Jodra Davó, Carmen
Poeta española nacida en Madrid en 1980.
Está terminando con honores sus estudios de Filología Clásica en la Universidad Autónoma de Madrid.
Muy temprano empezó a escribir poesía y narrativa, convirtiéndose en una de las revelaciones de la poesía joven española.
En 1998 obtuvo el primer puesto en el II Premio de Poesía Dolores Mañas.
«Las moras agraces», libro proclamado ganador único por unanimidad del XIV Premio de Poesía Hiperión,
es su primer poemario publicado.
Su poesía ha sido catalogada como “una voz de amplio registro y sorprendentes hallazgos, inscrita en el corazón de la tradición”.
De “Concupiscencia”:
1. Será un centauro, un ser hermafrodita…
Será un centauro, un ser hermafrodita,
el toro violador y la paloma,
con las mórbidas formas de una poma
y el escudo anguloso de un escita.
Será otro yo, y así, será exquisita
la unión. No dejaremos ni una coma
en donde estaba antes, y aun la Roma
de Nerón aparecerá marchita.
¿ “Noverat iam luxuriam…”? Las bacantes
serán vestales, y piadosas preces
sus gritos: ¡nadie gana a dos estetas!
Danzando sobre él con pies sangrantes,
quebraremos mil veces y mil veces
el cristal que cantaron los poetas.
* * *
2. Me pregunto si es cosa de la edad…
Me pregunto si es cosa de la edad
o fruto de una mente depravada;
en uno u otro caso, jamás nada
puede apartarme de mi única idea.
Cada cosa que miro se recrea;
la inocencia del mundo, transformada,
me estremece; la carne delicada
se pudre con extraña enfermedad.
Suena un violín, y yo escucho un gemido;
miro andar a mi gato, y sólo veo
el movimiento firme y repetido;
oigo al viento soplar, y oigo un jadeo.
y un mundo diferente, enfebrecido,
agita con su vista mi deseo.
* * *
3. No comprendo. La sed del agua fría…
No comprendo. La sed del agua fría
se calma al tercer trago; la del vino,
otro tanto, y el paladar más fino
se cansa del manjar que requería.
El sueño acaba al empezar el día,
y la pereza al verse en el camino;
todo anhelo se va tal como vino
apenas toma lo que pretendía.
Y sin embargo hay una sed extraña
que mantiene sin fin toda su saña…
Quizá sean cosas de la adolescencia,
pero devoré anoche la manzana
y de nuevo me hallaba esta mañana
trémula toda de concupiscencia
1. Me mira. Pero no desde la altura…
Me mira. Pero no desde la altura,
como el Otro miraba,
sino asentado en la terrena grava,
sobre la roca dura.
Sonríe con sonrisa tan impura,
que la reina de Saba
no era más seductora que Él; me alaba,
como a fruta madura.
Yo rehuyo sus ojos en el suave
espejo de la alberca,
pero estoy deseando, y Él lo sabe,
ceder. Me olvidaré de Buda y Cristo
por verle más de cerca.
¡Mi Señor, Lucifer, Satán, Mefisto!
* * *
2. La soledad, no el ocio como dicen…
La soledad, no el ocio como dicen,
es la madre del vicio.
Yo, para descender el precipicio,
aguardé hasta que nadie me mirara.
Al dejar que mis manos se deslicen
por la pared de roca,
cuido siempre que no haya ojo ni boca
que hable de mí ni pueda ver mi cara.
Lo que entonces no hice
fue sospechar que acaso,
invisible, miraba y sonreía
el Mismo que hoy se dice:
“Ya dado el primer paso,
esta pobre muchacha será mía”.
* * *
3. Hoy viene a verme. Él, Él en persona…
Hoy viene a verme. Él, Él en persona.
No intento resistirme, por supuesto.
Irónico y burlón, llega dispuesto
a “salvarme de lo que me obsesiona”:
tal dice. Su belleza desentona
con el eterno universal denuesto
de que le han hecho objeto; aparte de esto,
me ofrece lo que nunca se perdona.
Tendiendo, en fin, el ominoso pliego,
me ha mirado con ansia tan humana
que chispean sus ojos como el fuego.
¡Un alto precio por una manzana!
Temblando igual que Él, respiro y niego,
pero no sé lo que diré mañana.
* * *
4. ¿Cómo pude dudar? ¿Cómo he podido…
¿Cómo pude dudar? ¿Cómo he podido
vivir sin vida todos estos años?
Por evitarme daños, tuve daños,
y huyendo penas, penas me han venido.
¡Cuánto tiempo, cuánto placer, perdido
en virtud, muerte, ritos tan extraños
como inflexibles, místicos engaños,
humillaciones, Dios! ¡Qué buena he sido!
Me arrepiento del tiempo en que fui buena,
viviendo sin gozar el prodigioso
fulgor del mal, quebrando mi destino.
Y ahora que su goce me envenena,
¿cómo negarse, si es tan delicioso,
o cómo retornar al buen camino?
