Díaz Mirón, Salvador

Reseña biográfica

Poeta mexicano nacido Veracruz en 1853.

Desde muy temprana edad se inició en el oficio de periodista, siguiendo los pasos de su padre quien siempre estuvo vinculado a la política. Muy pronto empezó a leer las páginas de los clásicos grecolatinos, de escritores contemporáneos, particularmente mexicanos, españoles y franceses.

Está considerado como uno de los precursores del modernismo de la poesía mexicana. Autor de una vasta obra, muchos de sus poemas sólo fueron publicados en el «Diario Comercial» y nunca se editaron.

De sus poemarios se destacan: «Lascas» y «La mujer de nieve».

Tras un largo exilio por motivos políticos, regresó a México donde falleció en 1928.

A Berta

Ya que eres grata como el cariño

ya que eres bella como el querub,

ya que eres blanca como el armiño,

¡sé siempre ingenua, sé siempre tú!

El torpe engaño que el vicio fragua

nunca se aviene con la virtud.

¡Sé transparente como es el agua,

como es el aire, como es la luz

Que tu palabra -dulce armonía

que tu alma exhala como un laúd,

como una alondra que anuncia el día

presa en la sombra que flota aún-

sea un arroyo sereno y puro

do, al inclinarme como un saúz,

mire las guijas del fondo oscuro

y las estrellas del cielo azul.

A Blanca

¡Tu belleza mirífica no asoma

y en éxtasis escucho tu voz clara,

que llega del jardín cual un aroma,

pero cual un aroma que cantara!

¡Endulzas con tu acento un mar de acíbar

y en éxtasis escucho tu voz clara,

que viene de un amor, cual un almíbar,

pero cual un almíbar que cantara!

A Déltima

Vuelve a mí la odorífera corola

y acoge la oblación de mis gorjeos,

¡oh tú, la rosa mística, la sola

flor viva del jardín de mis deseos!

Tu esencia, en que mi anhelo se sacia,

es tu cáliz nítido, que adoro,

gota de miel en ánfora de gracia,

grano de mirra en incensario de oro.

A ti van los suspiros y las quejas

del nostálgico mal que me consume.

Las ansias de mi afán son las abejas

y tú eres la dulzura y el perfume.

* * *

Mas estas notas que mi angustia exhala

son las últimas ¡ay! que habré de darte…

Son los batidos lúgubres del ala

de la ilusión que se despide y parte.

¡Mujer, entre mi afecto y tu cariño

hay un abismo que mi orgullo ensancha,

y sé que tu virtud es un armiño

que no consiente ni soporta mancha!

¡Altivez infernal! ¡Deber penoso!

¡Escollos de dolor en nuestra vía…!

¡Yo no puedo sin mengua ser tu esposo

y tú no puedes con honor ser mía!

* * *

¡Oh memoria… gloriosa infortunada,

llévame hacia el edén que mi alma quiso!

¡Oh mi pobre pasión… Eva enlutada,

toma con el recuerdo al paraíso!

¡Anda! ¡Riega y evoca con tu llanto

tus agostadas primaveras puras,

ángel apocalíptico en el santo

valle de Josafat de las venturas!

¡Después… oh triste mártir que palpitas

de nuevo bajo el paño de la muerte!

¡Noble Cristo interior que resucitas,

huye del cautiverio de la suerte!

¡Rocío abrasador, quema mis ojos!

¡Lluvia de tempestad, inunda el suelo!

¡Plegaria funeral, ponte de hinojos!

¡Volcán, arroja tu erupción al cielo!

¡Oh, mi amor…! ¡Sal del féretro en que yaces!

¡Brota del corazón que has hecho trizas!

¡Sube a Dios, fénix ígneo que renaces

cantando de tus mágicas cenizas!

A ella

Semejas esculpida en el más fino

hielo de cumbre sonrojado al beso

del sol, y tienes ánimo travieso,

y eres embriagadora como el vino.

Y mientras: no imitaste al peregrino

que cruza un monte de penoso acceso,

y párase a escuchar con embeleso

un pájaro que canta en el camino.

Obrando tú como rapaz avieso,

correspondiste con la trampa del trino,

por ver mi pluma y torturarme preso.

No así al viandante que se vuelve a un pino

y párase a escuchar con embeleso

un pájaro que canta en el camino.

A Gloria

¡No intentes convencerme de torpeza

con los delirios de tu mente loca!

¡Mi razón es al par luz y firmeza,

firmeza y luz como el cristal de roca!

¡Semejante al nocturno peregrino

mi esperanza inmortal no mira el suelo:

no viendo más que sombra en el camino,

sólo contempla el esplendor del cielo!

¡Vanas son las imágenes que entraña

tu espíritu infantil, santuario oscuro!

¡Tu numen, como el oro en la montaña,

es virginal y por lo mismo impuro!

¡A través de este vórtice que crispa,

y ávido de brillar, vuelo o me arrastro,

oruga enamorada de una chispa

o águila seducida por un astro!

¡Inútil es que con tenaz murmullo

exageres el lance en que me enredo:

yo soy altivo, y el que alienta orgullo

lleva un broquel impenetrable al miedo!

Fiado en el instinto que me empuja

desprecio los peligros que señalas.

«¡El ave canta aunque la rama cruja:

como que sabe lo que son sus alas!»

Erguido bajo el golpe en la porfía

me siento superior a la victoria.

¡Tengo fe en mí: la adversidad podría

quitarme el triunfo pero no la gloria!

¡Deja que me persigan los abyectos!

¡Quiero atraer la envidia aunque me abrume!

¡La flor en que se posan los insectos

es rica de matiz y de perfume!

¡El mal es el teatro en cuyo foro

la virtud, esa trágica, descuella:

es la sibila de palabra de oro;

la sombra que hace resaltar la estrella!

¡Alumbrar es arder! ¡Estro encendido

será el fuego voraz que me consuma!

¡La perla brota del molusco herido

y Venus nace de la amarga espuma1

Los claros timbres de que estoy ufano

han de salir de la calumnia ilesos.

Hay plumajes que cruzan el pantano

y no se manchan… ¡Mi plumaje es de ésos!

¡Fuerza es que sufra mi pasión! La palma

crece en la orilla que el oleaje azota.

¡El mérito es el náufrago del alma:

vivo se hunde, pero muerto, flota!

¡Depón el ceño y que tu voz me arrulle!

¡Consuela el corazón del que te ama!

Dios dijo al agua del torrente: ¡bulle!,

y al lirio de la margen: ¡embalsama!

¡Confórmate, mujer! ¡Hemos venido

a este valle de lágrimas que abate,

tú como la paloma para el nido,

y yo, como el león, para el combate1

A M…

¿Detenerme? ¿Cejar? ¡Vana congoja!

La cabeza no manda al corazón.

Prohibe al aquilón que alce la hoja,

no a la hoja que ceda al aquilón!

¡Cuando el torrente por los campos halla

de pronto un dique que le dice: atrás,

podrá saltar o desquiciar la valla

pero pararse o recular… jamás!

¿Por qué te adoro y a tus pies me arrastro?

¿Por qué se obstinan en volverse así

la aguja al norte, el heliotropo al astro,

la llama al cielo y mi esperanza a ti?

