March, Ausias

March, Ausias

España (1397-1459)

«Busquen las gentes fiestas con alegría…»

Busquen las gentes fiestas con alegría,
alabando a Dios, entremezclando deportes;
que plazas, calles y deleitosos jardines
se llenen con los relatos de grandes gestas;
y vaya yo los sepulcros buscando,
interrogando a las almas condenadas,
que me responderán, pues no están acompañadas
sino por mí en su perenne lamento.

Cada cual busca y quiere a su semejante;
por esto no me agrada el trato con los vivos.
Al imaginar mi estado, se tornan esquivos;
como de hombre muerto, de mí toman espanto.
El rey ciprio, prisionero de un hereje,
no es a mis ojos desventurado,
pues lo que quiero jamás será logrado;
de mi deseo médico alguno podrá curarme.

Como Prometeo, a quien el águila come el hígado
y siempre brota de nuevo la carne,
y jamás termina el pájaro de devorar;
más fuerte dolor que éste me tiene asediado,
pues un gusano me roe el pensamiento,
otro el corazón, y de roer no cesan,
y su trabajo no podrá interrumpirse
sino con aquello que es imposible de lograr.

Y si la muerte no me infiriese la ofensa
-alejándome de tan placentera visión-,
no le agradecería que vista de tierra
mi desnudo cuerpo, quien no piensa perder
el placer, pues tan sólo imagina
que mis deseos no pueden cumplirse;
y si mi postrera hora ha llegado,
término tendrá también el bien amar.

Y si en el cielo me quiere Dios albergar,
amén de verle, para cumplir mi deseo
será preciso que allá me sea dicho
que mi muerte vos tenéis a bien llorar,
arrepintiéndoos de que por vuestra poca merced
muriese un inocente, mártir por amaros:
pues el cuerpo del alma separaría
si en verdad creyese que de ello os doleríais.

Lirio entre cardos, vos sabéis y yo sé
que bien puede morirse por amor;
si creéis que en tal dolor me hallo,
no os excederéis, poniendo en ello plena fe.

Versión de José Batlló

Canto espiritual

Pues que sin Ti, a Ti ninguno alcanza,
dame la mano, del suelo levántame;
y aunque la mía no tienda a la tuya,
aunque sea a la fuerza arrástrame hacia Ti.
A tu encuentro quería yo salir;
no sé por qué no hago lo que quiero;
pues cierto que mi voluntad es libre
e ignoro quién impide mi deseo.

Quiero alzarme, mas no hago lo bastante:
y es la causa el peso de mis terribles culpas;
antes de que la muerte concluya mi proceso,
dígnate, Señor, que tuyo sea, pues serio quiero;
haz que tu sangre mi duro corazón ablande :
de mal semejante a otros muchos ella curó.
Tu tardanza denuncia tu enojo;
tu piedad no halla en mí lugar .

No pequé tanto con el entendimiento
como he cargado mi voluntad de culpa.
¡Ayúdame, Señor! Mas locamente te ruego,
pues tú no ayudas sino a quien a sí mismo se ayuda,
ya cuantos a Ti se acercan
no les fallas, bien lo muestran tus brazos.
¿Qué haré, si no merezco tu ayuda,
pues sé que no me esfuerzo tanto como pudiera?

¡Perdóname que te hable locamente!
A la pasión se deben mis palabras.
Siento pavor del infierno, al cual me llevas;
quisiera volverme, y no dispongo de mis pasos.
Mas también recuerdo que redimiste al Ladrón
(tanto cuanto es claro que no bastaban sus obras);
allá donde le place, sopla tu espíritu:
ni cómo ni por qué saben los humanos.

Aunque mal cristiano sea por mis obras,
no te guardo ira, ni de nada te inculpo;
cierto sé que siempre obras bien,
y bien haces tanto dando vida como muerte:
todo es lo mismo si brota de tu poder,
por lo que loco es quien contra Ti se yergue.
Amor al mal, ignorancia del bien,
tales son las razones por las que el hombre te desconoce.

A Ti te pido que mi corazón fortalezcas,
a fin de que mi voluntad a la tuya se ligue;
y pues sé que el mundo no me aprovecha,
dame fuerzas para abandonarlo del todo,
y del placer que el bueno en Ti gusta,
alcánzame tan siquiera una migaja,
para que mi carne, que se me subleva,
quede satisfecha y deje de acosarme.

