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Camarillo, María Enriqueta

Maria Enriqueta Camarillo (México, 1872 – 1968)

A UNA SOMBRA

Sólo te vi un instante…

Ibas como los pájaros:

sin detener el vuelo,

sin mirar hacia abajo…

Cuando quise apresarte

en la red de mis manos,

sólo llevaba el viento

un perfume de nardo,

y ya lejos, dos alas,

borrábanse en ocaso…

¡Oh, visión que brillaste

como fugaz relámpago!

¡Oh, visión peregrina

que, cual ave de paso,

cruzaste por el cielo

de mis soñares vagos!

Tras ti, cual mariposas,

mis anhelos volaron,

y aun no tornan del viaje

que soy fiel y te amo.

Te amo con locura

porque en tu vuelo rápido,

no viste que se alzaban

hacia ti mis dos manos…

Porque ante mí pasaste

como sueño fantástico,

porque ya te extinguiste

como los fuegos fatuos.

¡Oh, aparición divina,

bella porque has volado!

¡No retornes del viaje!

Yo, con pasión te amo,

porque fuiste en el cielo

de mis soñares vagos,

solamente dos alas

y un perfume de nardo…

AL MAR

Mientras tu canto resuena,

yo pienso en la patria mía…

Por sólo enterrar mi pena

en tus orillas de arena,

vine de mi serranía.

Vine por dejar mis males

en tus hondos arenales…

Mas, a tu abierto horizonte,

prefiero mi oscuro monte,

y a tus algas, mis rosales…

No cambio mis negras frondas

por tus aguas de colores;

mas vine a oír sus rumores,

porque dicen que tus ondas

curan los males de amores…

ASÍ DIJO EL AGUA

En tanto que caía mansamente, .

díjome el chorro en el pilón derruido:

«Del jardín de tu dueño aquí he venido;

hoy canté mis canciones en su fuente.

El rumor celestial de mi corriente

cosas tan dulces murmuró en su oído,

que el dueño de tu amor, agradecido,

ha puesto en mí sus labios reverente…»

Dijo así en el pilón. El sol ardía,

eran de fuego sus fulgores rojos…

Y yo que en fiera sed me consumía,

al tazón me incliné y bebí, de hinojos,

ese beso que él puso en la onda fría,

y que nunca pondrá sobre mis ojos…

EL VENDEDOR DE MANZANAS

¡Manzanas llevo, dulces manzanas!

¡Manzanas llevo para vender!

¡Manzanas dulces de aroma grato,

manzanas dulces como la miel!

Tienen mejillas color de rosa,

su pulpa es blanca como el jazmín,

y son tan lindas y son tan buenas,

que el que las pruebe será feliz.

Hijas del campo, fueron mecidas

por vientos suaves de la estación;

tuvieron cuna en la verde rama,

después que el árbol estuvo en flor.

¡Dulces manzanas, ricas manzanas

llevo, señores, para vender!

Sabrosas, lindas, de aroma grato,

¡manzanas dulces como la miel!

RENUNCIACIÓN

Sacó la red el pescador, henchida,

y en tanto que, feliz, del mar se aleja,

en voz más dulce que la miel de abeja

el Señor a seguirle le convida.

-Quien por buscarme, su heredad olvida,

será en mi hatillo preferida oveja-,

dice, y el pescador las redes deja

y vase tras Jesús con alma y vida.

Yo que ni redes ni heredades tengo,

que no sé de riquezas ni de honores,

que ignoro los orgullos de abolengo,

yo dejo, por seguirte, mis amores…

Eran mi bien, Señor… A ti ya vengo

más pobre que los fieles pescadores…

VANA INVITACIÓN

-Hallarás en el bosque mansa fuente

que al apagar tu sed, copie tu frente.

Dijo, y le respondí: -No tengo antojos

de ver más fuente que tus dulces ojos;

sacian ellos mi sed; son un espejo

donde recojo luz y el alma dejo…

-Escucharás, entonces, los latidos

del gran bosque en los troncos retorcidos;

o el rumor de la brisa vagorosa

que huye y vuela cual tarda mariposa…

-Bástame oír tu voz; tiene su acento

gritos de mar y susurrar de viento.

-Hay allí flores, como el sol, doradas,

y otras níveas cual puras alboradas.

-En tu mejilla rosa está el poniente,

y la blanca alborada está en tu frente.

-Hay allí noches profundas y tranquilas…

-Esas noches están en tus pupilas.

-Hay sombra en la maleza enmarañada…

-Hay sombra en tu cabeza alborotada…

-Lo que se siente ¡allí, no lo has sentido.

-A tu lado el amor he presentido.

-¡Ven! Ese bosque misterioso y quieto

va a decirte al oído su secreto…

-¡Es en vano el afán con que me llamas!

¡Si tú ya me dijiste que me amas!…

-Hay un árbol inmenso, majestuoso,

de altísimo follaje rumoroso;

en él, como serpiente, está enredada

una gigante yedra enamorada…

-Tú eres ese árbol majestuoso y fuerte:

¡deja que en ti me apoye hasta la muerte!

Cadenas, Rafael

Reseña biográfica

Poeta, traductor y catedrático venezolano nacido en Barquisimeto, Lara, en el año de 1930.

Desde muy joven se inclinó por la literatura y acogió tempranamente el riesgo político. Por su militancia comunista se exilió en Trinidad y sólo regresó a Caracas en 1957.

Trabajó como profesor de literatura inglesa y española. Ha viajado además por diferentes países de América y Europa y ha traducido a Lawrence, Nijinski, Whitman, Cavafy y otros.

Dueño de un lenguaje mágico y depurado, su obra lo sitúa como uno de los grandes exponentes de la poesía modernista hispanoamericana.

De sus libros de poesía y ensayo merecen destacarse, “Los cuadernos del destierro” en 1960, “Falsas maniobras” en 1966, “Memorial” en 1977, “Intemperie” en 1977, “Anotaciones” en 1983, “Amante” en 1983, “Dichos” en 1992, “Gestiones” en 1992 y “Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística” en 1995.

Recibió la beca Guggenheim en 1986 y el doctorado Honoris Causa de la Universidad Central de Venezuela.

Su obra ha sido galardonada con premios importantes entre los que se cuentan el Premio Nacional de Ensayo en 1984, el Premio Nacional de Literatura en 1985, y el Premio San Juan de la Cruz en 1991.

De “Una Isla” 1958:

1. Coney Island

Rosa de claras risas

que golpea siempre

un mismo jirón de luz

y a un blanco río

de trópico que duerme

va girando,

girando

en la noche

amante.

* * *

2. Escribiste: “Estos muros se hacen transparentes cuando te siento.

Mañana traigo los libros.

Te besa”.

Mi libertad había nacido tras aquellas paredes. El calabozo núm. 3

se extendía como un amanecer. Su día era vasto.

El pobre carcelero se creía libre porque cerraba la reja, pero

a través de ti yo era innumerable.

* * *

3. Vengo de un reino extraño,

vengo de una isla iluminada,

vengo de los ojos de una mujer.

Desciendo por el día pesadamente.

Música perdida me acompaña.

Una pupila cargadora de frutas

se adentra en lo que ve.

Mi fortaleza,

mi última línea,

mi frontera con el vacío

ha caído hoy.

* * *

4. Sola,

insegura,

apremiante

palabra,

casa sin atavío.

Para ella desearía

la fuerza

de los árboles.

* * *

5. Te extiendes, camino de arena, más suave que la memoria de un ciego.

Salimos a recorrer la ciudad.

Tú te tiendes sobre una tibia hojarasca,

Más tarde me encuentras, tocas mi hombro y te vuelves noche.

* * *

6. Tú que caminas esta noche en la soledad de la calle, vas llena de besos que no has dado.

Del amor ignoras la escritura prodigiosa.

Aunque no me conoces, en mi cuerpo tiembla el mismo mar que en tus venas danza.

Recibe mis ojos milenarios, mi cuerpo repetido, el susurro de mi arena.

* * *

7. Una urbe áspera sella mi boca.

Yo viajo a los espacios transparentes.

Conmigo está tu chal de lana, el viejo fonógrafo que cuidabas tanto,

tus zarcillos con que ibas al mercado, tu pulsera de oro, la vajilla humilde.

El perro que nos despertaba pasa su hocico por mi lecho.

No es magia, sencillamente nada he olvidado a no ser que existo sin ti.

* * *

8. You

Tú apareces,

tú te desnudas,

tú entras en la luz,

tú despiertas los colores,

tú coronas las aguas,

tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor,

tú rematas la más cegadora de las orillas,

tú predices si el mundo seguirá o va a caer,

tú conjuras la tierra para que acompase su ritmo a tu lentitud de lava,

tú reinas en el centro de esta conflagración

y del primero

al séptimo día

tu cuerpo es un arrogante

palacio

donde vive

el

temblor.

De “Los cuadernos del destierro” 1960

1. Yo visité la tierra de luz blanda.

Anduve entre melones y hierbas marinas, comí frutas traídas por sacerdotisas adolescentes, palpé árboles de savia roja como ladrillo que moraban junto a la tumba de un príncipe, vi

viejos catafalcos de gobernadores guardados por lentas palmas. Por los contornos había raíces en forma de tazones donde los monos mitigaban la sed.

Pasé un día cerca del lugar donde duermen los ahorcados.

Era la época en que los brujos habían partido a los campos de arroz destruyendo todos los talismanes.

En las calles vistosas doncellas oscuras danzaban.

Entonces los capitanes bajaban de los ojos para explorar la ciudad.

De este viaje más allá de los presuntos límites sólo conservo alguna que otra estrella de mar, varios retratos -ella y yo- y un peregrino cofre que encontré en el barco durante la travesía.

De aquel idioma y de mis pasos por la tierra dicha no existe imagen que esté hoy extinguida. Los veleros tocan a las puertas del aire donde persisto. La luz me trae delfines muertos. Tu

olor reconquista el estremecimiento.

* * *

2. H e entrado a región delgada.

Todo lo que canta se reúne a mis pies como banderas que el tiempo inclina.

Aquí el mundo es una estación amanecida sobre corales.

Ésta es la morada donde se depositan los signos de las aguas, el légamo de los navíos,

los mendrugos cargados de relámpagos.

Éste es el huerto de las especias clamorosas, la temporada de arcilla que el océano erige.

Ésta es la fruta de un piélago muerto, la columna desesperada del hambre.

Ésta es la salobre campana de verdor que el fuego crucifica, la tierra donde una tribu oscura

embalsama un clavel.

Ésta es la tinta trémula del día, la rosa al rojo vivo inscrita en los anales de la selva.

* * *

3. Pero el tiempo me había empobrecido.

Mi único caudal eran los botines arrancados al miedo.

De tanto dormir con la muerte sentía mi eternidad. De noche deliraba en las rodillas de la belleza. Presa de tenaces anillos, a pesar de mi parsimonioso continente de animal invicto

me guardaba de la transitoriedad ínsita a mis actos.

Magnificencia de la ignorancia. Brujos solemnes habían auscultado mi cuerpo sin poder arribar a un dictamen. Sólo yo conocía mi mal. Era -caso no infrecuente en los anales de los falsos desarrollos- la duda.

Yo nunca supe si fui escogido para trasladar revelaciones.

Nunca estuve seguro de mi cuerpo.

Nunca pude precisar si tenía una historia.

Yo ignoraba todo lo concerniente a mí ya mis ancestros.

Nunca creí que mis ojos, orejas, boca, nariz, piel, movimientos, gustos, dilecciones, aversiones me pertenecían enteramente.

Yo apenas sospechaba que había tierra, luz, agua, aire, que vivía y que estaba obligado a llevar mi cuerpo de un lado a otro, alimentándolo, limpiándolo, cuidándolo para que luciera

presentable en el animado concierto de la honorabilidad ciudadana.

Mi mal era irrescatable.

Me sentía solo. Necesitaba a mi lado una mujer silenciosa, paciente y dúctil que me rodease con una voz.

Yo era un rey de infranqueable designio, de voluntad educada para la recepción del acatamiento, de pretensiones que hacían sonreír a los duendes.

Un rey niño.

Cuando advino, inopinadamente, una era de pobreza, perdí mi serenidad.

Mis pasiones absolutas -entre ellas el amor, que para mí era totalidad- fueron barridas.

En suma, yo era una pregunta condenada a no calzar el signo de interrogación. O un navío que se transformaba en fosforescente penacho de dragón. O una nube que se demudaba

conforme al movimiento.

Habitaba un lugar indeciso.

Mi historia era un largo recuento de inauditas torpezas, de infértiles averiguaciones,

de fabulosas fábricas.

Un dios cobarde usurpaba mis aras.

Él había degollado el amor frente a una reluciente laguna, en

un bosque de caobos. Huía mugiendo sábanas ensangrentadas. Escapaba del recinto feliz. Las nubes eran símbolos zoológicos de mi destierro.

El amor me conducía con inocencia hacia la destrucción.

El odio, como a mis mayores, me fortalecía.

Pero yo era generoso y sabía reír.

Como no soportaba la claridad, dispuse entre anaranjados estertores de sol mi regreso hacia el final. Las aguas me condujeron como el sensitivo lleva la pesadilla. Volví insomne al lugar de la ficción.

* * *

4. Sól0 tú misma en el acto. Extendida, carnosa, húmeda.

Un temblor sin lapso. Sin equívoco. Torbellino en torno de la flor de blando terciopelo, acorazonada, que nace del clima de tus piernas como un grito nocturno. Flor que se liba.

Sombra de flor. En la sinfonía ciega de las corrientes lozana forma de mis manos sin ojos. Cuerno remoto de los rendimientos.

Llego navegando ondulaciones desesperadas. Soy dichoso.

¿Cuál es el color de esta fruición desencadenada, cómo llamarla, qué dios nos ha entregado esta conjunción? Me iré, Venus, me iré, pero antes quiero apurar la copa. Ahogar los límites mollares, sofocar los cerrojos albeantes, vencer la sombra leda de la desnudez, sacrificar el sonrojo numerado.

No me marcharé hasta que esta vegetal confusión de ondas no se haya cumplido. En tanto mi animal lamedor no esté sosegado.

Amo los blandos linderos de inefable tinte, ondulantes en la selva enana y espléndidamente libre que sobresale de tu cuerpo como mil vocecillas frutales, el letífico aroma, el muelle

calor, el ansioso tremar. Toda tú adunada por mareas geométricas a mi piel. Toda presión, jadeo, huida, retorno, blancor, demencia. Nadadora. Extensión que amamanta mi vicio. Sombra del láudano bajo mi pesado tiempo.

No partiré sin llevar una hora feliz en la corola, giradora, vencida y celante de los ojos que como al sol te reciben.

De “Falsas maniobras” 1966

1. Beloved country

Cuánto tuyo no se desenvuelve como música perdida en mí.

País al que regreso cada vez que me he empobrecido.

Sello, fasto, bóveda de los cofres.

Nunca me has negado tu leche de virgen.

Mi reflujo, mi fuente secreta, mi anverso real.

Ignoro el alcance de tu olor, pero sé que has estado

en todos mis puntos de partida, envolviéndome,

Oriente solícito, como una ceremonia.

País donde van las líneas de mi mano, lugar donde soy otro,

mi anillo de bodas, estás cerca del centro.

* * *

2. Desolado

De tanto imaginarte, sonreírte, esperarte, me canso. Te veo y pregunto ¿eres tú?

Respiro tu llegada; ya sin creer.

No me pidas explicaciones.

No me quites la idea que tengo, tan vaga.

No me pruebes, por favor, en terreno firme (me harías a un lado).

Algunas veces de ti no queda nada, una pequeña lámina.

Si llegas, te aproximas, te parece bien, sencillamente será otra cosa, otra cosa, cosa de delirio.

Tendrás magnitud y calor.

Eres el otro lado del botín.

¿Comprendes?

* * *

3. Rutina

Me fustigo.

Me abro la carne.

Me exhibo sobre un escenario.

Allí no ofrezco el número decisivo.

Devorarme ¡mi gran milicia!, pero soy también un armador tenaz.

Sé reunirme pacientemente, usando rudos métodos de ensamblaje.

Conozco mil fórmulas de reparación. Reajustes, atornillamientos, tirones, las manejo todas.

A golpes junto las piezas.

Siempre regreso a mi tamaño natural.

Me deshago, me suprimo, displicente, me borro de un plumazo y vuelvo a montar,

montar al carafresca.

(No se trata de rearmar un monstruo, eso es fácil, sino de devolverle a alguien

las proporciones.)

Planto mi casa en medio de la locuacidad.

Me reconstruyo con un plano inefable.

Calma. Ya está. Entro a la horma.

De “Intemperie” 1977

1. ¿Cómo pudo

volverse tribunal

de su vida

(no es sino la sala

donde se reúne

a rumiar fallos)

el

que menos juzga,

el

que existe desde su cuerpo,

el

menos concluyente

de los nacidos?

* * *

2. Puesto que estás aquí,

tienes que

Aquí se camina

sin preguntar.

Tienes que

No precisemos.

Haz como que entiendes.

Ya sabes:

sin interrogar.

(Todas las preguntas caen

a los pies de tienes que.)

¿Angustia?

Nada de eso,

quédate tranquilo

en tu silla, contando las horas.

* * *

3. Vida

arrásame,

barre todo,

que sólo quede

la cáscara vacía, para no llenarla más,

limpia, limpia sin escrúpulo

y cuanto sostuviste deja caer

sin guardar más.

De “Memorial” 1977

1. Mal

Detenido, no sé dónde, mas es un hecho que estoy, detenido.

Llevo años en el mismo lugar, al fondo. ¿Vivo? Funciono, y ya es mucho.

* * *

2. Angst

No es nada, nada

algo sin trascendencia,

nada.

Una dificultad leve

en la respiración.

Problema de angostura

parece.

¿Acaso no sabías

que la puerta es estrecha?

* * *

3. As if

Es como si amáramos. Es como si sintiésemos. Es como si viviéramos.

Esto fatiga. Hasta se ansía un error. Puede que al equivocarse,

los actores rocen la verdad.

* * *

4. Deseo

Asciende por mi cuerpo como otra sangre

más cálida

que en mi boca se muda,

se vuelve la que no es

y se extingue

como un rumor más de la noche.

Río

que repite nombres.

* * *

5. Despilfarro

Es recio haber gastado días, meses, años en defenderse sin saber de quién.

Recio no poder ver el rostro del que asedia.

Recio ignorar lo que nos devasta.

* * *

6. El argumento

Por la mañana

leemos anestesiados

las noticias

de la guerra (cualquier guerra),

un titular

bien merece algunos combates;

cada bando

desea demostrar que Dios

está de su parte

con el argumento definitivo;

nuestros ojos recorren

las páginas

-buscamos más confirmaciones

de nuestra derrota

y el periódico trae lo que esperamos encontrar.

* * *

7. Sé

que si no llego a ser nadie

habré perdido mi vida.

De “Amante” 1983

1. Eludías

el encuentro

con el tú

magnífico,

el que te toma

y te anula como tempestad

y de ti arranca al que busca.

* * *

2. Cómo pudiste vivir

de la idea

que la ocultaba,

con un sabor

que no era el de ella,

huyendo

de su aparecer

que era también el tuyo?

* * *

3. Llegas

no a modo de visitación

ni a modo de promesa

ni a modo de fábula

sino

como firme corporeidad, como ardimiento, como inmediatez.

* * *

4. Llevas el amante

al lugar

del acontecer

-el lugar del asentimiento.

* * *

5. Él abre los ojos,

siente,

se abandona.

Sabe ya que nada, nada

le pertenece,

salvo su dependencia,

y acata

el extraño señorío.

* * *

6. Se creyó dueño

y ella lo obligó a la más honda encuesta,

a preguntarse qué era en realidad suyo.

Después lo tomó en sus manos

y fue formando su rostro

con el mismo material del extravío, sin desechar nada,

y lo devolvió a los brazos del origen

como a quien se amó sin decírselo.

* * *

7. Misión

del amante:

arder

fuera del camino.

* * *

8. Enséñame,

rehazme

a fondo,

avívame

como quien enciende un fuego.

* * *

9. Destruye

la retórica del amante

y hazlo venir a pie, desnudo, sin arrimo,

a tu recio descampado.

Que pruebe a sostenerse ahí,

que sienta tu frío,

que vele.

De “Gestiones” 1992

1. Lo que miras a tu alrededor

no son flores, pájaros, nubes,

sino

existencia.

No, son flores, pájaros, nubes.

* * *

2. ¿ Quién es ese que dice yo

usándote

y después te deja solo?

No eres tú,

tú en el fondo no dices nada.

Él es sólo alguien

que te ha quitado la silla,

un advenedizo

que no te deja ver,

un espectro

que dobla tu voz.

Míralo

cada vez que asome el rostro.

* * *

3. Matrimonio

Todo, habitual,

sin magia,

sin los aderezos que usa la retórica,

sin esos atavíos con que se suele recargar el misterio.

Líneas puras, sin más, de cuadro clásico.

Un transcurrir lleno de antigüedad,

de médula cotidiana,

de cumplimiento.

Como de gente que abre a la hora de siempre.

* * *

4. Tú

dependes

pero

¿lo sabes

a fondo,

con tu cuerpo,

lo puedes vocear,

se ha vuelto carne fascinada?

* * *

5. Quién es ese que dice yo

usándote

y después te deja solo?

No eres tú,

tú en el fondo no dices nada.

Él es sólo alguien

que te ha quitado la silla,

un advenedizo

que no te deja ver,

un espectro

que dobla tu voz.

Míralo

cada vez que asome el rostro.

* * *

6. ¿Quién deja de oponerse?

¿Quién se sale del juego?

¿Quién se vive en el vacío?

¿Quién hace del desabrigo refugio?

¿Quién se disuelve en el percibir?

¿Quién se expone sin arrimo al descampado?

¿Quién abandona el trajín por la hora solitaria?

¿Quién puede comer con tenedores de absoluta piedad?

