Lars, Claudia
Claudia Lars, seudónimo literario de la poeta salvadoreña Margarita del Carmen Brannon Vega, nació en 1899
en la ciudad de Armenia, Sonsonate.
Su padre de origen irlandés y su madre salvadoreña, le confiaron sus primeros estudios a una reconocida educadora.
Posteriormente los continuó en la ciudad de Santa Ana. A la edad de veinte años publicó sus primeros poemas y luego
se radicó en Nueva York donde contrajo matrimonio en 1923. Vivió algunos años en Costa Rica, México y Guatemala,
y sólo hasta 1946 ya separada de su marido, regresó a su país donde vivió hasta su muerte ocurrida en 1974.
Recibió numerosas distinciones y antes de su muerte le fue concedido el doctorado Honoris Causa por la Universidad
José Simeón Cañas.
Su obra, caracterizada por el dominio de la métrica, la profundidad en la expresión de sus sentimientos y la pureza
del lenguaje, la convierten en una de las grandes exponentes del panorama poético hispanoamericano.
«Estrellas en el Pozo» en 1934, «Romances de Norte y Sur» en 1946, «Donde llegan los pasos» en 1953,
«Sobre el Angel y el Hombre» en 1962, «Del fino Amanecer» en 1964 y «Poesía Última» en 1972, hacen parte
de su excelente producción literaria
Nadie contó la inmensa muchedumbre
de espíritus que, en torno de su lumbre,
cantan sus alabanzas inmortales.
Sus infinitos rostros reproducen
la faz tremenda y la visible espalda.
Yehuda Halevy
(Los ángeles del Cielo del Altísimo)
1. Me salva de mí misma:
huésped del alma en alma devolviendo
la palabra que abisma,
lo que entiendo y no entiendo
por este viaje en que llorando aprendo.
Amoroso elemento
forma su fina y leve arquitectura;
con ágil movimiento
de flor sin atadura
abre su vuelo reino de blancura.
Sube de mí, conmigo,
a cumbres de silencio, a ruido vano;
siendo el eterno amigo
con invisible mano
siembra fuego cantor en barro humano.
Su llamada secreta
colma venas de noche, luz vigía;
es canción y saeta,
profunda compañía,
íntimo sol… para mi breve día.
Le he visto por la nube
con rabel de pastor cuidando sueños;
por su arboleda anduve
sobre aromas pequeños,
y era el abril de verdes abrileños.
Cuando el clavel tenía
edad de tierna boca adolescente;
cuando el gorrión ponía
aleteo en mi frente,
él ya me daba su lección paciente.
Mi soledad le pide
alta verdad y voz corregidora;
sé que su tiempo mide
vida razonadora
y miseria viviente, hora tras hora.
Calor sin mengua vierte
en puertasola, bajo nieve hundida;
amando me convierte
en amante aprehendida,
y ya no puedo estar semidormida.
Contraluz de mi pecho
a veces me lo vuelve casi nada;
mas del soplo deshecho
su pena derramada
es goce de otra cita enjazminada.
Isla de mar adentro,
donde dulce marea crece y canta;
iluminado centro
que hasta el cielo levanta
angélico poder de mi garganta.
* * *
2. Ángel enamorado
de la doliente casa de los hombres;
criatura sin pecado
que dejas, olvidado,
el nombre eterno en terrenales nombres;
tu escondida presencia
es un fulgor que canta o que suspira;
la muda confidencia
se escucha en la conciencia
y a veces… con el aire se respira.
Proclamo tu blancura;
quiero explicar espacios que no entiendo:
aquí… mi luz oscura,
allá… lágrima pura,
y el mundo su ceguera defendiendo.
Si tu mano en mi mano
coge parte del río que se bebe;
si la hoja y el grano
del pulsante verano
son en tu fino amor latido breve;
prolongado latido
es en mi corazón lo que despiertas;
y vives recogido
en mi frente o perdido
por esta noche de cerradas puertas.
Escucho los rumores
que vienen de la pálida ribera;
con mis versos menores
y mis grandes amores
persigo la existencia verdadera.
Tu designio me obliga
a encontrar el camino innominado;
tu desvelo me liga
a dolor y fatiga
del que va con el grito desgarrado.
Alumbras y sostienes;
brotan dulces praderas de tu aliento;
estás conmigo… vienes
del soplo que mantienes
en vasto y poderoso movimiento.
Buscándote en mi sombra
-entre el miedo de ser y de acabarme-
cuando el alma te nombra,
al nombrarte se asombra
de que quieras oírme y ampararme.
Morador de mi sueño:
por tu brasa de luz, por tu alborada,
este día pequeño,
este fugaz empeño,
son tu abismo de vida y tu posada.
* * *
3. El constructor radiante,
dueño de la virtud que aquí sostiene
la línea vacilante,
el asombrado instante
en que la forma realidad obtiene;
dibuja lo más leve,
suelta un águila blanca sobre el día,
frondas y ciervos mueve
en verde lejanía
y es piedra y flor… ¡tenaz sabiduría!
Por latidos de aroma
y por vuelos finísimos del trino
inaugurado asoma,
y en inefable idioma
nos da su pulsación y su destino.
Otros ángeles miran
la vida en plenitud diferenciada;
y al contemplar admiran
y en beatitud aspiran
la múltiple energía desatada;
pero el más refulgente
-en la idea central de lo que existe-
de sonido viviente,
de mar inteligente,
ve surgir la experiencia que persiste.
Las torres de su altura;
el agua de los lirios, hasta el fondo;
mi cuerpo -esta envoltura
de la humana criatura-
con el cual le descubro y le respondo;
brotan de su desvelo
y están en su dominio contenidos:
hijos de fuego y hielo,
por la tierra y el cielo
despertando, despiertos y dormidos.
Pregunto: ¿dónde, cuándo
su incomprensible rostro será mío?
Me voy enamorando
de lo que ando buscando
por secretos de llanto y de rocío.
Si el corazón pudiera
seguirlo -con deseo largo y fuerte-
mi sombra, tan severa,
olvido… olvido fuera
como el suave olvidarnos en la muerte.
Ángel: días rectores
me dan breves atisbos de la espera;
con fríos punzadores
y ceniza de flores
ando el invierno, porque soy viajera.
Sin cansarme persigo
la solitaria luz que adentro arde;
angustiada te digo:
territorio enemigo
voy a cruzar… y a veces soy cobarde.
Siento que no me dejas;
conozco tu fulgor, de ahora y antes;
si pienso que te alejas
advierto que reflejas
la eternidad en luces caminantes.
* * *
4. Cuerpo: casa profunda
donde el ángel esconde su secreto;
tu sombra le circuncida
y tu sangre le inunda
de humano palpitar, vivo y completo.
La luz que nace, ardiendo,
y habla en fulgor más que en palabra oída,
aquí me está diciendo
que con su ayuda enciendo
alta verdad, apenas comprendida.
Memoria de aquel vuelo…
Descenso en constelada resonancia…
Un persistente cielo
recogido en el ansia
de alcanzar con el pecho la distancia.
Pedir sobre la tierra
rostros que alumbran, lumbre que humaniza;
saber que estoy en guerra
con mi propia ceniza:
¡puñado de la tierra movediza!
Es el ángel… lo siento
aletear como blanca mariposa;
urgido sobrealiento,
tenaz presentimiento
de un despertar en patria más dichosa.
¡Mirad mi paso triste
buscando… por el bosque tan oscuro!
Guardián de lo que existe
inclinado me asiste,
dándome briznas de su día puro.
La historia del suspiro,
el sueño todavía encarcelado,
mi noche y mi retiro,
tu mar atormentado,
forman su cuerpo y alzan su cuidado.
Gramilla, banderola
de palma joven, de poder que mece
en el nido y la ola
lo que nunca envejece:
ángel que en tierra lucha y permanece.
¿Quién no vio cuando llega
-alado amor- a formas silenciosas?
Fragante se me entrega
en un ramo de rosas:
ángel de flores y pequeñas cosas.
Sobre el áspero helecho,
entre juncos y venas de agua pura,
hunde manos y pecho
y verdea y madura,
vistiendo y desvistiendo su hermosura.
Hasta el cardo rastrero
tiene un ángel silvestre que ha tejido
con delicado esmero
y afán inadvertido
la flor de las espinas y el olvido.
Mi soledad consciente
del portador de esencias inmortales,
halla en mi propia frente
-tras la puerta doliente-
el reino de su vuelo y sus señales.
** *
5. De un trasmundo escondido
llega con su horizonte y con su fuego;
en cuerpo de hombre hundido
por camino tan ciego
suelta el humano y solitario ruego.
Nadie sabe que viene
hasta mi corazón, de mi pasado;
el amor que mantiene
lo define a mi lado
y lo entrega de amores coronado.
Viajero suplicante
al pie del hospedaje sensitivo;
¿en qué playa distante
y en que río cautivo
diste una vez tu oscuro fuego vivo?
Traes laúd amargo,
con pájaros de sal en el cordaje;
del recuerdo -tan largo-
y el desafiante viaje
nace la sabia flor de tu linaje.
¿Dónde surgió el impulso
de agua que busca la llanura sola?
¿Fue en un limo convulso,
que nutre y enarbola
rama vivaz y salto de amapola?
¿O fue en tu mar borrado
-hoy en relatos, para el día triste-
en mi país deseado,
el planeta olvidado
que encontraste en su fábula y perdiste?
Debajo de los ojos,
por el agrio misterio de la entraña,
entre sargazos rojos
y ardorosa montaña
el ayer de otra vida me acompaña.
Cuando el ciprés refiere
esta profunda historia de gusanos
el espino me hiere
con sus muchos veranos
y revivo el entierro de mis manos.
Pero también evoco
algo… como el rosal de la semilla;
despacio, poco a poco,
con potencia sencilla,
abre la noche rosas en su orilla.
No importa dónde y cuándo:
somos el soplo de aquel día ausente;
hablemos, recordando
nuestro viaje obediente
a la frágil llamada del presente.
* * *
Preguntáronle al amigo qué cosa era
bienaventuranza, y respondió: malandanza
sostenida por amor”.
Raimundo Lulio.
(Del amigo y del amado)
1. Se abre la suelta flor de mi alegría,
se abre con su aventura;
es la más fina posesión del día,
su encendida locura;
se abre… porque de nieblas del invierno
y sellado letargo
llega el amor -el jubiloso eterno-
con este deslumbrante beso largo…
Maduro está el rosal en sus ardores,
madura la corona de la espiga,
beben un aire azul los labradores
y descansa la hormiga;
escogidas distancias
celebran golondrinas forasteras,
y cálidas fragancias
dan a mi pecho todas las praderas.
Ni mayo con sus leves mariposas
ni junio con sus grillos
tienen -como este agosto de mis rosas-
tan hondos amarillos;
ya viene el corazón de la arboleda,
ya viene… palpitante,
trayendo paraísos de reseda
y el tímido candor del agua errante.
Sobre apretada hostilidad de abrojos
el salto de la cierva;
perdidos en olor de lirios rojos
tres duendes de la yerba;
el huésped de la luz regocijado
bajo el día sonoro
descubre en mi cintura, en mi costado,
el revivir de sus abejas de oro.
Vestido de sus limpios elementos,
prometiendo su alianza
mostrándonos el nudo de los vientos
y el duradero mar de la esperanza;
seguro… porque cumple su promesa;
por su pasión alada;
dentro de su dominio resplandece
hasta la oscura zarza desgarrada.
Despierta las semillas en reposo
y canta dondequiera;
estableciendo el tránsito amoroso
proclama la mañana pajarera.
Estoy en el incendio florecido
-salamandra en su llama-
y me entrego al amor incomprendido,
porque sé que me ama…
* * *
2. He descubierto tierras extasiadas
en este amor, tan vivo…
Tengo suaves alcores y majadas
y el follaje impulsivo.
¿En dónde las orillas amorosas?
¿En qué huerto el espliego?
Un fino sur de palmas orgullosas
me da su verde fuego.
Se enciende la torcaz como una brasa;
se encienden los espinos;
hay un silencio que volando pasa,
con nombre de caminos;
isla de mis abejas, claro monte
de aroma duradero;
llamada de horizonte y horizonte,
desde el amor primero.
El río de los sueños, la blancura
del alba desenvuelta…
Aprendo los colores de espesura
y doy por dulces bosques media vuelta.
La tierra de mi luz y de mi sombra
inventa sus riberas
y con alados tréboles alfombra
azules cordilleras.
¡Qué baile infatigable el de las rosas!
¡Qué gajo tan desnudo!
El aire de las hojas rumorosas
lleva y devuelve su violín agudo.
Residencia del nardo, flor candente
en su propio latido:
la tierra de tu pecho y de mi frente
es doble semillero florecido.
Voy con esta alegría desatada
del naranjo a la higuera.
¿Quién me llama la bienenamorada
y quién, la colmenera?
Montaña indagadora nos recuerda
que el mar es su vecino,
para que no se esconda ni se pierda
el vislumbre marino.
Ya sube el gavilán como saeta
a la más libre altura;
ya entrega soledades la violeta
en su verde atadura,
comarca del encuentro, mediodía
de trémulos parajes:
mi cuerpo… mi camino… la osadía
de entrar en el temblor de tus ramajes.
* * *
3. Nace el amor en tallos de la muerte
como flor presurosa;
nunca el amante corazón advierte
espadas del jardín sobre la rosa;
nace el amor… y apenas resplandece
quiebra su rojo vuelo.
¿A qué extraños mandatos obedece
por el aire y el suelo?
Nace el amor… y aquí su llama ardida
no deja casi nada;
lo que era ayer el centro de mi vida
se vuelve ciudadela abandonada.
¿Apaga el corazón los finos verdes
que este cielo derrama?
