Fernández, Baldomero

Reseña biográfica

Poeta argentino nacido en Buenos Aires en 1886 y fallecido en esa misma ciudad en 1950.

Hijo de comerciantes españoles, pasó parte de su infancia en Santander, a orillas del Cantábrico. De regreso a la Argentina, obtuvo su título de Doctor en Medicina, ejerciendo su profesión en Chascomús.

A los veintinueve años publicó su primer libro de poesía, al que siguieron luego cinco o seis publicaciones más. En sus poemas se mezcla el más intenso erotismo y la más alta espiritualidad, producto de su inspiración en dos mujeres cuya identidad ha permanecido en el misterio.

Acabo de pasar, amor, por el correo….

Acabo de pasar, amor, por el correo,

-chisporrotea el lacre, oscila la balanza-

es como un girasol de oro mi deseo

y como una ramita de espliego mi esperanza.

Aquí estoy con tu carta, al sesgo, en una mano

emboscado en esta sombría callejuela….

Tu carta, que es la última rosa de mi verano.

Déjame que la palpe, la sopese y la huela.

Adiós

Adiós la casa blanca que albergó un año entero

entre sus cuatro muros el amor verdadero.

Adiós campos extensos, polvorientos caminos.

Adiós los pobres ranchos de los pobres vecinos.

Adiós los trigos de oro, adiós verdes maizales,

las refinadas hierbas, los bravos pajonales…

Adiós toros y vacas, adiós caballos, yeguas…

El tren nos va a llevar a muchísimas leguas.

Sé que soy un ingrato, casa mía, al dejarte.

La paz que hube en tu seno no la habré en otra parte.

Más regalada mesa no la tendré en mi vida,

ni en noche más oscura la cama más mullida.

En vano me sonríe, tímida, la Esperanza.

La angustia que me oprime, ¡oh, casa!, es tu venganza.

Al caminar parece que crujieran…

Al caminar parece que crujieran

las hojas de la noche y sus cristales.

Es tu hombro, tu pecho, tus rodillas

deshaciendo, esponjando, tu impermeable.

Tu impermeable te ciñe totalmente,

si llevas algo más nadie lo sabe…

Es un cilicio hecho de pliegues duros

sobre la rosa de tu cuerpo suave.

Amantes

Ved en sombras el cuarto, y en el lecho

desnudos, sonrosados, rozagantes,

el nudo vivo de los dos amantes

boca con boca y pecho contra pecho.

Se hace más apretado el nudo estrecho,

bailotean los dedos delirantes,

suspéndese el aliento unos instantes…

y he aquí el nudo sexual deshecho.

Un desorden de sábanas y almohadas,

dos pálidas cabezas despeinadas,

una suelta palabra indiferente,

un poco de hambre, un poco de tristeza,

un infantil deseo de pureza

y un vago olor cualquiera en el ambiente.

Anoche había barras de luz en tu persiana…

Anoche había barras de luz en tu persiana

y alcé hacia ti los ojos en actitud de ruego,

como diciendo: Abre, señora castellana…

Y me perdí en la calle, triste y oblicuo, luego.

En esa luz naufragan tus ojos lentamente,

verdes como la flor más allá de la mar:

tus manos, dedo a dedo, sueño a sueño tu frente.

Ya es una misma cosa el rezar y el soñar.

Aromas

Cuando regreso a casa no me lavo las manos

si es que he estado contigo un instante no más,

el aroma retengo que tú dejas en ellas

como una joya vaga o una flor ideal.

Por aquí huelo a rosas y por allá a jazmines,

alientos de tus ropas, auras de tu beldad,

aproximo una silla y me siento a la mesa

y sabe a ti y a trigo el bocado de pan.

Y todo el mundo ignora por qué huelo mis manos

o las miro a menudo con tanta suavidad,

o las alzo a la luna bajo las arboledas

como si fueran dignas de hundirse en tu cristal.

Y así hasta media noche cuando vuelvo rendido

pegado a las fachadas y me voy a acostar,

entonces tengo envidia del agua que las lava

y que, con tu perfume, da un suspiro y se va.

Ausencia

Es menester que vengas,

mi vida, con tu ausencia, se ha deshecho,

y torno a ser el hombre abandonado

que antaño fui, mujer, y tengo miedo.

¡Qué sabia dirección la de tus manos!

¡Qué alta luz la de tus ojos negros!

