Flores, Manuel María

Reseña biográfica

Poeta mexicano nacido en Chalchicomula en 1840 y fallecido en 1885.

Estudió filosofía sin llegar a graduarse y participó activamente en los movimientos políticos

de su país, alternando sus actividades con la poesía y la prosa.

Es uno de los grandes representantes del romanticismo mexicano. Entre sus obras más importantes se cuentan “Pasionarias” y “Rosas Caídas”.

Adiós

Adiós para siempre, mitad de mi vida,

una alma tan sólo teníamos los dos;

mas hoy es preciso que esta alma divida

la amarga palabra del último adiós.

¿Por qué nos separan? ¿No saben acaso

que pasa la vida cual pasa la flor?

Cruzamos el mundo como aves de paso…

Mañana, la tumba; ¿por qué hoy, el dolor…?

¿La dicha secreta de dos que se adoran

enoja a los cielos, y es fuerza sufrir?

¿Tan sólo son gratas las almas que lloran

al torvo destino…? ¿La ley es morir…?

¿Quién es el destino…? Te arroja a mis brazos,

en mi alma te imprime, te infunde en mi ser,

y bárbaro luego me arranca a pedazos

el alma y la vida contigo… ¿por qué?

Adiós… es preciso. No llores… y parte.

La dicha de vernos nos quitan no más;

pero un solo instante dejar de adorarte,

hacer que te olvide, ¿lo, pueden…? ¡Jamás!

Con lazos eternos nos hemos unido;

en vano el destino nos hiere a los dos…

¡Las almas que se aman no tienen olvido,

no tienen ausencia, no tienen adiós!

Adoración

Como al ara de Dios llega el creyente,

trémulo el labio al exhalar el ruego,

turbado el corazón, baja la frente,

así, mujer, a tu presencia llego.

¡No de mí apartes tus divinos ojos!

Pálida está mi frente, de dolores;

¿para qué castigar con tus enojos

al que es tan infeliz con sus amores?

Soy un esclavo que a tus pies se humilla

y suplicante tu piedad reclama,

que con las manos juntas se arrodilla

para decir con miedo… ¡que te ama!

¡Te ama! Y el alma que el amor bendice

tiembla al sentirle, como débil hoja;

¡te ama! y el corazón cuando lo dice

en yo no, sé qué lágrimas se moja.

Perdóname este amor, llama sagrada,

luz de los cielos que bebí en tus ojos,

sonrisa de los ángeles, bañada

en la dulzura de tus labios rojos.

¡Perdóname este amor! A mí ha venido

como la luz a la pupila abierta,

como viene la música al oído,

como la vida a la esperanza muerta.

Fue una chispa de tu alma desprendida

en el beso de luz de tu mirada,

que al abrasar mi corazón en vida

dejó mi alma a la tuya desposada.

Y este amor es el aire que respiro,

ilusión imposible que atesoro,

inefable palabra que suspiro

y dulcísima lágrima que lloro.

Es el ángel espléndido y risueño

que con sus alas en mi frente toca,

y que deja -perdóname… ¡es un sueño!-

el beso de los cielos en mi boca.

¡Mujer, mujer! Mi, corazón de fuego,

de amor no sabe la palabra santa,

pero palpita en el supremo ruego

que vengo a sollozar ante tu planta.

¿No sabes que por sólo las delicias

de oír el canto, que tu voz encierra,

cambiara yo, dichoso, las caricias

de todas las mujeres de la tierra?

¿Que por seguir tu sombra, mi María,

sellando el labio, a la importuna queja,

de lágrimas y besos cubriría

la leve huella que tu planta deja?

¿Que por oír en cariñoso acento

mi pobre nombre entre tus labios rojos,

para escucharte detendré mi aliento,

para mirarte me pondré de hinojos?

¿Que por sentir en mi dichosa frente

tu dulce labio con pasión impreso,

te diera yo, con mi vivir presente,

toda mi eternidad… por sólo un beso?

Pero si tanto, amor, delirio tanto,

tanta ternura ante tus pies traída,

empapada con gotas de mi llanto,

formada con la esencia de mi vida;

si este grito de amor, íntimo, ardiente,

no llega a ti; si mi pasión es loca…,

perdona los delirios de mi mente,

perdona las palabras de tu boca.

Y ya no más mi ruego sollozante

irá a turbar tu indiferente calma…

pero mí amor hasta el postrer instante

te daré con las lágrimas del alma.

Amémonos

Buscaba mi alma con afán tu alma,

buscaba yo la virgen que mi frente

tocaba con su labio dulcemente

en el febril insomnio del amor.

Buscaba la mujer pálida y bella

que en sueño me visita desde niño,

para partir con ella mi cariño,

para partir con ella mi dolor.

Como en la sacra soledad del templo

sin ver a Dios se siente su presencia,

yo presentí en el mundo tu existencia,

y, como a Dios, sin verte, te adoré.