A Margarita

¡Qué radiosa es tu faz blanca y tranquila

bajo el dosel de tu melena blonda!

¡Qué abismo tan profundo tu pupila,

pérfida y azulada como la onda!

El fulgor soñoliento que destella

en tus ojos donde hay siempre un reproche,

viene cual la mirada de la estrella,

de un cielo ennegrecido por la noche.

¡Tu rojo labio en que la abeja sacia

su sed de miel, de aroma y embeleso,

ha sido modelada por la gracia

más para la oración que para el beso!

¡Tu voz que ora es aguda y ora grave,

llena de gratitud suena en mi oído

como el saludo arrullador del ave

al sol naciente que despierta el nido!

¡La palabra mordaz y libertina,

en tu boca, que el ósculo consume,

es una flor de punzadora espina,

pero que tiene un mágico perfume!

¡Tu discurso es amargo, licencioso

y repugnante, pero extraño ejemplo!-

tu acento es dulce, arrobador y uncioso,

como el canto del órgano en el templo!

¡Tu lenguaje, a cuyo eco me emociono,

lastima al mismo tiempo que recrea:

es el salmo de un ángel por el tono

y el alma de un demonio por la idea!

¡Tu mano esconde un cetro: el albo lirio,

y fue tallada con primor no escaso

más para la limosna y para el cirio

que para la caricia y para el vaso!

¡Tu cuerpo…! ¡Qué a menudo la locura

rasgó ante mí tus hábitos discretos,

y tu estatuaria y lúbrica hermosura

me reveló sus íntimos secretos!

¡Cuántas veces a la hora del tocado

penetré hasta tu estancia encantadora!

Y en un tibio misterio plateado

por una claridad como de aurora,

te hallé al salir del agua derramando

un rocío de líquidos cambiantes

-escultura de nieve, comenzando

a deshelarse ya verter diamantes-.

Y vi a la sierva que te adorna y peina

ajustar con destreza cuidadosa

tu magnífica túnica de reina

a tu soberbia desnudez de diosa!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Qué miseria o qué afán o qué flaqueza

te arrojó del Edén, Eva proscrita?

¿Qué Fausto asió tu virginal belleza

y la acostó en el fango, Margarita?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¡Inexplicable suerte, buena y mala,

la que a ti me llevó y a mí te trajo!

¡Nuestro insensato amor es una escala

y por ella tú asciendes y yo bajo!

¡Oculta y sola, mi pasión huraña

crece en mi corazón herido y yerto;

oculta, como el cáncer en la entraña;

sola, como la palma en el desierto!

A Piedad

Llegas a mí con garbo presumido,

tierna y gentil. ¡Cuán vario es el orgullo!

Ostenta en el león crin y rugido,

y en la paloma tornasol y arrullo.

Brillas y triunfas, y a carnal deseo

cierras la veste con seguro alarde,

y en el fulgor de tu mirada veo

sonreír al lucero de la tarde.

Hay minutos de gracia, que suspenden

el dolor con alivio soberano,

que de la paz divina se desprenden

para cruzar el infortunio humano.

Virtud celeste a la miseria mía

viene contigo, y en el antro asoma

y entra y cunde como una melodía,

como una claridad, como un aroma.

Al triste impartes, como buena maga,

tregua feliz, y en dulce desconcierto,

bendigo por el bálsamo la llaga

y amo por el oasis el desierto.

Y me vuelvo a mi cítara y la enfloro

y la pulso, y el son que arranco a ella

se va, tinto en la púrpura y el oro

del puesto sol, a la primera estrella.

A ti

Portas al cuello la gentil nobleza

del heráldico lirio; y en la mano

el puro corte del cincel pagano;

y en los ojos abismos de belleza.

Hay en tus rasgos acritud y alteza,

orgullo encrudecido en un arcano,

y resulto en mi prez un vil gusano

que a un astro empina la bestial cabeza.

Quiero pugnar con el amor, y en vano

mi voluntad se agita y endereza,

como la grama tras el pie tirano.

Humillas mi elación y mi fiereza;

y resulto en mi prez un vil gusano

que a un astro empina la bestial cabeza.

A una dama

Bailas por antojo que al mancebo engríe;

y “escotada” luces dos hechizos fuera,

y en el rubio monte de tu cabellera

una flor de grana bruscamente ríe.

¡Pasas, huyes, tornas y el placer deslíe

fósforo combusto que te pinta ojera,

y tu maridazo mira errar la hoguera

y nada barrunta que le contraríe!

¡Y en el rubio monte de tu cabellera

una flor de grana bruscamente ríe!

Al separarnos

Nuestras dos almas se han confundido

en la existencia de un ser común,

como dos notas en un sonido,

como dos llamas en una luz.

Fueron esencias que alzó un exceso,

que alzó un exceso de juventud,

y se mezclaron, al darse un beso,

en una estrella del cielo azul.

Y hoy que nos hiere la suerte impía,

nos preguntamos con inquietud:

¿cuál es la tuya? ¿cuál es la mía?

Y yo no acierto ni aciertas tú.

Canción medioeval

¡Oh tú la de crin rubia, luenga y rizada,

que caída en torrente barre las losas,

y que volando incita las mariposas,

porque así luce aspecto de llamarada!

Linajuda Regina que, por taimada,

finges al viejo duque modelo a esposas,

y de sus canas dices honestas cosas,

más dignas de la espuma de una cascada.

Ven y place al que tiene la voz dorada,

y perennes ortigas y eternas rosas,

y en el talón espuela y al cinto espada.

No ignores que los himnos hacen las diosas.

¡Oh tú la de crin rubia, luenga y rizada,

que caída en torrente barre las losas!

Cleopatra

La vi tendida de espaldas

entre púrpura revuelta.

Estaba toda desnuda,

aspirando humo de esencias

en largo tubo, escarchado

de diamantes y de perlas.

Sobre la siniestra mano

apoyada la cabeza;

y como un ojo de tigre,

un ópalo daba en ella

vislumbres de fuego y sangre

el oro de su ancha trenza.

Tenía un pie sobre el otro

y los dos como azucenas;

y cerca de los tobillos

argollas de finas piedras,

y en el vientre un denso triángulo

de rizada y rubia seda.

En un brazo se torcía

como cinta de centellas,

un áspid de filigrana

salpicado de turquesas,

con dos carbunclos por ojos

y un dardo de oro en la lengua.

A menudo suspiraba;

y sus altos pechos eran

cual blanca leche, cuajada

dentro de dos copas griegas,

y en alabastro vertida,

sólida ya, pero aún trémula.

¡Oh! Yo hubiera dado entonces

todos mis lauros de Atenas,

por entrar en esa alcoba

coronado de violetas,

dejando ante los eunucos

mis coturnos a la puerta.

Con qué dolor, y válgame ser franco…

¡Con qué dolor, y válgame ser franco,

trazo los versos que a mi lado impetras!

Esta cuartilla de papel en blanco

me parece una lápida sin letras.

Tristísimo recuerdo me acongoja

y pienso, visionario como un zafio,

que escribo, no una endecha en una hoja,

sino sobre un sepulcro un epitafio.

