Wilde, Oscar (1854-1900)
Poeta irlandés nacido en Doublin el 16 de octubre de 1854, en el seno de una familia acomodada con buenos fundamentos culturales.
Poeta, ensayista, novelista y dramaturgo, estudió en el Trinity College de Doublin y posteriormente en la Universidad de Oxford, gracias a una beca obtenida por sus brillantes trabajos en latín y griego.
A los 24 años obtuvo el título de Bachelor of Arts con máximos honores. De allí en adelante, ya instalado en Londres, publicó obras de gran fama, en poesía, novela, ensayo y teatro, tales como, Poemas 1881, El fantasma de Canterville 1887, El retrato de Dorian Gray 1891, El abanico de Lady Windermere, 1892, Una mujer sin importancia 1893, La importancia de llamarse Ernesto 1895 y
La balada de la cárcel de Reading 1898.
En 1895, fue condenado a dos años de cárcel por sus relaciones homosexuales con el hijo del Marqués de Queensberry.
Recobrada la libertad, se instaló en Paris bajo el nombre de Sebastian Melmoth. Allí falleció el 30 de noviembre de 19o0.
A mi mujer
Con una copia de mis poemas
No puedo escribir majestuoso proemio
como preludio a mi canción,
de poeta a poema,
me atrevería a decir.
Pues si de estos pétalos caídos
uno te pareciera bello,
irá el amor por el aire
hasta detenerse en tu cabello.
Y cuando el viento e invierno endurezcan
toda la tierra sin amor,
dirá un susurro algo del jardín
y tú lo entenderás.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
A menudo pisamos los valles de Castalia
y de antiguas cañas oímos la música silvana,
ignorada del común de las gentes;
e hicimos nuestra barca a la mar
que Musas tienen por imperio suyo,
y aramos libres surcos por ola y por espuma,
y hacia lar más seguro no izamos reacias velas
hasta bien rebosar nuestro navío.
De tales despojados tesoros algo queda:
la pasión de Sordello y el verso de miel
del joven Endimión; altivo Tamerlán
portando sus jades tan cuidados, y, más aún,
las siete visiones del Florentino.
Y del Milton severo, solemnes armonías.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
¿Es tu voluntad que yo crezca y decline?
Trueca mi paño de oro por la gris estameña
y teje a tu antojo esa tela de angustia
cuya hebra más brillante es día malgastado.
¿Es tu voluntad -Amor que tanto amo-
que la Casa de mi Alma sea lugar atormentado
donde deban morar, cual malvados amantes,
la llama inextinguible y el gusano inmortal?
Si tal es tu voluntad la he de sobrellevar
y venderé ambición en el mercado,
y dejaré que el gris fracaso sea mi pelaje
y que en mi corazón cave el dolor su tumba.
Tal vez sea mejor así -al menos
no hice de mi corazón algo de piedra,
ni privé a mi juventud de su pródigo festín,
ni caminé donde lo Bello es ignorado.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
Seguimos la huellas de pies que bailaban
hacia la calle alumbrada de luna
y nos detuvimos bajo la casa de la ramera.
Adentro, por sobre estrépito y movimiento,
oímos los músicos tocando a gran volumen
el «Treues Liebes Herz» de Strauss.
Como formas extrañas y grotescas,
realizando fantástico arabesco
corrían sombras detrás de las cortinas.
Vimos girar los fantasmales bailarines
al ritmo de violines y de cuernos
cual hojas negras llevadas por el viento.
Igual que marionetas tiradas de sus hilos
las siluetas de magros esqueletos
se deslizaban en la lenta cuadrilla.
Tomados de la mano
bailaban majestuosa zarabanda;
y el eco de las risas era agudo y crispado.
veces un títere de reloj apretaba
la amante inexistente contra el pecho,
y otras parecía que querían cantar.
A veces una horrible marioneta
se asomaba al umbral fumando un cigarrillo
Como cosa viviente.
Entonces, volviéndome a mi amor dije,
«Los muertos bailan con los muertos,
el polvo se arremolina con el polvo».
Pero ella escuchó el violín,
se apartó de mi lado y entró:
entró el Amor en casa de Lujuria.
Súbitamente, desentonó la melodía,
se fatigaron de danzar el vals,
las sombras dejaron de girar.