Trabajar a tu lado, ¡qué alegría!;

descansar a tu lado, ¡qué sosiego!

Desde que tú no estás no sé cómo andan

las horas de comer y las del sueño,

siempre de mal humor y fatigado,

ni abro los libros ya, ni escribo versos.

Algunas estrofillas se me ocurren

e indiferente, al aire las entrego.

Nadie cambia mi pluma si está vieja

ni pone tinta fresca en el tintero,

un polvillo sutil cubre los muebles

y el agua se ha podrido en los floreros.

No tienen para mí ningún encanto

a no ser los marchitos del recuerdo,

los amables rincones de la casa,

y ni salgo al jardín, ni voy al huerto.

Y eso que una violenta Primavera

ha encendido las rosas en los cercos

y ha puesto tantas hojas en los árboles

que encontrarías el jardín pequeño.

Hay lilas de suavísimos matices

y pensamientos de hondo terciopelo,

pero yo paso al lado de las flores

caída la cabeza sobre el pecho,

que hasta las flores me parecen ásperas

acostumbrado a acariciar tu cuerpo.

Me consumo de amor inútilmente

en el antiguo, torneado lecho,

en vano estiro mis delgados brazos,

tan sólo estrujo sombras en mis dedos…

Es menester que vengas;

mi vida, con tu ausencia, se ha deshecho.

Ya sabes que sin ti no valgo nada,

que soy como una viña por el suelo,

¡álzame dulcemente con tus manos

y brillarán al sol racimos nuevos.

Canción de luna

En el aro ligero de la luna

canta para mí solo un ruiseñor.

A cada golpe de oro de su pico

brota en el aire una constelación.

Canta el pájaro pardo dulcemente

y se eriza de plumas y palor.

Cuando se pone el pecho más delgado,

dice mucho más clara su canción.

Morir, acaso, es continuar un sueño

de luna en luna y de sol en sol.

Como sobre una tapia se adormece una rosa…

Como sobre una tapia se adormece una rosa

yo quisiera tu grave cabecita en mi hombro,

espontánea, caída, comprensiva, mimosa,

sin un soplo de miedo, ni una brizna de asombro.

Y contemplarte luego a la luz de una estrella

interminablemente de la frente a la boca,

como contempla el agua, inclinada sobre ella,

la frente taciturna y eterna de una roca.

Contemplación del beso

Debe el beso venir desde la hondura

de una cabeza baja y atraída

en la penumbra gris desvanecida

mientras un viento vuele de frescura.

Boca entreabierta, elástica, madura,

que en el atardecer se haga una herida.

Toda ella roja de profunda vida

con un signo mortal: la dentadura.

Verlo avanzar después muy lentamente

como un ascua encendida o roja estrella

y detenerlo, ay, súbitamente.

Contemplarlo en deliquio y miel de abella,

huir la boca por rozar la frente

y a ella volver para morir en ella.

Dalmira

Tu nombre es terso, claro, deslumbrante,

como la hoja desnuda de una espada.

En el aire se aguza como el aire

y en el agua se estría como el agua.

Para ser suspirado entre palmeras,

al fondo del harén, a una sultana,

entre un rebaño pálido de eunucos

y el brillo corvo de las cimitarras.

Dulce amor de pasillos, dulce amor de rincones…

Dulce amor de pasillos, dulce amor de rincones,

cuando ya es una bruma el aliento deshecho.

Sentir sobre mi pecho la amplitud de tu pecho

y como dos deditos pequeños tus pezones.

Y bajar la escalera trémulo de deseo

aprovechando el último peldaño para verte.

Hasta que el frío dé cuenta de mi deseo.

(El frío no podrá y no sé si la muerte…)

Mudable como el tiempo es tu mejilla…

Mudable como el tiempo es tu mejilla,

o arde como una tarde del estío

o hiela, o poco menos, si hace frío;

pero ardiente o helada es maravilla.

Deja que acerque mi cansada arcilla

al pétalo de amor que llamo mío,

mientras corre mi brazo como un río

por tu cuello, delgada torrecilla.

Calor o frío, llamarada o nieve,

no me importa un instante su mudanza,

que a ocultos nervios nada más se debe.

Tu corazón es nido de templanza

y grave su latido al par que leve.

Y si no, que lo diga mi esperanza.

Palabras

Me borré el doctor

hace mucho tiempo.

