Gaos, Vicente

Poeta español nacido en Valencia en 1919.

Perteneció a una familia de artistas e intelectuales cuya influencia se tradujo siempre en sus actividades literarias como poeta, crítico, y ensayista.

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid, y Doctorado por la Universidad Nacional de México, fue profesor de Literatura Española en diversas universidades norteamericanas y europeas.

Escribió estudios literarios sobre «La poética de Campoamor» 1955, «Poesía y técnica poética» 1955, y «Temas y problemas de literatura española» 1959.

Sus obras poéticas más importantes son: «Arcángel de mi noche»1944, «Sobre la tierra» 1945, «Luz desde el sueño»1947, «Profecía del recuerdo»1956, «Concierto en mí y en vosotros»1965, «Un montón de sombras»1971, «Última Thule»1980.

Recibió los premios Adonais 1943, Ágora en 1963 y en forma póstuma, el Nacional de Poesía 1980.

A la cintura de una muchacha

Oh, delgado contorno de la vida.

El fluir de la sangre en él acaba.

Oh, columna de luz y ansia de lava.

Volcán para mi mano estremecida.

Límite de la tarde preferida,

bajo un torso de niebla enajenada.

No hay tránsito a la noche enamorada,

pájaro sometido y sin salida.

Oh, ese cerrado cielo en que se unen

el poderoso mare y el labio suave

de la tierra: horizonte atormentado.

Cómo acecha la muerte ese volumen

hermoso, tan levísimo e ingrave.

Oh, la flecha de Dios en tu costado.

A la luna: preguntas

¿Adónde vas, cruzada por veloces

nubes, celada en vaporoso encaje

de nubes, resbalando entre un celaje

de nubes blancas, por las hondas hoces

de la distante noche? ¿Qué almos roces

de Dios ordenan tu impasible viaje

por el inmenso azul? ¿Tras qué ramaje

de estrellas bogas? ¿Qué silentes voces

altísimas escuchas? ¿Por qué tienes

el rostro virginal tan encendido,

tan dulce y triste, oh sí, tan dulce y triste?

¿Adónde vas? ¿De qué regiones vienes?

¿ Quién da a tu rostro ese celeste olvido?

¿Qué Dios sin fuego con su luz te viste?

A la tristeza

Si no fuera por ti…

si no fuera por ti, que cada tarde

tuyo me haces cuando el sol declina,

cuando todo es tan bello porque es triste,

y hundes más mis raíces

de hombre en la tierra… de hombre inmensamente

solo bajo el poniente en que Dios huye.

¿Qué sería de todo, qué sería

de nosotros? Ah, nunca

nunca hubiéramos visto

el secreto misterio de las cosas.

Oh, tú, tristeza, madre

de toda la hermosura que ha creado

el hombre en el dolor que da tu mano

con su dulce castigo…

No te apartes de mí, ven cada día

a hacerme triste, a hacerme hombre, hijo tuyo…

Visítame.

Amor

¡Qué profundo es mi sueño!

¡Qué profundo y qué claro,

qué transparente es, ahora, el universo!

Si pensando en ti, siempre,

si, soñado contigo, me desvelo,

y te miro por dentro, con mis ojos,

si te miro por dentro…

veo la oscura entrada de mi vida,

tu sorda luz de fuego,

y ya no sé si a ti te estoy mirando,

o si contemplo el cielo:

el último transfondo del poniente,

sin nubes y sin velos,

más arriba de todas las estrellas,

donde está dios, despierto.

O el inicial trasfondo de la noche

donde estás tú, durmiendo.

Y yo sobre la tierra, oscurecido

por tanta luz, yo, ciego,

soñando en dios, soñando en ti, soñando

lo mucho que te quiero.

Cuando el amor no dice la última palabra

La tarde pastoral, de alterno cielo

rayos de tu tormenta desatados,

mas luego azul total, cielo amados,

me llena de pasión o de desvelo.

Asciendo así del tormentoso anhelo

a una paz de reposos entregados,

mas desciendo otra vez a los estados

mismos de que partí para mi vuelo.

Ay, esta indócil pleamar me inunda,

esta tarde frenética y liviana.

Déjame, pues, sí, deja que me hunda

en este frenesí de lluvia vana.

Luego me elevaré hasta ti, profunda.