¡Ayúdame, Señor, que sin Ti no puedo moverme,
pues mi cuerpo más que paralítico está!
Tan arraigados están en mí los malos hábitos,
que el sabor de la virtud me resulta amargo.
¡Oh Señor, piedad! Renueva mi naturaleza,
que mala es por mi gran culpa;
y si muerto puedo redimir mi falta,
sea la muerte mi dulce penitencia.

Te temo más que no te amo,
y ante Ti me confieso de esta culpa;
turbada está mi esperanza,
y en mi interior hay una terrible lucha.
Te veo justo y misericordioso;
tu voluntad concede gracia al sin méritos,
y sin méritos los dones das y quitas a capricho.
¿Quién será tan justo, cuánto más yo, que no te tema?

Si el justo Job a Dios temía tanto,
¿qué no haré yo que en mis culpas nado?
Cuando pienso en el infierno donde el tiempo no existe,
se me muestra cuánto los sentidos temen.
El alma, que para contemplar a Dios fue hecha,
contra su Señor, blasfemando, se rebela.
No es el hombre quien tan gran mal ama;
entonces, ¿dónde está quien hacia tal parte camina?

Ruégote, Señor, que mi vivir acortes
antes de que peores casos me sucedan;
en dolor vivo haciendo vida perversa,
y temo aquella muerte que es eterna.
Pues aquí con mal, y allá con pena sin fin.
Tómame en el instante en que mejor me halles;
el retardarlo, no sé qué finalidad tiene;
no ha reposo quien el viaje ha de emprender.

Me duelo de no dolerme tanto como quiero
del dolor infinito, del cual dudo;
pues tal dolor no lo ampara la naturaleza,
ni puede medirlo el hombre, ni menos sentirlo.
Si es así, pobre parece mi excusa,
cuando de mi daño, que tanto es, no me espanto.
El cielo pido, y no lo aprecio lo bastante:
gran falta tengo de miedo y de esperanza.

Por más que irascible te presentes,
ello sólo es debido a nuestra ignorancia;
tu voluntad siempre es clemente,
el mal que muestras es bien inestimable.
Perdóname, Señor, si de algo te culpé,
pues me confieso ser el único culpable;
con ojos humanos juzgué tus hechos:
¡quieras darle luz a la vista del alma!

Mi voluntad a la tuya es contraria,
y enemigo tuyo soy queriendo ser amigo.
¡Ayúdame, Señor, pues me ves en tal aprieto!
Me desespero si mis méritos mides;
me enoja el que mi vida se prolongue,
y mucho dudo de que tenga término;
en dolor vivo, pues mi deseo no es firme,
y alterado en mí está el equilibrio.

Tú eres la meta donde todo acaba,
y no es final si en Ti no termina;
Tú eres el bien donde todo bien se mide,
y no es bueno quien a Ti, Señor, no se parece.
A quien te complace, dios Tú le llamas;
para que se te asemeje, mayor grado de hombre le das;
es justo, pues, que quien al diablo complace,
tome el nombre de aquel a quien se conforma.

Si algún fin en este mundo se halla
no es auténtico fin, ya que no hace al hombre feliz:
sólo es el principio donde lo otro termina,
según el curso que podemos entender los humanos.
Los filósofos que el final pusieron
en sí mismos, está visto que son seres discordes:
señal cierta de que en la verdad no se fundaron;
por consiguiente, al hombre no satisfacen.

La ley judaica por sí misma no bastaba
(no se entraba con ella en el Paraíso),
sino en cuanto fue principio de la nuestra,
por lo que puede decirse que las dos son una.
Así, toda meta totalmente humana
no da reposo ni término al deseo,
mas tampoco sin ella el hombre alcanza la otra;
San Juan anunció la llegada del Mesías.

No tiene reposo quien otro fin persigue,
pues la voluntad en nada más descansa;
es cosa sabida, y no caben sutilezas,
que, si no es en Ti, el deseo no termina.
Así como los ríos a la mar se apresuran,
así todos los fines en Ti se cumplen.
Puesto que te conozco, ayúdame a amarte.
¡Que el amor venza al miedo que te tengo!