Y demandando sin cesar al cielo

la dulce compañera de mi suerte,

muy lejos yo de ti, sin conocerte

en la ara de mi amor te levanté.

No preguntaba ni sabía tu nombre,

¿En dónde iba a encontrarte? lo ignoraba;

pero tu imagen dentro el alma estaba,

más bien presentimiento que ilusión.

Y apenas te miré… tú eras ángel

compañero ideal de mi desvelo,

la casta virgen de mirar de cielo

y de la frente pálida de amor.

Y a la primera vez que nuestros ojos

sus miradas magnéticas cruzaron,

sin buscarse, las manos se encontraron

y nos dijimos “te amo” sin hablar

Un sonrojo purísimo en tu frente,

algo de palidez sobre la mía,

y una sonrisa que hasta Dios subía…

así nos comprendimos… nada más.

¡Amémonos, mi bien! En este mundo

donde lágrimas tantas se derraman,

las que vierten quizá los que se aman

tienen yo no sé que de bendición.

Dos corazones en dichoso vuelo;

¡Amémonos, mi bien! Tiendan sus alas

amar es ver el entreabierto cielo

y levantar el alma en asunción.

Amar es empapar el pensamiento

en la fragancia del Edén perdido;

amar es… amar es llevar herido

con un dardo celeste el corazón.

Es tocar los dinteles de la gloria,

es ver tus ojos, escuchar tu acento,

en el alma sentir el firmamento

y morir a tus pies de adoración.

Ausencia

¡Quién me diera tomar tus manos blancas

para apretarme el corazón con ellas,

y besarlas…, besarlas, escuchando

de tu amor las dulcísimas querellas!

¡Quién me diera sentir sobre mi pecho,

reclinada tu lánguida cabeza,

y escuchar, como en antes, tus suspiros

tus suspiros de amor y de tristeza!

¡Quién me diera posar casto y suave

mi cariñoso labio en tus cabellos,

y que sintieras sollozar mi alma

en cada beso que dejara en ellos!

¡Quién me diera robar un solo rayo

de aquella luz de tu mirar en calma,

para tener, al separarnos luego,

con qué alumbrar la soledad del alma!

¡Oh, quién me diera ser tu misma sombra,

el mismo ambiente que tu rostro baña,

y, por besar tus ojos celestiales,

la lágrima que tiembla en tu pestaña!

¡Y ser un corazón todo alegría,

nido de luz y de divinas flores,

en que durmiese tu alma de paloma

el sueño virginal de sus amores!

Pero en su triste soledad, el alma

es sombra y nada más, sombra y enojos…

¿Cuándo esta noche de la negra ausencia

disipará la aurora de tus ojos?

Bajo las palmas

Morena por el sol de mediodía

que en llama de oro fúlgido la baña,

es la agreste beldad del alma mía,

la rosa tropical de la montaña.

Diole la selva su belleza ardiente;

diole la palma su gallardo talle;

en su pasión hay algo del torrente

que se despeña desbordado al valle.

Sus miradas son luz, noche sus ojos;

la pasión en su rostro centellea,

y late el beso entre sus labios rojos

cuando desmaya su pupila hebrea.

Me tiembla el corazón cuando la nombro;

cuando sueño con ella, me embeleso;

y en cada flor con que su senda alfombro

pusiera un alma como pongo un beso.

Allá en la soledad, entre las flores,

nos amamos sin fin a cielo abierto,

y tienen nuestros férvidos amores

la inmensidad soberbia del desierto.

Ella, regia, la beldad altiva,

soñadora de castos embelesos,

se doblega cual tierna sensitiva

al aura ardiente de mis locos besos.

Y tiene el bosque voluptuosa sombra,

profundos y selvosos laberintos,

y grutas perfumadas, con alfombra

de eneldos y tapices de jacintos.

Y palmas de soberbios abanicos

mecidos por los vientos sonoros,

aves salvajes de canoros picos

y lejanos torrentes caudalosos.

Los naranjos en flor que nos guarecen

perfuman el ambiente, y en su alfombra

un tálamo los musgos nos ofrecen

de las gallardas palmas a la sombra.

Por pabellón tenemos la techumbre

del azul de los cielos soberano,

y por antorcha de himeneo la lumbre

del espléndido sol americano.

Y se oyen tronadores los torrentes

y las aves salvajes en conciertos,

en tanto celebramos indolentes

nuestros libres amores del desierto.

Los labios de los dos, con fuego impresos,

se dicen en secreto de las almas;

después …. desmayan lánguidos los besos

y a la sombra quedamos de las palmas.

Ecos

Mirad la aurora,

madre del día,

¡cómo derrama

luz, alegría!

Allá en el cielo

todo es fulgores;

¡todo en la tierra

cantos y flores!

Sobre las hojas

tiemblan las perlas,

vienen las brisas

a recogerlas.