¿Diré que oscuramente tú los pierdes
por el musgo y la grama?
Vengo del fuego dulce, de la inmensa
claridad recibida;
soy la que nada sabe… la indefensa
criatura agradecida.
¿En dónde se refugian los panales
con sus líquidas flores?
¿En dónde el higueral, los manantiales
y mis siete colores?
Miro el día deshecho entre mis brazos;
recojo la ceniza;
guardo el eco dolido de unos pasos,
que ya no van de prisa;
si he de alcanzar las dulces amapolas
y el camino vehemente
tengo que desgarrar mis manos solas
y hasta olvidar mi frente.
Abro la noche… siento cómo vive
encerrada en su hielo;
su dilatada entraña me recibe
con algo de recelo;
descienden las raíces hasta el fondo
del jardín sumergido
y un ciego palpitar, que casi escondo,
es mi día perdido.
¡Ah, frágil regocijo de blancura!…
¡Ah, mi amor volandero!…
¿En qué nuevo dominio la clausura
de aquel verano entero?
Aunque soy del amor, ya no persigo
su cítara o su espada,
y estoy en mi pregunta, en mi castigo,
como muerte olvidada.
* * *
4. Quiero decir -amor- aquel encuentro
y su dulzura breve:
el girasol con una abeja dentro
del amarillo, que a girar se atreve;
cálido el musgo, la hojarasca en llamas
y el abrazo tan ciego,
que hasta el humilde olor de las retamas
volaba ardiendo, como puro fuego.
Una paloma -fina gemidora-
en su orilla de espera.
¿Canta el granado?…¿Palpitando llora
ausente datilera?…
Enamorados ríos
van por mi frente, con su dulce peso,
y endulzados rocíos
dan a la rosa su color espeso.
Nuestra amistad humana
en la casa de arrimos y de antojos;
yedra madura, siempre en la ventana,
y pardas golondrinas en mis ojos;
el amor y su muerte
por el ángel del beso conducidos,
y el beso que convierte
en verano frutal nuestros sentidos.
Un verano cautivo
descubro por camino de rumores;
lo encuentro, rojo y vivo,
detrás de un palpitar de ruiseñores;
espacio de añoranza,
pulsación de radiante mediodía
son mi césped de ayer -en lontananza-
repitiendo sus valles todavía.
Visitante que dejas
este rumbo tenaz, de pensamiento;
tañedor que en la música te alejas
y vuelves con tus arpas, como el viento;
la casa te reclama
en sombra iluminada y en neblina,
y antigua flor proclama
el bosque amigo y tu especial colina.
¿Por qué sien, por qué vena
debes volver -amor- a tu posada?
¿En qué oscura azucena
he de salvar mi abeja lacerada?
Decid, decid cantando
el prado, el río, el colmenar sin dueño,
y sabed que demando
un amor vivo en este amor de sueño.
* * *
5. Era la esbelta casa de mi sueño,
viva al fin en su todo…
Horizontes de amor en lo pequeño
encontraban refugio y acomodo.
Era un nombre, tan mío,
siempre en llamadas de la voz urgente,
y eran las dulces yerbas del estío
con su tarde madura y floreciente.
Dueño de mi secreto
invade mi alegría y la apresura:
humano amigo del amor completo
uvas gustando, de la viña pura;
casi al azar… en sombras de pradera
donde afinan antenas las gramillas,
esperaba, transido por la espera,
entre aroma de salvias amarillas.
Adentro de la casa
un quiero estar allí… porque así quiero;
pájaro-corazón que el pecho abrasa,
¡pájaro eternamente aventurero!
De noche -la guardiana-
congregaba abandonos y fatigas,
y luego, en la mañana,
abría en cada voz luces amigas.
Otras veces la casa levantada
hasta el cielo absoluto:
muros de luna y sol, alta posada
de un siglo en un minuto;
país del soplo errante, voladora
heredad del halcón y de la flecha…
Iba la casa a repetida aurora,
sin ser jamás para la aurora estrecha.
En derredor la gente nada sabía de la casa en vuelo;
sus alas libres, su estructura ardiente
eran el palpitar de nuestro cielo;
espacio trascendido,
mínimo ardor en suelta llamarada:
el vuelo de la casa sostenido
por el labio feliz o la mirada.
¡Casa de mi alegría,
ahora en lo angustioso de la espera!
Color de sus ramajes… ¿quién podría
hallar la rebosante enredadera?
Dime, casa cerrada:
¿por qué crecieron sales en tus muros?
¿por qué la enamorada
perdió tu llave en dédalos oscuros?
No acabo de llorar la puerta herida
y la casa borrada del paisaje;
su alero familiar y su medida
son y serán mi sombra de hospedaje.
Vocación de soñarla
me hace sentir su orilla de corolas,
y a fuerza de vivirla y de buscarla
en mundos de otras casas vivo a solas.
Tal vez regrese un día -casalumbre-
al sitio enmudecido y receloso;
tal vez tengas al fin la certidumbre
de que te guardo en llanto poderoso;
salvada en pensamiento
persigo en ti lo que en mudez escondes,
y estoy como la lluvia, como el viento,
llamando… para ver si me respondes.
* * *
6. Amor, dardo escondido
que hieres el silencio y lo entristeces;
ausencia del perdido,
creciendo como creces
lloras su helado nombre cien mil veces.
Me has dejado muriendo
de muerte lenta, que por lenta es muda;
tus señales no entiendo
ni el corazón me ayuda:
¡aprendo sin gemir muerte desnuda!
La noche del suspiro
duele por dentro en sal desesperada;
la sombra que respiro
como noche salada,
es mi propia tiniebla apasionada.
Para nombrarte quiero
playa ceñida de aventadas olas;
el paraje severo
sin flor de caracolas:
¡isla de estar y de llorar a solas!
El adiós sollozante
ofrece todavía su amargura;
por tuyo y por amante
es viva quemadura:
el filo de una llama que perdura.
¿Enseñaré al olvido
a borrar los secretos de tu fuego?
¿Permitiré al caído
amor, doliente y ciego,
a esconder en mi voz el dulce ruego?
Si era tuya la rosa,
y mío el verde-azul de los laureles;
si la luna amorosa
tuvo ardientes lebreles,
¿por qué esta soledad en noches fieles?
Ya es la tarde de octubre;
ya el árbol inclinado casi reza;
ya la vida descubre
su lección de tristeza
y el río amargo donde el llanto empieza.
Alondra confidente
recoge en sus ardores mi reclamo
y te ofrece el ardiente
lucero que derramo:
el mundo de la noche en que te llamo.
Llevándote mis sienes
y el rumor de una oculta marejada,
en sombra que mantienes
hunde rosa quemada
y es flauta limpia en limpia madrugada.
Para el tiempo que viene
promete el corazón del verde grano,
el eco que sostiene
memorias de un verano
y estas liras pulsantes en mi mano.
* * *
La primera creación de Dios fue la luz
de los sentidos; la última fue la luz de
la razón. Su obra del Sabbath es, desde
entonces, la iluminación del espíritu.
Bacon
(Ensayo sobre la verdad)
1. De nuevo el silencio vigilante…
De nuevo aquí, en su noche
poblada de semillas inmortales
y pájaros dormidos;
profundamente el ángel invencible:
esa leve presencia sin pasiones,
alumbrando las frentes que descansan.
De nuevo su mañana de luz virgen;
su lirio mensajero;
el fino colibrí -casi arco-iris-
la mujer, ya sembrada,
y mi voz… con el árbol de palabras.
Llega por el olvido;
por senderos que brotan de sus pasos;
bajo el temor gozoso
de sentirnos humanos;
tal vez en el afán inexplicable
de perseguir su nombre
como nombre del alma.
De nuevo…
Su blanco resplandor detrás vivía;
sus alas poderosas
sean la protección de mis espaldas;
pero el ojo que entiende
la luz -y con la luz mundo del ángel-
escogió palideces de la luna
y el horizonte falso.
Cambié al celeste amigo,
al fundador de mi ciudad profunda,
por rostros inasibles,
mentiras del laurel sobre las aguas
y jardines de humo.
Lo vendí, lo olvidé, no quise oírle ,
porque un cantor ardiente iba dejando
su voz en mi regazo,
mientras nacía -dentro de mis sueños-
aquel tiempo de júbilo.
No pude estar con él y con el otro.
No pude dividirme.
Y el hombre del camino fácilmente
penetró en el sagrado territorio,
que siempre fue del ángel.
Jamás un compañero, un amoroso,
había descubierto
mis escondidas grutas de verdades;
nunca, en ningún momento de abandono,
entregué los secretos
que traducen la muerte en opulencia
de criaturas naciendo con sus lágrimas.
Pero esta vez equivoqué el encuentro,
los nombres, las imágenes;
di musgos y temblor de adormideras
a quien apenas recogió mi dádiva,
y caí como abeja mal herida
entre verdes gusanos.
¡De nuevo mi guardián, mi jardinero,
en el huerto apagado!
¡De nuevo con rocíos que trabajan
en las siembras hundidas,
en los brotes pequeños
y en las flexibles ramas!
¿Entendéis por qué digo que regresa?
Al fin quiero mirarle.
Eran mis ojos, bajo nieblas mías,
los ciegos y cobardes.
No podía morirme en mi castigo,
ni mantenerme en el vivir nublado.
Tenía que decir: ¡el ángel vive
ahora como ayer… y antes del antes!
* * *
2. Le confiaron mi cuerpo temeroso
y la pequeña luz de mi conciencia.
Arriba, adentro, abajo, no sé dónde,
conoció rostro y rostro que usaría
yo… con cada pecado.
También midió las noches venideras,
el mar y sus naufragios,
los vientos -de poderes increíbles-
las corrientes amargas.
¡Capitán de tormentas,
buscó en mi corazón fondo de mares!
Bajó a la casa oscura;
penetró en ella, como luz de sangre;
abrió puertas que nunca recibían
el aire iluminado;
trajo su blanco aliento
y fue calladamente a todas partes,
con el día de amor en la terrestre
palpitación humana.
Levísimas fragancias
-traslúcido regalo de sus dedos-
supo verter encima
de las flores sin nombre.
El místico jardín esconde siempre
amorosos designios.
Me dio el aire y el tacto,
el éter y el oído,
la tierra y el olfato,
el paladar y el agua,
la luz, y los colores en la vista.
Además, sin decirlo,
se nombró celador de aquel dominio.
¿Qué relámpago puro
me señala los números sagrados
y me hace ver la esencia que mantiene
alta mi frente, como flor pensante?
¿Es el joven celeste, el mensajero
del esparcido rayo?
¡Si yo tuviera un cuerpo de neblina!…
¡Si fuera tan ingrávida
como el vuelo del ángel!
Pero hundida en mi agobio,
condenada al castigo de mi carga,
aprendo por trayectos corporales
el modo de encontrar, dentro del cuerpo,
la más celeste gracia.
¿Va mi pecado -en su interior dolido-
buscando la conciencia de los ángeles?
Batalla de mi cuerpo
con su propia substancia.
El animal acaba lentamente
y va naciendo el ángel
en las manos del ángel.
* * *
3. Yo debo celebrarte -cuerpo mío-
recordando enseñanzas recibidas
por los húmedos ojos;
por las manos que palpan todo aquello
que viene de la tierra;
por los pasos, llevándose al camino
el ruego de la sangre.
Y debo rechazarte -traicionero-
porque olvidas, de pronto, lo aprendido
en la casa del ángel.
Te celebro un momento, te rechazo,
pero te vivo siempre
con la vida y sus cambios.
Tan simplemente cumples tus deseos,
sin recordar tu cielo penetrante;
tan atrevido alcanzas muchedumbres
nutriendo tus mentiras,
cegando tus batallas,
que a ratos me pregunto si mereces
edades que ya tienes
y este nombre mortal, pero encendido
en fuegos inmortales.
Te dieron frente y voz para salvarte.
¿Y qué has hecho con ellas?… ¿Di, qué has hecho
sino perder los siglos, las piedades,
borrando hasta el ensueño
de patrias donde eternos conductores
establecieron -para ser vividos-
los altos y perennes mandamientos?
Muerdes el pan como se muerde el fruto
y el bocado que viene
de un grito de agonía prolongada;
aún no apartas la harina de la sangre
y hieres en el círculo de miedo
al trémulo animal, al indefenso…
Vas con el odio -el hacedor de noches-
hundido en tu misterio,
y obedeces su sombra y lo alimentas
con fuerzas substanciosas.
Eres el que combate por la muerte,
alzando como limpios
estandartes de odio.
¡Pobre triste… pidiendo a las estrellas
sus radiantes campiñas!
¿Por qué no tratas de encender los cielos
que llevas escondidos en la interna
mansión del vigilante?
Puedes llegar a todos los planetas,
sembrar valles de luna,
perderte más allá de las esferas
que cantan, por azules infinitos,
mejor que ruiseñores.
¿De qué te servirán tan altos vuelos,
con alas que no brotan de ti mismo?
¿De qué tanta palabra constelada,
si todavía guardas las ortigas
y llevas como parte de tu sangre
estos violentos ríos de exterminio.
¡Polvo se hará tu mundo por el aire,
si no te asiste el ángel!
Más… ¿Acaso podría
el fino morador desampararte?
¿No te ofreció en la casa de las tinieblas
iluminada estancia?
Conducido por él has de llegar
a su reino entrañable,
y entonces todos los que van contigo,
contigo han de salvarse.
Porque lo más viviente de la vida
en tu pecho descansa
y el huésped inmortal el silencioso
siempre alumbró tu viaje.
Ya tienes el paraje que descubre
los caminos del alma;
ya encuentras en amor el día humano
y el indagar de aquéllos
que son tus semejantes.