Y si tanto amor como quiero no siento,
aumenta mi miedo para que, temiendo, no peque,
pues no pecando, perderé aquellos hábitos
que en mí fueron la causa de no amarte.
Mueran quienes de Ti se apartaron;
casi me dieron muerte y me impiden vivir .
¡Oh Señor! Haz que mi vida se prolongue,
ya que creo que hacia Ti camino.

¿Quién me enseñará a excusarme ante Ti,
cuando tenga que rendirte mis mal ordenadas cuentas?
Tú me diste un camino derecho,
y yo hice de la regla una hoz muy curva;
enderezarla quiero, mas preciso tu ayuda.
Ayúdame, Señor, pues débiles son mis fuerzas;
deseo saber qué destino me reservas:
para Ti es presente, pero para mí incierto futuro.

No te pido que me des salud corporal
ni bien alguno natural o de fortuna,
pero sí que tan sólo a Ti, Señor, te ame,
pues bien cierto sé que el mayor bien de ello nace.
Por consiguiente, no siento altas delectaciones
ya que no me hallo bien dispuesto a sentirlas;
pero hasta el más grosero de los hombres sabe
que, sobre todos, el mayor bien es deleitable.

¿Qué día será en que la muerte ya no tema?
Será cuando de tu amor yo me inflame,
y ello no es posible sin menospreciar la vida;
haz que por Ti yo desprecie la mía.
Debajo de mí, entonces, estarán las cosas
que ahora veo pasar sobre mis hombros;
quien no teme a las garras del fiero león,
mucho menos temerá al aguijón de la avispa.

Ruégote, Señor, que me hagas insensible
para que nunca más ciertos deseos sienta,
no tan s61o los feos que te contrarían,
sino también aquellos que te son indiferentes.
Tal deseo, para poder pensar sólo en Ti
y poder buscar el camino que a Ti lleva;
hazlo, Señor, y si de esto me arrepiento,
encuentre ya para siempre tus oídos sordos.

Quítame el dolor de ver cómo pierdo el tiempo,
pues, doliéndome, no puedo amarte como deseo
y quiero hacerlo aunque la costumbre me lo impida;
en tiempos pretéritos me cargué de culpas.
Tanto valgo yo como otros que no te sirvieron,
ya ellos diste no menos bien del que te pido;
por ello te suplico, Señor, que entres en mi corazón,
ya que en otros más abominables penetraste.

Católico soy, mas la Fe no me da calor,
pues la apaga el lento frío de los sentidos.
Mas ya dejo lo que mis sentidos sienten
y en el Paraíso creo por fe, pero con razón juzgo.
La parte del espíritu está pronta,
Imas la de los sentidos sólo arrastrándola se acerca;
socórreme, pues, Señor, con el fuego de la fe,
hasta el punto en que mi parte fría se abrase.

Tú me creaste para que mi alma salvara,
y quizá sepas que haré precisamente lo contrario.
Si es así, ¿por qué, entonces, me creaste,
ya que en Ti reside el saber infalible?
Devuelve mi ser a la nada, te lo suplico;
preferible es a una eterna y oscura cárcel;
como quisiste decir acerca de Judas, yo creo
que mejor sería no haber nacido hombre.

¡Preferiría, habiendo recibido el bautismo,
no haber tornado a los brazos de la vida,
sino haber pagado a la muerte mi deuda,
con lo que ahora no viviría ya en la duda!
Más temen los humanos al infierno
que no los placeres del Paraíso juzgan;
lo que padecemos, de aquel padecer es ejemplo,
mientras el Paraíso sin sentirlo se juzga.

Dame fuerzas para tomar de mí venganza;
contra Ti obré, y con gran culpa.
Y si no lo consigo, castiga mi carne,
pero no toques mi espíritu, hecho a tu semejanza;
y, sobre todo, que mi fe no vacile
y que no tiemble mi esperanza :
no me faltará la caridad, si permanecen firmes,
y si por mi carne te pidiera, no me escuches.