No extrañes, no, que mi razón sucumba

a esta ilusión que envuelve algo de cierto

porque, ay, tu corazón es una tumba

desde el instante en que tu amor fue un muerto.

¡Tu amor! Ve el mío que cual ámbar de oro

paréceme que nunca se consume,

que ni siquiera sufre deterioro

aunque despida sin cesar perfume.

Mas ¿a dónde me lleva mi extravío?

Perdona a mi amargura ese reproche.

Por ti puedo decir como el judío:

¡un ángel ha pasado por mi noche!

Por ti en el molde general no cupe;

quise ovaciones, codicié oropeles

y en la tribuna y con la lira supe

ganar aplausos y obtener laureles.

Después… ¡mi gloria huyó con mi ventura

y, como nube tenebrosa, el duelo

ha cerrado en mi alma la abertura

que daba grande y esplendente al cielo!

Adiós. Dejo a tus plantas un gemido

y retorno a la sombra más espesa

pues vuelvo a la que reina en el olvido,

y no hay otra tan negra como ésa.

Confidencias

Una flor por el suelo,

un cielo de hojas empapado en lloro

y encima de ese cielo, el otro cielo

lleno de luna y de brillantes y oro…

Un arroyo que el aura acariciaba;

un banco… sobre el banco

así, como quien flota, se sentaba;

y vestida de blanco,

bella como un arcángel, me esperaba.

Aún flotan en mis noches de desvelo

con la luz de una luna como aquélla,

el verde y el azul de cielo y cielo,

y aura y arroyo y flor y banco y ella.

¿No te acuerdas, mujer, cuántos delirios

yo me forjaba, junto a ti de hinojos,

al resplandor de los celestes cirios,

al resplandor de tus celestes ojos?

¿Te acuerdas, alma mía?

¡Entonces inocente

me jurabas amor y yo podía

besar tu corazón sobre tu frente!

¡Ayer, unos tras otros,

mil delirios así pude fingirme;

hoy no puede haber nada entre nosotros,

hoy tú vas a casarte… y yo a morirme!

¡Y tanto sol y porvenir dorado,

tanto cielo soñado,

en una inmensa noche se derrumba!

¡Hoy me dijiste tú: no hay esperanza;

hoy te digo: en paz goza; y, en mi tumba,

mañana me dirás: en paz descansa!

Nueva York, 1876

Consonancias

A M…*

Tu traición justifica mi falsía

aunque lo niegues con tu voz de arrullo;

mi amor era muy grande, pero había

algo más grande que mi amor, mi orgullo.

Calla, pues. Ocultemos nuestro duelo,

la queja es infecunda y nada alcanza;

agonicemos contemplando el cielo

ya que el cielo es nuestra única esperanza.

No creas que este mal decrezca y huya:

cada vez menos parco y más despierto

imperará en mi vida y en la tuya

«como reina el león en el desierto».

Los años rodarán en el abismo

sin que recobres la perdida calma.

¡Tú siempre llevarás, como yo mismo,

un cadáver en lo íntimo del alma!

El tiempo no es el médico discreto

que, por medio del fórceps del olvido,

saca del fondo de la entraña el feto

muerto allí como el pájaro en su nido.

*Matilde Saulnier

Copo de nieve

Para endulzar un poco tus desvíos

fijas en mí tu angelical mirada

y hundes tus dedos pálidos y fríos

en mi oscura melena alborotada.

¡Pero en vano, mujer! No me consuelas.

Estamos separados por un mundo.

¿Por qué, si eres la nieve, no me hielas?

¿Por qué, si soy el fuego, no te fundo?

Tu mano espiritual y transparente,

cuando acaricia mi cabeza esclava,

es el copo glacial sobre el ardiente

volcán cubierto de ceniza y lava.

Date Lilia

¡Clava en mí tu pupila centellante

en donde el toque de la luz impresa

brilla como una chispa de diamante

engastada en una húmeda turquesa!

¡Tal fulgura una perla de rocío

en el esmalte azul de una corola!

¡Tal radia en el crepúsculo sombrío

la estrella del amor, pálida y sola!

Deja que ruede libre tu cabello

como la linfa que desborda el cauce,

para que caiga en torno de tu cuello

como el follaje alrededor del sauce;

para que flote, resplandor de aurora

sobre tu rostro que el sonrojo empaña

como esas tintas con que el sol colora

la nieve que circunda la montaña;

para que al soplo de mi aliento vuele

y tu ígneo labio, cuya esencia adoro,

ría a través cual la amapola suele,

roja y vivaz, en el trigal de oro.

¡Habla! ¡Mas sólo de placer! Exhala

el arrullo nupcial de la paloma!

¡Fuera el temor! ¡La rosa de Bengala

no tiene espinas, mas tampoco aroma!

Tu acento de sirena me embelesa…

Tu palabra es miel híblea derramada…

Tu boca, que cerrada es una fresa,

se abre como se parte una granada.

Pero guardas silencio y te estremeces.

¿Por qué te aflige la mundana insidia?

¡Consuélate pensando que los jueces

que nos condenen, nos tendrán envidia!

¿No me oyes? ¿Cuál ha sido nuestra falta?

¿Es culpable la sed que apura el vaso?

¿Comete un crimen el raudal que salta

cuando halla un dique que le corta el paso?

¿Por qué triste y glacial como la muda

estatua del dolor bajas la vista,

mientras tu mano anuda y desanuda

las puntas del pañuelo de batista?

¿Por que esa gota en que expiró un reproche

corre por tu mejilla ruborosa

corno un hilo de aljófar de la noche

por un tímido pétalo de rosa?

¿Por qué tu pecho en que el candor anida

tiembla con ansia cual batiendo el vuelo

palpita el ala de la garza herida

que pugna en vano por alzarse al cielo?

¡Ya está, vamos! ¡Que cese tu quebranto!

¡Alza tu bella cabecita rubia,

quiero ver tu sonrisa entre tu llanto

como un rayo de sol entre la lluvia!

La palma vuelve su cogollo espeso

a aspirar aire con gentil donaire

y ebria de amor en el festín del beso,

estalla en flores, perfumando el aire.

¡Imita al árbol del desierto! ¡Sacia

tu afán de dicha y que tu canto vibre!

¡Ave María, en plenitud de gracia:

joven, hermosa, idolatrada y libre!

Dedicatoria

Cuanto en mí vierte luz y armonía

ha nacido a tus besos de miel;

yo soy bardo y tribuno, alma mía,

porque tú eres aliento y laurel.

Si he lanzado una piedra a los cielos,

si fui cruel, no me guardes rencor;

confesando que ha sido por celos,

harto digo que fue por amor.

No te aflijas si el nauta suspira

tanto nombre en las noches del mar;

si son muchos los astros que mira,

uno solo es la Estrella Polar.

La esperanza, luchando y venciendo,

me promete sin par galardón;

¡a ti vaya, sangrando y gimiendo,

este libro, que es un corazón!

Cuanto en mí vierte luz y armonía

ha nacido a tus besos de miel;

yo soy bardo y tribuno, alma mía,

porque tú eres aliento y laurel.

