García Terrés, Jaime

Reseña biográfica

Poeta, ensayista, traductor y diplomático mexicano nacido en Ciudad de México en 1924.

Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de México, Estética en la Universidad de París y Filosofía medieval en el Colegio de Francia.

Gran impulsor de la cultura mexicana, ocupó cargos tan importantes como Presidente de la Comisión Editorial de UNAM de 1953 a 1955, director de la Revista de la Universidad de México de 1953 a 1965, director de la Biblioteca de México, director de biblioteca y archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1967, embajador en Grecia de 1965 a 1968 e integrante del Colegio Nacional desde 1975.

Su obra poética está contenida en los siguientes títulos: “El hermano menor” en 1953, “Correo nocturno” en 1954, “Las provincias del aire” en 1956, “La fuente oscura” y “Los reinos combatientes” en1961, “Carne de dios” en 1964, “Todo lo más por decir” en 1971, “Corre la voz” en 1980 y un compendio de lo mejor de su obra reunida en “Las manchas del sol” en 1988.

Tradujo con gran fuidez a Yeats, Coleridge, Hölderlin, Blake y Pound, y publicó importantes ensayos sobre diferentes tópicos de la literatura.

Falleció en Ciudad de México en 1996.

Amor, el animoso hermano…

Amor, el animoso hermano

menor de las virtudes, al nacer ha trocado

mi corazón en una madre;

que así pasa la noche calculando

los años de sus hijos, y pregunta

si los poderes que gobiernan la vida del más tierno

son redentores o maléficos; si las estrellas que rigieron

su nacimiento auguran vida al amor, o muerte.

Ah, corazón, ¿en dónde buscas?

¿Son aquéllos los hados que presiden tus días?

Saben bien que hay un rostro, en cada una

de cuyas mágicas miradas la belleza

abre las páginas del Libro del Destino

que la fortuna del amor inscriben.

Ah, corazón, ella y sus ojos

te enseñaran mayor astrología.

Encima del dictado de las horas natales,

sobre los signos y las conjunciones,

en la misericordia de sus ojos está ya señalado

si el pobre amor aguarda vida o muerte.

Si esos agudos rayos, revistiendo

mortales filos, del amor urgiesen la partida

(aun cuando los cielos acordaren

entronizar un sino diferente;

aun cuando los astros más propicios, en cruce

con la más generosa de las constelaciones,

hubiesen bendecido el natalicio,

y rogado a la tierra solidaria

que alfombrase la ruta del nacido,

de cuantos bienes confortaren esta sangre joven),

al más leve desdén de la belleza,

el amor hallará definitivamente muerte.

Pero si en ella prevalecen los influjos piadosos,

y dora del amor humilde la esperanza:

(aunque desfavorables ennegrezcan

las miradas celestes, la cuna del amor;

pese a que todos los diamantes

en la corona del soberbio Júpiter

determinen agobios a su frente )

podían los ojos de ella rescatarlo;

sonríe la belleza y el amor sobrevive.

Ay, si el amor perdura, ¿dónde, si en ella no,

si no en sus ojos, sus oídos, en su pecho, si no

en el aliento suyo esconderé al amor de la temible muerte?

Pues en la vida que le dieren otros sitios,

perecerá el amor con estar vivo.

O si el amor perece, ¿dónde, si en ella no,

sino en sus ojos, sus oídos, en su pecho, sino

en el aliento suyo, dispondré los funerales?

En tumba semejante recluido

el amor vivirá, con estar muerto.

Arquitecturas íntimas

Hay poemas edificados

en una sola tarde

sin mayor problema

porque rotundos brotan a la luz vespertina

como microcosmos totales,

hechos

y derechos,

don ágil de la musa.

Otros en cambio piden años

enteros de labor dispersa:

borradores innúmeros

tras investigaciones

minuciosas en muy diversos climas.

Pero nada sabemos,

cualesquiera que sean

los casos,

del temblor oculto;

nada nuevo

logramos aprender de los caminos,

más breves o más largos;

que conducen el sueño a su cabal destino

abriéndonos los ojos ante su pericia.

Balada

Esta manera de soñar que tengo.

tan a lo vivo, tan sin ley,

a mis labios imparte contradicciones y desvíos.

El grito se confunde con la más honda tristeza;

la tormenta fecunda calmas decisivas.

En un mismo papel quedan grabados

hijos diversos de diversa llama.

por este sueño mío. vagabundo.

Los lunes me levanto belicoso,

el miércoles me sabe amarga ya la boca,

taciturno fallece todo el viernes,

y el sábado me río descaradamente.

Jornadas van, jornadas vienen,

jamás iguales entre sí,

por este sueño mío, vagabundo.

