Author Archives: Javierpah

Cano, José Luis

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Algeciras en 1912.

Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras, se radicó en Madrid donde dirigió por más de veinte años la colección «Adonais» . Fue secretario y crítico de la revista Ínsula, autor de diversas antologías y biógrafo de García Lorca y Antonio Machado.

Ensayista y autor de varios libros de crítica literaria, dedicó mucha parte de su tiempo a defender la calidad de la poesía del 27, convirtiéndose además en un gran impulsor de la lírica andaluza.

Fue traductor de poesía francesa e inglesa, conferenciante en universidades europeas y colaborador habitual de revistas hispanoamericanas. Como poeta dejó una obra llena de delicadeza y profundidad.

Sus libros significativos son «Sonetos de la bahía» en 1942, «Voz de la muerte» en 1945, «Las alas perseguidas» en 1946, «Otoño en Málaga y otros poemas» en 1955, «Luz de tiempo» en 1962 y «Poesía» en 1964.

Falleció en 1999.

A MI HIJA TERESA

Aún no sabes hablar, mas ya tu vida

para mi alma canta un hondo son:

Diariamente se empapa el corazón

de tu palabra torpe, tan querida.

Se llena el alma de tu beso, erguida

para alzarte y tenerte. Una pasión

diariamente la enciende, una canción

que nace de la vena más herida.

Y un dulce frenesí. Tu carne siento

trémula arder, rosada, tierna, pura,

mientras la mía sueña enajenada.

Oh tierra, oh desamparo, oh ciego viento

que va perdido por la noche oscura

y encuentra al fin la luz, la paz, la nada.

AL MAR, SOLO

Si tu amor busco a solas, entregado

a un éxtasis errante y sin conciencia,

no sé qué resplandor de adolescencia

unge mi piel, ya siempre a tu cuidado.

Mi boca acerco a tu rumor nevado,

purísimo sabor de tu presencia,

espuma dulce para mi dolencia

de soledad, al sol de tu costado.

No sé a qué paraíso de indolentes

me llevas o nos llevan así unidos,

tu desnudo y mi sombra a la deriva.

Sólo sé que tus labios transparentes

hoy se entreabren dulces y vencidos

al paso de mi sangre fugitiva.

ATARDECER

Deja que el amoroso pensamiento

dé a tu frente un temblor de agua invadida,

y deja que mi sombra, en la avenida,

acaricie tu seno soñoliento.

La tarde eres tú y yo, sin otro aliento

ni otro paisaje que la mar dormida.

La vida es tu silencio, la vencida

caricia de tu flor sin movimiento.

Duermen las aves su clamor. El cielo

boga su luz por tu mirada ausente.

Sueñan tus ojos a la sombra mía.

Sueña el aire en su orilla, y siento el vuelo

cálido de mi sangre. Dulcemente

va naciendo el amor, muriendo el día.

BESARTE ES SOÑAR

Sí, besarte es soñar. Y acariciarte,

rozar, sorber el cielo más hermoso.

Pero si el tiempo puede, al arrancarte

tu belleza, tornar en doloroso

recuerdo aquel mirar enajenado,

aquel beso ardentísimo, aquel fuego,

volcán de amor, y aquel dulce sosiego

que sigue al jadear ebrio y callado,

¿Cómo sentir ligera, alada, pura

la dicha del amor, si está ya herida

por el mal que vendrá, nube de muerte,

tiempo ya gris que empaña la hermosura

cuando empieza a dar fruto, y más erguida

arde su luz, y duele más perderte?

DESNUDO

Lame, arena, su cuello, y ciñe fría

su adormecido seno en ti yacente,

que luego iré a besar esa serpiente

de tu lengua, que el viento desvaría.

Hiere mansa esa flor de la bahía

que asume su mejilla húmedamente,

y ciega esa callada boca ardiente

que no quiere besar la boca mía.

Roza luego su vientre, y la dorada

piel besa de su cálida cintura,

y allí en su centro queda enamorada.

Que ya te templará la calentura

otra flor de mi huerto bien rociada,

si tu lengua se quema en su espesura.

DULCE TUMBA

Junto a la orilla de este mar quisiera

a la sombra morir de su hermosura,

entreabiertos los labios, y esta dura

melancolía hiriendo el sol de fuera.

Como otro pino más de la ribera

quisiera allí soñar. Allí mi impura

sangre desnudará su rama oscura

y allí la tendrá el aire prisionera.

A flor de arena el cuerpo amortecido,

allí el vívido azul de la bahía

hermoseará su nombre y su latido.

Y el eco oiré, cual una melodía,

de unos pies al pasar, ya en dulce olvido

de tu hermosura, oh playa triste y mía.

ESA ALONDRA DE NIEBLA…

Esa alondra de niebla que sostienes

sobre el hálito malva de tu cima,

esa guirnalda matinal que arrima

un levante purísimo a tus sienes.

Pálida el alma y desmayada tienes,

mas tu sangre de roca no la anima

a saltarse las trombas de tu clima

durísimo de vientos y vaivenes.

¿Qué sueño la persigue y la desmaya,

qué rumor triste a su llamada sueñas

por el mundo pelado de tu playa?

Mirando estoy tus sombras y cadenas,

oh roca sin amor, y en mi atalaya

tocando estoy tus alas y tus penas.

ESPUMAS

Este cuerpo de amor no necesita

quemar su luz en otra ardiente rama.

La lava en que se quema y que derrama,

por su propio volcán se precipita.

Tu hermosura sin voz sólo me incita,

no un corazón ni el vuelo de una llama.

Mi alimento es mi amor, y lo que ama

mi sangre, es esa piel, que un astro imita.

¿Qué esconde esa belleza? Sólo espumas,

Oh hermosa nada que a mi amor convoca,

raudo cielo sin Dios, mar sin secreto.

Pero besar todas sus dulces plumas

es ya el único sino de esta boca,

la única gloria ya de este esqueleto.

ESTÍO

Una dura raigambre de alto helecho

he elegido por tumba prematura

en esta soledad de arena oscura

donde gime la sangre de mi pecho.

Lejos está el amor. Aquí cosecho

un bronco sol para mi sepultura.

Aquí crece mejor la quemadura

que quiero para el fondo de mi pecho.

Todo ese inmenso mar no bastaría

para volver la vida y la mirada

a esta osamenta gris, a este esqueleto.

Hace tiempo que amó. Ya no sabría

dar su ofrenda al amor, su calcinada

sangre, su corazón lejano y quieto.

LA TARDE

Cada día toco con mis manos la dicha

la beso con mis labios

la dejo que se duerma dulcemente en mi pecho

que se despierte luego estremecida como un hermoso sueño.

Enfrente el cielo, los pájaros y tu boca entreabierta

sobre la calle con acacias y niños

delicada y trémula como una sonata.

Y desde mi terraza, íntima como una caricia

ávido sorbo la tarde y su hermosura

contemplo el avión rasgar sereno el aire puro

y casi toco

acaricio con mis dedos la luna inmensa

posada con ternura sobre un árbol cercano.

Poca cosa es lo que hace falta a veces para sentir la dicha

una luz, una flor, una brisa, una mano en la nuestra

o esta tarde que parece de carne

de suavísimo nácar

tarde entregada para un mirar lentísimo

para entrarla despacio

como un sueño en el alma

para besarla pura, inmaterial y celeste.

LUZ DEL TIEMPO

La luz, la luz más pura está en el tiempo,

es su zumo dorado que nos moja

el alma diariamente y la desnuda.

Como la luz, como el amor a veces,

el tiempo es tuyo, y él te tiene, míralo

morando ya en tu carne lentamente

posando en ella su ceniza triste,

sus minutos que brillan amarillos

y tus labios golpean tercamente.

y pues no puedes detenerlo, ahora

que escapa más de prisa, ya vencidas

tu juventud y tu esperanza, escucha

cada latido suyo, cada ola

de su invisible, silenciosa música,

y acecha el don, su luz de cada día.

Dale tú, en cambio, paz al tiempo, honda

paz si es que alguna guardas en tu alma.

Da tu hora al amor, al beso, al ocio,

pues no es dinero -time is money- el tiempo,

y da a tu soledad el tiempo oscuro

que ella te pida, y tu minuto abierto

a ese niño que ríe, y a ese perro

vagabundo que pide pan y dueño,

y al poema que espera, y a ese pájaro

que vuela ebrio por el vasto cielo.

NOTICIA DEL BESO

Nace el beso en la sangre y su fuego madura

como el fruto de un árbol a la luz de la tarde.

Ebrias alas secretas van naciendo a su paso

y dorando los labios que esperan entreabiertos.

Gime la flor del beso antes de abrir su rosa,

y sus pétalos arden melancólicamente

mientras sube un rumor por la delgada sangre

y se detiene al borde de la boca hechizada.

Ya los ojos no ven. Mientras escapa el mundo

sólo el fruto del beso hunde su quemadura

en el dorado éxtasis, y el nácar de unos labios

dulcemente crepita en su abrasada llama.

Un brillo nuevo nace de la boca entreabierta,

mientras redonda estalla la granada del beso,

y el dulce labio herido, ardiente ola ceñida,

su lentísima espuma destila prisionero.

No tiene edad el beso, pero su fruto muere

cuando su llama de oro se deshace en los labios,

cuando despierta el párpado de su ebriedad callada

y el corazón se oculta para sorber su dicha.

Mas no muere su luz, su ardentísimo pozo

puro como la nieve, hondo como el silencio.

No muere lo que llega al fondo de la sangre

donde el beso dejó un reguero de cielo.

RAPTO DE AMOR

Mira el mundo sin flor. Este haz de rocas

sólo sombra da al oro que declina.

Muerto parece el mar. Aquí culmina

el mineral silencio de dos bocas.

Soledad, piedra, amor. La arena yerta

desolada pasión siente en su seno.

No hiere su piel muda este sereno

amor, esta extinguida luz desierta.

Mira esa roca, oh prisma de ternura.

Pon tu mano en sus filos dulcemente.

¿No sientes en tu palma la silente

vida que allí se esconde, ahogada, oscura?

Y el duro corazón que en ella late,

nuestro crispado amor va serenando

de un pálpito inmortal, y va arrancando

luces y sueños de tu seno mate.

roca es también tu cuerpo, roca o muerte

tu pálida belleza y tu mirada,

tu frente, luna ya petrificada

por este sideral silencio inerte.

No mires hacia el mar. En esta arena

clava ya tus dos labios diamantinos.

Incendia con tu lengua estos caminos

de calcáreo pesar y extinta vena.

Muerto está el mundo si tus labios miro.

La tierra vuelta ya a un perenne ocaso.

Sólo vuelvo a vivir cuando repaso

tus brazos, pleamar en donde expiro.

Este nocturno viento, esta bandera

de soledad, ondeando por la orilla,

cómo asola implacable tu mejilla,

rígida ya en su hálito de cera.

Muere a solas la tarde, y una broza

tierna muerdes, de amor languideciendo.

Todo tu peso núbil voy cediendo

a esa arena mortal que el labio roza.

Pero duro, bramante, el mar ya invoca

nuestro amor, nuestras bocas rutilantes.

Reclama esta inmortal gloria de amantes,

pétreo fuego de amor que un astro evoca.

Clama ya su pasión. ¿No oyes su pecho

resonar por la inmensa, abierta herida?

alza pujante que alza una ofrecida,

cálida espuma en jadeante lecho.

En ti grabo mis labios y en ti hundo

mi soledad, mis pulsos invocantes.

Átate a mí. seremos dos amantes

en busca del olvido en lo profundo.

Ciégate en mi clamor. Tras esa bruma,

¿no ves el halo de otro paraíso?

Este viento vibrátil que ya piso,

aéreamente nos alza y a él nos suma.

Tromba de amor me arrastra y me desata

de tus brazos, me arranca de tu frente,

ya precipita al mar la débil puente

de mi pecho y tu muerte me arrebata.

Lejano va tu cuerpo entre la espuma,

tus miembros ya rendidos a otro amante,

y te va blanqueando a cada errante

ola, la blanda sal que el mar rezuma.

Mientras yo voy profundo, hacia ignoradas

regiones de un amor más poderoso,

y un gran mar de metal, ligero, hermoso,

me tiende sus espumas invioladas.

Qué lejos está el mundo. Ya la arena

olvidó mi inquietud bajo otro viento.

¿He nacido otra vez? Ya sólo siento

un cuerpo hermoso, azul, que me encadena.

Y un oscuro clamor. De nuevo a solas,

late mi corazón en lo profundo

de este mar que me asume, y en él hundo

una sangre de amor bajo las olas.

SOBRE UNOS LABIOS MUERTOS

Ciega, impasible muerte de tu boca.

Está callada, está rota y oscura

aquella su rosada arquitectura

fiel a mis labios cálidos de roca.

La gloria de tu aliento ya no evoca

calientes rosas de esta tierra dura,

sino la sombra y soledad futura

de tus labios de mar. ¡Oh sol, invoca

tu luz más viva, y quema entre esos dientes,

de nieve ya, su lengua, amarantina,

clavel de su garganta delicada!

¡Fulgura en su humedad, y en los ardientes

arenales, de tu onda sibilina

un último sabor a su granada!

SUEÑO DE AMOR

Huí de mi lecho a solas por encontrarte, el vino

de la fiebre en los labios, incendiando mis huesos,

y una niebla cegándome los ojos, y un sino

de soledad quemándome y abrasando mis besos.

¿Dónde encontrarte? ¿Estabas junto a mí, bajo el cielo

indiferente al hombre, como un mar que olvidase

su clamor, o soñando bajo un dorado suelo

sin que yo, en mi ceguera, los trigos te apartase?

Era dulce la tarde de inmortal primavera,

y era dulce su sombra, piel de melancolía,

que avanza como un labio de amor que no quisiera

precipitar los besos por vivir más de un día.

¿Dónde estaba tu boca? Tu mirada escapaba

a mis labios, y era cual un aéreo celaje

que empapase su vuelo en la luz que besaba

a través de tus alas mi abatido ramaje.

Te busqué en ese mar sobre el que ahora sollozo,

sus espumas clavándome todas sus blancas flechas,

y te busqué en el cálido corazón de ese pozo

desde donde la vida ocultamente acechas.

Nadie me vio. Solía acariciar las casas

con mi mano agrietada por un dolor oscuro,

porque acaso ese aliento con que mi sangre abrasas

arde ignoradamente tras el rosado muro.

Nadie me vio salir de la ciudad. La tarde

plegaba ya su aroma a su indolente peso,

y esa estrella primera que en el azul ya arde

desunió mis dos labios con su secreto beso.

TENGO TUS LABIOS

Quizá perdí mi juventud, quizá

perdí Lloridas increíbles.

Quizá perdí otras cosas, pero tengo

la sal ardiente de tus labios.

Una infancia perdí, quizá un deseo

de una luz entre pinos y el mar puro.

Perdí el cielo del sur, pero ahora tengo

la sal y el fuego de tus labios.

Perdí aquel mar, y aquel afán eterno

de en él perderme y olvidarme.

Perdí más: a mi madre, pero tengo

la rosa oscura de tus labios.

Perdí hace tiempo aquel ocio andaluz,

puro y tranquilo como el aire.

Perdí la paz, pero ahora tengo

la gracia honda de tus labios.

De aquella primavera, de aquel ocio

sólo el recuerdo y el perfume quedan.

Estoy solo y herido, y sólo tengo

una luz que besar: la de tus labios.

Sí, perdí mi bahía, donde el tiempo

no parecía existir sino soñando.

Unos sueños perdí, pero te tengo

y contigo a tus labios

¿Perdí a Dios? Una noche sentí oscura

la soledad, la muerte entre los brazos.

Y helado el corazón. Mas luego tuve

la honda caricia de tus labios.

Ya no estaré más solo. Quiera el mundo

herir con frío o con puñal mi alma,

ya no estaré más solo porque tengo

la compañía de tus labios.

TIEMPO DE TERNURA

Como la playa en soledad, más pura

luce su desnudez, y como el pájaro

más melodioso vuela si más solo,

así este paraíso de ternura

no pide verso para ser cantado.

Su alentar, en su mundo de penumbra

-tibio interior en soledad amante-

deja su llama, y extasiado sueña

su luz, su vuelo entre caricias quietas.

Aquí halla el alma su razón de vida,

su lentísimo éxtasis la carne,

y el incorpóreo tacto besa mudo

la rosa inmóvil de la piel tranquila.

Ignorada ternura. A los amantes

hace más puros, casi transparentes.

¿Son el sueño de un Dios? Son melodía

callada del amor. Son quieta lumbre.

TIEMPO DEL AMOR

En el amor el tiempo es como un pájaro

aleteante, estremecido, trágico.

Parece detenerse en nuestros brazos,

jadear dulcemente en nuestros labios.

Y fluye tierno como el valle verde

por un secreto afán de vida breve.

Su vuelo cesa bajo el beso largo,

tensas las alas, dulce y hechizado.

Y cuando el beso acaba hay en su luz

un brillo de asombrada juventud.

Ahora acecha cautivo de los labios

el lento desunirse, desmayados.

Ahora yace, quemadas ya las alas,

mientras ávidamente se desangre.

En el amor el tiempo es como un pájaro

aleteante, estremecido, trágico.

VIERNES DE LAS DELICIAS

Cuando salgo a la luz de este viernes dorado

estrena la mañana sus pájaros primeros.

Es un viernes de barrio, humilde pero hermoso,

viernes de Las Delicias, viernes arrabalero.

Da gusto ver su piel, fresca como la aurora,

herida tiernamente por la luz del otoño,

esta luz increíble que mi corazón bebe

sorbiendo la mañana como una fruta de oro.

Es una luz tan tierna, tan acariciadora,

que a las cosas propaga una humana ternura,

y da alegria al árbol, al viajero que llega,

al perro en libertad ávido de aventuras.

Y el dulce viejecillo que vende caramelos,

el obrero que pasa, la chiquilla que ríe,

la sal para el pescado derramada en la acera,

brillan con alegria bajo esta luz del viernes.

Van las alas del viernes dorando la mañana

y tornándola pura como una melodía,

mientras yo voy alegre escuchando sus sones,

su concierto de pájaros y cristalinas brisas.

Mientras yo voy alegre, porque el corazón sabe

que atrás queda, soñando, la materia que ama,

la materia de un alma que beso cada noche

en los labios que ahora soñarán con el alba.

Canelo, Pureza

Reseña biográfica

Poeta española nacida en Moraleja, Cáceres, en 1946.

Pasó su infancia y adolescencia en el ambiente rural de su pueblo nativo. Hizo estudios de Magisterio en Madrid. Ha ocupado importantes cargos culturales, tales como, Jefe de la Oficina de Actividades Culturales de la

Universidad Autónoma de Madrid, miembro del jurado del Premio Adonais desde 1990, y Directora de la Fundación Gerardo Diego.

Entre las distinciones y premios recibidos, cuenta con el Premio Adonais en 1970 por «Lugar común», el Juan Ramón Jiménez del Instituto Nacional del Libro Español en 1980, el Premio Ciudad de Salamanca 1999 por «No escribir» y la beca de creación literaria Juan March en 1975, entre otros.

De su obra poética merecen destacarse: «Celda verde» en 1971, «El barco de agua» en 1974, «Pasión inédita» en 1990 y «Moraleja» en 1995.

COMO OCTUBRE DISPONGA

No más refugio

que la faz de mis brazos

si nos entra el otoño

desgajando

lo que al viento apetece

en su alfombra de bosque

y cuerpo a tIerra.

Mírame.

Otoño aún no somos en años

pero cuando él se nos acerca

hay que extender la batalla real

de los buenos amantes

en el recuento las hojas

de infinitos sabores ocres.

Mírame, y

hagamos la abundancia

a ras de nuestro suelo.

La variedad de un amor

es sepultar la inteligencia

entre los cuerpos.

No conozco otro refugio

ni mejor temperatura.

Sólo que estoy adivinando

cómo será el Otoño

nuestras vidas

de verdad calzadas en su estación

y otra vez

el nacimiento de amarse

la pasión inédita

que alumbrará mis versos.

Debo callar.

Ahora vamonos

a lo único

que del lento mudar

es ocre, ocres

como la alfombra disponga

tú y yo

obligando a trabajar

un viento revelación

lo más humano

para empujar las lumbres

bien cernida la noche.

De “Pasión inédita”

DE AGUA DULCE

Nunca hubiera adivinado que un amor

fuera la corriente más subterránea

sin escaparse

que va del tibio heno a un pozo

y de ahí empedrada a los huertos

sin dividirse

pero yo sí ante tu acecho

y este poema

que no acierta a explicarse mejor.

Corriente de agua dulce

en las tardes de agosto

no vayas por el agua

al pozo…

Se escribe así en el viento

una cultura detrás del amor

nacida en los campanarios

empujando suertes, ventanas

de la aldea interior

que es una mirada a la boca

trenzados frente a frente.

En el pozo andamos.

Mi saya tirando a selva

Tu camisa a juego oscura

Mi pie todavía calzado

Tu cuello abierto de mil troncos

Esta mano qué sorpresa sin anillo.

Las tuyas ayudando a sacar agua.

Del pozo me quiero ir

sin escaparme.

El busto atardecer

desconocía si esto era amor

o dulce trampa

que tira su moneda

sin dividirme

al fondo de las aguas.

Ay, la saya nueva

y camisa a rayas

flotan abrazando

el cielo, el limo puro

que del heno a un pozo

ya no saben regresar

a casa.

Y Dios arriba, abajo

empapado también

en dulce trampa

hace de una mujer aldea

este poema

que no acierta a explicartse mejor.

De “Pasión inédita”

EL POZO, EL POZO

La enramada más honda es esa verja

donde te subes para mirar

que ando descalza que ordenando voy

algunos pensamientos a flor de piel,

que sólo llevo puesto ojos ausentes

y la ropa tirada junto a un pozo

donde antes tú me has amado

y antes de haberme amado

yo sabía que lo harías

de tu pecho expuesto al mío.

¿Cuántas algas vuelven

a convertirse en roce arenas

si los orígenes del mundo

quedan atrapados en tus ojos

y es verdad la sal de la tierra

como también es lo de la miel

hilándome la boca?

Toda joya con engarce es un nido

ardiendo pero que asilvestrado

conoce el marino punto

donde aparecen olas para sofocar

el instante cuando los espejos

chocan en pleno vuelo chocan

sin romperse pero sí el aire

que ha perdido esencia ante

nuestro único cuerpo.

Debes acordarte siempre

de enramada, pozo, espejo

algas, brocal de haberte amado

y yo olvidar sabiduría, poema,

que no valen para nada

si me has rodeado de tu fuerza

igual que decides mi cuerpo

más esbelto a pesar de los años

que no sólo pasea la mujer por dentro

sino la mujer de luna

bien entrada en lugar creciente.

De “Pasión inédita”

EN EL LUGAR QUE MÁS NACÍ

Caída de la tarde

de dos almas

en la revuelta

de nuestro camino

izándose la noche.

Pasado mañana luna llena

y la acequia rodeando

la parra techo hermano

de la penumbra creciente.

¿Qué haces tú en esta tierra

ofrecida a zarzales, moscas

cubos de zinc, higueras

planicie de fuego

donde yo sé moverme

y tú abres los ojos

de tanto ruido y pan

en las cocinas?

¿Qué puedo hacer contigo

y comprendas de una vez

en el lugar que más nací

a pesar de la bandera

de ciudad que me viste

donde nos envolvemos

para abrazarnos?

¿Qué hacer contigo

y con tu alma

al caer la tarde

y oscuros ojos

escudriñan

lo que no viviste

en los años

de tu infancia?

Vamos, vamos

a ver el reloj cansado

de la plaza

y después al río

allí está la barandilla

y todavía su forja

que ahora puede

hablar por mí

una vez recogida

la simiente de mi cuerpo y cenit

milagrosamente retorno

de ¿Qué vas a hacer

en este lugar conmigo?

Mira que conozco

todos los ruidos

hasta el alba.

Aquellos carburos lejos

no son barcazas de tu mar

aunque busquen entrañas

de la noche.

Al norte

aquella masa es Jálama

donde nace este río

que abrazando

sostienes.

Ah, y tú que has venido

desde muy lejos a verme

ten prudencia, amor,

y regrésame a casa

como doncella

que vamos a pasar

por la calle

donde nació mi madre

y todavía en el balcón

asoma su trenza

lo que hoy te ofrece

conocer este lugar

planicie de fuego

regalo de otro mundo.

De “Pasión inédita”

ESCRIBO Y APARECES SIEMPRE

Este amor ¿canta o atestigua?

¿Confesión o hilos invisibles

sueño o verdad

la luz que visita

para hacerse vestido

tantos como mundos

que en este hermoso oficio

yo procuro?