* * *
Gozoso me recibe
el ángel de la espera.
El cuerpo tuyo, el mío,
El cuerpo mío, el tuyo, ya se entienden
en un silencio santo;
ya saben que hay un nombre sin sonido,
que une todos los nombres;
un rostro eterno, libre de dolores,
proyectando mil rostros…
Cielos humanos duermen en lo estrecho
del terrenal aliento;
voces de altura cantan bajo el ruido
de la incesante lucha;
una patria feliz patria de sueños
extiende litorales amorosos
debajo de la frente;
las estrellas de Dios guardan su olvido
en nuestra propia sangre…
¡Y los ángeles abren
su triunfante aleluya!
* * *
5. Mi frente:
avecillas golpeándose
las alas.
Mi verso:
pequeña luz,
apenas alumbrando.
Mi mano:
aquí mi libertad
y mi combate.
Mis ojos:
sobre la tierra
el blanco sol del alma.
Mi pecho:
mansión del vigilante.
Adentro El Bienvenido
naciendo en mí y en todos los humanos:
profundo como el sueño,
envuelto por la noche,
rodeado de las bestias
y de todos sus ángeles.
Naciendo…
La navidad oculta
deja una estrella aquí
y allá una lágrima;
y así vemos los montes, los caminos,
y el rostro del hermano.
Es interna la aurora
y empieza a despertarse…
Si no hace en tu vida y en mi vida
de nada han de servir
las horas de batalla.
Aprendo mi lenguaje con el ángel,
cuando en silencio habla
y por eso dispongo de oraciones
bellamente eficaces:
“Que la luz primogénita
ilumine la mente de los hombres.
Que la paz de los sueños y los cantos
se establezca en el mundo para siempre.
Que aprendamos, gozosos,
a servir como libres servidores.
Que olvidemos agravios,
instalando el amor en ese olvido.
Que el ángel más radiante
con nuestro propio corazón nos guíe.
Que así sea. Así sea.
Y que yo, humildemente,
cumpla mi humilde día de servicio”.
1. Quiero, para nombrarte, voz tan fina
y tan honda… conciencia de la rosa,
eje del aire, llama melodiosa,
cambiante y desolada voz marina.
Vaivén de arrullo, trémolo a sordina,
rumor que el mundo y el azul rebosa;
arpegio de la escala luminosa
donde el canto de amor sube y se afina.
Para nombrarte debo ser tan clara
como lira perfecta que tocara
mano imposible, de belleza viva.
Y ha de vibrar dulcísimo tu nombre
-verbo del ángel, música del hombre-
en mi delgada lengua sensitiva.
* * *
2. ¡Amor, pequeño amor, amor gigante!
Gusanillo de luz y sol de Enero.
Playa de siglos, clima del instante,
ancla fija en el golfo marinero.
Almena sobre rumbos del levante.
Alta señal de guía y de pionero.
Espejo que refleja la distante
línea de lo perfecto y verdadero.
Por ti, devotamente, a toda hora,
alza mi ensueño su celeste llama
y se humilla la carne pecadora.
Para seguir tus huestes he nacido:
¡Símbolo eterno que mi voz proclama,
alado capitán jamás vencido!
* * *
3. Amor, eres radiante como el día
y como el agua transparente y puro;
vienes de la más clara lejanía
como un panal de sol, rico y maduro.
Por ti el silencio cambia en armonía
su angustia singular, su anillo oscuro,
y anuncian resplandores del futuro
el vuelo de una azul pajarería.
Y yo, que siento ante la luz la viva
atracción que domina y que cautiva
al mirasol girante y empinado;
busco tu claridad de maravilla
y en lo solar, como una flor sencilla,
define el corazón forma y estado.
* * *
4. Se alza mi corazón… rosa de vida,
con musical fragancia y miel de aurora,
y es una dulce y nueva flor cantora
en el rosal eterno suspendida.
Río del ansia copia y enamora
su soledad vibrante y conmovida,
mas para ser tu rosa preferida
es intocada rosa trepadora.
La envuelve lo celeste, sólo sabe
de la pureza que en el aire cabe
y de tu clara y alta perfección.
Y en un tallo invisible se levanta
hasta la suave curva de tu planta
la rosa de mi absorto corazón.
* * *
5. Nada puede igualarte… ni la estrella
que es ojo y brasa, joya y flor deseada;
ni la flor -ala tímida- clavada
al barro humilde que la forma sella.
Palma de sangre, fugitiva huella,
criatura y ángel, brisa y llamarada;
para tejer tu gracia ilimitada
toda cosa prestó su línea bella.
Porque sé que en lo bello lo divino
guarda el poder de misterioso rayo
que vuelve el lodo humano cristalino;
mi gajo en madurez, mi flor de mayo,
trémulos -en el goce y la dulzura-
han sido ofrenda a la belleza pura.
* * *
6. Te elevo sobre el mundo y el ensueño,
¡escultura de luz, de aroma y canto!
Ala impaciente, roce de tu manto,
tácito y puro en vida y en diseño.
Te sostiene mi verso, tan pequeño
-piedra de espuma, base del encanto-
y en vigilias y vórtices de llanto
sierva soy al servicio de mi dueño.
Toda belleza en ti dobla su gracia,
toda gracia precisa sus virtudes,
toda virtud aumenta su eficacia.
Se alza de mi verdad tu nombre fuerte
y en espacio de soles y laúdes
quiebra el ángulo frío de la muerte.
* * *
7. Te busca el hombre, terco y confundido,
¡sol que al ojo cobarde ha deslumbrado!
¡dardo de lo infinito que has herido
con punta de virtud mente y costado!
Sosteniendo el valor de su latido,
arrastrando su carne de pecado,
es ala de ansiedad, niño perdido,
queriendo conocer lo adivinado.
Y va, con soledad de espina y hielo,
buscando por el mundo y por el cielo
lo que en milagro le será ofrecido.
Y te vislumbra, intacto y silencioso,
resuelto en torbellinos sin reposo
y entre prismas de lágrimas erguido.
* * *
8. ¿Llena tu blanco fuego mi sentido?
¿Hablo de mi camino transparente,
del nombre que me habita, del viviente
a veces escuchado y comprendido?
Crece una luz… su vuelo, su latido
son el poder de la criatura ardiente:
ángel guardián, amigo de mi frente,
memoria de un país que casi olvido.
Celeste donador: sin ti sería
la tierra negro aliento, masa fría,
isla ciega en las noches de su nada.
Ángel: cantemos el fulgor desnudo,
tus alas encendidas y tu escudo
y en mis ojos la tierra iluminada.
Hace diez años, hace cinco años,
un año hace…
A pesar de eso llegaste a tiempo,
aunque un poco tarde.
Christina Georgina Rossetti
1. A medio otoño, casi del olvido
volviendo con la rosa del verano.
El mar del corazón bajo tu mano
y el camino de ayer para el oído.
No es golondrina, no, la que ha venido
al cielo de este cielo cotidiano.
Porque llega del frío más lejano
sabe escoger la tarde de su nido.
Así, con simples nombres de acomodo,
voluntaria de ser, en nuevo modo,
tu sabor y tu clara compañía.
Si recojo praderas en tu casa,
ya presiento la rosa que no pasa
y soy nueva en la rosa todavía.
2. Detrás de las orillas iniciales,
de la agitada soledad de afuera,
un suave octubre, de caricia entera,
y una isla dulce, en olas de rosales.
Pues nunca los amores son iguales
este arrimo de amor, a tu manera,
de una lejana y muerta primavera
saca el reino del musgo y los panales.
Recuerda… y recordando… en sabio río
a breve sangre anuda lo infinito,
iluminado y tierno en su desvelo.
Y un poder encendido por tu llama
junta el panal, el musgo y la retama,
para esta casa tuya, entre mi pelo.
3. A ti, todo el poder de mi sentido:
este valle de yerba y de paloma,
mi profunda violeta con su idioma
en los verdes recodos aprendido.
A ti, mi río-fuego, detenido
en un labio sediento, que lo aroma;
mi ágil laurel y el pájaro que asoma
dando el país del aire en su latido.
Toda mi tierra corporal y oscura:
la que acoge, levanta y asegura,
recia en la entraña y en el tacto fina.
No ha de quedar a piel de amor el goce,
porque ya tu mirada reconoce
tierra adentro, la luz de cada espina.
4. Tu casa tiene un nombre de tristeza:
un leve nombre de ceniza y frío.
Toca el fértil azul del nombre mío
y es noche oculta en que tu voz tropieza.
Antes fue claro y vivo, con riqueza
de fácil nardo y de inicial estío;
iba copiando cielos como un río
y en él, para mi amor, tu amor empieza.
Yo recojo ese nombre de la muerte
y lo acerco a los dos, sin que despierte,
mientras un gran silencio nos anuda.
Me crece de los ojos nueva tierra,
y el nombre queda en ti, y en ti se encierra,
guardando el clima de tu patria muda.
5. Aquí a tu lado, en medio de las cosas
y del recuerdo… tuya, conmovida.
Por tu claro hospedaje detenida
y también por tus horas dolorosas.
Van a tu amor las arpas de las rosas
y todos los rosales de la vida.
Ya no pierdo mi frente, ya encendida
es tu jardín, la tarde en que reposas.
Inmensidad de cielo y tierra envuelve
esta alianza secreta que resuelve
pasos de ayer en casa tan segura.
De ti saldrán los días venideros
y en los junios de luz o en los eneros
tendré el hondo crecer de esta dulzura.
6. Casa de piedra y sueño que se entrega
en torre de alas y en jardín cerrado.
Tamaño del amor insospechado.
Reino tardío de una alondra ciega.
A tu fina quietud mi paso llega,
dichoso de llegar, pero cansado.
Me corona la luz, tengo un aliado,
y la noche de paz nada me niega.
Este es mi sitio, mi querencia humana,
para empezar de nuevo mi mañana
y borrar en su amparo la fatiga.
Por eso, casa mía, casa cierta,
en mis labios te da, limpia y despierta,
con el ángel de flores que te abriga.
* * *
A una casa de rosas no te acerques
demasiado… que estragos de la brisa
o el rocío inundándola, una gota…
abatirán su muro amedrentado.
Emily Dickinson
1. Está mirando el cielo,
pero se apoya en una escala de ceniza
y define su invencible linaje
antigua en ella misma
y pasajera.
Sé que retorna para el breve latido
entre gorriones y niños sin tiempo,
derramando su cintura de ráfaga,
su piel de olor y su cercana muerte.
¿Puedo guardar mi labio
cuando ella quema su tiernísimo cuerpo
y prepara las órbitas del suspiro
y dispone de la abeja geométrica?
A su cautivo fuego
llega mi fuego libre, con su entrega de llamas,
y toca las orillas de un aromado incendio
y recibe su júbilo y su alianza.
Mientras todo lo vivo tiene sombra en el rostro
ella, la embellecida, arde en el suyo para siempre.
¡Mirad el eslabón de su primer mañana,
su panal voluntario y su viaje sediento!
De un deshecho arrebato
vuelve a su reino por azul semilla
y en ciudadela de aire se defiende
y convoca puñales y violines.
Esposa renovada
que salta del olvido con su paso de miedo.
¿Dónde sus verdes ángeles nupciales,
su llave de oro y su misterio?
¡Ah, ceñidla de asombro!
¡Buscad su noche ardiente y su combate!
Yo podría decir su lámpara de pétalos.
Ella dirá, tal vez, mi tiempo de rosales.
2. Porque guardo la rosa:
porque la llevo, adentro,
como una llama dócil que obedece
a un fuego nunca visto
y a un coral encendido entre mareas.
Su corazón eterno
vive bajo mi pecho y mi palabra.
Su profunda raíz, color de vino,
estalla siete veces
en siete nuevos trajes del aroma.
Conozco el río interno donde canta
y el barquero dormido
que la trae a mi labio, dulcemente.
Conozco su silencio
y también su lenguaje melancólico.
De su torre de espinas
brota un clima de luz que me sostiene;
un maduro recuerdo del recuerdo,
con sus nombres caídos
y sus puertas a orillas del sollozo.
¡Qué soledad de flor puede saberla
como yo… como el gajo
de estas ascuas pequeñas que me llevan
buscándola, llamándola,
hasta encontrar su rama enajenada?
nos hermana un secreto:
tal vez todo el amor que va conmigo.
Ligaduras de edades nos acercan.
Inmóviles palomas nos vigilan.
Suelta corre en mi sueño,
inaugurando tiernos horizontes,
y a mi deseo sube, sin decirlo,
con su licor de meses
y su jardín de cuerpos y abandonos.
Creo que puede ser mi propia sangre,
mi perdido planeta,
este bulto de cálida alegría
y esta mina de fuego.
Para marcar su sitio,
su vestido de rosa entre las rosas,
estoy aquí, viviéndola en mi tacto,
en numerosas muertes
y en la sien desvelada en ruiseñores.
3. Estoy hablando de la rosa
con un hombre dormido.
¿Sabéis que escucha el hombre, en su trasmundo,
como se escucha el mar a medio sueño,
y apenas sabe que la rosa vive
perdida en mi palabra
y en el alcance oscuro de su cuerpo?
Duerme el hombre -mi hombre-
sobre la fiel presencia de la rosa
y sus limpias bondades.
Duerme sobre el abril de las semillas,
sobre su guerra joven
y su memoria de divinos pájaros.
Las sábanas recogen
el goce balbuciente, el “yo te amo”,
y alzan una región de dulces pliegues,
secreta, preferida,
donde la rosa casi le despierta.
Yo interpreto la rosa,
pero cae a sus pies y no la mira.
Una extraña vergüenza nos aparta.
Una súbita helada nos castiga.
