes que a ellas

les aburren los tipos llenos de nombres propios,

que tu bachillerato les tiene sin cuidado.

De modo que le dejas tomar la iniciativa,

desconectas y finges que escuchas sus historias,

que invariablemente -recuerdas de otras veces-

versan sobre el amor, los viajes, la dietética,

su familia, el verano, la buena forma física,

el más allá, las drogas y el arte postmodemo.

De cuando en cuando asientes, recorriendo sus ojos

con los tuyos, rozando levemente sus muslos,

y elevas a los cielos una angustiosa súplica

para que aquella farsa termine cuanto antes.

Pasarán, sin embargo, todavía unas horas

hasta que, ebria y afónica, se abandone en tus brazos

y obtengas la victoria pírrica de su cuerpo,

que, pese a los asertos de tres o cuatro amigos,

será muy poca cosa. Y, cuando esté dormida,

saldrás roto a la calle en busca de una taza

de café gigantesca, maldiciendo las copas

que arruinaron tu hígado en la estúpida noche

y pensando que, al cabo, merece más la pena

no comerse una rosca y hablarles de tus libros,

amargarles la vida con Shakespeare y con Griffith.

O buscarse una sorda para que nada falte.

Paseo vespertino

para Alicia

Tú y yo, amor, a caballo, por las suaves

laderas de un crepúsculo dorado

que vira a negro, tú y yo, luces tibias

frente a la oscuridad que va anegando

esta parte del mundo, rienda suelta,

sendos halcones en los puños, campo

a través, contra el tiempo de la muerte,

a favor de la vida y del verano,

contra cerrojos, contra cicatrices,

contra el silencio, contra el desamparo,

contra esos templos donde se refugian,

ávidos de mentiras, los malvados,

tú y yo solos en busca de emociones,

medievales y eternos, a caballo,

rumbo a ninguna parte, mientras brota

la orquídea de la noche a cada tranco

y queda atrás, hundiéndose en el polvo,

la borrosa silueta del ocaso,

tú y yo por los países de la bruma,

picando espuelas, dos enamorados

que unen sus corazones en la fronda

donde alumbran, gloriosos, los relámpagos,

y cabalgan oscuros por lo oscuro,

como un rey y una reina destronados.

Madrid, 22 mayo 2008.