Espiando tú mi pensamiento

aventuras:

canto y testimonio

no pueden separar

ave sobre velero

en el dominio mar y

siempre pagarás ser dueña

pues de agua llamaste un barco

que obedece.

No estoy conforme. Mira el ancho

de los versos:

Te amo bajo los astros

(testimonio sería)

o

Estamos abrazando al mundo

(canto parece).

Y te acercas a la mesa

para decirme

no pierdas más tiempo

de tus manos que escriben

cosa mejor conmigo

ni busques más amparo

que el de tu voz nunca indecisa

ni temerosa al lado de tu amor

que sabe el movimiento puro

del zarpazo cuando habitas

un rostro de escribiente

que me parece abismo

si acerco tu cintura

clavada en esta sala.

Ven, tu poema mejor

es el mío, lo mío, la esfera.

La presa en tus brazos

¿será este libro

puntada de la sangre

fisura del pensamiento

camino de sencillez

amor crecido las estrellas

pegadas a mi cuerpo

egoísmo salvación

condena manzana dulce?

De “Pasión inédita”

ESTANQUE DE ABRIL

¿Eres tú

o soy yo

Narciso?

Dejemos de beber en esa fuente

y vamos al regazo, amor mío

destapando la esencia

cuerpo a cuerpo no borroso

del tiempo sin fisura

ni compasión por los mortales

ajenos a la enorme

conversación de cuando se ama

en la vecindad de sus casas

cruzándonos la selva

de la tierra magnífica.

¿Eres tú

o soy yo

la maravilla

al fondo?

Si te duermes abandonarás

la poesía de mi estanque

la poesía del recuento

la poesía nido en alto

la poesía del rayo abril

la del tesoro cuando

se desgranan las horas

de tu boca

en mi ser como castigo.

Si tu cuerpo

oprime mi pensamiento

escribo lo mismo

de la travesía

y dudo si es amanecer

o si es noche, mediodía

crepúsculo pero sí hace

sabe a amor.

De “Pasión inédita”

HOJAS, HOJAS

En la almena dorada del atardecer

donde relata mi cuello punzada

comprime ahí la vena su aroma

y la oración en silencio mece

Tú eres capitán de los pájaros

llegando interminables a la hiedra

que durante el día estuvo en vilo.

Alguna rama se me adelanta al rostro

y con la mano aparto el verde oscuro

buscándote donde enloquecen las aves

al entrar en sus casas.

Gritadoras vienen de los álamos

cada día más hondos de estatura

copa, ser que en lo alto vive.

Crepúsculo y es la desbandada

el adiós a la luz hermosa

hermana temperatura en sangre

pulso que vas a beber si antojas.

Por eso los pájaros se creen

-mía es toda la casa de hiedra-

tu fuerza de capitán abriendo

con el pecho semillas entre la cal

atravesando hojas, hojas

que en próximo minuto cogerán

el color de incendio.

Arriba de la almena, picos mirad

se están amando hiedra y mar

ballesta y cielo

jefe y alondra

todos los picos, mirad

mis alas batiéndose en vuestro oeste

tan cerquita de Portugal.

De “Pasión inédita”

JUEGO A DOS

Como gota que resbalara

y no acabando la línea

de su cabeza

prende contra la luz

también hermosa, y abrasas.

Ya tengo doble la muerte

sin conseguir rehacerme

de tu perfil que avanza.

Un nudo de miel concentras

está cayendo

de la sien a mis labios

y de ahí al juego de tus manos.

Detenida estoy. Enamorada

con aire libertad en bosque.

El error es no mirarte de frente

apresar el ave

que se mece en la rama y suspiro

y se espanta.

Acaba con el juego, amor mío

que la niña se duele de comba

paciente su cadencia avaricias

no estrellando tu cuerpo

a favor de la reina.

Juego a dos es duelo

haciendo parteluz

hoguera en el bosque

y la rama te pide

benevolencia.

Entonces yo soy

quien el relevo toma

y nos vamos de una vez

de esta leña a más incendio.

Juego a dos porque

se siente la muerte.

De “Pasión inédita”

LA CARTA, EL BESO

Llega una carta y rompe abre

la mañana en mis verdes ojos.

Ha llegado después

del cántaro de leche

de la cesta con higos

y otra sombra que cruzó

con oveja merendera y juncos

recién cortados

el portal de mi casa todavía

en la frescura del valle.

Deseando que buscara el sol

la ventana, el beso dice:

Te imagino quieta

es tan hermoso el existir

ofreciendo tempranura al mundo

espesada en el lecho

porque no estoy ahí

Mira que sin estarlo

sé cómo andas de transparencia

y fruta,

cómo endulzas ya tu amanecida

en la boca

y sé que en tu costura va este poema

escrito en el instante

que relees mi carta, tan firme como

mueves el brazo que yo amo

el café que sorbes pero te equivocas

que estoy bebiéndome aquí

insistencia de tu mirada

contra la distancia quiébrala

y sigue.

Ah, la distancia y su isla

es el lugar más oculto

que el amante ofrece cautivo

con su cuerpo y beso en tierra.

La distancia es una charca

cercada de pasto amarillo y antiguo

que ahora mismo se la regalo al mundo

con la belleza primera de los siglos.

La distancia es no morir de sed

sino de bebiéndola vivirte

si madruga el amor en el verde cristal

los abiertos brazos

que se han puesto a trabajar deprisa

con el rayo de sol, la carta, aquí el beso

y ya te alcanz0.

Sabes que te alcanzo miwntras tenga

silencio de amarte, no en papel

en sábana bordada con una estrella

y su número pegado a los otoños

Mañana es siempre

planeando sobre mi casa todavía

en la frescura del valle.

De “Pasión inédita”

MIRA SI ES VERDAD MI HOMBRO

La soledad es, como siempre,

quien más me hace recordar tu nombre.

Pero cuidado, también el mediodía, y el gazpacho,

y la zapatilla mal atada en el segundo botón,

y las gotas de agua bajo la ducha,

y la fiebre que no invento en la siesta

y las ganas de no dormir para leer

y el beso que te doy a las siete de la tarde,

y el volcán en Italia que no vuelve a sonar,

y las cabras que pasan ahora por mi casa

como novios buenos y otra vez la lucha de ángeles,

y la noche otra vez,

y la mañana idéntica por su triunfo,

y el salto del langosto ahora mismo,

y la hierba mal regada bajo mi bañador,

yel higo trasnochado en la nevera,

y el perro lamiéndome los pies cuando salgo del río

y yo le huelo más que él a mí,

y el amor, y tu nombre,

y el vestido que me pongo,

y mi cuerpo interior como yo misma,

y el recuento de tu voz,

y otra vez el río,

y la cerveza y el panchito que te dejo,

y el verde tristón de este verano que es rojo,

y éste y único para tu nombre,

para decir que tengo tu frasco de ahora mismo,

y tu sentido, y tu olfato,

y el garabato que sale de tu lengua.

Yo soy todo lo que tú eres en este julio del demonio,

frita como los pájaros al mediodía

y cansada como un perro a las cuatro de la tarde

Escribirte esta carta es escribirla,

y así lo hago;

letras que me salen de esta forma aparatosa y santa

y sólo para tu armario donde me guardas el surco.

El balcón se ha abierto para mí, estoy en mi casa.

Me entra la luz, lo que dura la tarde,

lo que quiero atar de corazón y simiente

si no vacío mi rincón y la sal.

Un periódico se ha hecho amigo del aire

y viaja, y viene, sin descanso.

¿Dónde está la cigüeña de que me hablaban?

¿Quién comunica el calor al rostro?

Ceras al lado del altar,

bellotas en la encina para la tarde,

viaja todo, no baja el avión,

mi blusa abierta como una ventana,

rezo por el olvido, por el olvido no rezo,

una nube en vez de ese trozo azul,

mi vestido, mi recuerdo,

esta compasión para seguir mi calle.

Qué bien, ya el carro que regresa por Moraleja,

el ovillo de los hilos está guardando porque rodó;

la vocación de cubrir, de adorar lo que se escapa,

Moraleja abierta, dormida en su sal poco astuta,

porque ella no se ve, no monta tanto,

el tiempo está en una hora más que su alianza.

Así va julio.

Nombre de hombre cerca de mi ternura tuya, no me estoy equivocando.

Cabecea la campana a las ocho,

oración para cuatro, para mí y somos cinco;

la caja rodando,

mi balcón abierto, mi blusa, mi ventana;

cuando me toque ir a dormir lo haré

abriéndome de nuevo nuestro rostro que comparto;

los lazos, yo no tengo lazos,

y bebo el agua desde mi puente,

arriba un quiosco nuevo, legiones de cerezas perdidas,

mi lágrima que no se pierde.

Rezo por el olvido,

por el olvido no rezo,

la higuera es de verdad, verde, hojas desde abajo

para dorar las fuentes,

abuelo de su casa a la mia

y se recogen los besos

en cualquier mirada.

Tu nombre, me he olvidado de tu nombre,

te sigo escribiendo, perdona el lapsus,

sigo en tu baúl, amor escondido aquí

y en la otra tierra donde tú vives.

Y tu nombre

no lo digo.

De “Lugar común”

NOVIEMBRE

Antes de que llegaras

abriendo el cielo de mi vida

la poetisa hacía cosas extrañas.

Era la soledad, era el decoro, era

la inteligencia sobre asno de plata.

Un asno hermoso, cristal tapiado

que iba empujando su estatura

para la caverna del poema

y sólo él.

Atrevimiento, apareciste

un día cargado de noviembre.

Llegué a la cita como en los tiempos

mejores de mi infancia, ajena

chorreando el pelo y la cartera

hasta el sillón color azul

donde aguardabas.

Sorpresa:

esta mujer además de insobornable

esquiva -dicen que dicen dicen-

viene impresentable al salón, mojada.

Corría la tarde por nuestros vasos y

extraño que atendiera a palabras

de creación mundo que no fueran

las de mi bien atesorado asno.

De pronto en tal anchura

supongo que inocente

sin darme tiempo a ver paisaje

que hoy ya es nuestro

entré en tus grandes ojos

que iban tragándose los míos

en el comienzo de dos asaltos

vertiginosos de otra

nueva inteligencia.

Ni un roce de las manos hubo

ni billar ni baratarias

que tan deprisa empujan a los cuerpos

a contagiarse en nada.

Solamente nacían bajo las nubes

torrenciales de noviembre puro

dos rostros desesperados de perderse

echando por tierra sus antiguos

dominios

para un asno de plata atar

ya un bronce tu cabeza.

Ya fuera del lugar

me daba vueltas el mundo

daba placer cruzar la esquina

de otra soledad, otro decoro, otra

boca a recibir el agua

del cielo como agua del barro

de la noche entera.

En casa, perdida, como jamás estuve

no pude ordenar mi ropa

ni dar cuerda al reloj

ni adelantar la taza para mañana

ni ofrecer liturgia en el espejo.

Directamente me abracé

a la blancura de un bordado

que decía P.C.G.

De “Pasión inédita”

PASE LA LUNA Y ESCRIBA

Vas a hacer un libro

Como tu cuerpo enjaulado -dices.

¿Dónde dejas el alma?

En tu cuerpo -repites.

¿Dónde alma y cuerpo que mueves

saben apoderarse de un verso?

Acabo de apagar la luz de la respuesta.

Aparece mi celda. Está dentro la luna.

El pinar se extiende en tu pecho

y voy cortando alguna rama, piña.

Viene tu perfil en el mío que tiembla.

No me hables de pecado a oscuras,

no existe, no se da en la tierra

no aparece libro que lo invente

ni Dios que lo repugne,

es más, l0 comparte, mira

que acaba de enviarnos su océano

nocturno y la luna.

En la asfixia… enciendes.

Yo el pinar oscuro

Tú mi jaula clara.

En el centro Dios

aprende el fuego de la tierra.

Vas a hacer un libro

cargado de árboles frutales -dices.

Imposible.

Vuelve a la cita de Lope

que lo abre.

El látigo en el templo

no es de Dios

sino mío por una pérdida

de antigua voz y boca.

No lo creo.

Tú no vives de hacer escritura.

Es de vivir de quien escribes.

Sí, imantada.

Pase la luna

y escriba.

Pase la luna

y cuente

lo que ha visto en una

celda de amor.

En el centro Dios

se acerca al riesgo de la tierra.

De “Pasión inédita”

PLENITUD

1

Mediodía y te ausentas…

Mediodía y te ausentas

por no conocer mis pensamientos.

Es que de pronto, dices,

se me pone una lámina en el rostro

y aparece un abismo entre los dos.

Será cierto

pero donde la soledad

me habita

ahí tu eres el centro.

2

Salgo del agua, de bañarme al sol…

Salgo del agua, de bañarme al sol

mientras duermes tu cansancio mío.

Es el momento de abandonarte

y sola recorrer el mundo.

Pero alguien moriría de ausencia

alguien incendiaría, no Roma,

el Mundo.

3

Este temblor reconocible…

Este temblor reconocible

en noche de agosto

con la ventana abierta

en altamar madrugador

es el deseo de anillarme la vida

a tu costado

y me tiende una mano

sesgada para rozarla yo

haya o no fiebre en la seda.

Digo es temblor reconocible

donde no se ha inventado poema

para dibujarlo.

4

Temblor son todas las horas…

Temblor son todas las horas

de un día

en labios tibios de la inteligencia

precisamente torneada de su sangre

o esta plenitud caballo en marcha.

De “Pasión inédita”

POEMA ANTES DE CERRAR LOS OJOS

¿Quién me rondará esta noche,

si vivo como siempre he vivido

en este pueblo de ventanas y puertas

que se abren al perro, a los haces cortados,

y al rostro interior que lleva el hombre?

Nadie. Yo soy menos, mucho menos

que lo acontecido en la calle

cuando desde mi balcón admiro

las posibilidades hondas de las sombras

como si el reloj de la torre

fuera el espacio mejor movido de lo humano.

Nadie ronda mi casa ni tira la luz

de la linterna a por los pájaros que duermen

en mi hiedra.

Nadie, pero yo sí rondo y caigo

en la palabra silbando el insomnio de los versos pobres,

de los versos malos si no hay dique

que contenga el hermano sentir

en este trozo de la Extremadura presente,

con categoría de flotación sobre los demás mundos.

Me levanto y ando hasta el dormitorio

de nuevas sombras. Entro a por descanso,

ya seguir esta ronda ondulada

en la cercanía del abismo antes de cerrar los ojos.

Así espero morir un día, con esta música sin aire,

bajo el esplendor agotado de la tierra mirando

el firmamento de la mejor huída.

De “El habitable” (Primera poética) 1979

QUE NO SE ESTUDIE A UN ESPÍRITU VIVO

¿Qué lana, qué madeja suave

entre dedos quieres?

¿Qué lana, qué madeja,

qué rincón de sal,

qué hilo, qué hoyo de mí a tu ser

se parezca tanto a lo presente?

Y estoy llenando espacios

gota a gota de agua en la cuchara,

y fijo mis oídos atravesándote

sin cambiar dos telas,

la pieza de costal con el marfil:

madeja y lana despacísimo.

Brazos fuertes, amor,

que se repite la palabra, amor,

que yo he sentido la era de tu madre,

y la cama cerebral del mundo;

que mi humanidad lo es con el cartón

ese poquito mejor de alma ciega,

que yo aguanto tu castillo cerrado

si estás dentro,

que no estudies a un espíritu vivo,

que seas conmigo y te lo lleves, que llueve,

que esta lengua no vale para crear,

que creas

y sólo la vida ahí tendrá su alivio

para su envidia.

De “El barco de agua” 1974

REGRÉSAME

No sabrás con certeza

tu caminar conmigo

en este verano de temblor

frente a los álamos.

Debo decirte

nunca conocerás

cómo te he amado

hasta dónde el sol

me ha entrado en la boca

el hueso en la garganta

toda la soledad

dorándome

lo que tú has amado.

La orfandad es esto.

Abrazar la noche

buscar su cuello

matar la oscuridad

pero sin fuego

y al amanecer tirar la ropa

con bordados azúcar P.C.G.

saliendo en busca de los perros

que sí se han amado

entre huerto y más huerto

donde la huella está.

Créeme.

He sido como Agustín

y su hoyo de arena

frente a todo.

Aquí el pasto

vencido a mediodía

mi espalda

entreteniendo a hormigas

sola entre higueras

con el fruto a punto

de enamorarme

y la boca mejor no estaba.

El amor es así.

Quiero decir, el mío,

sobrevivencia

en el desnudo

mujer o tierra

abrasadas del astro

pero la vida

huida a veces

pero la vida

pero, amor,

regrésame.

De “Pasión inédita”

TIEMPO DE MI CORAZÓN JUGANDO A LA GUERRA…

Tiempo de mi corazón jugando a la guerra

y la guerra era un llanto en todas las paredes

y yo vivía allí.

Palabras absurdas que oía a la sombra

y quería ser perro para matarlas

y decir que la mentira más grande

se vestía de blanco y negro.

Castigo que no podía inventarlos ni un loco,

ni un suicida,

ni hachís ni las flores tan bellas del altar.

Años en que sólo las moscas eran mis amigas,

la torpeza de mi corazón cansado de rebelarse

mientras yo sabía y miraba mis senos de madrugada.

Fui mala oveja en esos años,

esto me contenta ahora,

mala conductora del calor por donde querían remediarme,

cosía mis medias

y no pensaba nunca en el infierno.

Era ese mi triunfo cuando jugaba sin truco

y sin desesperación.

No puedo recordar nombres,

cuando lo intento me duele la espalda y la cabeza,

se me hace un nudo en los hombros,

me atraganto de pan y fruta que me daban

si ese favor resistiera las ganas de morir que tenía.

Malo, malo, malo,

historia triste y grandísima de mí

porque no alborotaron nunca mi árbol,

excepto para verme ahora valiente

y maldecir las tristes figuras

en blanco y negro.

Tu presencia encima de todo, lo que hablo,

debajo de una roca donde no estoy,

tú en el triunfo extraño que es amor,

y el cuerpo se resiente

y es látigo de verdad

árboles donde puedo acercarme.

No vienes de parte alguna.

Te encuentro parecido con todo.

Hablas tu lenguaje de corbata normal, de existencia,

o de seno como yo, de pez que corre,

esa luz de fondo inacabable.

Y tú eres quien triunfa sin que sea recuerdo,

sin que vaya a ser,

una ceja es suficiente para atarme, Luz,

la hoja caída la pisamos a medias,

y la tierra pisada sigue intacta lejísimos.

No te diré que te irás.

Vuelco el vuelco diario detrás del sol.

y corres tanto

como te amo.

VENCIDA

Dónde el anillo

Dónde la yerba, saboreo

y él perdido en ella?

Las flores apretadas

Como besos y palmas

La luz abriendo

caricias

en la cima de la tierra.

Es la calma

del amor vencido.

Del amor, vencida.

Dónde el anillo

Dónde la cita

claridad del poema?

Cruzándose el cielo

aves con ansia suben

hasta hacer de la dicha

un punto de cruz

que se borda en la tarde.

Atrapada

una rosa

está en el suelo.

Es la duna

del amor

vencido

vencida

oración

tan honda.

De “Pasión inédita”

VEO, VEO

-¿Qué ves?

Tu mar

El mar tendido como un libro de versos

-¿Color?

Elegir es barcaza lentísima de amante

-Pero dime ¿color?

El tiempo que ahora mismo sale de tu boca

El calor dulce que nos ata en la tarde

Eolo escuchando detrás de la puerta

-¿Y la palabra?

Amor

-Otra más

Mío

-Demasiado deprisa, empecemos

¿Qué ves?

El mástil de los siglos que es luchar

con tus ojos y el poso de todas las

simientes habidas en el pecho que mueves.

Veo también la noche aquella que hicimos

brillante, de brillo amor, porque navegábamos

sin perder de vista la desesperanza

de otros en el descampado de arena

lamiendo su dolor mientras restallaban

los besos de dos siglos amantes

que al cuerpo ajustábamos provocadoramente.

Acuérdate qué travesía de noche del alba

porque estando oscuro nosotros vemos y

de día cerramos la puerta hasta la luna

-Yo veo más

Amor clavado en la abundancia

que egoísmo llaman porque de gozo humano

seguimos cruzando el mar bajo los astros

voluntad de vivir que no llega

a los que solitarios siguen con el alma

de las sombras en el descampado de arena

donde tú y yo reforzamos el nido, la pasión

de azafranada luz y

juntos a recibir el sol, amar en su diente

-¿Está viniendo ya?

Previa luciérnaga mezclada de noche

paraíso y noche de día, tan despacio

como procura el deseo de morirnos

-¿Qué ves?

Tu mar

El mar tendido como un libro de versos

Las aguas que están besando el suelo

mecido en siglos que recogen tus ojos

La serpiente decididamente yerba y

amor mío

que puede silbar

y silba.

De: Pasión inédita

YA PUEDO MORIRME SI ME DEJO

Palabras, oficio que no lo es.

Hojas que caen al suelo

y no me da tiempo a detenerlas.

Figuraciones mías, y amor, otra vez,

al compás, verso grande,

para la vida. El mío me quiere.

Anillo puesto a mi dedo

en un año cualquiera; sin nombre,

sin novio, sin recorte de lágrima;

vence, me vence el rostro,

la inquietud de mi ceguera es así,

y el monedero en el bolso, mi verso.

Amor en mi casa lo hay,

lo suplo con hablar, con anotar las deudas oscuras

en una noche; sola, solísima, yo me acompaño.

Y miro hacia atrás, y miro.

Qué olvido tan grande tengo a todas horas

que no me hace morir ni de repente;

grande hasta mi cuello el tiempo

y mi cintura pequeña.

Pido una separación definitiva

con el mundo;

para más vida,

para tronchar la higuera

que ya no se contempla sólo; se mira,

se ríe, tiene dos frutos salientes, mujer, yo,

amor flojo o fuerte en la nuca del corazón.

He avanzado por la tierra,

ya puedo ver el mar, toda la ternura de dos;

ya tengo el verso,

ya puedo morirme.

Ahora mismo, como un compás

que algo me valdrá en su cero.

De “Lugar común” 1971

ZARPAMOS AL AMANECER

1

¿Recuerdas aquellos días de mar…

¿Recuerdas aquellos días de mar

que olita a olaza

unía los cuerpos

bata oscura con rosas en mi pecho

hasta cualquier hora de luna

porque si no estabas

era mi ser o las gaviotas

el jardín humano del perfume

en todos los instantes oleaje?

Recuerdas lo que traía el mar

invitado a nuestro asombro

por lo creado en vivo

dentro de una casa

y donde se tomaba la luz era la luz

colaborando a extensión del amanecer

desde lo más breve enamorando?

2

Iba llegando la transparencia…

Iba llegando la transparencia

sobre hombros desnudos

lo mismo que en todos los lugares

a paso de amanecida

nuestros labios.

Recuerda

han sido tantos días

que de la conjunción zarpamos

en nuestras vidas al amanecer

y embarcó el cielo en su mar

yendo y viniendo

como tú a mi playa.

“Pasión inédita”

Cansinos Assens, Rafael

Reseña biográfica

Poeta, novelista, traductor y crítico español nacido en Sevilla, en 1882.

Desde 1898 se trasladó a Madrid donde inició su carrera literaria, marcada desde la juventud

por su adscripción al judaísmo. Cautivado por el modernismo, colaboró en varias revistas y frecuentó las tertulias literarias animando los movimientos ultraístas y vanguardistas.

A su primera obra, “El candelabro de los siete brazos”en 1914, le siguieron importantes traducciones de autores como Turgeniev, Tolstoi y Gorki. Publicó también importantes ensayos críticos como “Poetas y prosistas del novecientos” en 1919, “Los temas literarios y su interpretación” en 1924 y “La nueva literatura” de 1917 a 1927.

Después de la Guerra Civil española, presionado por el régimen franquista, inició un largo aislamiento, dedicándose por completo a trabajar con la Editorial Aguilar en el campo de la traducción. Es autor de las primeras versiones completas en español de “Las mil y una noches” y el “Korán”.

Falleció en Madrid en el año de 1964.

De “El candelabro de los siete brazos”

Ofrenda

A Antonio Biosca, artista e inventor

cual Leonardo da Vinci

Alef

Cuando pienso lo que he querido ser y lo que soy, el llanto hincha las venas

de mi garganta, y mil sueños malogrados gritan como víctimas dentro de mí.

¡Oh, el corazón de un hombre que ha pasado de la juventud es semejante al de

un asesino!

Con la conciencia turbada, recuerdo los años que pasaron; los sueños malogrados

claman dentro de mí como víctimas amordazadas, y la juventud pura y

resplandeciente, se alza ante mis ojos como una virgen abandonada, silenciosa y

patética.