Borré la inicial

de mi nombre feo.

No quiero ser nada

ni malo ni bueno.

Un pájaro pardo

perdido en el viento.

Penumbra

Nunca podrás ver nada claramente:

todo es zarzal, espinas y maraña.

En vano gastarás toda tu maña

contra el dorado pájaro latente.

Errado el tiro, vuelves bruscamente

el arma hacia otro lado, mas te engaña

la jugada de sol que el árbol baña.

Te vuelves loco y lloras tristemente.

Todo del tonel sale de la vida

tosco, deforme y dando tropezones.

Dejas pasar los años y su herida,

y cuando quieras darte explicaciones

ni te sirvió la espuela ni la brida:

un pétalo fue más que tus razones.

Poco a poco se hace la luz en tu vestido…

V

Poco a poco se hace la luz en tu vestido,

la noche de tu traje se disuelve en la aurora.

La primavera próxima te regala su flora,

su ligereza el aire y el agua su latido.

LXX

Profunda, ardiente, plástica, flexible,

casi palpable como miel sonora,

más que sobre tus ojos o tus labios,

sobre tu voz, te reconstruyo toda…

VI

La ciudad, que ya empieza, alondra blanca, a amarte

te dibuja la cara, y más te la ilumina,

con pinceles mimosos, con delicado arte

como nunca lo haría la acuarela más fina.

Y te pinta de azul y de verde y de rosa

según sea el aviso que surge a nuestro paso.

Te desmaterializa, te torna mariposa,

como ninguna aurora, como ningún ocaso.

XII

Sólo con apoyar el codo en una mesa,

acordarme de ti y mirar al vacío

y ver brillar en él tu cabellera espesa

que a veces es un lago y a veces es un río,

me lleno de palabras, me lleno de ternura,

primaveral manzano en mitad del invierno.

Pero hay que soñar poco y escribir con mesura

que se trata de ti, es decir de lo eterno.

LV

Adoro tu manera menudita y brumosa,

hecha de pizcas grises y dorados reflejos,

de oscurecer el sol y de velar la rosa,

de mirar a los pies, y mirar a lo lejos.

Me gusta verte quieta, fundida en el paisaje,

maraña de ladrillo, de sauces y de río,

inmóvil en la hoja lóbrega de tu traje….

fundida en el paisaje pero al costado mío.

LXXXII

El cuello se te llena, amor, de corazones

si rozo tus mejillas. Como un agua palpita.

Traduce dulcemente todas tus sensaciones

con una precisión admirable, infinita.

Detrás está la noche y los ramos copiosos

y mi brazo, y en él, tu cabeza perdida.

Los ojos apacibles se tornan dolorosos

y no sé si te vas o vuelves a la vida.

Presentación

Esta que viene aquí toda vestida

de un traje blanco y un negro sombrero

tiene la obligación de mi sendero

y las rosas y espinas de mi vida.

Porque una noche el ánima afligida,

mustia de soledad, dijo: Te quiero.

Hace ya mucho tiempo que te espero

con una mano lánguida extendida.

Era una rara orquesta de violines,

era un pasar de extraños bailarines,

era un degüello de camelias rosas

bajo tus finas manos temblorosas.

¡Era que el corazón se me moría

de tanto, amada, como te quería!

Soneto

Ya ves que no te suelto, que me ato

a tu recuerdo rubio y vaporoso,

fugitivo en la calle y silencioso,

yo, que era poderío y arrebato.

Me estiro lo que puedo; dudo y trato

de asir tu traje, por ser tuyo, hermoso;

ceñido siempre y a la vez pomposo,

tentación por aquí y allí recato.

Mírame en un café de esta plazuela

en que el tránsito al sol crepita y arde

y en la que todo, hasta un tranvía, vuela.

Pienso en ti, en tus ojos, en tu tarde…

Y me quisiera henchir como una vela

y me refugio en mi interior, cobarde.

Tal vez haya soñado con un beso instantáneo…

Tal vez haya soñado con un beso instantáneo,

dos estrellas fundidas augustamente en una.

Un temblor en el cuerpo y un mareo en el cráneo

y un ponerse la sangre del color de la luna.

No, jamás me has besado ni siquiera la frente,

sólo has puesto los labios o los atraje yo.

Continuaré soñando, Alondra, eternamente.

Ni tú tienes derecho a decirme que no.