Las palabras que dije, las coplas que medí,

verdades fueron un instante,

después nada.

Testimonio caduco, mantienen su postura,

perpetuas en su gesto momentáneo,

cual momias de convento.

A la vez concebidas, muertas, embalsamadas,

por este sueño mío, vagabundo.

Señores y señoras, desnudo tiempo soy

con alas imperiosas.

Desconozco la tregua; fluyendo me transformo

al ritmo de un tic-tac voluble,

siervo leal que mira

por este sueño mío, vagabundo.

Cantar de Valparaíso

¿Recuerdas que querías ser un poeta telúrico?

Con fervor aducías los admirables ritos del paisaje,

paladeabas

nombres de volcanes, ríos, bosques, llanuras,

y acumulabas verbos y adjetivos

a sismos o quietudes (aun a las catástrofes

extremas del planeta) vinculados.

Hoy prefieres viajar a medianoche, y en seguida

describes episodios efímeros.

Tus cuadernos registran el asombro

de los rostros dormidos en hoteles de paso.

Encoges los hombros cuando el alba precipita

desde lo alto de la cordillera blondos aluviones.

¿Qué pretendes ahora? ¿Qué deidad escudriñas?

Acaso te propones glorificar el orbe claroscuro

del corazón. O merodeas al margen de los cánticos,

y escribes empujado ya tan sólo

por insondables apetencias,

como fiera que busca su alimento donde la sangre humea,

y allí filos de amor

dispone ciegamente.

Conjuro

De tu mirada llena las bienaventuranzas

aguardamos, rotundo sol de mayo:

Aquellos cuerpos en la calle

solos están. Huye la pena misma

de su lado. Catástrofes y fiebres

asédianlos ajenas a distancia.

Y les niega raíces la tierra que su sombra hiere.

No permitas que rueden abolidos

como fardos mostrencos a los pies de la vida.

Roce tu llama todo resto feraz,

y suenen sus injurias y su gozo reviente;

una brava pasión en la morada

los acompañe y abra las ventanas mustias

a la contigua tempestad, diluvio de linajes.

Tu corazón invade limbos, sol numeroso y único;

ara piedras inánimes con furibunda primavera:

Déjalo desgranarse

sobre la carne de los débiles.

El retrato

Un portrait porte absence et présence…

Pascal

Me hiere tu silencio

brevemente cubierto

de laureles. Todavía

te miro como a una sombra

que se divide, a veces,

en fragmentos milenarios:

aquí la nube, allá

el vacilante aroma de la tierra.

Paso a paso, naufragando

detrás de cada muro,

acontece mi sueño, renacido

entre semillas cotidianas;

paso a paso. Manchas, flores

de grave claroscuro. Noble desierto

en que se pierden los exilios

numerosos; en que los enigmas

desbordan el cauce de la carne

y sollozan una vaga muerte

de aire macizo. Espejos

que se vuelven puntas de fuego.

Laberinto…

Todas las señales

presagian el hondo amanecer alado.

Pero tu voz no llega.

Esta desmemoria mía

Yo no tengo memoria para las cosas que pergeño.

Las olvido con una

torpe facilidad. Y se despeña

mi prosa por abismos fascinantes,

y los versos esfuman su tozudez como si nada.

A veces ni siquiera recuerdo los favores

de la bastarda musa pasajera,

ni los ayes nerviosos del alumbramiento.

No sé, pero me cansan tantos

anacrónicos ecos, tantos rastros

gustados a deshora.

Mejor así, progenie de papel y de grafito.

Mejor que te devoren

los laberintos del cerebro,

apenas declarado tu primer vagido.

Así yo seguiré sin lastre alguno

fraguando más capullos (devociones

efímeras, incendios absolutos),

y después otros más, y más aún, hasta morir del todo.

Éxodo

Calla, viento. Que no te escuche nadie.

Ni las humildes torres

apenas esbozadas,

ni las fieras murallas

de cálidos colores.

Calla tu fiel silencio generoso,

velando mi secreto

a todos los oídos.

Claros, celestes ríos

ilustran tu sendero.

Los pájaros más leves te navegan.

Acaricia, protege todo ello

con mucha suavidad.

Pero que nadie sepa,

a orillas de mi pena,

del afán que la mueve. Por igual

vuelen tus átomos agudamente,

como balas de nada diminutas,

que llegan sin que nadie las espere,

y se van

sin que nadie las retenga.

Idilio

Adolezco de fútiles cariños

unos con otros ayuntados.

Bebo no sin ternura mi taza de café. Conservo

retratos azarosos y animales domésticos.