¡Oh, el corazón del hombre que ha pasado de la juventud, es semejante al de un

malhechor!

* * * * *

Alef

Cuando te veo, ¡oh corazón!, en medio de la gente, entre mujeres desfloradas y

amigos maduros, siento una lacrimosa ternura.

¡Oh corazón! Tú eres también entre ellos como una mujer desflorada y tú también

has perdido la blancura de tus mejillas y la pureza de tu juventud.

Tú también tienes hoy una cara borrosa y un cuerpo fatigado; y entre los hombres

maduros reposas, ávido de paz.

* * * * *

Dalet

A través de la vida, ¡oh hombres!, he abordado la región desolada en que el tiempo

es como una vasta estepa; en que el tiempo es como una gran laguna desecada.

La región desolada, en que los recuerdos doblan su cuello con la gracia de las colinas

y la vida es como una gran llanura, lisa e infinita.

He abordado, ¡oh hombres!, la región desolada, en que los hombres ya formados, terriblemente completos, deben reposar extáticos ya, como pirámides.

* * * * *

Guimel

Con los pies torpes aún del sueño, con el alma aún velada por las tinieblas que en el sueño

se acumulan, he intentado alargar mi paseo por las calles con aire juvenil. Y he marchado

tras las muchachas jóvenes, para alegrar mi corazón.

Pero tras de sus pasos ligeros me he sentido tan cansado y me he sentido tan extraño a ellas, con mi corazón amargo de experiencia, que bien pronto las he dejado perderse entre la multitud y he seguido yo solo mi camino.

Y he vagado, sin rumbo y sin objeto, ante los reverberos, viendo pasar ante mí la vida,

la vida lejana y esquiva, la vida que se aleja para siempre del hombre que ya perdió su juventud

y duerme en pleno día.

* * * * *

He

También a ti la vida te ha cogido entre sus fuertes brazos, y entre sus fuertes brazos

te ha estrujado.

También a ti la vida te ha seducido con sus grandes senos, y sobre sus grandes senos

te ha doblado tu cuello y ha hecho desflorarse tus labios.

También a ti la vida, ¡oh corazón!, como a cualquier otro, te ha puesto sobre su falda

y te ha reblandecido con sus besos y te ha dislocado en el torno de sus caderas.

* * * * *

Tet

¡Mis labios se han cansado de contar y todavía sigue girando el huso! Aún no se

han acabado los días y ya se ha acabado mi deseo y antes que el sol, se ha puesto la

alegría en mi corazón.

Semejante al corcel que se fatiga antes de dar una vuelta completa en el estadio;

semejante al que se embriaga aun antes de vaciar su copa; como el uno y el otro,

así es mi corazón.

Yo amaba el sol y el alba, y entre todas las cosas, amaba mis dos ojos: yo amaba

la vida más que todo. ¡Oh, cómo ha sido esto! ¡Yo amo la noche y el sueño, y más que

todo, amo a la Muerte!

Los psalmos de la noche

A Juan Ramón Jiménez,

que ha llenado la noche como una luna

Bet

Para esta hora, dulce y pura, en que la ciudad es semejante a un buque que ha

descargado toda su mercancía y reposa; para esta hora, leve y clara como un

turbante nuevo.

En que las calles no tienen escollos para el caminante y están exhaustos los senos

de los vicios: en que el vicio nocturno y el deseo que ha estado gimiendo todo el día,

rinden su cabeza como un niño cansado de llorar.

Para esta última hora, dulce como una tregua, en que los leones del deseo se

arrodillan, dóciles como bueyes, ante el próximo día; en que, no hay vino para los

borrachos ni carne para los lascivos y una pureza de Ramadán se introduce en el

corazón de los viciosos.

* * * * *

Dalet

Y, como los perfumes vertidos en la noche; como el amor encendido en la noche;

semejante a la antorcha que se ha de apagar en el alba, pasaremos fugaces e ignorados,

mientras tú brillas en medio de los cielos serena e impasible, cual una concubina con

tu regazo abierto como una red dorada.

* * * * *

Guimel

Como un sueño es la noche y como una embriaguez; también como una locura.

Como el pino destila la resina, así el corazón de la noche destila la locura, porque

la noche es la buena hermana de todos los brebajes que trastornan y exaltan y en

sus opacas galerías se escancian los licores preciosos que dan a los hombres efímeros

reinados.

Ella marca la hora en que las drogas venenosas, frías y pesadas como ofidios, salen

del fondo de sus estuches y en que otras drogas, no menos venenosas, la lascivia y el

crimen, se remueven en el corazón de los hombres.

Y ella misma, la noche, tiene una droga formidable: la luna; la luna, amarillenta como

el cáñamo del hachís; la luna, seductora y hechicera, que dora las fuentes y hace cantar

a los sapos como ruiseñores y hermosea a todas las mujeres.

* * * * *

Lamed

Del amor que en la noche se muestra libre y sin caretas y sonríe ingenuamente como

un perdonado; del amor que en la noche no necesita esconderse como durante el día.

Del amor que en la noche halla las vías francas y está perdonado y redimido de todas

las angustias del día.

Del amor que en la noche es infantil e ingenuo como en la antigüedad y cambia abrazos

tan puros como los de los niños fajados.

Del amor que en la noche es humilde y contentadizo y tiene los ojos optimistas y las

manos ligeras, prontas a enlazarse.

Del amor, que en la noche implora con dulces inflexiones y se dobla fácilmente sobre

sus rodillas.

Del amor, que en la noche es pródigo y generoso y florece como la albahaca, leve y

fresca, en el corazón de los hombres fatigados.

* * * * *

Vav

La noche tiene espejos profundos y opacos, en los cuales se refleja la verdad como

en un pozo.

Espejos diáfanos, claros y opacos, a la manera de los valles, en los cuales el más pequeño detalle resalta ante los ojos y que tienen la inexorable serenidad de la conciencia.

Espejos claros y tranquilos, semejantes a las lunas que descubren los guijarros del sendero;

y ante los cuales el hombre libertino puede contar todas sus arrugas y la mujer impura todas

sus manchas.

Espejos lúcidos y diáfanos, en cuyo fondo cárdeno se reflejan frentes pálidas, mejillas descarnadas y ojos verticales como abismos.

Espejos de reproches y de remordimientos, cuyos cristales se empañan de suspiros y que

son como lunas veladas, bajo el hálito frío de los infortunados.

La casa del placer

A José Iribarne

que ha gustado conmigo

el vino insípido y la carne áspera

Alef

Como cualquier hijo del hombre, también he entrado un día en la Casa del Placer.

La Casa del Placer es amplia y hospitalaria: en ella hay grandes toneles para los

bebedores y lechos para los indolentes, En su interior se está a maravilla.

Pero en la Casa del Placer hay una extraña costumbre, que no vi en parte alguna.

El que consume el vino, debe apurar también las heces; el que come el racimo,

debe comer también el escobajo, y el que ama a una mujer hasta devorar su carne,

debe cargar después toda la vida ya con su esqueleto.

* * * * *

Bet

La Casa del Placer es una casa donde reina la mejor armonía y donde los

desconocidos viven más unidos que los hermanos.

Las más duras tareas se realizan allí sin rebeldía, y se consumen con placer los más

insípidos manjares.

Nunca resuenan voces irritadas ni restallan los látigos, y sin guardianes se mantiene

un orden más perfecto que el de las cárceles y los camposantos.

En la Casa del Placer cada uno cumple con gusto su tarea, y los más díscolos caracteres

se convierten en modelos de mansedumbre.

Los que en las casas de los padres rehusaron los platos sazonados, aquí roen alegremente

los huesos más duros, y los que esquivan el contacto de las castas esposas, aquí besan con

gusto los labios más hediondos; las espaldas más rígidas se curvan aquí llenas de gracia.

* * * * *

Guimel

Durante mucho tiempo, yo he ido al mercado de las cortesanas y he aceptado el trato

inicuo que hombres y mujeres hacen sobre su carne.

Y he saboreado, sin repugnancia, el placer que se me ofrecía y como un hombre que

elige esclavas, así he sido entre las mujeres que se ofrecen.

Y he amado alegremente y sin temor a las mujeres desconocidas, y anónimas, todas semejantes como sus sexos emboscados en una misma encrucijada.

* * * * *

Lamed

¡Oh amigos! El amor de las cortesanas es triste y peligroso; y deja nuestras almas más hambrientas que antes.

Para nosotros, ¡oh amigos!, ellas tienen sus cuerpos manifiestos como grandes moles;

pero la puertecita de su ternura está cerrada para nosotros.

Nuestros brazos pueden ceñir del todo sus cinturas; pero nunca llegarán al hueco

pequeñito en que se esconde su corazón y de sus grandes senos no brotará jamás para

nosotros una gota tan sólo de dulzura.

En las noches de amor, calladamente, yo las he visto, ¡oh, hombres!, torcer sus ojos

bajo mis besos y espiar astutamente el instante de nuestro desmayo.

* * * * *

Vav

Como se cansa uno de revolver los naipes, así yo me he cansado de desnudar cuerpos

de cortesanas.

Cuerpos de bronce o de mármol, sobre los cuales nuestros labios estaban siempre en la superficie y sobre los que éramos como los que golpean murallas fortificadas.

Al fin, ¡oh amigos!, me he cansado de abrazar simulacros y de levantar pesos inertes.

Las hogueras del mirto

A Carlos Cerrillo Escobar, a quien

más de una vez he oído suspirar

tras de las mujeres fugitivas

Alef

Como el que se sustrae a la atracción del vaso lleno y a la fascinación de la última

carta y, aun andando hacia adelante, tuerce su cuello hacia detrás, así en la hora del

crepúsculo, me sustraigo al hechizo maligno de las calles.

Como el que arrastra un fardo inerte, así reuniendo toda mi voluntad, cargo con mi

cuerpo rendido y lo traigo hasta la casa; y bajo la lámpara, en el sitio más cómodo, le

obligo a sentarse, y a gustar la calma del crepúsculo.

Pero en la calma del crepúsculo y en el silencio de la estancia, mi corazón inquieto

como el de un jugador, trepida sordamente, y un anhelo inextinguible como la sed del

borracho se eleva de él hasta vosotras, ¡oh mujeres desconocidas!

* * * * *

Dalet

La mujer es un sueño, es nuestro sueño, ¡oh hombres! Y ha nacido de nuestra ternura

y de nuestra plenitud en la soledad.

La mujer ha nacido de la profundidad masculina, como las nieblas se elevan del vasto

sueño de la mar; y somos nosotros los que la hemos creado con todos sus atributos.

Todo en ella es obra nuestra; y hemos creado sus senos manifiestos y su sexo enigmático.

La mujer es nuestro sueño, ¡oh hombres!, y ha nacido de nuestro sueño como las diosas y como las sirenas; y ha tomado de nuestro sueño toda la ambigüedad.

Todo es en ella vago e impreciso; y nada hay en su cuerpo que tenga la medida, cierta y

eficaz, de nuestro puño cerrado, lleno de fuerza y plenitud.

La mujer es un sueño ante nuestros ojos profundos, y por eso se asemeja a tantas cosas su cuerpo desplegado; por eso es comparable a las serpientes y a las grandes aves y a las ánforas

y a las liras; y por eso, cuando destrenza su cabellera, nos parece un prodigio.

Por eso es variable y distinta como un sueño; como un sueño de mediodía y de medianoche,

y también como un sueño matutino que roza ligero las sienes del durmiente; como un sueño

de adolescente distinto del que ciñe la frente de los hombres maduros con la gracia de un poniente sobre un páramo.

Por eso, ¡oh hombres!, cambia constantemente ante nuestros ojos y nuestro corazón; y por

eso su desnudez nos embriaga tan locamente como un sueño.

* * * * *

Guimel

En el silencio del crepúsculo canta así la sirena, la sirena terrible que ruge como un

tigre, y al eco de su canto, mi corazón se agita como un encarcelado.

Y como en un buque que va a zarpar, así quisiera embarcarse de nuevo en su inquietud

para surcar las calles de la inmensa ciudad.

En busca del amor de cada día, ¡nuevo y distinto, y prodigioso como un tesoro hallado!

* * * * *

Guimel

En busca de la dicha ignorada, que se persigue a través de las calles como se persigue

la fortuna sobre el tablero de un ajedrez; en busca de la dicha ignorada, que hace

describir, a través de las calles, círculos más extraños que los de un beodo.

Mi alma aguarda de nuevo el nuevo día, para consumirse de ardor y de impaciencia;

para seguir tras de los bell0s pies y echar sus redes sobre los corazones.

Para buscar de nuevo la huella perdida y girar de nuevo en la rueda de los tahúres y

las cortesanas; para arrojar de nuevo, en la tabla de la suerte, el dado de mi corazón.

* * * * *

He

Como un aventurero tras de la fortuna, tras del amor de este día que aún no me ha sido revelado y que acaso todavía me aguarda.

Tras la mujer desconocida, cuyas caricias serían mías esta noche y colmarían esta noche

mi nostalgia.

Y en cuyos brazos reposaría tranquilo un momento, mientras cantaban las codornices

en la madrugada.

Cantos a mi corazón

A Catalina de Burgos

Alef

Veo a los amigos que un día hicieron conmigo el prodigioso viaje de la juventud

y los hallo cambiados y desconocidos; la sombra de un cuidado se extiende sobre sus

frentes y, con la vista baja, parecen avergonzados de haber sido jóvenes un día.

En aquel tiempo, ya lejano, parecían tener alas y exhalaban un hálito de fuego por

sus ávidas bocas; sus frentes resplandecían como altas tiaras.

Pero hoy son semejantes a viudas que se envuelven entre velos; y con sus frías miradas parecen advertir que han muerto ya para el amor.

* * * * *

Bet

Ciertamente, alma mía, que otro que yo, no podría comprenderte: porque eres enorme

como una gran ciudad.

Y eres como una nave para los marinos, y como un arado para los trabajadores de la

tierra; y como un velo para las mujeres. También como un vaso para el bebedor.

Semejante al mercader astuto, que a cada uno muestra lo que ha de agradarle, así sabes

hacer: y así te exhibes, abrumada de dones.

Pero luego, cuando la turba se dispersa, sabes ser, ¡oh alma!, mi alma, verdaderamente mía.

* * * * *

Dalet

Los que no me conocen, se admiran de mi audacia y se duelen de verme hacer lo que

ellos no osarían con su alma pequeña; pero los que saben, no comparten sus temores.

Como se ve a un atleta soportar grandes pesos con complacencia y a un juglar caminar

sobre el fuego, así me ven agitarme entre la multitud; sus ojos han visto en mis labios una

sonrisa astuta.

Y al ver que me abandono a los demás, seguro y diestro como el que se lanza a un abismo, suspendido por la cintura, dicen admirados: «¡Oh qué alma verdaderamente maravillosa!».

* * * * *

Guimel

Como la abeja ama los jardines, así amo yo la multitud: ¿acaso podría hacerse un panal

con una sola flor?

Como abeja industriosa, así amo yo la multitud y clavo mi aguijón en los corazones;

y de la locura del loco y la necedad del necio, sé hacer un panal maravilloso.

Y hasta el hombre opaco, que es como un guijarro ennegrecido, sirve a mi alma como

sirve una hoja verde para adornar un fruto.

Como abeja industriosa, así revuelo entre la multitud; pero, luego, cuando la turba

se retira, este panal prodigioso, sólo a ti te lo ofrezco, ¡oh alma mía maravillosa!

Canales, Alfonso

Reseña biográfica

Poeta y crítico literario nacido en Málaga en 1923.

En la Universidad de Granada inició estudios de Filosofía y Letras y Derecho, licenciándose sólo en esta última facultad.

Inició con Muñoz Rojas la revista «Papel Azul» y la colección poética «A quien conmigo va» y formó parte del grupo editor de la «Caracola», importante revista de esa época.

Es presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo y miembro correspondiente por Andalucía de la Real Academia Española de la Lengua y de la Real Academia de la Historia. Su biblioteca de casi 20.000 volúmenes es una de las más importantes de Málaga.

De su obra poética se destacan : «Sonetos para pocos» en 1950, «El candado» en 1956, «Port Royal en 1956, «Cuenta y razón» en 1962 y «Tres oraciones fúnebres» en 1983.

Ha sido Premio Nacional de Literatura en 1965 y Premio de la Crítica en 1973.

CASA DE PIEL

Igual que en esas series

de cajas chinas, donde va el espacio

acotándose más y más, ciñéndose

a una cuadrada almendra de vacío

en la que todo es íntimo y sensible

a la añorada percepción, el cielo

y el suelo, la ciudad, el edificio,

la planta, el cuarto, el lecho, son tabiques,

progresivos contornos de una carne,

última estancia del saber.

No estamos

juntos, sino trabados, como maclas

de pirita (sistema irregular)

que sueñan con que vientres

y labios se acomoden,

hasta formar el más perfecto sitio

de una desesperada situación.

¿Nunca logran

los amantes, los diestros

en el más hondo menester, su dicha

completa? Siglos llevan pretendiéndola,

y ahora estoy seguro

de que podré, comendador de mármol,

traspasar tu pared, ya trabajada

por dientes y por uñas.

El aguardo

se torna situación: axila, muslo,

senos, vientre, confluyen

en la encantada grieta donde el tiempo se hace

eternidad. Y sigo

ahondando en ti, buscando en ti la cifra

de todo. Y me arrodillo,

y me alzo. Gesticulo

como un torpe feliz que encuentra oro

y lo admira lucir de gloria, y quiere

regarlo con su sangre,

para que luzca más prohibido.

¿Es ésta

la habitación del hombre? En ella gasto

mis años de verdor. El ostensible

vacío luz se hace. Nace el mundo

de nuevo. Ya probado

el fruto está: seremos como dioses.

CASILLA DE BLAS

Entrada ya la noche,

empapado el desmonte por la lluvia reciente,

trepábamos por él, y el mismo ramo

vencido de mimosas nos despeinaba. Luego,

siempre, en silencio, hacíamos

en el repecho un alto, y te miraba,

enamorada cómplice, mientras tomaba aliento

(¿necesitaba aliento entonces yo?) y fingía

actitudes seguras. Revelaban las cosas,

desasidos los ojos de la luz, los detalles

precisos, y la puerta de pino marchitado

gritaba levemente. Entrábamos. El suelo

era terrizo y sin mullir, y nunca

era adoptado de improviso para

aquello que veníamos

a hacer. Se demoraba nuestra entrega a su duro

(¿pero había dureza en algún sitio entonces?)

regazo. Nos amábamos,

nos abrazábamos de pie, ajustaban

con frenesí los cuerpos las esperas

vencidas, como si de muy distantes

extremos nos hubiéramos lanzado

al encuentro. Encendíamos un fósforo

más tarde, y nos hacíamos los nuevos

en la reconstruida situación.

Las paredes

de tablas ripias siempre nos mostraban

las mismas vetas grises, los idénticos

nudos vaciados, las usuales lágrimas

de orín: cuerpo de BIas. ¿Quién había sido

aquel BIas que entregaba sus despojos,

su piel de ofidio puesto

a la moda de estío, a unos amantes

secretos? Ya murió. Pero vivíamos

por él ahora en su barraca hecha

a fuerza de morir. Y había gemidos

de goznes oxidados, saltos súbitos

de su leña secándose, palabras

de su antiguo contorno que asentían

a nuestro susurrado

decir.

BIas era un guarda

(¿a quién guardaba BIas?) de noche (¿de qué

noche?) a quien un mal día

se le acabó el trabajo. No pensemos

más en BIas.

Sobre el suelo de los pasos

de BIas pusimos telas y papeles,

caricias y manjares raros. Edificamos

sobre el suelo de BIas la retorcida

torre que somos hoy. Sobre la muerte

de BIas se han levantado nuestros hijos

de hoy: y cuando no se nos parecen,

cuando se ausentan de nosotros, bullen

en otras casas que improvisan, pienso

que tal vez sean los hijos

de aquel buen BIas que nos dejó la suya.

EL AMOR

Es preciso que cuente la historia de Juanico,

aquél a quien sedujo mi niñera, una tarde

de verano. ( Se ha dicho que fue bajo los pinos.)

Era delgado, alto, melancólico. Un negro

pañuelo le ceñía el largo cuello. Estaba

delicado del pecho. Cuando pasó la cosa

aún no había entrado en quintas.

Si mal no lo recuerdo,

todo ocurrió en agosto. Yo jugaba arrastrando

un gran bieldo blanquísimo por el llano. Juanico

daba portes con sacos vacíos, desde un carro

hasta el patio. Las horas se fundían despacio

sobre el jardín, caían sobre los eucaliptos

repletos de chicharras, que sonaban lo mismo

que cuando las patatas se fríen en aceite

muy caliente. Juanico sudaba. Pero cuando

penetraba en la sombra del portón, una lengua

de aire fresco lamía su pecho, despegaba

el pañuelo empapado, le entraba por debajo

de los perniles, como una larga serpiente,

y le dejaba un pétalo de rosa entre las piernas.

Carmen tenía casi los treinta años. Ella

sabía que Juanico se abrazaba a la colcha

y miraba a la luna, como si allí estuvieran

las razones de todo. Por eso entró en la casa

para beber un vaso de agua: el caso era

ayudar a Juanico que casi no sabía

por qué cabos empiezan a trenzar los amores.

Yo estaba, ya lo he dicho, arrastrando mi bieldo,

llano arriba y abajo. Pero me daba cuenta

de que un pájaro grande cubría con sus alas

el jardín, los pinares, los olivos, la alberca,

la casa con Juanico, con Carmen, con los sacos.

Los dientes dibujaban cuatro líneas iguales,

que giraban, que iban y venían, lo mismo

que el vuelo de las aves.

Sin embargo, de pronto

me sentí solo: estaba el mundo solo, bajo

el ala inmensa. Piensen cual sería mi asombro

cuando vi que el gran pájaro ardía y que dejaba

caer en mi cabeza plumillas encendidas.

Entré corriendo al patio. Alguien había cerrado

todas las puertas: solo una estaba entornada.

Miré por la rendija y allí los vi en la sombra,

con un afán ardiente por mí desconocido,

así como empeñados en no morirse nunca.

EL LECHO

¡Oh soledad, mi soledad, aroma

de la muerte, naufragio

del contiguo vivir, cuchillo, llama,

que corta, quema el mundo y manos, voces

que el mundo alza como alambres para

tender los Paños, las banderas limpias

de la amistad!

¡Oh soledad, presagio

de la tierra movida o de la cal y el canto

clausurados!

La rueca

sigue girando al otro lado de la

cretona distendida como una piel que he puesto

a secar. y los ramos en que abejas,

mariposas quizá, se depositan

ajenas a esta caja donde busco

en vano el sueño.

¿Soy el mismo? El ala

de un instante separa esto que digo

de lo que dije cuando dije soy.

Y no hablemos del día: encontré piedras

sobre las que el silencio reposaba,

hojas secas, mojadas por el riego

de las nubes, vibrantes hojas verdes,

instrumentos ajados, entusiasmos

dormidos, humos, lenguas.

¡Oh soledad, mi soledad, la noche

no te abandona, el sueño se derrama

sobre el clamor atenazado! Vuelco

mi tristeza en las sábanas, abrigo

mi deseo de Dios entre los párpados,

y sigo tiritando de estar solo.

“Port-Royal” 1968

EL POETA SE LAMENTA DE LA FUGACIDAD DEL QUERER HUMANO

¿Adónde va el amor, por más que duela

el corazón a cada estrecho paso;

con qué peso se hunde, en qué fracaso

el beso se anonada y se cancela?

Abrígalo si puedes: va que vuela

su precario calor, al cielo raso.

Mira que con frecuencia se da el caso

de que a la vuelta el velo se desvela.

¿Adónde vamos a parar con tanta

ráfaga que se va por un postigo,

si el cisne se nos muere cuando canta?

¿Qué puede alimentarnos este trigo

que siempre se nos queda en la garganta?

¿Adónde vamos a parar, amigo?

LA CITA

Amor, amor, amor, la savia suelta,

el potro desbocado, amor, al campo,

la calle, el cielo, las ventanas libres,

las puertas libres, los océanos hondos

y los escaparates que ofrecen cuando hay

que ofrecer al deseo de los vivos.

De los vivos, amor, de los que olvidan

que un día no habrá puertas ni ventanas,

ni potro ni raudales de la hermosura

para estos, estos ojos, estos ojos

donde habrá que engastar unas monedas

-y otra bajo la lengua-, por si acaso

al barquero le sirven o al que busque

sueños de ayer, de hoy, bajo la tierra.

