Palao, Paloma
Poeta española nacida en Madrid en 1944.
Licenciada en Derecho por la Universidad de Madrid, abandonó el ejercicio profesional para dedicarse
definitivamente a la poesía. Fue profesora de Lengua Española en el Instituto de Cultura y colaboró con sus escritos
en medios periodísticos tales como La Estafeta Literaria y la revista Litoral.
Su obra está contenida en los siguientes títulos: Resurrección de la memoria” 1978, “El gato junto al agua” 1981,
Accésit al Premio Adonais; “Contemplación del destierro” 1982, “Retablo profano” 1985, “Hortus conclusus” 1986
y “Música o nieve” 1986.
Falleció en un accidente automovilístico en el año de 1986.
Aprendo un camino para tu pestaña…
Aprendo un  camino para tu pestaña: luz
abierta que no se desboca.
Acudo
a la  razón: todo niega
la posibilidad de ser de nuevo
carne en la conjunción de  tu memoria.
Barro el dolor, porque busco en mi ventana
la nota
que  produzca silencio prometido: escribo
sobre un amor, que no llega;
pero no  me despeino
en la nostalgia, porque
la fuente me deja su ruido,
promesa  de una necesidad
que se intuye. Contra el dolor
yo tengo mi palabra: firme  promesa
de resistir.
De “Resurrección de la memoria” 1978
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Cansa la voz, que se deshace en pan…
Cansa la voz,  que se deshace en pan,
lengua de costumbre. Cansa
la concordancia
de  fugacidades, que extienden
la mano sobre el peso
del tiempo, momento de  lentitud
en la paciencia. Cansa
la ambigüedad
del beso -intercambio de  necesidades-,
raíz de la luz en la inocencia, descubrimiento
de las  exequias
de una a paz tolerable. Cansa
la inquietud de la mano, que  arrastra
soledad en el tiempo: poseo
lo que se me entrega en la  nostalgia
-tiempo sobre la razón que araña-. Esta es
mi senda
para  alcanzar
la garganta de nieve del amor. Cuerpo el mío
disociado de la  razón, canto imposible
de una unión pasajera.
De “Resurrección de la memoria” 1978
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A Antonio Colinas
No responde
la añoranza a la música, sí, al  esfuerzo
de una armonía
celeste y casi hallada. Tañe el laúd
y canta:  esfuerzo sumo y aún anhela, contempla.
Hay un dolor, aunque su  cabello
orle una franja, de fingidas piedras. Su cuello
es recio, cual de  varón. Sus ojos
perdida
la hermosura tienen. Traspasa suave
la túnica  sus alas. Hay un dolor del aire
detenido. Las cuatro cuerdas del laúd tan  tensas
donde las manos
no reposan. El paraíso
está perdido en el  esfuerzo: no es un ángel
quien tanto dolor siente.
Hojas de naranjo  acompañan
tras del azar perdido su memoria. 
De “Resurrección de la memoria” 1978
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En
la larga desolación, de que la luna
se tienda  sobre mi corazón, aunque yo no lo quiera,
de que el pez
se agarre a mi  voz, sin que yo pueda
mover una sola de mis intenciones, atada
para  siempre
a una mesa, a la mesa
de un cuarto vacío; en esta larga  desolación
me permito
alguna locura, de cuando en vez,
luna  quieta,
que se agarra a mi ventana, que quiere
abrir mi corazón, mi  puerta, la llaga
la llaga de luz que se ambiciona; la  agobiante
asfixia
de entreabrir
esa puerta y ver a alguien,  alguien
que no soy yo -pero que finge serlo-
atada a una mesa, en un  cuarto vacío,
mientras me ponen una inyección para sobrevivir,
mientras la  luna se pasea
por el fondo verde de mi corazón
y
mientras alguien,  alguien que no soy yo, entreabre
esa puerta que da
a
una  habitación,
a
un cuarto oscuro, oscuridad
que se niega a comprender,  mientras
la luna
corre
por entre la oscuridad de aquel  cuarto
vacío,
de aquel cuarto, entreabierto, con estantes
llenos de luz  -llagas abiertas- que se consuman
en un sacrificio -que no ha sido  pedido-,
en ese cuarto, donde alguien,
-que no es aquella que no soy  yo-,
finge dolerse, de una llaga
que no da luz, ni se  ambiciona.
De “Resurrección de la memoria” 1978
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Esa puerta de mármol, esa losa…
Esa puerta de  mármol, esa losa
que cae sobre mi alma
si ando, donde me voy  dejando
nudillos, nudos, manos…
He de tirarla abajo.
Esa madera  joven, en la que me he
clavado, con ranuras
estrechas, con bisagras  gigantes,
que envuelta de recuerdos
me sale siempre al paso…
He de  tirarla abajo.