Dentro de una esmeralda

Junto al plátano sueltas, en congoja

de doncella insegura, el broche al sayo.

La fuente ríe, y en el borde gayo

atisbo el tumbo de la veste floja.

Y allá, por cima de tus crenchas, hoja

que de vidrio parece al sol de mayo,

toma verde la luz del vivo rayo,

y en una gema colosal te aloja.

Recatos en la virgen son escudos;

y echas en tus encantos, por desnudos,

cauto y rico llover de resplandores.

Despeñas rizos desatando nudos;

y melena sin par cubre primores

y acaricia con puntas pies cual flores.

Deseos

¡Yo quisiera salvar esa distancia,

ese abismo fatal que nos divide,

y embriagarme de amor con la fragancia

mística y pura que tu ser despide!

¡Yo quisiera ser uno de los lazos

con que decoras tus radiantes sienes!

¡Yo quisiera, en el cielo de tus brazos,

beber la gloria que en tus labios tienes!

¡Yo quisiera ser agua y que en mis olas,

que en mis olas vinieras a bañarte,

para poder, como lo sueño a solas,

a un mismo tiempo por doquier besarte!

¡Yo quisiera ser lino, y en tu pecho,

allá en las sombras, con ardor cubrirte,

temblar con los temblores de tu pecho

y morir del placer de comprimirte1

¡Oh, yo quisiera mucho más! ¡Quisiera

llevar en mí, como la nube, el fuego;

mas no, como la nube en su carrera,

para estallar y separarnos luego!

¡Yo quisiera en mí mismo confundirte,

confundirte en mí mismo y entrañarte;

yo quisiera en perfume convertirte,

convertirte en perfume y aspirarte!

¡Aspirarte en un soplo como esencia,

y unir a mis latidos tus latidos,

y unir a mi existencia tu existencia,

y unir a mis sentidos tus sentidos1

¡Aspirarte en un soplo del ambiente,

y así verter sobre mi vida en calma,

toda la llama de tu pecho ardiente

y todo el éter de lo azul de tu alma!

¡Aspirarte mujer… de ti llenarme,

y en ciego y sordo y mudo constituirme,

y ciego, y sordo y mudo, consagrarme

al deleite supremo de sentirte

y a la suprema dicha de adorarte!

Despedida al piano

Tristes los ojos, pálido el semblante,

de opaca luz al resplandor incierto,

una joven con paso vacilante

su sombra traza en el salón incierto.

Se sienta al piano: su mirada grave

fija en el lago de marfil que un día

aguardó el beso de su mano suave

para rizarse en olas de armonía.

Agitada, febril, con insistencia

evoca al borde del teclado mismo,

a las hadas que en rítmica cadencia

se alzaron otra vez desde el abismo.

Ya de Mozart divino ensaya el estro,

de Palestrina el numen religioso,

de Weber triste el suspirar siniestro

y de Schubert el canto melodioso.

-¡Es vano! -exclamó la joven bella,

y apagó en el teclado repentino

su último son, porque sabía ella

que era inútil luchar contra el destino.

-Adiós -le dice-, eterno confidente

de mis sueños de amor que el tiempo agota,

tú que guardabas en mi edad riente

para cada ilusión alguna nota;

hoy mudo estás cuando tu amiga llega,

y al ver mi triste corazón herido,

no puedes darme lo que Dios me niega:

¡la nota del amor o del olvido!

El arroyo

No descansas jamás… y alegre y puro,

murmurador y manso,

corriendo vas sobre tu cauce duro…

¡Yo también como tú corro y murmuro,

yo también como tú jamás descanso!

¡Yo camino al vaivén de mis dolores,

tú con ala de céfiro caminas,

tú feliz más que yo, por entre flores,

yo helado más que tú, por entre espinas!

Tú pasas como sombra por el suelo,

siempre en eterno viaje;

vas a la mar con incesante anhelo,

vienes del cielo en volador celaje

y en un rayo de sol vuelves al cielo.

¡Yo voy… ¿dónde? No sé… voy arrastrando

mi fe perdida y mi esperanza trunca,

sombra de un alma entre la luz temblando

y sin poder iluminarse nunca!

Tú cumples con pasar… Yo, si te imito,

no cumplo con vivir… por eso lloro,

y en el infierno de mi afán me agito

cuando ilumina con visiones de oro

las sombras de mi lecho, el infinito.

¡En mi delirio ardiente

sueño a mis pies el pedestal: la gloria

me envuelve con su luz, y mi alma siente

el fuego del aplauso en la memoria

y la frialdad del túmulo en la frente!

¡Y luego, al despertar de mi locura,

al volver de mi ardiente desvarío,

desesperado en realidad oscura

y agonizante de dolor, me río!

Mas ¿qué importa? Sigamos, arroyuelo;

el aura guarda para ti su anhelo

si la borrasca en mi cerebro zumba…

¡Tú eres surco de cielo

y yo surco de tumba!

¡A veces me imagino que en tu arrullo

la voz de un ángel invisible canta;

a veces me imagino que en mi orgullo

la eternidad del genio se levanta!

Delirios, ilusión de mis querellas,

el último eco morirá en mi lira.

¡Yo paso como tú, fingiendo estrellas,

átomo pensador que a todo aspira!

Nacer, pensar, morir. ¡Oh suerte! ¡Oh suerte!

¡Para qué tanto afán, si en ese abismo

de tinieblas polares, en la muerte,

se ha de abismar el pensamiento mismo!

¡Nacer, pensar, morir! ¡Y en la existencia

divinizada la impotente duda,

y en el labio entreabierto de la ciencia

una palabra muda!

¡Oh gentil arroyuelo cristalino!

Quisiera, en tu camino,

ser una flor abandonada y sola;

rambla de arena en tu brillante cauce,

sombra de un cisne, atravesar en tu ola,

o en tu orilla temblar, sombra de un sauce;

y0 quisiera ser tu brisa lisonjera,

ser no más una gota de tu lodo,

un eco de tu voz… porque quisiera,

menos alma que piensa, serlo todo!

En el álbum de la señorita Ana Markoe

Espléndida rosa de mágico prado

que entreabre sus hojas al sol del amor,

eso eres, Anita. Yo soy, a tu lado,

la espina en la rosa, la nube en el sol.

Dejé mis riberas, mi nido de palma,

colgado de un árbol dejé mi rabel;

tendí en el espacio las alas de mi alma

y llego y murmuro mi nombre a tus pies.

Es flor de los cielos la pálida estrella,

es flor de las ondas la espuma del mar,

es flor del recuerdo mi dulce querella,

es flor que se muere si en tu alma no está.

En el álbum de la señorita Luz Landero

¡Tus trovas dejan profundos rastros…

Son arroyuelos y ruiseñores:

aves que trinan entre los astros

y ondas que cantan entre las flores!

¡Nada conozco que inspire tanto

como tus versos blondos y suaves,

en que producen divino encanto

flores y astros, ondas y aves!

Pero la perla yace en las simas

y la violeta bajo las frondas…

¡Cuán pocos saben que hay en tus rimas

astros y flores, aves y ondas!