¿Quién accede a trocar su día por un rostro que no ha de ver?

Otros poemas:

DERROTA

Yo que no he tenido nunca un oficio

que ante todo competidor me he sentido débil

que perdí los mejores títulos para la vida

que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme

es una solución)

que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos

que me arrimo a las paredes para no caer del todo

que soy objeto de risa para mí mismo

que creí que mi padre era eterno

que he sido humillado por profesores de literatura

que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada

que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida

que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo

que tengo vergüenza por actos que no he cometido

que poco me ha faltado para echar a correr por la calle

que he perdido un centro que nunca tuve

que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo

que no encontraré nunca quién me soporte

que fui preterido en aras de personas más miserables que yo

que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces

más burlado en mi ridícula ambición

que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo

(“Ud. es muy quedado, avíspese despierte”)

que nunca podré viajar a la India

que he recibido favores sin dar nada a cambio

que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma

que me dejo llevar por los otros

que no tengo personalidad ni quiero tenerla

que todo el día tapo mi rebelión

que no me he ido a las guerrillas

que no he hecho nada por mi pueblo

que no soy de las FALN y me desespero por todas esas cosas y por otras

cuya enumeración sería interminable

que no puedo salir de mi prisión

que he sido dado de baja en todas partes por inútil

que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno

que me niego a reconocer los hechos

que siempre babeo sobre mi historia

que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento

que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo

que no lloro cuando siento deseos de hacerlo

que llego tarde a todo

que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas

que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable

que no soy lo que soy ni lo que no soy

que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas

haya sido humilde hasta igualarme a las piedras

que he vivido quince años en el mismo círculo

que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado

que nunca usaré corbata

que no encuentro mi cuerpo

que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme,

barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación,

mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente

me suicido al alcance de la mano

me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros

y de mí hasta el día del juicio final.

Extraído de “Obra Entera, poesía y prosa” 2000

DICHOS

Vivir en el misterio: frase redundante.

*

Todo es misterio, aun lo que la conciencia conoce en detalle en

su orgulloso penúltimo escalón-

*

Lo que tengo por novedad no es novedoso, es la novedad de la gota de agua.

*

¿Discutir para qué? Siempre es posible encontrar argumentos para defender esto

o aquello. De lo que se trata, y hay urgencia, es de inquirir.

*

En las universidades existe siempre el peligro de que la literatura deje de ser lo que es

-la manera más entrañable de habla- para volverse objeto de estudio, algo que será viviseccionado en lugar de ser vivido.

*

Con la palabra «materia» se le da otro nombre al misterio.

*

Cualquier hombre es una agresividad en busca de una bandera.

*

Lo más importante es lo que no puede ser hallado.

*

La razón se crea su propio coto para señorear allí. No le atañe pregunta que no lleve

en sí su posibilidad de respuesta. Su fuerza es falsa, pues se apoya en el límite

que ella misma se pone.

*

No hay diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario.

*

Quien no busca, es.

*

Nada hay más extraño que la existencia.

Extraído de “Poemas selectos” 2004

DISYUNTIVA

La naturaleza de la poesía

es inintencionada.

Goran Palm

Yo quería escribir

un poema,

luego tuve la intención

de no tener intención

y el poema se quedó allí

detenido,

atrapado,

carbonizado entre la chispa

de las dos intenciones

y aquí

lo dejo.

Extraído de “Poemas selectos” 2004

LAS PACES

Lleguemos a un acuerdo, poema.

Ya no te forzaré a decir lo que no quieres

ni tú te resistirás tanto a lo que deseo.

Hemos forcejeado mucho.

¿Para qué este empeño en hacerte a mi imagen

cuando sabes cosas que no sospecho?

Líbrate ya de mí.

Huye sin mirar atrás.

Sálvate antes de que sea tarde.

Pues siempre me rebasas,

sabes decir lo que te impulsa

y yo no,

porque eres más que tú mismo

y yo sólo soy el que trata de reconocerse en ti.

Tengo la extensión de mi deseo

y tú no tienes ninguno,

sólo avanzas hacia donde te diriges

sin mirar la mano que mueves

y te cree suyo cuando te siente brotar de ella

como una sustancia

que se erige.

Imponle tu curso al que escribe, él

sólo sabe ocultarse,

cubrir la novedad,

empobrecerse.

Lo que muestra es una reiteración

cansada.

Poema,

apártate de mí.

Extraído de “Poemas selectos” 2004

Cadalso y Vásquez, José

José Cadalso y Vasquez (España, 1741 – 1782)

A LA MUERTE DE FILIS

En lúgubres cipreses

he visto convertidos

los pámpanos de Baco

y de Venus los mirtos;

cual ronca voz del cuervo

hiere mi triste oído

el siempre dulce tono

del tiempo jilguerillo;

ni murmura el arroyo

con delicioso trino;

resuena cual peñasco

con olas combatido.

En vez de los corderos

de los montes vecinos

rebaños de leones

bajar con furia he visto;

del sol y de la luna

los carros fugitivos

esparcen negras sombras

mientras dura su giro;

las pastoriles flautas,

que tañen mis amigos,

resuenan como truenos

del que reina en Olimpo.

Pues Baco, Venus, aves,

arroyos, pastorcillos,

sol, luna, todos juntos

mirad me compasivos,

ya la ninfa que amaba

al infeliz Narciso,

mandad que diga al orbe

la pena de Dalmiro.

A LA PELIGROSA ENFERMEDAD DE FILIS

el campo está sin flores,

los pájaros no cantan,

los arroyos no corren,

no saltan los corderos,

no bailan los pastores,

los troncos no dan frutos,

los ecos no responden…

es que enfermó mi Filis

y está suspenso el orbe.

AL PINTOR QUE ME HA DE RETRATAR…

Discípulo de Apeles,

si tu pincel hermoso

empleas por capricho

en este feo rostro,

no me pongas ceñudo,

con iracundos ojos,

en la diestra el estoque

de Toledo famoso,

y en la siniestra el freno

de algún bélico monstruo,

ardiente como el rayo,

ligero como el soplo;

ni en el pecho la insignia

que en los siglos gloriosos

alentaba a los nuestros,

aterraba a los moros;

ni cubras este cuerpo

con militar adorno,

metal de nuestras Indias,

color azul y rojo;

ni tampoco me pongas,

con vanidad de docto,

entre libros y planos,

entre mapas y globos.

Reserva esta pintura

para los nobles locos,

que honores solicitan

en los siglos remotos;

a mí, que sólo aspiro

a vivir con reposo

de nuestra frágil vida

estos instantes cortos

la quietud de mi pecho

representa en mi rostro,

la alegría en la frente,

en mis labios el gozo.

Cíñeme la cabeza

con tomillo oloroso,

con amoroso mirto,

con pámpano beodo;

el cabello esparcido,

cubriéndome los hombros,

y descubierto al aire

el pecho bondadoso;

en esta diestra un vaso

muy grande, y lleno todo

de jerezano néctar

o de manchego mosto;

en la siniestra un tirso,

que es bacanal adorno

y en postura de baile

el cuerpo chico y gordo,

o bien junto a mi Filis,

con semblante amoroso,

y en cadenas floridas

prisionero dichoso.

Retrátame, te pido,

de este sencillo modo,

y no de otra manera,

si tu pincel hermoso

empleas, por capricho,

en este feo rostro.

ANACREÓNTICA

¿Quién es aquél que baja

por aquella colina,

la botella en la mano,

en el rostro la risa,

de pámpanos y hiedra

la cabeza ceñida,

cercado de zagales,

rodeado de ninfas,

que al son de los panderos

dan voces de alegría,

celebran sus hazañas,

aplauden su venida?

Sin duda será Baco,

el padre de las viñas.

Pues no, que es el poeta

autor de esta letrilla.

EPÍSTOLA DEDICADA A ORTELIO

Desde el centro de aquestas soledades,

gratas al que conoce las verdades,

gratas al que conoce los engaños

del mundo, y aprovecha desengaños,

te envío, amado Ortelio, fino amigo,

mil pruebas del descanso que consigo.

Ovidio en tristes metros se quejaba

de que la suerte no le toleraba

que al Tíber con sus obras se acercase,

sino que al Ponto cruel le destinase;

mas lo que de poeta me ha faltado

para llegar de Ovidio a lo elevado,

me sobra de filósofo, y pretendo

tomar las cosas como van viniendo.

Oh, ¡cómo extrañarás, cuando esto veas,

y sólo bagatelas aquí leas,

que yo criado en facultades serias,

me aplique a tan ridículas materias!

Ya arqueas, ya levantas esas cejas,

ya el manuscrito de la mano dejas,

¿por qué dejas los puntos importantes?

y dices: «Por juguetes semejantes,

¡No sé por qué capricho tú te olvidas

materias tan sublimes y escogidas!

¿Por qué no te dedicas, como es justo,

a materias de más valor que gusto?

Del público derecho, que estudiastes

cuando tan sabias cortes visitastes;

de la ciencia de Estado y los arcanos

del interés de varios soberanos;

en la ciencia moral, que al hombre enseña

lo que en su obsequio la virtud empeña;

de las guerreras artes que aprendistes

cuando a campaña voluntario fuistes;

de la ciencia de Euclides demostrable,

de la física nueva deleitable,

¿no fuera más del caso que pensaras

en escribir aquello que notaras?

¿Pero coplillas, y de amor? ¡Ay triste!

Perdiste el poco seso que tuviste».

¿Has dicho, Ortelio, ya cuanto, enfadado,

quisiste a este pobre desterrado?

Pues mira, ya con fresca y quieta flema

te digo que prosigo con mi tema.

De todas esas ciencias que refieres

(y añade algunas otras si quisieres),

yo no he sacado más que lo siguiente:

escúchame, por Dios, atentamente;

mas no, que más parece lo que digo

relación, que no carta de un amigo.

de todas las antiguas más hermosa,

el primero dirá con claridades

por qué dejé las altas facultades,

y sólo al pasatiempo me dedico;

que los leas despacio te suplico,

y si conoces que razón me sobra,

calla, y no juzgues que es tan necia mi obra.

Pero si acaso omites este asunto,

y la crítica pasas a otro punto,

cual es el que contiene la obra mía

faltas contra la buena poesía,

Conozco tu razón, mas oye atento;

con Ovidio respondo a tu argumento:

Siqua meis fuerint, ut erunt, vitiosa libellis,

Excusata suo tempore, lector, habe.

Exul eram; requiesque mihi non fama petita est;

Mens intenta suis ne foret usque malis.

Significa (y perdona la osadía

de interpretar de Ovidio la armonía,

porque en la traducción es consiguiente

que pierda la dulzura competente,

como sucede a todos los autores

en manos de mejores traductores):

El tiempo en que esta obra yo compuse,

las faltas que hallarás, lector, excuse.

Quietud busqué, no fama, desterrado,

por distraer a mi alma del cuidado.

Adiós.

LETRILLA SATÍRICA

Que dé la viuda un gemido

por la muerte del marido,

ya lo veo;

pero que ella no se ría

si otro se ofrece en el día,

no lo creo.

Que Cloris me diga a mí:

«Sólo he de quererte a ti»,

ya lo veo;

pero que siquiera a ciento

no haga el mismo cumplimiento,

no lo creo.

Que los maridos celosos,

sean más guardias que esposos,

ya lo veo;

pero que estén las malvadas,

por más guardias, más guardadas,

no lo creo.

Que al ver de la boda el traje,

la doncella el rostro baje,

ya lo veo;

pero que al mismo momento

no levante el pensamiento,

no lo creo.

Que Celia tome el marido

por sus padres escogido,

ya lo veo;

pero que en el mismo instante

ella no escoja el amante,

no lo creo.

Que se ponga con primor

Flora en el pecho una flor,

ya lo veo;

pero que astucia no sea

para que otra flor se vea,

no lo creo.

Que en el templo de Cupido

el incienso es permitido,

ya lo veo;

pero que el incienso baste,

sin que algún oro se gaste,

no lo creo.

Que el marido a su mujer

permita todo placer,

ya lo veo;

pero que tan ciego sea,

que lo que vemos no vea,

no lo creo.

Que al marido de su madre

todo niño llame padre,

ya lo veo;

pero que él, por más cariño,

pueda llamar hijo al niño,

no lo creo.

Que Quevedo criticó

con más sátira que yo,

ya lo veo;

pero que mi musa calle

porque más materia no halle,

no lo creo.

MIENTRAS VIVIÓ LA DULCE PRENDA MÍA…

Mientras vivió la dulce prenda mía,

Amor, sonoros versos me inspiraste;

obedecí la ley que me dictaste

y sus fuerzas me dio la poesía.

Mas, ¡ay!, que desde aquel aciago día

que me privó del bien que tú admiraste,

al punto sin imperio en mí te hallaste

y hallé falta de ardor a mi Talía.

Pues no borra su ley la Parca dura

-a quien el mismo Jove no resiste-

olvido el Pindo y dejo la hermosura.

Y tú también de tu ambición desiste

y junto a Filis tengan sepultura

tu flecha inútil y mi lira triste.

NO BASTA QUE EN SU CUEVA SE ENCADENE…

No basta que en su cueva se encadene

el uno y otro proceloso viento,

ni que Neptuno mande a su elemento

con el tridente azul que se serene,

ni que Amaltea el fértil campo llene

de fruta y flor, ni que con nuevo aliento

al eco den las aves dulce acento,

ni que el arroyo desatado suene.

En vano anuncias, verde primavera,

tu vuelta de los hombres deseada,

triunfante del invierno triste y frío.

Muerta Filis, el orbe nada espera,

sino niebla espantosa, noche helada,

sombras y sustos como el pecho mío.

SI EL CIELO ESTÁ SIN LUCES…

Si el cielo está sin luces,

el campo está sin flores,

los pájaros no cantan,

los arroyos no corren,

no saltan los corderos,

no bailan los pastores,

los troncos no dan frutos,

los ecos no responden…

es que enfermó mi Filis

y está suspenso el orbe.

TODO LO MUDA EL TIEMPO, FILIS MÍA…

Todo lo muda el tiempo, Filis mía,

todo cede al rigor de sus guadañas;

ya transforma los valles en montañas,

y apone un campo donde un mar había.

Él muda en noche opaca el claro día,

en fábulas pueriles las hazañas,

alcázares soberbios las cabañas,

y el juvenil ardor en vejez fría.

Doma el tiempo al caballo desbocado,

detiene al mar y viento enfurecido,

postra al lén y rinde al bravo toro.

Solo una cosa al tiempo denodado

ni cederá, ni cede, ni ha cedido,

y es el constante amor con que te adoro.

Cáceres, Esther de

Reseña biográfica

Poeta y ensayista uruguaya nacida en Montevideo en 1903.

Se graduó en la Facultad de Medicina en el año de 1929 y alternó su profesión con la docencia como profesora universitaria de Literatura, actividad a la que dedicó mucha parte de su vida. Es autora de una vasta producción poética: «Las ínsulas extrañas» en 1929, «Libro de soledad» en 1933, «Concierto de amor» en 1944 «Madrigales, trances, saetas» en 1947, «Tiempo y abismo» en 1965 y «Canto desierto» en 1969, son sus obras más destacadas.

Representó a su país en diversos eventos intelectuales y obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1933, 1934 y 1941.

Falleció en 1971

A UNA MAGNOLIA

Acércame los pétalos de fragante magnolia

con que, en horas de sueño,

el Amor poderoso ilumina mi sombra.

En la sien, en la palma, entre ébanos de noche

tus pétalos reposan.

No los turba el ardiente llamado de mi pulso,

ni del santo madero la grave y sorda música.

Hasta que alguna vez los clavo con mis ojos

en una cruz severa,

y una herida sin sangre les descubro.

-Es una saeta oculta

que atraviesa en verano el claroscuro

del agua Pura y quieta en los lagos nocturnos.-

Gime el ser en silencio. Con mi fuego dialoga

tu distante fragancia, tu impasible blancura.

De lejos nos contestan, en el aire nocturno

de jardines y selvas, las cítaras insomnes.

Me acerco a ti; te busco

la herida misteriosa que sólo yo conozco.

Todos mis huesos cantan despiertos, dolorosos,

el canto en que se queman,

sin quemarte, en la sombra.

Tú acércate; amortigua esta sedienta lumbre.

Acércame en el fuego tus frescos, apacibles

pétalos de magnolia.

acércate, magnolia!

CANTO DE LAS FLORES

Desde un rincón del día dorado

escondidas flores me llaman.

-¡Por tu amor sé escucharlas!-

Me recuerdan tu alma,

¡ay, sólo conocida por los ángeles!

Sólo flores,

las escondidas flores

cantan!

Sabemos sólo flores

sobre ellas,

apenas apoyadas

tu cara -y tu alma

y mi cara- y mi alma.

Desde un rincón del día dorado

escondidas flores me llaman.

CRISTAL DE AMOR

Cuando te veo

tan solo entre los hombres y los árboles

quiero olvidarme de este Amor en sombra

que sonríe y que arde

para cantarte y dibujar tu imagen

en el aire!

Y tengo que volver a esta penumbra

en que el amor me hace

arder y sonreír para mostrarte

en cristal solitario

tu imagen -otra vez quilla de barco

que rompe el mar y el aire!

Ay! lúcido racimo de uvas frescas

en mis manos trocado

en rojo y silencioso coral lento

como el verano!

Ya te roba tu vértigo

al cristal solitario;

vuelves a ser apasionada marcha

entre libros, y árboles, y llantos.

Yo me quedo mirándote: sólo eres

un gran viento que corre, quema y canta

amor en todo árbol

y en todos los rincones de mi alma.

Un gran viento que corre, quema y canta

y que en profundos mares del verano

desgaja, silencioso, mil corales!

EL ÁNGEL DEL JARDÍN

Cuando el verano sueña ardientes pausas

entre los árboles,

el ángel del jardín me acerca los jardines

y hace cantar el agua.

Las flores amanecen

porque aquel ángel pasa,

me acerca los jardines

ardientes pausas

pasa…

Él las mira; me mira…

¡todas las flores son una mirada

y ojos y rosas cruzan

su luz de alma!

Ángel, flores y yo sólo soñamos

el jardín de jardines

descendido hasta mí cuando en la tarde

este ángel canta.

EL FUEGO

Ya lejos de los árboles ardientes y mortales,

yo me acerco a cantarte!

Recuerdo la alta llama;

los grandes bosques que tu mano quema;

los muros derribados

entre las voces que la angustia vela;

y el metal de la guerra

por donde corres como vena ciega.

Recuerdo el gran secreto

con que te guardo dentro de mis huesos,

cuando en las horas lentas

el verano te esconde

en cada flor sedienta.

Y te amo, hijo del Aire,

Fuego -Casa de Amor- barca del Aire,

barca del día en el Aire!

Único árbol despierto a través de la Muerte!

Más sólo que la Muerte!

EL SILENCIO

Los pájaros

desde el silencio

cantan.

Desde enjambres de amor y de tormento

cantan.

Desde prisiones y en la dilatada

casa del aire

cantan.

Entre cipreses de la muerte

cantan.

Pero un pájaro solo que ha atravesado el Fuego

solo en lo alto

solo y extático

en misteriosos cielos de silencio y alma

canta.

EL TIEMPO DE PASIÓN

Es un ciprés que nace entre antiguos cipreses,

plantado por mis manos;

mirado y remirado por los ojos que lloran

en mi cara; los ojos que te amaron

cuando antiguos cipreses eran sólo columnas

de un gran cielo tranquilo.

Música de la Muerte redobla entre tu cuerpo

y mi cuerpo. Redobla entre tu sombra

y mi sombra.

Redobla en los confines del Amor y la Noche…

Música de la Muerte llora todas tus muertes;

va corriendo entre todas

las hojas de ciprés: dice tu muerte,

y llega hasta el recuerdo

de aquel gran mediodía

del arduo amor,

-¡un melodioso estar

Tú y yo, como dos rosas,

en un resplandor mágico

de largos oros!-

Estábamos envueltos en un aire de fuente

en primavera!

Tú y yo

¡ciegos al día

y a las estatuas frías!

¡Oídos impenetrables

a la lira del aire!

¡Sólo almas reposando

sobre el alma del sándalo!

Ahora estás muerto, Amor, bajo todas las rosas

tristes, ardientes, ávidas, que mi pasión deshoja.

Y por mis sienes, como de una herida,

corre tu sangre, última flor de vida.

Ya llega a mi mejilla -sola flor sin espinas-

y canta su pasión, su vida herida.

Yo te he tendido, Amor, sobre las flores tiernas,

preso y libre de mí, nocturno y frío,

y desde mis abismos te remiro.

Ya estamos otra vez, como dos rosas,

junto a la más esbelta

fuente eterna de Amor. -Huyen redobles

de tu Muerte entre noche-.

¡Canta la fresca aurora!

HUYES DE MIS MANOS

Huyes de mis manos,

forma del vaso sencillo y seguro:

-¡pero desde el sueño te canto

como si tú también fueras sueño!

Huyes de mis manos

por caminos que ningún pájaro conoce;

y mi voz te persigue

heroica, como un secreto fino y terco.

¿Eres sólo una voz

callada y sin recuerdo?

¡Forma del vaso sencillo,

profunda como el sueño!…

LA FUENTE

Entre árboles extáticos

y flores soñolientas,

cuando todos los astros del verano

caen sobre los jardines con ardiente cadencia

tus surtidores cantan

sobreviviendo!

Remotas aguas, columpiados barcos

descansan en tu dulce cara quieta.

Tus tranquilos mármoles

se dan al aire y sueñan

y la gran noche mágica

del jardín se levanta

para ver nuestro encuentro.

La muchedumbre de las fuentes canta

por esta sola boca tuya ¡Fuente!

Ya puedo amar sin vértigos

este espejo de sombras, este canto;

porque ciñes los mares de mi ser en la noche

y detienes el Tiempo!

