Coronado, Carolina

Carolina Coronado, (España, 1820 -1911)

¡Ay! transportad mi corazón al cielo!

Ángeles peregrinos que habitáis

las moradas divinas del Oriente

y que mecidos sobre el claro ambiente

por los espacios del mortal vagáis.

A vosotros un alma enamorada

os pide sin cesar en su lamento

alas, para cruzar del firmamento

la senda de los aires azulada.

Veladme con la niebla temerosa

que por la noche ciega a los mortales,

y en vuestros puros brazos fraternales

llevadme allá donde mi bien reposa.

Conducidme hasta el sol donde se asienta

bajo el dosel de reluciente oro

el bien querido por quien tanto lloro,

genio de la pasión que me atormenta.

¡Ay! Transportad mi corazón al cielo,

y si os place después darme castigo,

destrozadme en los aires y bendigo

vuestra piedad y mi dichoso vuelo.

El amor de los amores

I

¿Cómo te llamaré para que entiendas

que me dirijo a Ti, dulce amor mío,

cuando lleguen al mundo las ofrendas

que desde oculta soledad te envío?…

A Ti, sin nombre para mí en la tierra,

¿cómo te llamaré con aquel nombre,

tan claro que no pueda ningún hombre

confundirlo, al cruzar por esta sierra?

¿Cómo sabrás que enamorada vivo

siempre de Ti, que me lamento sola

del Gévora que pasa fugitivo

mirando relucir ola tras ola?

Aquí estoy aguardando en una peña

a que venga el que adora el alma mía;

¿porqué no ha de venir, si es tan risueña

la gruta que formé por si venía?

¿Qué tristeza ha de haber donde hay zarzales

todos en flor, y acacias olorosas,

y cayendo en el agua blancas rosas,

y entre la espuma libros virginales?

Y ¿por qué de mi vida has de esconderte?

¿Por qué no has de venir si yo te llamo?

¡Porque quiero mirarte, quiero verte

y tengo que decirte que te amo!

¿Quién nos ha de mirar por estas vegas,

como vengas al pie de las encinas,

si no hay más que palomas campesinas

que están también con sus amores ciegas?

Pero si quieres esperar la luna,

escondida estaré en la zarza-rosa,

y si vienes con planta cautelosa,

no nos podrá seguir paloma alguna.

Y no temas si alguna se despierta,

que si te logro ver, de gozo muero,

y aunque después lo cante al mundo entero,

¿qué han de decir los vivos de una muerta?

La luna es una ausencia

Y tú, ¿quién eres de la noche errante

aparición que pasas silenciosa,

cruzando los espacios ondulante

tras los vapores de la nube acuosa?

negra la tierra, triste el firmamento,

ciegos mis ojos sin tu luz estaban,

y suspirando entre el oscuro viento

tenebrosos espíritus vagaban.

yo te aguardaba, y cuando vi tus rojos

perfiles asomar con lenta calma,

como tu rayo descendió a mis ojos,

tierna alegría descendió a mi alma.

¿Y a mis ruegos acudes perezosa

cuando amoroso el corazón te ansía?

Ven a mí, suave luz, nocturna, hermosa

hija del cielo, ven: ¡por qué tardía!

La rosa blanca

¿Cuál de las hijas del verano ardiente,

cándida rosa, iguala a tu hermosura,

la suavísima tez y la frescura

que brotan de tu faz resplandeciente?

La sonrosada luz de alba naciente

no muestra al desplegarse más dulzura,

ni el ala de los cisnes la blancura

que el peregrino cerco de tu frente.

Así, gloria del huerto, en el pomposo

ramo descuellas desde verde asiento;

cuando llevado sobre el manso viento

a tu argentino cáliz oloroso

roba su aroma insecto licencioso,

y el puro esmalte empaña con su aliento.

Nada resta de ti…

Nada resta de ti…, te hundió el abismo…,

te tragaron los monstruos de los mares…

No quedan en los fúnebres lugares

ni los huesos siquiera de ti mismo.

Fácil de comprender, amante Alberto,

es que perdieras en el mar la vida,

mas no comprende el alma dolorida

cómo yo vivo cuando tú ya has muerto.

Darnos la vida a mí y a ti la muerte;

darnos a ti la paz y a mí la guerra,

dejarte a ti en el mar y a mí en la tierra

¡es la maldad más grande de la suerte!…

¡Oh, cuál te adoro!

¡Oh, cuál te adoro! Con la luz del día

tu nombre invoco, apasionada y triste,

y cuando el cielo en sombras se reviste

aun te llama exaltada el alma mía.

Tú eres el tiempo que mis horas guía,

tú eres la idea que a mi mente asiste,

porque en ti se encuentra cuanto existe,

mi pasión, mi esperanza, mi poesía.

No hay canto que igualar pueda a tu acento

cuando mi amor me cuentas y deliras

revelando la fe de tu contento;

tiemblo a tu voz y tiemblo si me miras,

y quisiera exhalar mi último aliento

abrasada en el aire que respiras.