Y por la larga y silenciosa calle
en sandalias de plata asomó el alba
como niña asustada.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
El cielo está manchado con espasmos de rojo,
huyen las brumas envolventes y las sombras;
el alba se levanta desde el mar
como una blanca dama de su lecho.
Y caen flechas melladas, insolentes
a través de las plumas de la noche,
y una ola larga de luz gualda
rompe en silencio sobre torre y casa,
y extendiéndose amplia sobre el campo inculto
un batir de alas que despiertan al vuelo,
castaños que se agitan en la copa
y ramas con estrías de oro.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
Una Armonía
Sus manos de marfil en el teclado
extraviadas en pasmo de fantasía;
así los álamos agitan sus plateadas hojas
lánguidas y pálidas.
Como la espuma a la deriva en el mar inquieto
cuando muestran las olas los dientes a la brisa.
Cayó un muro de oro: su pelo dorado.
Delicado tul cuya maraña se hila
en el disco bruñido de las maravillas.
Girasol que se vuelve para encontrar el sol
cuando pasaron las sombras de la noche negra
y la lanza del lirio está aureolada.
Y sus dulces labios rojos en estos labios míos
ardieron como fuego de rubíes engarzados
en el móvil candil de la capilla grana
o en sangrantes heridas de granadas,
o en el corazón del loto anegado
en la sangre vertida del vino rojo.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
A Ellen Terry
Poco me maravilla la osadía de Basanio
de arriesgar todo lo que tenía al plomo,
o que el orgulloso Aragón bajara la cabeza,
o que Marroquí de corazón en llamas se enfriara:
pues en ese atavío de oro batido
que es más dorado que el dorado sol,
ninguna mujer que Veronese mirara
era tan bella como tú a quien contemplo.
Aún más bella cuando con la sabiduría por escudo
al vestir la toga severa del jurista
y no permitieras que las leyes de Venecia cedieran
el corazón de Antonio a ese judío maldito.
¡Oh Portia!, toma mi corazón: es tu debido pago;
no he de objetar a ese aval.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
Amor, no te culpo; la culpa fue mía,
no hubiera yo sido de arcilla común
habría escalado alturas más altas aún no alcanzadas,
visto aire más lleno, y día más pleno.
Desde mi locura de pasión gastada
habría tañido más clara canción,
encendido luz más luminosa, libertad más libre,
luchado con malas cabezas de hidra.
Hubieran mis labios sido doblegados hasta hacerse música
por besos que sólo hicieran sangrar,
habrías caminado con Bice y los ángeles
en el prado verde y esmaltado.
Si hubiera seguido el camino en que Dante viera
los siete círculos brillantes,
¡Ay!, tal vez observara los cielos abrirse, como
se abrieran para el florentino.
Y las poderosas naciones me habrían coronado,
a mí que no tengo nombre ni corona;
y un alba oriental me hallaría postrado
al umbral de la Casa de la Fama.
Me habría sentado en el círculo de mármol donde
el más viejo bardo es como el más joven,
y la flauta siempre produce su miel, y cuerdas
de lira están siempre prestas.
Hubiera Keats sacado sus rizos himeneos
del vino con adormidera,
habría besado mi frente con boca de ambrosía,
tomado la mano del noble amor en la mía.
Y en primavera, cuando flor de manzano
acaricia un pecho bruñido de paloma,
dos jóvenes amantes yaciendo en la huerta
habrían leído nuestra historia de amor.
Habrían leído la leyenda de mi pasión, conocido
el amargo secreto de mi corazón,
habrían besado igual que nosotros, sin estar
destinados por siempre a separarse.
Pues la roja flor de nuestra vida es roída
por el gusano de la verdad
y ninguna mano puede recoger los restos caídos:
pétalos de rosa juventud.
Sin embargo, no lamento haberte amado -¡ah, qué más
podía hacer un muchacho,
cuando el diente del tiempo devora y los silenciosos
años persiguen!
Sin timón, vamos a la deriva en la tempestad
y cuando la tormenta de juventud ha pasado,
sin lira, sin laúd ni coro, la Muerte,
el piloto silencioso, arriba al fin.
Y en la tumba no hay placer, pues el ciego
gusano se ceba en la raíz,
y el Deseo tiembla hasta tornarse ceniza,
y el árbol de la pasión ya no tiene fruto.