LA NOCHE

I

Un alto mar de sombra ya invadió todo el Aire,

y en el gran sueño oscuro

relucen, solitarios,

los vastos ébanos con que el Amor talla

arcas insomnes de secretos pianos.

Bajo la noche

busco antiguas estatuas.

Exploro el hondo bosque donde el Recuerdo posa

su extraña mano de cautela y llama.

¿Son mis desconocidas gacelas ya dormidas

o son lentos follajes?

¿Es una cabellera perdida entre los tréboles

en la extensa morada de fragancias del Aire?

¡ Soy yo, soy yo, yo misma

perdida entre los árboles,

sola entre oscuros árboles!

Soy yo, soy yo, yo misma

en cristal apagado

y dormidos esmaltes!

Dejo el bosque secreto, dejo el jardín sin cisnes;

atravieso los muros invisibles del Aire,

y ya estoy en el ámbito

de la gran noche sola!

-Alguna de mis muertes se ha quedado llorándome!

II

Vienen las Soledades y juntas contemplamos:

Ya no hay más que la Noche

¡una gran flor de sombra

quieta bajo el rocío!

¡La Noche y yo -¡su llanto!-

Hasta que se despierta

la oscura flor… ¡Ya se truecan las lámparas!

¡Ya un aire de gacelas

se acerca a despertarme!

¡Los mares del Día cantan!

LAS CAMPANAS DEL VALLE

Tiembla el aire, desata las fragancias

si cantan las campanas

llamando a los nostálgicos

seres del valle.

Son locas llamaradas

tendidas a una música lejana

que sólo en sueños viene

con acento velado

por un camino tierno de amapolas

y de lento descanso.

Cuando nos despertamos

a saber otra vez del destierro y las lágrimas

las campanas encienden el aire del desierto

y, también desterradas,

hacia las más lejanas campanas de aquel reino

cantan y cantan.

LOS PIANOS

¿Qué piano me recuerdan

las nubes esta tarde?

Lejos de acantilados

en donde el mar se rompe

llorando!;

lejos de ciegas llamas

que una mano desata

para su muerte incauta,

ya no eres gris espada

ni violento relámpago!

¡Las nubes me hacen dulce

tu recuerdo en la tarde!

Como se planta un árbol

hoy dejo sobre el mundo

tu imagen:

Tú eres como los pianos

distantes en la tarde.

No acantilado: blanda

playa de seda y algas

a donde mi amor llega

cantando!

Las lentas melodías

a tu alrededor vagan,

como aquellas gaviotas

que se acercan a un barco

y le hacen una nueva

quilla blanda!

¿Qué piano me recuerdan

las nubes esta tarde?…

Tú eres como los pianos

y las nubes distantes!

MANOS DE AMOR

¡Qué cercanas, qué lejanas,

tu mano y mi mano juntas!

Me enloquezco cuando siento

que entre el amor de sus palmas

una mano taladrada

les separa los dos pulsos.

-Ya se acercan, ya están juntas,

como una flor con su tallo,

tu mano y mi mano juntas!

Quiero sentirles la sangre

junta;

¡las vivas raíces juntas!

¡Ay! Todavía las separa

el resplandor de una rosa

con su ser, que es, como el tuyo,

terrible, tierno, traslúcido!

Toda la noche tu mano,

convertida en una rosa,

fue sangre de sueño y flor

sobre el sueño de mi mano

silenciosa.

MELODÍA DE LOS CISNES

Cisne tú, como cisnes de un olvidado lago

que se asoma al recuerdo con violetas tranquilas!

Viajas como los cisnes en que el Amor descansa

con una luz antigua

cuando somos el sueño de una sola flor sola,

Tú, Cisne de los cisnes

y Yo -tu melodía!

Ya el otoño se cierra con un oro sombrío…

Un gran pétalo solo

camina por el cielo de las flores dormidas.

Y cisnes del Recuerdo

hunden en el silencio de remotos jardines

su cuello y su concierto: su apagado abanico.

Sólo tú, extraño ser que me escondes los cisnes

quedas bajo la luna!

Y todas las violetas sumergidas se apoyan

sobre tu ser de cisne

sobre mi melodía!

NO PASARÁS POR EL CAMINO

No pasarás por el camino

a la hora en que mis ojos te buscan,

cuando los pájaros vagabundos se van de la tarde

y llora en la noche mi voz.

Mi corazón te esperará en la puerta de los días

¡pero no llegarás!

¡Y ha de cerrarse la oración en mi soledad!

¡No pasarás por el camino!

Pero yo he de esperarte otra vez,

cuando los pájaros vagabundos se van de la tarde

y llora en la noche mi voz…

NOCTURNO HERIDO

Mientras las nubes pasan sobre el tapiz antiguo

del tiempo herido

yo olvido el suave musgo y los pies vivos

porque tu ser tendido

yacente en mis rodillas

me atrae como la sed. Hacia tu muerte

como hacia el mar me inclino

y me busco en tu faz como en espejo

hasta que el día declina.

Duermo entre tus imágenes

redobladas y vivas

y la aurora sorprende un raro sueño:

Yo voy corriendo mi veloz carrera

sobre mármoles fríos.

Pasan las nubes… son veloces… miran

un ser yacente, un templo entre cipreses

por el agua del mar humedecidos.

Miran una gran fuente

plantada como un árbol

en medio de la tarde y el olvido…

Sola imagen tranquila

de tu muerte tendida en mis rodillas.

En fuente y ser de muertes yo me miro

y pasan nubes

sobre tu ser tendido,

sobre mi ser que el Tiempo no atraviesa,

sobre un tapiz de tiempo

que fuga y permanece;

sobre un césped de tiempo

donde la cruz de Amor se planta cada día

y mis pies silenciosos y desnudos caminan!

PORQUE ME TRAÍAN TU SUEÑO

Porque me traían tu sueño

yo amé los cielos de la tarde

y los árboles solos.

Y amé los mares en el alba

y las barcas abandonadas,

porque en ellas iba encontrando

¡tu recuerdo!

Ya sin los cielos de la tarde

ni los mares del alba

¡te tengo!

Libre de las imágenes

¡te tengo!

Porque ahora te amo

en esta soledad mía

sin recuerdos.

RECUERDO DE VIOLETAS

Yo estoy dentro de un Mar donde los cantos viven

en tiniebla extasiados…

Llegan, me tocan, vagan

con alguna hoja náufraga

por otoños del Mar suavemente llevada

y juntos reposamos

sobre el gran sueño lento de las algas.

No recuerdo la orilla

de adiós y muerte y luces apagadas…

Sólo recuerdo el Aire separando

con sus secretos dedos

mis dolientes cabellos extraviados

cuando cruzábamos

el Aire y yo

-aire y cabellos vivos derramados-

por la gran Primavera

de ardientes vientos arduos;

cuando nos acercábamos

a una columna erguida,

con hiedra, con saetas,

con ser encadenado,

entre las casas muertas

en un día de violetas

sobre cara en dolor y párpados cerrados.

Todos los soñolientos seres del Mar se acercan

con apacibles manos a mis hambrientas manos.

Si levanto los párpados

veo el sueño de violetas:

Entre tú y yo se miran desde el Aire

asomadas al Agua

como un cielo cercano

sobre el gran Mar de Amor transfigurado.

TÚ HARÁS SUAVE MI SUEÑO

Tú harás suave mi sueño

cuando todas mis ramas hayan sido cortadas

y no quede más que una

libertad sin recuerdos…

Llegará tu silencio!

Ya mi oído

no se inclina a los días ni a las noches,

ya la última esperanza se me borra en tu cielo…

¡Llegará tu silencio!

Mi alma sabe que un día

tú harás suave mi sueño…

Cabrisas, Hilarión

Reseña biográfica

Poeta y periodista cubano nacido en La Habana en 1883 y fallecido tempranamente en 1939.

Cursó sus primeros estudios en Barcelona. Se graduó de bachiller en el Instituto de Matanzas. Fue miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras, del Círculo de Bellas Artes, de la Asociación de Escritores Americanos y de la Asociación de la Prensa.

Su poesía contribuyó en gran forma a la renovación de las letras cubanas, destacándose en el ambiente intelectual como mentor de un lenguaje simple y sin artificios.

«Breviario de mi vida inútil» en 1932, «La caja de Pandora», «Sed de infinito» y «La sombra de Eros» en 1939, constituyen parte de su obra poética.

A SAFO

Porque eres canallesca, porque eres exquisita,

y porque eres perversa, y porque eres fatal,

mi carne pecadora tu carne necesita

para libar las mieles de las flores del Mal.

Porque tiene tu vientre albor de margarita,

y tus piernas, columnas de tu templo carnal,

guardan el Tabernáculo de mi hostia maldita

y ocultan el secreto de mi anhelo sensual.

Porque tus ojos glaucos, para el hombre inconstantes,

brillan faunescamente, lesbianos, inquietantes,

cuando pasa una núbil doncella junto a ti,

anhelo pecadora, tu lascivo contacto

para la complicada consumación del Acto,

¡Con la santa lujuria que está latente en mí!

DE PROFUNDIS

¡Te perdí para siempre! El torbellino

de la ciudad, te arrebató inclemente.

Ya nunca volveré a besar tu frente

ni beberemos juntos nuestro vino.

La vida bifurcó nuestro camino;

ya no vamos del brazo alegremente,

ni apaga nuestra sed la misma fuente,

ni tú oyes mi canción, ni yo tu trino.

¡Y no hubo ni un adiós! Fue lo insondable:

el silencio… el dolor… lo irremediable…

¡la atroz sonrisa y la fingida calma..!

Después, cargué mi amor rígido y yerto.

Lloré mucho; recé, velé a mi muerto,

¡y me enterré el cadáver en el alma..!

LA LÁGRIMA INFINITA

¡Esa!… La que en el alma llevo oculta;

la que no salta afuera ni se expande

en la pupila; la que a nadie insulta

en un alarde de dolor: la grande,

la infinita, la muda, la sombría,

la terca, la traidora, la doliente

lágrima de dolor, lágrima mía,

que está clavada en mí profundamente!

La que no da una tregua ni un consuelo

de dulce sollozar. La que me hiere,

y me punza, y me obsede, y pone un velo

turbio en mis ojos; la que nunca muere

ni nace a flor de rostro; la que nunca

refrena su latir; la que no intenta

asomarse a la faz y queda trunca,

y hace la pena interminable y lenta…

Cántaros secos, áridos, mis ojos;

páramos sin frescura ni rocío;

febricitantes de escrutar los rojos

límites, del espacio y del vacío…

¡Esa!… La que no llega, ni ha llegado,

ni llegará a los ojos nunca… ¡nunca!…

Mi lágrima tenaz que no ha mojado

el Sahara estéril de mi vida trunca,

¡Ésa… no la verás, porque en la calma

de mis angustias, se ha trocado en perla!

Para verla hace falta tener alma;

y tú, ¡no tienes alma para verla!…

MAR SIN ORILLAS

Un dolor se me va y otro me arredra;

ola que se marchó y ola que viene

a batirme, y apenas se detiene

sobre mi viejo corazón de piedra.

Ola que llega, y rompe, y salta y medra

del dolor de la roca, y se mantiene

sólo el instante aquel que le conviene

para arrancarle hasta su airón de yedra.

Lucha sorda y tenaz; mudo combate

de la ola que se va, vuelve y se abate

en el peñón que su ira desafía…

Dolor perenne, inextinguible, intenso,

rudo y fiero combate en este inmenso

mar sin orillas de la vida mía…

SED DE TI

¡Qué sed tengo de ti! Eres la fuente

que corre cristalina ante mis ojos,

y son inútiles mis brazos flojos

para hacer que se tuerza la corriente.

Inútilmente domo mis antojos,

y trato de olvidarte inútilmente:

sueña mi mente con tu tersa frente

y con el vino de tus labios rojos.

¿Qué daño habré hecho yo, que en mi camino

todo me llega tarde? Si es mi sino

cargar el fardo de mi vida trunca,

¡que no te vuelva a ver! Yo te lo pido

por Dios… ¡Cuánto mejor hubiera sido

que no te hubiera conocido nunca!

SÍNTESIS

Vive tu vida y ámala, sea buena

o mala para ti: ese es tu sino.

Si te punzan las zarzas del camino

haz un yambo votivo de tu pena.

Ten tu copa de amor bullente y llena,

y embriágate de amores y de vino,

Baudelaire te lo dijo: haz un divino

canto a PAN DE TU VIDA ardiente y plena.

Musicaliza todo : tus dolores,

tus placeres, los páramos, las flores,

vive en perenne Domingo de Ramos.

Y espera anacreóntico la muerte

diciendo ante el enigma de la suerte

como Rubén: -¡Señor!… ¿A dónde vamos?…

¡SÓLO ENTONCES SABRÁS CUÁNTO TE QUISE!

Cuando yo muera… -ha de llegarme el día

antes que a ti- al cerrar mis ojos yertos,

piensa que si aún hay vida entre los muertos,

te seguiré queriendo todavía.

En mi ansiedad suprema de agonía,

mis labios secos, torpes y entreabiertos,

aun sin calor, se moverán inciertos

por balbucear tu nombre, amada mía.

Ése será tu triunfo. En esa hora

tú, de mi vida absurda embrujadora,

sabrás, al fin, cuánto te amé y sufrí…

Y dirás: “A las otras mintió amores;

pero ninguna le causó dolores

de amor, porque no amaba sino a mí…”

Cabrera, Antonio

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Medina Sidonia, Cádiz, en 1958.

Reside actualmente en La Vall d´Uixó, provincia de Castellón, donde ejerce como profesor

de Filosofía.

Aunque sus primeros poemas aparecieron en los cuadernos “Autorretrato” en 1987, “Ante el invierno” en 1996 y “La mano que escribe” en 1998, fue con “En la estación perpetua” cuando saltó a la fama, obteniendo el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe del año 2000 y el Premio Nacional de la Crítica del año 2001. “Con el aire” obra ganadora del Premio Ciudad de Melilla en el año 2004 y Premio de la Crítica Valenciana 2005, consolidó su posición entre los poetas destacados del panorama literario español.

Es autor de una bella colección de Haikus de tema ornitológico y responsable de las versiones castellanas de los volúmenes Poesía y ontología, de Gianni Vattimo y Los pájaros amigos, de Josep Maria de Sagarra.

Colabora periódicamente con El País, Clarín y en la edición valenciana del diario ABC.

AMOR FATI

El crepitar

de unas ramas de olivo

que se queman sin prisa tras la poda,

el ímpetu del pájaro en el cielo,

su timidez en el arbusto, el áspero

zarzal y la humareda

me están pidiendo

una confirmación, su debido registro

entre lo que sucede.

Necesitan

el sí callado que he de darles

para poder hacer en su existencia

un hueco a mi existencia muda.

Comprendo que se trata

-como en el lazo entre la flor y el día-

de un destino recíproco,

de un mutuo ser en lo que es, sin más.

(Ninguna plenitud,

tampoco, aún, ninguna pérdida.)

Acepto estar aquí, y estar mirando

estas cosas sin cifra.

Acepto, juzgo, doy

al aire

el mismo aire

que me sustenta a mí.

De “Con el aire” 2004

ESTA PAZ ANODINA

A menudo me observo

y aprecio en mí tu falta,

un vacío que borra mi relieve,

que pacta con los días esta paz anodina.

Entonces, nada pienso, nada sé.

Te llamo alma, con un cuidado extremo.

y escojo esta palabra para hacerte presente,

para magnificar tu ausencia entre las cosas

que han brillado en el centro de otras cosas menores

y me ofrecen ahora su palidez, la cera

derrotada de lo que tuvo vida.

Son las horas sin luz,

los días sin asombro ni memoria,

tiempo impávido, cuando

las únicas noticias de mí son estos pobres

mensajes de mi cuerpo,

el que todo lo ignora,

ese tibio volumen que avanza y parpadea

cargado con la necia metafísica

de su respiración.

De “En la estación perpetua” 2000

IDEA

He anotado esta idea: El silencio no existe.

La he descubierto en mí mientras miraba

unas fotografías

que alguien tomó en un paisaje nórdico.

Podía ver en ellas la rara condición

de una llanura en soledad,

y en soledad también un poste ensimismado

y un asfalto remoto.

Bajo la luz raptada, parecía

que estuvieran presentes en su abandono estricto,

en el légamo claro de cuando nadie mira.

El silencio no existe.

¿Cómo podría haberlo

si todo tiene vibración y luce

y restalla por dentro más allá

de su apariencia muda?

En donde estemos ¿no escuchamos siempre

su murmullo o su pálpito?

El silencio no existe.

(Noto cómo la idea extrae de mí

las líneas de un sentido,

y busca su espesor, y al mismo tiempo

apunta al blanco en sombra

donde está su verdad.)

Quizá silencio es sólo un nombre,

un nombre acostumbrado aunque inexacto,

una palabra errónea que habla, en realidad,

del sonido terrestre

que está perdido

en un espacio ajeno y despoblado

donde nadie lo escucha.

El silencio no existe.

(La idea

ya es un dardo que está cruzando el aire.

Su vuelo es pensamiento.

Mis palabras lo empujan y lo frenan.)

De “Con el aire” 2004

LA DISTANCIA

Yo decía palabras y escuchaba

las que a mí me decían.

Mientras,

inadvertidamente,

se iba alimentando la mañana

con el néctar de luz de los almendros

hasta forjar

una callada majestad: el día.

Yo hablaba y los demás hablaban,

y las palabras nuestras

fueron un manto tenue

que hacía resbalar

aquella limpia miel, aquella albura,

hacia los bordes

de la conversaci6n,

y en borrada existencia la perdían.

Puedo saber que la perdían

porque la escena

llega completa en lo evocado,

y veo en mi memoria

cómo se erigen firmes a nuestro alrededor

aquellas llamas blancas de febrero.

Se erigen

extrañamente firmes.

¿Dónde estaban entonces,

si no estaban ocultas?

¿En dónde respirábamos nosotros?

Yo paseaba atento a cuanto me decían

pero expulsado

a confines sin luz que ahora, al verme

en el recuerdo, sé que no existieron.

¿Qué había en las palabras

y qué fuera de ellas?

La insistencia del mundo.

Aquella vez

estuvo sostenida

sobre rotundas flores invernales.

En la diafanidad resplandecían.

De las sílabas ciegas que dijimos

fueron eco inaudible, un sí y un no libados,

la distancia.

De “Con el aire” 2004

LA ESTACIÓN PERPETUA

El invierno se fue. ¿Qué habré perdido?

¿Qué desapareció, con él, de mi conciencia?

(Esta preocupación -seguramente absurda-

por conocer aquello que nos huye,

me obliga a convertir el aire frío

en pensado cristal sobre mi piel pensada,

y a convertir la gloria entristecida

de los húmedos días invernales

en la imposible luz que su concepto irradia;

esta preocupación, en fin, tiene la culpa

-y qué confuso y dulce me parece-

de que duerman en mí los árboles dormidos.)

El invierno se fue, pero nada se lleva.

Me queda siempre la estación perpetua:

mi mente repetida y sola.

De “En la estación perpetua” 2000

LA INTIMIDAD

Vine hasta aquí para escuchar la voz,

la voz que según dicen nos habla desde dentro

y endulza la verdad si la verdad

merece una degustación serena,

o la hace más amarga si es amarga,

con sólo pronunciar la negra hiel

que ha reposado intacta entre sus sílabas.

Vine hasta aquí para escuchar la voz

que no sabe, ni quiere, ni podría engañarnos.

Elegí este lugar de belleza imprevista.

(Llegué hasta él casualmente un día de abril

por el que navegaban nubes grandes,

manchas oscuras sobre el suelo, pruebas

acaso necesarias de que la luz habita

entre nosotros: esa transparencia

que olvidamos y que es, al mismo tiempo,

difícil y evidente.)

Diré por qué es tan bello este lugar:

forma un valle cerrado entre montes boscosos,

un circo escueto que circundan peñas

rojizas, donde el viento es un cuervo

delicado aunque fúnebre;

los hombres han arado su parte más profunda,

y allí crece el olivo y unos pocos almendros

y un ciprés y una acacia; las sombras del pinar

asedian desde entonces las lindes de estos campos,

su yerba luminosa, y el pedregal resiste

como un altar al sol; todo tiene una pátina

de realidad, un ansia, un prestigio remoto.

Porque creí que este silencio era

igual al de una estancia solitaria,

vine a escuchar la voz que desde dentro

nos habla de nosotros mismos. Pero

pasa el tiempo y escucho solamente

la prisa del lagarto que escapa de mi lado

y el vuelo siseante de la abeja,

no mi voz interior.

Todo es externo.

Y las palabras vienen

a mí y en mí se dicen ellas solas:

la ladera encendida bajo la nube exacta,

el bronce del lentisco,

una roca que el liquen acaricia…

Lo íntimo es el mundo. Con su callado oxígeno

sofoca sin remedio la voz que quiere hablar,

la disuelve, la absorbe.

He venido hasta aquí para escucharme

y todo lo que alienta o es presente

me ha hecho enmudecer para decirse.

De “En la estación perpetua” 2000

LUGAR DE RUISEÑORES

Está junto a una fuente. No es secreto.

Un barranco con zarzas, con aliagas,

con rosales silvestres, con adelfas.

Es un espacio donde el tiempo esculpe

un bronce vegetal exacto y limpio.

A ese lugar retornan por abril

los ruiseñores, y abren de inmediato

en la floresta su diálogo nocturno

sobre intactas verdades misteriosas,

en un idioma lleno de razones

que son un raro compromiso y son

al mismo tiempo hipnosis y soberbia.

No he vuelto a ese lugar. Lo guardé un día

en el firme paisaje de mi mente

donde el cielo pensado está cubriendo

la misma luz difícil, el prodigio

de la fidelidad que lo impalpable

a veces establece con lo grávido,

con lo real, con lo que el aire mueve.

Allí también puedo escuchar el canto,

la conjetura ardiente que medito.

De “Con el aire” 2004

MEDITACIÓN DEL CRISTAL

Tras el cristal que lo protege

hay un gesto afligido.

