Swann, Matilde Alba

Swann, Matilde Alba

Matilde Kirilovsky nació en 1912 en Argentina y bajo el seudónimo de Matilde Alba Swann, se le conoce como poeta.

Estudió Ciencias Jurídicas y Sociales en la Universidad Nacional de La Plata. Aunque ejerció la profesión

con gran éxito, dedicó gran parte de su vida al periodismo y a la poesía, brillando por su lucha constante

en la defensa de los derechos esenciales de su pueblo.

Entre los innumerables premios y distinciones es justo destacar los siguientes: «Santa Clara de Asís» en 1991,

«Provincia de Buenos Aires» 1991, «Stella Maris» y «Augusto Mario Delfino».

Su obra está compuesta por ocho libros de poemas: «Canción y grito» en 1955, «Salmo al retorno» en 1956,

«Madera para mi mañana» en 1957, «Tránsito del infinito adentro» en 1959, «Coral y remolino» en 1960,

«Grillo y cuna» en 1971, «Con un hijo bajo el brazo» en 1978 y «Crónica de mí misma» en 1980.

Falleció en el año 2000.

Apuntes para un reproche

Te esperé hasta recién;
estás de fiesta.
Mi casi otoño
no me deja ambular
tu primavera.
Esperé tu regreso;
yo quería
escucharte contar, luz de alborozo
las campanas de amor
que resonaron
en tu trémulo espacio.
Te esperé hasta recién;
tú ni recuerdas
esta lámpara
lenta
que te aguarda.
Tu padre lee, él no sabe
de estas cosas
profundas
de mujeres. Tus hermanos,
florecidas cabezas
en la almohada
que parecen jugar
a estar durmiendo…

Tardas mucho; te esperé
hasta recién,
ya no te espero.
He de mirar tu lecho,
puro nardo,
el libro
que dejaste abierto,
tus todavía muñecos, las paredes,
y devuelta
de este inmóvil vagar
por un paisaje
de presencias sin nadie,
pensaré,
con la misma tristeza inevitable
de otras noches iguales,
que tal vez
no sé,
no fuera absurdo
que me hubieras llevado.

Tu padre lee; él no sabe, ni sufre.

Las mujeres
nos sentimos tan viejas
si quedamos.

Aventura mayor

Me dieron un puñado de rosas
a la hora
del ánfora en la comba rupestre del estío,
y debo hacer un hombre con él,
y no se cómo.

Me dieron un arrullo torcaz
en el ocaso,
con rudos cazadores
debajo de sus alas,
y debo hacer un hombre con él
y no se cómo.

Me dieron un miedoso balido
en el descenso de cumbres,
cuando el lobo despierta
y agazapa,
y debo hacer un hombre con él
y no sé cómo.

Me dieron un remanso de peces
asombrados, y arenas,
y guijarros filosos en el fondo,
y debo hacer un hombre con él
y no sé cómo.

Me dieron un susurro mecido
de improviso
gritando
por la herida de corzas y de nardos,
y debo hacer un hombre con él
y no sé cómo.

Qué simple y que dramáticamente
aventurado
un hombre,
un hombre,
un hombre…

Me dieron todo esto
que traigo desde el fondo
del sueño que desborda
mis pobres brazos,
flechas,
y miedos, y tabúes, y mitos, y leyendas,
y hogueras y perfumes, y altares
y brutales
sangrientos sacrificios,
proezas, sumisiones, recuerdos,
profecías, castigos; traigo a todos
los hombres en este hombre fundamental
el hombre… !

El hombre,
el hombre
el hombre
que voy a hacer de mi hijo.

Bajo tu lástima

Quiero huir de tu lástima, y tropiezo
con mis zarzas de miedo
y con mi nido
de alegrías dormidas, y desgarro.

Has tendido
tu sonrisa en piedad a mi costado,
y te quedas
a mirarme ceder, sombra inclinada
como un tronco crujido
de castigos.

Tus dos brazos cruzados, y ya ajenos,
y una boca de beso
que se guarda.

Nunca me vi pequeña como ahora,
a los pies de tu altura
compasiva.

Nunca, como hoy, descalza
y azotada,
a un instante del nunca, irremediable.

Ya no vibra mi carne
en paraísos,
ni en infiernos, ni en manzanas, serpientes,
ni en exilios.

Una lacia
sensación de desgano que me arrastra,
un insomne desorden
de cabello, una pena tremenda de estar triste,
y un deseo
de morirme mañana,
antes que partas, y dejarte
sonreír de piedad sobre mi ausencia.