Esa puerta que llama cuando sigo
adelante, esa puerta que  avanza
cuando yo me he parado. Esa puerta
que escucha cuando yo  estoy
llamando…
Esa puerta -que es mía-
he de tirarla  abajo.
De “El gato junto al agua” 1981
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Escribirán mi nombre en un libro…
A mi hermano,
cuyo apoyo y ayuda me  mantienen
Escribirán mi nombre en un  libro
de nombres apretados, y referencia ,
breve harán del tiempo que pasé  “,
vivida.
Tendré, a lo sumo,
quince páginas en una  antología.
Algún niño recitará de carrerilla:
Nacida en Madrid en el 44,  perteneció
a la generación perdida, no tuvo
guerra a la que le  sujetaran,
ni amo, ni dueño, ni posición torcida.
Descubrió su  vocación
muy niña, presentándose a todas
las oposiciones convocadas,
a  la cátedra vacante del amor, retirándose
la víspera a un rincón, con su  perro
-aún no nacido-, a acunar sus arrugas,
a repasar el índice de  materias
-nunca demasiado sabidas-: los celos
el dolor, la  comida.
No quiso
saber más que de  lo suyo. De fe
arraigada en ese punto
muerto de la angustia, no  quiso
comulgar con- ruedas de molino,
ni tener hijos con ruedas de  molinos…
Hasta que un día… Tuvo el valor
de recogerse el pelo y  andar
más deprisa y subirse a la boca
una  mentira.
Y todo fue ya
póstumo… Desde ese  día.
De “El gato junto al agua” 1981
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Castiga
su sombra la raíz y en cruel
delirio
el  aire rompe
y ama, y embriagado
cede al dolor
la alta y suave  cima,
donde la noche,
fugitiva, alerta
vence en mortal delirio
su  grandeza.
De “Hortus conclusus” 1986
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Inmóvil permaneces Annelein, con un algo…
Inmóvil permaneces Annelein, con un algo
de sirena  encendida, cuando creíamos
haber desvelado tu secreto. Nadie
tiene tu  rostro -Annelein-. Nadie
percibe qué paisaje te mira de frente.
Ya no hay  desolación en torno a tus ruinas,
ni invencible pudor en torno a tu  desgracia.
Tu resignación explica
el número de tus desventuras y una  tristeza
impar nos devuelve tu rostro. Nadie sabe
Annelein que has muerto,  a pesar
de todas las ceremonias.
De “Contemplación del destierro” 1982
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Soledad de caoba
que la piedra comparte, sigilosa  memoria
que hacia el tiempo
confluye y brota prisionera
de la luna y  el sueño
y lentamente aspira
la verdad y su belleza.
Manzana de la  luz,
suavemente ignorante,
el cáliz terso
de su piel  construye,
aroma y fuerza
que el deseo clama.
De “Hortus conclusus” 1986
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No alcanzaré la curva matriz de los deseos…
No alcanzaré la curva matriz de los deseos,
desovillada  lamentación de la carne. No alcanzaré
la certidumbre del día, ni el pie  fantástico
del dolor impaciente. Cuando el mar me contempla
siento que la  roca penetra mi carne. Siempre
hay un nombre, que hace posible la  alegría
mientras los cánones de la belleza acarician
la estatua. El mismo  nombre, que desarmó
la inocencia, podía hacer ingrata la ausencia.
El  mismo nombre que nos conduce, nos pierde
en nuestra audacia. Largo es el  tiempo
de la meditación frente al silencio, cuando
la meditación es sólo  un nombre. Annelein
es más cierta que la voz que la calla. Pero  Annelein
no es un nombre. Indica
la transparente vicisitud del agua.  Annelein
es un lamento, que puede significar también
un  sobresalto.
De “Contemplación del destierro” 1982
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No vuelvas nunca a mirar tu rostro Annelein…
No vuelvas nunca a mirar tu rostro Annelein.
Ni la  ilusión engañará tu mirada, como antes
de aquel día, que saliste para el  destierro.
El tiempo ha pasado y es un cuchillo sobre tu imagen.
Sueña lo  que tuviste, Annelein, y no busques la compasión
en tu ciega cordura. Nunca  verás tu rostro, Annelein.
La púrpura cede bajo tu peso y no hay  mirada,
que ayude a soportar la muerte.
Detrás de tu belleza, está la  ignorancia,
como delante de ti está tu rostro siempre,
aunque tampoco es  útil la máscara.
De “Contemplación del destierro” 1982
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Nunca sabrás pronunciar tu nombre, hueco…
Nunca  sabrás pronunciar tu nombre, hueco
como el vientre que perturba tus  sueños.