Los músculos de un torso

–su latir dibujado–

gimen

en la tensa postura

que los mantiene entre la rigidez

y la elegancia quebradiza:

una mano en el pecho; un brazo alzado

que se dobla hacia atrás

y acompaña obediente la inclinación del rostro;

el perfil, entrevisto; la mirada,

vuelta hacia un fondo de grafito ciego.

Fijado en ese fondo, su sombra lo repite,

lo difumina

sobre ese envés impuro.

En todo reina el gris,

turbia plata en la luz que tras el vidrio

es dolor y es hermética codicia.

Extrañamente,

junto a ese silencio dibujado

con rumor y gemido,

el cuadro pone,

en el cristal,

otra versión de lo que ahora existe:

yo me reflejo en él si lo contemplo;

detrás de mí, las cosas se reflejan.

Mi rostro, en primer plano, abisma su mirada

en mi mirada idéntica. Tras él,

las cosas que a mi espalda son reales,

en el cristal, detrás de mí,

vacilan y se hunden:

veo la puerta en su destierro súbito,

pintada con barniz de brillo falso,

y un trozo de pared incomprensible, frágil,

y en el fondo, aturdidas,

unas últimas cosas casi ausentes

flotando en ahogada semejanza.

Al ocultarte

al otro lado de esta opacidad tan clara,

inútil torso, gris perdido,

¿en qué limbo te borras un instante?

¿Qué es este vértigo

de rostros sobre rostros y sombras sobre sombras?

¿Qué son estas miradas

que van al esplendor y en luz se enturbian?

Contemplo la belleza y soy un velo.

Imprevisto cristal, vidrio inmutable,

¿quién conoce, quién ve, quién no confunde?

De “Con el aire” 2004

NARCISOS

(Narcissus poeticus)

Me indicó alguien

que aquellas flores blancas crecidas entre juncos

eran narcisos.

En pleno mes de enero, florecían

bajo el cielo nublado y la inclemencia.

Así pues, el narciso es la aterida flor

que el invierno regala,

pensé entonces, vencido por la literatura.

De vuelta a casa, con cuidado ritual

–tal vez exagerando una fragilidad leída–

formé un pequeño ramo y lo dispuse

en un jarrón ingenuamente griego.

Su perfume imponía una emoción sin forma,

una reminiscencia débil

de palabras de un poema

donde ellos significan,

inevitablemente, el yo,

la incógnita

en su nívea hermosura.

Pero esta mañana,

al contemplar el ramo tras haberlo olvidado,

no he visto flores literarias, fingidas,

sino breves narcisos

silvestres,

y no he pensado nada,

y me ha abrumado

su inaudita delicia incontestable

puesta sobre la mesa.

De “Con el aire” 2004

PÁRAMOS ALTOS

Altos son estos páramos que cruzo,

país de la intemperie. Las sabinas,

con un pétreo porqué,

han tejido sus ramas geológicas

en conos de esmeralda que el aire ensucia y seca.

La calima me roba el horizonte,

encierra el llano abierto en la interrogación.

¿Son así, retraídos, estos árboles?

¿Es polvoriento el cardo? ¿No es de un lila inocente?

¿Es tan moroso el vuelo de las águilas? ¿No concluye?

¿Se ha apagado el charol de las cornejas?

Siempre hay calima. Siempre estamos

en la proximidad más engañosa.

Estamos lejos aunque cerca estemos.

Qué pobre mineral, qué poso tan estéril

hay en lo comprendido.

Existe un sitio adonde escapa todo.

De “Con el aire” 2004

POESÍA Y VERDAD

A Carlos Marzal

En la naturaleza no hay nada melancólico,

aseguraba Coleridge.

He salido a mirar

entre las nubes mansas

una luz semejante a la luz triste

que escriben los poetas.

El resplandor solemne y repetido

del ocaso cubriendo el naranjal

es todo lo que había. Se ocultaba

el sol que tantas veces han descrito

los poemas que niegan lo que sostuvo Coleridge,

pero cuya silueta inofensiva y noble

he podido observar, y no era un apagado

cristal de pesadumbre.

Luego he puesto mis ojos

en algunas presencias más sencillas,

por si estuviera en ellas el hálito extinguido

que ensombrece las cosas esenciales

de la naturaleza, que les otorga un don

oscuro, una verdad umbrosa, ya cantada:

ni en la vegetación humilde, ni en los brazos

inmóviles del árbol,

ni en las piedras –que son el tiempo puro–,

ni en la casa ruinosa donde anidan los pájaros,

he visto en su dominio

a la melancolía.

Así que he regresado adonde estaba,

persuadido, sereno, y a la vez

envuelto enteramente en la nueva ignorancia

que esta certeza teje, porque he visto

que nada es melancólico en la naturaleza

mientras no la pensamos.

Quien la contempla tiene,

acaso como Coleridge,

el sólo afán de ser testigo mudo

de su mudo fragor,

pero al considerarla,

al detener su luz,

se abre allí, sin remedio, en la conciencia,

la exhausta flor mental de la melancolía.

De “En la estación perpetua” 2000

UN SEGUNDO

Tengo las manos frías.

He salido a la calle,

he resuelto el asunto banal correspondiente

y he regresado a casa para ocupar de nuevo

mi sitio en esta mesa.

He descubierto entonces

la frialdad de mis manos,

signo

que me perturba acaso sin justificación,

porque es muy poca cosa tener las manos frías.

Este frío noviembre

está en mis manos, nada más.

Soy yo:

veo el jarrón ingenuamente griego

y la tarde de siempre rodeándome.

Pero en mí es muy raro tener las manos frías.

En un fugaz segundo, mi pensamiento ha visto

la niebla tan probable, la hoja gris escrita

donde el nombre que tengo estaría tachado

con la tinta de escarcha del final.

De “Con el aire” 2004

VESTIGIO

“pues dejas de ser luz

para llamarte tiempo”

F.B.

A Francisco Brines

Una luz enredada entre objetos y libros

–una luz que es la huella que ha dejado la luz–

ahora me descubre la presencia del tiempo,

su transcurso y su instante.

A mi lado, el vestigio

de la mañana ida; delante de mis ojos,

la fórmula presente de lo que ya se fue.

Hay en todo un destello, una pátina apenas;

es un barniz remoto: está diciendo algo

que ya no puede oírse.

Los muebles se resignan

(saben obedecer a lo sutil

como asienten al tacto)

y despliegan su astucia,

y bendicen la atmósfera y el orden

que así se perfeccionan.

Yo estoy formando parte

de este cuadro secreto, de estas puras pavesas,

de esta mañana ida y demorada y frágil.

Mi presencia interroga pero se hunde en el tiempo,

la arena que lo es todo y no puede escuchar.

De “Con el aire” 2004

Cabral, Manuel del

Reseña biográfica

Poeta, escritor y novelista nacido en Santo Domingo, República Dominicana en 1907.

Es la figura más importante en la lírica moderna de su país y la que justamente ha logrado una mayor proyección continental. Fue denominado junto a Nicolás Guillén como uno de los más fieles representantes de la poesía negra, convirtiéndose en un permanente defensor de los derechos de su pueblo. Siendo todavía adolescente se radicó en los Estados Unidos, y luego recorrió diversos países sirviendo en el cuerpo diplomático, para radicarse por muchos años en Argentina reconocida por él como su segunda patria.

Su vasta obra abarca varios géneros de la poesía, sobresaliendo especialmente sus «Doce Poemas Negros», «Compadre Mon» y «Trópico Negro».

Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1992.

Falleció en Santo Domingo en 1999.

AIRE DURANDO

¿Quién ha matado este hombre

que su voz no está enterrada?

Hay muertos que van subiendo

cuanto más su ataúd baja…

Este sudor… ¿por quién muere?

¿por qué cosa muere un pobre?

¿Quién ha matado estas manos?

¡No cabe en la muerte un hombre!

Hay muertos que van subiendo

cuanto más su ataúd baja…

¿Quién acostó su estatura

que su voz está parada?

Hay muertos como raíces

que hundidas… dan fruto al ala.

¿Quién ha matado estas manos,

este sudor, esta cara?

Hay muertos que van subiendo

cuanto más su ataúd baja…

DONDE LA VOZ PARECE MÁS DEL ÁRBOL

Donde el hombre es un árbol.

Aquí, donde los ojos de los niños…

Tal vez aquí no puedo decir nada.

Tan cerca estoy de cosas

que están siempre desnudas.

Puede mi tiempo ahora herir la tarde.

Yo vengo de tan lejos y de tantas palabras,

vengo de tantas manos y de carne con precio,

vengo de tantos vientres con inéditos gritos,

que me sube la voz igual que un ojo.

Aquí, donde este hombre

para decirme que no tiene ropa

desentierra los huesos de su sonrisa:

su azucena valiente y definida,

su azucena harapienta.

EL HUÉSPED DE LOS PÁJAROS

Yo sé bien que se hiere cuando silva.

Comprendo que la tarde la va haciendo su canto.

Me sé bien de memoria que su garganta pone

más azul en los charcos que pisan los boyeros; y pone

unas tierras extrañas en las bárbaras guitarras

de los pinos.

Comprendo que en el cutis del mar escribe cartas

que sólo leen durmiendo los marinos;

comprendo que su pico

empuja a la mañana como el río sus rizos, la lleva

con el calor de un viento hasta los hombres. Comprendo

que sólo cuando él mueve las palabras, las cosas

van cayendo en la tierra con la novedosa inutilidad

que tiene siempre el árbol para dejar caer

sus profundos frutos, inevitables de ser un poco Dios.

Sin embargo, si no lo viera, si no lo tocara,

me sería difícil comprender su presencia.

No siempre

baja a tierra, pero siempre

bebe en el ojo suelto de un rocío.

EL HUÉSPED DE PIEDRA

Recordando el tatuaje ritual de los marinos,

los náufragos de ojos redondos como el miedo,

firman con arañazos en mis carnes su nombre.

Pero un náufrago terco

de mar equivocado por mi sangre

arañazos me hace tan secretos

que me llena de hondas escrituras de clave.

Huésped mío,

¿qué buscas?

¿qué quieres,

que a fuerza de ser mudo me golpeas

como un odio sin puertas?

¿Qué más quieres?

¿No oíste?

¿No me oyes?

¿Son tan hondos tus ruidos?

¿Qué cincel hace tiempo le da golpes azules

a esta piedra triste tirada aquí…

mi cráneo?

Ahora tú, tú sola.

¡Oh muerte que me pones ya tan joven!

EL MUEBLE

Por escupir secretos en tu vientre,

por el notario

que juntó nuestros besos con un lápiz,

por los paisajes que quedaron presos

en nuestra almohada a trinos desplumados,

por la pantera aún que hay en un dedo,

por tu lengua

que de pronto desprecia superficies,

por las vueltas al mundo sin orillas

en tu ola con náufragos: tu vientre;

y por el lujo que se dan tus senos

de que los limpie un perro que te lame,

un ángel que te ladra si te vistes,

cuatro patas que piensan cuando celan;

todo esto me cuesta solamente tu cuerpo,

un volumen insólito de sueldos regateados,

un ponerme a coser silencios rotos,

un ponerme por dentro detectives,

cuidarme en las esquinas de tu origen,

remendar mi heroísmo de fonógrafo antiguo

todo el año lavando mis bolsillos ingenuos

atrasando el reloj de mi sonrisa,

haciendo blanco el día cuando llega visita,

poniéndole gramática a tus ruidos

poniendo en orden

el manicomio cuerdo de tu sexo;

déjame ahora

que le junte mis dudas a la escoba,

quiero quedarme limpio como un plato de pobre;

tú,

que llenaste mi sangre de caballos,

tú,

que si te miro me relincha el ojo,

dobla tu instinto como en una esquina

y hablemos allí solos,

sin el uso,

sin el ruido

del alquilado mueble de tu cuerpo.

ELLOS

Ellos no tienen lecho,

pero sus manos

son las que hicieron nuestras casas.

Ellos comen cuando pueden

pero por ellos comemos cuando queremos.

Ellos

son zapateros pero están descalzos.

Ellos nos visten pero están desnudos.

Ellos

son los dueños del aire cuando manejan alas,

mas son los limosneros del aire de la tierra.

Ellos no hablan,

tienen palabras vírgenes… Hacen nuevo lo viejo…

La mañana lo sabe y los espera…

HUÉSPED DESENTERRADO

Toda la noche

la cotorra del brujo picoteando el silencio.

Toda la noche

estuvieron los hombres bregando con trozos de tinieblas.

Toda la noche

el farol casi humanos con su poco de día,

matando la mirada dulce-azul del cocuyo.

Y nada.

El sepultado ni siquiera hedía.

Todo aire de muerto lo mataban las flores.

¿Es que se hundió como si fuera en agua?

Ayer, precisamente, se le vio en la bodega,

luchando entre penumbra con unos diosecillos

que saltaban sin tregua

desde el tonel del vino hasta la copa,

y corrían,

corrían,

como un grupo caliente de cosquillas

por su cuerpo varón y su neblina.

Toda la noche

estuvieron los hombres cucuteando,

registrando la tierra.

Sin embargo, mi perro está ladrando,

hoy a las siete de la mañana

mi perro está ladrando,

ladra junto a una mano que parece de náufrago fijo.

¡Creció el cadáver

igual que un árbol para dar su fruto!

HUÉSPED SÚBITO

Ahora estás aquí.

¿Pero puedes estar?

Tú dices que te llamas… Pero no, no te llamas…

Desde que tengas nombre comienzo a no respirarte,

a confirmar que no existes,

y es probable que desde entonces no te nombre,

porque cualquier detalle, una línea, una curva,

es material de fuga;

porque cada palabra es un poco de forma,

un poco de tu muerte.

Tu puro ser se muere de presente.

Se muere hacia el contorno.

Se muere hacia la vida.

LA CARGA

Mi cuerpo estaba allí… nadie lo usaba.

Yo lo puse a sufrir… le metí un hombre.

Pero este equino triste de materia

si tiene hambre me relincha versos,

si sueña, me patea el horizonte;

lo pongo a discutir y suelta bosques,

sólo a mí se parece cuando besa…

No sé qué hacer con este cuerpo mío,

alguien me lo alquiló, yo no sé cuándo…

Me lo dieron desnudo, limpio, manso,

era inocente cuando me lo puse,

pero a ratos,

la razón me lo ensucia y lo adorable…

Yo quiero devolverlo como me lo entregaron;

sin embargo,

yo sé que es tiempo lo que a mí me dieron.

LA MANO DE ONÁN SE QUEJA

Yo soy el sexo de los condenados.

No el juguete de alcoba que economiza vida.

Yo soy la amante de los que no amaron.

Yo soy la esposa de los miserables.

Soy el minuto antes del suicida.

Sola de amor, mas nunca solitaria,

limitada de piel, saco raíces…

Se me llenan de ángeles los dedos,

se me llenan de sexos no tocados.

Me parezco al silencio de los héroes.

No trabajo con carne solamente…

Va más allá de digital mi oficio.

En mi labor hay un obrero alto…

Un Quijote se ahoga entre mis dedos,

una novia también que no se tuvo.

Yo apenas soy violenta intermediaria,

porque también hay verso en mis temblores,

sonrisas que se cuajan en mi tacto,

misas que se derriten sin iglesias,

discursos fracasados que resbalan,

besos que bajan desde el cráneo a un dedo,

toda la tierra suave en un instante.

Es mi carne que huye de mi carne;

horizontes que saco de una gota,

una gota que junta

todos los ríos en mi piel, borrachos;

un goterón que trae

todas las aguas de un ciclón oculto,

todas las venas que prisión dejaron

y suben con un viento de licores

a mojarse de abismo en cada uña,

a sacarme la vida de mi muerte.

LETRA

Letra:

esqueleto de mi grito,

pongo mi corazón sobre tu muerte,

pongo mis más secretas cualidades de pétalo,

pongo

la novia que he guardado entre el aire y mi cuerpo,

mi enfermedad de ángel con cuchillo,

mi caballero ausente cuando muerdo manzanas,

y el niño que hay en mí, el niño

que sale en cierto día, el día

en que la mano casi no trabaja,

el día en que sencillos

mis pies pisan los duendes que están en el rocío

haciendo el oro joven del domingo.

Todo lo pongo en ti,

y tú siempre lo mismo:

estatua de mis vientos,

ataúd de presencias invisibles,

letra inútil.

Todo,

todo lo pongo en ti, sobre tu muerte.

La letra no me entiende.

Sin embargo…

LOS HOMBRES NO SABEN MORIRSE

Los hombres no saben morirse…

Unos mueren no queriendo la muerte;

otros

la encuentran en un beso, pero sin estatura…

otros

saben que cuando cantan no le verán la cara.

Los hombres no se mueren completos,

no saben irse enteros…

Unos reparten en el viaje sus retazos de muerte;

otros

dejan el odio para cuando vuelvan…

Otros se van tocando el cuerpo

para saber si salen de la trampa…

Los hombres no saben morirse…

Unos van dejando su yo sin comprenderlo;

van dejando basura para esciba esotérica;

otros

se vuelven hacia adentro ante el vacío…

Pero todos,

con el cadáver de su tiempo al hombro,

todos,

todos son el Uno,

el Uno

que sólo por amor vuelve a la tierra.

MI SANGRE

Tantos ríos que soltaron

bajo mi piel. Mas no sé

por qué lo que me golpea

siendo agua tiene sed.

Viajero que dentro el pecho

a caballo siempre vas.

Por la herida sales, pero…

no creo que a descansar

Es estrecha la salida

para aquello que se va.

¿Va el río adonde, si el río

la sed no le quita al mar?

Viajero que dentro el pecho

oigo que quieres beber…

¿Para qué, si eres la fuente,

para qué corres con sed?

Tú galopas aquí adentro

como queriendo llegar…

¿Pero a dónde vas, viajero,

si eres tú la eternidad?

NEGRO SIN ZAPATOS

Hay en tus pies descalzos: graves amaneceres.

(Ya no podrán decir que es un siglo pequeño.)

El cielo se derrite rodando por tu espalda:

húmeda de trabajo, brillante de trabajo,

pero oscura de sueldo.

Yo no te vi dormido… Yo no te vi dormido…

aquellos pies descalzos

no te dejan dormir.

Tú ganas diez centavos, diez centavos por día.

Sin embargo,

tú los ganas tan limpios

tienes manos tan limpias,

que puede que tu casa sólo tenga.

Ropa sucia,

catre sucio,

carne sucia,

pero lavada la palabra: Hombre.

ODA ESCRITA EN LA PIEDRA

Hay algo mas que el viento buscando ser instinto,

algo más que la ola

que quiere andar de pie como la sangre.

Hay algo más que aquello que rezaba a las piedras,

suave como la muerte del cabello del indio,

simple como el secreto transparente del agua.

Hoy aquellos que fueron siempre mudos,

los que siempre llevaron en la sombra

la dignidad del loto que crece sobre el cieno,

se acercan a la tierra,

y echan voces por granos, como quien va regando

la conciencia.

Llegan horas que nacen para la alondra insigne.

La tierra tiene ahora la cualidad del ave.

Y el horizonte crece, crece en aquellas manos

que saquearon a sangre la esperanza.

Aquellas manos simples,

que traen en los filos de picas y hachas

el oro de las minas de los amaneceres.

Es la América inédita,

la que estaba en el tacto,

la que estaba en la carne,

como aquello que a veces se nos queda

en el vientre materno que se revienta en vida.

La América que un día se quedó entre los hombres

y creció entre sus manos como el río en el mar.

América también:

la que pinta de verde el aguacero,

la que suena en el fuerte como un tiro de paz,

la que muerde en la miga dura de tiempo el negro,

la que un poco se duerme tirada en una esquina

mientras la sangre antigua moja aun las espadas,

mientras todos los siglos caben en la garganta,

mientras el indio andino no conoce a Bolívar,

mientras por los caminos de los Andes las llamas

bajan a paso manso sin que lo sepa el mundo

una pequeña caja de pino en donde viene

tal vez no un niño muerto, sino el sueño profundo

de toda la montaña.

Ya la mañana viene sobre carretas pobres,

carretas que traen de lejos su catedral de fatiga.

Parece gente el aire que da contra la frente.

Viene la sangre niña como el agua primera.

Raíz de madrugada, canta el indio remoto.

La sonrisa se ha puesto de pie como una hazaña.

La mañana de ahora trae durezas de estatua.

Hoy la tierra que sube municipal es cósmica.

Nadie fundó la urbe… Fueron antiguas rocas

que crecieron a fuerza de pensar en las alas.

Hoy no lanza el hondero la piedra suelta al tiempo

sino que se levanta con ella misma el hombre.

Mientras pasa la muerte resucitando espadas.

Oda para otro idioma

Hombre que hablas inglés,

tu sonrisa

viene cuando hace ratos que han llegado

tus pies.

Hombre que estás callado no callando,

dímelo, tú, no hablando:

¿Con qué metal acuñas

este brillo que hoy juega en tu sonrisa:

la que nos llega tarde, más tarde que tus uñas?

Pero aún en la espuma de tu sonrisa hay olas,

hay un pez educado que a su hora es cuchilla.

La geografía misma no quiere ser sencilla,

y parece que a ratos hasta piensa tu roca:

¡no ves que ante el Caribe, como si nos buscara,

la Florida es un diente que le crece a tu boca!

Pero no, que no es

el cocotero simple que gotea su coco

lo más duro que ves:

si la isla que tiembla en este poco

de sudor de pupila, se le rueda a los negros,

con esa gota lavan algo más que la piel…

Esto el aire lo sabe, mientras tanto

el ron escribe equis con tus pies de turista,

y la isla, la isla, me la pisa tu vista.

Se ve que por aquí,

tú vienes blanco, pero tus negocios…

como la piel de Haití.