Canto a tu distancia

Yo he de sentir en mi escollera
el miedo,
golpear por mis costados,
cuando partas.
Levantarás el ancla
enganchada en mi limo caliente,
y arrancarás un tiempo de latido
y soltarás amarras.
Escucharé que partes,
tu sirena, una espiral opaca,
silenciará la lumbre de mi cuerpo.
Escalofrío de nieve,
me quedaré distante con el rostro en nostalgia
de los muelles.
Será un desmayo largo, y estremecido al fin,
como un abrazo.
Eco en blanco,
yo no sabré hasta donde
te llevarán las aguas y los vientos.
Solo sabré que desgarraste
del minuto inicial de mi comienzo,
desde el impulso que generó mi germen,
desde la huella de mi pie viniendo.
Tierra firme,
me dormiré en las rocas de la orilla,
y alguna vez retornarán las olas
ondulando un mensaje de regreso.
Romperán sobre mí en voces tuyas
y tu espuma
ha de nevar mi noche,
y una caricia ausente, sigilosa
transitará mi sombra.
Yo he de saber entonces,
que en alguna parte
te has quitado tu ropa de viajero
y aquietaste tu mar
para evocarme.
Yo sentiré tu mano abierta al tiempo,
y el resignado olvido de tu carne,
y tu misterio.
Te sentiré fluyendo entre las horas ásperas,
y ha de traerme el aire
la canción acostada que me cantes,
ávido pasto,
por un suelo de cal que resquebraja.
Inhallado rumor,
ausente imagen,
fibra mordida en la oxidada punta de la lanza,
he de crecer al cielo
por captarte,
dispersaré en girones por el viento,
y anclaré en tus pupilas,
y has de saber entonces,
que yo parto.

Crónica de mí misma

Y querer merecerme; de veras merecerme.
Revisar mis dispersas escrituras,
mi palabra, revisarme el sollozo,
la garganta,
auscultarme el latido, desollarme,
revisarme las venas, las arterias.
todo el complejo existencial
que asumo.
Revisar mi conducta, mis proyectos,
lo soñado, ensoñado,
lo vivido,
conformarme de nuevo, aun no inscripta,
sin visión, sin recuerdo, sin mentiras,
sin verdades ocultas, temerosas,
sin impulsos,
sin deserción, sin este yo
impreciso.

Revisarme hasta el fondo, descifrarme,
prenderme, saberme, perdonarme,
tanto pude y no hice,
tanto hice febril
a manotazos,
en apremio suicida, lograr algo, dejar
algo, quedarme allí incrustada,
en la trama inicial, impenetrable,
indestructible, quedar, estar,
ser siempre,
y vencer de la muerte,
y de la vida.

Permanecer y ser, por solo acto
de ingerencia en un sino
de criatura.

Despedacé mi carne, carne mía, fatigada
de esfuerzo y sinsabores, me derramé, me di,
me hice guiñapo; al costado de holgura,
fui miseria.
Quise tanto y a tantos, y la tierra,
ese soplo de polvo que me aguarda,
y mi aventura batalladora hecha
de timidez, de inermidad
y miedo.
Estos árboles rudos que me vencen
la mirada, cada vez menos útil, y esta noche
que circunda mis noches y me azuza y me manda
no dormir, y pensar, y sentir frío,
y volver al dolor que hice a un costado.
Yo debo revisarme desde el antes,
descubrir el motivo, causa, impulso, la razón,
el por qué, y el hacia adónde, y el por qué
del por qué de la pregunta.
Ascender la montaña hacia la cima,
y mirarme, un abismo,
en el abismo, y elevarme al azul
por propio esfuerzo apoyándome en mí,
envolviéndome en mí,
desde mí misma,
tirar de mí hacia arriba; tocar siquiera
una sola estrella, una sola, o su fulgor
siquiera, o siquiera seguirla
desnudando
mi vergüenza a su luz. Esta corteza,
que resquebraja
cada vez que pienso,
y estas raíces que me petrifican
bajo la inercia de un planeta
muerto.
Quiero salir maleza a herir caminos,
y punzarme de heridas, ser, de pronto,
este mundo y un próximo intuido,
y recordar, de pronto, un otro antiguo
mundo en seres golpeados que lloraron
mucho antes de mí, y que derramaron
en mi llanto de hoy, su sal y acíbar.