¡Ah!, qué más debía hacer sino amarte; aún
la madre de Dios me era menos querida,
y menos querida la elevación citérea desde el mar
como un lirio argénteo.
He elegido, he vivido mis poemas y, aunque
la juventud se fuera en días perdidos,
hallé mejor la corona de mirto del amante
que la de laurel del poeta.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
Con cada pasión a la deriva hasta que mi alma
sea un laúd en cuyas cuerdas todos los vientos tañen.
¿Para esto renuncié
a mi sabiduría antigua ya mi austero control?
Mi vida es un palimpsesto
garabateado en alguna vacación de muchacho
con canciones ociosas para flauta y rondó
que solamente ocultan el secreto del todo.
Por cierto que hubo un tiempo cuando osé pisar
las alturas soleadas y de las disonancias de la vida
logré claros acordes para llegar al oído de Dios.
¿Está muerto ese tiempo? Mirad, con mi pequeña vara
apenas toqué la miel del romance,
¿y debo yo perder la herencia de un alma?
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
Era un mar de zafiro y el cielo
ardía en el aire como ópalo candente;
izamos nuestra vela; soplaba bien el viento
hacia tierras azules situadas en el Este.
Desde mi proa alta divisé a Zakynthos:
cada bosque de olivos, cada cala,
las escarpas de Ithaca, el blanco pico de Lycaon,
y flores esparcidas en colinas de Arcadia.
El batir de la vela contra el mástil,
el rumor de las olas contra el casco,
rumor de risas jóvenes en la popa,
todo lo que se oía, al comenzar a arder el Oeste.
Y un rojo sol cabalgó por los mares.
Pisaba, al fin, el suelo griego.
(KATAKOLO)
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
El mar está marcado con unas bandas grises,
el quieto viento muerto desentona
y como hoja marchita es llevada
la luna por la bahía tormentosa.
Grabado claramente sobre pálida arena
está el bote negro: un joven marinero
sube a bordo en gozo distraído
con el rostro sonriente y mano reluciente.
Y arriba los zarapitos claman
y por el pasto oscuro meseteño
van segadores mozos de cuellos brunos ,
cual si fueran siluetas contra el cielo.
Hay paz para los sentidos,
una paz soñadora en cada mano,
y profundo silencio en la tierra fantasmal,
profundo silencio donde las sombras cesan.
Sólo el grito que el eco hace chillido
de algún ave desconsolada y solitaria;
la codorniz que llama a su pareja;
la respuesta desde la colina en brumas.
Y súbitamente, la luna retira
su hoz de los cielos centelleantes
y vuela hacia sus cavernas sombrías
cubierta en velo de gasa gualda.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
A mi amigo Henry Irving
La silenciosa estancia, la pesada sombra avanzando furtiva,
los muertos inmóviles viajando, la puerta que se abre,
el hermano asesinado que levita a través del piso,
los blancos dedos del fantasma posados en tus hombros
y luego, el duelo solitario en el valle,
las rotas espadas, el ahogado grito, la sangre,
tus magníficos ojos vengativos cuando todo ha pasado.
Están bien esas cosas; ¡pero tú fuiste hecho
para más augustas creaciones! Lear enloquecido
debería a tu arbitrio vagar por el brezal nativo
con el tonto ruidoso que se mofa; Romeo
por ti atraería su amor, y el miedo desesperado
sacaría de su vaina la daga cobarde de Ricardo.
¡Tú, presto instrumento al soplo de los labios de Shakespeare!
A Sarah Bernhardt
Qué vano y qué tedioso nuestro mundo ordinario parecerá
a alguien Como tú, que en Florencia
habrías conversado con Mirandola, o caminado
entre los frescos olivares de Academos:
habrías recogido cañas de la verde corriente
para la aguda flauta de Pan, pies de cabrito,
y tocado con las blancas niñas en el valle Feacio
donde el grave Odiseo de su profundo sueño despertara.
¡Ah!, en verdad, una urna de ática arcilla 4
guardó tu polvo pálido, y has venido otra vez
a este mundo ordinario, tedioso y vano,
fatigada de los días sin sol,
de campos rebosantes de asfódelos insípidos,
de labios sin amor, con que besan los hombres en el Infierno.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
Libre de la injusticia del mundo y su dolor,
descansa al fin bajo el velo azul de Dios:
arrebatado a la vida cuando vida y amor eran nuevos,
el mártir más joven yace aquí,
justo cual Sebastián y tan temprano muerto.