Luego serás mi primavera humana.

Faut-il s’abétir?

-¿Hacia dónde vamos?

-Vamos hacia el sueño. ..

-¿De dónde venimos?

-Venimos del sueño…

Como las olas,

como los vientos…

(En vida, despiertos.

En vida, serenos

sobre el fuego.)

-¿Hacia dónde vamos?

-Vamos a la noche…

-¿De dónde venimos?

-También de la noche…

(En la vida, brote

la luz,

que el sol nos conforte.)

-¿Hacia dónde vamos?

-No vamos, no vamos…

-¿De dónde venimos?

-¿Por qué preguntamos?

Después lo veremos

si al fin vemos algo.

Hay un reguero dulce y encendido…

Hay un reguero dulce y encendido

de sol sobre los álamos dorados.

Y, a lo lejos, los montes ya nevados

encalman el paisaje atardecido.

Si ahora tuviera el corazón dormido,

los ríos de la sangre no encrespados,

y ojos para mirar enamorados

los chopos dónde aún tiembla el sol huido…

Si ahora como esa luna ser pudiera

que boga virginal, tan lentamente,

tan alma pura en el azul… Si fuera

un álamo, una luna, un dios luciente…

Más sólo soy un hombre en la ladera,

un hombre sólo, apasionadamente.

Hombre total

Ojos verdes de Marta de Nevares.

Ojos -¿negros tal vez?- de Dorotea.

Ojos azules, clara luz febea

de Camila Lucinda. ¡Qué avatares

de amor sin contención! Gozos, pesares,

gozos… Esto es amor. Quien no lo crea,

mírese en unos ojos, que se vea

en unos ojos de mujer. (Cantares:

Esos ojos que vemos no son ojos

porque nosotros los veamos, son

ojos porque nos ven.) Mas la ceguera

de marta, y el olvido, los despojos

de tanta lumbre extinta… Tu canción

se eleva al fin hacia la luz primera.

La voz precisa

Sella tú con tus labios, éstos míos.

Pon tu mano en mi mano.

O deja que acaricie tu cabello,

tus mejillas, tu frente,

mientras hundo mis ojos en tus ojos,

en la insondable luz de tu mirada.

Deja que, así, te exprese,

cuando huyen las palabras

-ay, expresión del tacto,

única voz precisa-,

deja que, así, te exprese mi ternura.

Luzbel

Arcángel derribado, el más hermoso

de todos tú, el más bello, el que quisiste

ser como Dios, ser Dios, mi arcángel triste,

sueño mío rebelde y ambicioso.

Dios eres en tu cielo tenebroso,

señor de la tiniebla en que te hundiste

y de este corazón en que encendiste

un fuego oscuramente luminoso.

Demonio, señor mío, haz que en mi entraña

cante siempre su música el deseo

y el insaciable amor de la hermosura,

te dije un día a ti, ebrio de saña

mortal. Y, luego a Dios también: No creo.

Pero velaba Dios desde la altura.

Mnemosyne

¿De dónde llegas tú, ilusión de un día

porvenir, tú, esperanza de un pasado

nunca cumplido, pero que yo ahora

evoco entre marchitas profecías

o anticipo en nostalgia? De recuerdos

y paciencias me nutro. Los ayeres

y los mañanas dóciles acuden

a congregárseme en el hoy, un punto

que se dilata ilimitado en ondas

concéntricas, amor, amor sin tregua.

Y todo es por tu mágico conjuro,

diosa de pies ligeros, madre mía.

Déjame que te diga apasionado

mi amor por ti, mi luz en la honda noche,

mi amparo, mi sostén en el vacío,

tan adherida a mí como mi carne,

tan enraizada en mí como mis huesos,

yo mismo, pues ¿qué soy yo, que sería

sin ti, a quien debo lo único que tengo,

mi fugitiva eternidad de hombre?

Por tu amorosa previsión ordeno

mis días y mis noches. Yo soy sólo

una memoria y un deseo, un agua

que estremecidamente fluye inmóvil.

Tú conoces mi vida, me recuerdas

fechas: murió en Valencia, veintiuno

marzo, mil novecientos diecinueve.

Nació… Dejemos el espacio en blanco

y Dios lo llenará cuando me llame

para ingresar -completo ya- en su Nada.