* * *
5. Cuando una tiene sangre de ramera…
Cuando una tiene sangre de ramera,
brutal desprecio hacia la mayoría,
tendencia a decir no a todo consejo
e inclinación al mal por el mal mismo,
no podría ser casta aunque quisiera,
integrarse en la masa no podría,
y sin conseguir nada se hará viejo
quien intente apartarla del abismo.
Pero además ocurre
que ella no pondrá nada de su parte.
Ya tiene, y hace, y es, lo que prefiere;
pensar siquiera en la virtud aburre
a quien ha hecho del vicio todo un arte,
y ni encuentra salida, ni la quiere.
* * *
6. Tampoco es esto lo que yo buscaba…
Tampoco es esto lo que yo buscaba.
Es mucho, pero aún no es suficiente.
No es más que otro camino diferente
que no lleva tampoco a parte alguna.
La pena sigue, si el placer acaba;
el más bello pecado no es potente
para cambiar las cosas, y el doliente
llora como lloró desde la cuna.
Ni la perversidad más deliciosa
logrará que me sienta yo dichosa,
como antes la virtud no lo lograba.
Ya tengo, y hago, y soy, lo que prefiero;
de acuerdo, claro… pero
tampoco es esto lo que yo buscaba.
* * *
Sobre las altas bóvedas del cielo,
yo habité los palacios donde el hielo
brilla en azul, y en busca de consuelo
me embriagué de licores celestiales.
Y en las cámaras bajas del subsuelo,
los antros llameantes del desvelo
y del vicio, y en busca de consuelo
me emborraché con vinos infernales.
Ahora quieren que elija: o uno u otro.
No saben que, una vez la elección hecha,
seguiría buscando, insatisfecha
criatura a medio hacer, sobre la cresta
de la duda hasta el fin, y no hay respuesta
posible, nada, nunca…
Ni Uno ni Otro.
Amor, hijo de Poros y Penía,
pobre como su madre la Pobreza,
cazador sin fortuna,
un solo pensamiento en la cabeza.
Lo que intenta alcanzar se desvanece
apenas alcanzado;
vuelve a buscar, y busca,
lanzando redes, flechas y añagazas,
infatigable, pobre desgraciado.
La diosa se está peinando
entre cortina y cortina;
los cabellos son de oro,
el peine de plata fina,
y entre pasada y pasada
toma néctar y ambrosía.
y la diosa está envidiando
a una pobre ninfa
que se debate perpleja, tan joven, tan joven,
tan joven y hermosa
como perdida.
¿Y bien?… Que se quemó el Amor los dedos
sobre su propia antorcha
por esa tan hermosa que ha irritado
a Afrodita la hermosa.
Porque tiene el encanto incomprensible
de lo indefenso y lo recién nacido,
porque mira con ojos muy abiertos,
porque no entiende a Dios ni entiende el mundo,
y porque se devana la cabeza
tratando de entenderlos, y no puede,
y porque su estupor le pide a gritos
el trozo que ella siente que le falta…
Y porque el joven dios ve de repente
que ella es el trozo que le falta a él,
y todo hace que Afrodita sea
-tan fuerte, tan segura-, casi fea…
Y así fue, y así ha sido.
El uno que sabiendo lo que quiere
no logra mantenerlo,
la otra ignorante tanto de qué busca
como del modo de llegar a ello,
al margen de Afrodita,
al margen de la incomprensible espita
por la que orina el mundo incomprensible,
al margen de la vida y de la muerte,
para siempre abrazados.
Ahora son ya dos pobres desgraciados.
Pero dos. Para siempre.
Un gemido doliente entre la alheña,
un rítmico suspiro en el helecho,
musgo y pluma por sábana del lecho,
por dosel hoja, por almohada peña,
y la lujuria tiene como seña
violar mujeres y violar derecho
y ley y norma, y un hermoso pecho
sabe el pecado y el pecado enseña.
Trasciende de la fonda un olor suave
a sagrados ungüentos, y una queda
música, contenida y cadenciosa,
y el blanco cuerpo de la bella ave
y el blanco cuerpo de la bella Leda,
bajo el peso del cisne temblorosa.
¡Estériles! ¿Para qué lloras?
Si nunca podrás tener nada.
Si a demoras siguen demoras,
y la explicación huye alada,
y amargan tu lengua las moras
aún en agraz.
¿Y pides un poco de paz?
El drama es mil veces más viejo
que tú. Piensa en Grecia y en Roma,
y aún más atrás. No me quejo:
de siempre hubo cuervo y paloma
y la lucha atroz. ¿Un consejo?
Déjate estar.
La muerte te vendrá a buscar.
Porque nunca llega el verano
que endulce las moras agraces.
Amor ni divino ni humano,
ni salmos ni bromas procaces,
ni artista ni amigo ni hermano
te saciarán.
Ni vino ni agua ni pan.
Ni esto, ni eso, ni aquello.
Puedes probar cada camino:
acaban en nada. El destello
que un tiempo llamaste “divino”
no es luz, y apenas si es bello.
Es frío y crual.
¿A qué preocuparse por él?
¿A qué tanta lucha, si luego
el fin es a todos igual?