Saltando el ave

trina en la rama,

brilla el aljófar

sobre la grama.

¿Dó va el incienso,

de los aromas?

¿Qué dice el ritmo

de las palomas?…

Y todo, luce,

canta, se agita,

vida sagrada

doquier palpita.

Alza la tierra

su amante coro,

y el sol la paga

con besos de oro.

Luego, la noche

su negra tienda

abre del mundo

sobre la senda.

Y entre la sombra

muda y tranquila

asoma el astro

su alba pupila.

¿Sois, por ventura,

blancas estrellas,

del cielo al mundo

lágrimas bellas?

¿Joyas que bordan

el regio velo?

con que a la tierra

cobija el cielo?

¿Chispas que lanza

la eterna sombra?

¿Polvo que deja

Dios en su alfombra?…

Astros y flores

quizá no viera

si amor al alma

su luz no diera.

Las vagas notas

que el arpa lanza,

¿no, son el himno

de la esperanza?

El alma encierra

luz, armonía,

es una aurora

la fantasía.

Doquier que vague

mi pensamiento,

la miel recoge

de un sentimiento.

Cual mariposa

va la ilusión

sobre las flores

de la creación.

En los ruidos

que se levantan

hay dulces ecos,

voces que cantan.

Rumor de besos

y de suspiros

flota en las alas

de los céfiros.

Como en la selva

trinan las aves,

hay en el alma

voces süaves.

Ecos solemnes

desconocidos,

por voz humana

no traducidos,

Ecos que el alma

tímida esconde,

ecos que vienen

de no sé dónde.

Quizá del verbo

del alma inmensa

que dice al hombre

que vela y piensa:

“-De toda vida

yo soy la llama:

contempla, adora,

espera y ama.”

Yo creo. Por eso

mi alma levanto.

Amo, y espero…

Por eso canto.

El beso

La luz de ocaso moribunda toca

del pinar los follajes tembladores;

suspiran en el bosque los rumores

y las tórtolas gimen en la roca.

Es el instante que el amor invoca,

ven junto a mí; te sostendré con flores,

mientras roban volando los amores

el dulce beso de tu dulce boca.

La virgen suspiró; sus labios rojos

apenas, ¡Yo te amo! murmuraron,

se entrecerraron lánguidos los ojos,

los labios a los labios se juntaron

y las frentes bañadas de sonrojos,

al peso de la dicha se doblaron.

El sol

Y no buscaste un sol, no; le tenías

dentro del corazón, y ya el instante

de su feliz oriente presentías…

¡Ese sol era Amor! Astro fecundo

que el corazón inflama

y, con su fuego iluminando el mundo,

como un sol en el alma se derrama.

Ante él los sueños de la fe benditos,

las blancas ilusiones, la esperanza,

y del alma la virgen poesía,

todo en enjambre celestial se lanza

a hacer en torno al corazón el día.

Así también el sol del firmamento

fúlgido al asomar. La flecha de oro

de su rayo primer rasga el espacio…

En el pálido azul del éter vago,

las últimas estrellas

cintilan en sus limbos de topacio,

tiemblan, se apagan tímidas… y luego

el astro rey desde el confín profundo

sacude sobre el mundo

su cabellera espléndida de fuego.

Como bocas amantes

que se aprestan al beso voluptuosas,

entreabren palpitantes

su incensario de púrpura las rosas.

Las brisas se levantan

a despertar los pájaros dormidos

en el tibio regazo de sus nidos,

y ellos, alegres, despertando, cantan.

Y cantando despiertan

el inquieto rumor de los follajes,

y el bosque todo, saludando al día

desata la magnífica armonía

de sus himnos solemnes y salvajes.

Y todo es vida rebosando amores

y todo amores rebosando vida.

Desde el trémulo seno de las flores

cargadas de rocío;

desde el murmullo del cristal del río,

y el retumbo soberbio de los mares;

desde la excelsa cumbre de los montes

y el azul de los anchos horizontes

hasta la inmensidad del firmamento,

es todo luz, perfumes y cantares,

es todo amor, y vida y movimiento.

Tu sol, el de tu amor, por mucho tiempo

dentro de tu alma retardó su oriente;

por mucho tiempo su divino rayo

no iluminó sobre tu regia frente

las lindas flores de tu rico mayo.

Por mucho tiempo en vano la belleza

te revistió de sus preciosas galas,

y en torno de tu espléndida cabeza

impaciente el amor batió sus alas.

Por mucho tiempo así. Llegó el momento,

la ansiada aurora, el despertar fecundo:

y, tú lo sabes bien: dentro de mi alma,

ante el sol de tu amor, alzose un mundo.

El mundo de mi loca fantasía,

mi mundo de poeta,

un pedazo de cielo que se abría

en la región del alma más secreta,

un enjambre de sueños voladores

en torno de dos almas cariñosas,

y del alba a los tibios resplandores

un escondido tálamo de rosas

para el sueño nupcial de los amores.