¡Oh! ¿Cuándo será que mis mejillas moje
con el agua de un llanto de dulces lágrimas?
La contrición es la fuente de donde manaran:
tal es la llave que el cerrado cielo nos abre.
De la contrición, nacen las amargas,
pues antes en temor que en amor se fundan;
pero, pese a todo, dame de éstas en abundancia,
pues son camino y vía para llegar a las otras.

Versión de José Batlló

No tanto la clara fuente…

No tanto la clara fuente
desea ciervo herido,
como yo, vuestro rendido,
estaros siempre presente.
Al grande y dulce reposo
do está mi contentamiento,
por otra puente no siento
hallar otro paso, ni oso.

Tarde me llega aquel día,
para mí tan deseado,
muy caramente comprado
con dolor y pena mía.

Pero al fin, tarde o temprano,
que ha de venir estoy cierto,
si muerte el camino abierto
no lo cierra con su mano.

No puedo ser de esperanza
por ningún caso lanzado,
porque, señora, os he amado
según bienaventuranza.

Y de vos favorescido
contra mí cosa no siento,
si vuestro consentimiento
me otorga lo que le pido.

De grandes dolores siento
un monte delante puesto,
de mil estorbos que opuesto
se han a mi contentamiento.

De mí preguntaros nueva,
señora, tengo temor,
dudando que no hay amor
para mí puesta a la prueba.

Y de no sabello temo
vivir en mayor tormento
y estos dos males que siento
por cualquier lado me quemo.

No está a vos el contentaros
de cumplir lo que yo pido,
si bien queráis por partido
contra vos misma forzaros.

Amor, amor es aquel
que es fuerza que os aconseje
para que mi bien se deje
en vos cumplido y en él.

Cosa alguna os dé temor
de que rescibáis despecho,
mis pensamientos han hecho
la verdad de su color.

Que serviros habrá sido
en firmeza confirmados;
de tal suerte de criados
quiere ser amor servido.

Si mentira os paresciere
este lenguaje que oís,
o vos sin amor vivís
o no sabéis lo que quiere.

Muy mal puede reposar
quien siente aqueste tormento,
tan sólo en el movimiento
tendréis siguro lugar.

Versión de Fransisco de Quevedo


«Placer no tiene ser do no se sabe…»

Placer no tiene ser do no se sabe;
pierde su merescer mucha costumbre.
Morimos por saber de amor la cumbre
y en viéndola de mala no nos cabe;
aquello que pensamos que perdido
dará poco dolor, cuando se pierde
no hay cosa que al sentido desacuerde
tanto como sentir que se haya ido.

A tal extremo y punto soy llegado
que aquello que más quise en esta vida
lo siento con tibieza descaída,
y al punto que lo pierdo soy quemado.
Ninguno puede ver tales hazañas
como las veo después que al cielo fuistes;
sin vida con moriros me hecistes;
Dios sabe el porvenir destas marañas.

El bien o mal que da o quita fortuna,
hijos, hacienda, honor abalanzaron
aquellos que tras vicios caminaron,
teniendo a la virtud por importuna;
yo tengo ya mi cuenta fenescida:
no puedo haver jamás ningún contento,
no lloro lo futuro que no siento,
la vuestra muerte cruel fue mi homicida.

Tengo de mi dolor placer sencillo,
holgando de mi mal por quien le tengo;
con este imaginar yo le sustengo,
ni helgo de dejalle ni sufrillo.
¡Oh espíritu que estás gozando el cielo!,
si vees de allá mi mal, de mí te duele
y tu gloria y beldad se me revele,
que espíritus te dan gloria y consuelo.

Muerte que quita el bien y la riqueza
que vida suele dar a los mortales,
cuanto era me llevó, sino mis males,
dejando de aquel tiempo una tristeza.
A todos doy señal de lo presente
mostrando de pesares el extremo;
del tiempo por venir recelo y temo,
pues sola la tristeza en mí se siente.

Nunca de mi dolor me veo pagado,
pues busco en el dolor el alegría;
mi corazón es duro, pues podría
vivir siendo de vos desamparado.
Amor fue mi enemigo en aquel punto
que os vi dejar el cuerpo tan hermoso;
cruel fue más que león el ser piadoso,
y más mi corazón, que no es defunto.