Ser el ánfora quieta de una ignota,
milenaria mansión
sin nada dentro,
y esperando.

Un océano en peces y vitrales, y en suicidas
y barcos milenarios; ser la orilla, el camino
sobre el agua, ser la brújula, el sol rojo
de noche y el marinero que perdió la novia,
la llegada y el puerto, abigarradas
multitudes ruidosas,
y en mí, nadie.

Asomarme a la ardiente boca ígnea
de un volcán que despierta en el incendio,
y saber que soy fuego y quemadura,
que la lava soy yo,
descascarando;
desnudada, sentirme leña al rojo, derramado
mineral,
embistiendo la ladera, burbujeante y hervida.

Merecerme, de veras merecerme;
en cuclillas orar, sin darme cuenta,
porque quiera la entraña de mi madre,
exhalarme a la luz, y ser pequeña,
respirar, prometer, ser la esperanza
para alguien, sin nada más que el hilo,
que amenaza romper de una esperanza.

Merecerme de veras; ya retorno
del altar y del lodo, del sollozo,
del gemido y del canto, de mi propio
funeral, y me escucho como corro
anhelante y jadeante
a mi bautismo.

Descifrarme

Me sacudo de horas y lugares; aquietada
me hundo, llego al fondo,
bosques líquidos, peces asustados.
Quiero saber qué traigo escrito adentro,
la palabra en la sangre, la condena
taladrada en el hueso,
la implacable
mordedura prendida en la neurona.
Esa caverna que todavía habito
y esos hombres
cubiertos de pelambre.
Laberintos, uno dentro del otro,
sin embargo,
en la memoria del latido, algo
salva malezas, libra de la asfixia,
ilumina derrotas y naufragios,
triunfa de todos los goliats
y emerge
desde el candor dormido y balbucea.
Alguien de mí, yo misma, desde el hondo
misterioso subsuelo de mi carne,
me ilumina y me hiere de señales.
Siento un bosque de copas derrumbadas,
una canción distante que evapora,
y un osario de nidos sin amparo,
Una manzana muerta a picotazos,
el redondel quemado a cigarrillo,
un sol sin rostro, solamente rayos,
y niñitos tomados de la mano,
con sus piernas torcidas, con su ombligo
sosteniendo una comba triste en hambre.
Miro en torno, de nuevo estoy ausente,
de nuevo tengo miedo de asustarme,
escribo un corazón en todas partes,
bajo lluvia de azahares, bebo cielo.
Me crecen hijos de todas mis aristas,
en ellos crezco, mientras van sembrando.
Sola en el tiempo, el bosque es tan espeso,
van cayendo mis hojas una a una,
tantas lobos detrás de los crujidos,
mi corteza sangrada en arañazos.
Un cazador acecha… está nevando.
Mi dedo tenso en el gatillo grita
por la boca de un fusil de espanto.
Quiero dormirme, mas llevar conmigo,
lo que tuve y no tengo.
Ser el amor de quienes me quisieron.
Borroneada, tachada, magullada,
toda estallada y muda
me refugio,
sumergida en mí misma, toco fondo,
y una página blanca me descifra.
Papá… mamá…
yo amo a mi mamá… mamá me ama.

El mar

El mar soñó en voz alta
que tú me besarías.
Libérame un instante los labios,
necesito
contarte sobre el filo
de aurora en que amaneces conmigo,
que fue cierto,
que sí,
que nos amamos.
Y ya antes
que deshaga de espumas,
-el mar sueña que muero a tu costado-
reanúdate,
yo quedo.
Y déjame tus manos.
O llévate apretados contigo
estos dos gozas y miedos y gemidos.
Mis dos gritos a un tiempo;
dos tigres, dos palomas;
dos himnos, dos sollozos;
dos triunfos, dos nostalgias;
dos culpas
y una sola locura
y un milagro.
O déjame tus manos.
Dos potros, dos tormentos
dos blancos dulces perros lamiéndome
los pasos;
dos náufragos, dos puertos;
dos fuerzas, dos desmayos;
dos gotas de una lluvia de estío;
dos blasfemias,
dos templos, dos guaridas;
dos cielos, dos infiernos,
dos dioses, y una génesis sola
sobre el caos.
La sal
ancla en el fondo del mar
castillos blancos.
Desátame los brazos
o apaga estos caminos de viento
que me llaman.
O vuélveme a la hoguera
del beso hasta que queden cenizas.
Desde el nácar
profundo
sueña un niño celeste, que amanece.