Bajo la tierra, amor, trufas, estatuas,

oro, cántaros, dioses

apagados, amor, tesoros, premios

de la ansiedad.

Amor, dame la mano,

no te conozco, amor, no importa, dame

la mano, amor, no la conozco, nunca

importa demasiado conocerse.

Abre los ojos, no, no puedo, abre

la boca, ¿dónde está tu risa, dónde

se duerme tu palabra? Amor, no tengo

más risa, más palabra: Amor.

Te doy a cambio lo que esperas.

¿Tú lo sabes, tú sabes lo que espero?

Amor, ¿tú tienes lo que espero?

Es amor, amor y el mundo

como está, como es, con estas vías

abiertas con las cosas

que con amor se hacen, con la gracia

de hacer las cosas con amor, con tiempo

para formarlas con amor, con fuerzas,

aguas de amor para apagar el miedo.

NAVEGACIÓN DE LA TRISTEZA

Acediae impugnationem non declinando

fugiendam.

Casiano

Cuando en el río de soledad que, a veces, nos recorre,

un álveo seco, piedras

con huella de lavados imposibles,

verano interminable de guija al sol, de insecto al sol,

de raíz sin esperanza,

notamos una barca por la greda,

que aventa el polvo con los remos podridos de carcoma,

sola bogando, hincando

el astillado palo entre costillas

de calcinadas reses,

es él quien anda.

Y ara

acompasadamente en nuestro espanto,

contra todos los peces,

frente a todos los panes

que son objeto de milagro para las extasiadas muchedumbres.

Él, es él quien navega

entre lo innavegable,

forzado del hastío, entre esturiones de granito y lava.

Él, él, quien contusiona

la brizna

pajiza de la caña, la hoja

terriza de los álamos,

desesperada del ayer que puso

su palma al cielo.

Entonces no hay que huir, hay que sentarse

a ver pasar las malas horas,

la simiente libada por arañas,

por escorpiones y por buitres

que intentan la corola del esparto,

en un invierno sin nieve,

para una miel de cieno que en lentas olas cunde.

Entonces detened la fluxión de la arena,

orad, decid detente,

armaos de los prestigios

que aporta la memoria de las flores;

desanudad las sogas de los cuellos,

que somos para algo,

y evaporad la imagen del Maldito

evocando al Señor, tres veces puro.

OH AQUELLOS DÍAS CLAROS…

Oh aquellos días claros de mi niñez, aquellos

días entre jardines, entre libros y sueños,

a qué poco han quedado reducidos: las piedras

brillantes al sol alto del dulce mediodía

-¡qué amarilla se ha puesto de aquel sol la memoria!-,

las pequeñas calizas, los cuarzos y pizarras

polvorientas, suaves, bajo los almecinos,

aún tienen un rescoldo de recuerdo en mis manos;

el jazmín del estío- ¡qué fue de aquella nieveI-,

que daba olor de fiesta a la tranquila noche,

aún lo siento en el pecho, cuando cierro los ojos;

y el rumor de las olas, lenta, lejanamente,

en mi interior florece cuando llueve el silencio.

Calor, olor, rumores: a qué poco han quedado

reducidos los días lejanos y felices.

A veces el sonido de una piedra, cayendo

en una verde alberca, me hace creer que nunca

debió formarse un hombre sobre aquel que gozaba

sobresaltando aguas tranquilas. Y quién sabe

si hoy, corriendo esas aguas hacia mares futuros,

también piensan que nunca debieron de ser ríos.

PÁJARO HERIDO

Vuelo inútil : la luna ya ha perdido tu espíritu

y tu canto ya tiene por estela el silencio.

Pronto, estrella llovida, recipiente de nada,

nublarás unas flores o el brillo de una piedra.

Ni un rumor, ni una lágrima multiplican tu muerte,

ni un suspiro da eco tristemente a tu pico:

nadie siente que pierdas tu lugar en el aire

y que, al igual que duermen peces entre las olas

y hombres entre la tierra, no tengas tu descanso

en los azules vientos que acarician tus alas.

Y las nubes ya saben que es tu último,

y que, pronto tu boca la canción de tu vida

cantará silenciosa: pero guardan su llanto,

pero guardan su llanto para los olivares.

PLANTA TUYA

Tierra mía, florido campo en el que

sepulto mi raíz, los ojos quedan

en la copa, mirándote, y aún viven

la ocasión más que el resto de la carne

vegetal, o se inclinan con la espiga

que el viento del amor amaga, y besan

vibrátiles el muro de las sombras

desde las que me surto de divina

majestad. Tierra mía, acariciada

tierra mía, gritante tierra húmeda,

avariciosa de simiente, canta

tu júbilo, derrama tus olores

íntimos, al contacto con mi agudo

aspirar, toda labios, toda grieta

manante, pues adviertes que progresa

mi condición hasta animal hombría,

y sabes que te sé, campo de urgente

roturación, llorando por mi savia

de hoy. Enredaderas son los tallos

ya, gestos concentrados, brazos, muslos

que atenazan o rozan levemente

con unción, esperando el cataclismo

que nos habrá de sepultar en una

profundísima falla. Suenan músicas,

mas no se oyen. Se alzan las paredes

del mundo, y no se ven. Se prueban todos

los caminos, se afinan los violines

recónditos, e irrumpe la añorada

melodía infinita.

QUÉ INDEFINIBLE TRISTEZA

Qué indefinible tristeza, cuando uno escucha

las palabras casi sin sentido

que surten de miles de labios

y que se van, sin orden, amontonando en el aire,

las palabras como insectos que liban

en miles de orejas ambulantes, las palabras

que se disuelven, como olas, sobre la playa de la tarde,

adelgazando, trocándose en espuma,

en humedad, en nada. Y qué tristeza finísima,

qué sombra, qué aire de tristeza,

cuando uno piensa que es imposible comparar

a estos seres que se agitan con las nubes

que circulan por las calles del cielo,

o con el ir y venir del viento

entre las hojas de los árboles.

Y sobre todo, qué inmenso desconsuelo

cuando uno se da cuenta

de que estas tristes reflexiones en torno

a estas criaturas que giran en la tarde

lo han convertido a uno en alguien

infinitamente abandonando, en alguien que,

desde el otro lado del tiempo, escucha,

lleno de soledad, el fragor

de éste monótono rebaño de corazones.

RAZÓN DE AMOR

Todo buen poema de amor es prosa.

T.S. Eliot

Porque estás ahí delante -siempre delante, eso sí-,

pero confieso humildemente que no puedo encerrarte en

un cauce.

No sé cómo poner música a la música,

como dar olor al jazmín,

color al sol que se hunde por la tarde,

como quien dice: esto se ha acabado,

no esperen ustedes que salga mañana por la mañana.

Yo no sé si me explico,

pero es que hay cosas que no son para cantadas,

sino para dichas llanamente, después de tomar una

cerveza.

-Está lloviendo-, apunta uno:

y en dos palabras se encierra un terrible suceso,

algo que hiere los tejados.

y deja caer sobre los charcos más lágrimas

de las que pudieran derramar los humanos ojos,

incluso poniéndose en lo peor de las cosas.

-Es de día-: y con ello

entra el sol en el alma, como una aguja caliente,

y nos sentimos seguros de que, por el momento,

Dios no nos olvida.

Y así con el amor

uno vive, viviendo.

Uno olvida que, cada día, Dios nos pone tierra

bajo los pies,

aire sobre la boca y azul en las pupilas.

Uno olvida que el corazón se apoya, cada día,

como un blando sillar,

en otro corazón.

Y cuando se cae en la cuenta de todo

-esto no sucede a menudo-,

resulta imposible medir un verso con los dedos

Un gran tajo circunda a los amantes,

y lo demás puede decirse en dos palabras.

SONETO

En el que el poeta toma prestadas las palabras

de John Donne para desabrigar infundados temores…

¿Qué haremos en invierno -me preguntas-,

sin un mal cobertor que nos defienda

del frío? ¿ Qué participada prenda

abrigará las desnudeces juntas ?

No te sé contestar. Y descoyuntas,

pura, abierta, entregada a la contienda

del amor, ese cuerpo, a suelta rienda.

y se me escapa el alma por las puntas.

Aún es verano, y la calor es tanta

que no comprendo la frialdad. Y sudo

cuanta humedad rehuye la garganta.

¿Pero existe el invierno? ¿Y es tan crudo

su rigor? Si es así, ¿qué mejor manta

para tu desnudez, que, yo, desnudo?

Campos, Marco Antonio

Reseña biográfica

Poeta, narrador y ensayista mexicano nacido en ciudad de México en 1949.

Licenciado en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México, fue lector en las Universidades de Salzburgo y Viena de 1988 a 1991, profesor invitado de la Brigham Young University en 1991, y catedrático en la Universidad Hebrea de Jerusalén en 2003. Ha sido además, director de Literatura de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma, director en dos épocas del periódico de Poesía y coordinador del Programa de Humanidades de la misma universidad. Ha dictado cursos sobre poesía y literatura en varios países de América y Europa, ha sido cuatro veces becario del Colegio Internacional de Traductores Literarios de Arles en Francia, y miembro de la Académie Mallarmé en el mismo país.

Es traductor de muchos autores, entre los que se cuentan, Baudelaire, Rimbaud, Gide, Artaud, Saba, Ungaretti, Quasimodo y Trakl.

Su obra ha sido galardonada en México con los premios Xavier Villaurrutia y Nezahualcóyotl, en España con el Premio Casa de América y Premio del Tren 2008 Antonio Machado, y en Chile con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda.

Su poesía está contenida en los siguientes libros: “Muertos y disfraces” 1974, “Una seña en la sepultura” 1978, “Monólogos” 1985, “La ceniza en la frente” 1979, “Los adioses del forastero” en 1996, “Viernes en Jerusalén” 2005, “Árboles” 2006 y “Aquellas cartas” 2008.

Reside actualmente en Málaga, España.

Adiós a la infancia

Se llamaba Graciela y era en el colegio el patio abierto y la mañana azul. Era su cuerpo un durazno en sazón y en las noches una rama de estrellas. Yo tenía doce años, Graciela tal vez también. Volaban los pájaros desde el sur para visitarla en el patio del colegio y sobrevolaban luego los parques y jardines de San Ángel para acompañarla a la hora de la salida. Bajaba del eucalipto oloroso una racha de pájaros. Graciela, doce años, rama de estrellas, durazno en sazón, racha

de pájaros en su levísima falda.

De “Poesía reunida” 1970-1996

Cine ermita

Claro y caro era el mundo para él.

Claro e insólito el filme con la figura del héroe.

Combatiente o artesano, trapecista o estudiante,

da lo mismo, y no importa.

La primera película inicia

a las cuatro veintiocho de la tarde,

y los rasgos del niño se transfiguran en héroe,

y da lo mismo, y qué importa, bailar a lo

Astaire 0 lo Kelly, ser vaquero a lo Wayne,

el gran chulo a lo Gassman.

Relatos e historias (no lo ignora el niño)

se han hecho para él,

y en qué forma, y formidablemente, claro.

Ríelo y llóralo en el melodrama nacional,

extravíalo de frente y de perfil en el perfil

italiano de Gina Lollobrigida o en la alba

desnudez de Carrol Baker,

abúrrelo con Disney o con filmes

donde el protagonista es elefante o perro,

diviértelo, en fin, del todo, distráelo, en fin

-mientras afuera, sobre Revolución,

se lee en enormes letras: CINE ERMITA,

y el tren eléctrico color pajizo enfila hacia

el sur,

y llueve,

y la larga lluvia de agosto

se alarga y cae desde las goteras, y el agua

se mezcla en el pavimento oscuro

con el lodo o con aceite blando o espeso,

y en el asiento trasero del tren eléctrico

despierta el niño, se despereza, y mete

el dinero en el bolsillo roto del pantalón.

1998

De “Poesía reunida” 1970-1996

Contradictio

El ajedrez de la muerte

se quedó en una pieza

Arrojo los naipes, trémulo, incendiado

y no dicen mi suerte

Y tuve una bestia de orgullo

que arrastró mi bestia

Moribunda,

una mujer pasea triste, descalza en la calle

Y es tarde para ser otro hombre

Salgo de mi casa, pontífice, ajeno,

con el crucifijo -una mujer-

colgado en mi tristeza

Si regreso, Señor

quiero ser otro pero no Campos

¿Para qué vivir agarrado como loco al reloj?

Ya la gula de vivir se detuvo en mi garganta

Y mísera mi perra más odiada fue la angustia

Pero, Señor, yo converso en voz alta,

en voz baja converso, sí,

cosa distinta es que no oigas

Antes, en otro océano,

arrepentí, modifiqué el pasado

Y tus ojos caminaron tristes, inmensos,

en las páginas de mis libros

Mañana partiré, me iré del todo

Aunque hoy puedo decir:

tengo amigos, no amo a mujer alguna,

el tétano del sol duerme en la ciudad de México.

De “Muertos y disfraces, 1974

De “Árboles”:

1. Cuando niños somos todos los niños que fantasean y sueñan.

Cuando adultos somos un adulto pero con escasas fantasías y escasos sueños.

2. En la juventud se sueña que se puede soñar,

pero en la madurez sólo enfrentamos nuestra realidad marchita

repitiendo para engañarnos la palabra utopía.

3. En la madurez caminamos sobre las sombras

de nuestros grandes sueños.

4. En las familias acomodadas hay ascendientes -abuelos o tíos- que aman

con más naturalidad a aquellos miembros e hijos de esos miembros que tienen poder y dinero.

Los parientes pobres suelen ser pegotes molestos a los que se tolera con dificultad

y con quienes se debe simular algún afecto.

5. El pasado es el país de las imágenes rotas y las sombras despedazadas.

6. Si en la niñez son los sueños puros y los juegos imaginativos;

si en la juventud construimos castillos de ilusiones y palacios de utopías,

ya adultos sólo aspiramos a conservar, desarrollar y recordar

lo poco bueno que nos dio la vida.

De “Árboles” 2006

La estudiante de 1966

…So sahst du sie im flohen Tanze walten

Die lieblichste del lieblichsten Gestalten.

Goethe, “Elegie von Marienbad”

Tendría mi edad si no fuera por el frío.

Era ligera y sus piernas tocaban los dedos

al solo tocarla. Al erguirse en el patio de abajo,

desde su falda tableada sobre las rodillas,

el mundo comenzaba a parecerse a sus piernas

y las cinco letras de la palabra mundo

se alteraban por las cinco letras de la palabra deseo.

¡Qué cintura, qué música lineal, qué rítmicas

las piernas al salir de clases!

Callada, era callada como un pasillo negro,

y al dejarla dejaba en el corazón

algo como una duda, como culpa o niebla.

Acabó por dolerme en todo el cuerpo

y cada centímetro del cuerpo era de su arco

una flecha atravesada.

¿Cuántas veces desde entonces, cuántas,

ha atravesado el corazón como una flecha,

como una luz que sangra el corazón?

Y cuando pasa eso, cuando la flecha cruza,

cuando la luz sangrienta cruza el corazón

(lo deja en cruz), algo en mí íntimo

protesta y grita por una adolescencia

sin guía y sin objetivo,

por equivocaciones y torpezas del comediante

de la obra, quien actuó de un modo

explicable en esa edad, pero que al evocarla

duele como una pérdida, como un cuento

de noche árabe que la vulgaridad rebaja

burlándose de, exageración o de invención.

Y algo en mí íntimo protesta y grita

por algo que debió ser y sólo fue como

canción de época, como canción que dice

y repite hasta rayar el disco

que ésos fueron los días, que ésos fueron.

Y sangro y me doblo y me arqueo

y la reina permanece y parte,

igual al tren de antaño que verifica el recorrido

pero no sabemos en dónde ni hacia dónde.

De “Poesía reunida” 1970-1996

La muchacha y el Danubio

Como rama al romperse en el invierno blanco,

corazón lloró a la estrella; triste era el olmo,

y hace muchos años; cuánta fuerza y fiereza

en la adolescencia sin dirección, quién se atrevería

a decir: “Por aquí pasó el vendaval”; Dios creció

las ramas y cortó las hojas para que supiéramos

de la felicidad, si la luz pasa. ¡Ah el Danubio!

Estrella lloraba el corazón. Ella era agua

que sabía a vino; donde llegaba se oía

la luz. Era la estrella en el invierno blanco.

Era blanca y hermosa como el pueblo donde nació.

Ella me queda, me vive en mí, me llama

como un remordimiento.

1991

De “Los adioses del forastero” 2002

Rosas

Las vi a diario, en los meses en flor,

en prados del jardín de aquella iglesia

que atenuaba las calles de Mixcoac,

ventana y pájaro del mundo leve,

nube y árbol para la nube sola,

mientras yo, picoteado fresno,

hacía versos de viajes y de libros,

de jóvenes amores infelices,

y creía que revolución y ética

podían darse la mano y ser bandera.

En el jardín umbrío o en el claustro

del amparo, las rosas eran llama,

hasta que un día, como un adiós perfecto,

la espina verde era la herida abierta.

Flor de luz en balcones provenzales.

Flor de adorno y desmayo petrarquista.

Flor helada en su veste de artificio.

Flor que halaga los versos de Ronsard

donde lozana semeja a la muchacha

que de bella hace faustos los salones,

pero que de no cortarse a tiempo

terminará marchita y recordando

los versos de Ronsard mientras se queja.

Asociaba eso en tardes melancólicas,

bajo los troenos o la adelfa en flor,

en prados del jardín de aquella iglesia

que atenuaba las calles de Mixcoac,

cuando el rayo cortaba en dos la alondra.

De “Los adioses del forastero” 2002

Se escribe

a Michael Rossner

Se escribe contra toda inocencia

del clavel o el lirio, contra el aire

inane del jardín, contra palabras

que hacen juegos vacíos, contra una estética

de vals vienés o parnasianas nubes.

Se escribe abriéndose las venas

hasta que el grito calla, con llanto ácido

que nace de pronto pues imposible

nos era contenerlo, con luz dura

como rabia azul, quemado el rostro,

destrozada el alma, desde una rama

frágil al borde del precipicio,

Se escribe.

De “Los adioses del forastero” 2002

Sankt Peter Friedhof

Haz de muchachas y onduladas sombras

se inclinan leves hacia las tumbas.

Es el delgado cementerio en rombo

de San Pedro y una vieja sonríe

porque yo escribo sobre la lápida

una historia y la mía. Mas la muerte

es del mar, y si llega, y si llego,

que me naufrague siempre el Pacífico,

mi ceniza conduzca a puerto naves.

Desde hace siglos los muertos oyen

madera como pájaros. Me mira

un pájaro negro sobre la cruz

de Berta Fendt. ¿Quién llama? Ah si llamo,

ah si vuelo, es por el sol el hijo,

hierro y lumbre en la guerra, en el sueño,

en la ruta, en el verso, en el amor,

y Uno.

De “Los adioses del forastero” 2002

Sankt Peter Kirche

En la iglesia, tras la rubia muchacha

y el Cristo en la penumbra, la locura

a la muerte mordía ciega. ¡El derrumbe!

¡Relinchos de caballos en la plaza!

¡Y el carillón, allá! Sobre la iglesia,

el pequeño cementerio de San Pedro

ensombrecía de pájaros; el ciego,

cubierto de pájaros, saludaba

al monte en su oscuridad verde.

Has gritado: “¡Adiós!” a la muerte para

que no oiga, no quieres que te oiga.

“Oh Padre Mío, desde el púlpito al padre

lo he arrojado en llamas. Y yo ¿qué hago?

¿ Y qué grito?”

De “Los adioses del forastero” 2002

Sonia en el invierno de 1981

Busco precisar a esta hora de la noche

ese instante del invierno azul, cuando al salir

de clases de la universidad nos vimos casualmente

frente a la biblioteca porque desde hacía años

en el fondo anhelábamos vernos.

Inclinaste un poco la cabeza

y el aire leve de las hojas mínimas

de las jacarandas murmuró verde la lengua

de los pájaros que venían del ártico.

Para mí fuiste (y seguirás siéndolo) el invierno azul.

¡Qué de cuándo y cómo yo viví por ti como si fuera uno!:

los cafés de Insurgentes a las cinco de la tarde,

los bares semivacíos de San Ángel que nosotros

colmábamos, los paseos en el claustro y el jardín

de la iglesia de Santo Domingo en Mixcoac,

las caminatas bajo los fresnos en la calle de Goya,

las rimas de poetas ingleses que al leerlas -que al

oírlas- nos sabían a mar,

las baladas baladíes de vanos baladistas

que escuchabas en discos y casets,

aquello, aquello que pudimos compartir,

que hubiéramos querido compartir

-si no hubiéramos apostado puerilmente

la mala carta o pensar que podíamos soportarnos

los domingos siete sin que el hígado reventase.

T u perfecto rostro oval estaba hecho de la

geometría de la luz, pero no de los adioses.

Tu cuerpo de veinte años se extendía

sobre la hierba y la tierra incendiadas.

Era una rosa abierta para la creación del mundo.

¡Cuánto hubiera dado por más! ¡Por algo más!

No había tiempo que perder, y lo perdimos.

No hay fotografía, Sonia, que precise

la gran belleza de ese preciso instante,

pero ni ese primer instante, ni los meses compartidos,

valió, creémelo, el sufrimiento de ese año,

el terrible sufrimiento de ese año.

Y palomas picotean el grano que les echo.

1998

De “Poesía reunida” 1970-1996

Una carta demasiado tardía

Contudo, esto é urna carta.

Carlos Drummond de Andrade

Carta

No sé en verdad si esto sea una carta.

No sé si disculparme por el retraso

de la explicación, ni si te importan

disculpa o explicación ¿Para qué

hacerlo después de veintisiete años

cuando ya una vida se hizo o se deshizo

y nosotros sólo soñábamos hacerla?

Quizá por eso. Quizá porque contigo

yo habría hecho una vida real

y no este mundo sin casa que he desecho.

Desde hace días o semanas

los recuerdos me ciegan como un pozo,

y vuelves callada, quieta,

inmensamente quieta y luz en el diciembre

horizontal y frío, y allí te quedas.

A cierta edad los recuerdos se vuelven

como las flechas de San Sebastián

pero disparadas sólo al corazón.

Tenías diecisiete años,

edad clarísima de las ventanas,

y eras tenue para que los álamos no olvidaran

esbeltez ni linaje de luna.

Podría decir, con el estilo del melodrama

mexicano: “Amaba a otra”, y era cierto,

humanamente cierto, pero ahora aquí,

queriendo ver desde mi casa las montañas

del Ajusco, me digo, me digo que eras

la que pudo dar, no el país de maravillas

(como tu nombre lo dice), pero sí

una vida lúcida, leve, quizá feliz.

Eso me hago suponer. Supongo.

Creo sentir alivio al escribir estas líneas.

Son del todo sinceras pero inútiles,

porque lo que fui destruyendo

no se puede explicar en un poema.

Tampoco me sueño en sueños de entonces,

porque ya hace años, cinco o diez, que no

tengo sueños. Tampoco me hago ilusiones,

aunque lo diga a menudo, sabiendo que engaño

0 me engaño, mientras miro mi cuerpo como reloj

que marca las cinco y media de la tarde.

Hoy por hoy sólo aspiro a terminar una obra

(mala o buena), hacer a los otros algún bien

en lo que puedo, y viajar por un mundo que

a veces me cansa más de lo que me maravilla.

No sé, como te dije, si esto sea una carta.

Tal vez no la vayas a leer (lo más probable),

y no sé si decir: “Te quise” o “Me equivoqué”,

o “Cómo quitarte la begonia”. No sé siquiera,

no sé, qué fue del bosque cortado a ras del bosque.

No lo sé. Pero te dejo estas líneas:

Tómalas, aunque no las leas.

1995

De “Los adioses del forastero” 2002

Una farsa sin mensaje

Qué patas, qué escamas, qué desastre.

Rubén Bonifaz Nuño «Albur de amor»

Delgada y tenue como hierba y ola

sus ojos de noche guardaban el misterio,

ya la verdad creía que todos, por su linda cara,

debían aguantarle todo por su linda cara.

Creía ser la reina, pedía ser la reina

-a veces lo logró entre bastidores-,

pero en el teatro o fuera de él

sólo admitía cumplidos

si lo decidía ella misma.

Trasfogaba su cuerpo una tierna dulzura,

solía encender la hoguera al llegar la noche,

pero al vislumbrar los pretendientes

sofocaba el fuego, y apenas si dejaba brasas

para el rey más tarde.

Bella como luna cortada en ferragosto,

bella como luna cortada a media luna,

su mirada guardaba misterios e ímpetu excitante

y anhelaba un reino más vasto que la noche.

Pero la noche más perfecta acaba.