Me absorben los rumores en la calle,

los muros blancos al amanecer,

la lluvia, los jardines públicos.

Mapas antiguos, mapas nuevos, llenan mi casa.

La música más frívola complace mis oídos.

Innumerables, leves,

como la cabellera de los astros,

giran en torno a mi destino minucias y misterios.

Red que la vida me lanza;

piélago seductor entre cuyo paisaje voy sembrándome.

Jarcia

Acomodo mis penas como puedo, porque voy de prisa.

Las pongo en mis bolsillos o las escondo tontamente

debajo de la piel y adentro de los huesos;

algunas, unas cuantas

quedan desparramadas en la sangre,

súbitas furias al garete, coloradas.

Todo por no tener un sitio para cada cosa;

todo por azuzar los vagos íjares del tiempo

con espuelas que no saben de calmas ni respiros.

La bahía de las ballenas

Aunque no las conozco

sino como rumores

engarzados en vértigos de espuma,

lo confieso, señores:

me acontece pensar en las ballenas

-azules, negras, blancas, grises-

de Baja California.

Me gusta presentirlas

desde mi balcón macilento

y calcular tan onerosos viajes

al son de su canción arcaica.

Me gusta, caballeros,

saberlas pensativas en caminos de sal:

monumentos inmersos

o retirados estímulos

a la burbuja de nuestro destino.

Mis ballenas no son los símbolos del sueño

de Jonás o de Melville;

sí las vivas hipérboles que fluyen regalándose

al inefable juego submarino;

las ballenas, ballenas cuya música

ignoramos de dónde viene y adónde va;

las islas que danzan así, rumbosas

respuestas de las unas a las otras,

al abrir sus pétalos el tiempo.

Dizque por momentos

-oídlo bien-

perentorios ángeles de la guarda

suelen empujarlas

ahí mismo,

con gruesa sílaba de viento

y la merecida solemnidad

a derramar al fin su nombre,

sólo para ellas insignificante,

sobre las arenas de la bahía.

La fuente oscura

¡Qué gran curiosidad tengo de verte

sin ropajes ambiguos, oh mi sombra!

Imagino tu piel acribillada

por la nostalgia; de rubor inhábil

erizadas las fugas del contorno;

y me pregunto si guarecen algo más

esos repliegues vaporosos,

si corren por tus venas plenitudes,

si alojas muy adentro constelaciones nunca vistas.

No puede ser que sólo seas un charco de negrura,

digamos, una mancha de vacío.

Con avidez muy tuya me sigues dondequiera

y tu mismo silencio va derramando vida.

Feraz tiniebla, noche cautiva y aplastada,

como la noche sideral celas enigmas, huéspedes,

probables fuegos y zodíacos.

Sin bruma quiero verte, sin enfado.

Milímetro a milímetro,

quiero fisgar en tus intimidades. Acercarme

de veras a la fuente oscura

que llueve tus andanzas contra la paz de mi camino.

Rincón del extranjero

Esconde la plegaria salvaje de tus ojos,

tentaciones en flor. Mas di, muchacha,

¿dónde puedo morar en esta tierra?

De blandas latitudes vengo; mi país desconoce

los suelos calcinados, el ávido prestigio sobre cada tumba.

Por mi cuerpo resbala savia diferente. ¿Amar aquí?

¿Sembrar aquí los manes del olvido?

Y cuando muera, dime

qué nave, qué nostalgia, devolverá mis restos

al decoro y la paz de los abuelos.

Toque del alba

Otro mundo. (No retazos armados, remendados

de lo mismo de siempre.)

Donde la vida con la vida comulgue; donde el vértigo

nazca de la salvaje plenitud; orbe amoroso,

todo raíz, primicia, fecunda marejada.

Otro mundo. Sin legajos inertes, sin cáscaras vacías.

Adiós a la desidia del viejo sacristán

en pequeños apuros para medimos una

mortaja cada día.

Desgarrad ias memorias del color cenizo.

Rompamos ataduras, y quedemos

desnudos bajo el alba.

Adiós encierros, lápidas, relojes

que desuellan el tiempo con ácidos cobardes.

Libre llama será

la nuestra por los siglos de los siglos.

Tierra libre, el sostén de nuestros pasos.

A cieno huelen ya los manes en los muros;

desvalidos,

la fatiga contagian de sus añoranzas.

Arrasadlos, oh huestes, arrasadlos

con sedientos linajes de frescura,

y verdecidas

brechas al aire pleno descubran los altares.

Umbral del hijo

Viva sospecha de carne no mirada,

voz ya, promesa

de más cautelas y solicitudes,

palabra todavía,

que figura tinieblas aledañas.