¡Rompe las nieblas que te circundan

y sé la envidia de tus cantores,

y en tierra y cielo vibren y cundan

aves y astros, ondas y flores!

¡Muestre tu numen, cual luz disuelta,

todos sus tonos: ya no lo escondas!

¡Canse los ecos tu voz, que suelta

astros y aves, flores y ondas!

¡Llena estas hojas como alabastros,

con tus arpegios arrolladores:

aves que trinan entre los astros

y ondas que cantan entre las flores!

En el álbum de Matilde

¡Si yo tuviera aliento como el águila

que se remonta a la región azul,

me elevaría a la mansión espléndida

donde se sienta el Padre de la luz!

Y postrado a sus pies como los ángeles

que bendicen su altísima bondad,

le pidiera la música del céfiro

y el murmullo pacífico del mar;

le pidiera la voz dulce y monótona

del viento en la desierta soledad,

y el gemido del aura melancólica

cuando calma la ronca tempestad.

Y le pidiera más: la voz magnífica

y el arpa melodiosa de David;

y mucho más: la inspiración profética,

¡y todo, todo, por cantarte a ti!

Sí, por cantarte a ti, beldad seráfica,

por cantarte, dulcísima mujer,

aunque dejaras mi plegaria trémula

en alas de la brisa perecer.

Cuando tus ojos de paloma tímida

se humedecen al tacto del dolor,

y se desprende de ellos una lágrima

que pasa y moja tu mejilla cándida,

¡me pareces un ángel del Señor!

Y cuando miro tu cabello undívago

de tus blancas espaldas en redor,

cayendo como leve manto de ébano

y sombreando tu semblante lánguido,

¡me pareces un ángel del Señor!

Cuando te veo que la frente humillas

balbuceando una mística oración,

y empapadas en llanto tus mejillas,

¡me pareces un ángel de rodillas

demandando con lágrimas perdón!

¿Lloras? ¿Acaso entre tu pecho gime

tu leal e inocente corazón,

o algún recuerdo de dolor le oprime?

¡Llora, sí, que llorando eres sublime,

y aún eres más sublime en la oración!

En un álbum

Dicen que el nauta que frecuenta el hielo

del yermo boreal, venciendo el frío,

recibe a veces de ignorado cielo

una olorosa ráfaga de estío.

¡Qué beso el de tal hálito de paso!

¡Qué fruición! ¡Qué delicia! ¡Qué embeleso!

¡Sólo un beso de amor produce acaso

mayor placer que semejante beso!

Pues bien, yo experimento a tus miradas

lo que en el polo el peregrino siente,

cuando una de esas brisas perfumadas

va de otro clima a acariciar su frente.

En mi noche invernal, Dios ha querido

que el resplandor de tus pupilas fuera

un efluvio de rosas difundido

en un rayo de sol de primavera.

Engarce

El misterio nocturno era divino.

Eudora estaba como nunca bella,

y tenía en los ojos la centella,

la luz de un gozo conquistado al vino.

De alto balcón apostrofóme a tino;

y rostro al cielo departí con ella

tierno y audaz, como con una estrella…

!Oh qué timbre de voz trémulo y fino!

¡Y aquel fruto vedado e indiscreto

se puso el manto, se quitó el decoro,

y fue conmigo a responder a un reto!

¡Aventura feliz! La rememoro

con inútil afán; y en un soneto

monto un suspiro como perla en oro.

Epístola

A Déltima *

Me hallo solo y estoy triste.

Tu viaje -que no maldigo

porque tú lo decidiste-,

me hundió en la sombra. ¡Partiste,

y la luz se fue contigo!

¡Somos, en este momento

en que el afán nos consume,

dos flores de sentimiento

separadas por el viento

y unidas por el perfume!

¡Ay de los enamorados

que están en diversos puntos

y viven -¡infortunados!-

con los cuerpos apartados

y los espíritus juntos!

Pero el mal de que adolece

nuestra pasión, que Dios veda,

en ti mengua y en mí crece.

¡Aquél que se va padece

menos que aquél que se queda!

Sufres, pero no ha de ser

cual tu ternura me avisa.

Tu dolor ha de tener

a menudo una sonrisa:

¡lo nuevo causa placer!

Mas yo, pobre abandonado,

no encuentro paz ni consuelo.

Desde que te has alejado

estoy ausente del cielo.

¡Sin duda te lo has llevado!

Extrañarás que hable así,

pero ¡qué quieres! te juro

que no miento. Para mí,

cuanto es halagüeño y puro

empieza y termina en ti.

Y fuera de ti, bien mío,

la infinita creación

no es más que un inmenso hastío:

¡el espantoso vacío

del alma y del corazón!

Tú resucitaste a un muerto.

Yo era -¡recuerdo importuno!-

algo monótono y yerto,

tal como un campo desierto

y sin accidente alguno.

¡Era un ente sin historia,

una conciencia en asomo,

cuando -¡esplendente memoria!-

tu presencia hizo en mí como

un cataclismo de gloria!

Derramaste en mi existencia

-en una mística esencia-,

la desgracia y la ventura,

el deleite y la tortura,

la razón y la demencia.

El ideal canta y gime:

es un abrazo que oprime.

Lo dichoso y lo funesto

constituyen lo sublime.

El amor está compuesto

de todas las agonías,

de todas las inquietudes,

de todas las armonías,

de todas las poesías

y de todas las virtudes.

Es el fanal y es la tea;

es el hálito que orea

y es el soplo que alborota;

es la calma que recrea

y es la tormenta que azota.

Es un galvánico efecto;

es lo rudo y es lo suave;

es lo noble y es lo abyecto;

es la flor y es el insecto;

es el reptil y es el ave.

Semejante al aluvión

resulta de la fusión

de la rastra y de la pluma,

de la hez y de la espuma,

del pétalo y del peñón.

Tu belleza seductora

dio un destello a mi ansia negra,

como el rayo que colora

pone en la nube que llora

el arcoiris que alegra.

Tu imagen grata y radiante

fue un rápido meteoro:

una hermosa estrella errante

que abrió en mi noche incesante

un ardiente surco de oro.

¡Lúgubre suerte me cabe,

contemplar un ígneo rastro!

¡Infeliz de mí! ¡Quién sabe,

si cuando el eclipse acabe,

veré como antes el astro!

*Déltima, anagrama de Matilde,

amor del poeta por muchos años.

Estrofas varias

A ti la de radiante y angélica hermosura,

la rubia de ojos negros que lleva el traje azul,

la del lunar lascivo junto a la boca pura,

mujer hecha de aroma, música y de luz.

* * *

A la Sra. Sofía de González Llorca

Voz que adoras me ruega que escriba

aquí en esta hoja mi nombre manchado:

¡el atraiga y reciba

de tus ojos el lustre dorado!

* * *

hurgo el arte que admiro y reverencio,

y así doy con exégesis gloriosas

que unir a la hermosura y el silencio

de las calladas y divinas cosas.

* * *

El odio que alimentas no me extraña,

sólo pagas rindiendo cual valiente

el sentimiento indómito y ardiente

que se retuerce en mi convulsa entraña.

Por eso…

en medio de mis odios te venero,

por firme, por valiente,

por sincero.