El hombre duerme y duerme…
Nocturnamente busca lo que es suyo
Tanteando va, por valles de alimento,
y apaga las señales
y encuentra su cabeza en mi cintura.
¿Cómo explicar la rosa y su destino?
¿Su incendio azul y su ribera frágil?
¿Cómo decirle, sin herir su lecho,
mi patria solitaria?
A la tiniebla el paso.
Mi pequeñez tras los sombríos muros.
Ya vendrán voces nuevas, nueva casa,
y el horizonte que me entregue el mundo.
¡Primavera colmada,
para vivir la rosa del dormido!
Dos torcaces mellizas le consienten
y un adiós le desangra
en la rosa humillada y fugitiva.
4. Cuando vuelvo a tu nombre
hallo mi rosa solitaria
como llama en desvelo.
También en juventud de mil jardines,
sedienta, de tan joven.
Tu sitio de laurel, tu aislada torre,
-entre verdad y nube para el sueño-
permanecen a orilla de los pájaros
que daban corazón a la hojarasca.
Me pongo a ver mi cuerpo de aquel jueves
y mi pañuelo blanco.
Si del adiós venía, sin camino,
¿qué cruz de azar me señaló tu casa?
Porque tú estabas en esbelta sangre
alumbrando secretos en los libros,
midiendo el tiempo con estrellas altas,
huido y buscado dentro del suspiro.
¡Ah, mi asombro dichoso, mi pregunta,
tu voz de caracol, llena de mares!…
Ya estoy al pie del aire, en lo terrestre.
Ya por mis piernas suben los manzanos.
Quería descansar en tu silencio,
ir por tus venas hasta el niño de antes;
tal vez medir el río verde-lágrima
que te pone en los ojos ese bosque.
Y miraba lo tuyo como tuyo:
tu alero y tus ventanas,
la compañera de tu noche antigua,
las tres ángelas, siempre en delantales.
Pero dolía todo por gozoso,
por su virtud de vida,
porque era yo como un panal colmado,
como una luna libre.
Demonios pequeñitos instalaron
aquella niebla en medio de nosotros
y fui, desde la nuez de la tormenta,
la siempre agitadora.
Donde apenas tocamos nuestro suelo
de casi paraíso
¡qué límite cerrado, qué metales
para mi nueva herida!
Sin embargo, mi cielo penetrante
te deja una paloma,
y mi sal, tan amarga y tan activa,
un ramito de aljófar.
Para tu puerta esta señal de ola
y este idioma de olvido para el mundo
¿Hacia dónde mi paso sin deseo?
¿A quién este abandono?
Entre rosales vienen los amantes
con su rosa del día.
Sobre la muerte caen, inmortales,
con sus rojas espinas.
5. Es cierto que llegaste de tu arrojo
hasta mi cuerpo dulce y sorprendido.
Amor había estado entre mis lágrimas.
Nunca en la oscuridad de mis raíces.
Llegaste con tu incendio sobre el agua,
con tu pecho de sal y tu camisa.
Yo habitaba el solar de los recuerdos
y era mi corazón como una isla.
De pronto te miré, dándome el mundo,
sin más poder que tu bandera libre.
¿Qué arboleda lloraba en tu silencio
y qué historia de oleaje en tus heridas?
Sudoroso de fuerza y de trayecto,
íntimo del adiós y del peligro,
en mi suave verano por las rosas
fuiste cálidamente precedido.
Yo adivinaba los secretos gajos
y el hondo valle, más que paraíso…
Todo el horario de palomas súbitas.
Todo el abrazo de mi propio abismo.
Pero la tierra no me aprisionaba
con el nudo caliente de sus limos.
Era del sueño, como flor de nubes,
y era del aire, como golondrina.
Alarmó mi quietud aquel llamarme,
aquella fuerza tuya, detenida.
¿Cómo negar que en el convulso encuentro
tuve la luz terrible y la ventisca?
¡Qué importa que tu rosa nos dejara
tan sólo su aromado torbellino
y que perdure, en el correr del tiempo
el corazón punzante de la espina!
Hablaré de mi suelo poderoso,
de la angustia, la sangre y el olvido.
Tendré un país dorado en la memoria
y en la frente un camino de ceniza.
6. Veinte rosas han muerto entre mi pulso,
¡veinte cálidas rosas!
Hubo todo un rosal de fuegos altos,
con su frágil aroma.
La nube me dejó sus leves ascuas,
sus deshechas alondras;
y algún amor que va por su misterio
sin la estrella vehemente
ni la antigua corona.
Sigo siendo la fiel… ¿quién ha podido
decir que le traiciono?
¡Cómo no ver que crezco en esta muerte
secreta y poderosa!
La ausencia canta y llora su vacío.
Llora y canta mi rostro.
Vine para sentir, como la brisa,
que por libre estoy sola.
Estas huellas olvidan aquel paso,
aquel puerto de hojas.
Estas manos borraron en el tiempo
las erguidas bellezas
y los pequeños nombres.
¡Ah, sentidme cabal por mi arrebato!
¡Coged mi tarde de oro!
Funda mi voz el peso de mi angustia
en el día de todos.
Estoy de pie porque rompí las redes,
porque huí con mi sombra.
Estoy de pie porque salvé del miedo
el reino de mi frente
y la palabra joven.
Hasta un altar de invierno me dirijo,
hasta una luna sorda;
pero un ramo de paz, un ramo dulce
me sale de la boca.
¡A ti, rosa del aire, rosa pura,
perpetuamente rosa,
las inasibles llamas de mi pecho,
los íntimos silencios
y el ay de mi derrota!
No seré lo que fui: bulto agitado
en medio de las cosas.
El alma libre definió sus rutas
por altos miradores.
Subiendo para hallar nuevos rosales
-ya con clima de otoño-
en delirante viaje voy, de prisa,
al eco de mi labio
y al corazón del polvo.
Por corrientes audaces mi regreso
volverá de la noche.
Dando un largo rodeo sobre el viento
despertará dormidos
mi palabra de ahora.
Hablo al que entiende, nunca al que se queda
apenas en el goce:
detrás de mi laurel baja el camino
que aflige y sobrecoge.
Entre su limpio verde nadie mira
las oscuras memorias,
ni las negadas arpas, ni los hielos
o las muertas palomas.
Ya no tengo mi suave primavera
ni las manos que exploran.
Comprendo que hay un algo no aprendido
debajo de mi paso
sumiso o victorioso.
¡Solitario tormento, casi lágrima,
alcanzando horizontes!
El que dice que me ama, el más amante
de mí sabe tan poco.
Que la desnuda vida, por desnuda
ciega orgullos y ojos.
¡Leed este poema en la mañana
y cortad otra rosa!
* * *
Instante y elegía de un marino
(De Regreso a mi Padre)
Y digo que nunca hablaré de la muerte y del
amor en sitio cerrado.
Walt Whitman
1. Sin rostro ni contornos.
Apenas presentida en la distancia
pero viva en su sangre como un pájaro.
Mareas ascendentes
se la ofrecían inicial, creciendo,
y más honda que el pulso y el deseo
iba, fija y errante,
por el sonoro rumbo de los viajes.
Con velas retadoras
y guiños de fugaces litorales;
con las agrias palabras y el chubasco,
oculta en el silencio de aquel hombre
que buscaba una flor en las espumas.
Asomada a sus ojos,
cálida entre los muslos dominantes,
dormida en su dibujo,
detrás de las corrientes y sirenas.
Así -náutica rosa-
sin conocer su propio aliento dulce,
esperando señales y bahías
y el asilo de un vientre, como esponja.
2. Entre la niebla, el hombre,
sucio de remolino y de misterio,
recordaba el color de los retratos,
el jugo de las hojas
y la categoría de la tierra.
Por huellas de los náufragos
había perseguido el horizonte,
llevando la locura y el tatuaje
de aquella gente de mirada verde
con rumor de la isla en cada pliegue.
Ni la casa tranquila,
ni la harina con miel y con manzana,
ni el licor del barril, lleno de risas,
pudieron detener aquel impulso,
aquel vaivén de muertos entre sales
llamando siempre con su voz nocturna.
Sumiso a los mandatos invisibles
pregunta sin querer -como antes, otros,-
la razón del adiós y la distancia,
y la busca en el hierro de los muelles
y en el mojado grito de los ánades.
…Ya la proa divide nuevos vientos
y brazos de agua y cielo ya le ofrecen
tiernas playas, de frutos,
y también la delicia de estar triste.
Pero ella va en su cuerpo como gota:
burbuja sumergida y navegante.
Tal vez entre los hielos derretidos,
tal vez en fino idioma, que no entiende.
3. Y un día, sobre el tiempo,
en bulto de pañal y carne frágil
el hombre la recibe:
¡niña del mar salida de sus venas!
¿Por qué cubre su sexo
y estudia el cielo tibio de su frente?
¿Por qué le duele su temblor de ola,
su vegetal pujanza
y la estrella gozosa?
Ella le burla y le desprecia el miedo,
esbelta de alegría y de palabra,
hija de sal y de olvidadas lunas
pero toda del pecho de la costa.
Y el hombre, sometido,
borrando la llamada de las barcas
siembra su corazón en tierra firme
y en aldea de musgo y de regazo.
4. Una noche la sangre
habló con viejos nombres del olvido.
Habló a la niña, con rumor oculto,
y en golfos quietos de su propio oído.
Despertando preguntas,
moviendo oscuros limos germinales,
la sangre recobró su voz antigua
y trajo aquellos mares de regreso.
Y le embrujó las horas
por donde el sueño descubría rumbos.
De su cauce brotaban peces vivos,
saetas musicales
y los escombros de una casa de humo.
Y el hombre, con angustia,
miró en sus ojos cien países nuevos.
¿En dónde su alga suelta, su gaviota,
buscaría el color de la tormenta?
5. El hombre ya se pudre bajo el lodo
y tiene una raíz sobre la frente.
Su sombra marinera está en el árbol,
tan sencillo y tan verde.
¿Quién suelta sus palabras?
¿Las palabras más hondas y secretas?
¿Quién dice su dolor de enfriada lágrima
y mantiene su voz, así, despierta?
“Dormido Capitán, tengo tus pasos
y tu ardorosa fiebre.
La misma obstinación sobre el abismo,
tu mismo amor,
también tu amarga brea”.
“Pero tengo, además, la flor desnuda
y el metal y los nidos anhelantes.
Este buscar en la distancia sólida.
Estas nubes de polvo”.
“Padezco los vagidos
y los muros sin puerta y los candados.
Hallo el sudor, la sangre, y los recojo
por vecindad y compasión de tacto”.
“Del viento llego con terrestre agobio,
con pleamar en guerra;
y soy del horizonte porque busco
su color de promesa”.
“Ya estaría perdida
sin tu huella de luz y tus señales.
Por esa luz ¡Mi Capitán ausente!
puedo vencer tus mares”.
Te repito en mi gesto, en mis ardores,
y te llevo sin rezo ni sollozo.
¿Te inventa el corazón cada mañana?
¿Es mi rostro el espejo de tu rostro?
“Guardas islas de nácar y de fábula,
puertos iluminados, que no encuentro,
permaneces en tierra de mi madre
y navegas mi canto para siempre”.
“En tu recuerdo crece y se mantiene
una visión de azules transmarinos.
¿Quién dice que estás solo entre la yerba?
¿Qué témpano o qué llama nos divide?”
“Tu balandro sin miedo va en mi pulso,
tu viaje en mi conciencia,
y tu nombre, vencido o liberado,
es claridad de origen y regreso”.
“Llenas mi mundo, mas el mundo externo
me tiene en servidumbre.
Y está el vacío que dejó tu cuerpo
en el peso del mundo”.
“Hay un ancho desgarre,
un perenne vibrar de sangre en lucha,
una sorda mentira
y una experiencia de laurel convulso”.
“Duelen la sien, el hueso, la ceniza,
en río de los sueños y palabras,
la soledad, con su ascensión de torres,
y el olvido constante”.
“Todo duele… lo sabes, lo sabemos.
Ahora como antes.
De la mañana dulce y sin recuerdo
brotan las golondrinas y los árboles”.
“Se alzan allí, de madurados odios,
proyectos de piedad y tiernas rutas,
y del ancho abandono de los muertos
castidades de música”.
“¿No te alcanza mi voz, no te persigue
en grave testimonio?
¿No rodea tu casa de silencio
esta esperanza de algo que amanece?”
“Siempre amanece… mas la noche vuelve
con sus tensas vigilias y su angustia.
Después de la pregunta, del gemido,
¿otra vez la pregunta?”
“Miran los ojos un paisaje limpio,
un rostro que nos ama.
Se abren los labios para dar, de nuevo,
sus amantes palabras”.
“La tierra busca sin perder un puente
su reino de hojas y de fiestas breves.
La leche entrega por colinas dulces
sus líquidos vergeles”.
“Montañas y navíos
están bajo la luz en claro goce
y hay otra vez un mundo palpitante
de peces y de rosas”.
“¿Tendrá el día virtudes
de playa fiel y mares sometidos?
¡Sólo en tu sitio, en tu lugar de estrellas,
puede medirse el día!”
“¡Y estoy, estás, estamos, todos juntos
-muertos, nacidos, tristes de misterio-
con demonios de sangre, vigilantes,
y en la sangre sin fin ángeles ciegos!”
* * *
A Eunice Odio
Quien así encadenare una alegría
malogrará su vida alada;
pero quien la alegría besare en su aleteo
vive en el alba de la eternidad.
William Blake
1. Tengo que decir de dónde vine,
porque todos los que conmigo llegaron
han olvidado aquel país sin cuerpos.
Aquí desde el fondo de mi sangre,
avanzo por este impulso hambriento
como una dolida bestia inconclusa:
¿No cantaré mi orilla de paraíso
y el áureo corazón de esbelta luz?