Porque otros son, mi amor, nuestros caminos.

Igual que al vagabundo de Manhattan,

a mí que me preocupan tantas cosas,

no me preocupa Dios, no me preocupa

la muerte. Me deslizo de tu brazo

por el tiempo (no un río que termina

en el mar del morir, sino el mar mismo

siempre consigo. ensimismado, libre

en su flujo y reflujo), por el tiempo,

ajeno al gran pecado del olvido.

Mediada está mi vida. Estoy inmerso

en aguas tan profundas que no tienen

fondo o lo desconocen. En el pecho

me late el corazón, una campana

sorda, callada, pero jubilosa

en su entrañado grito de alegría.

Sea la vida sueño, sombra, nube,

viaje, ilusión o luna mortecina.

No me preocupa Dios cuando la sangre

su música musita misteriosa.

La rosa, el chopo grácil de la orilla,

el río rumoroso y solitario,

el monasterio al pie de la montaña

y la cima nevada, aquellos ojos

que un segundo brillaron ofreciendo

amor, las rachas frescas de la lluvia

y el viento en los adioses del verano,

todo conlleva tiempo y acongoja

el corazón con mano delicada,

fábula y mito de los años muertos.

Pero guiado de tu mano avanzo

hacia el futuro, avaro me demoro

en el sueño, potencio a mi albedrío

el instante presente, me hago dueño

de su fugaz y fina consistencia,

vuelvo la vida del revés, aplaco

su curso, llego a un éxtasis tan quieto

y tan seguro que en la noche brilla

llena la luna, y ya no escucho el río

que huye ni sus consejas sibilinas.

Soy tuyo, madre mía, tú me dices

constante lo que soy, lo que no he sido,

lo que he de ser o no he de ser, tú eres

a la vez mi pasado y mi futuro,

mi ya y mi todavía, me preservas

de olvido, en esperanza cada día

me salvas, me das vida a millares,

mundo en relieve -bosques, mares, cielos-,

me das, entre las horas huidizas,

partes de eternidad, vences la muerte.

Sí, deja que te diga apasionado

mi amor por ti, luz mía y madre mía,

memoria mía en mí, puro deseo

de ser memoria en otros. Sea sueño

la vida. ¿No es también sueño la muerte?

Gracias, gracias te doy por endiosarme

mágica, humilde, breve, inmortalmente

en mi unidad dramática de hombre

bajo el cielo estrellado. Nunca cese

mi corazón de dar su sí a la vida.

No, corazón, no te hundas…

No, corazón, no te hundas.

Y vosotros, ojos, no queráis cerraros en llanto.

La vida es mucho más larga, mucho más grande de lo que ahora

supones, mucho más magnánima.

¿Te atreverás a decirle que te debe algo?

Eres tú quien se lo debes todo.

Y aún tendrás que deberle muchas cosas hasta que mueras,

y la muerte misma es un deber que tienes hacia la vida.

Agradece al tiempo que, mucho más sabio que tú, no apresure tus

horas de dolor ni se demore en tus momentos de dicha,

sino que te los mida con la misma igualdad, con la misma ecuanimidad

generosa.

Agradece al sol que siga saliendo puntualmente, ajeno por completo a

ponerse

al compás febril de tu pulso.

Te quejas. Dices que sufres.

Dices que no puedes más.

Aún volverás a sufrir, y a amar, y a sufrir de nuevo,

y a gozar otra vez y otra y otra.

Sólo morirás una vez, eso es lo único que no podrá repetirse,

pero la vida es una continua repetición.

Te ha de dar todavía muchas ocasiones de equivocarte,

y tú has de llegar aún a acertar con el buen momento,

que el mundo te ha de volver a brindar como te lo ha brindado

ya tantas veces.

¿Dices que estás solo?

No es mirándote al espejo como encontrarás compañía.

Coge el primer objeto que esté a tu alcance,

un vaso, una flor o simplemente el periódico.

Acarícialos, acarícialos.

Levanta la vista, tiéndela alrededor tuyo.

Sí, es verdad que no puedes ver los ojos que tú amas tanto.

Por hermosos que sean no podrán compararse nunca con las estrellas

(a pesar de los poetas románticos).

Habla, habla, pero no contigo.