Pero en la comedia más perfecta

hay de pronto contraluz, desliz palmario,

inadvertencia súbita. Una noche azul,

una noche de estrellas veraniega, una noche

de adiós sin golondrinas -sin frío, sin telón firme,

parada la tramoya, el entreacto a ciegas-,

un sandio inoportuno, un memo de esos

que asiste al espectáculo sólo

para aguar fiestas o dárselas de listo,

se levantó de la platea, marchó hacia el escenario,

y se dirigió a la reina sólo para decirle

que ya los pretendientes se habían ido,

y el rey era minúsculo.

1997

De “Poesía reunida” 1970-1996

1968

Éramos como estrellas iracundas

Efraín Huerta

“Borrador para un testamento”

Hay fechas que vuelven

como iluminación o niebla repentina.

Tú no sabías entonces que esa fecha

sería como cuña de plata en pleno oro.

Como una canción que niega hasta las lágrimas,

como una emoción que niega hasta las lágrimas,

te vuelven -se graban- dos imágenes,

se vuelven sagradas dos imágenes:

cuando entras al atardecer por 5 de Mayo

frente a Bellas Artes y la sensación

de la multitud en plaza del Zócalo

picoteada por miles de puntas de alfileres en luz.

Eso que no sabían definir los diecinueve años

la entiendes ahora en dos palabras:

Libertad y Sueño.

Pero la historia son momentos, dices,

y aquel adolescente no sabía, ¿cómo lo iba

a saber?, que México, en vez de engrandecerse

se precipitaría en un pozo ciego:

guerrillas, crímenes, desempleo,

una sociedad en grito, la esperanza,

la furia en la calle, la amarga decepción

por los traidores y los claudicantes,

repentinas luces, sueños que se volvieron

como trigo emponzoñado, el río revuelto

donde todo era la pérdida.

La historia echó a andar por las calles,

y muchos creyeron, viéndola tan cerca,

que podía cortejársele. Pero la historia no se hace

con buenas intenciones ni con halagos falsos,

menos con las manos sucias o llenas de sangre.

Pero te quedan de entonces dos imágenes

como rítmica plata en doble olivo,

como alondra cortada por la luna.

1995

De “Los adioses del forastero” 2002

Campoamor, Ramón de

Ramón de Campoamor (España, 1817 – 1901)

CANCIÓN

A la gloriosa memoria de las víctimas del Dos de Mayo de 1808.

El sol sus alas replegó luciente,

y la noche callada el manto oscuro

en luengo cerco derramó sombría.

Vierten los astros su fulgor doliente,

y entre las sombras se destaca puro,

remedo incierto de la luz del día.

¡Tal de la suerte mía

la luz brilla insegura

entre la niebla oscura!

Ahora, pues, bajo el nocturno manto

muestras daré de mi desdicha extrema;

y cual presagio del famoso canto

que a alzar me impele inspiración suprema,

¡rompa el acerbo llanto

que mis entrañas reprimido quema!

Auras, volad, y de fragancia henchidas

templad el fuego que mi frente abrasa,

mansa flotando en invisible giro.

Entre las nubes, con fragor hendidas,

su virgen luz, cual transparente gasa,

mece la luna que extasiado admiro.

Me parece que miro

a sus tibios reflejos

vagar allá a lo lejos

cual húmedo vapor de hedionda tumba,

de Napoleón la sombra venerada;

y cuando ronco el aquilón retumba

la vaga esfera de la luz turbada,

¡me parece que zumba

en torrente de sangre desatada!

¡Sombra execrable! Maldecida sombra

que levantó para asentar su trono

de humanos cuerpos funeral montaña!

El manto azul del cielo por alfombra

creyó tender en su rabioso encono,

y ahogó rugiendo su impotente saña.

Soldados, dijo, España

nuestra esclava se vea,

un muro en ella sea

de insepultos cadáveres alzado

que llene de terror a las naciones.

Luego a rumor del atambor doblado

se alzó el muro, rodaron tus pendones,

y en él viste apilado

el magnífico tren de tus legiones.

Al ver su oprobio aterrador el Sena

turbio en las rocas con sonoro estruendo

bate furioso la revuelta frente,

cual herida serpiente que la arena

escarba airada, y con silbar horrendo

en vano aguza el venenoso diente.

¡Tirano, muge hirviente,

cuán cara fue a la Francia

tu funesta arrogancia!

Y al repetir este rumor, tonante

la última esfera de los cielos toca,

y embravecido, hinchado, ondisonante,

con cuanto encuentra sin concierto choca

y se arrastra bramante

con brusco murmurar de roca en roca.

¡Ay! Del cañón al fúnebre estampido

que el bronco trueno imita, cuando alado,

asorda el aire en revoltoso vuelo;

y al revolar del humo esparcido

que en las alas del aura reclinado

viste de luto el encendido cielo;

aferradas al suelo

las víctimas gloriosas,

que ha poco victoriosas

Independencia y libertad gritaron,

se vieron sin defensas maniatadas.

Y al ¡ay! de muerte que después lanzaron,

sus cadenas, de púrpura manchadas,

a la faz arrojaron

del sangriento Murat pulverizadas.

Contra vuestro poder la tiranía

en vano desató su furia brava,

que al sentir vuestro esfuerzo soberano,

la vil corona, que adornó algún día

con una flor cada nación esclava,

se marchitó en las sienes del tirano.

Todo el linaje humano

su carroza triunfante

iba a hollar rechinante,

cuando opusisteis a su fiera saña

vuestro ardor cabe el lento Manzanares,

a sus huestes gritando: ¡Gente extraña,

dad un adiós a vuestros patrios lares;

sólo saldréis de España

surgiendo el fondo de sangrientos mares!

¡Salve, cenizas! ¡Salve, oh ricas prendas!

que humedezca dejad, restos sagrados,

con lloro estéril vuestras frías losas.

Jamás os faltarán verdes ofrendas,

o no tendrán en sus floridos prados

ni laureles abril ni el mayo rosas.

¡Perdón, sombras gloriosas

si mi lira naciente

no os canta dignamente!

Con el llanto sus cuerdas empapadas

sordas vibran confusa melodía.

¡Si no fuisteis por mí, sombras amadas,

loadas con dulcísima armonía,

al menos sí cantadas

con toda la efusión del alma mía!

CONTRADICCIONES

Se halla con su amante Rosa

a solas en un jardín,

y ya a su empresa amorosa

iba tocando a su fin,

cuando ella entre la arboleda

trasluce el grupo encantado

en que, en cisne transformado,

ama Júpiter a Leda;

y encendida de rubor,

viendo el grupo repugnante,

se alza, rechaza al amante,

y exclama huyendo: ¡Qué horror!

Corrida del mal ejemplo,

entra a rezar en un templo;

mas al ver Rosa el ardor

con que el altar mayor

una Virgen de Murillo

besa a un niño encantador,

volvió en su pecho sencillo

la llama a arder del amor.

¿Será una ley natural,

como afirma no sé quién,

que por contraste fatal

lleva un mal ejemplo al bien

y un ejemplo bueno al mal?

DOLORAS

Amor y gloria

¡Sobre arena y sobre viento

lo ha fundado el cielo todo!

Lo mismo el mundo de el lodo

que el mundo del sentimiento.

De amor y gloria el cimiento

sólo aire y arena son.

¡Torres con que la ilusión

mundo y corazones llena;

las del mundo sois arena,

y aire las del corazón!

EL AMAR Y EL QUERER

A la infiel más infiel de las hermosas

un hombre la quería y yo la amaba;

y ella a un tiempo a los dos nos encantaba

con la miel de sus frases engañosas.

Mientras él, con sus flores venenosas,

queriéndola, su aliento empozoñaba,

yo de ella ante los pies, que idolatraba,

acabadas de abrir echaba rosas.

De su favor ya en vano el aire arrecia;

mintió a los dos, y sufrirá el castigo

que uno le da por vil, y otro por necia.

No hallará paz con él, ni bien conmigo

él, que sólo la quiso, la desprecia;

yo, que tanto la amaba, la maldigo.

EL OJO DE LA LLAVE

No te ocupes de cosas ajenas ni

te entremetas en las cosas de los

mayores

Kempis, lib. XI.I

I. A los quince años

Dos hablan dentro muy quedo;

Rosa, que a espiar comienza,

oye lo que le da miedo,

ve lo que le da vergüenza.

Pues ¿qué hará, que así la espanta,

su amiga, a quien cree una santa?

No sé qué le da sonrojo,

mas… debe ser algo grave

por el ojo,

por el ojo de la llave.

El corazón se le salta

cuando oye hablar, y después

mira…, mira… y casi falta

la tierra bajo sus pies.

¡Ay! Si ya a vuestra inocencia

no desfloró la experiencia,

no miréis por el anteojo

del rayo de luz que cabe

por el ojo,

por el ojo de la llave.

Desde que a mirar empieza,

de un volcán la ebullición

sube a encender su cabeza,

va a inflamar su corazón.

Claro, el ser que piensa y siente

siempre, cual ella, en la frente

tendrá del pudor el rojo

cuando de mirar acabe

por el ojo,

por el ojo de la llave.

De aquel anteojo a merced

mira más…, y más… y más…

y luego siente esa sed

que no se apaga jamás.

Mas ¿qué ve tras de la puerta

que tanto su sed despierta?

¿Qué? Que, a pesar del cerrojo,

ve de la vida la clave

por el ojo,

por el ojo de la llave.

Haciendo al peligro cara,

ve caer su ingenuidad

la barrera que separa

la ilusión de la verdad.

Pero ¿qué ha visto, señor?

Yo sólo diré al lector

que no hallará más que enojo

todo el que la vista clave

por el ojo,

por el ojo de la llave.

Siguen sus ojos mirando

que habla un hombre a una mujer,

y van su cuerpo inundando

oleadas de placer.

Su amiga, de gracia llena,

¿no es muy buena? ¡Ah!, ¡sí, muy buena!…

Pero ¿hay alguien cuyo arrojo

de ser mirado se alabe

por el ojo,

por el ojo de la llave?

II. A los treinta años

Mas, quince años después, Rosa ya sabe

con ciencia harto precoz

que el mirar por el ojo de la llave

es un crimen atroz.

Una noche de abril, a un hombre espera:

la humedad y el calor

siempre son en la ardiente primavera

cómplices del amor.

Húmeda noche tras caliente día…

Rosa aguarda febril.

¡Cuánta virtud sobre la tierra habría

si no fuera el abril!

Y como ella ya sabe lo que sabe,

después que el hombre entró,

de hacia el frente del ojo de la llave

cual de un espectro huyó.

y cuando al lado de él, junto a él sentada,

en mudo frenesí

se hablan ambos de amor sin decir nada,

Rosa prorrumpe así:

«¿El ojo de la llave está cerrado?

¡Ay, hija de mi amor!

Si ella mirase, como yo he mirado…

Voy a cerrar mejor.»

EL TREN EXPRESO

Al ingeniero de caminos el célebre escritor

don José de Echegaray, su admirador y amigo.

CANTO PRIMERO: LA NOCHE

I

Habiéndome robado el albedrío

un amor tan infausto como mío,

ya recobrados la quietud y el seso,

volvía de Paris en tren expreso;

y cuando estaba ajeno de cuidado,

como un pobre viajero fatigado,

para pasar bien cómodo la noche

muellemente acostado,

al arrancar el tren subió a mi coche,

seguida de una anciana,

una joven hermosa,

alta, rubia, delgada y muy graciosa,

digna de ser morena y sevillana.

II

Luego, a una voz de mando

por algún héroe de las artes dada,

empezó el tren a trepidar, andando

con un trajín de fiera encadenada.

Al dejar la estación, lanzó un gemido

la máquina, que libre se veía,

y corriendo al principio solapada

cual la sierpe que sale de su nido,

ya al claro resplandor de las estrellas,

por los campos, rugiendo, parecía

un león con melena de centellas.

III

Cuando miraba atento

aquel tren que corría como el viento,

con sonrisa impregnada de amargura

me preguntó la joven con dulzura:

«¿Sois español?». Y su armonioso acento,

tan armonioso y puro, que aun ahora

el recordarlo sólo me embelesa,

«Soy español» la dije; «¿y vos, señora?».

«Yo», dijo, «soy francesa.»

«Podéis», la repliqué con arrogancia,

«la hermosura alabar de vuestro suelo,

pues creo, como hay Dios, que es vuestra Francia

un país tan hermoso como el cielo.»

«Verdad que es el país de mis amores,

el país del ingenio y de la guerra;

pero en cambio», me dijo, «es vuestra tierra

la patria del honor y de las flores:

no os podéis figurar cuánto me extraña

que, al ver sus resplandores,

el sol de vuestra España

no tenga, como el de Asia, adoradores.»

Y después de halagarnos obsequiosos

del patrio amor el puro sentimiento,

entrambos nos quedamos silenciosos

como heridos de un mismo pensamiento.

IV

Caminar entre sombras es lo mismo

que dar vueltas por sendas mal seguras

en el fondo sin fondo de un abismo.

Juntando a la verdad mil conjeturas,

veía allá a lo lejos, desde el coche,

agitarse sin fin cosas oscuras,

y en torno, cien especies de negruras

tomadas de cien partes de la noche.

¡Calor de fragua a un lado, al otro frío!…

¡Lamentos de la máquina espantosos

que agregan el terror y el desvarío

a todos estos limbos misteriosos!…

¡Las rocas, que parecen esqueletos!…

¡Las nubes con extrañas abrasadas!…

¡Luces tristes! ¡Tinieblas alumbradas!…

¡El horror que hace grandes los objetos!…

¡Claridad espectral de la neblina!

¡Juegos de llama y humo indescriptibles!…

¡Unos grupos de bruma blanquecina

esparcidos por dedos invisibles!

¡Masas informes…, límites inciertos!…

¡Montes que se hunden! ¡Árboles que crecen!…

¡Horizontes lejanos que parecen

vagas costas del reino de los muertos

¡Sombra, humareda, confusión y nieblas!…

¡Acá lo turbio…, allá lo indiscernible…,

y entre el humo del tren y las tinieblas,

aquí una cosa negra, allí otra horrible!

V

¡Cosa rara! Entretanto,

al lado de mujer tan seductora

no podía dormir, siendo yo un santo

que duerme, cuando no ama, a cualquier hora.

Mil veces intenté quedar dormido,

mas fue inútil empeño:

admiraba a la joven, y es sabido

que a mí la admiración me quita el sueño.

Yo estaba inquieto, y ella,

sin echar sobre mí mirada alguna,

abrió la ventanilla de su lado

y, como un ser prendado de la luna,

miró al cielo azulado;

preguntó, por hablar, qué hora sería,

y al ver correr cada fugaz estrella,

«Ved un alma que pasa», me decía.

VI

«¿Vais muy lejos?», con voz ya conmovida

le pregunté a mi joven compañera.

«Muy lejos», contestó; «¡voy decidida

a morir a un lugar de la frontera!»

Y se quedó pensando en lo futuro,

su mirada en el aire distraída

cual se mira en la noche un sitio oscuro

donde fue una visión desvanecida.

«¿No os habrás divertido»,

la repliqué galante,

«la ciudad seductora

en donde todo amante

deja recuerdos y se trae olvido?»

«¿Lo traéis vos?», me dijo con tristeza.

«Todo en Paris lo hace olvidar, señora»,

le contesté, «la moda y la riqueza.

Yo me vine a Paris desesperado,

por no ver en Madrid a cierta ingrata.»

«Pues yo vine», exclamó, «y hallé casado

a un hombre ingrato a quién amé soltero.»

«Tengo un rencor», le dije, «que me mata.»

«Yo una pena», me dijo, «que me muero.»

Y al recuerdo infeliz de aquel ingrato,

siendo su mente espejo de mi mente,

quedándose en silencio un grande rato

pasó una larga historia por su frente.

VII

Como el tren no corría, que volaba,

era tan vivo el viento, era tan frío,

que el aire parecía que cortaba:

así el lector no extrañará que, tierno,

cuidase de su bien más que del mío,

pues hacía un gran frío, tan gran frío,

que echó al lobo del bosque aquel invierno.

Y cuando ella, doliente,

con el cuerpo aterido,

«Tengo frío», me dijo dulcemente

con voz que, más que voz, era un balido,

me acerqué a contemplar su hermosa frente,

y os juro, por el cielo,

que, a aquel reflejo de la luz escaso,

la joven parecía hecha de raso,

de nácar, de jazmín y terciopelo;

y creyendo invadidos por el hielo

aquellos pies tan lindos,

desdoblando mi manta zamorana,

que tenía más borlas, verde y grana

que todos los cerezos y los guindos

que en Zamora se crían,

cual si fuese una madre cuidadosa,

con la cabeza ya vertiginosa,

la tapé aquellos pies, que bien podrían

ocultarse en el cáliz de la rosa.

VIII

¡De la sombra y el fuego al claroscuro

brotaban perspectivas espantosas,

y me hacía el efecto de un conjuro

al reverberar en cada muro

de las sombras las danzas misteriosas!…

¡La joven que acostada traslucía

con su aspecto ideal, su aire sencillo,

y que, más que mujer, me parecía

un ángel de Rafael o de Murillo!

¡Sus manos por las venas serpenteadas

que la fiebre abultaba y encendía,

hermosas manos, que a tener cruzadas

por la oración habitual tendía…

¡sus ojos, siempre abiertos, aunque a oscuras,

mirando al mundo de las cosas puras!

¡su blanca faz de palidez cubierta!

¡Aquel cuerpo a que daban sus posturas

la celestial fijeza de una muerta!…

Las fajas tenebrosas

del techo, que irradiaba tristemente

aquella luz de cueva submarina;

y esa continua sucesión de cosas

que así en el corazón como en la mente

acaban por formar una neblina!…

¡Del tren expreso la infernal balumba!…

¡La claridad de cueva que salía

del techo de aquel coche, que tenía

la forma de la tapa de una tumba!…

¡La visión triste y bella

de sublime concierto

de todo aquel horrible desconcierto,

me hacía traslucir en torno de ella

algo vivo rondando un algo muerto!

IX

De pronto, atronadora,

entre un humo que surcan llamaradas,

despide la feroz locomotora

un torrente de notas aflautadas,

para anunciar, al despertar la aurora,

una estación que en feria convertía

el vulgo con su eterna gritería,

la cual, susurradora y esplendente,

con las luces del gas brillaba enfrente;

y al llegar, un gemido

lanzando prolongado y lastimero,

el tren en la estación entró seguido

cual si entrase un reptil a su agujero.

CANTO SEGUNDO: EL DÍA

I

Y continuando la infeliz historia,

que aún vaga como un sueño en mi memoria,

veo al fin, a la luz de la alborada,

que el rubio de oro de su pelo brilla

cual la paja de trigo calcinada

por agosto en los campos de Castilla.

Y con semblante cariñoso y serio,

y una expresión del todo religiosa,

como llevando a cabo algún misterio,

después de un «¡Ay, Dios mío!»

me dijo, señalando un cementerio:

«¡Los que duermen allí no tienen frío!»

II

El humo, en ondulante movimiento,

dividiéndose a un lado y a otro lado,

se tiende por el viento

cual la crin de un caballo desbocado.

ayer era otra fauna, hoy otra flora;

verdura y aridez, calor y frío;

andar tantos kilómetros por hora

causa al alma el mareo del vacío;

pues salvando el abismo, el llano, el monte.

con un ciego correr que al rayo excede,

en loco desvarío

sucede un horizonte a otro horizonte

y una estación a otra estación sucede.

III

Más ciego cada vez por su hermosura

de la mujer aquella,

al fin la hablé con la mayor ternura,

a pesar de mis muchos desengaños;

porque al viajar en tren con una bella

va, aunque un poco al azar y a la ventura,

muy deprisa el amor a los treinta años.

Y «¿Adónde vais ahora?»,

pregunté a la viajera.

«Marcho, olvidada por mi amor primero»,

me respondió sincera,

«a esperar el olvido un año entero.»

«Pero, ¿y después?», le pregunté, «señora?»

«Después», me contestó, «¡lo que Dios quiera!»

IV

Y porque así sus penas distraía,

las mías le conté con alegría

y un cuento amontoné sobre otro cuento,

mientras ella, abstrayéndose, veía

las gradaciones de color que hacía

la luz descomponiéndose en el viento.

Y haciendo yo castillos en el aire,

o, como dicen ellos, en España,

la referí, no sé si con donaire,

cuentos de Homero y de Maricastaña.

En mis cuadros risueños,

pintando mucho amor y mucha pena,

como el que tiene la cabeza llena

de heroínas francesas y de ensueños,

había cada llama

capaz de poner fuego al mundo entero;

y no faltaba nunca un caballero

que, por gustar solícito a su dama,

la sirviese, siendo héroe, de escudero.

Y ya de un nuevo amor en los umbrales,

cual si fuese el aliento nuestro idioma,

más bien que con la voz, con las señales,

esta verdad tan grande como un templo

la convertí en axioma:

que para dos que se aman tiernamente,

ella y yo, por ejemplo,

es cosa ya olvidada por sabida

que un árbol, una piedra y una fuente

pueden ser el edén de nuestra vida.

V

Como en amor es credo,

o artículo de fe que yo proclamo,

que en este mundo de pasión y olvido,

o se oye conjugar el verbo te amo,

o la vida mejor no importa un bledo;

aunque entonces, como hombre arrepentido,

al ver una mujer me daba miedo,

más bien desesperado que atrevido,

«Y ¿un nuevo amor», le pregunté amoroso,

«no os haría olvidar viejos amores?»

Mas ella, sin dar tregua a sus dolores,

contestó con acento cariñoso:

«La tierra está cansada de dar flores;

necesito algún año de reposo.»

VI

Marcha el tren tan seguido, tan seguido,

como aquel que patina por el hielo,

y en confusión extraña,

parecen, confundidos tierra y cielo,

monte la nube, y nube la montaña,

pues cruza de horizonte en horizonte

por la cumbre y el llano,

ya la cresta granítica de un monte,

ya la elástica turba del pantano;

ya entrando por el hueco

de algún túnel que horada las montañas,

a cada horrible grito

que lanzando va el tren, responde el eco,

y hace vibrar los muros de granito,

estremeciendo al mundo en sus entrañas;

y dejando aquí un pozo, allí una sierra,

nubes arriba, movimiento abajo,

en laberinto tal, cuesta trabajo

creer en la existencia de la tierra.

VII

Las cosas que miramos

se vuelven hacia atrás en el instante

que nosotros pasamos;

y, conforme va el tren hacia adelante,

parece que desandan lo que andamos;

y a sus puestos volviéndose, huyen y huyen

en raudo movimiento

los postes del telégrafo, clavados

en fila a los costados del camino,

y, como gota a gota, fluyen, fluyen,

uno, dos, tres y cuatro, veinte y ciento,

y formando confuso y ceniciento

el humo con luz un remolino,

no distinguen los ojos deslumbrados

si aquello es sueño, tromba o torbellino.

VIII

¡Oh mil veces bendita

la inmensa fuerza de la mente humana

que así el ramblizo como el monte allana,

y al mundo echando su nivel, lo mismo

los picos de las rocas decapita

que levanta la tierra,

formando un terraplén sobre un abismo

que llena con pedazos de una sierra!

¡Dignas son, vive dios, estas hazañas,

no conocidas antes,

del poderoso anhelo

de los grandes gigantes

que, en su ambición, para escalar el cielo

un tiempo amontonaron las montañas!

IX

Corría en tanto el tren con tal premura

que el monte abandonó por la ladera,

la colina dejó por la llanura,

y la llanura, en fin, por la ribera;

y al descender a un llano,

sitio infeliz de la estación postrera,

le dije con amor: «¿Sería en vano

que amaros pretendiera?

¿Sería como un niño que quisiera

alcanzar a la luna con la mano?»

Y contestó con lívido semblante:

«No sé lo que seré más adelante,

cuando ya soy vuestra mejor amiga.

Yo me llamo Constancia y soy constante;

¿qué más queréis», me preguntó, «que os diga?».

Y, bajando el andén, de angustia llena,

con prudencia fingió que distraía

su inconsolable pena

con la gente que entraba y que salía,

pues la estación del pueblo parecía

la loca dispersión de una colmena.

X

Y con dolor profundo,

mirándome a la faz, desencajada

cual mira a su doctor un moribundo,

siguió: «Yo os juro, cual mujer honrada,

que el hombre que me dio con tanto celo

un poco de valor contra el engaño,

o aquí me encontrará dentro de un año,

o allí…», me dijo, señalando el cielo.

