Drummond, Carlos

Reseña biográfica

Poeta y periodista y brasileño nacido en Itabira do Mato Dentro en el Estado de Minas Gerais en 1902.

Hijo de un rico hacendado, estudió farmacia y fue funcionario público durante la mayor parte de la vida. Está considerado como uno de los principales poetas del modernismo brasileño debido a la repercusión y alcance de su obra.

Autor de una amplia obra literaria que abarcó también el cuento, la crónica y la novela, publicó en 1930 su primer trabajo poético bajo el nombre de “Alguma poesia”, seguido entre otros de “Sentimento do Mundo” en 1940, “Dopo A rosa do povo” en 1945,

y “Viola de Bolso” en 1955. Posteriormente exploró el verso experimental y la sátira con “Boitempo” en 1968, y su propia biografía en 1985.

Falleció en Rio de Janeiro en agosto de 1987.

Canto órfico

La danza ya no suena,

la música dejó de ser palabra,

el cántico creció del movimiento.

Orfeo, dividido, anda en busca

de esa unidad áurea que perdimos.

Mundo desintegrado, tu esencia

reside tal vez en la luz, más neutra ante los ojos

desaprendidos de ver; y bajo la piel,

¿qué turbia imporosidad nos limita?

De ti a ti, abismo; y en él, los ecos

de una prístina ciencia, ahora exangüe.

Ni tu cifra sabemos. Ni aun captándola

tuviéramos poder de penetrarte. Yerra el misterio

en torno de su núcleo. Y restan pocos

encantamientos válidos. Quizás

apenas uno y grave: en nosotros

tu ausencia retumba todavía, y nos estremecemos

R una pérdida se forma de esas ganancias.

Tu medida, el silencio la ciñe, la esculpe casi,

brazos del no-saber. Oh fabuloso

udo paralítico sordo nato incógnito

la raíz de la mañana que tarda, y tarde,

do la línea del cielo en nosotros se esfuma,

tornándonos extranjeros más que extraños.

En el duelo de las horas, tu imagen

atraviesa membranas sin que la suerte

se decida a escoger. Las artes pétreas

recógense a sus tardos movimientos.

En vano: ellas no pueden ya.

Amplio

vacío

un espacio estelar contempla signos

que se harán dulzura, convivencia,

espanto de existir, y mano anchurosa

recorriendo asombrada otro cuerpo.

La música se mece en lo posible,

en el finito redondo, donde se crispa

una agonía moderna. El canto es blanco,

huye a sí mismo, ¡vuelos! palmas lentas

sobre el océano estático: balanceo

del anca terrestre, segura de morir.

¡Orfeo, reúnete! llama tus dispersos

y conmovidos miembros naturales

y límpido reinaugura

el ritmo suficiente que, nostálgico,

en la nervadura de las hojas se limita,

cuando no forma en el aire, siempre estremecido,

una espera de fustes, sorprendida.

Orfeo, danos tu número

de oro, entre apariencias

que van del vano granito a la linfa irónica.

lntégranos, Orfeo, en otra más densa

atmósfera del verso antes del canto,

del verso universo, lancinante

en el primer silencio,

promesa del hombre, contorno aún improbable

de dioses por nacer, clara sospecha

de la luz en el cielo sin pájaros,

vacío musical a ser poblado

por el mirar de la sibila, circunspecto.

Orfeo, te llamamos, baja al tiempo

y escucha:

sólo al decir tu nombre, ya respira

la rosa trimegista, abierta al mundo.

Versión de Jorge Gaitán Durán y Dina Moscovich

Dulce fantasma, ¿por qué me visitas…

Dulce fantasma, ¿por qué me visitas

como en otros tiempos nuestros cuerpos se visitaban?

Me roza la piel tu transparencia, me invita

a rehacernos caricias imposibles: nadie

recibió nunca un beso de un rostro consumido.

Pero insistes, dulzura. Oigo tu voz,

la misma voz, el mismo timbre,

las mismas leves sílabas,

y aquel largo jadeo

en que te desvanecías de placer,

y nuestro final descanso de gamuza.