Déjate de soliloquios y silogismos y sentimentales monólogos.

Habla con el cartero, con el conductor del tranvía

(aunque esté prohibido);

habla con el niño que está jugando en la acera,

vete a beber unas copas con el primer borracho de la esquina.

¿Creías que el mundo termina donde tú acabas?

Tú eres ya no fin, pero ni siquiera comienzo de ninguna cosa.

No eres comienzo ni de ti mismo.

¿Recuerdas a tu madre?

No la compadezcas: ya murió, ya vivió, ya sufrió y gozó todo aquello

que le tocó en suerte.

Tú tienes todavía la de vivir, la de seguir vivo.

No tengas ninguna prisa en morirte.

No te esfuerces en buscar lo único que posees seguro.

No sabe qué es amor quien no te ama…

No sabe qué es amor quien no te ama.

No sabe qué es amor quien no te mira.

Tú arrancaste a su alma y a su lira

el son más dulce, la más fiera llama.

¿Qué fue de tanto amor por tanta dama?

Sólo cenizas de la inmensa pira.

Se nubla la mirada, el cuerpo expira,

y el alma quiere asirse a la alta rama

de Dios, que con sus silbos amorosos

te hechiza en la honda calma del verano.

Madrid, a mil seiscientos treinta y cinco.

Pasaron ya los años venturosos

y los amargos. Todo pasó en vano.

Y a Dios te entregas con mortal ahínco.

Noche del amor

Ay, qué podré decirte, dulce amada,

joven virgen feliz que no conoces

en un cielo cerrado, suaves roces,

el peso del amor, noche entregada.

Desde este corazón, isla olvidada,

-oye del mar sus clamorosas voces-,

me elevaré hasta ti que desconoces

la flecha que en lo oscuro está clavada.

Los cuerpos se revuelven tan certeros,

guiados del amor, como esos astros

que, arriba, sólo ven tus ojos puros.

Órbita de pasión y verdaderos,

resplandecientes e infalibles rastros.

Celestes nuestros cuerpos aunque oscuros.

Ojos verdes

Ojos verdes de Marta de Nevares.

Ojos, ¿negros tal vez? de Dorotea.

Ojos azules, clara luz febea

de Camila Lucinda. ¡Qué avatares

de amor sin contención! Gozos, pesares,

gozos… Esto es amor. Quien no lo crea,

mírese en unos ojos, que se vea

en unos ojos de mujer. Cantares:

esos ojos que vemos no son ojos

porque nosotros los veamos, ojos

son porque nos ven. Mas la ceguera

de Marta, y el olvido, los despojos

de tanta lumbre extinta… Y tu canción

se eleva al fin hacia la luz primera.

Pleamar de amor

La tarde pastoral, de alterno cielo

rayos de tu tormenta desatados,

mas luego azul total, cielo amados,

me llena de pasión o de desvelo.

Asciendo así del tormentoso anhelo

a una paz de reposos entregados,

mas desciendo otra vez a los estados

mismos de que partí para mi vuelo.

¡Ay! esta indócil pleamar me inunda,

tarde mi frenética y liviana.

Déjame, pues, si, deja que me hunda

en este frenesí de lluvia vana.

Luego me elevare hasta ti, oh, profunda.

Luego serás mi primavera humana.

Sensación de otoño

Amo el otoño y amo su tristeza,

su cielo gris, sus árboles borrosos

entre la niebla, vagamente hermosos…

¿No amáis también vosotros la belleza

desnuda del otoño? El alma empieza

a hacerse buena y honda. ¡Y qué piadosos

se hacen los viejos sueños ardorosos!

¡Qué humana ahora la naturaleza!

Oh cielo bajo, luz tan tamizada,

luz tan vencida, compasivo empeño

de dar al hombre asilo y sombra amada.

No sé si el mundo es ya triste o risueño.

Dios se ha dormido. El alma está callada.

Se me ha llenado el corazón de sueño.

Sin palabras

Un mundo de armonías me rodea.

Fuera palabras, no turbéis mi paz.

Una vida hecha toda de sonidos,

un pensamiento universal que puede

prescindir de cualquier significado.

EL universo no habla, nada dice,

el viento mueve diáfano la hoja.