No puede en breve tiempo el mal sentirse
cuánto es como después que es conoscido;
ataja un gran dolor todo sentido
el tiempo, que le hace dividirse;
razón pide que el mal, para entenderse,
se parta, porque en tiempo viva y dure,
porque de hacer placer nunca se cure
ni nadie jamás pueda dél valerse.

No cure de juzgarme a mí ninguno
si no sabe la causa de mi duelo:
la muerte me llevó mi bien al cielo,
dolor es este tal más que importuno.
¿Quién puede ser tan cruel que así no llora
a quien más que a sí mismo en vida quiso,
ni cómo de llorar se ve arrepiso
privado ya de ver a mi señora?

La muerte es desventura al más dichoso,
mirá qué puede ser al desdichado;
todo lo trae la cruel amedrentado,
por siempre su dolor es congojoso.
Aquesta del amor cruel enemiga,
contino anda partiendo corazones;
de un golpe a vos y a mí partió sus dones
y en mí quedó el durar de su fatiga.

Versión de José Batlló

«¿Qué seguros consejos vas buscando…?»

¿Qué seguros consejos vas buscando,
desgraciado corazón, asqueado de vivir?
Amigo de llantos y enemigo de reír ,
¿cómo soportarás los males que te aguardan?
Apresúrate, pues, hacia la muerte que te espera,
aunque para tu mal prolongues los días;
tanto más lejos se halla tu deleitosa estancia,
cuanto más quieres huir de la muerte incitante.
Con los brazos abiertos sale al camino,
llorándole los ojos por exceso de gozo;
el melodioso canto de su voz escucho,
que dice: «Amigo, sal de casa ajena.
Tomo placer dándote mi favor,
que jamás tuvo hombre nacido,
pues rehúyo a quien me llama,
tomando sólo a quien huye de mi rigor.»

Llorándole los ojos, la cara aterrada,
mesándose el cabello con grandes alaridos,
la vida quiere darme heredades
y el señor de estos dones quiere que sea,
gritando con voz horrible y dolorosa,
cual la muerte llama al bienaventurado;
ya que para quien está avezado al sufrimiento,
la voz de la muerte le será melodiosa.

¡Cómo me maravilla la orgullosa
voluntad de muchos amadores!
Aun no preguntándome a mí qué es el Amor,
en mí hallarán su fuerza dolorosa.
Maldiciendo, todos jurarán
que nunca el Amor los poseerá,
mas si yo les hablo del cálido placer,
el tiempo perdido, suspirando, maldecirán.

No sé de hombre o mujer semejante a mí
que, atormentado por el Amor, dé lástima;
soy yo a quien hay que compadecer,
pues de mi corazón la sangre se retira.
Debido a la tristeza que se le acercó,
secóse para siempre el humor que sostiene mi vida,
contra mí la tristeza muestra arrojo,
y en mi socorro no acude mano armada.

Lirio entre cardos, siento acercarse la hora
en que civilmente mi vida está conclusa;
puesto que por entero mi esperanza está perdida,
mi alma en este mundo resta condenada.

Versión de José Batlló

Sexto canto de muerte

Si durante algún tiempo creí amar,
de tal sentimiento, poco conozco ahora en mí.
Si me comparo al común de la gente,
es verdad que hallo en mí gran amor;
mas si recuerdo a alguien de otro tiempo,
y lo que Amor puede en buena disposición,
ni tan sólo puedo darme el nombre de amador,
pues mi pasión no es tanta como debiera.

La que tanto amé, ya murió,
y yo sigo vivo, viéndola morir;
un gran amor no podría sufrir
que la Muerte de ella me alejara.
Tendría que ir a buscarla a su camino,
mas no sé qué me impide decidirme:
parezco quererlo, mas no es verdad, pues la Muerte
no se resiste a quien en sí la desea.

Claro está que mi vida no terminó,
cuando vi cómo la muerte se le acercaba,
y llorando decía: -¡No me dejéis,
sentid el dolor que el dolor causa en mí! –
¡Oh malvado corazón de quien en tal trance
no queda despedazado y sin sangre!
Un poco de piedad, un poco de amor
bastaría para mostrar un gran dolor.

¿Quién será aquél que llegue a dolerse
la bastante de los piadosos males que la Muerte trae?
¡Oh mal cruel, que la juventud arrebatáis
y hacéis que la carne se pudra en la fosa!