Tu voz suena herida desde tu cuello
y no hay piedad para tu  nostalgia. Vuelta
hacia ti, no eres tú misma, ni es tu pasión,
más que un  feliz resultado de tu propia
codicia. La voz que te prestaban los que  huían
del sueño, sirve de hueco a tu propia nostalgia.
Tu helada sombra te  persigue y los vientos del desierto
traen tu última imagen. Desde donde te  sueño
las sombras atraviesan tu enigma. Mi voz no sirve,
más que para  recorrer el vacío. Todos urdimos
tu abandono, hasta que la luz fue más  viva
que tu propia mortaja. Todos sabemos
que has existido y tu inocencia  nos conmueve
en la tumba. Sin embargo a veces creemos
las lágrimas nos  devolverán a los sueños.
Se abre la puerta de la desolación y el  viento
nos desvela su enigma. Ya no hay principio
para tanta ecuación y  los ángulos de los espejos
atraviesan la asfixia.
De “Contemplación del destierro” 1982
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Por donde vayas -Annelein- cuéntanos tu tristeza…
Por donde vayas -Annelein- cuéntanos tu  tristeza.
Cuéntanos de qué madera se rasgaron tus voccs,
bajo qué mirada  te desnudó la inocencia.
No te vuelvas Annelein. De todas
las partes de tu  cuerpo es tu espalda,
la que mejor compone tu semblante. No
nos enseñes  nunca el rostro -Annelein-,
porque así podrás vivir siempre en  nosotros.
De “Contemplación del destierro” 1982
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Son importantes  tantas cosas
-madre-. El olor
de naftalina, los baúles
en los que vamos  destripando
sueños, años pasados
bajo la misma sombra. Sin  embargo,
preparo con prisa mis maletas, vacío
los cajones rencorosa
de  una alegría que no pudiste
darme, y es todo tuyo
-madre-. Las  maderas
que rechinan vengativas, los cuadros
de dudosa
firma, las  bandejas de plata que transportaron
turrones navidades
pasadas y nunca  perseguidas.
Hago el inventario
-cruel siempre- que me anuncia
tu  presente
concepción de silencios. Hago
y olvido, varias
docenas
de  bordadas enaguas y colchas
con mi nombre. Las mantas
-madre- quedan con su  olor a naftalina
enmohecida, quedan
dos pares de zapatos viejos, mi  primer
par de medias, el bolso
que estrené una mañana, cuando tuve
que  esconder mi pañuelo
demasiado grande para una sola
lágrima. Mi  estatura
se parte -frente a ti- y sólo
queda un murmullo
de alas  vencidas por la vida. Me olvido
de las cosas importantes. Del vaso
de mis  fiebres, de las horas
pasadas sobre mí como en la muerte. Me llevo
todo  -madre-. Hasta esa lágrima
dormida entre mis ojos. Dejo
a cambio el  inventario -firmado y rubricado-
de mis sueños. Abres la puerta,  salgo
cierras. Vuelves
por el largo pasillo de la casa. Enderezas
ese  cuadro
torcido, que yo moví al pasar y quizá
pienses en pintar las  paredes
de mi cuarto, en cambiar las cortinas,
en recoger pisadas que  aún
nos viven,
que nos pueblan de adioses
presurosos, como alargados  trenes
que no paran. Que no te importe
nada, madre, madre. Que no te  importe
la sangre -madre mía- que en río
de silencios nos separa. Que no  te importen
las llaves que perdiste
para impedir mi marcha.
De “El gato junto al agua” 1981
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Todos fuimos Annelein. Yo misma…
Todos fuimos  Annelein. Yo misma
alardeé de plenitud en la oquedad
alarmante del  conflicto. Yo misma
planché con cuidado la intersección
de la codicia.  Nadie descubre su vientre
a las estrellas -atentas- a la noche
que gime.  Nadie desnuda su cuerpo
en la oscuridad, para que el frío
de la noche lo  persiga. Nadie arroja
su mano más allá de donde el esfuerzo
de su brazo le  indica. Verdad es que fuimos
rotundos hasta la esterilidad, como la gasa  cubre
un cadáver podrido. Verdad es que toda negación
de la pureza es aún  positiva. Las voces
redondas de la noche componen sonidos.
Entre los  pliegues de nuestros labios
sentimos, que nunca podrá morir en nosotros
la  ternura, por la cabal resurrección
de los sentidos.
De “Contemplación del destierro” 1982
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Vivir en tu voz,
doblarme
bajo tu párpado, sería  necesario
para compensar
el beso
de nieve, la luciérnaga
de esta  resurrección imposible. Pero nada
han hueco como el agua,
donde el  pozo
no es medida, sino acumulación
culpable del vacío,  inexistencia
proclamada,
fondo desposeído por su  transparencia,
recompensa de mirar
hacia la oscuridad
y hacia  dentro.
De “Resurrección de la memoria” 1978
