Jaramillo Levi, Enrique
Poeta, cuentista y ensayista panameño nacido en Colón en 1944.
Es Licenciado en Filosofía y Letras con especialización en Inglés y Profesor de Segunda Enseñanza por la Universidad de Panamá.
Tiene además Maestrías en Creación Literaria y en Letras Hispanoamericanas por la Universidad de Iowa y Doctorado en Letras Iberoamericanas por la Universidad Nacional Autónoma de México.
Es un gran impulsor de la cultura de su país, docente universitario, director de la revista «Maga», presidente de la Fundación Cultural «Signos» y Coordinador de Difusión Cultural en la Universidad Tecnológica de Panamá.
«Los atardeceres de la memoria» en 1978, «Fugas y engranajes» en 1982, «Extravíos» en 1989, «Siluetas y clamores en 1993
y «A flor de piel en 1997, forman parte de su obra poética
Hay que salvar la nave,
su tripulación,
el cargamento.
Sálvala tú que sabes el oficio,
que puedes tranquilizar el desorden
de las máquinas y el fragor de las olas
con el simple roce de tus dedos,
con el bálsamo de una sonrisa.
No permitas que naufrague
este terco barco a la deriva.
Ofrécele al final tu puerto,
condúcelo
a su muelle húmedo,
y verás cómo se aquieta
este incendio voraz
que me consume.
Habitada por el viento
que en recinto cerrado
se pone a mecer tus cabellos,
nocturnas voces musitan
lapidarios dialectos
por el fluir de tus ojos.
Brilla y parece desvanecerse
el calor de tu piel
cuando platicamos de brujas
y un relámpago enciende
la punta de tu lengua.
Me convierto entonces
en la más fiel
de tus víctimas.
El amor expira
y renace
cuando irrumpe su tiempo
de ser,
efímera rosa a destiempo
espinas en el tiempo justo:
preludio de trinos
que tendrán otra voz
y nueva substancia
mientras dure la cosecha.
Caracoleando su rumor milenario,
imponente emerge el mar
por entre oscuras rocas
que bordean la costa y me rodean
las mujeres de mi vida.
Sus cuerpos se encrespan,
estallan aquí cerca, a mi lado,
y en la distancia muere el atardecer.
Pequeñas olas llegan suavemente
tras formarse afuera
e irrumpir ahora, palabras
que ya no sé quién dijo
ni cuándo ni su razón de ser.
Líquida caricia me lame los pies,
el pensamiento, casquivana, insistente.
Hacia su origen enfilan residuos
en dulce postración.
El mar: esponja de recuerdos,
cambiante espejo, flujo
y reflujo de otras vidas,
de mi existencia metamorfosis
y resurrección.
Afuera llueve
Tu mano escribe a mi lado un poema
Veo caer la lluvia
Los trazos emiten un sentido
En los charcos de la calle flotan palabras
Una lenta humedad de signos nos ciñe al respirar
Estoy empapado de ti cuando te leo
Somos ya una misma esencia
atrapada entre agua y escritura.
I
Como pechos violentos desbocados
hacia manos disponibles, temblorosas;
hacia labios cuyo asedio ya no es necesario.Como risas desatadas por las noches
cuando llueve y corriendo por las calles
destilamos efímera alegría.Como flores contráctiles extrañas
halladas de repente
donde uno menos las espera
-¿en el fondo de un sueño?-
y su presencia nos seduce
aún al despertar.Como sendas que nos llevan
a sitios impensados
en donde ocurren hechos
ajenos a nosotros,
pero ya no deseamos regresar
o no nos dejan.
Como soltamos las amarras,
el pelo, las ropas asfixiantes,
los deberes que se asumen por costumbre
cuando anochece una mañana
o al mediodía caen pájaros gorjeando calamares
desde un cielo enrarecido de presagios.
Así son los extravíos de esta historia
que me teje a su antojo
y me despeña
de mí mismo
cuando encuentro tan cambiado
aquel rostro del espejo,
las viejas fortalezas
del espíritu.II
No hay secreto sin destino.
y sin embargo me contemplo otro
al perderme en el temblor de líneas
no siempre paralelas,
más bien convergentes,
que apuntan hacia un final
en cuyo vértice
-incógnita abierta-
puede esperar cualquier cosa:
Dios, la tragedia,
la nada sin fisuras
o una pequeñísima gota
de plenitud
en tus brazos.
Fluyen en la mente
como peces
enfilando
hacia ignota carnada
y no se detienen
a respirar
ni cuando duermes
porque eres una máquina
perfecta
que sólo habrá de suspender
su ritmo
al final
de la última jornada.
Las dudas surgen -trenzadas- de las dudas;
la tenaz certidumbre, del amor.
No dudes más, confía.
Come de mi mano, paloma;
de mi cuerpo, antropófaga.
Aliméntate de mí.
Que yo sea
hostia
consagrada
en tu altar.
Hay resquicios como encendidos rescoldos
y rescoldos que son presencias sinuosas
que cotidianamente nos habitan.Viven en nosotros alimentándose de sí mismos,
de lo que fuimos, de lo que alguna vez
volveremos a ser, bueno o malo.Sólo somos sus impávidos anfitriones,
incubadoras, matrices donde a veces van creciendo
y cuando en los resquicios los rescoldos
se inflaman, se ponen al vivo rojo,en los rescoldos los resquicios se destemplan, se exacerban,
pueden salirse de madre.Entonces hacemos cosas inauditas, acaso terrible:
y nadie nos conoce ya, ni nosotros mismos
nos reconocemos. Porque una sola masa informe,
magma atroz, puro caos, nos desquicia.
Porque ahora es antes y antes después y siempre,
y todo terriblemente diferente, porque todo
es turbio en su inexorable lógica expedita,
porque nada entendemos ya o tal vez demasiado,
y siempre, siempre hay consecuencias…
Para Leland H. Chambers
La angustia es siempre
indocumentada ave
que se aposenta
mirando ansioso a todas partes.
Sólo al mirarse de frente
en el trémulo pozo del alma
hasta embarrarse de luz
la médula del ser
brota un largo beso de sombras
permeado de ígneas ráfagas
que son alas de una gran emoción.
Comprendemos maravillados
que a fin de cuentas
por encima de todo
sólo el amor nos salva.Denver, Colorado
24 de abril de 1988
A Tatiana, mi primera hija
El día es gris
y están frías mis manos
cuando a través de la ventana
veo agitarse los rosales
en el jardín
azotado por el viento.
Empieza a llover
como un lento aprendizaje
de la naturaleza
hasta que la oscuridad
que ha ido creciendo
entra en mi ánimo.
Oigo un suspiro
leve
a mis espaldas
y me doy vuelta
buscando recuperar el tiempo
de la alegría
en el espacio exacto
que ocupa el pequeño bulto
animado
sobre el tapete.
En su rostro pálido me veo repetido
y pienso que esa sonrisa suya
inocente
es capaz de mover el mundo
en que me muevo
iluminándolo
hasta cortarle las alas
a la tristeza
y restaurar mil veces
el genuino rostro
de la paz.
Se abre, meandro de esplendor;
palpitante, desde su centro me incita,
me ruega, no tardes tanto, ven…
Fuego terso, ríos de lava dulce,
algodón, filamentos desprendiéndose,
blando espacio que desaloja su vacío,
su creciente plenitud,
noche tornándose soleado deleite crepuscular,
complacida expectación,
apaciguada brasa.
Somos trayecto, armonía en expansión,
leche y miel bíblicas
desbordándose,
vuelo a ras,
caída,
llegada.