Mujica Hugo
Poeta y ensayista argentino nacido en Buenos Aires en 1942.
Desde pequeño se aficionó a la lectura, estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología.
Viajó a Estados Unidos en 1961 donde desempeñó varios oficios y posteriormente ingresó a un monasterio trapense
cerca a Boston. En 1970 regresó a Buenos Aires como monje, viajó por varios países europeos, se ordenó como sacerdote,
y empezó a publicar su obra a partir de 1983.
Entre sus principales libros de ensayos se cuentan “Kyrie Eleison” 1991, “La palabra inicial” 1995, “Flecha en la niebla” 1997
y “Poéticas del vacío” 2002.
De su obra poética merecen mencionarse “Brasa blanca” en 1983, “Sonata de violoncello y lilas” en 1987, “Escrito en un reflejo”
en 1987, “Paraíso vacío” en 1993, “Para albergar una ausencia” en 1995, “Noche abierta” en 1999, “Sed adentro” en 2001
y “Casi en silencio” 2004
Es noche, es frío
y en lo lejano
el canto de una mujer
parece acunar la vida.
La voz, no el silencio,
es la desnudez de las palabras.
Noche sin luna,
alguien, descalzo,
cruza el desierto.
Hay huellas que la noche vela,
hay desnudeces que la luz apaga.
ni la ruina de un muro
sobre el que apoyar las palmas, sobre el
que descansar la gente
nada, salvo polvo que el viento alza,
viento
borrando ruinas
una sábana blanca
ondea en el viento
ceremonia de nada,
gesto de nadie,
nadie, nada o las huellas más tenues
o tal vez un llamado
el viento
la desnudez en la que viene y huye:
la huella, que borrando traza.
Entre el tejado y el cielo
hay un vacío de
pájaros,
una nostalgia de lluvias.
Entre la noche y
el alba
la cita imposible de cada vida:
la ausencia que el alma abraza.
En las dunas
todo es silencio,
salvo el soplo
del viento
que lentamente las forma
y lentamente las deshace.
En su cama de hospital
un moribundo escucha como
uno a uno van callando
sus latidos.
Todo es silencio y entre latido
y latido
se cumple el azar o la esperanza:
lo que al final vence,
sin dejar vencidos.
En un baldío,
sobre el polvo y la
hojarasca
un pájaro moribundo
aquieta sus alas.
Una nube, impasible,
juega
sus formas blancas.
Al final también mi boca se llenará
de tierra,
al final siempre se besa
aquello que desertamos.
apenas la sed
descubre sin cubrir, apenas el agua
acaricia el borde
sin extender la herida,
es lo ausente lo que más
se muestra,
lo olvidado lo que más se espera.
hay un alma
lo dice la sed y
el agua
lo calle el olvido, la herida
abierta entre el sueño
y la vigilia
el naufragio de todo reflejo
en la transparencia olvidada.
Es la hora más lenta,
es crepúsculo
y un par de relámpagos
destellan un horizonte.
Descalzo, sobre la arena
tibia,
un niño corre tratando
de atrapar gaviotas.
En la noche,
la lluvia borrará las huellas,
iniciará un desierto,
regalará el olvido.
Como un mantel
a la espera de la fiesta
las manos
ya están desnudas.
Falta la brisa
que las desborde y el afuera
que las cobije,
falta el hueco de ellas mismas,
falta olvidar la limosna.
Al fondo,
sobre una mesa, debajo de
un árbol desnudo,
una taza
desborda la lluvia.
Desborda, cae, y dibuja un charco,
un espejo, una vida.
Llueve sobre
el silencio de un plato vacío,
llueve
y se desborda lluvia.
Hay que derramarse hasta
lo imposible de uno mismo:
la herida sin decirse sangre,
el alma sin saberse alma.
Un viento límpido
recorre la noche.
En las calles,
un hombre
apura sus pasos, cumple su rito:
inclina su nada;
deja el temblor que a veces queda
donde hubo vida y ahora hay olvido.
Es el mismo
árbol
de tantos otros años,
de algún que otro poema;
el mismo que otra vez
reverdece en mi ventana.
Es la misma savia que, año tras año,
se dice más callada en mis latidos.
Serena, sin despertar
los sueños
la noche va dando
a luz su alba.
Inclinado sobre un libro,
leo,
página tras página
se encienden la vida y
algunas palabras.
Atrás queda
lo que el alba no despierta:
lo que ya ha muerto
sin pronunciar su nombre.
Ya noche,
caminando,
vi el instante de un relámpago
sobre el charco de una calle,
cerré los ojos
y, blanca e inmensa, y a la vez serena,
se encendía un alba.
Una hoja, rojiza,
tiembla,
es otoño
y el sol va entristeciendo su paso
por mi ventana.
Algo,
cada instante se detiene,
algo es ya siempre nunca;
el final es siempre un combate:
el de no aferrarse a las armas.
Noche sin cielo
y lo más alto
es el nacer de la lluvia.
Sin un antes
ni un después,
en su puro ahora
cae la lluvia;
cae sobre el mundo
y algo,
algo otro que la duda o la certeza,
se transparenta sobre sus aguas