Allí se mueve, sólido,

cuerpo que no se ve pero se tiene,

se sabe, se dibuja

con dormidos asedios entretanto.

Amor ayer, hoy prisionero leve,

árbol será de todas las mañanas.

Usted, invierno

Imitación de Charles d’Orleans

Usted, Invierno, poca cosa es:

un viejo gris, mal encarado.

¡Cuánto mejor transita por el prado

la Primavera,

que vendrá después

trayendo con amor, a su gentil costado,

abril y mayo,

mes tras mes!

Esa fuente de luz nos adereza

campos, bosques y flores,

y les añade sin cesar colores,

dócil al fiat de la Naturaleza.

Usted, en cambio, nieva, llueve,

sopla vientos helados y granizo.

Invierno, seré breve:

Pues el tiempo deshizo

con sus vientos, sus lluvias y su nieve,

el diablo que lo quiso se lo lleve.

Versos a un poeta griego

Nota de 1971: La reciente desaparición de Giórgos Seféris ha vuelto

más expresivos estos versos, que le di a conocer hace un año, y a

los cuales me respondió, desde Atenas, con diez rotundas palabras

en francés:

Je viens de recevoir le poeme. Vous avez raison. Merci.

Respuesta, sin duda, suficiente. El claro señorío helénico resguardaba en

Seféris la economía del lenguaje. Una tarde que le preguntaba yo sobre

su actitud ante la muerte, me dijo: «La espero con ternura…». Yeso fue todo.

No obstante, llegado el momento definitivo, supo arriesgarse por la vida

y la verdad de los suyos, sacrificando la soñada calma del ocaso al rescate

moral de una tradición cuyo sentido más hondo le brindó siempre luz y fortaleza.

Amigo Seféris:

Hablar es difícil

cuando restallan las palabras lejos

del taller avezado; nos caemos

a cada paso de cabeza

por querer escaldar la lengua franca.

Y es particularmente difícil

hablar de Grecia hoy,

desposeídos como nos sabemos,

cetrinos como vamos

en la tosca llanura del oprobio.

Ya no duerme Proteo debajo de las rocas

ni glosa la sirena consabida

la clara fatiga del caminante.

¡Qué lento, qué difícil todo,

amigo Seféris!

Y este dolor de Grecia

¡qué tozudo! Diríase

una proclama secular de duelo

por nuestra desmesura cotidiana.

Es fácil en cambio

dejarnos aturdir sin miramientos,

encoger los hombros

y guardarnos el ímpetu dentro de los bolsillos.

Nada tan inocente.

¿O nada tan culpable?

Porque bien sopesadas estas cosas

andamos en apuros los unos y los otros;

caiga quien caiga de cualquier manera

nadie puede lavarse

las manos en el mar Egeo.

He pensado mucho

durante los últimos meses

en el sol trasvenado de Beocia,

en los asfódelos del Laurio

salpicados de plata por la brisa

y en los trabajos y los días

más frutales cuanto más amorosos

a lo largo y lo ancho de la Hélade,

pero también recuerdo la cerrazón vacía

que llegó profanando moradas y vendimias,

la turbia marcha sobre los almácigos.

¡Oh dioses idos! ¿Cómo silenciarla?

Dormíamos; los gritos a granel

nos despertaron confundiéndose

con un ripio de sueños azarosos

y luego regresaron a la calle.

Amigo Seféris:

ya nunca sabré

dónde terminó la pesadilla, dónde

comenzó lo demás; aun ahora

descabezan mi noche mortecinos clamores,

historias turbulentas de reinados efímeros

y el asalto difuso de los bárbaros

prontos a sofocar

la madrugada con sus propios puños,

con el propio sudor de sus afrentas.

He pensado mucho

en los ritos más pálidos del hombre:

ese llamar a puertas evasivas

buscando soluciones al infierno,

ese nombrar la vida

con el mismo tonillo deslustrado,

ese dejar al prójimo que cargue media cruz

prometiéndole sólo completarla,

pero también hago recuento

de viejas esperanzas, treguas, naves

encaminadas a mejores días.

Tras el duelo vendrá

la hora de la luz;

entonces

habrá pupilas para ver un mundo

sin ídolos de viento, sin tapujos

de sangre reseca, glorificado

por súbitos milenios de gracia general:

Será la luz helena

que cosechamos una primavera

entre cantos homéricos

y meditaciones contemporáneas

al pie de los olivos;

una luz

cuyo reflejo danza filtrando las memorias,

ganando manantiales al tumulto

mientras el orbe sigue su patética vía.

Chispearán los afectos

y vencerá la voz humana:

entonces nos diremos lo debido.