Reseña biográfica
Poeta español nacido en Santiago de Compostela en 1946.
Cursó la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Navarra. Es profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Granada, donde reside desde 1979.
Como investigador ha publicado varios libros relativos a temas de poesía española contemporánea, con especial atención a la vida y obra de Manuel Machado. De los galardones obtenidos se destaca el Premio Nacional de la Crítica en 1987 por «Curso superior de ignorancia».
Su obra está contenida en los siguientes títulos: «Del amor, del olvido» en 1972, «Ciego en Granada» en 1975, «Códex» 3 en 1981, «Chronica» en 1982, «Es cielo y es azul» en 1984, «Poemas» en 1988, «La música extremada» en 1991, «Cosas que no soporto en un poema» en 1991, «Punto y aparte 1966-1990» en 1992, «La imagen de su cara» en 1994, «Variación sobre una variación de Juan Garzón» en 1996, «Hacia una luz más pura» en 1999 y «Poesías escogidas» en el año 2001.
Amandiño
Amando, Amandiño, que eras de Corredoira,
cómo vuelve esta noche, con qué mágica luz,
aquel baño silvestre, y nuestras cabriolas
desnudas por el prado salpicado de bostas,
y aquella canción tuya, amigo agreste, bucanero de siete años
-«Ay, ay, ay, bendito es el borracho»-,
bajando por las hondas carballeiras
desmedida, insistente y en pelotas.
De aquel verano todo se ha perdido
menos aquella hora
maravillosamente sediciosa.
Después
tú te quedaste por tu mundo, libre de calendarios;
yo me adentré en el olor intacto de los nuevos libros.
De ellos salía el camino que -cursos, gentes ciudades-
me ha traído hasta esto.
Y ahora que contemplo mi vida
y me vienen ganas de darle una limosna,
le pregunto a los años
qué habrá sido de ti, Amandiño, amigo de un verano;
qué habrá sido de mí.
De “Curso superior de ignorancia”
As time goes by
Decir pestes de él tiene, sin duda,
un sólido prestigio literario
-tacharlo de asesino, por ejemplo,
o compararlo con
uno de esos ciclones con nombre de corista
que pasan y que dejan en los telediarios
un paisaje de grandes palmeras derrocadas
y uralitas errantes,
o simplemente lamentarlo a base
de tardes y de otoños en pálidos jardines-,
pero ahora, con la mano en el poema,
os lo confieso: he sido siempre yo
el que salió ganando de todos nuestros tratos.
A cambio de esta luz sabia y serena
con la que la experiencia ilumina las cosas
a mí se me ha llevado
sólo la juventud, ese divino
tesoro que no sirve para nada
-ya lo dijo Mark Twain- puesto en las manos
insensatas de un joven.
De “Hacia otra voz más pura”
Caballos en la nieve
Que esta página salve aquel momento:
la senda de hojarasca
que sonaba encharcada a nuestro paso
bajo la rumorosa cúpula del hayedo
{ahora aspiro ese aroma fecundo del otoño),
y el remoto fulgor de la nieve temprana:
Okolín y Sayoa. Arriba campas frías
-aquel áspero viento que llegaba de Francia-
con bordas en ruinas. Bajo el gris invernizo,
por un alto helechal con nieve polvorosa
-todo como una foto en blanco y negro-,
repentino, al trote,
unos caballos de greñudas crines.
Símbolo de otra cosa lejana (y de muy dentro)
que yo desconocía, y desconozco,
los dejo en estos versos. Aunque nunca consiga
saber qué significa un trote de caballos
sacudiendo la nieve de unos helechos negros.
De “La imagen de su cara”
Calendario perpetuo
El lunes es el nombre de la lluvia
cuando la vida viene tan malintencionada
que parece la vida.
El martes es que lejos pasan trenes
en los que nunca vamos.
El miércoles es jueves, viernes, nada.
El sábado promete, el domingo no cumple
y aquí llega otra vez -o ni siquiera otra:
la misma vez- la lluvia de los lunes.