En este día de lluvia

Un gris limpio, monótono, inasible,
en este día de lluvia
y cielo enfermo,
el corazón del agua está soñando
con bandadas de pájaros
de vidrio,
y en la rama otoñal, junta la ausencia,
luces mojadas, y voces
de aluminio.
Hay como un gato gris
rondando en torno,
así de blando,
así
de ojo amarillo.
Es casi tarde, mi niñez descalza,
viene a buscarme por un largo río,
bajo un mar vertical
deshilachado,
y un silencio de océano dormido.
Salgo a su encuentro, quedo de su mano,
me desnudo en su piel, líquida cuna,
vuelvo a mi antiguo manantial,
deshago,
gota a gota, pausada, mansa,
muerta.
Bajo un llanto de techos castigados,
somnolientos, reencarno,
soy de lluvia.

Enigma

Y mi duda,
Descartes, tu «pienso, luego existo»
no alcanza ni conforma.
Insaciable y hambrienta, mi duda
es una loba
que corre tras la carne
por la escarcha desierta.
A qué distancia vivo de mi ser verdadero,
no aquél que deja huella de pasos
en el suelo, no aquél
que pone sombra fugaz sobre la tierra.
Qué hay de mío en mi angustia,
cuánto hay de mí en mi pena,
o es que esto que me agobia
me viene desde lejos
en secular herencia.
Quien diseñó mi cuna, quién proyectó mi horca.
Y desde la penumbra al umbral de la gota
primera de mis venas, un dios
que se me mofa.
Y no es el Dios solemne que se signa
en mayúscula,
altiva inconsistencia por sobre nuestras culpas
Hablo de un Dios humilde, hecho
a mi imagen propia.
Un Dios sin petulancia que peca y se equivoca,
que lo llevo aquí dentro, sostén
de mi maqueta carnal de imperfección.
Que tan pronto me anima, me apacigua
y me alienta, así como me humilla,
me apostrofa y blasfema.
Y mi pregunta eterna, y eterna sin respuesta.
Qué será de mí luego; qué fui antes de ahora,
y qué es esto que vivo cautiva
de mi forma.
Y nada hay que me sirva de todo este tatuaje
que guardo en la memoria.
Puesta sobre el abdomen abrupto de la tierra,
una piedra entre piedras, una planta
entre plantas,
un hombre entre los hombres, y entre las bestias
bestia, igual y misma cosa
para una eterna mutación de sombras.
Un fuego fatuo apenas, mi azul fosforescencia,
ya preoscila en la cuerda…
Y bajará mi duda, a saciarse en la húmeda
carne de la tierra.

Esta lluvia, el perdón y mis rosales

Y la lluvia sonríe, canta dentro
del cristal que me habita
y repercute
sobre un suelo ya antiguo
en otras lluvias, y otras tardes miradas
desde lejos.
Mi ventana de ver el mundo, abierta,
y mi puerta a algún náufrago,
descubro
que no hay puertas,
que nunca hubo ninguna
para abrir, ni cerrar; que estuve afuera.
Y esta lluvia…
La tarde me habla quedo
como un hombre, cansado ya de días,
que repite y repite la aventura
no vivida,
y es su única aventura.
Que no sea la noche aún, imploro;
que esta penumbra se prolongue
y siga.
Que no llegue la sombra, que no arribe
la hora parda,
y el agua me columpia; recién nazco,
es temprano, necesito
de la gracia de un pétalo de tiempo,
del milagro de dar
mi voz exacta.
Un rocío ya apenas, esta lluvia
se ha quedado fulgiendo
en las corolas
amarillas y rojas de mi patio.
En cada gota –yo te absuelvo– escucho,
de la espina y la herida
que causaste.
Esta lluvia, el perdón, y mis rosales.
Emplumada de gris, vuela la tarde.

Lluvia

Lluvia, hoy no te siento.
Hoy no eres nada
mas que agua vertical.
Apenas si te escucho
golpear el pavimento
y llamar con tu clave
sobre mi ventanal

Lluvia, hoy no eres nada
para mi desaliento
nocturno y abismal.

Cuando era niña hallaba
en tu canción un cuento,
y ya en mi adolescencia
me diste un madrigal.
Ahora, lluvia, tengo
tanta tristeza adentro,
que no me dices nada,
sólo te oigo golpear.

