Feliciana Enríquez de Guzmán (España, 1580 – 1639)
Madrigal
Dijo el Amor, sentado a las orillas
de un arroyuelo puro, manso y lento:
“Silencio, florecillas,
no retocéis con el lascivo viento;
que duerme Galatea, y si despierta,
tened por cosa cierta
que no habéis de ser flores
en viendo sus colores,
ni yo de hoy más Amor, si ella me mira”.
¡Tan dulces flechas de sus ojos tira!
Romance amoroso
A lágrimas y a silencios
reducida, Elisio, el alma,
modo le falta a la queja,
de referirse mis ansias.
No tiene la voz acento,
no encuentra el labio palabras;
todo la pena lo oprime,
todo el dolor lo embaraza.
La causa, ¡ay de mí!, es tan triste,
es tan fuerte la desgracia,
que no mata padecida
porque mate imaginada.
Los suspiros desde el pecho
tiernísimamente exhalan
fuego, que a los ojos míos
comunica en vivas llamas.
Estos de mis sentimientos
verás y extremos declaran;
atiende, Elisio, a mis ojos,
pregúntales lo que pasa.
Mas el corazón te envían,
no saben decirte nada;
no es mucho que aquesta vez
le falten lenguas al agua.
Mi afecto, amigo, te explique
la desdicha más extraña,
que si ha de volver al pecho
no importa del pecho salga.
No para buscarme alivios,
para negociarme lástimas
dispensa mi mal conmigo;
que en razones mal formadas
yo propio, ¡Ay, cielo!, te informe;
valor y aliento me falta,
que expiró, ¡terrible lance!,
la generalmente amada.