De “La música extremada”
Camino de imperfección
Joven,
yo era un vanidoso inaguantable.
«Esto va mal», me dijo un día el espejo.
«Tienes que corregirte».
Al cabo de unas semanas era menos vanidoso.
Unos meses después ya no era vanidoso.
Al año siguiente era un hombre modesto.
Muy modesto.
Modestísimo.
Uno de los hombres más modestos que he conocido.
Más modesto que cualquiera de ustedes.
O sea
un vanidoso inaguantable
viejo.
De “Curso superior de ignorancia”
Capricornio en el paseo marítimo
Mira la tarde, mira qué canción
multicolor: las mobylettes felices
como estrellas fugaces, quinceañeras
azules con bermudas y suspensos, gaviotas
acariciando el tiempo,
la playa allá como una bienvenida…
¿Cuánto le habrá costado
al Universo, cuántos siglos, abrazos, guerras…
este momento?
Apiádate.
No sueltes
en medio de esta hora
el paquidermo mustio de tu filosofía.
De “Es cielo y es azul”
Carta
A ti, que serás siempre La Ignorada,
a ti, qúe llegaste a quién sabe qué lugar
cuando yo acababa, ay, de salir de él,
o perdiste aquel tren, no sé cuál, que te hubiera traído
al centro de mi vida,
o estabas en un banco de algún parque
un día que yo no quise pasear entre las hojas verlenianas,
a ti,
por la chacarera de tu mirada que nunca he visto,
por ese corazón que desconozco y es como una playa de
setiembre,
a ti, por todo lo que me habría obligado a amarte,
a ti, que me habrías amado hasta nunca,
que ahora puedes estar llorando
en la luz fría de una habitación de hotel,
o con tus hijos en el British Museum,
o ves el arco iris en una telaraña,
o piensas en mí sin saber que soy yo,
a ti, retrospectiva, condicional, perdida,
dondequiera que estés,
este poema.
De “Curso superior de ignorancia”
Carretera
(Homenaje a A. T.)
Invierno gris sobre las sementeras
hurañas de Castilla. Atrás quedaron
-niebla harapienta y hielo- los peñascos
de Pancorbo, y la tarde palidece
tras este parabrisas de mosquitos
estrellados. La carretera, eterna
-en la cuneta, un repentino vuelo
de urracas-, va esfumándose a lo lejos,
en el futuro. Por la radio insisten
los políticos. Pasan camiones
porcinos hacia Burgos. (Y algún tiempo
después pasa su olor). Villamartín,
Villarramiel, Frechilla, Villalón
de Campos, tantos fantasmales pueblos
de adobe -una bombilla solitaria
ya encendida (¿por quién?)- de los que aún
no se borró la antigua bienvenida
de yugos y de flechas, espadañas
con olvidados nidos de cigüeña,
andrajos de carteles de algún circo…
Tras este parabrisas de mosquitos
estrellados -el día ya apagándose-,
postes y postes. Postes que sostienen
pentagramas de pájaros sombríos.
Postes como de un sueño.
Pero mira
esos cables y anímate, muchacho:
acaso por alguno de ellos va
ahora mismo -la vida no es tan negra,
al fin y al cabo-, tembloroso de
pura belleza, hacia cualquier oído
perdido en la espaciosa y triste España,
uno de esos poemas que recita
tu amigo Andrés Trapiello por teléfono.
De “La imagen de su cara”
Como el agua
Como el agua
se afana
callada
bajo el trigo,
como la tierra,
humilde,
elabora
metales
y eleva
hasta la rosa
la hermosura,
así, de esa manera,
escribirás
tus versos:
sólo en hondo
silencio
germinan
las palabras
luminosas.
De “La música extremada”
Contraste
Ellos que viven bajo los focos clamorosos
del éxito y poseen
suaves descapotables y piscinas
de plácido turquesa con rosales
y perros importantes
y ríen entre rubias satinadas
bellas como el champán,
pero no son felices,
y yo que no teniendo nada más que estas calles
gregarias y un horario
oscuro y mis domingos baratos junto al río
con una esposa y niños que me quieren
tampoco soy feliz.