Mas ya pisando el blanco silencio del mulato,

con sus ruidos redondos … tu barato

volumen anatómico pasa fragante a pipa,

y así, sobando perlas para cuidar tus tripas,

llegas oliendo a superficie cuando,

el hombre es por aquí

duro por fuera, mas por dentro, blando:

es como el coco que lo parten y…

para aquel que lo pica,

le da blancas entrañas, como cuando sufriendo

se parte en dos la cara, riendo la Martinica.

Sí, esto también lo sé, sí,

cubriendo el horizonte sólo veo

tu corpulento instinto de civil jabalí.

Y también todavía mi casa es grande, pero…

siento ahora que pesan, más que ayer, tus zapatos.

A fuerza de tu sombra, se hace el sol más mulato,

Del tamaño del mapa se te ponen los pies.

Es que de pronto suelta tu sonoro amarillo

un huracán que viene del bolsillo,

huracán que a la vez

juega con las Antillas,

y como la sotana cuando pasa,

pone de rodillas

los de casa…

Ya ves,

hombre que hablas inglés.

Tu sonrisa

viene cuando hace ratos que han llegado tus manos

y tus pies…

PEQUEÑA CARTA A UNA ROSA

Déjame ver qué lloras, que tienes tantos párpados.

Déjame ver qué gozas, sexo de tantos labios.

Ya sé que mi mirada te hace crecer espinas.

Ya sé que eres tan vieja como yo cuando callo.

Pero tú que en tus pétalos coleccionas mañanas,

tú que apretando alas, todo el amor del bosque

me lo das en tu breve primavera,

déjame que la mano te conserve,

déjame …

Digital biografía de los duendes,

cerebro del jardín, pasto del sueño,

tú,

que encuadernada en pétalos no vuelas,

pero en el aire estás, te vas muriendo

cuando te respiramos,

cuando empieza a vivir tu vegetal cadáver,

cuando a vivir empiezas como pájaro,

como trino extraviado que oye sólo el olfato.

Ya sé que eres tan vieja como yo cuando canto,

sin embargo, yo que en tu poco espacio, tanto aprendo,

que veo en tu rocío que hay párpados secretos,

vuelvo a tocar tu abismo que cabe en una mano.

Tú, que guillotinada, vives ya de los vidrios

de mi fluvial mirada, siempre triste,

tú que creces de súbito

cuando te da estatura mi llanto jardinero,

tú, que sin comprenderlo,

indefensa en mis manos me defiendes.

SANGRE MAYOR

¿No sientes que mi sangre suelta de pronto pájaros?

Si yo pudiera ahora ponerme a juntar ojos,

a llenarme las manos de habitantes que duelen,

y a enterrarme sus dientes lo mismo que semillas…

¿No sientes que mis brazos crecen como dos ramas?

Si yo pudiera ahora dárselos a los ciegos.

Yo crezco entre los cines, peluqueros, modistos,

igual que un lento fruto que crece entre su cáscara.

Vuelvo y me digo ahora: la raíz no es del hombre;

debe haber otra vez huéspedes en mis venas,

recorriéndolo todo, penetrándolo todo,

como un largo cuchillo vestido de palabra.

Ya siento que me duele la piedra sin tocarme.

Aquí la fuga es mía, la disgregada cosa.

Hacedme herida, tiempo; golpeadme tiempo el sueño,

que por mi herida sale la estatua de un silencio.

Algo tendré que busco los pétalos obreros,

¿tendré altura de rosa? ¿No mediré ya el viento?

Alguien busca y encuentra por mis perdidas venas

la familia de luces que la epidermis calla.

Estos huesos que siempre los números dirigen,

si el armazón no fueran de una palabra, un hambre;

si la mano en la sombra no viniera pensando,

¡oh qué cerca estuvieran de la rosa los hombres!

No me siento caído ni pegado a la tierra.

¿Para qué paso entonces por entre Ios harapos

de voces sin zapatos, pero con pies azules?

(Por algo hay en mí sangre pesadilla de alondras.)

¿Pero por qué los brillos de este metal que crece

en los filos del ojo? ¿Tendré yo todavía

que perseguir esencias y misteriosos vientos

enemigos del pan y fuerza de jardines?

La guitarra se pudre en las manos sin hambre…

Por algo está este viento enterrado y sin gente.

Quiero sacar mis dedos y fabricar presencias

en el aire del cuerdo que duerme la guitarra.

Ponedme aquí a la puerta por donde viene alguien

que tiene entre las manos el cadáver del tiempo,

Aquí, sólo con sangre, aquí yo diré cosas

que tienen el tamaño simplemente del hombre.

Lucho con la neblina que se pega a la voz.

¿Pero hace tanto tiempo que me arranqué los ojos?

¿Tendrá que ver la tierra con estas cosas mías?

Ella que anda desnuda desde que estoy sin ojos.

De cosa calculada y amargo paso hecho

se me cae este duro pasaporte de sangre.

Yo quiero simplemente saber si por mi herida

la tierra seca busca su esperanto de río.

Hay, ya sé, comerciantes con pasos de azucena.

No invitadas palabras casi arrugan el aire.

Hay alguien que podría ver hacia arriba y verme

joven de azul y siempre tan viejo de preguntas.

La cosa innecesaria que se pesa y se mide,

este inútil idioma: cáscara de tu alma;

además, en desuso… en desuso si alguien…

si no fuese tan joven la vejez de este viento.

Cabe, dice la niebla, la nada en este hombre,

¿sufre tal vez la nada? Voy a decir y grito

que estoy en cada cosa, que cada cosa duele

cuando yo pienso y veo. Voy a cuidarme ahora

en la nada y la rosa. Yo vigilo mi origen

descuidando las cosas más pequeñas del hombre…

Alguien me dirá entonces que hago sufrir distancias.

¿Estaré yo en las piedras buscando mi palabra?

¿Y qué puede esta dura reunión de mi cuerpo,

aquí, perdida en sombra, inútil, agarrada?

¿Pero de qué se agarra? ¿Qué le duele a mi niebla,

y al aire que hay en mí de partida y sin viaje?

¿Para qué son entonces este lujo en la rama,

y el otro que congrega la rosa en el olfato?

Mi tacto; que es varón, busca soltar palomas,

y hacer cosas de aire sin edad y ser hombre.

De caballo y de pétalos está hecha mi frente.

¡Qué enemigo que estoy de la piel y mi nombre!

Mi defensa de esencias mata los calendarios,

y otras cosas presentes como los cementerios.

La pobre cal que viste de novia las paredes,

y este rumor de olas que no quiere venir

de donde viene el tiempo. Por la herida los huesos

como letras perdidas salen a usar la noche.

SEXO CUMPLIENDO

Digitales delicias gobiernan superficies.

El lecho cruje,

cruje de pueblo fabricado a besos.

De pronto un sudor blanco roba el futuro en gotas,

y un sabor hay de mar que busca no ser agua,

sabor de ropa derrotada a clima,

a ternura de plumas prisioneras,

a mañana que anda por su cuerpo,

por su aluvión de tibia nieve a sueldo:

censo precipitado, derretido,

pequeña muerte desprendida viva.

Desprendida,

invadiendo dominios de líquidas raíces,

y a ocultos empujones azules, por sus venas:

nadadores extraños, materiales secretos

que galopan cruzándose de vida;

un resbaloso mundo de minutos con siglos,

un semental tumulto que anónimo prepara

espacios dolorosos,

números obligados a levantarse como héroes…

Sin embargo, gomas hay ataúdes,

redes para mariscos terrenales,

se coagulan sus ángeles sin puerta,

cielo de caucho eunuco los ahoga,

mata sus puros empujones blancos,

mata sus furias de humedad reunida.

Pero terca,

toda la zoología se le sube a su cuerpo,

por sus manos elásticas como palabras,

por el valiente oficio de pan que hay en los senos,

anda un blando, anda un suave,

anda un dulce silencio de leopardo.

Y la materia tiembla,

tiembla sobre boticas y birretes,

sobre encuadernadores de siglos educados,

y como un dios que entra

apartando trigales enlutados,

sólo su clima sólido de súbito

abre auroras profundas, vigiladas,

para poner de pie cada año a la tierra.

TONO CUARTO

Yo recuerdo, Darío, que allá en mi adolescencia,

yo decía estas cosas llenas de transparencia.

Estas mismas que ahora tienen otra fragancia,

a pesar de aquel vaho de tus bueyes de infancia.

Mas por entre la niebla de mis barbas de loma

me salen los recuerdos, frescos como palomas.

Así, Rubén, lo mismo que una mano da trigo,

el pasado se cae de mis labios, y digo:

Era el tiempo en que tenía

piececitos-aviones

ante el fantasma de la policía.

Y madrugaba nuestra fantasía

para robar centavos,

antes que la mañana

tras la fragancia tibia de la panadería,

fuese de puerta en puerta

por la calle aldeana.

Blanca de mundo y de cuidados vanos

te me fugabas cuanto más crecía,

igual que el globo que se me rompía

si mucho le aventaba entre mis manos.

Y tú, como aquel globo, te pusiste a crecer.

Hoy ya no puedo, infancia, correr como corría.

Me pesa tanto el hombre que no puedo correr.

Ya ves Rubén, aquello, fue siempre manso, bueno:

corría con la lluvia, temblaba con el trueno.

¿Tú también lo recuerdas?

La barriga desnuda se chorreaba de miel,

mientras los astilleros dedotes del abuelo

a ratos fabricaban barquitos de papel.

Era un juguete el tiempo. Pero, luego a la cosa,

como tú ya lo sabes, le pusieron

más espina que rosa.

Yo no te estoy diciendo que hoy existe un Atila,

pero tiene parientes… Los que ven mis pupilas.

¿No sientes un caballo, y la gran negra capa

de un jinete que corre pisoteando este mapa?

Esto pone a la infancia a crecer de repente,

lo mismo que de súbito crece un agua de fuente.

¿Y qué pueden los Sócrates? ¿Qué pueden los Darío,

cuando como temblores subterráneos

pasan patas equinas que hacen brotar un río

de venas de llantos sobre campos de cráneos?

Mientras en las esquinas, de una ciudad remota,

la novela de un brazo que alza una mano rota,

dando cuerdas a un débil monótono organillo,

le regala a la infancia su sonoro castillo,

algo que ya no tienen los hombres de la tierra,

hoy que haciendo las paces, es que hacemos la guerra

Mañana pelearemos sin ir a la batalla,

pues es la que nos mata, la guerra que se calla,

y sólo encontraremos -si algo encontramos hecho-,

a la muerte perfecta como un odio en el lecho.

Pero ahora no quiero seguir estos detalles,

déjame que te hable de nuevo de mis cosas,

tal como si de pronto te hallaras por la calle

unos zapatos rotos…

donde un canario tiene su más cómodo nido

de poeta remoto…

Así, Rubén, ayer, y quizá con razón,

le dije cosas raras a mi Compadre Mon.

Por ejemplo:

Óyeme, Mon, un día, me enseñó a ser poeta

el retazo de cielo de un viejo callejón,

que siendo tan pequeño, me ensanchó el corazón.

Limpio como los vientos del molino aldeano

he salido desnudo en carne de conciencia,

y parece que tengo la mañana en la mano.

Hoy puede verme el hombre por mi abierta ventana.

Me hallará transparente como el agua con cielo.

¡Me enseñó a hacer mi casa la mañana!

Ya ves, Rubén, ya ves. Estas cosas las pudo

sólo escribir la mano de una vida que tiene

aún todo desnudo.

¿Cómo me haré contigo, infancia, que de nuevo,

como un traje ya viejo, pero querido, uso?

Nunca dejé de usarte. Todavía te llevo.

Lloras un agua tan clara,

que no parece dolor.

Hoy está triste tu cara.

Pero no tu corazón.

Mira un niño que corre por la playa, parece

que el otro niño, el mar, habla con él, y crece.

Allí llena de cosmos su voz la caracola,

donde nos habla en seco sólo Dios, de la ola.

Allí, también, oh mar, tú solos, ¡sin nacer!

Porque al nacer tan grandes

no te vimos crecer.

Oh tú que no te pudres, primavera del gnomo:

suma sólo del cuándo, secreto fiel del cómo.

Así, Rubén, tú rondas, tan transparente y fuerte

que de pie ya te vemos, tú velando a la Muerte.

Cabañero, Eladio

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Tomelloso, provincia de Ciudad Real, en 1930.

Autodidacta íntegro, le dio a la lírica española toda la riqueza del vocabulario y la vitalidad de La Mancha, en cuyas llanuras trabajó como aprendiz de albañil y luego como oficial.

En 1956 se trasladó a Madrid y publicó su primer libro «Desde el sol y la anchura», con ayuda del ayuntamiento de Tomelloso. En 1958, obtuvo el accésit al premio Adonais con su libro «Una señal de amor».

En 1963 recibió el Premio Nacional de Literatura por «Marisa Sabia», y en 1971 el Premio de la Crítica por la recopilación de su obra Poética.

Obtuvo además el premio Juventud por su poema «El pan» en 1959, Albacete le otorgó el premio Gran Hotel, y en 1959 obtuvo la Flor Natural en los I Juegos Florales del Trabajo celebrados en Barcelona.

Es uno de los más importantes poetas de la generación del cincuenta.

Fue colaborador de diarios, revistas y emisoras de radio, y jurado en importantes premios literarios.

La Fundación March le concedió una pensión literaria por la publicación de «Mancha al sol».

BIEN SABES TÚ

Bien sabes tú que hay alguien que se encarga

de empozar ríos y amargar los mares,

alguien que punza y mezcla en los cantares

el brillo horrible, el ¡ay! de una descarga.

Así nos van las cosas… A la larga

el amor se retira a los lugares

donde el tiempo a la nada erige altares

y la vida a la tuera más amarga.

Sólo los vencedores del olvido,

los que no besan nunca, los que callan

entre puertas del llanto y de la muerte

ellos tan sólo aguantan encendido

su corazón, mientras que a mí me estallan

las venas en relámpagos, sin verte.

Marisa Sabia y otros poemas, 1963

CARTA

A ti, allá en nuestro pueblo

Por el aire los pájaros tan sólo

van,

por el día las nubes siguen

remando cielo, lentas, como brazos abriéndose,

pero una carta vive en las cenizas

y en el escombro liso de los ojos.

Pienso en papeles blancos, dóciles,

busco claras palabras que decirte

en los oídos

ahora que un viento breve se enredará en tus manos,

manos que se reposan en las cosas

que tocas como el golpe de la nieve,

los manejables nombres:

carta de amor, manzana,

vaso de agua cerca de los labios, cosas

que amas y bendices

sus más felices formas allá lejos.

Llega un cometa tuyo y familiar

mientras escribo,

reluce rápido, toca mis rodillas

y tiemblo

como un parque al cumplir un nuevo otoño.

Mientras escribo ensancho la memoria,

me voy allá hasta el pueblo por el campo

con casas pequeñísimas y barbechos en fondo,

con arados allá a vista de pájaro,

-arados escribiendo a Dios derecho-

me entro por las viñas vareadas,

por patios blancos, limpios,

cubiertos con la parra y las bardillas,

entre mujeres, niños y gallinas,

carreteras que están quietas y llegan,

nubes que se despintan, sol que muere

igual que las bombillas de los pobres.

«Estoy aquí en Madrid con el otoño

y hasta que estén los ciervos de regreso

te espero;

no me atrevo a abrir puertas,

por si estás más hermosa temo verte.

¿Estás allí contándote milagros,

creyendo ver o viendo a Dios de súbito?

¿Sigues rezando

porque se estén las piedras quietas,

por la metralla nula y los cohetes

de las ferias pacíficas del pueblo,

pidiendo pan,

dando tu Padrenuestro a cada pobre

que aprendió a ser ateo y pasar hambre?

Tú estarás siempre por la luz del pueblo

mirando hacia el destino alto del humo,

al lento repetirse del aire en los tejados.

Yo estoy aquí sin ruido y sin quejarme,

sin este hermoso octubre en tus aceras

ni el horizonte aquel o de un analfabeto;

aquí estoy

viendo el viento que arrastra los papeles

humildes por las calles,

a punto de estar solo para siempre.»

Bendito sea el camino

por donde van los pájaros tan sólo,

alabada seas tú

porque sabes vivir a pecho abierto,

porque sabes estar con las espigas

con lo difícil que es mirar el trigo.

Alabada seas siempre,

lucientemente hermosa,

andando por tu casa de tareas

cantando con las manos ocupadas,

que bien estás soñándote

primera predilecta de la Virgen,

puesta en medio de muchos resplandores.

Qué hueco más profundo es la esperanza,

qué cubicado modo de quererte

estar aquí pensando:

«tengo que reunir unas palabras

para escribir lo poco que le escribo».

Termino ya, mi amiga, temo hablarte

de tantas cosas tuyas;

desde aquí

siento cómo el cartero del silencio

deja un ídolo humilde entre tus manos

hecho de la madera de algún chopo.

“Una señal de amor” 1958

COMPAÑERA

(Tan conocida y tan extraña)

Amanecí una vez cerca del río;

venia un ciervo tuyo

con la bella cabeza hecha un desorden,

miré y colmabas

los recipientes del sol.

Espadas del otoño

y el sereno limón de tu ventana,

retaron mi corazón fiado en su ternura.

Tapia que gana el empujón del viento,

fui vencido. Quedé solo en la noche,

quedé mirando el mar a tientas

de mi alma.

Apenas sé tu nombre, si estás lejos,

apenas si te escribo, si te refiero

y amo.

Te quiero siempre esposa reducida

para decir «mi compañera,

con tus lastres más íntimos me hundes,

la señal de la siembra hacen tus manos

cuando toco tu cuerpo;

frente a la vida estamos;

difícil alpinismo es esta historia».

Qué levantada gracia estar contigo,

compañera,

de ti depende que la luz sea clara.

Por un subir de montes a diario

voy

ajeno a los romeros para verte.

Bien sé lo que te quiero:

ciego condecorado en los dos ojos,

más humano que un pájaro con frío,

a la vida me eché para quererte,

a la vida me eché como quien roba

oro para la imagen más querida.

Hay que tener más rabia que un bandido,

más horror que un suicida

y más furia que el mar,

ser

más frío y más pacífico que el hielo

para tenerte cerca y no apurarte

como un sorbo de agua.

Se conmemora en piedras el olvido,

es demasiado el tiempo para el que ama.

Cuando un amante se retira o muere

y alguien quema unas cartas

que se pusieron amarillas pronto,

a la cuarta pregunta nos quedamos

un poco más que polvo para el viento.

A la desesperada

luchan la muerte y los enfermos pobres.

Aquí avizoro,

el descampado aguanto

como el frutal debajo del pedrisco:

Tú allá cruzas el pueblo

morena clara y rápida,

dejándote vivir y siendo hermosa

para que el agua de mi fiebre suba,

para que se me aumente el corazón,

quizá para que muera.

(Una señal de amor, 1958.)

EL CIELO AQUEL PINTADO CON TIZAS DE COLORES…

El cielo aquel pintado con tizas de colores;

el sol que se empozaba tantos jueves

para los largos temporales

“Cuando se empoza el sol en jueves,

antes del domingo llueve…”

Aquellas calles largas con carros y viñeros;

el pregonero del Ayuntamiento

y el tío del “rabiche”; el carro

del “alhigue” cuando los carnavales;

las barberías con aquellos frascos

llenos de sanguijuelas coleantes;

el miedo de las noches del invierno

desiertas por el cierzo y los fantasmas;

las uvas, las espigas, la Glorieta,

la feria, el corralazo de los títeres…

¿Era aquél Tomelloso?

¿Era yo aquél, aquel de por entonces?

No me recuerdo bien. No tengo pruebas.

Era antes de la guerra. Mucha gente

no viviría bien, seguro, pero

el tiempo de los niños es hermoso,

y aunque la vida va a su mejoría

-según dicen- y hay tantos nuevos sueños:

viajar a la luna y los planetas;

inventar pan para que no haya pobres,

nueva fe en nuevos pechos,

aquel tiempo consuela a los que fuimos

niñez y luego muerte en nuestra infancia.

Antes que lo perdiéramos,

aquel niño de todos y de nadie

jugó por todo el pueblo, entre bidones

y cubas y trujales, en las fábricas,

en las destilerías de alcohol,

donde el vino zurría y se quemaba,

mientras nosotros -aúpa- nos saltábamos

montoneras de orujo, eras de lías.

Y el campo, ¿cómo era

antes de que aquel cielo, aquellos hombres,

se fueran a la guerra para no volver nunca?

Vendimiadores tiempos,

una vez en las viñas, vendimiando, una noche

-quiero acordarme, pero ha tanto tiempo-

en la pequeña casa, acabada la cena,

todos bien avenidos se embromaron,

se tiznaron jugando al “San Alejo”,

con la sartén tocaron seguidillas

y jotas a la luz de los candiles;

y luego se acostaron en-parva por el suelo,

que ya no se cabía

sino en las alambores y en la cuadra.

Eran caras alegres como nunca haya visto.

Era antes de la guerra y yo tenía

de cuatro a cinco años.

Muchos ya no volvieron para echar hato los lunes

para irse de semana, de vendimia.

El cielo no volvió ni fue ya claro.

La gente se hizo dura,

y a los niños dejaron de querernos.

Y nosotros, mis primos, mis amigos,

no volvimos tampoco de la guerra:

de repente crecimos, fuimos otros,

nos perdimos igual que se perdieron

de vista, hacia el Oeste, tantas cosas.

EL ENCUENTRO

A cántaros se han hecho los mares para un niño;

con los besos no dados, el amor verdadero.

Hoy sé que por ti he sido capaz, Marisa Sabia,

de levantar a pulso, espuerta a espuerta,

un cerro o una torre,

un chorro de silencio incontenible

hasta subir al infinito y verte.

Te he visto hacia el amor, la fe y la dicha.

Y encontrarte, Marisa, el sólo verte,

ha sido el pan y el premio que ya no me esperaba

después de tantos años de amor falso,

sueño a crédito y ruina.