Entonces, convicto,

oigo tu nombre, única parte tuya indisoluble

música pura en continua existencia.

¿A qué me abro?, a ese aire imposible

en que te has convertido

y beso, beso esa nada intensamente.

Versión de Ángel Crespo

El mundo es grande y cabe …

El mundo es grande y cabe

en esta ventana sobre el mar.

El mar es grande y cabe

en la cama y en el colchón de amar.

El amor es grande y cabe

en el breve espacio de besar.

En mitad del camino había una piedra…

En mitad del camino había una piedra

había una piedra en la mitad del camino

había una piedra

en la mitad del camino había una piedra.

Nunca olvidaré la ocasión

nunca tanto tiempo como mis ojos cansados permanezcan abiertos.

Nunca olvidaré que en la mitad del camino

había una piedra

había una piedra en la mitad del camino

en la mitad del camino había una piedra.

Versión de Rafael Díaz Borbón

Los que sufren

Las plantas sufren como nosotros sufrimos.

¿Por qué no habrían de sufrir

si esta es la llave de la unidad del mundo?

La flor sufre, tocada

por la mano inconsciente.

Hay una ahogada queja

en su docilidad.

La piedra es sufrimiento

paralítico, eterno.

Nosotros -animales- no tenemos

ni siquiera el privilegio de sufrir.

No, mi corazón no es más grande que el mundo…

No, mi corazón no es más grande que el mundo.

Es mucho más pequeño.

En él no caben ni mis dolores.

Por eso me gusta tanto contarme a mí mismo

por eso me desvisto, por eso me grito,

por eso frecuento los diarios,

me expongo crudamente en las librerías:

necesito de todos.

Sí, mi corazón es muy pequeño.

Sólo ahora veo que en él caben los hombres.

Los hombres están aquí afuera, están en la calle.

La calle es enorme. Más grande, mucho más grande

de lo que yo esperaba.

Mas en la calle tampoco caben todos los hombres.

La calle es más pequeña que el mundo.

El mundo es grande.

Tú sabes como es grande el mundo.

Conoces los navíos que llevan petróleo y libros, carne y algodón.

Viste los diferentes colores de los hombres,

los diferentes dolores de los hombres,

sabes cómo es difícil sufrir todo eso, amontonar todo eso

en un solo pecho de hombre… sin que estalle.

Cierra los ojos y olvida.

Escucha el agua en los vidrios tan calmada. No anuncia nada.

Sin embargo, se escurre en las manos,

¡tan calmada! va inundando todo…

¿Renacerán las ciudades sumergidas?

¿Los hombres sumergidos -volverán?

Mi corazón no sabe.

Estúpido, ridículo y frágil es mi corazón.

Sólo ahora descubro cómo es triste ignorar ciertas cosas.

(En la soledad de individuo

desaprendí el lenguaje

con que los hombres se comunican).

Otrora escuché a los ángeles, las sonatas, los poemas,

las confesiones patéticas.

Nunca escuché voz de gente. En verdad soy muy pobre.

Otrora viajé por países imaginarios, fáciles de habitar,

islas sin problemas, no obstante exhaustivas

y convocando al suicidio.

Mis amigos se fueron a las islas.

Las islas pierden al hombre.

Sin embargo algunos se salvaron y trajeron la noticia

de que el mundo, el gran mundo está creciendo todos los días,

entre el fuego y el amor.

Entonces, mi corazón también puede crecer.

Entre el amor y el fuego,

entre la vida y el fuego,

mi corazón crece diez metros y explota.

-¡Oh vida futura! nosotros te crearemos.

No lo hagas

Carlos, fácil, amor

es lo que ves:

hoy un beso, mañana nada,

y el siguiente día es Domingo

y por Lunes, quién sabe

qué sucederá.

Tonto, deberías resistir

o matarte, aún.

No lo hagas, Oh, no lo hagas.

Guárdalo todo para

la fiesta de bodas, nadie sabe

cuando vendrá,

o aún si vendrá.