De “Curso superior de ignorancia”
De misterio
¿Quién soy
-Este intervalo de misterio
entre la rosa ardiente que corto para ti
y la rosa sombría que mi mano te tiende.
De “Curso superior de ignorancia”
Ella
Es misteriosa como el tiempo y el mercurio,
delirante y exacta, álgebra y fuego.
Cuando nadie la espera, coronada de escarcha
baja tarareando con pies maravillosos
por entre los helechos. Muchos enamorados
consagraron su vida a llamarla, elevaron
laboriosos palacios para ella
y no condescendió ni a una mirada.
No sirve para nada y son millones
los que viven por ella. Cuando piensas
que prefiere los locos y vagabundos, pasa
del brazo de un ministro o Mr. Eliot.
Es papeles manchados de tinta y es el mundo
con hogueras y robles, despedidas, los Andes,
la luna azul y Concha Valladares. Su rostro
constantemente cambia, inconstante. Y no cambia.
Bécquer la confundió con el Amor
y es una forma de no ser feliz.
De “La música extremada”
Es lo que llaman gloria
Desconocidos que te escriben cartas.
En tus versos, confiesan -entre un torpe amasijo
de entusiasmo, inocencia y metáforas ciegas-,
reconocen su vida.
Muchachos que han quemado unos pedazos
de sus mejores años componiendo,
con la más despiadada sinceridad, poemas
tuyos (que te parecen tan mediocres
como los tuyos tuyos).
Antologizadores que te ponen,
como ropas extrañas, adjetivos,
etiquetas, propósitos que jamás soñarías.
Amigas de tus hijas que te estudian en Lengua
y que tienen que hacer un comentario
de texto (¿o cementerio?) y te preguntan
sobre las estructuras.
Hispanistas que vienen a enseñarte quién eres.
Y tú siempre dudando -y dudando tus dudas-
si es que ellos no se enteran
de nada, o si tal vez están burlándose
de ti, confabulados
en una broma cósmica (pero esto me parece
demasiada crueldad para ser verosímil),
o si acaso -y entonces eres tú
quien no se entera- de tu boca sale
la voz incandescente de un algún ángel
-pero esto es ya ponerse demasiado sublime-.
Sólo hay dos cosas claras:
que por alguna parte hay un malentendido
y que todo este embrollo
es lo que llaman Gloria.
De “Poesías escogidas”
Esposa
Con tu mirada tibia
alguien que no eres tú me está mirando: siento
confundido en el tuyo otro amor indecible.
Alguien me quiere en tus te quiero, alguien
acaricia mi vida con tus manos y pone
en cada beso tuyo su latido.
Alguien que está fuera del tiempo, siempre
detrás del invisible umbral del aire.
De “Chrónica”
Fatum
Ese niño que llega, cartera remolona,
botines desatados, al colegio de Sánchez
no sabe que sus pasos felices por Sevilla
-luz, patios, calles, cales- le acercan a Collioure.
París, rue Vaugirard. Ese muchacho
gris y desmadejado que avanza hacia el otoño
verleniano del hondo Jardín de Luxemburgo
no sabe que camina hacia Collioure.
Por la alameda de oro -Soria pura-,
lentos enamorados demorándose,
mirándose en el Duero -Soria pura-. La novia,
con manos inocentes,
sacude la ceniza -tiza acaso-
del hombro del poeta, que no sabe
que tan dulces senderos le llevan a Collioure.
El señor que, enlutado como un cirio,
con su bastón y pasos soñolientos
-domingo provincial- sube a los olivares
de Baeza no sabe que sube hacia Collioure.
El viejo arrebujado en sus recuerdos
que mira cómo pasan,
vertiginosos, los naranjos por la ventana
del coche, y los aspira -Levante azul-, no sabe
que por aquella ruta de flores y palomas
y muchachas se está acercando a Collioure.