En la vivida feria tengo visto

brazos, piernas, caderas, pechos y ojos

más chicos y mayores que los tuyos. ¿Qué importa?

Acaso tan difíciles, otros más cariñosos.

Algunos -¿cuáles de ellos?- he logrado tenerlos,

muy fácil: por dinero o por dolor.

Tú me has costado más que todo junto,

que hasta ti he consumido los días de mi vida,

mi obrero corazón, las dioptrías restantes.

Cuento en versos las horas desde que te conozco,

y hoy, al pensar en ti, pregunto: ¿cómo eres?

Hablo sin hacer ruido: ¿dónde estabas?

O estás un poco enferma,

o tienes un examen, o te callas, o fumas

viendo tendida el río del tiempo consumirse.

Yo sigo todo un curso de fe. Tú miras, piensas;

te marchas a tu pueblo; vuelves, dices

con tu voz que se escucha venir convaleciente,

con tu raza y tu línea de judía castellana,

igual que los frutales apuntando,

las estatuas más bellas

y el color sefardí de tu garganta hermosa.

Para poder quererte y no morirme

creí en sueños, atrás, hacia adelante,

tomé oficios hermosos. ¿Cuánto hace

que aré por ti y segué, corté racimos de uva,

teché tu cuarto entonces, abrí balconerías

directamente dando a la luz de tus ojos?

Desde que el mundo fue corazonándome,

filmé a oscuras los versos que esta noche te escribo;

para poder quererte como ahora,

tomé trenes en marcha cada día;

viví por ti, gané el jornal exacto

para el café y los libros… Vuelvo a entonces:

según qué horaje hiciera, percanzaba

lumbre, lluvia o sandías,

luz candeal y agua para estar contigo.

No te extrañe esta historia:

otros que en nuestra sombra se han amado

y que quizás murieron por nosotros,

saben que esto es verdad.

Marisa, escucha, dime:

después de conocernos esta tarde,

¿no es hermoso y terrible que la muerte

alcance a destruirnos

y trasladarnos puros y borrarnos?

Mientras tanto, Marisa Castellana,

sóplame entre los ojos,

que te puedan ver más. Haz que te mire,

alcance a ver tu corazón, recuerde

y sea todo distinto.

Guizca fuerte en mi alma

y deja que te bese los labios y me muera

al tener que dejarte, ir al trabajo,

a las calles, al Metro, a las tabernas,

a las tertulias del café…, a la vida

Que me espera después de conocerte.

Marisa Sabia y otros poemas, 1963

EL PAN

A Salvador Jiménez, con el ofrecimiento

de mi amistad y mi poesía…

(Puesto sobre la mesa el pan premia y bendice.)

Poned el pan sobre la mesa,

contened el aliento y quedaos mirándolo.

Para tocar el pan hay que apurar

nuestro poco de amor y de esperanza.

Mirad que el pan, entre el mantel,

más blanco que el mantel de hilo blanquísimo,

tiene, como señales de su hornada,

el último calor que no da el sol al trigo.

Mientras que nos invita,

mientras que da su premio conmoviendo

de dichosos temblores nuestras manos,

podemos merecer el pan de hoy.

Poned el pan sobre la mesa,

al lado de los vasos de agua sensitiva,

por donde el sol se posa mansamente

cribando luminosos los pequeños insectos

que encuentra en esa anchura que la da la ventana.

Ved que el pan es muy amigo de los niños y de los pájaros,

con sus blancas miguitas que se esparcen pequeñas,

en donde se atarean los pobres gorriones

y las palomas zurean y aletean

en la tranquilidad de las plazas y de las fuentes,

las mañanas limpias y soleadas,

cuando están los relojes diligentes, atentos,

porque las campanadas suenan muy dulcemente.

Ved que el pan es rugoso y recogido

y tiene los colores más humildes,

y puede compararse a todas las virtudes

y hasta a los cabellos blancos y piadosos de un anciano.

Poned el pan sobre la mesa,

junto al vaso de agua…

en esos momentos los que amamos pueden llegar,

pueden llegar empujando las puertas y quedarse maravillados,

porque el pan es el mejor recibimiento

cuando los que queremos llegan a nuestra casa.

Para pensar en la mujer que amamos,

estando a solas reencendiendo su recuerdo,

el pan purifica el sobresalto y el remordimiento,

y podemos pensar en nuestros hijos

y elegirles los mejores, los más bellos juguetes,

y el pedazo de pan con la sonrisa torpe

del padre que quiere besar y abrazar mucho a su hijo

y no sabe de qué modo tocarlo.

Ay, también, los mendigos

con las manos extendidas a nuestra caridad,

que es lo mejor de ellos y de nosotros.

Mujeres

que tienen muchos pobres hijos pobres,

que los ojos les brillan mucho y los pómulos les escuecen,

que los cabellos se les enredan de bajar y subir hijos

del suelo.

Y porque los criminales y los renegados

aman el pan y a sus madres,

y porque los suicidas nunca cruzan los trigos,

y porque casi nadie lo mira sin llorar

a la hora de tener que confesar las culpas.

Poned el pan sobre la mesa,

junto al vaso de agua;

ponedlo con solemne esmero sobre la mesa

por ese sitio donde el sol dora el mantel, hilo a hilo,

y decid a los vuestros que se sienten

a rezar el Padrenuestro

de la comida en paz.

LA DESPEDIDA

«Adiós, hijo, ya no nos volveremos a ver.»

(«De una carta de mi padre».)

Como el olvido es malo, nunca olvido;

han pasado estos años… Ahora veo

que es necesario hablar de despedirnos,

de un documento extraño que se firma

para dejar de ver a los que amamos.

A solas pienso: «esto tan ancho sé que no es el mundo,

ni esta sed, este silencio;

la gran apuesta, la esperanza .

de la victoria entre pared y pared tampoco».

A todo esto, padre,

verás cómo no puedo despedirme.

La vida es la noticia que no se puede olvidar

más fácilmente;

verás cómo no puedo decir nada.

Vivir, seguir

esta perdida apuesta es lo que importa

aunque estemos en medio de la calle

sin nada que vender ni que ponernos.

(Entre las cosas viejas de la casa

tu tapabocas roto, tu boina,

ropas tuyas

tan cargadas de tiempo; y aquella carta

que pareciera cursi si no fuera

porque es tan de verdad.) A todo esto…

«Hay que ser generosos,

los demás están solos, necesitan

que alguien se ocupe de ellos

porque el amor más mínimo les falta;

amamos poco al hombre», tú me dices.

Leo tu carta pensando

que siempre he sido un torpe y que no he visto

cómo eras tú hasta ahora que me faltas.

Aquellos ojos en mis ojos, música

entre los dos, y aquellas manos,

no los pude apreciar porque hasta entonces

vivíamos sin un luto.

Bien recuerdo las cosas:

si íbamos a comer, estaba madre

atareada y fuerte entre nosotros;

bien lo estoy recordando…

nos iba así la vida y yo era un niño

en libertad en las calles de su pueblo

que mirando a su abuelo pensó en Dios.

No amamos bien al hombre.

Recordando aquel pan y aquella cárcel,

viéndote emocionado,

fiado en la verdad, claro, indefenso,

he vuelto a deshacer la despedida

para que ser tu hijo sea decirte

que no estás sin amor .

No me despido.

La temblorosa rúbrica de irse

hoy la recojo de tus manos, padre;

que no te olvido en la desgracia, no.

Sosténme,

sepa tu corazón, si ahora me escuchas,

que eres más bueno cada vez y que amo

la pequeña limosna de mi vida

antes de despedirnos para siempre.

LA DIOSA

Cuando filmo en mi frente tu figura

y reúno las tardes y tu cara

en un fanal bellísimo, ya en sueños,

como en un cine mágico con niños,

todo forma un mural maravilloso:

la belleza me da, de parte tuya,

todos sus golpes en el corazón,

y entonces me parece propiamente

que amarte es convivir con una diosa.

Cuando digo tu rostro sin un ruido

en un mundo de amor. mundo del mundo,

veo, Marisa, aquel racimo virgen

-tus dos uvas solares- al apego

de su viña, latiendo palpitante

en mis manos que anidan la cosecha.

Siento tus labios que fermentan cerca

de los míos, tanteando entre las sombras

de aquel tiempo invencible, escucho luego

el dolorido corte, el ruido que hace

el cuerpo de una diosa que se entrega.

Ahora vivo contigo de memoria;

proyecto tu recuerdo, cine dulce,

que morirá conmigo, si es que mueren

las imágenes puras en su reino.

“Marisa sabia y otros poemas” 1963

LA MANCHA AL SOL

La Mancha: surco en cruz, ámbito, ejido,

parador del verano, en cuya anchura

un ave humana vuela a media altura,

ya tantos años viento azul perdido.

Hacia el otoño, surco en el olvido,

uva yacente, el campo en su largura

recuenta soles, siglos, y madura

el paisaje en el tiempo repartido.

Recuerda sus molinos, al rasero

mural del horizonte todavía,

espejismos de lanza en astillero.

La Mancha frente al sol: una sandía

de corazón quemante y duradero

frente a un circo de cal y lejanía.

OCASO

El hombre hacia el Ocaso es una hoguera

que el viento -el tiempo en crines extendidas-

arrastra a galopar lejos, sin bridas,

como un caballo oscuro, a la carrera.

Como una oculta nave timonera

repta sus aguas. No sabe qué heridas

le duelen más, qué muertes ni qué vidas,

sólo como una piedra de cantera.

Lleva un trozo de amor deshilachado

en los bolsillos, sueña el ciego anhelo

de encomendar a un hijo esta aventura.

A veces es un perro apaleado

que arrastra su dolor, pegado al suelo,

oliendo ya su propia sepultura.

POEMA PARA UNA AMIGA MUY BELLA

Bella te digo porque así se llaman

esas mujeres que han nacido

para la vida siempre: dulce y ácida.

Tú eres la colorada piel, la fruta,

la pierna, el pecho soberano que alzas,

pequeña porque así son los naranjos,

blanca y morena, 0 sea, cálida.

Amiga, ¿es la amistad la que nos manda

o acaso es el amor? Las dos preguntas

tienen en sí respuesta dada.

Si la verdad llegara a verse un día,

si nuestra fe se confirmara…,

pero no, amiga mía misteriosa,

que las palabras siempre engañan.

Que las palabras no sonríen nunca,

que eres tú la que ríes, dices, andas,

pones luego los ojos apartados,

muy expresivamente callas.

En estos tiempos sabe todo el mundo

guardar la ropa cuando está mojada,

hurtarse, dar olvido, fingir burla

del sentimiento porque es lágrima.

Por eso siempre estamos tan contentos,

tan campantes, tan fuertes -¡tiene gracia!-;

por dentro va la procesión, lo dicen

los gestos bruscos, las miradas.

Cuerpo de uva garnacha,

hembra de vino fuerte y alegría,

bella mujer de amor y madrugada.

Haces, querida amiga, maravillas

para evitar heridas, para

que no te vea tan hermosa, ¿sabes?

tan femeninamente en cuerpo y alma.

Y así está el pueblo de suspiros, sueños,

besos dados al rostro de la nada,

así estoy yo y así los que no quieren

confesarse que te aman.

Da miedo ver tan cerca la hermosura

cuando está viva y quema duele tanta

pasión, que así se llama, contenida

a penas duras, tiempo y trampas.

Muy bellamente estabas

cuando mis ojos una vez. Ahora

en el recuerdo vives clara.

Si se leyeran las cenizas luego,

que dicen, arden más que muchas brasas,

si alguien pusiera en claro nuestras vidas

fondo común de la desgracia.

Pero la muerte mete tanta prisa,

somos tan poca cosa, tan lejana

queda nuestra ciudad, sin nombre apenas

nosotros y los nuestros, nuestra casa…

Tus pies, tus manos y tu cara.

La tela del vestido, oh, dulces olas,

redondas islas cubre con sus aguas.

Seas amiga si la tarde, el tiempo,

corre a su puesta como el sol; hermana

si desvalidamente sufres; novia

si me recuerdas en la distancia.

Eres muy lista, mi pequeña,

eres la niña cariñosa y mala

que descubre de pronto a los mayores

todo lo que les pasa.

Temo que te sospeches cuánto he puesto

mis brazos hacia ti, cómo esperaba

volver a estar contigo, sin que nunca

me vieras cuando te miraba.

Los secretos no sé por qué se guardan;

y este secreto no interesa a nadie,

la vida es sólo cotidiana.

Pero yo escribo para ti estos versos

aunque no tengan importancia.

Mi bella amiga, ¡muchas gracias!

TIEMPO ARRIBA

¿Cómo podrás estar, querida Sabia,

sufriendo con tus ojos todo el día

tanto torvo mural, volada reja,

-comiendo como un pájaro en la nieve-

sonriendo y haciendo que no has visto

tanta pared gritando: «prohibida

la vida», sí, la gran envenenada?

¿Cómo sucede así, querida mía,

sin que quiebren las cosas más hermosas,

sin que el mar caiga al punto en la ruina,

el pan no sea ya el pan, la luz se seque,

y yo no muera o de repente tome

un camino y no sepas de mí nunca ?

Marisa Sabia y otros poemas, 1963.

TÚ Y YO EN EL PUEBLO…

Es todo bien sencillo. Nuestro pueblo

con sus tejados, sus barbechos surtos

en la orilla del campo, el sol colgante,

la torre de la iglesia, nuestras casas,

ya estaban desde siempre por lo visto.

Todos estaban antes, ¡qué sencillo!

Nuestros padres, los suyos, los parientes,

aquí estaban; las viñas daban fruto

al cobijo del llano, hacia septiembre;

explotaban de rojas las sandías

y los membrillos lo aromaban todo

mientras el vino nuevo ardía en las cuevas,

en las tinajas roncas y en los cántaros,

y no habíamos nacido, compañera.

Nunca se tuvo la fe suficiente

para entender a un niño. Por entonces

la vida estaba azul para nosotros.

Oh niña dulce en Tomelloso aquella,

qué tiernecito corazón el tuyo

mientras la guerra… Huelo aquellos años

como el mejor perfume. Ángel nacido

que fuiste tú, y yo el muchacho serio

que, sin saberlo, yendo por las calles

pasa frente a tu puerta y te conoce.

Ah tiempo recordable, sombra izada

como un mal sueño en nuestra juventud,

¿todo ha sido verdad? Qué gran sospecha

nuestra vida pasada allá en el pueblo:

sus fiestas de guardar, sus romerías;

las ferias de septiembre (cuando llevan

los viñeros, los pobres, a sus hijos

Con los zapatos nuevos, que no pueden

andar, ilusionados…); los inviernos

con nieve y con amigos que regresan ;

el pueblo con gramberros por las calles,

gamberros como hermanos, cariñosos,

bromistas del petardo y de los dichos

gordos y hasta poéticos a veces.

Puestos a recordar, hemos venido

de visita a este mundo insatisfecho.

En las tardes del pueblo, sueño que urde

la lejanía en soledad del mundo,

hemos amado tanto en otros seres,

en años, quizá siglos, tantas veces

te miré ensimismado, emocionado,

que hoy ya no es necesario, compañera,

amor mal recobrado, que te diga

cuánto te quise en nuestro pueblo, a solas.

Recordatorio, 1961

ÚLTIMO POEMA DE AMOR

Ayer fue amor. (Ayer, amor, ¿qué ha sido

de la emoción aquella?). A la mañana

amaneció en mi frente un sol venido

desde muy lejos, desde tu ventana.

Hoy te hablo, amiga, en nombre de estas manos

y estos ojos perdidos de hombre ausente

que en ti soñó sus sueños más cercanos

y comprendió la vida de repente.

Amada lluvia fresca en los caminos,

tú ayer estabas en el mar, venías

a hacer los aires tuyos femeninos

desde aquel reino donde tú vivías.

Hoy pareces estar -oh, sueños vanos

de ser y estar aliado de la gente-,

hoy pareces estar convaleciente,

parapetada en mundos sobrehumanos.

Uva de piel radiante, los racimos

hacia tus labios van dando un viraje

desde la tarde aquella que estuvimos

mirando juntos hacia aquel paisaje.

¡Oh, verdades hermosas escondidas!

Tu cabeza inclinada, tu cabeza

vencida por la luz por sorprendidas

palomas y alas dulces de belleza.

Has ilustrado tantos claros días,

has paseado tanto amor… Quién sabe

si ahora te vuelves a esas lejanías

y amas tu corazón aquel, quién sabe.

Hoy quiero amar al tiempo que has tenido

alrededor cuando eras niña apenas;

fuiste entonces tanto, tanto he sido

y ahora somos pasado a manos llenas.

Hoy quiero amar la vida en tu memoria.

Deja tú que la vida represente

sus diminutos dramas y haga historia

de cosas que no son eternamente.

Deja pasar los años… No se evade

la fe con la ceniza pasajera.

No fíes de este mundo, Que traslade

la muerte nuestra sombra verdadera.

Seremos fondo y forma de energía,

cosas de tierra en sí cristalizada.

Al final todos juntos giraremos

al aire y al silencio de la nada.

Caballero Bonald, Jose Manuel

Reseña biográfica

Poeta, novelista y ensayista español nacido en Jerez de la Frontera, Cádiz, en el año 1926.

Estudió Astronomía en Cádiz y más tarde Filosofía y Letras en Sevilla y Madrid. Militante anti-franquista, pertenece al grupo poético de los 50 junto a José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de Biedma, entre otros.

Vivió fuera de España por varios años y a su regreso trabajó en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española.

Obtuvo el premio Boscán y de la Crítica de Poesía en 1959, el Biblioteca Breve en 1961, el de la Crítica de Novela en 1975, el de la Crítica de Poesía en 1978, el Plaza y Janés en 1988, el premio Andalucía de las Letras en 1994, el XIII Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía en 2004,el Premio Nacional de Letras en 2005 y el Premio Nacional de Poesía 2008.

En 1996 fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía.

De su obra poética se destacan: «Las adivinaciones» en 1952, «Memorias de poco tiempo» en 1954, «Pliegos de cordel» en 1963, «Vivir para contarlo» en 1969, «La costumbre de vivir» en 1975, «Toda la noche oyeron pasar pájaros» en 1981, «Tiempo de guerras perdidas» en 1995, «Diario de Argónida» en 1997, «Copias del natural» en 1999, y «Manual de infractores» 2005.

A BATALLAS DE AMOR, CAMPO DE PLUMAS

Ningún vestigio tan inconsolable

como el que deja un cuerpo

entre las sábanas

y más

cuando la lasitud de la memoria

ocupa un espacio mayor

del que razonablemente le corresponde.

Linda el amanecer con la almohada

y algo jadea cerca, acaso un último

estertor adherido

a la carne, la otra vez adversaria

emanación del tedio estacionándose

entre los utensilios de la noche.

Despierta, ya es de día, mira

los restos del naufragio

bruscamente esparcidos

en la vidriosa linde del insomnio.

Sólo es un pacto a veces, una tregua

ungida de sudor, la extenuante

reconstrucción del sitio

donde estuvo asediado el taciturno

material del deseo.

Rastros

hostiles reptan entre un cúmulo

de trofeos y escorias, amortiguan

la inerme acometida de los cuerpos.

A batallas de amor campo de plumas.

ANTERIOR A TU CUERPO ES ESTA HISTORIA…

Anterior a tu cuerpo es esta historia

que hemos vivido juntos

en la noche inconsciente.

Tercas simulaciones desocupan

el espacio en que a tientas nos

buscamos,

dejan en las proximidades

de la luz un barrunto

de sombras de preguntas nunca

hechas.

En vano recorremos

la distancia que queda entre las últimas

sospechas de estar solos,

ya convictos acaso de esa interina

realidad que avala siempre

el trámite del sueño.

APÓCRIFO DE LA ANTOLOGÍA PALATINA

Súbita boca que hasta mí llegó

en el lento transcurso de la noche,

dócil de pronto y de improviso

rezumante de furia,

¿quién

activó su olímpica

ansiedad, esparciendo

un delicado zumo de estupor

entre las ingles de los semidioses?

Oh derredor opaco

del recuerdo que suple lo vivido,

cuando quien esto escribe

amaba impunemente no en el templo

de Afrodita en Corinto

sino en la clandestina alcoba bética

donde oficiaba de suprema hetaira

la gran madre de héroes, fugitiva

del Hades y ayer mismo

vendida como esclava

en el impío puerto de Algeciras.

BARRANQUILLA LA NUIT

Cuerpo inclemente, circundado

por un vaho de frutas, desguazándose

en la tórrida herrumbre

portuaria,

¿no eran

los labios como orquídeas

mojadas de guarapo, no tenían

los ojos mandamientos de cocuyos

y allí se enmarañaban

la excitación y la indolencia?

Mórbida efigie de esmeralda

y musgo, entrechocan sus pechos

entre la mayestática cochambre

de la noche.

Desnuda

antes que alerta y disponible,

desnuda nada más, desmemoriada

sobre un cuero de res, el vientre

húmedo de salitre y en el cuello

el amuleto pendular de un dado

cuyo rigor jamás aboliría

los tercos mestizajes del azar.

Rauda la carne y prieta

como un sesgo de iguana, surca

los fosos coloniales, deposita

en las inmediaciones del marasmo

una aromática cadencia

a maraca y sudor y marigüana,

mientras cumple el amor su ciclo

de putrefacta lozanía

en el nocturno ritual del trópico.

Carnal fuego amoroso

Amor, primera forma de vivir, escucha:

¿eres tú la tristeza que enciende mi destino,

o acaso sólo existes desde un ser que sonríe

mientras tiemblan sus ojos esperando en los míos remansarse?

Yo no sé si te tuve, ¡oh amor! , dulce manera de luchar,

no sé siquiera si alguna vez

tus vigentes, iniciadas, estremecidas manos

tejieron en mi piel su táctil alegría.

Un día -lo recuerdo lo mismo

que si ahora en mi pecho me llegara el instante-,

creyó mi corazón que tú lo restañabas,

que tú te debatías dentro ya de mi cuerpo,

doblándome la carne, derrotándola en dichas,

contra la humana tierra de un país hermosísimo.