Mañana es siempre

Cómo quisiera despertar cantando.
Pero amanezco, en cambio,
dolorida
de no haberme quedado en ese espacio,
en ese tiempo de morir prestada.
Una isla no inscrita
en ningún mapa,
una célula enferma de ignorancia,
un asfixiado mundo en miniatura,
una avanzada humanidad triunfante,
en clarines y hogueras
homicidas.
Tabla sola, sin náufrago siquiera,
y luchando,
relincho hacia la costa,
y animada no más por el recuerdo
de un aliento mordido a sus astillas.
Cómo quisiera despertar cantando,
y me muero de sed y hambre
de canto
mientras desborda la preñada aurora
en promisorio bermellón de vinos,
y expandida,
hoguera en panes, horneándose a lo alto.
Yo estoy abajo,
debajo de la historia,
sepultada en antorchas apagadas
y estandartes marchitos.
Sumergida en humores subterráneos
y en cenizas de huesos
de bandido,
soy el ser que no fue, lo que no pudo,
la olvidada, desdeñada semilla,
pero existo.
Dentro,
tengo un sauce inclinado que me llora.
Un niño triste me llama, sin nombrarme.
Me doy cuenta,
me doy cuenta, yo existo.
Mañana espero despertar, cantando.

Mon amour

Tal vez en Hiroshima, tal vez nunca…

Eres yo misma, yo soy tu nervio y tu dolor
sintiéndote; te pronuncio
con mi aliento, me nombras
con tu sangre.
«Mon amour», tus manos,
déjame estar así, no estar, perderme,
sumergir, sucumbir, no ser,
soltarme,
una incoherente voluntad me arrastra
húmedo sitio de memoria, fijos
ojos de un gato negro,
de improviso
fosforescentes como dos secretos
desnudados,
me miro,
sótano antiguo de tortura y hondo,
loca de hoguera y alarido
huyo,
quiebro mi imagen, quiebro mi pupila,
rompo mi espejo, mi presencia,
salto,
salvo todos los cercos, cruzo el viento
corto todos los campos, los veranos,
bebo todos los frutos,
me consumo, y me derramo a perdurar
veinte años.
Fue una leyenda que guardé,
veinte años, en cada tramo de latido
en cada pedacito de piel y de cabello.
Irremediables de memoria juntos,
deja que salga a gritos de esta noche,
irresistible de ansiedad, me llevan
soy de aquello que calzo, que me viste,
cien potros vienen por su cuero,
huyo,
interminable corredor, paredes
exhalándose en puertas
imposibles y posibles
herméticas,
abiertas,
una pared me arroja hacia la otra,
inacabables de impiedad
me arrojan,
y recogen y juegan
al sollozo conmigo, y a la risa.
Recortados del conjunto, solos
bajo la lupa,
expuestos,
quiero olvidar que existo,
que no podré dejar de padecerme,
y me renuevo y me desgasto y sigo.
Alguien recoge mi silencio y grita,
quién, desde cuándo, dónde,
me acurruco;
ensayamos morir y no morimos,
nunca aprendimos a nacer y estamos
sin embargo naciendo
irremediables.
Esta exótica forma de tu mundo
esta palabra occidental que sabes
aprendida de mi piel
tu cielo,
estas estrellas con que vas hablándome.
Almendrados
ojos tristes, me intuyes,
hombros míos altivos,
te recuerdo.
Alguien tuerce mi mano hasta arrancarme de mi grito.
Y huyo,
y me persigo y huyo
calle arriba y abajo, y mi latido sobre la piedra
noche vacía, corro
sobre la llama,
corro,
la detonada soledad, vacío,
mundo vacío, corro
y esta estridente oscuridad, te he visto
en todos los descansos para piedad, te he visto.
Quiero llorarte «mon amour», protégeme,
desciende tu mansedumbre
sobre este vivo torbellino mío,
trázame
como una figura en tu cuartilla, bórrame… toco tu piel,
muerdo tu piel,
quiebro mis dientes en tu piel, la escucho.
Dónde comienza una esperanza, cuándo
fue la primera vez que sollozamos.
Duelo por alguien a quien no conozco, alguien  duele por mí,
sin conocerme.
Manos tuyas creándome y matándome;
«mon amour», tus manos,
cómo he llorado,
y cómo estoy llorando.