Amor, Carlos, hijo de la Tierra,

pasaría la noche contigo

y, vencidas tus hesitaciones,

dentro crecería una maravillosa barahúnda:

rezos

estéreo

santos bendiciéndolos

avisos para las mejores marcas de jabón,

una barahúnda nadie sabe

de dónde, qué por qué.

Aún caminas

melancólico, vertical.

Eres la palmera, eres el grito

que nadie escuchó en el cine

y las luces se apagaron.

Amor en la oscuridad -no- amor por día

es siempre triste, Carlos, mi hijo,

pero no le vayas a contar a nadie,

ellos no saben y no tienen que

saberlo.

Permanencia

Ahora recuerdo uno, antes recordaba otro.

Día vendrá en que ninguno será recordado.

Entonces en el mismo olvido se fundirán.

Una vez más la carne unida, y las bodas

cumpliéndose en sí mismas, como ayer y siempre.

Pues eterno es el amor que une y separa, y eterno

el fin

(ya comenzara , antes de ser), y somos eternos,

frágiles, nebulosos, tartamudos, frustrados:

eternos.

Y el olvido todavía es memoria, y lagunas de

sueño

cierran en su negrura lo que amamos y fuimos

un día,

o nunca fuimos y que con todo arde en nosotros

a la manera de la llama que duerme en la leña

apilada en el galpón.

Procura de la poesía

No hagas versos sobre acontecimientos.

No hay creación ni muerte ante la poesía.

Frente a ella la vida es un solo estático,

no calienta ni ilumina.

Las afinidades, los aniversarios, los incidentes personales no cuentan.

No hagas poesía con el cuerpo,

ese excelente, completo y confortable cuerpo, tan enemigo de la efusión lírica.

Tu gota de bilis, tu máscara de gozo o de dolor en lo oscuro son indiferentes.

Ni me reveles tus sentimientos,

que se prevalecen del equívoco y tientan el largo viaje.

Lo que piensas o sientes, eso aún no es poesía.

No cantes a tu ciudad, déjala en paz.

El canto no es el movimiento de las máquinas ni el secreto de las casas.

No es la música oída de paso; rumor del mar en las calles junto a la línea de espuma.

El canto no es la naturaleza

ni los hombres en sociedad.

Para él, lluvia y noche, fatiga y esperanza, nada significan.

La poesía (no extraigas poesía de las cosas)

elude sujeto y objeto.

No dramatices, no invoques,

no indagues. No pierdas tiempo en mentir.

No te aborrezcas.

Tu yate de marfil, tu zapato de diamante,

vuestras mazurcas y supersticiones, vuestros esqueletos de familia,

desaparecen en la curva del tiempo, son inservibles.

No recompongas

tu sepultada y melancólica infancia.

No osciles entre el espejo y la

memoria en disipación.

Que se disipó, no era poesía.

Que se partió, cristal no era.

Penetra sordamente en el reino de las palabras.

Allá están los poemas que esperan ser escritos.

Están paralizados, mas no hay desesperación,

hay calma y frescura en la superficie intacta.

Helos allí solos y mudos, en estado de diccionario.

Convive con tus poemas, antes de escribirlos.

Ten paciencia, si oscuros. Calma, si te provocan.

Espera que cada uno se realice y consuma

con su poder de palabra

y su poder de silencio.

No fuerces al poema a desprenderse del limbo.

No recojas en el suelo el poema que se perdió.

No adules al poema. Acéptalo

como él aceptará su forma definitiva y concretada

en el espacio.

Acércate y contempla las palabras.

Cada una

tiene mil fases secretas sobre la neutra faz

y te pregunta, sin interés por la respuesta,

pobre o terrible, que le des:

¿Trajiste la llave?

Repara:

yermas de melodía y de concepto,

ellas se refugian en la noche, las palabras.

Aún húmedas e impregnadas de sueño

rolan en un río difícil y se transforman en desprecio.