Un cáliz desbordado de embriagueces,

de inmortales delicias,

un torrente de besos, de suspiros,

de lágrimas de amor y de caricias.

¡Ah! ¿Dónde estaba de mi lira ardiente

la orgullosa canción que supe un día?

¿Do la palabra que, bañado en fuego,

al oído feliz de la belleza,

en otro tiempo modular sabía?

¿Do las flores gentiles que el poeta

al pasar la Hermosura derramaba

con musa fácil, juvenil e inquieta?

¿En dónde está mi audacia, en otro tiempo.

en otro tiempo tan feliz y loca…?

Ante el sol del amor que vi en tus ojos,

cayó a tus pies mi adoración de hinojos

mi alma tembló y enmudeció mi boca.

En el baño

Alegre y sola en el recodo blando

que forma entre los árboles el río

al fresco abrigo del ramaje umbrío

se está la niña de mi amor bañando.

Traviesa con las ondas jugueteando

el busto saca del remanso frío,

y ríe y salpica el glacial rocío

el blanco seno, de rubor temblando.

Al verla tan hermosa, entre el follaje

el viento apenas susurrando gira,

salta trinando el pájaro salvaje,

el sol mas poco a poco se retira;

todo calla… y Amor, entre el ramaje,

a escondidas mirándola, suspira.

Flor de un día

Yo di un eterno adiós a los placeres

cuando la pena doblegó mi frente,

y me soñé, mujer, indiferente

al estúpido amor de las mujeres.

En mi orgullo insensato yo creía

que estaba el mundo para mí desierto,

y que en lugar de corazón tenía

una insensible lápida de muerto.

Mas despertaste tú mis ilusiones

con embusteras frases de cariño,

y dejaron su tumba las pasiones

y te entregué mi corazón de niño.

No extraño que quisieras provocarme,

ni extraño que lograras encenderme;

porque fuiste capaz de sospecharme,

pero no eres capaz de comprenderme.

¿Me encendiste en amor con tus encantos,

porque nací con alma de coplero,

y buscaste el incienso de mis cantos?…

¿Me crees, por ventura, pebetero?

No esperes ya que tu piedad implore,

volviendo con mi amor a importunarte;

aunque rendido el corazón te adore,

el orgullo me ordena abandonarte.

Yo seguiré con mi penar impío,

mientras que gozas envidiable calma;

tú me dejas la duda y el vacío,

y yo en cambio, mujer, te dejo el alma.

Porque eterno será mi amor profundo,

que en ti pienso constante y desgraciado,

como piensa en la gloria el condenado,

como piensa en la vida el moribundo.

Frío

Cuento Bohemio

La tarde era triste,

la nieve caía,

su blanco sudario

los campos cubría;

ni un ave volaba,

ni oíase rumor.

Apenas la nieve

dejando su huella,

pasaba muy triste,

muy pálida y bella,

la niña que ha sido

del valle la flor.

Llevaba en el cinto

su pobre calzado;

su hermano pequeño

que marcha a su lado

le dice: -“No sienten

la nieve tus pies?”

“Mis pies nada sienten”

-responde con calma-

“El frío que yo siento

lo llevo en el alma;

y el frío de la nieve

más duro no es”.

Y dice el pequeño

que helado tirita:

-“¡Más frío que el de nieve!…

¿Cuál es, hermanita?

¡No hay otro que pueda

decirse mayor!…”

-“Aquel que de muerte

las almas taladre;

aquel que en el alma

me puso mi madre

el día que a mi esposo

me unió sin amor”.

Mi ángel

¡Oh! niña de mis sueños,

tan pálida y hermosa

como los lirios blancos

que besa el Atoyac;

tú la de mis recuerdos

imagen luminosa,

el ángel cuyas alas.

tocáronme al pasar;

perdona, dulce niña,

perdona si mi acento

temblando, de mi alma

levántase, hasta ti;

pero tu bella imagen

está en mi pensamiento

no sé ya desde cuándo…

quizá desque te vi,

Desde que vi tus ojos,

tus ojos de querube,

tus ojos en que el alma

se abrasa de pasión;

y desde aquel instante

otra ilusión no tuve

que darte con mi vida;

mi altivo, corazón.

Si apenas te conozco

¿Por qué te quiero tanto?

¿por qué mis, ojos ávidos

te buscan sin cesar?

¿por qué en el alma siento,

tan tétrico quebranto!

cuando tu rostro de ángel

no puedo contemplar?

¿Por qué sueño contigo

y en, ti, tan sólo pienso?

¿por qué tan dulce nombre

me llena de emoción?

¿por qué se abrasa mi alma

en este amor inmenso,

si apenas te conozco,

mujer de bendición?

No estás ante mis ojos

y por doquier te miro;

conmigo, va tu sombra

por dondequier que voy.