Un súbito frenazo, la puerta abierta, el frío
látigo de la lluvia. Sale a la noche y anda
entre voces anónimas, oscuras,
y olor a bajamar. La lluvia. Unas preguntas
francesas, tan extrañas como un sueño, la lluvia,
los papeles, la lluvia, los gendarmes mojados
alzando la cadena fronteriza.
Igual que un sueño todo.
Francia, ya clareando, y aquel cartel: «CPLLIOURE»,
nombre jamás oído. No sabe que allí estaba,
desde siempre, esperándole su muerte.
De “Codex 3”
Insisto
Mi vida: tantos días
que no estuve en El Cuzco
ni en Siena ni en Grenoble,
tantos aviones rubricando el cielo
en los que yo no iba, tantas voces
cuyo calor jamás
tocó mi corazón.
Sólo el tiempo, vacío,
sólo el tiempo, esta estepa
desesperada, sólo
ver los martes, los miércoles, los jueves,
ver cómo se suceden, implacables,
los tubos de Colgate.
De “Es cielo y es azul”
Jacques Brel
En algún cementerio de algún lugar,
ajeno a las hojas secas que el viento frotará sobre las losas
y al juego menudo de los gorriones,
yace, tierra sombría, Jacques Brel. No sabrá
que su voz, susurrando Ne me quitte pas,
nos empujó esta noche a ti y a mí hasta esta alcoba
en la que ahora nos adormece esta tibia fatiga compartida.
De “Chrónica”
Las tres cantigas
“Reina de los cielos, madre del pan de trigo”.
Berceo, Milagros de Nuestra Señora
I
Qué música tus manos, fina corza
del mayo más intacto, qué gesto de azucena,
qué iluminada crece la hierba donde pisas.
Eres la tesorera del silencio,
el sauce que se inclina a toda pena;
eres la que se queda fuera de las palabras;
sólo un nombre ojival puede nombrarte:
madre del pan de trigo, sí. La sombra
de una sonrisa tuya iguala a mil cerezos,
y es que hasta tu sandalia nazarena,
alondra cristalina, arpa de lágrimas.
Vienen del siglo XIII los mejores
ruiseñores y minian tu aleluya.
También aquí mi boca con sus costras,
mi voz, acostumbrada a hurgar entre basuras
con hambres vergonzosas,
intenta un vuelo azul y esta ramera rancia
también te dice Salve.
II
Afuera las cuadrigas, los edictos de mármol,
los corros de reojo, los vivas insurrectos,
pero dentro la cal resplandeciente, el agua
justa en el cantarillo, la alacena sumisa
y un silencio mejor que el de los astros.
Afuera las palabras profundas, el progreso
sin duda, los debates en torno a los debates
y la filología con ropas de virtud,
pero dentro la escoba barriendo unas virutas,
la sonrisa volando sobre el puchero alegre,
la lámpara y su aceite precavido
y un silencio mejor que el de los astros.
Afuera los denarios, la nueva danzarina,
el circo clamoroso y los esclavos,
pero dentro el geranio risueño en su maceta,
el pan y el vino sobre la mesa, las honradas
herramientas, los lienzos en el arca
con membrillos bien sanos
y un silencio mejor que el de los astros.
Afuera las posadas, su tráfico políglota,
la púrpura y el crimen, los remotos
camellos y las jarcias afanosas;
afuera el mundo entero, pero dentro
una niña con gesto de tórtola asustada
que deja su costura de novia,
que sonríe,
que dice inmensamente: Hágase en mí según
tus palabras y vuelve a su silencio,
mejor, mejor, mejor que el de los astros.
III
Eres madre del pan, eres un cuenco
de leche hospitalaria, bien caliente;
eres humildemente la cerilla
que alumbra un apagón
de cuatro siglos;
eres la venda justa, eres paisana
de todo lo que amo.
La caricia
candeal de tus manos disuade cada lágrima
que congelada baja pecho adentro.
No me niegues a mí tu voz, la chimenea
de todos los viajeros del invierno.