Versión de Manuel Graña Etcheverry

Reconocimiento del amor

Amiga, cómo carecen de norte

los caminos de la amistad.

Apareciste para ser el hombro suave

donde se reclina la inquietud del fuerte

(o que ingenuamente se pensaba fuerte).

Traías en los ojos pensativos

la bruma de la renuncia:

no querías la vida plena,

tenías el previo desencanto de las uniones para toda la vida,

no pedías nada,

no reclamabas tu cota de luz.

Y te deslizabas en ritmo gratuito de ronda.

Descansé en ti mi fajo de desencuentros

y de encuentros funestos.

Quería tal vez -sin percibirlo, lo juro-

sádicamente masacrarte

bajo el hierro de culpas y vacilaciones y angustias que dolían

desde la hora del nacimiento,

estigma desde el momento de la concepción

en cierto mes perdido en la Historia,

o más lejos, desde aquel momento intemporal

en que los seres son apenas hipótesis no formuladas

en el caos universal.

¡Cómo nos engañamos huyéndole al amor!

Cómo lo desconocimos, tal vez con recelo de enfrentar

su espada reluciente, su formidable

poder de penetrar la sangre y en ella

imprimir una orquídea de fuego y lágrimas.

Pero, él llegó mansamente y me envolvió

en dulzura y celestes hechizos.

No quemaba, no brillaba, sonreía.

No entendí, tonto que fui, esa sonrisa.

Me herí con mis propias manos, no por el amor

que traías para mí y que tus dedos confirmaban

al juntarse a los míos, en la infantil búsqueda del Otro,

el Otro que yo me suponía, el Otro que te imaginaba,

cuando -por agudeza del amor- sentí que éramos uno sólo.

Amiga, amada, amada amiga, así el amor

disuelve el mezquino deseo de existir de cara al mundo

con la mirada perdida y la ancha ciencia de las cosas.

Ya no enfrentamos al mundo: en él nos diluimos,

y la pura esencia en que nos transmutamos perdona

alegorías, circunstancias, referencias temporales,

imaginaciones oníricas,

el vuelo del Pájaro Azul, la aurora boreal,

las llaves de oro de los sonetos y de los castillos medievales,

todos los engaños de la razón y de la experiencia,

para existir en sí y para sí,

con la rebeldía de cuerpos amantes,

pues ya ni somos nosotros,

somos el número perfecto: Uno.

Tomó su tiempo, yo se, para que el «Yo» renunciase

a la vacuidad de persistir, fijo y solar,

y se confesara jubilosamente vencido,

hasta respirar el más grande júbilo de la integración.

Ahora, amada mía para siempre,

ni mirada tenemos para ver, ni oídos para captar la melodía,

el paisaje, la transparencia de la vida,

perdidos como estamos en la concha ultramarina de mar.

Unidos por las manos

No seré el poeta de un mundo caduco.

Tampoco cantaré al mundo futuro.

Estoy atado a la vida y miro a mis compañeros.

Están taciturnos pero alimentan grandes esperanzas.

Entre ellos considero la enorme realidad.

El presente es tan grande, no nos apartemos.

No nos apartemos mucho, vamos unidos por las manos.

No seré el cantor de una mujer o de una historia,

no hablaré de suspiros al anochecer,

del paisaje visto desde la ventana,

no distribuiré estupefacientes o cartas de suicida,

no huiré hacia las islas ni seré raptado por serafines.

El tiempo es mi materia, el presente tiempo, los hombres presentes,

la vida presente.

Vamos, no llores…

Vamos, no llores…

La infancia se ha perdido.

La juventud se ha perdido.

Pero la vida aún no se ha perdido.

El primer amor ya pasó.

El segundo también pasó.

El tercer amor pasó.

Pero aún continúa vivo el corazón.

Perdiste a tu mejor amigo.

No realizaste ningún viaje.

No posees tierra, ni casa, ni barco,

pero tienes un perro.

Algunas duras palabras

en voz tenue, te golpearon.

Esas, nunca, nunca cicatrizan.

Sin embargo, ¿existe el humor?