Permanencia

Sopla, viento, sopla y arrasa, que también de ti
saco conciencia.
En tu furia
mido mis fuerzas. Dóblame si puedes, y túmbame,
mi sostén es de acero.
Yo estoy sobre la línea de las cosas
que no murieron nunca.
Mi raíz emerge
desde el primer asomo del comienzo,
y brota y ensancha, y fructifica, y siembra,
hasta el negado fin del infinito.
Brioso y perverso y desafiante y ciego,
no borrarás la luz de mi paisaje,
ni el aroma del tiempo que me quiere.
El canto de los pájaros
ha de prender corolas de colores, siempre,
y un recuerdo de nido
entibiará mis ramas.
La luna te cortará las carnes para verme.
Estoy sobre el regazo de la tierra,
bajo la cóncava mirada azul,
con mi sabida sangre,
a un murmullo
del agua.
Suéltate, desorbitado, atronador, deshecho,
por la ladera fácil,
a querer romperme los oídos;
yo escucho con el corazón.
Búscame, azota mi pensativa hora de preguntas,
castígame el silencio, enfríame las manos,
succióname la savia.
Fatigarás tu furia hasta que caigas.
Todos nosotros te derrotaremos; la gota de agua,
el anuncio del pájaro
sobre la primavera,
la sonrisa del niño, y la sencilla
calma de existencia.
Raíz de tempestad, barre las caídas hojas,
y la inclinada brotación de miedo.
Tu voluntad altiva de torcerme
no quebrará mi línea,
respiro con las cosas que no murieron nunca.
Soy de mí misma,
indestructible, mía, en vertical esencia,
y permanezco.

Plenitud

Cúbreme con un abrazo de tierra y de gusanos.
Con un abrazo ancho
que me envuelva por todos mis costados.
Húndete en mi sangre, fúndete en mi carne,
hazte a mi piel, erízate conmigo,
extiéndete por todas las fibras de mi urdimbre,
y guárdate,
y quédate como el agua quieta debajo de los sauces.
Plenitud
abierta al cielo, al aire, a las estrellas.
Cúbreme con un abrazo de tierra y pasto tierno,
con toda la fuerza
de todos los minutos asfixiados en la pausa desierta,
de las horas vividas sin amor
en esa feria,
de cosas que se compran, de cosas que se venden,
de cosas que se buscan, de cosas que se encuentran.
Y mírate en mí, dentro de mí, y quédate y bésame
como el agua besa y muerde y penetra
la ávida boca de la tierra seca, y bébeme,
y sofoca
con tu boca entera,
mi aliento y mi latido y mi memoria.
Que ya no piense nada y que ya no recuerde,
y al fin que ya no sepa si eres tú quien me muerde,
si soy yo quien te besa.
Enróscame a tus brazos, rama verde, y tórnate gusano,
y devora hasta el final mi médula.
Devuélveme a la nada, a la quietud más quieta,
que la luz no me canse, que el viento no me mueva.
Haz un surco en tus venas y siémbrame en la hondura
de tu futura tierra.
Mis raíces prendidas a tu sangre beben tu ser,
y tus espigas se devoran mi hambre.
Filtrando por mi piel corre tu río
su frescura de paz bajo mi carne.

Refugio

Entonces,
ciega y sorda, me abrazo a la poesía.

La aprieto contra el pecho,
la muerdo, la trituro,
me prendo a sus dos manos,
hundo en ella mi grito,
me aniño en su regazo,
sollozo en sus rodillas,
y encuentro que me acoge
piadosa a su ternura,
se adhiere a mi tristeza,
me entrega
gota a gota, su sangre, me amamanta,
me acuna, me adormece,
y en sueños,
poesía madre, le elevo mi plegaria.

«Sé lecho a mi cansancio,
sé sombra en este páramo amargo
en que transito
volcando ya mis pasos.

Sé el camino que busco, transvásame
tu esencia, conviérteme a tu imagen,
haz de mí, la elevada
poesía de poesía».

Y caigo ya sin fuerzas
de nuevo entre los hombres
que aplastan mis cenizas,
en tanto me perdonan
la culpa
de ser mártir.