Escucho tu pisada,

recojo tu suspiro,

y velas a mi lado,

cuando, dormido estoy.

¿No sabes tú, no sabes,

mujer, que te amo tanto

cuanto, sobre la tierra

el hombre puede amar?

¿Que diera mi existencia

por enjugar tu llanto,

que diera… hasta mi alma,

tus plantas por besar?

Y si tuviera un mundo,

un mundo te daría;

y si tuviera un cielo,

lo diera yo también,

porque me amaras tanto,

mitad del alma mía,

que alguna vez sintiera

tus labios en mi sien…

No sientes cuando cierra

tus ojos celestiales

el ángel de los sueños

con su ala sin color,

no sientes que mi alma

sobre tus labios rojos

derrama un mar de besos

con infinito amor…?

Sé, niña, del poeta

la inspiración bendita,

la virgen de mis sueños,

la fe del corazón;

sé mi ángel, sé mi estrella,

la luz que necesita

mi espíritu sediento

de amor y de ilusión.

Extiende cariñosa

sobre mi sien tu velo;

bajo tus alas blancas

de ti camino en pos,

tu luminosa huella

me llevará hasta el cielo:

te seguiré, mi ángel,

para llegar a Dios.

No te olvido

¿Y temes que otro amor mi amor destruya?

Qué mal conoces lo que pasa en mí;

no tengo más que un alma, que es ya tuya,

y un solo corazón, que ya te di.

¿Y temes que placeres borrascosos

arranquen ¡ay! del corazón la fe?

Para mí los placeres son odiosos;

en ti pensar es todo mi placer.

Aquí abundan mujeres deslumbrantes,

reinas que esclavas de la moda son,

y ataviadas de sedas y brillantes,

sus ojos queman, como quema el sol.

De esas bellas fascinan los hechizos,

néctar manan sus labios de carmín;

mas con su arte y su lujo y sus postizos,

ninguna puede compararse a ti.

A pesar de su grande poderío,

carecen de tus gracias y virtud,

y todas ellas juntas, ángel mío,

valer no pueden lo que vales tú.

Es tan ingente tu sin par pureza,

y tan ingente tu hermosura es,

que alzar puede su templo la belleza

con el polvo que oprimes con tus pies.

Con razón me consume negro hastío

desde que te hallas tú lejos de aquí,

y con razón el pensamiento mío

sólo tiene memoria para ti.

Yo pienso en ti con ardoroso empeño,

y siempre miro tu divina faz,

y pronuncio tu nombre cuando sueño.

Y pronuncio tu nombre al despertar.

Si del vaivén del mundo me retiro,

y ávido de estudiar quiero leer,

entre las letras ¡ay! tu imagen miro,

tu linda imagen de mi vida ser.

Late por ti mi corazón de fuego,

te necesito como el alma a Dios;

eres la virgen que idolatro ciego;

eres la gloria con que sueño yo.

Nupcial

En el regazo frío

del remanso escondido en la floresta,

feliz abandonaba

su hermosa desnudez el amor mío

en la hora calurosa de la siesta.

El agua que temblaba

al sentirla en su seno, la ceñía

con voluptuoso abrazo y la besaba,

y a su contacto de placer gemía

con arrullo, tan suave y deleitoso,

como el del labio virginal opreso

por el pérfido labio del esposo

al contacto nupcial del primer beso.

La onda ligera esparcía, jugando,

la cascada gentil de su cabello,

que luego en rizos de ébano flotando

bajaba por su cuello;

y cual ruedan las gotas de rocío

en los tersos botones de las rosas,

por el seno desnudo así rodaban

las gotas temblorosas.

Tesoro del amor el más precioso

eran aquellas perlas;

¡cuánto no diera el labio codicioso

trémulo de placer por recogerlas!

¡Cuál destacaba su marfil turgente

en la onda semi-oscura y transparente,

aquel seno bellísimo de diosa!

¡Así del cisne la nevada pluma

en el turbio cristal de la corriente,

así deslumbradora y esplendente

Venus rasgando la marina espuma!

Después, en el tranquilo

agreste cenador, discreto asilo

del íntimo festín, lánguidamente

sobre mí descansaba, cariñosa,

la desmayada frente,

en suave palidez ya convertida

la color que antes fuera deliciosa,

leve matiz de nacarada rosa

que la lluvia mojó… Mudos los labios,

de amor estaban al acento blando.

¿Para qué la palabra si las almas

estaban en los ojos adorando?

Si el férvido latido

que el albo seno palpitar hacía

decíale al corazón lo que tan sólo,

ebrio de dicha, el corazón oía…!

Salimos, y la luna vagamente

blanqueaba ya el espacio.