* * *

San Antonio y Cantoche son dos puntas

que se presentan en la mente mía

como dos manos que estuvieron juntas

y se siguen buscando todavía.

* * *

Bendita tú, la del cantar que admiro,

la que muestra una fe libre de peste,

y en la pública fuente echa el zafiro,

la gota azul, el talismán celeste.

* * *

En tu recado encontré

ortográficos excesos;

y no me explico por qué,

al pedirme veinte besos,

pusiste besos con pe.

Idilio ( Fragmentos )

A tres leguas de un puerto bullente

que a desbordes y grescas anima,

y al que un tiempo la gloria y el clima

adornan de palmas la frente,

hay un agrio breñal, y en la cima

de un alcor un casucho acubado,

que de lejos diviso a menudo,

y riéndose apoya un costado

en el tronco de un mango copudo.

Distante, la choza resulta montera

con borla y al sesgo sobre una mollera.

El sitio es ingrato, por fétido y hosco.

El cardón, el nopal y la ortiga

prosperan; y el aire trasciende a boñiga,

a marisco y a cieno; y el mosco

pulula y hostiga.

La flora es enérgica para

que indemne y pujante soporte

la furia del soplo del Norte,

que de octubre a febrero no es rara,

y la pródiga lumbre febea,

que de marzo a septiembre caldea.

El Oriente se inflama y colora,

como un ópalo inmenso en un lampo,

y difunde sus tintes de aurora

por piélago y campo.

y en la magia que irisa y corusca,

una perla de plata se ofusca. (…)

* * *

Y a la puerta del viejo bohío

que oblicuando su ruina en la loma

se recuesta en el árbol sombrío,

una rústica grácil asoma,

como una paloma.

¡Infantil por edad y estatura,

sorprende ostentando sazón prematura;

elásticos bultos de tetas opimas;

y a juzgar por la equívoca traza,

no semeja sino una rapaza

que reserva en el seno dos limas!

Blondo y grifo e inculto el cabello,

y los labios turgentes y rojos,

y de tórtola el garbo del cuello,

y el azul de zafiro en los ojos.

Dientes albos, parejos, enanos,

que apagado coral prende y liga,

que recuerdan, en curvas de granos,

el maíz cuando tierno en la espiga.

La nariz es impura, y atesta

una carne sensual e impetuosa;

y en la faz, a rigores expuesta,

la nieve da en ámbar, la púrpura en rosa,

y el júbilo es gracia sin velo,

y en cada carrillo produce un hoyuelo.

La payita se llama Sidonia;

llegó a México en una barriga:

en el vientre de infecta mendiga

que, del fango sacada en Bolonia,

formó parte de cierta colonia,

y acabó de miseria y fatiga.(…)

(…) La luz torna las aguas espejos;

y en el mar sin arrugas ni ruidos

reverbera con tales reflejos,

que ciega, causando vahídos.

El ambiente sofoca y escalda;

y encendida y sudando, la chica

se despega y sacude la falda,

y así se abanica.

Los guiñapos revuelan en hondas…

La grey pace y trisca y holgando se tarda…

y al amparo de umbráticas frondas

la palurda se acoge y resguarda.

Y un borrego con gran cornamenta

y pardos mechones de lana mugrienta,

y una oveja con bucles de armiño

-la mejor en figura y aliño-

se copulan con ansia que tienta.

La zagala se turba y empina…

y alocada en la fiebre del celo,

lanza un grito de gusto y de anhelo…

¡Un cambujo patán se avecina!

Y en la excelsa y magnífica fiesta,

y cual mácula errante y funesta,

un vil zopilote resbala

tendido e inmóvil el ala.

Infeliz el cónyuge, ¡ay del que se fíe!

Infeliz el cónyuge, ¡ay del que se fíe

de joven hermosa, dulce y hechicera

en brazos de un mozo que apriete y porfíe!

Ella dulcemente mueve la cadera,

y él no mira cosa que la contraríe,

y en los pardos bucles de la cabellera

una flor de fuego bruscamente ríe.

Y la esposa baila con los senos fuera

y él no mira cosa que la contraríe,

y en los pardos bucles de la cabellera

una flor de fuego bruscamente ríe.

La canción del paje

Tan abierta de brazos como de piernas,

tocas el arpa y ludes madera y oro.

Dejo al mueble la plaza por el decoro

y contemplo caricias a hurgarme tiernas.

A tu ardor me figuras y subalternas

en la intención del alma que bien exploro,

y en el roce del cuerpo con el sonoro

y opulento artefacto que mal gobiernas.

Y tanto me convidas, que ya me infiernas;

y refrenado y mudo finjo que ignoro,

para que si hay ultraje no lo disciernas.

Por fiel a un noble amigo pierdo un tesoro…

Tan abierta de brazos como de piernas,

tocas el arpa y ludes madera y oro.

La cita

¡Adiós, amigo, adiós! ¡El sol se esconde,

la luna sale de la nube rota,

y Eva me aguarda en el estanque, donde

el cisne nada y el nelombo flota!

Voy a estrechar a la mujer que adoro.

¡Cuál me fascina mi delirio extraño!

¡Es el minuto del ensueño de oro

de la cita del ósculo en el baño!

¡Es la hora en que los juncos oscilantes

de la verde ribera perfumada

se inclinan a besar los palpitantes

pechos desnudos de mi dulce amada!

¡Es el momento azul en que la linfa

tornasolada, transparente y pura,

sube hasta el blanco seno de la ninfa

como una luminosa vestidura!

¡Es el instante en que la hermosa estrella

crepuscular se asoma con anhelo

para ver a otra venus que descuella

sobre el húmedo esmalte de otro cielo!

¡Es ya cuando las tórtolas se paran

y se acarician en los mirtos rojos,

y los ángeles castos se preparan

a ponerse las manos en los ojos!

La estrella mensajera

Al fin te asomas entre las nubes,

al fin te asomas y a verte voy…

Estrella mía que a oriente subes

¿qué tal te ha ido de ayer a hoy?

Toda la tarde lloviendo estuvo,

toda la tarde, para mi mal,

por las regiones del aire anduvo

rodando nieblas el vendaval.

¡Ah, no es posible que yo te diga

cuánto he sufrido, cuánto temí

que no pudieras, mi dulce amiga,

con este tiempo brillar aquí!

Tú eres el solo consuelo mío,

tú me recuerdas mi grato ayer,

tú eres mi sueño, mi desvarío…

Cuando me faltas no sé qué hacer.

A tu destello se alzan dos frentes

y se coronan de resplandor,

tú eres la cita de los ausentes…

¡Yo te bendigo, cita de amor!

Cuando no vienes, estrella, gimo;

tú eres mi solo, mi solo bien,

tú eres el beso que yo le imprimo

todas las noches sobre la sien.

Tu luz, calmando mi amargo duelo,

dentro de mi alma se hace canción;

tu luz, efluvio de flor de cielo,

trasciende a esencia de corazón.

* * *

Dime, Lucero, tú que la viste,

si la encontraste pensando en mí,

si estaba alegre o estaba triste…

Habla, Lucero… contesta, di.

Habla, Lucero; tu voz escucho.

¿Acaso estaba durmiendo ya?