Salvaje

Salvaje como el viento, y arisca,
y triste a veces
como un rezo a la muerte,
y otras veces dichosa, y transparente,
y otras veces turbia
como esos charcos donde nadie bebe.
Naranja salvaje, verde agria,
y otras veces dulce,
roja por dentro
como tal vez fueran algunas
de las que rezuman en el monte
y nadie prueba.
Salvaje,
como mi cabello de batalla de insomnio,
como mis uñas mordidas como mis cejas rebeldes,
y otra vez tierna
con la voz ausente.
Salvaje,
como la garra en la que estrujaría mi corazón
cuando se encierra en víscera.
como la despavorida coraza de la selva.
Como el tigre en disentida mancha
tras la presa.
Como el asombro de Adán
ante el rostro espiral de la tormenta.
Como mi deseo si alguna vez se despertara
y no hallara la multitud en torno.
Como el gozo que entrecierra mis ojos
y abre las puertas de mi grito de par en par.
Como el dolor que me atraviesa
con sus crines mordidas por el fuego.
Con el infinito miedo de mis noches
poblándose de monstruos.
Como mi impulso frenético de golpear o o besar,
y a veces recogida como un murmullo al sol,
y a veces abandonada
y a veces abandonada y quieta
como la certeza del amor,
y silenciosa,
como la alcoba de mis horas
entreabriendo furtiva a la sorpresa.
Salvaje como mi audacia,
y otras veces miedosa y tímida y cubierta,
y otras veces
con la impudicia latiendo a flor de ropa.
Salvaje
deshaciéndome de mí misma,
y aullando y resonándome despedazada y estremecida
y tensa entre el lino dormido de las sábanas.
Fruta roída,
y otras veces intacta,
semilla, pulpa, zumo, toda guardándome
para la augusta nada.
Naranja salvaje, verde, agria,
con dolor de colores en la cáscara,
y algunas veces dulce,
increíble
y algunas veces,
cuando nadie me prueba,
miel y lágrima.

Siendo

Tú sabes
que estoy aquí a la altura
de tu boca,
a lo largo y a lo ancho de tu nervadura.
Aguzada a tu rumbo, y siempre estando,
y siempre siendo,
y siempre anticipándome a tu búsqueda,
liberada y sujeta
cosa tuya.
Tú sabes;
has medido la distancia,
que podrías tocarme con tu idea,
y empapar mi ternura
con tu lágrima.
Que resuenas
en el ámbito líquido
del golpe,
y que lates conmigo gota a gota.
Que te extiendes mas allá del contorno
de mi vida,
contenida
en el tiempo de tu órbita.
Tú sabes
que me guardas
limitado mi mar a tus orillas,
evidencia
que bebes y que mojas
y que tiembla en mi espuma
a tu caricia.
Tú sabes todo.
Razonas mi emoción como un teorema.
Yo fluyo solamente,
sin ideas,
estoy aquí a la altura
de tu boca,
a lo largo, a lo ancho
de tu nervadura,
siendo,
nada mas que siendo,
tuya.

Sueño que llueve

Sueño que llueve y que me estás queriendo.
Cielo en congoja, mi corazón deshace,
y deshaces con él; lluvia tú mismo
me transcurres lento;
yo me dejo llevar por los canales
inundados de hojas
y de pasos
y un crujido me llora desde el hueso.

El mundo en selva
de colores
viene
a espejarme en nosotros, y a impregnarnos
de misterio, de aroma y de raíces.

A la vera de esta
irrealidad, palpita, un niño tibio
que indeciso arrima
con su barco de papel y quiere
navegar nuestra sangre.

Sueño que llueve; acaso estés soñando
a mi ritmo, y amándome,
y en tanto,
esta lluvia silente, tal vez sueñe
ser mujer, y sufrir.

Ávido el suelo que la bebe sueña, quizás,
ser hombre y consumirla; ruedo
como una gota entre tus brazos, vuelco
sollozando tu nombre.

Tu deslizas, compactado llanto, por mi cielo
y rompes; un deshacer unidos,
ya no somos, y despierto.
Sin nosotros, y sin sí mismo, el sueño
se ha quedado soñando
ser la muerte.

Testimonio

Vamos a morir de muerte natural;
de esta muerte
de estar amando al hombre,
y vamos a morir sobre su llanto.

Sobre esta roca sola, pura roca,
bajo esta noche de mirar los sitios,
donde quedan sin hambre,
los sin trigo,
definitivamente ya saciados.

Puestos todos en fila, con los ojos,
puro miedo y pregunta, detenidos
en el tiempo, buscando ver.

Oh, estrecho
mundo grande y hermético,
cerrado, sin ventanas, miseria
color cuervo.
Sobre los huesos chiquitos
blancos,
del niño que soñó un día trigales,
los intuyó
del lado de abundancia,
no del suyo,
del otro, donde nacen, viven
crecen, celebran
y disfrutan.

Mundo miseria grande, sin salida,
sin manera de huir,
sin otra forma,
de escapar de pobreza que muriéndose.
Sobre esos huesos, chiquititos,
blancos, nos vamos a quedar,
y avergonzados.