La tierra de ahora pertenece a mis manos,
pero hay detrás una fronda de recuerdos.
Alguien evoca las rutas del éxtasis,
el puro dominio del amor sin quebranto ,
y las formas que parecen bellas durmientes
en una profunda y quieta revelación.
Ahí comienza la idea del nardo
abriendo su aromado triunfo
sobre la suave amistad de la colina;
también el contorno del pájaro más leve
y la alegría del niño que pasa
con su dulcísima boca de flor.
De arriba, de tan alto
que nadie podría alcanzar su poder primero,
bajan en blancos torbellinos los fuegos esenciales
-los que no queman todavía ni tienen órbita-
y la fina semilla del alma
ya señalando su pesada vivienda.
Entonces inventa el silencio sus cítaras de musgo
y el sonido sus palabras creadoras;
penetra el dolor al sueño de estos caminos,
al brote más intacto de los deseos
y al corazón que no conoce su dibujo.
Es la trémula escala,
es el descenso joven
y el lento retorno por hostiles peldaños.
Midiendo nuestro arrastre nos alienta El Que Sabe:
el huésped de los labios que alumbran.
Exilada estoy, exilada,
y a la vera de lo eterno quiero aprisionar un esparcido semblante
¿No veis que ando llorando por la casa de los mortales
y que de nombres inestables he recogido mis coronas?
Sí,
yo advierto lo incorpóreo
y los pálidos viajes que salen de las tumbas.
Anoche me aleccionaba un lucero,
y en el otoño que entrega el árbol amarillo
me duele la edad de la memoria
y esta carne sorda o anhelante
que es el terrible amarre de mi otro ser.
A decirlo me obligan,
a revivir lo que se niega o se borra.
En trance de cante debo explicarlo,
para que las cosas no renazcan tan ciegas
y una paloma vuele de aquella piedra de odio.
Le llamo mi paraje,
mi espacio de unidad y de absoluto deslumbramiento.
Está adentro y afuera, en las zonas inefables,
aun reciben y empujan los ríos del tiempo .
Pienso que el tiempo se ha resuelto en mis ojos
y es algo así como un engaño de colores.
Del latido de una lágrima brotó su siempre fugarse
y trenzando con la distancia
burla o desgarra nuestra pobre pequeñez.
Contra los ayes de soledad y el que va por mi deleite,
contra el deleite y el temor que están siempre esperándome,
contra todo batallo para salvar mi otra estatura
y en medio de los contactos soy la despierta de medianoche.
¡Oh fuerza de aprenderme en estos nudos de pena,
cambiando lámparas y repitiendo pecados!
La verdad me ha encendido un jardín dentro de un libro
y anuncio a los pocos que me entienden
las luces más sencillas y próximas.
2. Una vez canté con las voces secretas
y por eso conozco el vuelo de mi garganta.
Fue en el descanso de un recuerdo, de un presagio,
entre la gloria de ordenadas florescencias
y encima de mi propio corazón.
Cuando yo digo yo, quiero decir todos conmigo
-pluralizando mi frente y mis entrañas-
ya que un olor de angustia me anda debajo de las palabras
y ese apagado faro es el mismo que yo perdí.
Dirán que no me conocen y que divago en medio de los caminos
como la loca que juntaba querubines párvulos.
Gritarán que no han visto el bosque de las preguntas
ni oído el habla severa de la eternidad.
Pero yo soy lo humano -con esta boca y estos pasos-
y cada piel abatida envuelve mi propia substancia.
Lo que hay en mi crecer siempre crece en otras marchas
y juntos vamos al mismo aliento paternal.
Cambian los dioses sobre la fiebre de las plegarias
y los hijos del miedo tienen muros tan simples.
Es necesario que nuestros brazos se conozcan
y que alumbremos al dormido con este débil candil.
Dentro de mis pupilas hay un pórtico suave
y una frontera donde los verdes se recogen.
Aquí miro la yerba, la pared, el amante;
allá encuentro una clara vigilia
y las íntimas inquietudes que me dolieron,
seguras y pacientes, como el que sabe sonreír.
Creo que somos débiles reflejos;
tal vez la sombra de invisibles criaturas.
Conozco el espacio de mi tacto
y los sueños florecidos como el cerezo;
también las prisiones del abismo más hondo
y la fuga en alas de los pájaros.
¿No comprendéis que llegamos del olvido,
con ceniza de funerales y tallos de madres?
Me rodean las gentes para hablar de su heredad y de sus guerras,
pero nadie recuerda aquella patria feliz.
Donde vive el deseo se afirma la existencia
y quien ama esta avarienta morada
no debe llorar por las praderas que yo escojo.
Libres están mis dedos de sortijas
y no escondo los frutos, los objetos ni la piedad.
De paso estoy -lo señalo-
y no puedo encadenarme a una máscara.
Del otro lado de mi rostro me espera la antigüedad del espíritu
y una ciudad purificada a la que debo al fin subir.
3. Mi cuerpo, que es humano,
vive bajo los vientos atado a una sonrisa.
Así, con pequeños deleites,
tan frágiles que se rompen al entregarse,
pero que dejan en mi llanto una ventana de palomas.
A ratos casi olvido
que ando buscando la pradera, la isla…
Tal vez la antigua manzana de la serpiente
para que muestre el secreto que no reveló.
Soy mayor que la rosa,
pues si mi edad no pasara de su belleza
clavada estaría en un sitio del suelo
y detenida en el vientre de la primavera o del invierno.
Se me han dado las cuatro estaciones,
los violentos empujes y las colmenas tiernas.
Agrupo los deseos encima de una estrella del agua
y entrego mi canción como el grillo quemante,
doliéndome en el eco, en las alas y en la humildad.
Hay un rostro inefable
cubierto por los rostros que se me acercan.
A veces le llamo mi bienamado compañero
y siento que en la mirada que me otorga
está el rescate de mi oculta viudez.
Ahora estoy tendida en su descanso,
palpando esta bondad de masculino vello.
Suavemente me recoge en su fuerza
y pronuncia las sílabas, las palabras,
que caen sobre mi asombro agradecido
como deseosos pájaros.
Por eso dicen que he regresado a los jardines
y que en mi voz tiembla un subir de esbeltas palmas.
Lloran mientras tanto los que se hieren o se buscan
y sólo el más humilde, por humilde,
halla el amor con su familia de ángeles.
Puede volver el enemigo de mi arpa
y rodear esta casa para que yo muera de frío.
Es fácil perder al que me libra de las nieves
y repetir, por consolarme, que siempre estuve en soledad.
Caminamos despacio y su mano me lleva a la estrella,
enseñándome la dicha a través de su contacto,
Me entrega suavemente los altares del otoño
y un ramo de lilas en medio de los peligros.
Que juegue el aire con las alas del bosque
y que la luna de la yerba
marque el país de las violetas húmedas.
Por un instante he de olvidar lo que angustia mi palabra
y he de encerrarme, en este amparo, con mi linterna de la noche.
4. Dormiré entre los gusanos para volverme amapola
y una suave cortina de polvo
ha de caer sobre mi voz.
No, no tengo miedo.
Los relucientes días me van alimentando
y en las noches de esta vida de bultos
me guía, solo y grave,
el alto guardián de mi nombre.
Voy sobre mis piernas sin despreciar el goce
y abrazo los veranos con pasiones completas.
Nunca me he separado del triste
y en las lunas que sirven a la infancia
he cumplido los pactos sangrientos.
Sé que detrás de las puertas las muchachas se acuestan
y que hay moradas terribles y jaulas que seducen.
Las innúmeras yerbas extienden ante mí su finura
y en las pupilas de las bestias mansas
navegan los paisajes y la resignación.
Cuando sube la chimenea por ramazón de humo
ya la fiesta de los manjares está en mi lengua;
pero los huérfanos piden misericordia atados a su vientre
y duelen los descansos, las harinas y el amanecer.
Mil ruidos llenan el aire y se deslizan sobre el espejo
que entrega mi frente con sus mudas compañías.
¿A dónde acaba el tacto, la dulce fiebre de mis manos?
¿No quiebro las mazorcas y muerdo el corpiño del clavel?
De la quietud del limo va saliendo una granja
y extiende el mar sus peces y sus crepúsculos.
Los nombres… ¿qué son los nombres en esta abundancia,
si se hacen y se deshacen los colores y los gestos?
Mi cuerpo me enseña el camino,
además del adiós, que cae en cada vuelta.
Un hijo de piel blanca me señala el horizonte
y en su pecho descubro mi nueva edad de sentir.
Desde una hoja marchita la eternidad me está mirando
y se hunde en la fatiga de mi octubre.
Este cielo secreto recibe pájaros y nostalgias
y un abril en raíces espera su campana melódica.
Lentamente me iré durmiendo, pegada al corazón y a los verdes,
y bajaré a la tierra con substancias que se palpan.
Nadie dirá que no conozco esta caricia, estas semillas,
¿acaso no endurecí mis huesos y no sufrí el placer?
Hay algo en toda muerte que abre un dócil retorno
y que ilumina mi quietud, como las horas de la tarde.
Guarda el recuerdo extraños ecos, suave gramilla que me acoge,
y el breve instante de abandono elige su manera de volver.
He aquí mi retiro… mi fuga con su pequeña lámpara,
tan lejos de mis labios y tan cerca de mi conciencia.
Doncellas nupciales ya se levantan de mi agobio
y sus finas gargantas han de cantar lo que olvidé.
5. Tal vez nadie me crea, porque es difícil hablar de lo que no tiene medida, ni hora, ni siquiera una orilla de peso. De lo que está perpetuamente brillando y apenas debe llamarse una encendida plenitud.
Un día desperté bajo el engaño de mis pupilas, y fui llegando sin saberlo hasta el leve comienzo de la memoria. Desde ahí pude ver las dos caras de la vida, los números que sostienen estas columnas, el deseo y los seis días constructores, y el buscado reposo con su diadema de frutos.
Todo estaba completo, entregándose en esencia y envoltura: todo ahí, desde siempre… o tal vez definiéndose en la yema, en la ola, en las briznas de flauta que el jilguero devuelve y en el suave servicio del primer ángel.
Y yo también estaba… Más leve que las criaturas de la esperanza, íntima como el teclado de mi pulso y alzándome del inmediato contorno.
¡Ah, cuerpo!…¡Ah, mi pequeño cuerpo miedoso! Lamentos se amontonan contra los muros que dividen, pero la madre que mece a su niño desafía el mandato de la separación.
Diré que yo vibraba como una libélula; que todo vibraba en escalas flotantes: en escalas que buscaban un trono. Y sin embargo, era el silencio sin orillas, el redondo silencio que engendra los sonidos, el que puede más que el grito más alto, el oculto destilador de cualquier voz.
Mudo era aquello, aunque melódico y en vigilia. Mudo… mas con orquestas en proyecto. Desplegaban los matices su iluminado juego, su exaltación rojiza, azul y amarilla; sus señales de tibiezas o de incendios.
Pesa el metal, porque es frío, y vuela el pájaro que arde, la primavera de llamas vegetales y el goce sin edad del amor. Hasta la piedra guarda una profunda brasa, una encendida semilla de cambios. Volará cualquier día sobre su entierro tenebroso, llevándose los árboles que ahora la humillan, los altos miradores que levantó.
Supe que la palabra es el Hijo, que brota siempre de un Padre sin noches: de Uno que es el fondo de la palabra, la cual se manifiesta sin cesar en la creación.
Segundo Él, pero igual al Primero, y los dos iguales al soplo que nos mueve; al que hace girar alientos y masas y es la activa presencia del Tercer Poder.
Aprendí lo que digo escuchando a la manzana y al esqueleto, en soledad que era más bien fecunda compañía y con la marcha de los hombres en mi suerte.
Organizados caminos me llevaron al atisbo, a la humilde pregunta de mi boca. Una blanca delicia me confió de repente, y por los arcos vívidos del aire al fin de falsos rostros me libré.
Miro la cáscara de mi nombre y sonrío ante la mínima basura. Con lentitud voy llegando al guardián de la gracia: al que me guía por oscuros laberintos.
¡Ah, cuerpo!… ¡Ah, hermano que te arrastras y te acongojas! Oye al cantor que sale de tu angustia: al que labora debajo de tu olvido y está cuidando la luz de tus ojos.
* * *
Nunca se ha visto un blanco, un encarnado,
tan amorosos como el lindo verde.
Andrew Marvell
1. El árbol y su cielo.
Ya despierta la fábula en las cosas.
El cielo de mi risa
sobre el ágil velamen del columpio.
Yo tenía la nube,
también la huella fina de los pájaros
y un reino verde con semillas verdes
y el mar en el olfato.
Por aire humedecido
imaginad el ángel de las flores.
Por ríos invisibles
los jardines dispersos en mi frente.
De su centro de sangre
alzado el corazón, el fino huésped.
Junto a párvulas sombras
musgo de leche y encendidas anclas.
Yo tenía mi cuerpo
y una fruta sin vello y dos abejas.
Me bañaba desnuda entre naranjos,
me comía el augurio de los tréboles.
El modo de mi casa
-hecho de arrimo y piedras vigilantes-
iba de viaje en un antiguo viaje
y en un libro de peces.
Los ojos de mi padre
eran náuticos ojos capitanes.
Daban a ratos fuegos de Santelmo
y metales del norte.
Detrás de mi inocencia
lunas dormidas en el dulce pronto…
Tal vez lo ya terrestre
ardiendo como el grillo de mi luna.
Para el suave domingo
islas de azúcar, jaulas de listones.
Para copiarme risas,
una risueña Alicia del Espejo
¿Cómo contar mi olvido,
mi voy jugando de jugar de juegos?