Ningún ciprés ensombrece su tumba, ni tejo funeral,
sino amables violetas con el rocío llorando
sobre sus huesos tejen cadena de perenne floración.
¡Oh, altivo corazón que destruyó el dolor!
¡Oh, los labios más dulces desde los de Mitilene!
¡Oh, pintor-poeta de nuestra tierra inglesa!
Tu nombre inscribióse en el agua; y habrá de perdurar:
lágrimas como las mías conservarán tu memoria verde,
como el pote de albahaca Isabella.¹
(ROMA)
¹Alusión al poema de Keats intitulado Isabella, inspirado en un cuento de
Boccaccio. (N. del T )
Versión de E. Caracciolo Trejo
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En este mundo inquieto, moderno, apresurado,
tomamos todo aquello que nuestro corazón deseaba -tú y yo,
y ahora las velas blancas de nuestro barco están arriadas
y agotada la carga del navío.
Por ello, prematuras, empalidecen mis mejillas,
pues el llorar es mi contento huido
y el dolor ha apagado el rosa de mi boca
y la ruina corre las cortinas de mi lecho.
Pero toda esta vida atiborrada ha sido para ti
solamente una lira, un laúd, el encanto sutil
del violoncello, la música del mar
que duerme, mímico eco, en su concha marina.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
El pecado fue mío; yo no había comprendido.
Así de nuevo la música aprisionada está en su cueva,
excepto ese lugar donde ola irregular y moribunda
impacienta con sus inquietos remolinos esta magra ribera.
Y en el pozo marchito de esta tierra
el verano ha cavado una tumba tan honda
que apenas puede el plomizo sauce ansiar
una plateada flor de la afilada mano del invierno.
Pero, ¿quién es aquel que por la ribera viene?
Amor, mira y pregúntate. ¿Quién es ése
que viene con vestidos teñidos desde el Sur?
Es tu nuevo Señor, que besará
las no violadas rosas de tu boca,
y yo he de llorar, he de adorar, como antes.
Versión de E. Caracciolo Trejo
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Llegué a los Alpes: mi alma ardía
al oír tu nombre: Italia, Italia mía.
Y al salir del corazón de la montaña
la tierra avizoré por la que mi alma tanto suspirara,
y reí, como quien gran premio conquistara,
y meditando en lo maravilloso de tu fama
el día contemplé hasta que lo marcaran heridas de llama
y el cielo turquesa fuera oro bruñido.
Los pinos ondeaban como cabellos de mujer
y en los huertos cada rama sarmentosa
se abría en copos de floreciente espuma.
Pero al saber que allá lejos en Roma
en cadenas injustas otro Pedro yacía
lloré de ver tierra tan bella.
Versión de E. Caracciolo Trejo
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Matar mi juventud con dagas impacientes; ostentar
la librea extravagante de esta edad mezquina;
dejar que cada mano vil se hunda en mi tesoro;
trenzar mi alma al cabello de una mujer
y ser sólo lacayo de Fortuna. Lo juro,
¡no me agrada! Todo eso es menos para mí
que la delgada espuma que se inquieta en el mar,
menos que el vilano sin semilla
en el aire estival. Mejor permanecer alejado
de esos necios que con calumnias se mofan de mi vida,
aunque no me conocen. Mejor el más humilde techo
para abrigar al peón más abatido
que volver a esa cueva oscura de riñas, donde mi alma blanca
besó por vez primera la boca del pecado.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Detúveme junto al mar inmemorial
hasta que el rocío de la olas cara y cabellos empapara;
los rojos fuegos luengos del día agonizante
ardían en el Oeste; soplaba el viento horrible
y huían hacia tierra clamorosas gaviotas:
«¡Ay!» grité, «mi vida llena está de dolor,
¿quién puede cosechar fruto o grano dorado
de estos páramos que sin cesar duramente trabajan?»
Mis redes se abrían enormes con roturas y fallas;
sin embargo, como un último esfuerzo,
en el mar arrojélas y aguardé el final.
Entonces, ¡oh gloria súbita!
de las aguas negras de mi pasado torturado
vi el esplendor argénteo de blancos brazos ascender!
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001