Pero escúchame, amor, carnal fuego armonioso,

escúchame no quieto, no tendido a mis plantas,

sino allí donde reinas, donde en vuelo dominas,

¿ eras tú quien entonces refulgía en mi boca

desde otro ser que, amante, me centraba en el gozo?

Oh, no, no, tú no puedes oírme, tú no puedes hablarme,

porque aquello que el hombre más quisiera saber

responde siempre mudo dentro de su belleza.

Pero yo sí respiro los aires que tú sorbes;

sé que eres un pájaro que entre nubes desciende

hasta el lumbror premioso de los trinos,

o tal vez esta rosa familiar, llameante,

que derrama en sus pétalos tanta gloria de savias.

Estás allí, lo sé, bajo la tarde núbil,

bajo la noche y la mañana que por ti, brilladoras, renacen,

en los vientos que marchan y regresan un día

trayendo el mismo aroma virginal de las cumbres.

Y aquí, sobre esta humana vocación de ser piedra,

también es tu presencia la que late,

también es tu ternura, tu flagrante dominio,

el que enflora de vida los pechos que te ignoran.

Tú eres la luz de un paraíso donde el dolor se acuña

al gozo de unos cuerpos que, ávidos, se estrechan,

que, temblando, se aman bajo copiosos árboles

en cuya fronda un trino se extasía,

s0bre la hierba ,dulce abatida por un peso de dioses.

Oh amor, carnal fuego armoni0so, escucha:

escúchame la voz que por ti besa,

remózame las manos que acarician teniéndote ceñido,

abrígate en mi pecho donde tú palpitando me sostienes,

dame siempre tu forma, amor, tu celeste materia iluminada,

esa embriaguez con la que un cuerpo dentro de otro agoniza

por hundir en lo eterno la identidad humana.

CASA JUNTO AL MAR

Azulada por el nocturno oleaje,

entre el ocio lunar y la arena indolente,

la casa está viviendo, decorada de cenizas votivas,

hecha clamor de memorables días dichosos

o palabra más bien, que ahora escribo en la sombra,

apoyando mi sueño en sus muros de solícitos brazos.

La casa está en el sur; es lo mismo que un cuerpo

ardoroso, registro de certeza embriagada,

donde estuvo mi vida, orillas de un emblema marino,

resonante de alegres impaciencias

o de ilusorias lágrimas que otros ojos cegaban.

Sus ventanas, a veces, están dando a mi nombre,

porque son todas ellas como bocas que acunan,

como labios que brillan bajo el furtivo pétalo del cielo,

aberturas que el mar vuelve sonoras

y en cuyo fondo habitan verdades como pechos,

palabras semejantes a manos que se juntan

o acaso esa tristeza que hay detrás del amor.

Recuerdo sus paredes, sus puertas de madera entrañable,

la verídica cal en cuyas lindes

se estaba congregando toda la luz de aquella casa,

sin poder ocultar cosa alguna por detrás de sus lienzos,

sin poder ser distinta a un cristal desnudado,

a un renglón transparente de tiempo sin edad.

Recuerdo también sus rincones más hondos y ocultos,

su razonada disposición de alegría,

la distribución de sus sueños con afán perdurable.

Todo allí se contagia de una idéntica vida,

y es para siempre su estación humana,

los ciclos de su fe, raíz de cuanto soy,

de todo lo que ordena mi palabra y sus márgenes:

las dudas con que erige sus muros la verdad,

los recuerdos que a veces son lo mismo que llagas,

el olvido, ese moho que corroe el rostro de la historia,

lo que está sin remedio convirtiéndose

en una misma forma de aprender a volver,

el miedo al desamor por donde sangra el mundo.

Sí, la casa es un cuerpo: mi corazón la mira,

la habita mi memoria; sé que está restaurándose

como la abdicación del mar en las orillas,

como las germinales herencias del verano,

y quizá sea posible que esta casa no pueda nunca envejecer,

no pueda cumplir nunca más tiempo que el de entonces,

porque sus habitantes son lo mismo que llamas

sin quemar, frágiles al aliento de la grieta más tenue,

y ellos están haciendo que las paredes vivan,

que los peldaños latan como olas,

que cada habitación respire y reproduzca

los irrepetibles y anónimos hechos de cada día.

Casa sin tiempo junto al mar, cumbre

sonora entre los astros, libre razón con muros,

criatura en donde acaban mis- fronteras,

soy menos si me faltas,

tu paz rige mi vida y la hace humilde,

55 justifica mi espera tu paciencia,

bogas, persistes, reinas, como un ave en la noche,

acaso ya recibas el nombre de José.

“Las adivinaciones” 1952

CENIZA SON MIS LABIOS

En su oscuro principio, desde

su alucinante estirpe, cifra inicial de Dios,

alguien, el hombre, espera.

Turbador sueño yergue

su noticia opresora ante la nada

original de la que el ser es hecho, ante

su herencia de combate, dando vida

a secretos cegados,

a recónditos signos que aún callaban

y pugnan ya desde un recuerdo hondísimo

para emerger hacia canciones,

puro dolor atónito de un labio, el elegido

que en cenizas transforma

la interior llama viva del humano.

Quizá solo para luchar acecha,

permanece dormido o silencioso

llorando, besando el terso párpado rosa,

el pecho triste de la muchacha amada;

quizá solo aguarda combatir

contra esa mansa lágrima que es letra del amor,

contra

aquella luz aniquiladora

que dentro de él ya duele con su nombre: belleza…

CUARTO CRECIENTE

Cuando Aljarifa recorrió la alfombrada penumbra de aquel burdel de Chauen,

todo el lujoso azogue de su cuerpo adquirió un grado de desnudez

deslumbradoramente irracional. Carne inconclusa donde anidaban todavía

las liendres del peregrinaje, se hizo de pronto insurgente y plenaria

como la de una virgen en la inminencia del degüello. Cerca de allí

se abrían las tiendas de los nómadas y una enfermiza música se iba dignificando

entre las hojalatas y los vellocinos. La habitación olía a almoraduj

y a papeles de Armenia, mientras un vaho de animales nacidos en cautividad

salía del mullido sopor de las almohadas. Y así hasta que el tiempo se detuvo

en un friso taraceado de estrellas de albayalde, entre cuyos emblemas

discurría una luz acrobática parecida al letargo. Pero ella,

la regidora del cuarto creciente, era una flor lasciva instalada en la noche.

Era la araña que copula sin dejar de bailar entre una algarabía de ajorcas y sonajas.

El esmaltado vientre vibraba en el diván como un espasmo de pandero

y un mundo de sacrales lujurias sincopaba de pronto la rítmica hegemonía de los pezones. Canon de la hermosura, su único error había consistido en rasurarse el pubis

cuando medio entendió que descendía por línea colateral de los Abencerrajes.

DEFECTUOSA FORMACIÓN DEL PLURAL

Disfraz, persona unitiva

Lezama Lima

Cuántos días baldíos

haciéndome pasar por lo que soy.

Máscara sin memoria, líbrame

de parecerme a aquel que me suplanta.

Uno solo será mi semejante

DESDE DONDE ME CIEGO DE VIVIR

Era una blanda emanación, casi

una terca oquedad de ternura,

un tibio vaho humedecido

con no sé qué tentáculos.

Abrí

los ojos, vi de cerca el peligro.

¡No, no te acerques, adorable

inmundicia, no podría vivir!

Pero se apresuraba hacia mi infancia,

me tendía su furia entre los lienzos

de la noche enemiga. Y escuché

la señal, cegué mi vida junta,

anduve a tientas hasta el cuerpo

temible y deseado.

Madre

mía, ¿me oyes, me has oído

caer, has visto mi triunfante

rendición, tú me perdonas?

La mano

balbucía allí dentro, rebuscaba

entre las telas jadeantes, iba

desprendiendo el delirio, calcinando

la desnuda razón.

Agrio desván

limítrofe, gimientes muebles

lapidarios bajo el candor malévolo

del miedo, ¿qué hacer si la memoria

se saciaba allí mismo, si no había

otra locura más para vivir?

Dulce

naufragio, dulce naufragio,

nupcial ponzoña pura del amor,

crédulo azar maldito, ¿dónde

me hundo, dónde

me salvo desde aquella noche?

DESENCUENTRO

Esquiva como la noche,

como la mano que te entorpecía,

como la trémula succión

insuficiente de la carne;

esquiva y veloz como la hoja

ensangrentada de un cuchillo,

como los filos de la nieve, como el esperma

que decora el embozo de las sábanas,

como la congoja de un niño

que se esconde para llorar.

Tratas de no saber y sabes

que ya está todo maniatado,

allí

donde pernocta el irascible

lastre del desamor, sombra

partida por olvidos, desdenes,

llave que ya no abre ningún sueño:

La ausencia se aproxima

en sentido contrario al de la espera.

DIOSA DEL PONTO EUXINO

Su cuerpo está desnudo al borde de un gran atrio

lacustre, sólo se ven sus piernas

asomando entre espumas

repulsivas, se parece a una estatua

cubierta de criptógamas y a un animal

exangüe se parece también.

Las rémoras del frío, los dientes

del salitre penetran entre sus gangrenados

senos, y ya emerge, adopta como Telethusa

actitudes lascivas mientras roen

su memoria las parcas y se quiebran

los bizantinos vidrios de sus ojos.

Olvidada de Ovidio, aguarda absorta

el dictamen del tiempo, se inocula de gérmenes

olímpicos, incita a los que acuden

para verla vivir.

Todos hurgaron

ávidamente en las marmóreas grietas

que iban surcando las estribaciones

más vulnerables de su cuerpo. Pero

nadie la pudo profanar sin antes

haber vendido su alma al Taumaturgo.

DOMINGO

La veis un día domingo.

Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado

(no la podéis mirar),

un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos,

pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes

hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,

de ir gastando mañanas, hombres de cada día,

en las estribaciones de un pan dominical.

La veis venir acaso de un azar con ternuras,

de una piedad con fábulas; la veis

venir y no sabéis que está llamándose

lo mismo que la vida,

lo mismo que su traje hecho disfraz de olvido,

hecho carne de engaño y servicial,

cortado a la medida de mensuales lágrimas,

de quebrantos tejidos con la última

hebra de la intemperie, con las briznas

de ese telar de amor donde aprendemos

la hermandad necesaria que es un cuerpo sin nadie.

Sucede que es un día más bien canción que número,

más bien como una lluvia de inclemente mirada,

de humilde mano abierta

que volverá a vestir de desnudez la vida.

Y entonces ya es mentira crecer sobre raíces,

ya es mentira ese tiempo blandamente nocivo

que se nos va quedando alquilado en la piel,

que se nos gasta hasta dejarnos

un mísero rastro de caricia vacía,

llegar a confundirnos en un domingo anónimo,

en un amor sin cuerpo, hilvanando de lástima.

Y entonces, ese día, el domingo,

viene llegando, corre, se nos acerca

(todos la conocemos),

nos mira igual que un charco

de amor recién secado, nos contagia

de todo cuanto es puro en su día siguiente,

porque está consolándose con un jornal caduco,

está desviviéndose

en una pobre sucesión de acopios para amar,

de ir contando los años por tránsitos de trajes,

por memorias zurcidas, por sueños arrancados

del retal de un domingo cegador e ilusorio.

EL HILO DE ARIADNA

Posiblemente es tarde, pero ¿cómo

poder asegurarlo

mientras Hortensia canta y no se oye

más que su grito de musgosa

lascivia y alguien

habla con alguien de la conveniencia

de acostarse borracho?

De repente

se desató la cinta, vuelto

hacia el espanto de la lámpara,

el acezante cuerpo,

y en lo tenso del vientre vi

la cicatriz, no producida

sino por el rencor contra ella misma

con algún instrumento

preferentemente cortante.

Vaho

de alcohol y de tabaco te esmalta

el rostro bruno, Hortensia, dime,

¿hacemos algo aquí que nos impida

quedarnos juntos

hasta que ya no sea tarde?

En vano hubiese preferido

no mirar. Movible cuerpo y sin embargo

exangüe, desplazaba

sus ya finales contorsiones

en medio de la pista. En vano

hubiese sido huir y no

por reencontrarnos. Pechos

como luciérnagas, tenues, punzantes

por las crestas no lácteas, ¿ quién

iba a atreverse a interrumpir

su equidistante brevedad, desnudos

como estarían luego en el amanecer

del trópico ?

Hortensia, amor mío, nadie

te va a arrastrar si tú no quieres

desesperadamente que lo haga.

Playa de Naxos, la mayor

de las Cícladas, ya a lo lejos

reverberando entre los barracones

del batey y el bullicioso verde

del manglar, confundida ahora

con otros libres turnos litorales

donde ni tú ni yo nos conocíamos.

Abandonada por Teseo, ¿ibas

a despeñarte tú, rebelde por instinto

como tu padre negro apaleado

en Key West (Florida) ?

Si pudiera

reconstruir un solo

rincón de aquella playa

sin salida posible, si pudiera

volver al sitio aquel, reconocer

la cerrazón de la cabaña, andar

a tientas hasta el último

recodo del silencio, ¿oiría

algo distinto a la fricción

de unas piernas con otras, al barrunto

de alguien aproximándose

en lo oscuro? ¿Vería

aún desde allí, ya en el terrado

de Sanlúcar, asiéndome

al parteluz de la ventana, el bulto

azul de los faluchos y, más cerca,

la agitación de las fogatas

que encendían los sigilosos

areneros?

Imágenes sin ojos

pasan con más tenacidad que el giro

extenuante del recuerdo. Hortensia,

hija de Minos, no

es tarde todavía, ven, veloces

son las noches que hemos vivido ya:

aún estamos a tiempo

de no querer salir del laberinto.

ENTRA LA NOCHE COMO UN TRUENO…

Entra la noche como un trueno

por los rompientes de la vida,

recorre salas de hospitales,

habitaciones de prostíbulos,

templos, alcobas, celdas, chozas,

y en los rincones de la boca

entra también la noche.

Entra la noche como un bulto

de mar vacío y de caverna,

se va esparciendo por los bordes

del alcohol y del insomnio,

lame las manos del enfermo

y el corazón de los cautivos,

y en la blancura de las páginas

entra también la noche.

Entra la noche como un vértigo

por la ciudad desprevenida,

rasga las sábanas más tristes,

repta detrás de los cobardes,

ciega la cal y los cuchillos

y en el fragor de las palabras

entra también la noche.

Entra la noche como un grito

por el silencio de los muros,

propaga espantos y vigilias,

late en lo hondo de las piedras,

abre los últimos boquetes

entre los cuerpos que se aman,

y en el papel emborronado

entra también la noche.

ESPERA

Y tú me dices

que tienes los pechos vencidos de esperarme,

que te duelen los ojos de tenerlos vacíos de mi cuerpo,

que has perdido hasta el tacto de tus manos

de palpar esta ausencia por el aire,

que olvidas el tamaño caliente de mi boca.

Y tú me lo dices que sabes

que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,

de golpear mis labios con la sed de tenerte,

de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,

una nueva manera de rescatarte en besos

desde la ausencia en la que tú me gritas

que me estás esperando.

Y tú me lo dices que estás tan hecha

a este deshabitado ocio de mi carne

que apenas sí tu sombra se delata,

que apenas sí eres cierta

en esta oscuridad que la distancia pone

entre tu cuerpo y el mío.

FÁBULA

Nunca serás ya el mismo que una vez

convivió con los dioses.

Tiempo

de benévolas puertas entornadas,

de hospitalarios cuerpos, de excitantes

travesías fluviales y de fabulaciones.

Tiempo magnánimo

compartido también con semidioses

errabundos y hombres de mar que alardeaban

del decoro taimado de los héroes.

Qué ha quedado, oh Ulises, de esta vida.

La historia es indulgente, merecidas las dádivas.

Los dioses son ya pocos y penúltimos.

Justos y pecadores intercambian sus sueños.

LA BOTELLA VACÍA SE PARECE A MI ALMA

Solícito el silencio se desliza

por la mesa nocturna,

rebasa el irrisorio contenido del vaso.

No beberé ya más hasta tan tarde.

Otra vez soy el tiempo que me queda.

Detrás de la penumbra

yace un cuerpo desnudo

y hay un chorro de música insidiosa

disgregando las burbujas del vidrio.

Tan distante como mi juventud ,

pernocta entre los muebles el amorfo,

el tenaz y oxidado material del deseo.

Qué aviso más penúltimo

amagando en las puertas,

los grifos, las cortinas.

Qué terror de repente de los timbres.

La botella vacía se parece a mi alma.

Por las ventanas, por los ojos

de cerraduras y raíces,

por orificios y rendijas

y por debajo de las puertas,

entra la noche.

LA VUELTA

Por el camino se me van cayendo

frutas podridas de la mano

y voy dejando manchas de tristeza en el polvo

donde quiera que piso;

un pájaro amanece ante mis ojos

y en seguida anochece entre sus alas;

la asamblea de hormigas se disuelve

cuando en mí la tormenta se aproxima;

el sol calienta al mar en unas lágrimas

que en el camino enciende mi presencia;

la desnudez del campo va vistiéndose

según van mis miradas acosándole

y el viento hace estallar

una guerra civil entre las hierbas.

Noticia triste de mi cuerpo dictan

las verdes amapolas en capullo,

la codorniz se espanta

y asusta al macho con historias mías.

Vengo desnudo de la hermosa clámide

que solía vestirme cuando entonces:

clámide con las voces de los pájaros,

el graznido del cuervo, la carrera veloz de la raposa

–a la que llaman zorra mis parientes–,

del arroyo que un día se llevaba mis pasos

y de olores de jara y de romero

hace tanto tejida.

Días de mi ascensión, cuando el lagarto

solía conocer mis intenciones,

cuando solía la retama

pedirme venia para echar raíces,

cuando algún cazador me confundió

con una piedra viva entre las piedras.

Pero yo te conozco, campo mío,

yo recuerdo haber puesto entre tus brazos

aquel cuerpo caliente que tenía,

haber dejado sangre entre los surcos

que abrían los caballos de mi padre.

Yo te conozco y noto que tus senos

empiezan a ascender hacia mis labios.

MI PROPIA PROFECÍA ES MI MEMORIA

Vuelvo a la habitación donde estoy solo

cada noche, almacén de los días

caídos ya en su espejo naufragable.

Allí, entre testimonios maniatados,

yace inmóvil mi vida: sus papeles

de tornadizo sueño. La madera,

el temblor de la lámpara, el cristal

visionario, los frágiles

oficios de los muebles, guardan

bajo sus apariencias el continuo

regresar de mis años, la espesura

tenaz de mi memoria, toda

la confluencia simultánea

de torrenciales cifras que me inundan.

Mundo recuperable, lo vivido

se congrega impregnando las paredes

donde de nuevo nace lo caduco.

Reconstruidas ráfagas de historia

juntan el porvenir que soy. Oh habitaci6n

a oscuras, súbitamente diáfana

bajo el fanal del tiempo repetible.

Suenan rastros de luz allá en la noche.

Estoy solo y mis manos

ya denegadas, ya ofrecidas,

tocan papeles (este amor, aquel

sueño), olvidadas siluetas, vaticinios

perdidos. Allí mi vida a golpes

la memoria me orada cada día.

Imagen ya de mi exterminio,

se realiza de nuevo cuanto ha muerto.

Mi propia profecía es mi memoria:

mi esperanza de ser lo que ya he sido.

“Memorias de poco tiempo” 1954

MIEDO

Mil veces he intentado

decirte que te quiero,

mas la ardorosa confesión, mi vida,

se ha vuelto de los labios a mi pecho

¿Por qué, niña? Lo ignoro,

¿Por qué? Yo no lo entiendo,

Son blandas tu sonrisa y tu mirada,

dulce es tu voz, y al escucharla tiemblo.

Ni al verte estoy tranquilo,

ni al hablarte sereno,

busco frases de amor y nos la hallo.

No sé si he de ofenderte y tengo miedo.

Callando, pues, me vivo

y amándote en silencio,

sin que jamás en tus dormidos ojos

sorprenda de pasión algún destello.

Dime si me comprendes,

si amarte no merezco.

Di si una imagen en el alma llevas…

Mas no… no me lo digas…¡tengo miedo!

Pero si el labio calla,

con frases de los cielos

deja, mi vida, que tus ojos digan

a mis húmedos ojos… ya os entiendo

deja escapar el alma

los rítmicos acentos

de esa vaga armonía, cuyas notas

tiene tan sólo el corazón por eco.

Deja al que va cruzando

por áspero sendero,

que si no halla la luz en la ventana,

tenga la luz de la esperanza al menos.

Callemos en buena hora

pues que al hablarte tiemblo,

mas deja que las almas, uno a uno,

se cuenten con los ojos sus secretos…

Dejemos que se digan

en ráfagas de fuego

confidencias que escuche el infinito

frases mudas de encanto y de misterio.

Dejemos, si lo quieren,

que sientas lo que siento,

beso puro que engendren las miradas

y que tan bello porvenir es nuestro.

Dime así que me entiendes,

que estallen en un beso,

que es el porvenir de luz y flores

y suba sin rumor hasta los cielos.

Di que verme a tus plantas

es de tu vida el sueño,

dime así cuanto quieras…. cuanto quieras.

De que me hables así… no tengo miedo.

MIMETISMO DE LA EXPERIENCIA

Cuando leía porfiadamente y no

sin desazón a Henry Miller, iba

acordándome a trechos

de muchas horas canceladas, rostros

desdibujados en algún rincón, lugares

de inquietante vivir. Era penosa

la experiencia y más

que nada turbadora

por simple: asistía

como mi propio espectador

al paso de emociones, cuerpos, actos

sexuales que yo mismo veía ejecutados

por otro en mi memoria y que se restauraban

con un nuevo contexto

en el presente.