La falda de mi madre:
ese almidón sembrado de violetas.
Todo el bosque del árbol
y yo la corza libre, la criatura.
¡Qué melodía de agua, qué paloma!
Mi giramor… mi girasol… mi mundo.
2. Su puerta
-arco de almíbar y de sal menuda-
abre el tiempo de blusas uniformes
debajo del almendro y la campana.
Creció mi corazón
como una flor esquiva por mi sangre,
sufriendo la indagante compañía,
un delicado miedo y la nostalgia.
Alguien dijo: es amor…
pero yo lo guardé con mis peinetas.
En música inicial, en largas noches
le dormí como a niño que amenaza.
Ella nada sabía.
Se apoyaba en mi dicha sin mirarla.
Por su país esbelto
iba el césped buscando lo que sube.
De sus dones abiertos
cogí el idioma fino, inmaculado.
Venía tiernamente hasta mi libro
con su origen de luz, con su garganta.
Tal mi golpe de vida:
solo… a la orilla extraña de los nombres.
¿Quién dibujó en el muro, en el cuaderno,
ese veloz mensaje de saetas?
La inmensa pajarera
y un trémulo silencio, siempre frágil.
Su suave fuerza deteniendo ríos
y fundando ciudades en el alma.
Ardor de mi pureza.
Cuna de fuego en pequeñez colmada.
¡Génesis de la abeja de mi pecho
buscando sus dos alas!
3. Y regresé por una carta dulce
que era medio llamada y medio eco.
Resbala el aire como un río de oro;
sube en el agua aquel azul pequeño.
El mismo abrazo se me da en los árboles,
con su aroma indefenso;
el mismo amor, la misma casa mía
en ángeles terrestres.
Olvido la ciudad porque es verano
y tengo mis almendros;
una nube trivial me entrega, ahora,
bailarinas esbeltas.
Nada ha cambiado, nada… Todo espera
al corazón que vuelve
sobre aldeas menores, sobre infancias
de contenidos cielos.
No hay horas en el tiempo, cada instante
es eterno y es breve.
Voy por mis ojos a la piel del mundo
y al mundo de mi cuerpo.
¿Quién me dio esta palabra iluminada
que sin sonar ya suena?
¿Este secreto de florales bosques
rodeados de silencio?
La golondrina de horizontes rojos
sobre mí va cayendo…
¿Qué distancia pulsante y consumida
me derrama en su vuelo?
Hay un algo que espera no sé donde;
una escondida puerta:
puerta de azar para vivir relámpagos
o navíos o hielo.
Alcanzo mi camino y no lo alcanzo.
¡Desatadme los miedos!
Tengo una cita con la luz lejana.
Con el mar de mis muertos.
4. En dominios de nieve
sueña la flor su escala y su corona.
La nieve cae, abandonando el aire
con un latido blanco.
¿Por qué levanta el muérdago
su sangre oculta en desafiantes hojas?
¿Por qué dejan los elfos invernales
laboriosos mensajes en el vidrio?
¡Eileen, Coleen, Maureen … verdes, doradas,
alimentad el fuego!
El pan junta a los hombres. Ya regresan
con sus pipas nocturnas y su infancia.
La nieve tiene ermitas y ataúdes,
tiene girantes naipes,
flota en la luz con pliegues de bandera,
borda manzanas de agua entre los mástiles.
¿Quién dice que la nieve es inocente?
¿Quién la celebra en el licor del sótano?
Mil peregrinos andan por su cuerpo,
ciegos de blanca burla.
¡Eileen, Coleen, Maureen… fuertes, sin miedo,
¿está borracho el viento?
¡Cerrad la puerta, defended la casa,
que es la nevada luna de los muertos!
En praderas de nieve
el verano dormido junta olores.
La nieve baja en diminutos ángeles
y fechas de diciembre.
¿Cómo estará la encina en su silencio?
¿Cómo el pez, entre agujas?
Este morir de sueño, este abandono,
¿habrá de ser un colmenar de musgo?
¡Eileen, Coleen, Maureen… limpias, amables,
extended los manteles!
La niña del hermano busca el norte
sobre un temblor de remos.
Viene con su cabello derramado,
con sus pasos silvestres;
trae un lagarto de ónix en la blusa
y una guitarra breve.
Las torres de la nieve
tienen altas palomas congeladas.
La niña toca aquel invierno inmóvil
con los guantes de lana.
Por lámparas de nieve
suben luces pretéritas, de olvido.
Abre la niña su ventana y oye
la memoria del frío.
5. Llegó sobre sus botas de soldado
y su medida de alma.
En el vagón lloraba un niño puro
y leían los hombres con anteojos.
La música de ruedas
trenza llanuras con aldeas tristes.
Un presuroso cerro se le acerca
para huir, en menguante.
Cada cintura de árbol tiene brazos
que van a la deriva.
Es preciso callar, tal vez dormirse
o perseguir su nombre.
¡Ah, venid a mirarle!
¡Venid a señalar su labio joven!
Está jugando de coger mi frente
con sus pestañas de oro.
Creo que ya conozco su esperanza,
su jardín melancólico.
¿Dónde me dio, por un antiguo cielo,
esta frágil alondra?
Diríase que vino para hallarme,
olvidando su miedo en los cipreses.
Porque la muerte sacudió su espanto
lleva una palidez que le ilumina.
Quiero alcanzar su célibe distancia
y utilizo el perfume del pañuelo.
Con maniobras de abeja le cautivo;
le voy dando mi gesto y mis collares.
Por rápidas vidrieras
pasa un sitial de malvas, tres cabañas.
El día lento sufre en el jadeo
de tartamudos rieles y furgones.
¿Acaso fue mi educación de brisa,
su noticia de luz, el tiempo inútil?
De No Man`s Land traía un libro amargo.
¿No era mi edad el libro de la nube?
Por eso el viaje descansó en la playa
y nos dio el mar su vértigo de olas.
Borramos el ayer de los obuses
y despertó mi golondrinalondra.
6. Este color de liquen y de algas;
este origen de mar, que nadie advierte;
este canto de grutas sumergidas
y estos silencios de agua, que se beben.
El goce de una intacta lejanía
donde el pulso del tiempo se endurece;
el barco que llegó buscando anclas,
por combate de noches y de nieves.
Un domador de potros de arco-iris,
un ágil compañero de los peces,
una rada con árboles de llanto
y la isla que muere y que no muere.
Todo, medio perdido por mis labios,
todo, medio salvado por mis sienes,
y en esta tierra de cumplidas cosas
apenas como el día adolescente.
Por un deseo que anudó en el musgo
el suelto sollozar de la intemperie;
por un lejano viaje que en la playa
cambió su muro de olas en laureles;
por eso estoy aquí… con este sueño
de oceánica raíz, casi perenne;
con este primer junio de buscarme
y este regalo de saladas fuentes.
Cae a mis ojos, de unos ojos altos,
toda la luz en su marino oriente.
Cae a mi corazón, con piel y sangre,
toda la vida de mi nombre verde.
Tal vez de una ternura de riberas
me iré al volcado adiós de las corrientes.
Tal vez en un estreno de horizontes
recogeré la flor de lo que duele.
Ha sido mi secreto entre las ramas
esta mitad de mar que no obedece.
Por eso ando buscando, sin decirlo,
el nuevo viaje de mi antigua gente.
Nada en común tenemos; sin embargo
te escucho emocionada;
va tejiendo la luna hebras sutiles
en su telar de plata.
Abre la noche su corola fresca,
húmeda y constelada
en el círculo inmenso del espacio…
Y las horas se paran.
Canta el viento andariego cantos locos
que aprendió en la montaña;
peina la cabellera de los pinos
y brinca entre las zarzas.
Los arrayanes florecidos sueltan
su más rica fragancia
y en la pelusa de los llanos verdes
las luciérnagas bailan.
Mientras hablas, escondo mi tristeza
y te escucho, callada.
Eres tan claro y tan sencillo, tienes
transparencia de agua.
Despliega la ilusión en tus pupilas
su red de luces mágicas
y en tus labios agita el beso tímido
alas atolondradas.
Adivino el impulso que sofocas.
¿Dijiste que me amabas?
¡Niño, qué mal comprendes el sentido
que encierra esa palabra!
Raíz que viene del profundo abismo
de las vidas pasadas,
con sus menudas flores de mentira
y sus frutas amargas.
Aún no miran tus ojos jubilosos
detrás de tu mirada;
se alcanza a ver el fondo de las cosas
después de muchas lágrimas.
¿Qué podría ofrecerte? ¿Qué sabrías
de mi pena apretada,
de mi amor mutilado y retorcido,
que sabrías de mi alma?
¿De mi canción que vuela hasta el lucero
y camina descalza?
¿De mi sed de belleza? ¿De mi ensueño
que me duele y me salva?
Nada entiendes de mí. Sólo me quieres.
Me codicias por rara.
¡Juventud delirante que desea
siempre lo que no alcanza!
Deleita tu palabra de ternura
en mi oído enredada
y la quietud de seda que nos une
cuando tu voz se calla.
Quisiera florecer en esta noche,
reír con risa franca,
abrir los brazos a la dulce vida
y encender mi esperanza.
Pero ya ves, tú empiezas el camino,
yo regreso cansada;
y dolores y sombras y recuerdos,
me persiguen y atajan.
La verdad en voz baja:
Por eso el quieto corazón te dice
Nada en común tenemos. El encanto
de esta noche no basta.
* * *
A Doña María de Baratta
Porque soy vagabunda conozco los caminos
húmedos y fragantes que en el monte se enroscan;
los que suben despacio al nido de la fuente;
los que se traga el bosque con su boca de sombra.
Porque soy vagabunda he bajado al barranco
a despertar el eco en su cueva de rocas;
persiguiendo l`arisca libélula de nácar
y el moscardón de acero que zumba entre las hojas.
Me he tendido en el musgo, sobre almohada de helechos,
oyendo el trino fino que suelta la chiltota;
y la oruga del lodo ha comido en mi mano,
y han bailado en mi frente briznas y mariposas.
Vi abrirse el cascarón del huevillo del pájaro
y la seda enrollada de la prieta amapola;
probé la pulpa rica de la fruta silvestre
y descubrí panales y recogí bellotas.
El viento me ha contado cuentos de maravilla
ofreciendo, al pasar, lo que lleva en su alforja:
olor de balsamera, de yerbas, de racimos,
y todos los rumores de la tierra redonda.
La tonada del río, entre juncos y breñas,
me da el sentido exacto que hay en las siete notas;
y aprendo el equilibrio y la gracia del ritmo
en el vaivén azul y lento de las olas.
Corro con pies descalzos sobre la playa tibia,
me unto barniz de sol, juego en el agua loca,
y adorno el cuerpo alegre con espuma irisada
y pulseras de algas y collares de conchas.
La noche me regala sus gajos de luceros,
la luciérnaga mínima su llamita temblona,
el grillo su chillido clavado en el silencio
y el murciélago huraño su vuelo de alas flojas.
Porque soy vagabunda toda belleza es mía
y mío es el deleite que los demás ignoran.
¡Suelto mi canto vivo como el pájaro libre
y tengo el alma diáfana, esponjada y gozosa!
* * *
3. Mensaje que no espera respuesta
Porque llegaste del ensueño mismo,
súbito y espontáneo,
rompiendo ligaduras imposibles
con atrevidos brazos.
Porque en la sombra, densa y sin orillas,
fuiste un momento blanco:
soplo fugaz de giros jubilosos,
voz de risa y de canto.
Porque advertiste el signo de mi angustia,
cuajado en hierro amargo;
adivinando en la inquietud rebelde
el impulso amarrado.
Porque tu beso te nació en el alma
y no sólo en los labios:
savia que reventó, dulce y violenta,
en rosa de milagro.
Por tu fino sentido de ternura,
nido de mi cansancio,
donde confiada la tristeza-niña
pudo dormir un rato.
Por las tardes de octubre, por las noches
enjoyadas de astros;
cuando vibraba en el caudal de vida
ritmo celeste claro.
Por el móvil fulgor que aprisionaba
la seda de tus párpados;
por la palabra bella que envolvía
el pensamiento diáfano.
Por el ovillo tibio de caricias
enredado en tu mano;
por la dicha de amor que no cabía
en el pecho esponjado.
Por el vértigo loco de las horas
que se fueron, volando…
Por el dolor que nos cayó, de golpe,
como cifra de pago.
Va este mensaje de añoranza ingenua,
persiguiendo tu rastro
por las rutas profundas del silencio,
con instinto de pájaro.
Ha de llegar a ti casi sin fuerzas:
pequeño y azorado;
ala de miedo, pico de nostalgia,
corazón de fracaso.
Y en el círculo quieto del recuerdo,
sobre tu pecho cálido,
tímidamente soltará el motivo
de su arrullo delgado.
* * *
Esta noche de octubre es de luna redonda.
Estoy sola, llorosa, pegada a tu recuerdo.
Han escrito tu nombre las estrellas errantes
y he cogido tu voz con la red de los vientos.
Flota un olor agreste con resabios marinos,
las sombras se amontonan en rincones de miedo,
algo secreto emerge de las cosas dormidas
y las horas se alargan en la curva del tiempo.
Mis ojos de vigilia captan todo el paisaje:
el cono del volcán, los llanos y los cerros,
la vereda entre zarzas, los arbustos floridos
y las palmeras altas de penachos violentos.
Se oye el glu-glu monótono del agua escurridiza
que en la hondonada cuaja su espejito de invierno,
el golpe de la fruta al caer de la rama
y el zumbido perenne de la ronda de insectos.
Mariposas ocultas tiñen sus alas frágiles,
el zenzontle del alba esconde su gorjeo,
y entre espesas cortinas de bejucos fragantes
la paloma morada sueña rumbos de vuelo.