¿A qué este jugar con el fuego,
si juegues bien o juegues mal
la muerte es el premio del juego?
¿O es el castigo?
¡Estériles…! Llora conmigo.
Hay demasiadas cosas
de las que preocuparse,
siempre distintas, siempre imprescindibles,
y nunca se termina,
y apenas se respira… Y además
está el muchacho que jamás nos mira,
la chica que no sabe que la amamos
Y Platón predicando represiones…
Y a esto le llaman vida…
Muchacha, si te entregas a los cerdos,
merecerás morir en la matanza.
No sería en todo caso más horrible que la horrible,
cínica contradanza.
Pregúntate por qué has de estar debajo
si eres mejor que ellos.
Créeme, muchacha, la heteropatía
nunca fue un buen invento.
Líbranos de la pena porque ella
destroza el corazón larvadamente
y trae sombra a los ojos de los niños.
Líbranos de la dicha porque a ella
le siguen siempre penas que la hacen
aún más amarga que las penas mismas.
Líbranos del dolor que nos reduce
a tristes bestias de ojos humillados
que sólo buscan un rincón caliente.
Líbranos del placer que nos obliga
a creer que este mundo es dulce y bueno
justo hasta que salimos del encanto.
Líbranos del mal hado y la pobreza
que nos azotan con mano invisible
hasta que maldecimos nuestros nombres.
Líbranos del buen hado y la abundancia
que vierten la ponzoña gris del tedio
en la copa de oro del cinismo.
A la serena duerme mi ganado…
Miguel Hernández
A un cordero que es entre los rebaños
lo que un muchacho hermoso entre la gente
lo quiero con cariño diferente,
más propio de un rapaz que de mis años.
Come en mi mano; bebe de los caños
de metal renegrido de la fuente;
me bala, y su balido sonriente
inunda de dulzor los aledaños.
Esta mañana en que yo estoy bordando
grecas en un mantel, y canta el tordo,
y mi cordero bala casi hablando,
mientras él bala y brilla el sol y bordo,
me pregunto si lo querré igual cuando
envejezca y se vuelva fuerte y gordo.
Es la hora aquella en que el carro Febeo
ha comenzado ha poco su carrera,
y una boca de hoguera
su aliento abrasador da ya encendido
a hemisferio dormido,
cuando aquel a quien nunca llaman feo
ni han razón, que alto más que Cipariso,
que Jacinto fragante
y más ensimismado que Narciso
y orgulloso que Apolo ser pudiera
si Olimpo griego su morada fuera
por ciudad castellana,
vuelve a la vida desde el oscilante
caliginoso mundo que se habita
a párpados bajados
y disuelve la luz de la mañana.
Sobre plumas y linos abrazados,
pasa de tierno ovillo a ancha corriente;
los paisajes que viera un selenita
tiemblan en ese río,
que a varón como a hembra quita el frío.
Al hilo dignifica la hermosura,
dulcemente inmadura,
del tendido durmiente,
porque en dieciséis años
no ha habido tiempo aún para los daños
de tiempo cruel o práctica natura,
que sacrifica el arte a la simiente;
en el cuerpo yacente
hay candor y abandono y hay tersura
que vértigo provoca,
como provoca vértigo la boca,
roja rosa entreabierta
de riquísimo aroma,
con las mórbidas formas de una poma,
que al más dormido instinto lo despierta.
Y los párpados lisos,
y de las cejas las espesas líneas,
que no han tocado nunca las Erinias
con sus crueles avisos,
la barbilla perfecta,
la nariz intachablemente recta
y la suave mejilla ruborosa;
la cara más hermosa,
en fin, y el cuerpo más hermoso y noble
que engendrara jamás mujer alguna,
y no quiso el azar hacerlo doble
porque tanta belleza fuera una,
y pudiera decirse con justicia:
“¡Sin par!”; y, en su malicia,
por no excederse en buena la Fortuna.
Frunciendo el fino ceño,
la sublime criatura deja el sueño,
que parece llorar por su partida,
y en actitud que fuera,
para aquel que lo viera,
recompensa y gloria inmerecida,
se mueve y despereza
con voluptuosidad, y al fin bosteza
con tan dulce bostezo,
que le envidian las flores más preciosas
del naranjo, el almendro y el cerezo.
Su aliento es el aliento de las rosas…
Se yergue, y su hermosura al cielo embriaga
y al barro que su planta pisa halaga,
y el águila recuerda
sus misiones de antaño
y lamenta que hoy, para su daño,
sea la divinidad siempre tan cuerda.
Con leve pie el muchacho sale y deja,
más cuanto más se aleja,
arrebatada y anhelosa el alma
y vacía de calma.
Señores, yo sé bien de los venenos…
Señores, yo sé bien de los venenos
de la literatura:
la tiranía impúdica y terrible
de una Belleza impura
que nos mancha los labios de palabra,
los ojos de figura
y el cerebro de sueños o pecados,
en flagrante, diabólica impostura.
No la deseo a nadie, y nadie
debe desearla nunca,
pero benditos los que se someten
a su mirada oscura.