La práctica

de ciertos mimetismos del recuerdo

puede llegar a subvertir el orden

de esa usura de amor que el tiempo

salda. Y Henry Miller, transgresor

de leyes, irritante

por próximo, furiosamente

obseso de su intimidad,

no suponía para mí

más que un tenaz motivo de recuento

de situaciones olvidadas: cuartos

de hotel, burdeles, laberintos

de citas donde un cuerpo

siempre se hacía vagamente

clandestino, imágenes

ajadas como evanescentes

fotografías, hábitos

de una noche. Pero un hostil

y subrepticiamente enajenado

reencuentro conmigo, sostenía

el agobiante afán de cotejar

datos que sólo en parte me importaban.

Equívoca constancia de unos hechos

reconstruidos con retazos

de otros: no en el amor

sino en su deterioro se reagrupan

los fragmentos vividos.

Como ciertas

alucinantes fábulas de Lawrence Durrel

o de Sade (las que coinciden tal vez

en descifrar los infortunios de Justine),

la intervención de Miller agotaba

en mi memoria toda posibilidad

de ir acotando la experiencia

sin conjurar su lastre: nombres

aletargados, episodios

de efímero futuro, leves

fraudes de amor

que el aluvión del tiempo confundía

con las suplantaciones del orgasmo.

Espejo de violencia

de tanto azar de juventud, híbrida

educación, solitario o múltiple

terraplén de erotismo, no podía

atestiguarme sino con mi propia

represión inicial, abierta luego

a otras coherentes formas del amor.

MÚSICA DE FONDO

Llega el momento de decir la palabra

y se la deja fluir, se la ayuda

a resbalar entre los labios,

anclada ya en sus límites de tiempo.

La palabra se funda a ella misma, suena

allá en el corazón del que la habla

y trepa poco a poco hasta nacer

y antes es nada y sólo una verdad

la hace constancia de algo irrepetible.

Súbitamente esa palabra aumenta

el hallazgo caudal de la memoria,

boga sobre los hombres que la escuchan,

gira anhelante entre vislumbres

y se alza más y más y se perfila, pule

sus bordes balbucidos, se nivela entre sueños.

Después inicia su holocausto.

Función de amor o de vileza,

la palabra se gasta en los oídos,

puebla sus márgenes de brozas,

se torna vana, amago de un aliento,

oscuridad final y sin sentido.

Está cayendo ya hecha pedazos.

Rescoldos sumergidos, restos

de rescates sin fondo, flota y flota

sobre las intenciones proferidas,

entre el silencio de las conjeturas.

Es nada la palabra que se dijo

(no importa que se escriba para

querer salvarla), es nada y lo fue todo:

la música del mundo y su apariencia.

“Memorias de poco tiempo” 1954

NO TENGO NADA QUE PERDER

Aquel nocturno yerbazal, al borde

del declive de acebos, ciegamente

buscado entre el vislumbre

del amor, bajo el troquel efímero

de la naciente luna ciñe

con sus trémulos odres toda

la historia de mi vida, el privilegio

de mi junta y profética memoria,

y allí estará mi vocación gestándose,

cómplice cuerpo transitorio

fronterizo del mío para nunca.

La tierra genital, los estandartes

fugitivos del sueño, la prohibida

palabra, permanecen

junto al amor que escribo, tachan

con su verdad los nombres

de mi boca.

Compartida codicia,

¿qué haré con este cuerpo

sin el tuyo?

Subí desde la sombra

hasta la luz, puse mi mano

en el aire vacío. Aquí

me entrego, dije,

no tengo nada que perder.

Cuántos

turbadores resquicios fraudulentos

se desvelaron para mí, mientras anduve

tropezando.

En la pared aquella,

cerca de la hondonada parpadeante,

bajo el metal marítimo fundido

entre los dos, fui desnudado

del lastre primerizo de mi alma

y levanté los ojos hacia el cuerpo

aterido. Aquí me entrego, dije,

preso estoy .en mi propia libertad.

SOLÍCITO EL SILENCIO SE DESLIZA POR LA MESA NOCTURNA…

Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio

contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde: otra vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música hedionda dilatando las burbujas del vidrio. Tan distante como mi juventud, pernocta entre los muebles el amorfo, el tenaz y oxidado material del deseo. Qué aviso más penúltimo amagando en las puertas, los grifos, las cortinas. Qué terror de repente de los timbres. La botella vacía se parece a mi alma.

De “Laberinto de fortuna” 1984

SUPLANTACIONES

Unas palabras son inútiles y otras

acabarán por serlo mientras

elijo para amarte más metódicamente

aquellas zonas de tu cuerpo aisladas

por algún obstinado depósito

de abulia, los recodos

quizá donde mejor se expande

ese rastro de tedio

que circula de pronto por tu vientre,

y allí pongo mi boca y hasta

la intempestiva cama acuden

las sombras venideras, se interponen

entre nosotros, dejan

un barrunto de fiebre y como un vaho

de exudación de sueño

y otras cavernas vespertinas,

y ya en lo ambiguo de la noche escucho

la predicción de la memoria:

dentro de ti me aferro

igual que recordándote, subsisto

como la espuma al borde de la espuma

mientras se activa entre los cuerpos

la carcoma voraz de estar a solas.

UN CUERPO ESTÁ ESPERANDO

Detrás de la cortina un cuerpo espera.

Nada es verdad si no es su encarnizada

inminencia, esa insaciable culpa

que a mí mismo me absuelvo aborreciéndome.

Nada es verdad. Un cuerpo está esperando

tras el mudo estertor de la cortina.

En la oquedad propicia del instante

que mientras más deseo más maldigo,

quiero amar este cuerpo, que él no muera

hasta que su orfandad esté cumplida.

Paredes resignadas, tinto el suelo

de mercenaria obstinación, allí

nos conducimos mutuamente

al voraz simulacro de la vida.

(La amarra del amor nos hace libres.)

Sólo yo estoy suspenso del engaño:

movible fuego oscuro,

mi memoria consume sus fronteras

entre las turbias órdenes del tiempo.

De todo cuanto amé, nada logró

sobrevivir a las abdicaciones.

(La noche se agazapa entre las telas

que un falaz movimiento hace carnales.)

Una mentira sólo está esperando

detrás de la cortina. Soy

mi enemigo: consisto en mi deseo,

busco a ciegas la luz, me reconozco

después de extraviarme, despedazo

ese espejo de muerte en que el placer

se asoma, expío

con mi turno de amor mi propia vida.

De un hilo funeral pendiente el cuerpo,

ya no es posible reducir su lastre.

VERSÍCULO DE GÉNESIS

Por las ventanas , por los ojos

de cerraduras y raíces,

por orificios y rendijas

y por debajo de las puertas,

entra la noche.

Entra la noche como un trueno

por los rompientes de la vida,

recorre salas de hospitales,

habitaciones de prostíbulos,

templos, alcobas, celdas, chozos,

y en los rincones de la boca

entra también la noche.

Entra la noche como un bulto

de mar vacío y de caverna,

se va esparciendo por los bordes

del alcohol y del insomnio,

lame las manos del enfermo

y el corazón de los cautivos,

y en la blancura de las páginas

entra también la noche.

Entra la noche como un vértigo

por la ciudad desprevenida,

rasga las sábanas más tristes,

repta detrás de los cobardes,

ciega la cal y los cuchillos

y en el fragor de las palabras

entra también la noche.

Entra la noche como un grito

por el silencio de los muros,

propaga espantos y vigilias,

late en lo hondo de las piedras,

abre los últimos boquetes

entre los cuerpos que se aman,

y en el papel emborronado

entra también la noche.

VIVO ALLÍ DONDE ESTUVE

Desde un lugar que aprendo

a recorrer cada mañana, vuelvo

sobre mis pasos y te espero

allí donde estoy solo.

Matinal

ofertorio del sueño, escribo el nombre

de tu vida, te vas desentrañando

entre las hoscas hojas traicionadas

en la noche. Eres la reclusión

donde me sacio, el acuciante

azar en que te tengo

cada día, amor propiciatorio que reúne

lo perdido.

Vivo allí donde estuve,

junto al mar delirante, libre

velocidad inmóvil orillada

de fuego, bosque lustral

de la alegría.

¿Qué me queda

de aquel itinerario, habitaciones

clandestinas, bautismales refugios

de única verdad, qué me queda

detrás del sortilegio? Ser

feliz un instante y perderte, mientras

vuelvo sobre mis pasos cada día.

Byron, Lord

Lord Byron (Inglaterra, 1788-1824)

Reseña biográfica

Poeta inglés nacido en Londres en 1788.

Estudió en el colegio Harrow y en la Universidad de Cambridge.

En 1798 heredó de su tío abuelo el titulo de Barón y en 1809 ocupó un escaño en la Cámara de los Lores.

Su primera colección de poemas se publicó en 1807 con el nombre de “Horas de ocio”, seguida por “Bardos ingleses y críticos escoceses” en 1809 como réplica a las críticas que recibía. Viajó durante dos años por España, Portugal y Grecia y a su regresó publicó en 1812 los primeros cantos de “Childe Harold”, poema que lo llevó a la fama convirtiéndolo en uno de los escritores más versátiles e importantes del romanticismo.

A raíz de su separación matrimonial y de los rumores de la relación incestuosa con su hermanastra, abandonó para siempre a Inglaterra en 1816, estableciendo su residencia en Venecia y Pisa.

“Don Juan”, considerada su mejor obra poética, fue publicada en 1823.

En enero de 1824 por su apoyo a los griegos en la lucha contra los turcos, fue nombrado Comandante en Jefe. Falleció tres meses después.

Acuérdate de mí

Llora en silencio mi alma solitaria,

excepto cuando está mi corazón

unido al tuyo en celestial alianza

de mutuo suspirar y mutuo amor.

Es la llama de mi alma cual lumbrera,

que brilla en el recinto sepulcral:

casi extinta, invisible, pero eterna…

ni la muerte la puede aniquilar.

¡Acuérdate de mí!… Cerca a mi tumba

no pases, no, sin darme una oración;

para mi alma no habrá mayor tortura

que el saber que olvidaste mi dolor.

Oye mi última voz. No es un delito

rogar por los que fueron. Yo jamás

te pedí nada: al expirar te exijo

que vengas a mi tumba a sollozar.

Versión de Enrique Álvarez Bonilla

Adiós

¡Adiós! si dicha se concede al hombre

de una plegaria en premio, ésta tu nombre

elevará hasta el trono del Señor.

Promesas, quejas, llanto, fueran vanos;

más que el lloro, exprimido, ya sangrante,

de ojos sin luz, tenaz remordimiento

esta palabra dice… ¡Adiós! ¡Adiós!

Secos están mis ojos, extinguida

mi voz, pero al dejarte, de mi vida

se adueña para siempre un gran dolor.

Aunque el pesar y la pasión torturan

mi corazón, quejarse no le es dado…

Yo sólo sé que en vano hemos amado…

Sólo puedo sentir… ¡Adiós! adiós.

Versión de Jorge Isaacs

Al cumplir mis 36 años

¡Calma, corazón, ten calma!

¿A qué lates, si no abates

ya ni alegras a otra alma?

¿A qué lates?

Mi vida, verde parral,

dio ya su fruto y su flor,

amarillea, otoñal,

sin amor.

Más no pongamos mal ceño!

¡No pensemos, no pensemos!

Démonos al alto empeño

que tenemos.

Mira: Armas, banderas, campo

de batalla, y la victoria,

y Grecia. ¿No vale un lampo

de esta gloria?

¡Despierta! A Hélade no toques,

Ya Hélade despierta está.

Invócate a ti. No invoques

más allá

Viejo volcán enfriado

es mi llama; al firmamento

alza su ardor apagado.

¡Ah momento!

Temor y esperanza mueren.

Dolor y placer huyeron.

Ni me curan ni me hieren.

No son. Fueron.

¿A qué vivir, correr suerte,

si la juventud tu sien

ya no adorna? He aquí tu

muerte.

Y está bien.

Tras tanta palabra dicha,

el silencio. Es lo mejor.

En el silencio ¿no hay dicha?

y hay valor.

Lo que tantos han hallado

buscar ahora para ti:

una tumba de soldado.

Y hela aquí.

Todo cansa todo pasa.

Una mirada hacia atrás,

y marchémonos a casa.

Allí hay paz.

Versión de Enrique Álvarez Bonilla

Camina bella, como la noche…

Camina bella, como la noche

De climas despejados y de cielos estrellados,

Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz

Resplandece en su aspecto y en sus ojos,

Enriquecida así por esa tierna luz

Que el cielo niega al vulgar día.

Una sombra de más, un rayo de menos,

Hubieran mermado la gracia inefable

Que se agita en cada trenza suya de negro brillo,

O ilumina suavemente su rostro,

Donde dulces pensamientos expresan

Cuán pura, cuán adorable es su morada.

Y en esa mejilla, y sobre esa frente,

Son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez elocuentes,

Las sonrisas que vencen, los matices que iluminan

Y hablan de días vividos con felicidad.

Una mente en paz con todo,

¡Un corazón con inocente amor!

Versión de F. Maristany

Canción del corsario

En su fondo mi alma lleva un tierno secreto

solitario y perdido, que yace reposado;

mas a veces, mi pecho al tuyo respondiendo,

como antes vibra y tiembla de amor, desesperado.

Ardiendo en lenta llama, eterna pero oculta,

hay en su centro a modo de fúnebre velón,

pero su luz parece no haber brillado nunca:

ni alumbra ni combate mi negra situación.

¡No me olvides!… Si un día pasaras por mi tumba,

tu pensamiento un punto reclina en mí, perdido…

La pena que mi pecho no arrostrara, la única,

es pensar que en el tuyo pudiera hallar olvido.

escucha, locas, tímidas, mis últimas palabras

-la virtud a los muertos no niega ese favor-;

dame… cuanto pedí. Dedícame una lágrima,

¡la sola recompensa en pago de tu amor!…

Versión de F. Maristany

Cuando nos separamos…

Cuando nos separamos

en silencio y con lágrimas,

con el corazón medio roto,

para apartarnos por años,

tu mejilla se tornó pálida y fría

y tu beso aún más frío…

Aquella hora predijo

en verdad todo este dolor.

El rocío de la mañana

resbaló frío por mi frente

y fue como un anuncio

de lo que ahora siento.

Tus juramentos se han roto

y tu fama ya es muy frágil;

cuando escucho tu nombre

comparto su vergüenza.

Cuando te nombran delante de mí,

un toque lúgubre llega a mi oído

y un estremecimiento me sacude.

¿Por qué te quise tanto?

Aquellos que te conocen bien

no saben que te conocí:

Por mucho, mucho tiempo

habré de arrepentirme de ti

tan hondamente,

que no puedo expresarlo.

En secreto nos encontramos,

y en silencio me lamento

de que tu corazón pueda olvidar

y tu espíritu engañarme.

Si llegara a encontrarte

tras largos años,

¿cómo habría de saludarte?

¡Con silencio y con lágrimas!

Versión de Arturo Rizzi

En un álbum

Sobre la fría losa de una tumba

un nombre retiene la mirada de los que pasan,

de igual modo, cuando mires esta página,

pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.

Y cada vez cada vez que acudas a leer este nombre,

piensa en mí como se piensa en los muertos;

e imagina que mi corazón está aquí,

inhumado e intacto.

Versión de Arturo Rizzi

Hubo un tiempo… ¿recuerdas?

Hubo un tiempo… ¿recuerdas? su memoria

Vivirá en nuestro pecho eternamente…

Ambos sentimos un cariño ardiente;

El mismo, ¡oh virgen! que me arrastra a ti.

¡Ay! desde el día en que por vez primera

Eterno amor mi labio te ha jurado,

Y pesares mi vida han desgarrado,

Pesares que no puedes tú sufrir;

Desde entonces el triste pensamiento

De tu olvido falaz en mi agonía:

Olvido de un amor todo armonía,

Fugitivo en su yerto corazón.

Y sin embargo, celestial consuelo

Llega a inundar mi espíritu agobiado,

Hoy que tu dulce voz ha despertado

Recuerdos, ¡ay! de un tiempo que pasó.

Aunque jamás tu corazón de hielo

Palpite en mi presencia estremecido,

Me es grato recordar que no has podido

Nunca olvidar nuestro primer amor.

Y si pretendes con tenaz empeño

Seguir indiferente tu camino…

Obedece la voz de tu destino

Que odiarme puedes; olvidarme, no.

Versión de Arturo Rizzi

La destrucción de Senaquerib

BAJARON los asirios como al redil el lobo :

brillaban sus cohortes con el oro y la púrpura ;

sus lanzas fulguraban como en el mar luceros,

como en tu onda azul, Galilea escondida.

Tal las ramas del bosque en el estío verde,

la hueste y sus banderas traspasó en el ocaso:

tal las ramas del bosque cuando sopla el otoño,

yacía marchitada la hueste, al otro día.

Pues voló entre las ráfagas el Ángel de la Muerte

y tocó con su aliento, pasando, al enemigo:

los ojos del durmiente fríos, yertos, quedaron,

palpitó el corazón, quedó inmóvil ya siempre.

Y allí estaba el corcel, la nariz muy abierta,

mas ya no respiraba con su aliento de orgullo:

al jadear, su espuma quedó en el césped, blanca,

fría como las gotas de las olas bravías.

Y allí estaba el jinete, contorsionado y pálido,

con rocío en la frente y herrumbre en la armadura,

y las tiendas calladas y solas las banderas,

levantadas las lanzas y el clarín silencioso.

Y las viudas de Asur con gran voz se lamentan

y el templo de Baal ve quebrarse sus ídolos,

y el poder del Gentil, que no abatió la espada,

al mirarle el Señor se fundió como nieve.

Versión de Màrie Montand

La gacela salvaje

La gacela salvaje en montes de Judea

Puede brincar aún, alborozada,

puede abrevarse en esas aguas vivas

que en la sagrada tierra brotan siempre;

puede alzar el pie leve y con ardientes ojos

mirar, en un transporte de indómita alegría.

Pies ágiles también y ojos más encendidos

aquí tuvo Judea en otros tiempos,

y en el lugar del ya perdido gozo,

más bellos habitantes hubo un día.

Ondulan en el Líbano los cedros, mas se fueron

las hijas de Judea, aun más majestuosas.

Más bendita la palma de esos llanos

que de Israel la dispersada estirpe,

pues echa aquí raíces y se queda,

graciosa y solitaria:

ya su suelo natal no deja nunca

y no podrá vivir en otras tierras.

Mas nosotros vagamos, agostados,

para morir muy lejos:

donde están las cenizas de los padres

nunca descansarán nuestras cenizas;

ya ni un solo sillar le queda a nuestro templo

y en trono de Salem se ha sentado la Burla.

Versión de Màrie Montand

La partida

¡Todo acabó! La vela temblorosa

se despliega a la brisa del mar,

y yo dejo esta playa cariñosa

en donde queda la mujer hermosa,

¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Si pudiera ser hoy lo que antes era,

y mi frente abatida reclinar

en ese seno que por mí latiera,

quizá no abandonara esta ribera

y a la sola mujer que puedo amar.

Yo no he visto hace tiempo aquellos ojos

que fueron mi contento y mi pesar;

loa amo, a pesar de sus enojos,

pero abandono Albión, tierra de abrojos,

y a la sola mujer que puedo amar.

Y rompiendo las olas de los mares,

a tierra extraña, patria iré a buscar;

mas no hallaré consuelo a mis pesares,

y pensaré desde extranjeros lares

en la sola mujer que puedo amar.

Como una viuda tórtola doliente

mi corazón abandonado está,

porque en medio de la turba indiferente

jamás encuentro la mirada ardiente

de la sola mujer que puedo amar.

Jamás el infeliz halla consuelo

ausente del amor y la amistad,

y yo, proscrito en extranjero suelo,

remedio no hallaré para mi duelo

lejos de la mujer que puedo amar.

Mujeres más hermosas he encontrado,

mas no han hecho mi seno palpitar,

que el corazón ya estaba consagrado

a la fe de otro objeto idolatrado,

a la sola mujer que puedo amar.

Adiós, en fin. Oculto en mi retiro,

en el ausente nadie ha de pensar;

ni un solo recuerdo, ni un suspiro

me dará la mujer por quien deliro,

¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Comparando el pasado y el presente,

el corazón se rompe de pesar,

pero yo sufro con serena frente

y mi pecho palpita eternamente

por la sola mujer que puedo amar.

Su nombre es un secreto de mi vida

que el mundo para siempre ignorará,

y la causa fatal de mi partida

la sabrá sólo la mujer querida,

¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

¡Adiós!..Quisiera verla… mas me acuerdo

que todo para siempre va a acabar;

la patria y el amor, todo lo pierdo…

pero llevo el dulcísimo recuerdo

de la sola mujer que puedo amar.

¡Todo acabó! La vela temblorosa

se despliega a la brisa del mar,

y yo dejo esta playa cariñosa

en donde queda la mujer hermosa,

¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Versión de Ismael Enrique Arciniegas

No volveremos a vagar

Así es, no volveremos a vagar

Tan tarde en la noche,

Aunque el corazón siga amando

Y la luna conserve el mismo brillo.

Pues así como la espada gasta su vaina,

Y el alma consume el pecho,

Asimismo el corazón debe detenerse a respirar,

E incluso el amor debe descansar.

Aunque la noche fue hecha para amar,

Y los días vuelven demasiado pronto,

Aún así no volveremos a vagar

A la luz de la luna.

Sol del que triste vela…

¡Sol del que triste vela,

astro de cumbre fría,

cuyos trémulos rayos de la noche

para mostrar las sombras sólo brillan.

!Oh, cuánto te asemeja

de la pasada dicha

al pálido recuerdo, que del alma

sólo hace ver la soledad umbría!

Reflejo de una llama

oculta o extinguida,

llena la mente, pero no la enciende;

vive en el alma, pero no lo anima.

Descubre cual tú, sombras

que esmalta o acaricia,

y como a ti, tan sólo la contempla

el dolor mudo en férvida vigilia.