El espíritu, despavorido, va volando
a incierto lugar, temiendo la condena eterna;
todo el placer presente atrás queda.
¿Qué Santo no dudó ante la Muerte?

¿Quién será aquél que lamentará la muerte
propia o ajena, tanto como grande es el mal?
No se puede sentir el dolor mortal,
y menos aquél al que la muerte jamás tentó.
¡Oh mal cruel, que para siempre separas
los ánimos que siempre permanecieron unidos!
Mis sentimientos se hallan aturdidos;
mi espíritu perdió la sensibilidad.

Todos mis amigos me compadecerán
así que vean mi pasión;
el falso compañero se alegrará,
y el envidioso, que disfruta con el mal,
¡pues, tanto como puedo, sufro y sufrir quiero,
y si no padezco, siento fuerte disgusto,
pues deseo no volver a sentir placer
y que jamás cese el llanto de mis ojos!

No amo tan poco como para que no mojen mi cara
las lágrimas, al pensar en su vida y en su muerte;
rememorando su vida, vivo en la tristeza,
y su muerte lamento tanto como puedo.
No logro más, nada más puedo hacer,
sino obedecer lo que mi dolor ordena;
antes quisiera perder la razón que no el dolor,
y de poco amor me acuso, puesto que no muero.

No se excuse el amador de amar poco
si sigue vivo, estando muerta su amada;
que viva por lo menos apartado del mundo,
y que tan sólo tenga el nombre de cautivo.

Versión de José Batlló

«Velas y vientos cumplan mi deseo…»

Velas y vientos cumplan mi deseo,
siguiendo dudosos caminos por la mar.
Mistral y Poniente contra ellos veo fraguar,
más Siroco y Levante les ayudarán
junto con sus amigos Gregal y Mediodía,
que humildemente ruegan al viento tramontana
que les sea propicio en su soplar,
y así, los cinco, consigan mi regreso.

Hervirá el mar cual la cazuela en el fuego,
mudando su color y estado natural,
y mostrará querer mal a cualquier cosa
que un instante sobre él se detenga;
peces grandes y pequeños correrán a salvarse
y buscarán escondrijos secretos;
huirán del mar donde nacieron y crecieron,
y su salvaci6n en la tierra perseguirán.

Todos los peregrinos a la vez jurarán
y prometerán presentes hechos de cera;
el gran pavor sacará a la luz los secretos
que al confesor no fueron descubiertos.

En el peligro, no os borraréis de mi pensamiento,
antes bien haré votos al Dios que nos ligó
para que no mengüe mi firme voluntad
y en todo momento me seais presente.

A la muerte temo, que de vos me separa,
y porque Amor por muerte es anulado;
mas no creo que mi querer, superado
pueda ser por tal separación.
Me temo que vuestro escaso amor
me abandone al olvido, apenas yo muera;
tan sólo este pensamiento aturde mi placer
-pues no creo que tal suceda mientras viva-:

que tras mi muerte, perdáis poder de amar,
y todo él en ira se convierta,
en tanto que forzado yo a dejar este mundo,
todo mi mal sea el de no poderos ver.
¡Oh Dios! ¿por qué no hay limite en el amor,
si cerca de aquél yo me encontraría solo?
Sabría cuándo vuestro querer me quiere,
temiendo, confiándolo todo al porvenir.

Soy el más ferviente amador,
tras de aquel a quien la vida ya Dios arrebató:
pues yo vivo, y mi corazón no muestra duelo
tanto por la muerte como por su enorme dolor.
A bien o mal de amor estoy dispuesto,
pero mi mala fortuna a tal caso no me lleva ;
desvelado, abierta de par en par la puerta,
me hallará respondiéndole humildemente.

Yo deseo aquello que tanto puede costarme,
y esta espera de muchos males me consuela;
no me place el que mi vida esté a salvo
de un muy grave caso, el cual pido a Dios ocurra.
Entonces no tendrán las gentes que dar fe
de lo que Amor fuera de mí haga;
su poder se manifestará con actos
y mis dichos con hechos probaré.

Amor, siento de vos más que no sé,
y la peor parte me tocará:
sólo sabe de vos quien sin vos está.
Al juego de los dados os asemejáis.

Versión de José Batlló