Y enjugando después con el pañuelo

algo de espuma de color de rosa

que asomaba a sus labios amarillos,

el tren (cual la serpiente que, escamosa,

queriendo hacer que marcha, y no marchando,

ni marcha ni reposa)

mueve y remueve, ondeando y más ondeando,

de su cuerpo flexible los anillos;

y al tiempo en que ella y yo, la mano alzando,

volvimos, saludando, la cabeza,

la máquina un incendio vomitando,

grande en su horror y horrible en su belleza,

el tren llevó hacia sí pieza por pieza,

vibró con furia y lo arrastró silbando.

CANTO TERCERO: EL CREPÚSCULO

I

Cuando un año después, hora por hora,

hacia Francia volvía

echando alegre sobre el cuerpo mío

mi manta de alamares de Zamora,

porque a un tiempo sentía,

como el año anterior, día por día,

mucho amor, mucho viento y mucho frío,

al minuto final del año entero

a la cita acudí cual caballero

que va alumbrando por su buena estrella;

mas al llegar a la estación aquella

que no quiero nombrar, porque no quiero,

una tos de ataúd sonó a mi lado,

que salía del pecho de una anciana

con cara de dolor y negro traje.

Me vio, gimió, lloró, corrió a mi lado,

y echándome un papel por la ventana:

«Tomad», me dijo, «y continuad el viaje».

y cual si fuese una hechicera vana

que después de un conjuro, en la alta noche

quedase entre la sombra confundida,

la mujer, más que vieja, envejecida,

de mi presencia huyó con ligereza

cual niebla entre la luz desvanecida,

al punto en que, llegando con presteza

echó por la ventana de mi coche

esta carta tan llena de tristeza,

que he leído más veces en mi vida

que cabellos contiene mi cabeza.

II

«Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,

cuenta os dará de la memoria mía.

Aquel fantasma soy que, por gustaros,

juró estar viva a vuestro lado un día.

»Cuando lleve esta carta a vuestro oído

el eco de mi amor y mis dolores,

el cuerpo en que mi espíritu ha vivido

ya durmiendo estará bajo las flores.

»Por no dar fin a la ventura mía,

la escribo larga… casi interminable…

¡Mi agonía es la bárbara agonía

del que quiere evitar lo inevitable!

»Hundiéndose al morir sobre mi frente

el palacio ideal de mi quimera,

de todo mi pasado, solamente

esta pena que os doy borrar quisiera.

»Me rebelo a morir, pero es preciso…

¡El triste vive y el dichoso muere!…

¡Cuando quise morir, dios no lo quiso;

hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!

»¡Os amo, sí! Dejadme que habladora

me repita esta voz tan repetida;

que las cosas más íntimas ahora

se escapan de mis labios con mi vida.

»Hasta furiosa, a mí que ya no existo,

la idea de los celos me importuna;

¡juradme que esos ojos que me han visto

nunca el rostro verán de otra ninguna!

»Y si aquella mujer de aquella historia

vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,

aunque os ame, gemid en mi memoria;

¡yo os hubiera también amado tanto!…

»Mas tal vez allá arriba nos veremos,

después de esta existencia pasajera,

cuando los dos, como en le tren, lleguemos

de vuestra vida a la estación postrera.

»¡Ya me siento morir!… El cielo os guarde.

Cuidad, siempre que nazca o muera el día,

de mirar al lucero de la tarde,

esa estrella que siempre ha sido mía.

»Pues yo desde ella os estaré mirando;

y como el bien con la virtud se labra,

para verme mejor, yo haré, rezando,

que Dios de par en par el cielo os abra.

»¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante

que os cita, cuando os deja, para el cielo!

¡Si es verdad que me amásteis un instante,

llorad, porque eso sirve de consuelo!…

»¡Oh Padre de las almas pecadoras!

¡Conceded el perdón al alma mía!

¡Amé mucho, Señor, y muchas horas;

mas sufrí por más tiempo todavía!

»¡Adiós, adiós! Como hablo delirando,

no sé decir lo que deciros quiero.

Yo sólo sé de mí que estoy llorando,

que sufro, que os amaba y que me muero.»

III

Al ver de esta manera

trocado el curso de mi vida entera

en un sueño tan breve,

de pronto se quedó, de negro que era,

mi cabello más blanco que la nieve.

De dolor traspasado

por la más grande herida

que a un corazón jamás ha destrozado

en la inmensa batalla de la vida,

ahogado de tristeza,

a la anciana busqué desesperado;

mas fue esperanza vana,

pues, lo mismo que un ciego, deslumbrado,

ni pude ver la anciana,

ni respirar del aire la pureza,

por más que abrí cien veces la ventana

decidido a tirarme de cabeza.

Cuando, por fin, sintiéndome agobiado

de mi desdicha al peso

y encerrado en el coche maldecía

como si fuese en el infierno preso,

al año de venir, día por día,

con mi grande inquietud y poco seso,

sin alma y como inútil mercancía,

me volvió hasta Paris el tren expreso.

HUMORADA

Háblame más… y más…, que tus acentos

me saquen de este abismo;

el día en que no salga de mí mismo,

se me van a comer los pensamientos.

INSPIRACIÓN NOCTURNA

Por el éter resbala melancólica

la luna, y en mi frente se refleja;

a su brillo argentado se asemeja

el color de mi faz.

De la brisa nocturna el ala rápida

sutil bate mi rubia cabellera,

como las hojas de gentil palmera,

balancea fugaz.

Oscuridad, silencio, aspecto tétrico

muestra la noche tácita al ser mío,

sólo me afecta de un lejano río

el parlero rumor;

Que, llevado en las alas de aire trémulo,

se parece, en su plácido murmullo,

al compasado y pavoroso arrullo

del eterno sopor.

Cual volubles vapores, sombras fáciles

antepuestos al sol ocasionaran,

e invisibles, aéreos, se espaciaran

entre la claridad;

Así veo cruzar seres fantásticos

de la luna a los pálidos reflejos,

y vagando se pierden allá lejos

entre la oscuridad.

De vibrátil campana al son profético

exánime ha zumbado en mis oídos

y débiles temblaron mis sentidos

a su fúnebre son.

¡Y pocos mostrarán sus ojos húmedos

a ese sonido que en el viento espira

pues su divina voz no les inspira

Santa meditación!

Todos duermen, menos yo,

todo en el mundo reposa,

la campana enmudeció

el aura sobre la rosa

tranquila se adormeció.

Sordo el río susurrando

me acompaña solamente,

y con su murmullo blando

me hace acordar inocente

que el tiempo se va pasando.

Pero vano mi pensar

se pierde allá con su ruido

los dos iremos a dar

yo al seno del eterno olvido

y él al seno de la mar.

Pues, con sonoros despeños,

va rodando su cristal

por entre prados risueños,

cual la vida del mortal

que se desliza entre sueños.

Están plácidos olores

el viento aromatizando,

los condensados vapores

se posan, perlas formando,

en el cáliz de las flores.

El claro río que abruma,

con sus aguas transparentes,

la yerba que le perfuma,

la matiza con bullentes

globos de nevada espuma.

Y como ancho se dilata,

todo el estrellado coro

en su cristal se retrata…

parecen lágrimas de oro

embutidas sobre plata.

Mas ya la aurora cercana

asoma su frente hermosa

entre celajes de grana,

y traza sendas de rosa

del sol a la luz temprana.

Despiértase el aura leve

al brillar sus lumbres rojas,

y a su movimiento breve

tiemblan las húmedas hojas

del árbol que ondeante mueve.

La flor su botón rompió,

y al sol que nuevo amanece

y que la vivificó,

en holocausto le ofrece

las perlas que recogió.

Todo vuelve a florecer,

todo al ver el sol se aviva,

mas la noche ha de volver…

y en aquesta alternativa

todo camina al no ser.

LA OPINIÓN

¡Pobre Carolina mía,

nunca la podré olvidar!

Ved lo que el mundo decía

viendo el féretro pasar:

Un clérigo: ¡Empiece el canto!

El doctor: ¡Cesó de sufrir!

El padre: ¡Me ahoga el llanto!

La madre: ¡Quiero morir!

Un muchacho: ¡Qué adornada!

Un joven: ¡Era muy bella!

Una moza: ¡Desgraciada!

Una vieja: ¡Feliz ella!

¡Duerme en paz! -dicen los buenos-.

Un filósofo: ¡Uno menos!

Un poeta: ¡Un ángel más!

LA VIRTUD DEL EGOÍSMO

Si anoche no estuve, Flora,

a adorar tu talle hermoso,

es porque soy virtuoso

y me da sueño a deshora.

¡Pecadora!

Ya le contaré a tu madre

que, porque amo mi quietud

y salud,

dijiste hoy a mi compadre:

«¡Qué egoísta es la virtud!»

¿Cómo he de ir con fe no escasa

a ver tus ojos serenos,

si hay cien pasos por lo menos

desde mi casa a tu casa?

Y, ¿qué pasa

al hallarnos frente a frente?…

¿Qué?…tú mientes sin guarismo;

yo lo mismo.

El no ir, por consiguiente,

¿es virtud o egoísmo?

Verbi gratia, el otro día,

al verte de mi amor harta,

puse un bostezo de a cuarta

entre un «paloma» y un «mía» .

Es falsía

la de bostezar amando;

mas si hoy, con más pulcritud

y quietud,

no he ido a amar bostezando,

¿fue egoísmo o fue virtud?

Desde hoy no vuelvo a tu edén

a tomar, Flora, el sereno:

si es por egoísmo, bueno;

y si es por virtud también.

Sí, mi bien:

esto haré por mi salud,

aunque diga tu cinismo

que es lo mismo

la gloria de la virtud

que el triunfo del egoísmo.

LOS DOS MIEDOS

I

Al comenzar la noche de aquel día,

ella, lejos de mí,

«¿Por qué te acercas tanto? – me decía -,

¡Tengo miedo de ti!»

II

Y, después que la noche hubo pasado,

dijo, cerca de mí:

«¿Por qué te alejas tanto de mi lado?

¡Tengo miedo sin ti!»

LOS PROGRESOS DEL AMOR

Así un esposo le escribió a su esposa:

«O vienes o me voy. ¡Te amo de modo

que es imposible que yo viva, hermosa,

un mes lejos de ti!

¡Mi amor es tan profundo, tan profundo,

que te prefiero a todo, a todo!…»

Y ella exclamó: «¡No hay nada en este mundo

que él quiera como a mí!»

Mas pasan unos meses, y la escribe:

«¡Qué hermoso debe estar nuestro hijo amado!

¡Sólo él, él sólo en mis entrañas vive!

Piensa en él más que en ti,

su cuna se pondrá junto a mi cama.

No hay cielo para mí más que a su lado.»

Y ella prorrumpe: «¡Es que, el ingrato, ya ama

al hijo más que a mí!»

Después de algunos años le escribía:

«Espérame. Ya sabes lo que quiero:

mucho orden, mucha paz y economía.

¿Estás? Yo soy así.

Cierra el coche: me espanta el reumatismo;

avísale que voy al cocinero.»

Y ella pensó: «¡Se quiere ya a sí mismo

más que al hijo y a mí!»

MÁS CERCA DE MÍ TE SIENTO

¡Ay! ¡Ay!

Más cerca de mí te siento

cuando más huyo de ti,

pues tu imagen es en mí,

es en mí,

sombra de mi pensamiento,

sombra de mi pensamiento.

¡Ay! Vuélvemelo a decir,

vuélvemelo a decir

pues embelesado ayer

te escuchaba sin oír

y te miraba sin ver,

y te miraba sin ver. ¡Ay!

PARA TU BOCA

Para formar tan hermosa

esa boca angelical,

hubo competencia igual

entre el clavel y la rosa,

la púrpura y el coral.

Mintiendo sombras del bien,

en ella el mal se divisa,

por lo que juntos se ven

ya la apacible sonrisa,

ya el enojoso desdén.

Y en los senos abrasados

engendra con doble holganza,

o con tormentos doblados,

cada risa una esperanza,

cada desdén mil cuidados.

Cual las conchas orientales

en tu boca, y por vencerlas

muestra en riquezas iguales,

cuando desdeña, corales,

y cuando sonríe, perlas.

Y si con sombras de bien

tal vez el mal se divisa,

es porque en ella se ven

guardar la miel de su risa

las flechas de su desdén.

Si a mí su rigor alcanza,

al ver su hermosura, siente

el corazón doble holganza;

y aunque un desdén me atormente,

déme una risa esperanza.

¡Bien haya la dulce boca,

que sólo sus frescos labios

el aura pasando toca;

que haciendo el ámbar agravios,

su miel a gustar provoca!

¡Oh, bien haya cuando ufana

dando enojos a la rosa,

muestra su cerco de grana,

fresca como la mañana,

como el azahar olorosa!

Y si acaso dulcemente

suelta plácida congojas,

ya es el rumor del ambiente,

ya el susurro de las hojas,

ya el murmurar de la fuente.

Si alegres sones respira,

las aves del prado encanta;

y si a vencerlas aspira,

con las que gimen, suspira;

con las que gorjean, canta.

Tu miel, aroma y colores,

rinde en amante oblación,

flor, ante cuyos primores,

mustias é inútiles flores

las flores del valle son.

El néctar más regalado

deja que de amores loco

beba en tu labio abrasado;

para una abeja es sobrado

lo que para muchas poco.

¡Mas ah!, que vertiendo quejas,

me esquivas tu dulce miel;

en vano de una te alejas

si ves que miles de abejas

poblando van el vergel.

¡Ay de la rosa encarnada,

que en su seno de carmín

niega a una abeja la entrada!

Tantas la acosan al fin,

que queda sin miel, y ajada.

¡Ay de las cándidas flores,

si alzan su capullo tierno

del estío a los ardores!

¡Ay del panal si el invierno

lo hiela con sus rigores!

Dame los gustos sin tasa,

pues ves que el sol estival

las tiernas flores abrasa;

mira que amarga el panal

cuando de sazón se pasa.

Ríndete a mí placentera:

no te rinda con agravios

de abejas la turba fiera:

que herir esos dulces labios

herirme en el alma fuera.

De ese tesoro las llaves

dame, y sus dones ardientes

libaré en besos suaves,

sin que lo canten las aves,

ni lo murmuren las fuentes.

PORVENIR DE LAS ALMAS

Para A. R., en la muerte de su hija

Si de vuestra hija fue estrella

dar tan niña el alma a Dios,

¡ay, feliz mil veces vos!

¡dichosa mil veces ella!

Pues ya huella

las celestiales alturas,

no halle en vos nunca lugar

el pesar,

porque para almas tan puras

«morir es resucitar».

¿Para qué lloráis perdida

esa prenda de amor tierno,

si por un lugar «eterno»

dejó un lugar de «partida»?

Si es la vida

caos de dudas y penas,

¿quién la muerte, al que bien quiere,

no prefiere,

si el que vive, vive apenas,

«y resucita el que muere»?

Siempre, llena de consuelo,

viendo a un ser puro sin vida,

la multitud, de fe henchida,

prorrumpe:- ¡Ángeles al cielo!-

Ni ¿a qué duelo

es mostrar, cuando la carga

de la existencia maldita

Dios nos quita,

si tras de una vida amarga,

«muriendo se resucita»?

No dé a vuestra alma afligida

la más leve pesadumbre

esa negra incertidumbre

del «más allá» de la vida.

Si es mentida

la fe de ulterior solaz,

al menos, los que viviendo

van gimiendo,

en otro mundo de paz

«resucitarán muriendo».

Ya habita, aunque el desconsuelo

os haga implacable guerra,

un «triste» menos la tierra,

y un «dichoso» más el cielo.

De su vuelo

iréis vos, muriendo, en pos,

si a Dios dais en implorar

sin cesar,

pues para justos cual vos

«morir es resucitar».

QUIEN SUPIERAS ESCRIBIR…

«Escribidme una carta, señor cura.»

-Ya sé para quien es.

«¿Sabéis quién es, porque una noche oscura

nos visteis juntos?»

-Pues…

Perdonad; mas… . No extraño ese tropiezo.

La noche… la ocasión…

Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo:

Mi querido Ramón :

«¿Querido…? Pero, en fin, ya lo habéis puesto…»

-Si no queréis…

«¡Sí, sí!»

-¡Qué triste estoy! ¿No es eso?

«Por supuesto.»

¡Qué triste estoy sin ti!»

-Una congoja al empezar me viene …

«¿Cómo sabéis mi mal?…»

-Para un viejo, una niña siempre tiene

el pecho de cristal.

-¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.

¿Y contigo? Un edén.

«Haced la letra clara, señor cura;

que lo entienda eso bien.»

-El beso aquel que de marchar al punto

te di… «¿Cómo sabéis?…»

-Cuando se va y se viene y se está junto

siempre … no os afrentéis.

Y si volver tu afecto no procura,

tanto me harás sufrir…

«¿Sufrir y nada más? No, señor cura.

¡Que me voy a morir!»

-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo…?

«Pues sí, señor, ¡morir!»

-Yo no pongo morir. «¡Qué hombre de hielo!

¡Quién supiera escribir!

¡Señor rector, señor rector! En vano

me queréis complacer,

si no encarnan los signos de la mano

todo el ser de mi ser.

Escribidle, por Dios, que el alma mía

ya en mí no quiere estar;

que la pena no me ahoga cada día…

porque puedo llorar.

Que mis labios, las rosas de su aliento,

no se saben abrir;

que olvidan de la risa el movimiento,

a fuerza de sentir.

Que mis ojos, que él tiene por tan bellos,

cargados con mi afán,

como no tienen quién se mire en ellos,

cerrados siempre están.

Que es, de cuantos tormentos he sufrido,

la ausencia el más atroz;

que es un perpetuo sueño de mi oído

el eco de su voz…

Que siendo por su causa, el alma mía

¡goza tanto en sufrir…!

Dios mío, ¡cuántas cosas le diría

si supiera escribir!»

EPÍLOGO

-Pues, señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo:

A don Ramón … en fin,

que es inútil saber para esto arguyo

ni el griego ni el latín.

SONETO

De amor tentado un penitente un día

con nieve un busto de mujer formaba,

y el cuerpo al busto con furor juntaba,

templando el fuego que en su pecho ardía.

Cuanto más con el busto el cuerpo unía,

más la nieve con fuego se mezclaba,

y de aquel santo el corazón se helaba,

y el busto de mujer se deshacía.

En tus luchas ¡oh amor de quien reniego!

siempre se une el invierno y el estío,

y si uno ama sin fe, quiere otro ciego.

Así te pasa a ti, corazón mío,

que uniendo ella su nieve con tu fuego,

por matar de calor, mueres de frío.

VELAS DE AMOR

Velas de amor en golfos de ternura

vuela mi pobre corazón al viento

y encuentra, en lo que alcanza, su tormento,

y espera, en lo que no halla, su ventura,

viviendo en esta humana sepultura

engañar el pesar es mi contento,

y este cilicio atroz del pensamiento

no halla un linde entre el genio y la locura.

¡Ay!, en la vida ruin que al loco embarga,

y que al cuerdo infeliz de horror consterna,

dulce en el nombre, en realidad amarga,

sólo el dolor con el dolor alterna,

y si al contarla a días es muy larga,

midiéndola por horas es eterna.

Camoes, Luis de

Reseña biográfica

Poeta portugués nacido en Lisboa en 1524.

Estudió en la Escuela de Humanidades de Coimbra y frecuentó la corte de Juan III revelando en ella su genio poético. Debió exiliarse en 1546 debido a una aventura amorosa. En 1547 inició su carrera militar y en 1550 regresó a Lisboa, donde fue encarcelado por una reyerta callejera. Liberado tres años después, se embarcó para la India, sobrevivió a un naufragio y regresó a Lisboa en 1570.

El tema principal de su poesía es el conflicto entre el amor apasionado y sensual y el ideal neoplatónico del amor espiritual. “Los Lusíadas” es su principal obra poética. Es autor también de tres comedias: “Anfitrión”, “El rey Seleuco” en 1545 y “Filodemo” en 1555.

Falleció en 1580.

Al ver vuestra belleza, oh amor mío …

Al ver vuestra belleza, oh amor mío,

de mis ojos dulcísimo sustento,

tan elevado está mi pensamiento

que conozco ya el cielo en vuestro brío.

Y tanto de la tierra me desvío

que nada estimo en vuestro acatamiento,

y absorto al contemplar vuestro portento

enmudezco, mi bien, y desvarío.

Mirándonos, Señora, me confundo,

pues todo el que contempla vuestro hechizo

decir no puede vuestras gracias bellas.

Porque hermosura tanta en vos ve el mundo

que no le asombra el ver que quien os hizo

es el autor del cielo y las estrellas.

Versión de Alejandro Araoz Fraser

Cuanto quiso Fortuna que tuviera…

“Enquanto quis Fortuna…”

Cuanto quiso Fortuna que tuviera

la esperanza de algún contentamiento

el regusto de un suave pensamiento

hízome que sus frutos describiera.

Mas, recelando amor que descubriera

secretos que causaran detrimento,

la mente oscureciome con tormento

para que sus engaños no dijera,

Vosotros los que Amor mantiene afectos

a su voltario giro, cuando en breve

libro viéredeis cosas tan extremas,

sabed que son verdades, no defectos;

y que tan solo si el Amor os mueve

habreis la comprensión de mis poemas.

Versión de Carlos López Narváez

De cómo estoy me hallo tan incierto…

“Tanto de meu estado…”

De cómo estoy me hallo tan incierto

que en vivo ardor temblando estoy de frío;

sin causa alternamente lloro y río;

abarco el orbe pero nada advierto.

Es todo mi sentir un desconcierto;

un fuego el alma, la mirada un río;

de pronto espero, al punto desconfío;

ora divago, de repente acierto.

Estando en tierra al Cielo me levanto;

milenios son mis horas; ningún .día

he podido vivir sólo una hora.

¿Pregúntasme el por qué de este quebranto?

Responderlo no sé… Tal vez sería

sólo porque os miré, dulce Señora.

Versión de Carlos López Narváez

Donde las armas tuve más a mano…

“Tomou-me vossa vista…”

Donde las armas tuve más a mano

cautivo me tomó vuestra mirada:

que de buscar defensa a la emboscada

de vuestros ojos, el empeño es vano.

Para triunfo más pleno y soberano,

ver esperásteis mi razón armada;

inútil fue, pues cosa es demostrada:

contra el del Cielo no hay poder humano.

Pero, magüer os haya garantido

vuestro destino excelso esta victoria,

reparad que bien poco os ha servido:

Si en verdad Vos me hallasteis preparado,

Vos en vencerme a mí no lleváis gloria:

la llevo yo por ser de Vos vencido.

Versión de Carlos López Narváez

El deseo a pedir viene que os vea…

“Pede o desejo…”

El deseo a pedir viene que os vea.

No sabe lo que pide; está ofuscado.

Tanto mi amor, Señora, es afinado,

que no es dable saber lo que desea.

Cosa no hay por mínima que sea

que no quiera tener perenne estado;

al deseo no urge lo deseado,

para que nunca falle su tarea.

Mas, este puro afecto en mí no medra;

y como es ley para la ruda piedra

buscar su centro por naturaleza,

lo mismo el pensamiento por la humana

parte que de mí toma, se avillana

para incurrir, Señora, en tal flaqueza.

Versión de Carlos López Narváez

El vaso reluciente y cristalino…

El vaso reluciente y cristalino,

de ángeles agua clara y olorosa,

de blanca seda ornado y fresca rosa,

ligado con cabellos de oro fino,

bien claro parecía el don divino

labrado por la mano artificiosa

de aquella blanca ninfa, graciosa

más que el rubio lucero matutino.

raxado de los blancos miembros bellos,

y en el agua vuestra ánima pura.

Son las prisiones y la ligadura

con que mi libertad fue asida dellos

Versión de Rodrigo Noguera

Esta-se a primavera…

Se está la Primavera trasladando

a Vos, Señora, deleitosa, honesta,

y en vuestro porte a destellar se apresta,

nardos, lirios y rosas dibujando.

Así, vuestra prestancia matizando,

Natura cuanto puede manifiesta;

y el monte, el río, el prado, la floresta,

de Vos, Señora, estanse enamorando.

Si agora non queredes que el que os ama

recoger pueda el fruto de estas flores,

perderán toda gracia a vuestros ojos.

Lástima fuera, mi preciosa Dama,

que Amor sembrara en Vos tantos primores

si vuestra privación los vuelve abrojos.

Versión de Carlos López Narváez

Jacob

“Mais servira, se náo fóra

para tam largo amor tam curta a vida!”

Siete años de pastor Jacob servía

al padre de Raquel, serrana bella;

no pensaba en Labán, pensaba en ella,

ella era el premio que su afán quería.

Los días, esperando un solo día

pasaba, contentándose con vella;

pero Labán, con pérfida querella,

en lugar de Raquelle daba a Lía.