De “Poesías escogidas”
Otro poema de amor
Qué dicha no ser Basho, en cuya voz
florecían tan leves los ciruelos,
ni ser Beethoven con su borrasca en la frente
ni Tomás Moro en el taller de Holbein.
Qué dicha no tener
un bungalow en Denver (Colorado)
ni estar mirando desde el Fitz Roy el silencio
mineral de la tarde patagónica
ni oler la bajamar de Saint-Malo
y estar aquí contigo, respirándote, viendo
la lámpara del techo reflejada en tus ojos.
De “Curso superior de ignorancia”
Pequeño testamento
Os dejo el río Almofrey, dormido entre zarzas con mirlos,
las hayas de Zuriza, el azul guaraní de las orquídeas,
los rinocerontes, que son como carros de combate,
los flamencos como claves de sol de la corriente,
las avispas, esos tigres condensados,
las fresas vagabundas, los farallones de Maine, el Annapurna,
las cataratas del Niágara con su pose de rubia platino,
los edelweiss prohibidos de Ordesa, las hormigas minuciosas,
la Vía Láctea y los ruyseñores conplidos.
Os dejo las autopistas
que exhalan el verano en la hora despoblada de la siesta,
el Cántico espiritual, los goles de Pelé,
la catedral de Chartres y los trigos ojivales,
los aleluya de oro de los Uffizi,
el Taj Mahal temblando en un estanque,
los autobuses que se bambolean en Sao Paulo y en Mombasa
con racimos de negros y animales felices.
Todo para vosotros, hijos míos.
Suerte de haber tenido un padre rico.
De “Curso superior de ignorancia”
Por favor
Se van muriendo uno tras otro
como en las películas de náufragos
o de aviones estrellados en neveros incógnitos.
Sucumbió el portero de fútbol catequístico
y el bailarín de valses bajo la luz periódica de un faro
y el estudiante que sueña
un verano arqueológico en Egipto
y el insensato que sufre por unos ojos
que eran una sucursal del Cantábrico
y el posible profesor de español en Colorado.
Ahora está agonizando -es evidente- el aspirante a gran poeta
y no vivirá mucho el montañero que conoce por sus nombres
todas las aguas de Belagua y Zuriza.
No sé cuáles serán los supervivientes definitivos,
los miguel d’ors que lleguen a la última secuencia
-que según los antiguos es el paso de un río-,
pero le pido al Cielo que en aquel grupo esté, por favor,
el muchacho que una tarde,
mirándote mirar el escaparate de la librería Quera
en la calle Petritxol de Barcelona,
empieza a enamorarse de ti como un idiota.
De “Hacia otra voz más pura”
Principio para un poema autobiográfico prologal
Yo soy aquel que ayer no más (si ayer
puede significar «hace dieciocho años»)
cantaba del amor y del olvido.
O, para ser exacto, de no sé qué campanas
que oía algunas tardes no sé dónde
-pero sin duda alguna allá por el ensueño-
por motivos, supongo, de endocrinología
(veintimuypocos años, y con Saturno encima
llenándome y llenándome, sigiloso e imparable
como esos camareros de restaurante bien,
mi copa de tenaz melancolía,
y, completando el cuadro -clínico, lo repito-,
alguna que otra tierna compañera de apuntes
con, por ejemplo, una manera angélica
de pronunciar together en primero de inglés
o un pañuelo estampado con momentos de hipódromo
-consúltese el poema, que entonces me encantaba,
«Agora qu’inda é tempo de cireixas»-),
y también de esa atmósfera
pura, cálida, azul, paradisíaca
… y, la verdad, notablemente apócrifa
que los críticos llaman «recuerdo de la infancia»
y más o menos sirve de escondrijo
-porque algo hay que buscarse-
cuando desde muy dentro nos acosan
como perros furiosos ciertas cosas
que mire usted por dónde
no son sino las negras consecuencias
de lo que fue realmente nuestra infancia.
