José María de Heredia (Cuba-Francia 1842-1905)
Poeta, dramaturgo y crítico francés, nacido en Cuba en 1842.
Hijo de padre cubano y madre francesa, recibió educación primaria en el colegio Saint Vincent de Senlis de Paris. De regreso a La Habana en 1851, escribió los primeros versos en francés, y ante la imposibilidad de iniciar la carrera de Derecho, regresó a Francia donde impresionado por la obra de Leconte de Lisle, ingresó al movimiento parnasiano constituyéndose en uno de sus principales representantes.
En 1893 publicó una colección de sonetos “Los trofeos”,
considerada su máxima obra, y en 1894 la “Historia de la Monja Alfére”, memorias de Catalina de Erauso.
Fue Oficial de la Legión de Honor, y miembro de número de la Academia Francesa desde 1894.
Falleció en Houdan, Francia, en 1905.
Antonio y Cleopatra
Contemplaban los dos cómo dormía
el claro Egipto bajo el cielo ardiente
y cómo hacía Bubastis, lentamente,
desembocaba el Nilo en la bahía.
En su coraza el adalid sentía
-como a través de un sueño transparente-
desfallecer sumiso y atrayente
el cuerpo voluptuoso que ceñía.
Volviendo ella su rostro enamorado,
tendía con pasión los labios rojos
y las calras pupilas agoreras.
Y el guerrero, sobre ellas inclinado,
contemplaba en el fondo de sus ojos
otro mar en que huían las galeras.
Versión de Andrés Holguín
El ánfora
Ha tallado el marfil una mano tan fina
que se miran de colcos los tupidos boscajes,
y Jasón, y los ojos de Medea, salvajes,
y el Toisón, que en el ápice de una estela culmina.
Cerca de ellos se tiende Nilo, fuente divina
de los ríos; y en medio de los verdes follajes
de los pámpanos, ebrias de vid de amplios frondajes,
las Bacantes circundan los altares de encina.
Abajo, el recio choque de los jinetes rudos.
Después, héroes muertos que abrazan los escudos,
y ancianos quejumbrosos y madres plañideras.
Y en fin, en forma de asa que suaviza sus flancos,
y oprimiendo en el borde los duros pechos blancos,
se abrevan en el ánfora sin fondolas quimeras.
Versión de Otto de Greiff
El baño de las ninfas
Baña el Euxino un bosque de agrios arbustos lleno;
sobre la fuente un negro laurel la copa inclina,
y la Ninfa, sonriente, que a sus ramas se empina
huélla, tímida, el agua del arroyo sereno.
Otras, de un salto, se hunden en loco desenfreno
al oir la llamada de una oculta bocina,
y en las aguas movibles a menudo germina
un torso un claro bucle, o la rosa de un seno.
Alborozo divino las florestas asombra.
Mas de pronto dos ojos iluminan la sombra.
¡EISátiro! Y al eco de su gárrulo sistro
Huyen todas. Asi, si un cuervo grazna airado,
en las ondas del río locamente nevado
se esparce la bandada de cisnes del Caístro.
Versión de Otto de Greiff
El estoque
«Calixto Papa» dice sobre la empuñadura.
La tiara y el trasmallo, las llaves y la barca,
en suntuoso relieve que el viejo escudo enmarca,
se unen al Buey heráldico sobre la plancha pura.
En el losange un Fauno de grotesca figura
sonríe entre las hiedras de florida comarca
y el metal es tan claro, si su hoja se enarca,
que el refulgente estoque, mas que hiere, fulgura.
Maese Antonio Pérez forjó para el primero
de los Borgias, un día, este labrado acero
como si presintiera su linaje preclaro.
Y describe a Alerjandro y a César esta espada
-con su puño de oro y su hoja bien templada-
mejor que en sus poemas Ariosto y Sannazaro.
Versión de Andrés Holguín
El olvido
Los escombros del templo, sobre el alta colina,
yacen. Y en este erial, entre ramas fragosas,
los broncíneos héroes y marmóreas diosas
bajo el yugo cayeron de la muerte divina.
Al abrevar los bueyes, entona en su bocina
el pastor un antiguo cantar; y en las brumosas
tinieblas, se destacan sus formas prodigiosas
sobre el negro horizonte de la calma marina.
Cara a los viejos dioses, en primavera, siente
la tierra maternal cómo es fútil su canto,
y hace brotar del roto capitel otro acanto.
Mas al sueño ancestral el hombre indiferente
oye impasible, en medio de las noches serenas,
al mar que se acongoja llorando a las sirenas.
Versión de Otto de Greiff
Estinfalia
Y aves mil, asu paso, por entre los fangales,
aquí y allá, del valle donde el héroe posa,
al escaparse en brusca ráfaga premurosa
agitaban en lúgubres lagos ondas letales.
Otras, cuando cruzaban los negros matorrales,
la frente acariciaron que en Onfalia reposa,
cuando ajustando al nervio la flecha victoriosa
el arquero divino traspasó los juncales.
De las nubes atónitas que de entonces horada,
y por rayos mortíferos de fuego coronada,
llovió una lluvia horrible con estridente grito.
Por fin el sol miró, detrás de los jirones
en que el arco del héroe trocó los nubarrones,
a Hércules sangrante sonriendo al infinito.
Versión de Otto de Greiff
Fuga de centauros
Huyen, ebrios de asalto, matanza y rebelión
a su guarida, encima de la cúspide enhiesta;
tienen miedo a la muerte que implacable se apresta
y husmean en las sombras un olor a león.
Arrasando la hidra y el ágil estelión
cruzan valles, torrentes; y su marcha funesta
nada impide; pues saben que ya escalan la cuesta
del Ossa, del Olimpo y el lóbrego Pelión.
A veces un centauro brusco yérguese, y listo
al rebaño fraterno con presteza instantánea
vuelve de un salto, lleno de pavor, porque ha visto
a la luz de la luna, blanca y rútila gema,
prolongarse a sus ojos, con angustia suprema,
el horror gigantesco de la sombra herculánea.
Versión de Otto de Greiff
Jasón y Medea
A Gustave Moreau
Ambos, en los boscajes que sintieron el són
de contiendas remotas; mágica paz nacía,
y alba de milagrosas lágrimas los ceñía
bañándolos en fértil y extraña floración.
Por los aires flotaba letal emanación.
Su palabra el poder del encanto decía;
el héroe, tras ella, de sus armas vertía
relámpagos radiantes del ilustre Toisón.
Sobre lagos de plata llovía luz del cielo.
aves maravillosas pasaban, y su vuelo
en el bosque regaba pedrería luciente.
Amor les sonreia. Mas la fatal esposa
llevábase consigo, colérica y celosa,
con su padre y los dioses, los filtros del oriente.
Versión de Otto de Greiff
Los conquistadores
Como halcones que escapan de sus antros natales,
fatigados de empresas altivas y mezquinas,
partieron desde Palos las gentes colombinas
embriagadas de sueños épicos y brutales.
Iban a conquistar los preciosos metales
que el remoto Cipango maduraba en sus minas,
mas llevaban sus velas las ráfagas marinas
hacia los misteriosos mundos occidentales.
Cada tarde, esperando futuros heroísmos,
fosforecentes mares del Trópico, abrasados,
encantaban sus sueños con claros espejismos.
O, absortos en la proa de las embarcaciones,
miraban ascender a cielos ignorados
del fondo del océano nuevas constelaciones.
Versión de Andrés Holguín