Al ver Jacob que sin razón le niega

Labán artero aquella prenda cara,

cual si no la tuviese merecida,

otros siete años a servir se entrega

diciendo: «¡Más sirviera, si bastara

a tan larga pasión tan corta vida!»

Versión de José Joaquín Casas

Mudan los tiempos y las voluntades…

“Mudan-se os tempas…”

Mudan los tiempos y las voluntades;

se muda el ser, se muda la confianza;

el mundo se compone de mudanza

tomando siempre nuevas calidades.

De continuo miramos novedades

diferentes en todo a la esperanza;

del mal queda la pena en la membranza;

y del bien, si hubo alguno, las saudades.

Torna el tiempo a cubrir con verde manto

el valle en que la nieve relucía:

igual en mí se torna lloro el canto.

Y, salvo este mudar de cada día,

mudanza, hay otra de mayor espanto:

que no se muda ya como solía.

Versión de Carlos López Narváez

Transforma-se o amador

Transfórmase el que ama en cosa amada

por obra y gracia de alta fantasía;

después el corazón ya nada ansía,

pues lleva en sí la parte deseada.

Si en ella está mi alma transformada,

también sosiega el cuerpo su porfía;

sólo en sí mismo descansar podría,

pues que a su vida el alma está ligada.

Pero esta radiante semidiosa,

que como el atributo en el sujeto

con mi alma se funde y se conforma,

viste mi pensamiento en luz radiosa,

y el vivo y puro amor de que es objeto,

cual la materia simple, busca forma.

Versión de Carlos López Narváez

CANCIÓN

Mote

Ojos heridos me habéis,

acabad ya de matarme;

mas, muerto, volvé a mirarme,

porque me resucitéis.

Voltas

Pues me distes tal herida

con gana de darme muerte,

el morir me es dulce suerte,

pues con morir me dais vida.

Ojos, ¿qué os detenéis?

Acabad ya de matarme;

mas, muerto, volvé a mirarme,

porque me resucitéis.

CANCIÓN II

Mote

Irme quiero, madre,

a aquella galera,

con el marinero

a ser marinera

Voltas

Madre, si me fuere,

do quiera que yo,

no lo quiero yo,

que el Amor lo quiere.

Aquel niño fiero

hace que me muera

por un marinero

a ser marinera.

Él, que todo lo puede,

madre, no podrá,

pues el alma va,

que el cuerpo se quede.

con él, por quien muero

voy, porque no muero

voy, porque no muera:

que si es marinero,

seré marinera.

Es tirana ley

del niño señor

que por un amor

se deseche un rey.

Pues desta manera

quiero irme, quiero,

por un marinero

a ser marinera.

Decid, ondas, ¿cuándo

vistes vos doncella,

siendo tierna y bella

andar navegando?

Mas ¿qué no se espera

daquel niño fiero?

Vea yo quien quiero:

sea marinera.

LOS LUSIADAS

Fragmento

Canto Primero.

Argumento del Canto Primero.

Navegación de los Portugueses por los mares Orientales: celebran los dioses un consejo: se opone Baco á la navegacion: Vénus y Marte favorecen á los navegantes: llegan á Mozambique, cuyo gobernador intenta destruirlos: encuentro y primera función de guerra de los Portugueses contra los gentiles: levan anclas, y pasando por Quiloa, surgen en Mombaza.

I

Las armas y varones distinguidos,

Que de Occidente y playa Lusitana

Por mares hasta allí desconocidos,

Pasaron más allá de Taprobana;

Y en peligros y guerra, más sufridos

De lo que prometia fuerza humana,

Entre remota gente, edificaron

Nuevo reino, que tanto sublimaron:

II

Y también los renombres muy gloriosos

De los Reyes, que fueron dilatando

El Imperio y la Fé, pueblos odiosos

Del África y del Asia devastando;

Y aquellos que por hechos valerosos

Más allá de la muerte ván pasando;

Si el ingenio y el arte me asistieren,

Esparciré por cuantos mundos fueren.

III

Callen del sabio Griego, y del Troyano,

Los grandes viajes, conque el mar corrieron;

No diga de Alejandro y de Trajano

La fama las victorias que obtuvieron;

Y, pues yo canto el pecho Lusitano,

A quien Neptuno y Marte obedecieron,

Ceda cuanto la Musa antigua canta,

A valor que más alto se levanta.

IV

Vosotras, mis Tajides, que creado

En mí habéis un ingenio, nuevo, ardiente;

Si siempre, en verso humilde, celebrado

Fue por mí vuestro rio alegremente.,

Dádme ahora un son noble y levantado,

Un estilo grandílocuo y fluyente,

Con que de vuestras aguas diga Apolo,

Que no envidian corrientes del Pactolo.

V

Dádme una furia grande y sonorosa,

Y no de agreste avena ó flauta ruda:

Más de trompa canora y belicosa,

Que arde el pecho, y color al rostro muda:

Canto digno me dad de la famosa

Gente vuestra, á quien Marte tanto ayuda:

Que se estienda por todo el universo,

Si tan sublime asunto cabe en verso.

VI

Y vos, ¡oh bien fundada aseguranza,

De la Luseña libertad antigua,

Y no menos ciertísima esperanza

De la estension de cristiandad exigua!

Vos, miedo nuevo de la Máura lanza,

En quien hoy maravilla se atestigua,

Dada al mundo por Dios, Rey sin segundo,

Para que á Dios gran parte deis del mundo:

VII

Vos, tierno y nuevo ramo floreciente

De una planta, de Cristo más amada

Que otra alguna nacida en Occidente,

Cesárea, ó Cristianísima llamada:

Mirad el vuestro escudo, que presente

Os muestra la victoria ya pasada,

En el que os dió, de emblemas por acopio,

Los que en la Cruz tomó para sí propio:

VIII

Vos, poderoso Rey, cuyo alto imperio

El primero ve al sol en cuanto nace,

Y en el medio despues del hemisferio,

Y el último, al morir, saludo le hace:

Vos, que yugo impondreis y vituperio

Al ginete Ismaelita y duro Trace,

Y al turco de Asia y bárbaro gentío,

Que el agua bebe aún del sacro rio:

IX

Breve inclinad la majestad severa

Que en ese tierno aspecto en vos contemplo,

Que luce ya, como en la edad entera,

Cuando subiendo ireis al árduo templo;

Y ora la faz, con vista placentera,

Poned en nos: vereis un nuevo ejemplo

De amor de patrios hechos valerosos,

Sublimados en versos numerosos.

X

Amor vereis de patria, no movido,

De vil premio, mas de alto casi eterno;

Que no es un premio vil ser conocido

Por voz que suba del mi hogar paterno.

Oid; vereis el nombre engrandecido

Por los de quienes sois señor superno,

Y juzgareis lo que es más escelente,

Si ser del mundo Rey, ó de tal gente.

XI

Oíd, que no á los vuestros con hazañas

Fantásticas, fingidas, mentirosas,

Vereis loar, cual hacen las estrañas

Musas, de engrandecerse deseosas:

Las nuestras, no fingidas, son tamañas,

Que á las soñadas vencen fabulosas,

Y con Rugiero á Rodamonte infando

Y, aun siendo verdadero, hasta á Rolando.

XII

Os daré en su lugar un Nuño fiero,

Que hizo al reino y al Rey alto servicio:

Un Égas y un Don Fúas; que de Homero,

Para ellos solos el cantar codicio;

Y por los doce Pares daros quiero,

Los doce de Inglaterra y su Magricio;

Y os doy, en fin, á aquel insigne Gama,

Que de Eneas también vence la fama.

XIII

Y si del Franco Cárlos en balanza,

O de César queréis igual memoria,

Ved al primer Alfonso, cuya lanza

Oscurece cualquiera estraña gloria:

Y á aquel que al nuevo reino aseguranza

Dejó, con grande y próspera victoria,

Y á otro Juan, siempre invicto caballero,

Y al quinto Alfonso, al cuarto y al tercero.

XIV

Ni dejarán mis versos olvidados

A aquellos que en los reinos de la Aurora,

Alzaron, con sus hechos esforzados,

Vuestra bandera, siempre vencedora:

A un Pacheco glorioso, á los osados

Almeidas, por quien siempre Tajo llora:

Al terrible Alburquerque y Castro fuerte,

Y otros, con quien poder no halla la muerte.

XV

Y hora (que en estos versos os confieso.

Sublime Rey, que no me atrevo á tanto)

Tomad las riendas del imperio vueso

Y dad materia á nuevo y mayor canto:

Y empiecen á sentir el duro peso

(Que por el mundo todo cause espanto)

De ejércitos y hazañas singulares,

De Africa tierras y de Oriente mares.

XVI

El Máuro en vos los ojos pone frio,

Viendo allí su suplicio decretado:

Por vos solo el gentil bárbaro impío

Al yugo muestra el cuello ya inclinado:

Tétis todo el cerúleo poderío

Para vos tiene, en dote, preparado:

Que, aficionada al rostro bello y tierno,

Adquiriros desea para yerno.

XVII

Míranse en vos, de la eternal morada,

De los avos las dos almas famosas,

Una en la paz angélica dorada,

Otra en las duras lides sanguinosas;

En vos hallar esperan renovada

Su memoria y sus obras valerosas;

Y allá os muestran lugar, como acá ejemplo,

Que abre al mortal de eternidad el templo.

XVIII

Mas mientras ese tiempo se dilata

De gobernar los pueblos, que os desean

Dad á mi atrevimiento ayuda grata,

Para que estos mis versos vuestros sean:

Y mirad ir cortando el mar de plata

A vuestros argonautas, porque vean

Que son vistos de vos en mar airado;

Y á ser, acostumbraos, invocado.

XIX

Ya por el ancho Oceáno navegaban,

Las inconstantes ondas dividiendo:

Los vientos blandamente respiraban,

De las náos la hueca lona hinchendo:

Blanca espuma los mares levantaban,

Que las tajantes proras van rompiendo

Por la vasta marina, donde cuenta

Proteo su manada turbulenta;

XX

Cuando los Dioses del Olimpo hermoso,

Dó está el gobierno de la humana gente,

Van á verse en consejo majestoso

Sobre futuras cosas del Oriente:

Del cielo hollando el éter luminoso,

Van, por la Láctea vía juntamente,

Convocados de parte del Tonante,

Por el nieto gentil del viejo Atlante.

XXI

Dejan de siete cielos regimiento,

Que por poder más alto les fué dado;

Poder que, con el solo pensamiento,

Cielo y tierra gobierna, y mar airado:

Allí juntos se ven en un momento,

Los que habitan Arturo congelado,

Los que tienen el Austro y partes donde

La aurora nace, el rojo sol se esconde.

XXII

Estaba el padre allí sublime y dino

Que vibra el fiero rayo de Vulcano,

En asiento de estrellas cristalino,

Con semblante severo y soberano:

Exhalaba del rostro aire divino,

Que en divino tornára un cuerpo humano,

Con corona y el cetro rutilante,

De otra piedra más clara que el diamante.

XXIII

Más abajo, en asientos tachonados,

De perlas y oro lúcidos, estaban

Todos los otros dioses asentados,

Según saber y juicio demandaban.

Los antiguos preceden honorados:

Los menores tras ellos se ordenaban;

Y aquí Júpiter alto, de este modo

Dijo, y llenó su voz el cielo todo:

XXIV

«Eternos moradores del luciente

Estrellífero polo y claro asiento,

Si del esfuerzo grande de la gente

Lusa no habéis quitado el pensamiento,

Recordareis que existe permanente,

De los hados escrito anunciamiento;

Por el que han de olvidarse los humanos

De Asirios, Persas, Griegos y Romanos.

XXV

«Ya les fué, bien lo visteis, concedido,

Que un poder, de recursos poco lleno,

Tomase Máuro fuerte y guarnecido

Todo el suelo que riega el Tajo ameno:

Y luego le asistió, contra el temido

Castellano, favor alto y sereno:

Así que siempre, en fin, con fama y gloria,

Victoria consiguió tras de victoria. (…)

¿QUÉ VERÉ QUE ME CONTENTE?

Desque una vez yo miré,

señora, vuestra beldad,

jamás por mi voluntad

los ojos de vos quité.

Pues sin vos placer no siente

mi vida, ni lo desea,

si no queréis que yo os vea,

¿Qué veré que me contente?

VERSO AJENO

Vos tenés mi corazón.

GLOSA

Mi corazón me han robado,

y Amor, viendo mis enojos,

me dijo: -Fuete llevado

por los más hermosos ojos

que desque vivo he mirado.

Gracias sobrenaturales

te lo tienen en prisión.

Y si maor tiene razón,

señora, por las señales,

vos tenéis mi corazón.

MOTE

Ojos, herido me habéis,

acabad ya de matarme;

mas, muerto, volvé a mirarme,

porque me resucitéis.

VOS TENÉIS MI CORAZÓN

Mi corazón me han robado;

y Amor viendo mis enojos,

me dijo: “Fuete llevado

por los más hermosos ojos

que desque vivo he mirado.

Gracias sobrenaturales

te lo tienen en prisión”.

Y si Amor tiene razón,

señora, por las señales,

vos tenéis mi corazón.

Camarillo, María Enriqueta

Maria Enriqueta Camarillo (México, 1872 – 1968)

A UNA SOMBRA

Sólo te vi un instante…

Ibas como los pájaros:

sin detener el vuelo,

sin mirar hacia abajo…

Cuando quise apresarte

en la red de mis manos,

sólo llevaba el viento

un perfume de nardo,

y ya lejos, dos alas,

borrábanse en ocaso…

¡Oh, visión que brillaste

como fugaz relámpago!

¡Oh, visión peregrina

que, cual ave de paso,

cruzaste por el cielo

de mis soñares vagos!

Tras ti, cual mariposas,

mis anhelos volaron,

y aun no tornan del viaje

que soy fiel y te amo.

Te amo con locura

porque en tu vuelo rápido,

no viste que se alzaban

hacia ti mis dos manos…

Porque ante mí pasaste

como sueño fantástico,

porque ya te extinguiste

como los fuegos fatuos.

¡Oh, aparición divina,

bella porque has volado!

¡No retornes del viaje!

Yo, con pasión te amo,

porque fuiste en el cielo

de mis soñares vagos,

solamente dos alas

y un perfume de nardo…

AL MAR

Mientras tu canto resuena,

yo pienso en la patria mía…

Por sólo enterrar mi pena

en tus orillas de arena,

vine de mi serranía.

Vine por dejar mis males

en tus hondos arenales…

Mas, a tu abierto horizonte,

prefiero mi oscuro monte,

y a tus algas, mis rosales…

No cambio mis negras frondas

por tus aguas de colores;

mas vine a oír sus rumores,

porque dicen que tus ondas

curan los males de amores…

ASÍ DIJO EL AGUA

En tanto que caía mansamente, .

díjome el chorro en el pilón derruido:

«Del jardín de tu dueño aquí he venido;

hoy canté mis canciones en su fuente.

El rumor celestial de mi corriente

cosas tan dulces murmuró en su oído,

que el dueño de tu amor, agradecido,

ha puesto en mí sus labios reverente…»

Dijo así en el pilón. El sol ardía,

eran de fuego sus fulgores rojos…

Y yo que en fiera sed me consumía,

al tazón me incliné y bebí, de hinojos,

ese beso que él puso en la onda fría,

y que nunca pondrá sobre mis ojos…

EL VENDEDOR DE MANZANAS

¡Manzanas llevo, dulces manzanas!

¡Manzanas llevo para vender!

¡Manzanas dulces de aroma grato,

manzanas dulces como la miel!

Tienen mejillas color de rosa,

su pulpa es blanca como el jazmín,

y son tan lindas y son tan buenas,

que el que las pruebe será feliz.

Hijas del campo, fueron mecidas

por vientos suaves de la estación;

tuvieron cuna en la verde rama,

después que el árbol estuvo en flor.

¡Dulces manzanas, ricas manzanas

llevo, señores, para vender!

Sabrosas, lindas, de aroma grato,

¡manzanas dulces como la miel!

RENUNCIACIÓN

Sacó la red el pescador, henchida,

y en tanto que, feliz, del mar se aleja,

en voz más dulce que la miel de abeja

el Señor a seguirle le convida.

-Quien por buscarme, su heredad olvida,

será en mi hatillo preferida oveja-,

dice, y el pescador las redes deja

y vase tras Jesús con alma y vida.

Yo que ni redes ni heredades tengo,

que no sé de riquezas ni de honores,

que ignoro los orgullos de abolengo,

yo dejo, por seguirte, mis amores…

Eran mi bien, Señor… A ti ya vengo

más pobre que los fieles pescadores…

VANA INVITACIÓN

-Hallarás en el bosque mansa fuente

que al apagar tu sed, copie tu frente.

Dijo, y le respondí: -No tengo antojos

de ver más fuente que tus dulces ojos;

sacian ellos mi sed; son un espejo

donde recojo luz y el alma dejo…

-Escucharás, entonces, los latidos

del gran bosque en los troncos retorcidos;

o el rumor de la brisa vagorosa

que huye y vuela cual tarda mariposa…

-Bástame oír tu voz; tiene su acento

gritos de mar y susurrar de viento.

-Hay allí flores, como el sol, doradas,

y otras níveas cual puras alboradas.

-En tu mejilla rosa está el poniente,

y la blanca alborada está en tu frente.

-Hay allí noches profundas y tranquilas…

-Esas noches están en tus pupilas.

-Hay sombra en la maleza enmarañada…

-Hay sombra en tu cabeza alborotada…

-Lo que se siente ¡allí, no lo has sentido.

-A tu lado el amor he presentido.

-¡Ven! Ese bosque misterioso y quieto

va a decirte al oído su secreto…

-¡Es en vano el afán con que me llamas!

¡Si tú ya me dijiste que me amas!…

-Hay un árbol inmenso, majestuoso,

de altísimo follaje rumoroso;

en él, como serpiente, está enredada

una gigante yedra enamorada…

-Tú eres ese árbol majestuoso y fuerte:

¡deja que en ti me apoye hasta la muerte!

Cadenas, Rafael

Reseña biográfica

Poeta, traductor y catedrático venezolano nacido en Barquisimeto, Lara, en el año de 1930.

Desde muy joven se inclinó por la literatura y acogió tempranamente el riesgo político. Por su militancia comunista se exilió en Trinidad y sólo regresó a Caracas en 1957.

Trabajó como profesor de literatura inglesa y española. Ha viajado además por diferentes países de América y Europa y ha traducido a Lawrence, Nijinski, Whitman, Cavafy y otros.

Dueño de un lenguaje mágico y depurado, su obra lo sitúa como uno de los grandes exponentes de la poesía modernista hispanoamericana.

De sus libros de poesía y ensayo merecen destacarse, “Los cuadernos del destierro” en 1960, “Falsas maniobras” en 1966, “Memorial” en 1977, “Intemperie” en 1977, “Anotaciones” en 1983, “Amante” en 1983, “Dichos” en 1992, “Gestiones” en 1992 y “Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística” en 1995.

Recibió la beca Guggenheim en 1986 y el doctorado Honoris Causa de la Universidad Central de Venezuela.

Su obra ha sido galardonada con premios importantes entre los que se cuentan el Premio Nacional de Ensayo en 1984, el Premio Nacional de Literatura en 1985, y el Premio San Juan de la Cruz en 1991.

De “Una Isla” 1958:

1. Coney Island

Rosa de claras risas

que golpea siempre

un mismo jirón de luz

y a un blanco río

de trópico que duerme

va girando,

girando

en la noche

amante.

* * *

2. Escribiste: “Estos muros se hacen transparentes cuando te siento.

Mañana traigo los libros.

Te besa”.

Mi libertad había nacido tras aquellas paredes. El calabozo núm. 3

se extendía como un amanecer. Su día era vasto.

El pobre carcelero se creía libre porque cerraba la reja, pero

a través de ti yo era innumerable.

* * *

3. Vengo de un reino extraño,

vengo de una isla iluminada,

vengo de los ojos de una mujer.

Desciendo por el día pesadamente.

Música perdida me acompaña.

Una pupila cargadora de frutas

se adentra en lo que ve.

Mi fortaleza,

mi última línea,

mi frontera con el vacío

ha caído hoy.

* * *

4. Sola,

insegura,

apremiante

palabra,

casa sin atavío.

Para ella desearía

la fuerza

de los árboles.

* * *

5. Te extiendes, camino de arena, más suave que la memoria de un ciego.

Salimos a recorrer la ciudad.

Tú te tiendes sobre una tibia hojarasca,

Más tarde me encuentras, tocas mi hombro y te vuelves noche.

* * *

6. Tú que caminas esta noche en la soledad de la calle, vas llena de besos que no has dado.

Del amor ignoras la escritura prodigiosa.

Aunque no me conoces, en mi cuerpo tiembla el mismo mar que en tus venas danza.

Recibe mis ojos milenarios, mi cuerpo repetido, el susurro de mi arena.

* * *

7. Una urbe áspera sella mi boca.

Yo viajo a los espacios transparentes.

Conmigo está tu chal de lana, el viejo fonógrafo que cuidabas tanto,

tus zarcillos con que ibas al mercado, tu pulsera de oro, la vajilla humilde.

El perro que nos despertaba pasa su hocico por mi lecho.

No es magia, sencillamente nada he olvidado a no ser que existo sin ti.

* * *

8. You

Tú apareces,

tú te desnudas,

tú entras en la luz,

tú despiertas los colores,

tú coronas las aguas,

tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor,

tú rematas la más cegadora de las orillas,

tú predices si el mundo seguirá o va a caer,

tú conjuras la tierra para que acompase su ritmo a tu lentitud de lava,

tú reinas en el centro de esta conflagración

y del primero

al séptimo día

tu cuerpo es un arrogante

palacio

donde vive

el

temblor.

De “Los cuadernos del destierro” 1960

1. Yo visité la tierra de luz blanda.

Anduve entre melones y hierbas marinas, comí frutas traídas por sacerdotisas adolescentes, palpé árboles de savia roja como ladrillo que moraban junto a la tumba de un príncipe, vi

viejos catafalcos de gobernadores guardados por lentas palmas. Por los contornos había raíces en forma de tazones donde los monos mitigaban la sed.

Pasé un día cerca del lugar donde duermen los ahorcados.

Era la época en que los brujos habían partido a los campos de arroz destruyendo todos los talismanes.

En las calles vistosas doncellas oscuras danzaban.

Entonces los capitanes bajaban de los ojos para explorar la ciudad.

De este viaje más allá de los presuntos límites sólo conservo alguna que otra estrella de mar, varios retratos -ella y yo- y un peregrino cofre que encontré en el barco durante la travesía.

De aquel idioma y de mis pasos por la tierra dicha no existe imagen que esté hoy extinguida. Los veleros tocan a las puertas del aire donde persisto. La luz me trae delfines muertos. Tu

olor reconquista el estremecimiento.

* * *

2. H e entrado a región delgada.

Todo lo que canta se reúne a mis pies como banderas que el tiempo inclina.

Aquí el mundo es una estación amanecida sobre corales.

Ésta es la morada donde se depositan los signos de las aguas, el légamo de los navíos,

los mendrugos cargados de relámpagos.

Éste es el huerto de las especias clamorosas, la temporada de arcilla que el océano erige.

Ésta es la fruta de un piélago muerto, la columna desesperada del hambre.

Ésta es la salobre campana de verdor que el fuego crucifica, la tierra donde una tribu oscura

embalsama un clavel.

Ésta es la tinta trémula del día, la rosa al rojo vivo inscrita en los anales de la selva.

* * *

3. Pero el tiempo me había empobrecido.

Mi único caudal eran los botines arrancados al miedo.

De tanto dormir con la muerte sentía mi eternidad. De noche deliraba en las rodillas de la belleza. Presa de tenaces anillos, a pesar de mi parsimonioso continente de animal invicto

me guardaba de la transitoriedad ínsita a mis actos.

Magnificencia de la ignorancia. Brujos solemnes habían auscultado mi cuerpo sin poder arribar a un dictamen. Sólo yo conocía mi mal. Era -caso no infrecuente en los anales de los falsos desarrollos- la duda.

Yo nunca supe si fui escogido para trasladar revelaciones.

Nunca estuve seguro de mi cuerpo.

Nunca pude precisar si tenía una historia.

Yo ignoraba todo lo concerniente a mí ya mis ancestros.

Nunca creí que mis ojos, orejas, boca, nariz, piel, movimientos, gustos, dilecciones, aversiones me pertenecían enteramente.

Yo apenas sospechaba que había tierra, luz, agua, aire, que vivía y que estaba obligado a llevar mi cuerpo de un lado a otro, alimentándolo, limpiándolo, cuidándolo para que luciera

presentable en el animado concierto de la honorabilidad ciudadana.

Mi mal era irrescatable.