Por etéreos caminos los anhelos se encumbran
y en los cuatro horizontes dan vueltas en silencio.
¿Quién escucha el mensaje de las almas que lloran?
¿Quién recoge en el aire los suspiros dispersos?
Trato de reconstruirte con vaguedad de líneas,
pero te desvaneces y te alejas, huyendo…
¿En qué niebla distante has escondido el rostro?
¿En qué lugar remoto ha caído tu cuerpo?
Esta noche podría quererte más que nunca:
hay en mi corazón humilde vencimiento;
tiembla en la mano izquierda la caricia de espera
y queda el beso tibio en los labios suspenso.
Te ofrendaría el hondo latido de mi impulso,
mi canto de belleza y mi gajo de ensueño,
y una ternura clara, como río de gracia,
colmaría de encanto la cuenca de mi pecho.
Pero ya ves: el ansia ha de quedarse trunca
aunque estire el amor sus brazos pedigüeños.
Y he de pasar la noche, bajo la luna de ámbar,
hilvanando tristezas y contando luceros.
* * *
5. Canción del recuerdo intacto
Sólo tú, verdadero, ningún dolor me diste.
Tu regalo perfecto no cabía en mis manos:
era el ramo fragante, el vino de alegría
y la espiga madura para el pan cotidiano.
Sólo tú adivinaste el motivo secreto
que doblaba mi vida en curva de fracaso;
sólo tú me dijiste la palabra de aliento
que me mantiene recta a través de los años.
Por camino de sombras y vueltas de peligro
tu pie, firme y valiente, perseguía mis pasos.
¡Oh saltador de abismos, distancias y barreras!
¿Quién detuvo el impulso de tu amor obstinado?
Para saber quererme afinaste el sentido
volviendo suave y dulce lo violento y lo amargo.
Para alcanzar mi ensueño abriste alas veloces;
para poder copiarme fuiste un espejo claro.
Ardía en tus pupilas hoguera de fulgores,
se enredaba en tu lengua el arpegio de un canto,
y mecido en tus brazos, como un niño pequeño,
dormía sin temores mi corazón cansado.
Todos los que me amaron algún dolor me dieron
y todos los que amé un dolor me dejaron;
sólo tú me alegraste como un día de fiesta;
sólo el momento tuyo fue perfecto regalo.
Por eso, en hora quieta, en el pecho se esponja
el beso de ternura que revienta en los labios:
¡Música errante y vaga, azul de lejanía
lucero del silencio en lágrimas cuajado!
* * *
6. Antífona del amor inmutable
Siempre habré de quererte como ahora:
¡Amor de luces blancas!…
¡Fuego de sol que me calienta el pecho
y no levanta llama!
Con esta misma música recóndita,
tan profunda y tan vaga
como el rumor inmenso que recoge
el caracol de nácar.
Con el íntimo verso que revienta
en sencillas palabras
y queriendo expresar todo lo bello,
casi no dice nada.
Con el goce callado de sentirte
en la raíz del alma:
savia celeste que mi anhelo yergue
hasta las nubes altas.
Con el ensueño renovado y fresco
y esta ternura clara
que apenas cuaja en la caricia leve,
como el roce de un ala.
…Siempre habré de quererte como ahora,
aunque después me vaya
errante y sola, con el llanto mudo,
y la emoción ahogada.
He de llevar en el oído fino
tu suave voz lejana
y en el pequeño corazón rebelde
tu misteriosa marca
Porque me amarra a ti nudo de siglos,
y saltando distancias
fui persiguiendo en encontrados rumbos
la huella de tu planta.
Porque llegué de la negrura densa:
una sombra agachada…
y en tus brazos de amparo se encendía
el resplandor del alba.
Porque el sollozo, retorcido y hondo,
colmando mi garganta,
soltó en la cuenca de tu mano tibia
su amargura salada.
Porque anclé mi inquietud en el remanso
de tu pureza intacta
y meció tu silencio transparente
mi vela desgarrada.
Porque encontraste la verdad oculta
bajo mi forma vana.
¡Y el mismo Dios, con su pupila eterna
me mira en tu mirada!
* * *
Esta herida me duele con dolor deleitoso.
Abierta como un surco, en su fondo germina
semilla amarga y dulce que ha de erguirse, callada,
en el tronco de fuerza y en la rama florida.
Árbol gigante y bello que juega con las nubes:
su cabellera densa, peinada por la brisa,
esconderá el arrullo de la paloma viuda
y el primor delicado de la frágil orquídea.
Llegarán en bandadas mariposas de junio,
han de libar sus mieles abejas bailarinas
y en la quietud nocturna, luciérnagas fugaces
mecerán en las hojas sus tenues candelitas.
Será la casa oculta del animal huraño,
ha de lamer la bestia su raíz retorcida
y quebrando jornadas el viajero del mundo
apoyará en su tronco la carga de fatiga.
Rumoroso de trinos y adornado de gajos,
meciendo bajo el sol frescura de caricia,
con sus ventanas verdes por donde el cielo pasa
y en la corteza dura cicatrices perdidas;
recogerá los ecos de músicas errantes,
vibrando como un arpa que se toca a sordina;
y cuando suene el grito de la tormenta loca
abrigará los miedos que en soledad palpitan.
Su savia de dolor, potente y victoriosa,
multiplicada en cantos, trocada en gallardía,
empinada al azul y en el lodo sembrada,
ha de ofrendarse a todos en dádiva sencilla.
Y tal vez una tarde, cuando estés viejo y solo,
y en el recuerdo se abran puertas de lejanía,
te ha de llegar un soplo de fragancia olvidada…
¡Sangre transfigurada en florescencia viva!
* * *
8. Canción del adiós que se presiente
Nos está decretado separarnos.
Tal vez sea mañana…
He vivido a tu lado muchos días
sin ser lo que deseabas.
Has cogido en tus manos, suavemente,
mi tibia mano huraña;
has tejido en tu pecho nido quieto
donde caben mis alas.
Para librar mi ruta de peligros
fuiste apartando zarzas;
con tu filo de luz abriste puertas
en mi noche cerrada.
Me has mirado de frente, con serena
pupila de confianza;
me has dicho la palabra de ternura
sencilla y cotidiana.
Me regalaste la fragancia leve
de flor inmaculada
y esa leve fragancia del ensueño
casi no era fragancia…
Nos está decretado separarnos…
Ya la pena lejana
en recónditas voces de amargura
anuncia su llegada.
Sin embargo… sospecho que me escondes
la retorcida llama
que se yergue obstinada en tu silencio
y que valiente apagas.
Sé que en tus labios duerme el beso largo
que vence y arrebata;
en tu cuerpo de arcángel está preso
el dragón de las ansias.
Y en mi sangre, también, late el impulso
que hay en las viejas razas.
¡Madura estoy como la fruta dulce
que se inclina en la rama!
Pero la dicha inmensa de querernos
nos ha sido vedada.
Después vendría la infinita angustia
que colma y no se acaba.
Nos está decretado separarnos.
La vida nos reclama
el valor del adiós… ¡Están más juntas
las almas solitarias!
Escogeré, por eso, rumbos nuevos
que el horizonte alcanzan;
me llevaré el dolor de haberte hallado
y de darte la espalda.
Otras te ofrecerán, pleno y cumplido,
el goce que soñabas;
en frágiles espejos de quimera
me has de ver reflejada.
Tu anhelo ha de buscarme en toda forma
y yo seré fantasma;
me has de sentir, como inquietud perenne,
clavada en tu esperanza.
Cuando creas que me hundo en el olvido
estaré más cercana:
amor que por Amor deja el deleite
es eterno en el alma.
Nos está decretado separarnos
y mi adiós se adelanta…
¡Fulge en mi corazón tu nombre claro
en un prisma de lágrimas!
* * *
A don Joaquín García Monge
Voy a cantar la inmensa belleza de la vida
en un verso sencillo:
el color de la nube, la fragancia del gajo,
y el milagro del trigo.
Quiero robar al Sol su clave luminosa
y su escala de brillos;
y con el alba nueva despertar en el mundo
los ojos y los trinos.
Entraré con el viento en la selva profunda
de los ecos dormidos;
y he de sentir la recia carga de los calores
y l’aguja del frío.
Jugaré con las olas de los mares revueltos
un juego de peligros;
y escribiré en l’arena una estrofa que acaba
en puntos suspensivos.
Subiré con el fuego, como una flor violenta
de capullo encendido;
y después, llama extinta, he de dormir oculta
en el rescoldo tibio.
Ensayaré la gama, transparente y alegre,
de las voces del río;
y el vaivén de fulgores que traza en las espumas
el pececito arisco.
Meceré mi cadencia en el tallo delgado
que sostiene al jacinto.
Me hundiré, con la savia de la raíz oscura,
por túneles de limo.
Asomaré mi tierno retoño de esperanza
entre lianas y espinos;
y en la fruta del árbol acendraré las mieles
de sabor exquisito.
Esponjaré la seda del gusano rastrero
envuelta en el ovillo;
y en la fiesta de Mayo habré de ser inquieta
mariposa de giros.
Remontaré mi gozo en el vuelo del pájaro,
por diáfanos caminos;
y en la rama flexible, bajo las sombras verdes,
he de colgar mi nido.
Guardaré, con la fiera, mi soledad salvaje
y mi cueva de gritos.
Buscaré, con la bestia, el yantar cotidiano
que rumian los vencidos.
Abriré misteriosa puerta de corazones
con mano de sigilo;
y en cuenca de ternura recogeré la música
de trenzados latidos.
En la pauta de amor, en el Júbilo Eterno,
he de inventar un himno
que vibre en armonía exaltada y perfecta,
llenando el infinito.
Con la brasa del beso sellaré la frescura
del labio sensitivo;
y en ofrenda secreta entregaré tesoros
cabales y escondidos.
Para quien llora en vano, buscando en el silencio
como un niño perdido,
he de tejer, con hebras de arrullos enredados,
quieto rincón de abrigo.
Aprenderé a mirar con ojos de vidente
las cosas y los signos;
y sabré descubrir, en cada acción, la causa
y el humano sentido.
La flecha de mi anhelo romperá la tiniebla
sin perder su destino;
y la red de mi ensueño ha de alcanzar distantes
luceros sorprendidos.
Ni angustias ni temores ceñirán en mi carne
cadenas de dominio,
porque tiene mi impulso la fuerza arrebatada
del torrente crecido.
Seré palabra clara que reza y que bendice,
y sollozo y suspiro;
y en el dolor rebelde y múltiple del hombre
lamento retorcido.
Y cuando en la belleza de mi canción redonda
no falte ni un sonido,
la soltaré en el aire… Y escogeré, callada,
los rumbos del olvido.
* * *
10. Romance de la noche más bella
Nos fuimos -noche de Octubre-
por la larga carretera.
Ya no llovía. La luna
era una luna canela.
Cara plácida y redonda.
Cara de madrina buena.
Sonrisa de plata y ámbar.
Maravillosa hilandera.
Su madeja de fulgor
se enredaba entre la yerba;
prendía en los matorrales
finas hilachas de seda;
se ovillaba en los rincones;
se destrenzaba en las cercas;
y tejía encajes anchos
que colgaban de las tejas.
El viento no se movía…
Donde la ciudad comienza
el cementerio olvidado
tenía quietud de piedra.
Altos cipreses, en fila,
estiraban puntas rectas.
Se balanceaba en la sombra
el candil de la luciérnaga,
y de los campos mojados
subía pesada esencia.
Reñíamos en voz baja
por necedades pequeñas.
¡Niños que juegan a herirse
aunque la herida les duela!
Reñíamos, porque nunca
dos que se quieren de veras,
logran probar la alegría
sin mezclarla con tristeza.
En el cauce del amor
brotan corrientes diversas,
y jamás se siente puro
el sabor del agua fresca…
Expresabas tu rencor
en crueles palabras negras
clavando en el corazón
alfileres y saetas.
Se alzó rápido mi orgullo,
y con las pupilas secas,
te respondí frases duras
y desafié tu violencia.
Entonces la luna sabia
nos enredó en su madeja:
tibia suavidad de encanto,
nido de lumbre magnética,
red de plata que aprisiona,
trenza de sutiles hebras…
Tu mano buscó mi mano
en una caricia tierna,
y yo doblé, avergonzada,
la petulante cabeza,
olvidando, como niños,
penas, rencores y quejas.
Después… Nunca fue una noche
mejor que la noche aquella.
Húmeda noche fragante.
Noche de luna canela.
Frente al lagar de la muerte
encendió la vida bella,
como una rosa gigante,
su llama de veinte leguas.
¡Flor que nacía en el barro
y besaba las estrellas!
El reloj marcó la hora:
doce campanadas lentas…
Cuando la dicha nos llega
los minutos se atropellan.
Regresamos, en silencio,
por la larga carretera,
con las manos enlazadas
y con las almas suspensas.
Ya estaban en la ciudad
cerradas todas las puertas,
y ninguno caminaba
por las calladas aceras.
Así, nadie adivinó
la dulzura que era nuestra.
Sólo la luna sabía.
Pero la luna es discreta.
La noche del mundo:
¡qué largos cabellos…!
Los suelta en la torre,
la torre del viento.
Los peina en el valle,
los trenza en el cerro,
los abre en las ramas
frías del almendro.
La noche del mundo:
¡qué oscuro su cuerpo. ..!
En él se transforman
las cosas del suelo:
el lirio descalzo
se calza de acero;
el loro se vuelve
piedra de silencio;
la errante neblina
ángel medio ciego,
y el naranjo en flor
un oso de hielo.
La noche del mundo:
¡qué nombre de sueño,
qué barca volante,
qué tiempo sin tiempo!