¿Acaso estaba soñando mucho?

¿Leyendo un libro de amor quizá?

¿Quizá en un claro del bosque umbrío

cogiendo rosas para el placer

o en la ventana mirando el río,

mirando el río correr, correr?

¿Siguiendo la ola que en las riberas,

que en las riberas parece hablar,

y en las neblinas de las quimeras

dejando su alma volar, volar?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Cuando distantes los dos estemos

y eche la sombra su gran capuz,

allá en el éter nos juntaremos

al par mirando la misma luz.

Eso juramos cuando partiste,

cuando el destino nos separó.

Y hoy he sabido que no cumpliste…

La misma estrella me lo contó.

La giganta

II

¡Cuáles piernas! Dos columnas de capricho, bien labradas,

que de púas amarillas resplandecen espinosas,

en un pórfido que finge la vergüenza de las rosas,

por estar desnudo a trechos ante lúbricas miradas.

Albos pies, que con eximias apariencias azuladas

tienen corte fino y puro. ¡Merecieran dignas cosas!

¡En la Hélade soberbia las envidias de las diosas,

o a los templos de Afrodita engreír mesas y gradas!

¡Qué primores! Me seducen; y al encéfalo prendidos,

me los llevo en una imagen, con la luz que los proyecta

y el designio de guardarlos de accidentes y de olvidos.

Y con métrica hipertrofia, no al azar del gusto electa,

marco y fijo en un apunte la impresión de mis sentidos,

a presencia de la torre mujeril que los afecta.

La nube

¿Qué te acongoja mientras que sube

del horizonte del mar la nube,

negro capuz?

Tendrán por ella frescura el cielo,

pureza el aire. verdor el suelo,

matiz la luna.

No tiembles. Deja que el viento amague

y el trueno asorde y el rayo estrague

campo y ciudad;

tales rigores no han de ser vanos…

¡Los pueblos hacen con rojas manos

la Libertad!

Los parias

¿Queréis que entre el arrullo de mis brazos

tiemble el dormido corazón de Helena

como entre sus asiáticas murallas

y el vulnerable hijo de Peleo

otra vez en su lecho halle al amigo

por el que rugió hermoso? ¡Ay, quién pudiera

con su soplo alentar tales prodigios

y devolver la vida con su canto

a quienes se mostraron por la tierra

con tal deseo espléndido! Una aurora

puedo mecer en vuestros corazones

despertando la rosa en las mejillas

de aquellos hechos, dando a sus miradas

glaucos ojos y finas como liebres

piernas aventureras que recorran

con pasmo el verde mundo y, al regreso

de sus trabajos, bellos cual conquistas

de extraños soles, darles el acanto

como fresco cojín de sus placeres.

¿Mas debe el hombre transmitir el culto

de sus demencias? ¿Debe en sus delirios

arrancar de la nada los secretos

del caudaloso manantial antiguo

sobre el cual las voraces primaveras

desfilaron cual mármoles de sueño

su gentil pubertad? Aquellos seres,

aquellas enigmáticas hazañas,

aquel juego de dioses sometidos

Allá en el claro, cerca del monte

bajo una higuera como un dosel,

hubo una choza donde habitaba

una familia que ya no es.

El padre, muerto; la madre, muerta;

los cuatro niños muertos también:

él, de fatiga; ella de angustia;

¡ellos de frío, de hambre y de sed!

Ha mucho tiempo que fui al bohío

y me parece que ha sido ayer.

¡Desventurados! Allí sufrían

ansia sin tregua, tortura cruel.

Y en vano alzando los turbios ojos,

te preguntaban, Señor, ¿por qué?

¡Y recurrían a tu alta gracia

dispensadora de todo bien!

¡Oh Dios! Las gentes sencillas rinden

culto a tu nombre y a tu poder:

a ti demandan favores lo pobres,

a ti los tristes piden merced;

mas como el ruego resulta inútil

pienso que un día, pronto tal vez

no habrá miserias que se arrodillen,

¡no habrá dolores que tengan fe!

Rota la brida, tenaz la fusta,

libre el espacio ¿qué hará el corcel?

La inopia vive sin un halago,

sin un consuelo, sin un placer.

¡Sobre los fangos y los abrojos

en que revuelca su desnudez,

cría querubes para el presidio

y serafines para el burdel!

El proletario levanta el muro,

practica el túnel, mueve el taller;

cultiva el campo, calienta el horno,

paga el tributo, carga el broquel;

y en la batalla sangrienta y grande,

blandiendo el hierro por patria o rey,

enseña al prócer con noble orgullo

¡cómo se cumple con el deber!

Mas, ¡ay! ¿qué logra con su heroísmo?

¿Cuál es el premio, cuál su laurel?

El desdichado recoge ortigas

y apura el cáliz hasta la hez.

Leproso, mustio, deforme, airado

soporta apenas la dura ley,

y cuando pasa sin ver al cielo

¡la tierra tiembla bajo sus pies!

Mística

Si en tus jardines, cuando yo muera,

cuando yo muera, brota una flor;

si en un celaje ves un lucero,

ves un lucero que nadie vio;

y llega un ave que te murmura,

que te murmura con dulce voz,

abriendo el pico sobre tus labios,

lo que en tu tiempo te dije yo:

aquel celaje y el ave aquella,

y aquel lucero y aquella flor

serán mi vida que ha transformado,

que ha transformado la ley de Dios.

Serán mis fibras con otro aspecto,

ala y corola y ascua y vapor;

mis pensamientos transfigurados:

perfume y éter y arrullo y sol.

Soy un cadáver, ¿cuándo me entierran?

Soy un viajero, ¿cuándo me voy?

Soy una larva que se transforma.

¿Cuándo se cumple la ley de Dios,

y soy, entonces, mi blanca niña,

celaje y ave, lucero y flor?

Nueva York, 1876

Mudanza

Ayer, el cielo azul, la mar en calma

y el sol ignipotente y cremesino,

y muchas ilusiones en mi alma

y flores por doquier en mi camino.

Mi vida toda júbilos y encantos,

mi pecho rebosando de pureza,

mi carmen pleno de perfume y cantos

y muy lejos, muy lejos, la tristeza.

Ayer, la inspiración rica y galana

llenando mi cerebro de fulgores;

y tú, sonriente y dulce en tu ventana,

hablándome de dichas y de amores.

Ayer, cuanto era luz y poesía,

las albas puras y las tardes bellas

henchidas de sutil melancolía,

y las noches pletóricas de estrellas…

Y hoy… la sombra y el ansia y el desierto,

perdida la esperanza, y la creencia,

y el amor en tu espíritu ya muerto,

y sembrada de espinas la existencia.

Música de Schubert

Crin que al aire te vuela, rizada y bruna,

parece a mis ahogos humo en fogata;

y del arpa desprendes la serenata

divinamente triste, como la luna.

Y del celo ardoroso despides una

fragancia de resina; y él te dilata

ojo que resplandece con luz de plata,

como en la sombra el vidrio de la laguna.

Mas tu marido llega, con su fortuna,

nos dice dos lisonjas, va por su bata,

y al dormido chicuelo besa en la cuna.