Perdidas en el éter transparente

como pálidas chispas de topacio

las estrellas brillaban… las estrellas

que yo querido habría

para formar con ellas

una corona a la adorada mía…

En mi hombro su cabeza, y silenciosos

porque idioma no tienen los dichosos,

nos miraban pasar, estremecidas,

las encinas del bosque, en donde apenas

lánguidamente suspiraba el viento,

como en las horas del amor serenas

dulce suspira el corazón contento.

Ardiente en mi mejilla de su aliento

sentía el soplo suavísimo, y sus ojos

muy cerca de mis ojos, y tan cerca

mi ávido labio de sus labios rojos,

que, rauda y palpitante

mariposa de amor, el alma loca,

en las alas de un beso fugitivo

fue a posarse en el cáliz de su boca…

¿Por qué la luna se ocultó un instante

y de los viejos árboles caía

una sombra nupcial agonizante?

El astro con sus ojos de diamante

a través del follaje ¿qué veía…?

Todo callaba en derredor, discreto.

El bosque fue el santuario

de un misterio de amor, y sólo el bosque

guardará en el recinto solitario

de sus plácidas grutas el secreto

de aquella hora nupcial, cuyos instantes

tornar en siglos el recuerdo quiso…

¿Quién se puede olvidar de haber robado

su única hora de amor al paraíso?

Orgía

“¡Oh! que n’ai-je aussi, moi, des baissers qui dévorent

des caresses qui font mourir….”

V. Hugo.

¡Ven, cortesana…! ¡Abrásame en delicias!

Quiero las tempestades del placer,

tropicales, frenéticas caricias

con que reanime mi cansado ser.

El fuego del deleite reverbera

en tu pupila brilladora… ¡ven!

En la férvida llama de esa hoguera

quiero quemarme el corazón también.

¡Prendan el fuego del deseo tus ojos,

alumbren tus miradas el festín,

mis labios beban en tus labios rojos

ansia perpetua de placer sin fin!

Del bacanal en el discorde ruido

pase el mañana con el triste ayer…

¿Qué importa al corazón lo que hayas sido…?

Eres hermosa… ¡bésame, mujer!

Beldad de los festines, en tu seno

quizá mi corazón olvidaré,

mi corazón de tempestades lleno,

el corazón imbécil con que amé.

Sí, ¡bésame, mujer…! Dame el olvido

que busco en la demencia del festín,

entre besos y copas, aturdido…

¿Qué me importa la dicha que perdí?

¡Llenad las copas, que desborde el vino!

¡Hay algo aquí que necesito ahogar;

que pase por el alma un torbellino

y barra en ella cuanto en ella hay!

¡Miserable de mí! ¿Cómo no puedo

ahogarte con mis manos, corazón…?

Venid, bebamos, porque tengo miedo

de volver a eso… que llamáis razón.

¡Bebed, amigos! La existencia es sueño,

y mentira de un sueño es la mujer,

de sus caricias al letal beleño

soñemos la mentira del placer.

¡Bebed, amigos! Si al vivir soñamos,

¿despertaremos al morir quizá…?

¿Qué será despertar…? Y bien… ¡bebamos…!

¡Qué importa lo que traiga el más allá…!

Arde mi frente -es un volcán- ¡me abraso!

¡Oh, si llegara de mi vida el fin…!

¡Dame un beso, mujer…! ¡Llenad mi vaso…!

¡Qué grato es el arrullo de un festín…!

Llena, Mercedes, la apurada copa;

bebamos… hasta el fin… así… vacía.

Y ahora… ¡desgarra la importuna ropa,

desnuda el seno al beso de la orgía.

Mitiga de esa lámpara, la llama,

porque quiere un crepúsculo el placer,

el misterio nupcial que se derrama

del velo de la sombra en la mujer.

Destrenza tu magnífico cabello

sobre la desnudez de tus hechizos;

¡cómo seducen en contraste bello

tan blancos hombros y tan negros rizos!

¡Qué bella estás, Mercedes! ¡Me sofoca

el vértigo letal de las delicias,

tus besos de mujer queman mi boca,

la angustia del placer son tus caricias!

¡Mujer, mujer…! ¡Hay fiebre en tus abrazos,

fiebre en tus labios con furor impresos…

¡Hurra… la orgía…! ¡El choque de los vasos

sea la música ardiente de los besos!

Basta… pasó. Tu frenesí y el mío

apaga el tedio con su mano helada;

fantasma del placer, en el hastío

escondes la vergüenza de tu nada.

Siempre en la copa del placer el tedio,

siempre en la copa del amor el duelo;

para el alma ya enferma no hay remedio,

para un maldito corazón no hay cielo.

Y en vano el llanto con la pena crece…

¿De qué sirven las lágrimas mezquinas

si el recuerdo verdugo se guarece

del roto corazón en las ruinas…?

¿De qué sirve el amor, chispa que el cielo

prende en el alma y lo ilumina todo,

si en vez de alzarse se rebaja el suelo

como reptil para arrastrarse en lodo?