* * *
Alta visión de un sueño sin espina,
honda visión en realidad clavada;
ansia de vuelo en recta que se empina,
miedo del paso en curva accidentada.
Rosa de sombra, rosa matutina,
una caída y otra levantada;
ángeles invisibles en la esquina
donde el presente cambia de jornada.
Marca el momento signo de la altura:
brote de carne limpia y sangre pura
en renovado campo de infinito…
Y en promesa inefable y verdadera
-Gabriel de anunciaciones y de espera-
un mundo sin cadenas y sin grito.
* * *
Cartas escritas cuando crece la noche
I
El tiempo regresó —en un instante—
A la casa donde mi juventud
Quiso comerse el cielo.
Lo demás bien lo sabes…
Otros llegaron con sus palabras
Y sus cuerpos,
Buscándome dolorosamente
O dejando la niebla del camino
Entre mis pobres manos.
Lo demás es silencio…
Hoy tengo tus poemas en mis lágrimas
Y el deseado mensaje —tan tuyo—
Entra en mi corazón con mil años de ausencia.
Lo demás es poseer este milagro
Y sentirme a orillas del Gran Sueño
Como una rosa nueva.
“Dame tu mano al fin, eternamente”…
II
Busco tu voz en cada letra de los poemas
que para mí escribiste.
Tu amada voz dormida en su entierro!…
El contorno de un rumor toma vuelo y entonces
La recobro, despierta.
Sintiéndome más encendida que un diamante
Y con tu voz en el aire fresco
Me atrevo a decir, saludando al mundo:
“¿Quieren iluminarse
Con esta plenitud?”
III
Pude haber vivido cerca de ti
Suavemente
Y encender tu lámpara y sentarme
En el ancho sillón oloroso a tiempo.
Pude cortar una rosa
Y ponerla en tu escritorio
O bordar a media tarde
Un enjardinado mantel.
Ocurrió lo contrario:
Lejos anduve y sola
-Tremendamente sola-
porque no quisiste acompañarme.
Pero en idas y venidas por esos caminos,
¡Qué bien me enseñaron a conocer quién soy!
IV
En el círculo de palabras y palabras
Tu silencio era más poderoso
que cualquier sonido
Yo lo habitaba sin protestas
Entrando valientemente en sus distancias
Como patinadora sobre el hielo.
¡Ah, tu silencio mío!
¡Ah, mi sutil planeta inexplicable!
¿Era un espacio vivo
O tan solo el nombre de esta obstinación?
Al fin, después de todo…
-No falta un después en cada momento-
V
Si en la hora más quemante de mi vida
Yo hubiera encendido, por lo menos,
La orilla de tu corbata…
Todo sería distinto!
Pero no lo permitiste —¿Recuerdas?—
Y entonces fui, como jamás lo he sido
Una desesperada.
Guardo tu palidez esquiva
Y los ojos que no iban a entregarse
Aunque acabara el mundo.
Después algo me hiere no sé dónde
Y me ahogo y respiro soledades
Y estoy metida hasta los huesos
En un laberinto
¿Cómo logré salvarme?
Porque yo olía a flor
-En la hora más ciega de mi vida-
Y lo único que deseaba intensamente
Era caer sobre tu cuerpo como una flor.
VI
Si todo fuera distinto
Yo no tendría un largo viaje en los ojos
Y en esta soledad
Versos y versos…
Si todo fuera distinto
Yo sería a tu lado una dicha completa
Y la mitad de tu alma.
VII
Si llegaras por esa puerta
Tal vez te extrañaría mi pelo gris-azul,
Con reflejos plateados.
Le pongo un suave tinte _por supuesto_
Pero no creas que me engaño.
Envejecer es un problema. Sin embargo,
Yo no envejezco entristeciéndome.
Si regresara con lo vivido hasta el domingo
Que al lado tuyo se hizo viernes,
Creo que volvería a ser la misma amorosa
Y que de nuevo te daría
Un rato tremendo.
VIII
El tiempo… ¿Qué es el tiempo?
Para mí no ha pasado
Desde aquellas noches de lunas amarillas,
Cuando me llevabas a las reuniones de los sábados…
Me sentí joven al leer tus poemas
Y me dio vergüenza experimentar esa delicia.
Con un gajo de sueños juveniles
Caí en profundo sueño.
Hoy me burlo del tiempo
Y hasta le hago cosquillas
En las barbas.
Así, medio jugando,
Voy a meterlo por un mes
En el armario.
IX
Toda una vida lejos de ti.
Toda una vida…
Por qué?… ¿Quieres decirlo?…
Hubiera sido tan hermoso
Mirar la misma estrella
Desde nuestra ventana.
X
Hay muchos años entre mi amor
Y tu ausencia.
Con ellos puedo escribir
Una historia larga.
Hay mil cosas que quisiera decirte
Dulcemente…
¿Pero cómo expresar lo inefable?
XI
Tal vez nunca contestes mis cartas.
Ya nada espero ni pido nada.
A estas horas sería ridículo preguntar al cartero
Si me trae un sobre que brilla
Como pequeño astro.
XII
No sé a quien contarle que regresaste de repente,
Con tu lenguaje extraordinario
Y con todo lo que sabe
De la eternidad.
Confiaré a un joven puro mi secreto,
Para que él lo celebre viviendo.
Sería triste que nadie conociera
Mis llamaradas y mi sal.
XIII
Si el príncipe Siddharta apareciera ahora
Cerca de mí, muy cerca,
Creo que me diría suavemente:
“Rompe ese lazo dulce.
¿Acaso no conoces lo que enseñé?”
pero la ley de Samsara es fiel y exacta:
el nudo no podrá deshacerse
hasta que tú y yo alcancemos, juntos,
la más definitiva palpitación
del encuentro.
Crece la noche… crece…
Y el Pensativo de Rostro Inmutable
Cuenta con sus ojos
Mi verdadera edad.
XIV
Cuando todo se cumpla
En otra vida, porque aquí ya es muy tarde_
Conoceré mejor el poder de los recuerdos
Y viviré en tu casa.
XV
Y ahora un “hasta siempre”… un “te agradezco”…
Descubrí mi esperanza.
Aquí se anuncia la mañana con un ángel
Y con una semillita de antigüedad.
* * *
Sobre tu blanca huella mi camino;
mi siempre andar sobre tu luz en fuga.
Con ecos, con taludes, con mareas,
y este nombre del alma en mi aventura.
Aquí… para llegar hasta tu reino,
escuchando la voz que no se escucha;
cayendo en estas noches de mi paso
y amaneciendo clara por tu ayuda.
Llevo en el corazón tu guerra eterna:
la guerra del que anuncia y del que busca.
Estoy, bajo mi cuerpo de vergüenzas,
formando un ángel con la sangre pura.
Por eso muestro aquella casa ciega
y el diurno puente en medio de las lunas.
Por eso voy a la montaña libre
que define mi tierra de criatura.
Torbellinos de amor me han detenido,
pero en amor hallé la vía oculta.
No se borró el secreto del gran sueño
ni se cansaron nunca las preguntas.
Se cuenta el viaje sin decir en dónde
está el arribo, la silente música.
Ni la memoria sabe lo que pierde
ni la palabra pesa lo que junta.
Ya tengo la canción, ya se me rinde;
ya combato en su llama tan desnuda.
El ardiente mensaje está en mi lengua
para entregarlo como cosa tuya.
¡Oh Cristóforo mío, de tu marcha
salgo yo… la pequeña, la nocturna!
Subiré por la escala de tu fuego
sin traicionar mi estremecida ruta.
* * *
Miré a la dulce niña del pasado
con piel ansiosa y con el ojo puro,
dibujando su forma contra el muro
donde el amor la había equivocado.
Era yo misma… cuerpo ya olvidado,
gesto de ayer y corazón seguro;
simple inocencia en el afán oscuro
y secreto del canto inaugurado.
Estaba allí, casual y sensitiva,
dueña del dardo y la manzana viva
en trémula quietud y extraño aliento.
Toqué su falda de vergel y danza,
entré en el corazón de la esperanza,
y recogí el engaño del momento.
* * *
Estrella… más que vista, presentida.
-¿Dardo de luz o brasa que levanto?-
Alta en el cielo y en razón de llanto
tras la retina por milagro hundida.
En el sueño y la sangre derretida.
Doliendo allí, perdida con espanto.
Casi tocada en la raíz del canto
y eternamente libre y perseguida.
Reflejo. Sin embargo, propia lumbre.
Clavo del hueso, signo de la cumbre,
ojo de soledad y lejanía.
Sitiada siempre, pero esquiva al tacto.
Doble. Juntando al fin su don exacto
en este humilde afán de la poesía.
* * *
¡Si tienes sed, Adán, abrévate de mi boca!
¡Ten fe y obra el milagro! ¡Mis besos serán buenos
como el agua que un día brotara de la roca
y como la que el Hijo de humildes nazarenos,
que será, de amar tanto, Dios mismo, cambie en vino!
¡Si tienes hambre, toma: mi corazón es vianda!
¡Mis ojos son antorcha de luz en tu camino!
¡Y el camino soy yo! —¡Oh, bebe y come y anda!
¡En mis débiles brazos está tu fortaleza,
por mí lo serás todo y triunfarás en todo;
por mí tus ojos pueden descubrir la belleza,
tus pasos echar alas, tu suavidad ser fuerte!…
Yo soy quien te completa, ¡mortal! ¡Desde que el lodo
Se llenó del aliento de Dios contra la muerte!
* * *
Puerta de cristal el día,
pared de cristal el aire,
techo de cristal el cielo…
¡Dios hizo mi casa grande!
Ventanas de maravilla
sobre escondidos lugares:
el sendero de las hadas
y el camino de los ángeles.
Cuelgan las enredaderas
sus cortinas de volantes;
la hierba fina es alfombra
de mariposas fugaces.
El agua clara del río
cuaja un puente de diamante;
hay libélulas de nácar
y pececillos de esmalte.
Risa y canto se persiguen
en giros de juego y baile.
¡Columpio del alborozo
entre los gajos fragantes!
Palabra limpia y sencilla
como la flor del lenguaje;
regazo de la ternura
donde las lágrimas caen.
Trigo de la espiga nueva
para harinas celestiales;
amor que leche se vuelve
en el pecho de la madre.
¡La casa es casa bendita,
todo en ella vive y cabe,
y puedo mirar a Dios
a través de sus cristales!
* * *
Maduro fuego por azar cautivo
en el estrecho cauce de mis venas.
Brazo de afán helado entre cadenas,
rostro de ayer presente en sueño vivo.
Paloma del zarzal y del olivo
que a perseguir tu vuelo me condenas.
Fuente, sobre la sed de las arenas,
negándose a mi tallo sensitivo.
Como lleva la noche al sol distante
y el párpado cerrado los colores,
así te llevo en pulso palpitante.
Viuda de tu presencia en lo visible,
están en mí tus dádivas mejores
y alzo en forma cabal sangre imposible.
* * *
Ternura móvil que enraizó a mi lado,
niño grande sin nombre y sin alero;
huésped del sueño en cuerpo verdadero,
oscuro corazón iluminado.
Pago del día, saldo del pasado,
dulce heridor y hábil curandero;
mina de venas rotas y venero
que sin reserva da lo que he buscado.
Su silencio tan largo tiene ahora
pájaros irisados y despiertos
bajo una luz madura y vencedora.
De cenizas llegó su forma alzada,
y en rumbos de la sangre su llamada
devuelve la palabra de los muertos.
* * *
Color redondo, carne dulce y fina,
abierto corazón de primavera;
llama fugaz en tierra pajarera,
columna de evidencia matutina.
Goce de abril, inútil bailarina
de la sangre y la luz en la frontera,
comunicada con la vida entera
por el silencio amargo de la espina.
Externa y pura, mas del lodo alzada.
En el cristal cautiva y condenada
sin alarde se dobla o se refleja.
Basura de agonía cuando acabe…
¡Y mi lengua extraviada que no sabe
el idioma del duende y de la abeja!
Para Alberto Guerra Trigueros
Zumo de angustias, leche milagrosa,
raíz inaccesible, árbol salado.
¡Qué temblor en el túnel anegado!
¡Qué llama y nieve en subterránea rosa!
Escala de contactos, misteriosa
razón del sueño, el miedo y el pecado.
Silencio a todo grito encadenado
y tapiada presencia dolorosa.
De los muertos nos llegas… ¡muerte andando!
Substancia inevitable, gravitando
en la masa despierta de la vida.
Mi cuerpo de mujer te alza en el hombre,
te suelta en la aventura de su nombre
y te derrama por interna herida.
* * *
Va sobre espuma alzada, casi en vuelo,
sin rozar el navío ni la roca
y la distancia abierta la provoca
un doloroso afán de agua y de cielo.
El canto suelto, desflecado el pelo,
de la tierra inocente, grave y loca;
encendidos los sueños y en la boca
la extraña sangre de una flor de hielo.
No es el tritón quien le transforma el pecho,
ni el querubín se inflama entre sus labios
para beber después llanto deshecho.
Un hombre, nada más… Con brazos sabios
la tiende sobre el peso de la tierra
y allí se arrastra dulcemente en guerra.
* * *
Fui por el aire, tras la luz caída,
pisando signos y colores planos
y llevaba, desnuda, entre las manos,
la flor de ayer, alzando nueva vida.
Una paloma leve y abstraída
buscó la espiga de celestes granos
y en caminos profundos y lejanos
quedó mi propia forma detenida.
Derribadas murallas, botadura
de un nuevo corazón a la dulzura
y el miedo y el amor cruzando espadas .
A la deriva un ¡ay!… de no sé dónde,
y la muerte, impasible, que se esconde
en reflejo de caras olvidadas.