Tiemble tu corazón

Tiemble tu corazón antes de hacerlo.
Vas a juzgar
no olvides, que hay un dolor de siglo
en cada hombre,
y una causa anterior, a lo querido.
Cuando pongas tu pesa en la balanza,
suma en piedra
la parte que nos toca.
Suma orgullo y desprecio y abandono,
suma rosas y pan
incompartido.
Mira
que en cada una de tus sentencias pongas
tu señal de durar
a signo limpio.
Que tu sangre camine
gota
a
gota,
decantada,
traslúcida, sin prisa,
que las culpas ajenas necesitan
un reposado espacio
de medida.
Guarda
no olvidar a tu madre ni a tus hijos
cada vez que señales
un culpable,
ni olvidarte de Dios cuando castigas;
y perdona
si es que temes tener
que perdonarte.
Suelta al fondo de ti
hasta la pura
contextura de sal que te contiene;
palpa
el rostro
rugoso de la culpa,
muerde amarga condena, sufre rejas
y retorna
cuando sientas crecer
árbol de cuna
y poblarte piedad desde tus hojas.
Funde razón a fuego
de conciencia
duele el hombre que llevas, y medita;
bajo la toga, hay un hueso
que cruje la partida
y una carne final
que ya deshace.
Vas a juzgar, detente…!
Y cuando sepas
Que la ley es aquello que tú lates
y que vas conformándote
a minuto
propia génesis lenta de conducta,
y comprendas,
en el filo más fino de tu duda,
en la ultima hebra
de certeza
que tu estrado es banquillo
y que te juzgan,
alza recién
desde el barro
y,
juzga…!

Tienes algo de montaña…

Tienes algo de montaña…
A tu lado me he sentido leve y me he creído blanca.
Sin reparo te he mostrado mis llagas
y a tu cumbre nevada  a veces traje barro,
y hecha pedazos mi alma.
Y he vuelto siempre limpia, y he vuelto siempre sana.

Tienes algo de planta…
es tan fresca tu sombra y es tan calma
la voz de tu follaje, y es tu raíz tan honda.
Al rumor de tu savia, descansé mi  fatiga
y adormecí mis ansias…

Tienes algo de mar…
Toda la majestuosa distancia, del gigante de sal.
Espuma y linfa, por magia de tu espejo
mi cara entristecida, se ha visto cristalina.
Y cuando en hora perpleja llegué a tus orillas
tu verde voz me trajo de nuevo una olvidada
tibieza de regazo.
Eres tan humano que no pareces hombre
tan majestuoso y blanco, tan fresco y tan hondo
que pareces montaña, planta, mar…
y aunque te asombre tan humano eres
que no pareces hombre.

Verano

Hay arena y hay mar, y un horizonte
que podría tocarse
con las manos.
Un instante canícula, vacío,
pescadores tan solo
que adivino
más allá de envoltura,
sal y espuma.
Sin embargo, me circundan
palabras y señales.
Voy en busca de mí; partí hace tiempo,
soy apenas,
la pisada brumosa en la memoria
de un distante hacedor
alto, trazando
nuevos seres, y nuevas borraduras.
El sol viene a quererme;
siento, dentro,
ronronear mi pureza primitiva.
Cae el párpado denso…
Las palmeras
reiniciaron su juego para estar durmiendo.

Yo no tengo la culpa…

Yo no tengo la culpa
de amar tenaz la sombra de las cosas que fueron,
y sentir la impaciencia del misterio que ronda,
y vibrar la certeza de la luz que fulgura.
Yo no tengo la culpa de quedarme conmigo
en la hora del brindis, del laurel, de la espiga,
en refugio de infancia, en retorno de escuela,
en regreso a la tierna canción adormecida.
Yo no tengo la culpa de sumarme a la noche,
de soltarme en los techos en congoja de lluvia,
de morir de vergüenza con aquél que se humilla,
de quemarme en la fiebre mortal de los enfermos,
de dolerme en las hojas pisoteadas de otoño,
de gemir en las ramas de bramar con el viento.
Yo no tengo la culpa de ser una partícula
del cuerpo de la pena,
del coraje, del sueño, del amor por la eterna
tristeza de los hombres.
Solo tengo la culpa
de reunir en mis versos el dolor que rezuman
esas cosas amargas que remuerden y acusan,
de eso tengo la culpa…!