Pasión

¡Háblame…! Que tu voz, eco del cielo,

sobre la tierra por doquier me siga…

Con tal de oír tu voz, nada me importa

que el desdén en tu labio me maldiga.

¡Mírame…! Tus miradas me quemaron,

y tengo sed de ese mirar, eterno…

Por ver tus ojos, que se abrase mi alma,

de esa mirada en el celeste infierno…!

¡Ámame…! Nada soy… pero tu diestra

sobre mi frente, pálida, un instante,

puede hacer del esclavo arrodillado

el hombre-rey, de corazón gigante…

Tú pasas… y la tierra voluptuosa

se estremece de amor bajo tus huellas,

se entibia el aire, se perfuma el prado

y se inclinan a verte las estrellas.

Quisiera ser la sombra de la noche

para verte dormir sola y tranquila,

y luego ser la aurora… y despertarte

con un beso de luz en la pupila.

Soy tuyo, me posees… Un solo átomo

no hay en mi ser que para ti no sea:

dentro mi corazón eres latido,

y dentro mi cerebro, eres idea.

¡Oh! por mirar tu frente pensativa

y pálido de amores, tu semblante;

por sentir el aliento de tu boca

mi labio acariciar un solo instante;

por estrechar tus manos virginales

sobre mi corazón, yo de rodillas,

y devorar con mis tremantes besos

lágrimas de pasión en tus mejillas;

yo te diera… no sé… ¡no tengo nada…!

el poeta es mendigo de la tierra

¡toda la sangre que en mis venas arde!

¡todo lo grande que mi mente encierra!

Mas no soy para ti… ¡Si entre tus brazos

la suerte loca me arrojara un día,

al terrible contacto de tus labios

tal vez mi corazón… se rompería!

Nunca será… Para mi negra vida

la inmensa dicha del amor no existe…

Sólo nací para llevar en mi alma

todo lo que hay de tempestuoso y triste.

Y quisiera, morir… ¡pero en tus brazos,

con la embriaguez de la pasión más loca,

y que mi ardiente vida se apagara

al soplo de los besos de tu boca!

Soñando

Anoche te soñaba, vida mía,

estaba solo y triste en mi aposento,

escribía… no sé qué; mas era algo

de ternura, de amor, de sentimiento.

Porque pensaba en ti. Quizás buscaba

la palabra más fiel para decirte

la infinita pasión con que te amaba.

De pronto, silenciosa,

una figura blanca y vaporosa

a mi lado llegó… Sentí en mi cuello

posarse dulcemente

un brazo cariñoso, y por mi frente

resbalar una trenza de cabello.

Sentí sobre mis labios

el puro soplo de un aliento blando,

alcé mis ojos y encontré los tuyos

que me estaban, dulcísimos, mirando.

Pero estaban tan cerca que sentía

en yo no sé qué plácido desmayo

que en la luz inefable de su rayo

entraba toda tu alma hasta la mía.

Después, largo, suave

y rumoroso apenas, en mi frente

un beso melancólico imprimiste,

y con dulce sonrisa de tristeza

resbalando tu mano en mi cabeza

en voz baja, muy baja, me dijiste:

-“Me escribes y estás triste

porque me crees ausente, pobre amigo;

pero ¿no sabes ya que eternamente

aunque lejos esté, vivo contigo?”-

Y al despertar de tan hermoso sueño

sentí en mi corazón plácida calma;

y me dijiste: es verdad… ¡eternamente!

¿cómo puede jamás estar ausente

la que vive inmortal dentro del alma?

Tu cabellera

Déjame ver tus ojos de paloma

cerca, tan cerca que me mire en ellos;

déjame respirar el blando aroma

que esparcen destrenzados tus cabellos.

Déjame así, sin voz ni pensamiento,

juntas las manos y a tus pies de hinojos,

embriagarme, en el néctar de tu aliento,

abrasarme en el fuego de tus ojos.

Pero te inclinas… La cascada entera

cae de tus rizos óndulos y espesos.

¡Escóndeme en tu negra cabellera

y déjame morir bajo tus besos!

Tu imagen

Tu imagen vino a visitarme en sueños;

sentí un aliento acariciar mi frente,

y luego un labio trémulo y ardiente

que buscaba mi labio… y desperté.

La sombra nada más, la triste sombra,

la muda soledad, la negra calma

imagen de la noche de mi alma,

esto tan sólo al despertar hallé.

¡Ah! Si en la noche de la triste ausencia

¡no me sonriera la esperanza hermosa

de que en tu seno, virgen cariñosa,

el sueño de la dicha he de dormir;

yo me hundiera en mi lóbrega tristeza

hasta llegar al seno de la muerte;

porque no puedo ya vivir sin verte,

porque amar y estar lejos, es morir.

Pero, al menos tú sabes que te amo

con un amor que la creación llenara,

con un amor que el ángel envidiara

si no fueras un ángel tú también.