Paraíso final sólo de música

musical. Canta el pájaro en lo hondo

del corazón. Palabras, fuera. Ahora

un mundo de silencios me rodea.

Música, solo música, callada

música. Siempre música, esto es Dios.

Sólo tú

Tú, mi razón de vida, mi razón

de amor; mi razón, mi pensamiento,

mi desencadenado sentimiento,

la luz y el fuego de mi corazón.

Vivir en ti es vivir, viva pasión,

y la vida sin ti no es mi tormento,

sino injustificable y vano intento,

imposible, imposible abdicación.

Si tú eres la verdad, si tú la vida,

morir será morir, pero prefiero

tan breve posesión de la verdad

a otra existencia luego concedida.

Vivir será morir, pero te quiero.

Sólo tú, sólo tú mi eternidad.

Te quiero y te lo digo

Toda la luz del cielo ya en la frente

y en el labio un carbón apasionado.

Mi pensamiento, así de iluminado,

mi lenguaje, de amor, así de ardiente.

Así de ardiente, así de vehemente,

diamante en su pasión transfigurado.

Amarte a ti, universo deseado.

Mi luz te piensa apasionadamente.

Mi luz te piensa a ti, luz de mi vida,

pasión mía, luz mía, fuego mío

llama mía inmortal, noche encendida,

cauce feliz de mi profundo río,

arrebatada flecha, alba elegida,

mi dulce otoño, mi abrasado estío.

Tú eres tú

No te merezco, no. Yo canto, canto,

y te quiero, te quiero, sí, te quiero,

y sólo por ti vivo y por ti muero,

y sé que hasta tu cima me levanto.

Pero no es en tu cima en donde canto,

sino en el valle en que me desespero

de no poder vivir siempre señero,

y callar, callar sólo, amarte tanto.

Oh, bajo y pobre mundo, limitado

poder de la expresión, oh lengua mía.

en cambio tu mirada, qué logrado

silencio y poderosa luz del día.

Tú me devuelves más que yo te he dado,

pues tú eres tú, yo sólo mi poesía.

Tus quince años

Sólo tú, sólo tú puedes salvarme

y darme libertad si me encadenas.

Dame la sangre virgen de tus venas,

acude con tu vida a libertarme.

A encadenarme, a desencadenarme,

así mis horas fluirán serenas

por el caudal feliz en que e ordenas.

En tu inocencia pueda yo ampararme.

tu voz, tu voz… ay, oigo que me llamas,

y tus ojos me miran tan profundos,

-ojos que no han mirado aún a la vida-.

Salvado estoy sabiendo que me amas.

Oh, luz divina de no sé qué mundos,

purísima promesa concedida.

Un cristal

Vidrio de una ventana

entreabierta de julio

Hasta mí que tendido

descanso con cansancio

feliz de sucesivos

tiempos y espacios llega

el verano su soplo

vital cálido… Vidrio

en el que ahora contemplo

reflejadas las casas

fronteras unos árboles

los de esta ciudad mía

al regreso de otras

y otras y otros paisajes

fríos yermos ajenos

Unas casas fronteras

unas ventanas sobre

el cristal de ésta abierta

que me devuelve parte

de mi ciudad ¿La mía?

La mía imaginada

recordada resuelta

ahora en blando reflejo

en deseo y en sueño

de lo que pudo ser

de lo que no es de lo que

me absorbe la mirada

la esperanza tan breve

(Gracias memoria mía

de lo malo aún ya trémula.)

Cansancio julio aquí

tendido calor nada

nada más que un reflejo

equívoco un deslumbre

frágil de sol un poco

de ilusión allá enfrente

Sólo un cristal la vida.

Y de repente dije: Esto es la vida…

Y de repente dije: Esto es la vida.

Esto y no más. Palpé su forma cierta.

La adiviné mortal. El alma, alerta,

vibró un instante toda estremecida.

El rojo amor con honda sacudida

-oh vida, oh viento- abrió la última puerta.

Y allá en el fondo de la estancia abierta,

brilló mi muerte entre la luz dormida.

Esto es la vida, dije, esto es la muerte,

ésta la tersa luz, la honda luz suave,

la cósmica pasión, el sueño inerte.

Esto eres sólo, sí. Y con paso grave

me adelanté hacia el fondo para verte,

llegué a la puerta y di vuelta a la llave.