Me sentía solo. Necesitaba a mi lado una mujer silenciosa, paciente y dúctil que me rodease con una voz.

Yo era un rey de infranqueable designio, de voluntad educada para la recepción del acatamiento, de pretensiones que hacían sonreír a los duendes.

Un rey niño.

Cuando advino, inopinadamente, una era de pobreza, perdí mi serenidad.

Mis pasiones absolutas -entre ellas el amor, que para mí era totalidad- fueron barridas.

En suma, yo era una pregunta condenada a no calzar el signo de interrogación. O un navío que se transformaba en fosforescente penacho de dragón. O una nube que se demudaba

conforme al movimiento.

Habitaba un lugar indeciso.

Mi historia era un largo recuento de inauditas torpezas, de infértiles averiguaciones,

de fabulosas fábricas.

Un dios cobarde usurpaba mis aras.

Él había degollado el amor frente a una reluciente laguna, en

un bosque de caobos. Huía mugiendo sábanas ensangrentadas. Escapaba del recinto feliz. Las nubes eran símbolos zoológicos de mi destierro.

El amor me conducía con inocencia hacia la destrucción.

El odio, como a mis mayores, me fortalecía.

Pero yo era generoso y sabía reír.

Como no soportaba la claridad, dispuse entre anaranjados estertores de sol mi regreso hacia el final. Las aguas me condujeron como el sensitivo lleva la pesadilla. Volví insomne al lugar de la ficción.

* * *

4. Sól0 tú misma en el acto. Extendida, carnosa, húmeda.

Un temblor sin lapso. Sin equívoco. Torbellino en torno de la flor de blando terciopelo, acorazonada, que nace del clima de tus piernas como un grito nocturno. Flor que se liba.

Sombra de flor. En la sinfonía ciega de las corrientes lozana forma de mis manos sin ojos. Cuerno remoto de los rendimientos.

Llego navegando ondulaciones desesperadas. Soy dichoso.

¿Cuál es el color de esta fruición desencadenada, cómo llamarla, qué dios nos ha entregado esta conjunción? Me iré, Venus, me iré, pero antes quiero apurar la copa. Ahogar los límites mollares, sofocar los cerrojos albeantes, vencer la sombra leda de la desnudez, sacrificar el sonrojo numerado.

No me marcharé hasta que esta vegetal confusión de ondas no se haya cumplido. En tanto mi animal lamedor no esté sosegado.

Amo los blandos linderos de inefable tinte, ondulantes en la selva enana y espléndidamente libre que sobresale de tu cuerpo como mil vocecillas frutales, el letífico aroma, el muelle

calor, el ansioso tremar. Toda tú adunada por mareas geométricas a mi piel. Toda presión, jadeo, huida, retorno, blancor, demencia. Nadadora. Extensión que amamanta mi vicio. Sombra del láudano bajo mi pesado tiempo.

No partiré sin llevar una hora feliz en la corola, giradora, vencida y celante de los ojos que como al sol te reciben.

De “Falsas maniobras” 1966

1. Beloved country

Cuánto tuyo no se desenvuelve como música perdida en mí.

País al que regreso cada vez que me he empobrecido.

Sello, fasto, bóveda de los cofres.

Nunca me has negado tu leche de virgen.

Mi reflujo, mi fuente secreta, mi anverso real.

Ignoro el alcance de tu olor, pero sé que has estado

en todos mis puntos de partida, envolviéndome,

Oriente solícito, como una ceremonia.

País donde van las líneas de mi mano, lugar donde soy otro,

mi anillo de bodas, estás cerca del centro.

* * *

2. Desolado

De tanto imaginarte, sonreírte, esperarte, me canso. Te veo y pregunto ¿eres tú?

Respiro tu llegada; ya sin creer.

No me pidas explicaciones.

No me quites la idea que tengo, tan vaga.

No me pruebes, por favor, en terreno firme (me harías a un lado).

Algunas veces de ti no queda nada, una pequeña lámina.

Si llegas, te aproximas, te parece bien, sencillamente será otra cosa, otra cosa, cosa de delirio.

Tendrás magnitud y calor.

Eres el otro lado del botín.

¿Comprendes?

* * *

3. Rutina

Me fustigo.

Me abro la carne.

Me exhibo sobre un escenario.

Allí no ofrezco el número decisivo.

Devorarme ¡mi gran milicia!, pero soy también un armador tenaz.

Sé reunirme pacientemente, usando rudos métodos de ensamblaje.

Conozco mil fórmulas de reparación. Reajustes, atornillamientos, tirones, las manejo todas.

A golpes junto las piezas.

Siempre regreso a mi tamaño natural.

Me deshago, me suprimo, displicente, me borro de un plumazo y vuelvo a montar,

montar al carafresca.

(No se trata de rearmar un monstruo, eso es fácil, sino de devolverle a alguien

las proporciones.)

Planto mi casa en medio de la locuacidad.

Me reconstruyo con un plano inefable.

Calma. Ya está. Entro a la horma.

De “Intemperie” 1977

1. ¿Cómo pudo

volverse tribunal

de su vida

(no es sino la sala

donde se reúne

a rumiar fallos)

el

que menos juzga,

el

que existe desde su cuerpo,

el

menos concluyente

de los nacidos?

* * *

2. Puesto que estás aquí,

tienes que

Aquí se camina

sin preguntar.

Tienes que

No precisemos.

Haz como que entiendes.

Ya sabes:

sin interrogar.

(Todas las preguntas caen

a los pies de tienes que.)

¿Angustia?

Nada de eso,

quédate tranquilo

en tu silla, contando las horas.

* * *

3. Vida

arrásame,

barre todo,

que sólo quede

la cáscara vacía, para no llenarla más,

limpia, limpia sin escrúpulo

y cuanto sostuviste deja caer

sin guardar más.

De “Memorial” 1977

1. Mal

Detenido, no sé dónde, mas es un hecho que estoy, detenido.

Llevo años en el mismo lugar, al fondo. ¿Vivo? Funciono, y ya es mucho.

* * *

2. Angst

No es nada, nada

algo sin trascendencia,

nada.

Una dificultad leve

en la respiración.

Problema de angostura

parece.

¿Acaso no sabías

que la puerta es estrecha?

* * *

3. As if

Es como si amáramos. Es como si sintiésemos. Es como si viviéramos.

Esto fatiga. Hasta se ansía un error. Puede que al equivocarse,

los actores rocen la verdad.

* * *

4. Deseo

Asciende por mi cuerpo como otra sangre

más cálida

que en mi boca se muda,

se vuelve la que no es

y se extingue

como un rumor más de la noche.

Río

que repite nombres.

* * *

5. Despilfarro

Es recio haber gastado días, meses, años en defenderse sin saber de quién.

Recio no poder ver el rostro del que asedia.

Recio ignorar lo que nos devasta.

* * *

6. El argumento

Por la mañana

leemos anestesiados

las noticias

de la guerra (cualquier guerra),

un titular

bien merece algunos combates;

cada bando

desea demostrar que Dios

está de su parte

con el argumento definitivo;

nuestros ojos recorren

las páginas

-buscamos más confirmaciones

de nuestra derrota

y el periódico trae lo que esperamos encontrar.

* * *

7. Sé

que si no llego a ser nadie

habré perdido mi vida.

De “Amante” 1983

1. Eludías

el encuentro

con el tú

magnífico,

el que te toma

y te anula como tempestad

y de ti arranca al que busca.

* * *

2. Cómo pudiste vivir

de la idea

que la ocultaba,

con un sabor

que no era el de ella,

huyendo

de su aparecer

que era también el tuyo?

* * *

3. Llegas

no a modo de visitación

ni a modo de promesa

ni a modo de fábula

sino

como firme corporeidad, como ardimiento, como inmediatez.

* * *

4. Llevas el amante

al lugar

del acontecer

-el lugar del asentimiento.

* * *

5. Él abre los ojos,

siente,

se abandona.

Sabe ya que nada, nada

le pertenece,

salvo su dependencia,

y acata

el extraño señorío.

* * *

6. Se creyó dueño

y ella lo obligó a la más honda encuesta,

a preguntarse qué era en realidad suyo.

Después lo tomó en sus manos

y fue formando su rostro

con el mismo material del extravío, sin desechar nada,

y lo devolvió a los brazos del origen

como a quien se amó sin decírselo.

* * *

7. Misión

del amante:

arder

fuera del camino.

* * *

8. Enséñame,

rehazme

a fondo,

avívame

como quien enciende un fuego.

* * *

9. Destruye

la retórica del amante

y hazlo venir a pie, desnudo, sin arrimo,

a tu recio descampado.

Que pruebe a sostenerse ahí,

que sienta tu frío,

que vele.

De “Gestiones” 1992

1. Lo que miras a tu alrededor

no son flores, pájaros, nubes,

sino

existencia.

No, son flores, pájaros, nubes.

* * *

2. ¿ Quién es ese que dice yo

usándote

y después te deja solo?

No eres tú,

tú en el fondo no dices nada.

Él es sólo alguien

que te ha quitado la silla,

un advenedizo

que no te deja ver,

un espectro

que dobla tu voz.

Míralo

cada vez que asome el rostro.

* * *

3. Matrimonio

Todo, habitual,

sin magia,

sin los aderezos que usa la retórica,

sin esos atavíos con que se suele recargar el misterio.

Líneas puras, sin más, de cuadro clásico.

Un transcurrir lleno de antigüedad,

de médula cotidiana,

de cumplimiento.

Como de gente que abre a la hora de siempre.

* * *

4. Tú

dependes

pero

¿lo sabes

a fondo,

con tu cuerpo,

lo puedes vocear,

se ha vuelto carne fascinada?

* * *

5. Quién es ese que dice yo

usándote

y después te deja solo?

No eres tú,

tú en el fondo no dices nada.

Él es sólo alguien

que te ha quitado la silla,

un advenedizo

que no te deja ver,

un espectro

que dobla tu voz.

Míralo

cada vez que asome el rostro.

* * *

6. ¿Quién deja de oponerse?

¿Quién se sale del juego?

¿Quién se vive en el vacío?

¿Quién hace del desabrigo refugio?

¿Quién se disuelve en el percibir?

¿Quién se expone sin arrimo al descampado?

¿Quién abandona el trajín por la hora solitaria?

¿Quién puede comer con tenedores de absoluta piedad?

¿Quién accede a trocar su día por un rostro que no ha de ver?

Otros poemas:

DERROTA

Yo que no he tenido nunca un oficio

que ante todo competidor me he sentido débil

que perdí los mejores títulos para la vida

que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme

es una solución)

que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos

que me arrimo a las paredes para no caer del todo

que soy objeto de risa para mí mismo

que creí que mi padre era eterno

que he sido humillado por profesores de literatura

que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada

que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida

que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo

que tengo vergüenza por actos que no he cometido

que poco me ha faltado para echar a correr por la calle

que he perdido un centro que nunca tuve

que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo

que no encontraré nunca quién me soporte

que fui preterido en aras de personas más miserables que yo

que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces

más burlado en mi ridícula ambición

que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo

(“Ud. es muy quedado, avíspese despierte”)

que nunca podré viajar a la India

que he recibido favores sin dar nada a cambio

que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma

que me dejo llevar por los otros

que no tengo personalidad ni quiero tenerla

que todo el día tapo mi rebelión

que no me he ido a las guerrillas

que no he hecho nada por mi pueblo

que no soy de las FALN y me desespero por todas esas cosas y por otras

cuya enumeración sería interminable

que no puedo salir de mi prisión

que he sido dado de baja en todas partes por inútil

que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno

que me niego a reconocer los hechos

que siempre babeo sobre mi historia

que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento

que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo

que no lloro cuando siento deseos de hacerlo

que llego tarde a todo

que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas

que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable

que no soy lo que soy ni lo que no soy

que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas

haya sido humilde hasta igualarme a las piedras

que he vivido quince años en el mismo círculo

que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado

que nunca usaré corbata

que no encuentro mi cuerpo

que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme,

barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación,

mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente

me suicido al alcance de la mano

me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros

y de mí hasta el día del juicio final.

Extraído de “Obra Entera, poesía y prosa” 2000

DICHOS

Vivir en el misterio: frase redundante.

*

Todo es misterio, aun lo que la conciencia conoce en detalle en

su orgulloso penúltimo escalón-

*

Lo que tengo por novedad no es novedoso, es la novedad de la gota de agua.

*

¿Discutir para qué? Siempre es posible encontrar argumentos para defender esto

o aquello. De lo que se trata, y hay urgencia, es de inquirir.

*

En las universidades existe siempre el peligro de que la literatura deje de ser lo que es

-la manera más entrañable de habla- para volverse objeto de estudio, algo que será viviseccionado en lugar de ser vivido.

*

Con la palabra «materia» se le da otro nombre al misterio.

*

Cualquier hombre es una agresividad en busca de una bandera.

*

Lo más importante es lo que no puede ser hallado.

*

La razón se crea su propio coto para señorear allí. No le atañe pregunta que no lleve

en sí su posibilidad de respuesta. Su fuerza es falsa, pues se apoya en el límite

que ella misma se pone.

*

No hay diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario.

*

Quien no busca, es.

*

Nada hay más extraño que la existencia.

Extraído de “Poemas selectos” 2004

DISYUNTIVA

La naturaleza de la poesía

es inintencionada.

Goran Palm

Yo quería escribir

un poema,

luego tuve la intención

de no tener intención

y el poema se quedó allí

detenido,

atrapado,

carbonizado entre la chispa

de las dos intenciones

y aquí

lo dejo.

Extraído de “Poemas selectos” 2004

LAS PACES

Lleguemos a un acuerdo, poema.

Ya no te forzaré a decir lo que no quieres

ni tú te resistirás tanto a lo que deseo.

Hemos forcejeado mucho.

¿Para qué este empeño en hacerte a mi imagen

cuando sabes cosas que no sospecho?

Líbrate ya de mí.

Huye sin mirar atrás.

Sálvate antes de que sea tarde.

Pues siempre me rebasas,

sabes decir lo que te impulsa

y yo no,

porque eres más que tú mismo

y yo sólo soy el que trata de reconocerse en ti.

Tengo la extensión de mi deseo

y tú no tienes ninguno,

sólo avanzas hacia donde te diriges

sin mirar la mano que mueves

y te cree suyo cuando te siente brotar de ella

como una sustancia

que se erige.

Imponle tu curso al que escribe, él

sólo sabe ocultarse,

cubrir la novedad,

empobrecerse.

Lo que muestra es una reiteración

cansada.

Poema,

apártate de mí.

Extraído de “Poemas selectos” 2004

Cadalso y Vásquez, José

José Cadalso y Vasquez (España, 1741 – 1782)

A LA MUERTE DE FILIS

En lúgubres cipreses

he visto convertidos

los pámpanos de Baco

y de Venus los mirtos;

cual ronca voz del cuervo

hiere mi triste oído

el siempre dulce tono

del tiempo jilguerillo;

ni murmura el arroyo

con delicioso trino;

resuena cual peñasco

con olas combatido.

En vez de los corderos

de los montes vecinos

rebaños de leones

bajar con furia he visto;

del sol y de la luna

los carros fugitivos

esparcen negras sombras

mientras dura su giro;

las pastoriles flautas,

que tañen mis amigos,

resuenan como truenos

del que reina en Olimpo.

Pues Baco, Venus, aves,

arroyos, pastorcillos,

sol, luna, todos juntos

mirad me compasivos,

ya la ninfa que amaba

al infeliz Narciso,

mandad que diga al orbe

la pena de Dalmiro.

A LA PELIGROSA ENFERMEDAD DE FILIS

el campo está sin flores,

los pájaros no cantan,

los arroyos no corren,

no saltan los corderos,

no bailan los pastores,

los troncos no dan frutos,

los ecos no responden…

es que enfermó mi Filis

y está suspenso el orbe.

AL PINTOR QUE ME HA DE RETRATAR…

Discípulo de Apeles,

si tu pincel hermoso

empleas por capricho

en este feo rostro,

no me pongas ceñudo,

con iracundos ojos,

en la diestra el estoque

de Toledo famoso,

y en la siniestra el freno

de algún bélico monstruo,

ardiente como el rayo,

ligero como el soplo;

ni en el pecho la insignia

que en los siglos gloriosos

alentaba a los nuestros,

aterraba a los moros;

ni cubras este cuerpo

con militar adorno,

metal de nuestras Indias,

color azul y rojo;

ni tampoco me pongas,

con vanidad de docto,

entre libros y planos,

entre mapas y globos.

Reserva esta pintura

para los nobles locos,

que honores solicitan

en los siglos remotos;

a mí, que sólo aspiro

a vivir con reposo

de nuestra frágil vida

estos instantes cortos

la quietud de mi pecho

representa en mi rostro,

la alegría en la frente,

en mis labios el gozo.

Cíñeme la cabeza

con tomillo oloroso,

con amoroso mirto,

con pámpano beodo;

el cabello esparcido,

cubriéndome los hombros,

y descubierto al aire

el pecho bondadoso;

en esta diestra un vaso

muy grande, y lleno todo

de jerezano néctar

o de manchego mosto;

en la siniestra un tirso,

que es bacanal adorno

y en postura de baile

el cuerpo chico y gordo,

o bien junto a mi Filis,

con semblante amoroso,

y en cadenas floridas

prisionero dichoso.

Retrátame, te pido,

de este sencillo modo,

y no de otra manera,

si tu pincel hermoso

empleas, por capricho,

en este feo rostro.

ANACREÓNTICA

¿Quién es aquél que baja

por aquella colina,

la botella en la mano,

en el rostro la risa,

de pámpanos y hiedra

la cabeza ceñida,

cercado de zagales,

rodeado de ninfas,

que al son de los panderos

dan voces de alegría,

celebran sus hazañas,

aplauden su venida?

Sin duda será Baco,

el padre de las viñas.

Pues no, que es el poeta

autor de esta letrilla.

EPÍSTOLA DEDICADA A ORTELIO

Desde el centro de aquestas soledades,

gratas al que conoce las verdades,

gratas al que conoce los engaños

del mundo, y aprovecha desengaños,

te envío, amado Ortelio, fino amigo,

mil pruebas del descanso que consigo.

Ovidio en tristes metros se quejaba

de que la suerte no le toleraba

que al Tíber con sus obras se acercase,

sino que al Ponto cruel le destinase;

mas lo que de poeta me ha faltado

para llegar de Ovidio a lo elevado,

me sobra de filósofo, y pretendo

tomar las cosas como van viniendo.

Oh, ¡cómo extrañarás, cuando esto veas,

y sólo bagatelas aquí leas,

que yo criado en facultades serias,

me aplique a tan ridículas materias!

Ya arqueas, ya levantas esas cejas,

ya el manuscrito de la mano dejas,

¿por qué dejas los puntos importantes?

y dices: «Por juguetes semejantes,

¡No sé por qué capricho tú te olvidas

materias tan sublimes y escogidas!

¿Por qué no te dedicas, como es justo,

a materias de más valor que gusto?

Del público derecho, que estudiastes

cuando tan sabias cortes visitastes;

de la ciencia de Estado y los arcanos

del interés de varios soberanos;

en la ciencia moral, que al hombre enseña

lo que en su obsequio la virtud empeña;

de las guerreras artes que aprendistes

cuando a campaña voluntario fuistes;

de la ciencia de Euclides demostrable,

de la física nueva deleitable,

¿no fuera más del caso que pensaras

en escribir aquello que notaras?

¿Pero coplillas, y de amor? ¡Ay triste!

Perdiste el poco seso que tuviste».

¿Has dicho, Ortelio, ya cuanto, enfadado,

quisiste a este pobre desterrado?

Pues mira, ya con fresca y quieta flema

te digo que prosigo con mi tema.

De todas esas ciencias que refieres

(y añade algunas otras si quisieres),

yo no he sacado más que lo siguiente:

escúchame, por Dios, atentamente;

mas no, que más parece lo que digo

relación, que no carta de un amigo.

de todas las antiguas más hermosa,

el primero dirá con claridades

por qué dejé las altas facultades,

y sólo al pasatiempo me dedico;

que los leas despacio te suplico,

y si conoces que razón me sobra,

calla, y no juzgues que es tan necia mi obra.

Pero si acaso omites este asunto,

y la crítica pasas a otro punto,

cual es el que contiene la obra mía

faltas contra la buena poesía,

Conozco tu razón, mas oye atento;

con Ovidio respondo a tu argumento:

Siqua meis fuerint, ut erunt, vitiosa libellis,

Excusata suo tempore, lector, habe.

Exul eram; requiesque mihi non fama petita est;

Mens intenta suis ne foret usque malis.

Significa (y perdona la osadía

de interpretar de Ovidio la armonía,

porque en la traducción es consiguiente

que pierda la dulzura competente,

como sucede a todos los autores

en manos de mejores traductores):

El tiempo en que esta obra yo compuse,

las faltas que hallarás, lector, excuse.

Quietud busqué, no fama, desterrado,

por distraer a mi alma del cuidado.

Adiós.

LETRILLA SATÍRICA

Que dé la viuda un gemido

por la muerte del marido,

ya lo veo;

pero que ella no se ría

si otro se ofrece en el día,

no lo creo.

Que Cloris me diga a mí:

«Sólo he de quererte a ti»,

ya lo veo;

pero que siquiera a ciento

no haga el mismo cumplimiento,

no lo creo.

Que los maridos celosos,

sean más guardias que esposos,

ya lo veo;

pero que estén las malvadas,

por más guardias, más guardadas,

no lo creo.

Que al ver de la boda el traje,

la doncella el rostro baje,

ya lo veo;

pero que al mismo momento

no levante el pensamiento,

no lo creo.

Que Celia tome el marido

por sus padres escogido,

ya lo veo;

pero que en el mismo instante

ella no escoja el amante,

no lo creo.

Que se ponga con primor

Flora en el pecho una flor,

ya lo veo;

pero que astucia no sea

para que otra flor se vea,

no lo creo.

Que en el templo de Cupido

el incienso es permitido,

ya lo veo;

pero que el incienso baste,

sin que algún oro se gaste,

no lo creo.

Que el marido a su mujer

permita todo placer,

ya lo veo;

pero que tan ciego sea,

que lo que vemos no vea,

no lo creo.

Que al marido de su madre

todo niño llame padre,

ya lo veo;

pero que él, por más cariño,

pueda llamar hijo al niño,

no lo creo.

Que Quevedo criticó

con más sátira que yo,

ya lo veo;

pero que mi musa calle

porque más materia no halle,

no lo creo.

MIENTRAS VIVIÓ LA DULCE PRENDA MÍA…

Mientras vivió la dulce prenda mía,

Amor, sonoros versos me inspiraste;

obedecí la ley que me dictaste

y sus fuerzas me dio la poesía.

Mas, ¡ay!, que desde aquel aciago día

que me privó del bien que tú admiraste,

al punto sin imperio en mí te hallaste

y hallé falta de ardor a mi Talía.

Pues no borra su ley la Parca dura

-a quien el mismo Jove no resiste-

olvido el Pindo y dejo la hermosura.

Y tú también de tu ambición desiste

y junto a Filis tengan sepultura

tu flecha inútil y mi lira triste.

NO BASTA QUE EN SU CUEVA SE ENCADENE…

No basta que en su cueva se encadene

el uno y otro proceloso viento,

ni que Neptuno mande a su elemento

con el tridente azul que se serene,

ni que Amaltea el fértil campo llene

de fruta y flor, ni que con nuevo aliento

al eco den las aves dulce acento,

ni que el arroyo desatado suene.

En vano anuncias, verde primavera,

tu vuelta de los hombres deseada,

triunfante del invierno triste y frío.

Muerta Filis, el orbe nada espera,

sino niebla espantosa, noche helada,

sombras y sustos como el pecho mío.

SI EL CIELO ESTÁ SIN LUCES…

Si el cielo está sin luces,

el campo está sin flores,

los pájaros no cantan,

los arroyos no corren,

no saltan los corderos,

no bailan los pastores,

los troncos no dan frutos,

los ecos no responden…

es que enfermó mi Filis

y está suspenso el orbe.

TODO LO MUDA EL TIEMPO, FILIS MÍA…

Todo lo muda el tiempo, Filis mía,

todo cede al rigor de sus guadañas;

ya transforma los valles en montañas,

y apone un campo donde un mar había.

Él muda en noche opaca el claro día,

en fábulas pueriles las hazañas,

alcázares soberbios las cabañas,

y el juvenil ardor en vejez fría.

Doma el tiempo al caballo desbocado,

detiene al mar y viento enfurecido,

postra al lén y rinde al bravo toro.

Solo una cosa al tiempo denodado

ni cederá, ni cede, ni ha cedido,

y es el constante amor con que te adoro.