Y mientras que te tiñes en escarlata,

crin que al aire te vuela, rizada y bruna,

parece a mis ahogos humo en fogata.

Nox

Noy hay almíbar ni aroma

como tu charla…

¿Qué pastilla olorosa

y azucarada

disolverá en tu boca

su miel y su ámbar,

cuando conmigo a solas

¡oh virgen! hablas?

La fiesta de tu boda

será mañana.

A la nocturna gloria

vuelves la cara,

linda más que las rosas

de la ventana;

y tu guedeja blonda

vuela en el aura

y por azar me toca

la faz turbada…

La fiesta de tu boda

será mañana.

Un cometa en la sombra

prende una cábala.

Es emblema que llora,

signo que canta.

El astro tiene forma

de punto y raya:

representa una nota,

pinta una lágrima.

La fiesta de tu boda

será mañana.

En invisible tropa

las grullas pasan,

batiendo en alta zona

potentes alas;

y lúgubres y roncas

gritan y espantan…

¡Parece que deploran

una desgracia!

La fiesta de tu boda

será mañana.

Nubecilla que flota,

que asciende o baja,

languidecida y floja,

solemne y blanca,

muestra señal simbólica

de doble traza:

¡finge un velo de novia

y una mortaja!

La fiesta de tu boda

será mañana.

Junto al cendal que toma

figura mágica,

Escorpión interroga,

mientras que su alfa

es carmesí que brota,

nuncio que sangra…

¡Y Amor y Duelo aprontan

distintas armas!

La fiesta de tu boda

será mañana.

¡Ah! Si la tierra sórdida

que por las vastas

oquedades enrolla

su curva esclava,

diese fin a sus rondas

y resultara

desvanecida en borlas

de tenue gasa…

La fiesta de tu boda

será mañana.

El mar con débil ola

tiembla en la playa,

y no inunda ni ahoga

pueblos, ni nada.

Del fuego de Sodoma

no miro brasa,

y la centella es rota

flecha en aljaba.

La fiesta de tu boda

será mañana.

¡Oh, Tirsa! Ya es la hora.

Valor me falta;

y en un trino de alondra

me dejo el alma.

Un comienzo de aurora

tiende su nácar,

y Lucifer asoma

su perla pálida.

Pepilla

Como viste ropaje tan leve

me da pesadumbres,

pues él filtra y enseña vislumbres

de la carne de rosa y de nieve.

¡Y qué andar! La mocita se mueve

con garbo de chula.

Viene y va, y en la marcha modula

un canto de líneas,

y en las formas, apenas virgíneas,

una gracia de sierpe le undula.

Como el sándalo emite una esencia,

la chica reboza

acre aroma de opima y jugosa

pubertad en febril abstinencia.

Se revuelve con mucha violencia

y a veces me humilla.

Bien aprecia su gran pantorrilla

y así, no le importa

que propulse la falda ya corta

y eche a vuelo por alto la orilla.

Con sus ojos de ardiente demonio

que ven al soslayo,

quebrantara de un golpe de rayo

la virtud de cualquier San Antonio.

En la espuma del mar sacro al jonio

deidad menos bella

sacudió, remedando una estrella,

el suelto y profuso

y dorado borlón cuando impuso

con el iris al nácar la huella.

Si en celoso y colérico ensayo

increpo y rezongo

por traer al misterio del hongo

flor triunfal en su pompa de mayo,

la doncella me tira del sayo

y a besos me aguisa;

pero no sin mostrarse insumisa

y osada y segura;

y con timbre de plata murmura

entre granas y perlas de risa:

«Hembra linda no pierde la gloria

por macho importuno:

debe ser a los más y no a uno,

esplendor y delicia y memoria.

La hermosura inhonesta y notoria

contenta el Destino,

que quien hace con mágico tino

labor esmerada,

no la tiene para una mirada

y un placer en el breve camino».

¿Por qué?

Cuando a mis ojos tristes la alegre mariposa,

como una flor errante discurre en el vergel,

¿por qué se me figura que es tu alma caprichosa

que flota en la mañana y va de rosa en rosa

bebiendo hasta saciarse rocío, esencia y miel?

Cuando la tarde cae, cendal de color lila,

y Véspero aparece en el etéreo tul,

¿por qué pienso en el nácar que irradia tu pupila

y que es como una perla preciosa que cintila,

expuesta en un destello sobre una concha azul?

Cuando la noche llega y en sus tinieblas lloro,

llamando a mí una dicha que para siempre huyó,

¿por qué miro en la sombra, blanca ilusión que adoro,

tu cabecita alada, tu cabecita de oro,

como uno de esos ángeles que Rafael soñó?

Cuando entre la penumbra de las acacias veo

cómo los fuegos fatuos saltan aquí y allí,

¿por qué, presa insensata de mi tenaz deseo,

los sigo ansiosamente de tumba en tumba y creo

que son tus pies de sílfide que danzan ante mí?

Si la pasión que abrigo, doliente y sin consuelo,

no ha de salvar la sima que media entre los dos,

¿por qué a ti se dirige mi inextinguible anhelo

como la aguja al norte, como la llama al cielo,

como la espira de humo del incensario a Dios?

Rimas

Al ver mi honda aflicción por tus desvíos,

fijas en mi tu angelical mirada

y hundes tus dedos pálidos y fríos

en mi oscura melena alborotada.

¡Pero en vano, mujer! No me consuelas.

Estamos separados por un mundo.

¿Por qué, si eres la nieve, no me hielas?

¿Por qué, si soy el fuego, no te fundo?

Me aproximo… y te tiñes de escarlata

y huyes… ¡oh niña pudorosa y bella!

¡Sensitiva que tiembla y se recata

hasta de sospechar que pienso en ella!

Te llamo, abro los brazos… y no vienes…

inútilmente solicito y lloro.

¡Tú no alientas pasión! por eso tienes

ojos de cielo y cabellera de oro.

Tu mano espiritual y transparente,

cuando acaricia mi cabeza esclava,

es el copo glacial sobre el ardiente

volcán cubierto de ceniza y lava.

¡Tu mano espiritual y transparente

cuando acaricia mi cabeza esclava,

es el copo glacial sobre el ardiente

volcán cubierto de ceniza y lava.

Vigilia y sueño

La moza lucha con el mancebo

-su prometido y hermoso efebo-

y vence a costa de un traje nuevo.

Y huye sin mancha ni deterioro

en la pureza y en el decoro,

y es un gran lirio de nieve y oro.

Y entre la sombra solemne y bruna,

yerra en el mate jardín, cual una

visión compuesta de aroma y luna.

Y gana el cuarto, y ante un espejo,

y con orgullo de amargo dejo,

cambia sonrisas con un reflejo.

Y echa cerrojos, y se desnuda,

y al catre asciende blanca y velluda,

y aún desvestida se quema y suda.

Y a mal pabilo, tras corto ruego,

sopla y apaga la flor de fuego,

y a la negrura pide sosiego.

Y duerme a poco. Y en un espanto,

y en una lumbre, y en un encanto,

forja un suceso digno de un canto.

¡Sueña que yace sujeta y sola

en un celaje que se arrebola,

y que un querube llega y la viola!