Raro asunto
Raro asunto la vida: yo que pude
nacer en 1529,
o en Pittsburg o archiduque, yo que pude
ser Chesterton o un bonzo, haber nacido
gallego y d’Ors y todas estas cosas.
Raro asunto
que entre la muchedumbre de los siglos,
que existiendo la China innumerable,
y Bosnia, y las cruzadas, y los incas,
fuese a tocarme a mí precisamente
este trabajo amargo de ser yo.
De “Es cielo y es azul”
Reproche a Miguel d’Ors
Tu corazón navega en la «Kon-Tiki»,
se adentra con Amundsen por la grandes
soledades heladas,
sube al Nanga Parbat con Hermann Buhl, se abre
paso hacia el Amazonas, monta potros,
se hunde en ciénagas verdes con fiebres y mosquitos,
atraviesa desiertos, caza el oso.
Y tú aquí, traidor, en un escalafón y un horario.
De “Chrónica”
Splendor veritatis
Tu rostro, que aparece -un relámpago- y que
desaparece. Muero buscando entre palabras
apagadas un ascua de verdad que ilumine
un instante ese rostro. Haberlo casi visto
-un reflejo en el río- y vivir solamente
para volver a verlo. Que aparece -un relámpago-
y que desaparece. Qué dolor y qué gozo
este mover palabras, materia que se cierra
con espesor de piedra sobre Tu luminosa
permanencia, o que logra un destello, o siquiera
nos permite ese leve temblor de Tu inminencia
bajo la piel de un verso. Es esto la poesía:
buscar en las palabras, con las palabras, contra
las palabras Tu rostro, que aparece -un relámpago-
y que desaparece.
De “Curso superior de ignorancia”
Tal es la inspiración
Los antiguos hablaron de la Musa.
Del Numen Don Manuel Josef Quintana
(naturalmente, entre signos de admiración).
Otros de ángel, de duende, de un dedo celestial
y otros mil artilugios
que en un Pérez -afirman- levantan un Poeta.
La experiencia prefiere dejarse de cumplidos:
obstinada, nos habla
más bien de madres locas, de padres coroneles,
de palizas borrachas
o largas tardes grises meditando la lluvia
en la ventana de la soledad
como si cada verso tuviera en su pasado
un niño con las alas malheridas.
De “La música extremada”
Variación sobre una variación de Juan Garzón
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados
es porque hubo una mano que, ardiente en la penumbra
de una tarde perdida,
dispuso con extraño poder unas palabras.
El tiempo, como el viento de octubre los prospectos,
arrastra hacia el ayer las tardes y los años,
los amores y los enamorados:
polvo que se adelgaza, y luego nada.
Pero
su fuerza nada pudo contra aquellas
sílabas de diamante,
en las que siguen refulgiendo, claros,
serenos, unos ojos
que acaso no existieron más que en sueños
pero que al otro extremo de los siglos
aún de un dulce mirar son alabados.
Variaciones sobre un tema de Stevens
No es el canto del mirlo: es el silencio
que nos deja, un silencio
que es algo diferente del silencio
porque en él suena aún el recuerdo del canto
del mirlo. Ni silencio
ni canto: lo que ocurre cuando el canto
ya ha acabado y aún no ha empezado el silencio.
Puedes llamarlo el alma.
De “La imagen de su cara”
Vaticinio
Le esposarán las manos por la espalda,
pero él tendrá seis años
y correrá mojado entre las altas
hierbas de su memoria.
Le cerrarán la puerta,
se callará la llave al otro lado,
y él verá los sinsontes entre los patriarcales
olmos de Baton Rouge, la via del Babuino,
las bateas azules de Cangas de Morrazo.
Le pondrán cualquier número, lo formarán en fila,
lo contarán, y él, mientras,
cabalgará cantando contra el viento
desmedido de algún acantilado.
Lo matarán y nunca se habrá muerto,
y sobre su cadáver, a pie firme,
le sonreirá a los muertos que le miren
al otro extremo de las metralletas.
De “Curso superior de ignorancia”