Si dueño fuera de la tierra toda,

la tierra toda ante tus pies pusiera…

Si fuera Dios… ¡hasta los cielos diera

por sólo un beso en tu divina sien…!

Mis noches son para soñar tu imagen,

tu imagen es para encantar mi vida,

mi vida para ti, virgen querida,

y tú para mi eterna adoración.

Tú, caricia, dulcísima del alma,

tú, beso de los cielos desprendido

y en medio de mis lágrimas caído,

aquí, dentro mi mismo corazón.

¡Oh! ¡ven a mí! Mi vida solitaria

se acaba, se consume en el hastío;

necesito de ti, dulce bien mío,

necesito de ti para vivir.

Es tu sombra la luz de mi camino,

sin ti me siento el corazón ateo;

me estoy muriendo porque no te veo,

porque amar y estar lejos, es morir.

¡Oh! si me amas también, si también lloras;

si, a tu lado buscándome, suspiras;

si sientes este fuego que me inspiras,

alma de mi alma enamorada, ¡ven!

ven a mi pecho, si en el tuyo, viva

ardiendo está de la pasión la hoguera…

¡Oh! ¡ven a mí! mi corazón te espera,

que ardiendo está mi corazón también.

Te veo en mi sueño… ¡Y en mi sueño, loco,

temblando el alma de pasión, te llamo!

y te grito… te grito… ¡que te amo!

¡que soy tu dueño, que tu esclavo soy!

¡que instante tras instante de mi vida,

del corazón latido tras latido,

para volar a ti se han desprendido,

y que sin vida, que sin alma estoy!

Te llamo en sueños… y venir te siento…

el ruido de tu paso: me estremece,

y mi frente, abrasada palidece

al eco, idolatrado de tu voz.

Y siento que te acercas… que tu aliento

ardiente y suave mi mejilla toca,

y que juntas tu boca con mi boca…

¡Y despierto… con fiebre el corazón…!

¡Ven…! ¡y una dicha buscaré suprema

para pagarte la que tú me dieres,

inundaré tu vida de placeres,

incendiaré de amor tu corazón!

Y entonces, cuando loco, de tus labios

bebiendo esté torrentes de delicias,

¡mátame, por piedad, con tus caricias!

¡mátame entre tus brazos… de pasión!

Un beso nada más

Bésame con el beso de tu boca,

cariñosa mitad del alma mía:

un solo beso el corazón invoca,

que la dicha de dos… me mataría.

¡Un beso nada más! Ya su perfume

en mi alma derramándose la embriaga

y mi alma por tu beso se consume

y por mis labios impaciente vaga.

¡Júntese con la tuya! Ya no puedo

lejos tenerla de tus labios rojos…

¡Pronto… dame tus labios! ¡Tengo miedo

de ver tan cerca tus divinos ojos!

Hay un cielo, mujer en tus abrazos,

siento de dicha el corazón opreso…

¡Oh! ¡Sosténme en la vida de tus brazos

para que no me mates con tu beso!

Ven

¿Me visita tu espíritu, amor mío?

Yo no lo sé; pero tu imagen bella

vino a mi lado, y en el mundo vago

del sueño, anoche, deliré con ella.

Era Chapultepec, y la ancha sombra

del canoso Alruehuelt nos daba abrigo,

la luna llena iluminaba el bosque y

estábamos, mi vida, sin testigo.

Tú sabes lo demás….El alma mía

en su fiebre de amor feliz y loca,

a cada beso tuyo agonizaba

en el nido de amores de tu boca.

¡Oh, ven mi desposada! En el ramaje

el rayo de la luna desfallece,

y amor, el mismo amor, tálamo blando

en las hojas caídas nos ofrece.

Llegan allí, perdidos en las brisas

que el bosque perfumadas atraviesan,

arrullos de torcaces que se llaman,

suspiros de las hojas que se besan.

¡Oh, ven…! ¿Adónde estás…? Envíame loca

en el aire que pasa tus caricias,

que yo en el aire beberé tus besos

y mi alma embriagaré con tus delicias.

Ven a la gruta en que el placer anida;

el viejo bosque temblará de amores,

suspirarán de amor todas las brisas

Y morirán de amor todas las flores.

Apagará tus besos el susurro

del aura que suspira en los follajes,

y arrullarán tu sueño entre mis brazos

los himnos de los pájaros salvajes.

Y a la luz indecisa de la luna

allá a lo lejos, y de ti celosa,

la antigua Diana, de los viejos bosques

diosa caída, vagará medrosa.

La noche azul nos brinda su misterio

y templo el bosque a nuestro amor ofrece:

mi alma te busca, mi pasión te espera

y ebrio de amor mi corazón fallece.

¡Oh, ven, mi seducción, mi cariñosa!

ven a la gruta en que el placer anida,

que la dicha no mata…y si me mata

tú con tus besos me darás la vida.