Churchaga, Ángel

Reseña biográfica

Poeta chileno nacido en Santiago en 1893.

Su educación temprana fue orientada por religiosos franceses quienes lo guiaron en el campo humanístico.

A los quince años publicó su primer libro y empezó a colaborar en las revistas «Azul», «Musa Joven» y «Los Diez», en compañía de Pablo Neruda y Augusto D’Halmar. Fue funcionario de la Biblioteca Nacional y Presidente de la Alianza de Intelectuales de Chile.

Su tendencia poética fue siempre post-modernista como puede observarse en sus «Obras Completas» publicadas en un bello volumen compilado por el poeta Pablo Neruda.

En 1939 obtuvo el premio «Municipal de Poesía» y en 1948 el premio «Nacional de Literatura».

Falleció en 1964.

Acacia

Converso con la acacia

que está florida como un mar de espuma.

¿Por qué, poeta, no me ven tus ojos

que ayer me presentían en el llanto?

Para no lastimarla es mi voz suave.

La miro ahora desde el fin del mundo,

desde el árbol primero de la tierra.

La miro ahora desde el alto día

en que se abrieron todos los retoños

en el arco del cielo resonante.

Vivo más allá del sufrimiento.

Hasta el amor se me trizó en los ojos,

y me vistió de lentas golondrinas.

Converso con la acacia

-racimo de marfil, vaso de lumbre-

y detrás de mis hombros amanece

el signo teologal de la esperanza

y hay un rumor de cera que desciende

de las dulces pestañas de las manos.

Adoración

Este mi amor no puede volverse un alarido.

A veces en él siento fragancias de ceniza.

Así en el mediodía se quemarán los trigos.

¡Yo no puedo llorar a Dios como las islas!

Atraviesas mi orgullo flameando tan cercana

que me emociono como si yo fuera algo tuyo,

pulsera de tu mano, collar de tu garganta,

y lloro contemplando tus pestañas de humo.

Amada mía

Amada mía, amada en tiempos del primer arco iris

o allá en la creación junto a las primeras alas.

Desde la sangre de mi madre hacia ti vuelvo mi rostro.

Las abejas de mis almendros vuelan en torno de tus ojos.

Mi corazón, saeta gastada de noche en el cielo

atraviesa la paloma del día para borrarse en tu voz.

Alargas en tus ojos los hondos paralelos

mientras la mañana se eleva de tus brazos.

Te llevaré en la ola de mis venas

así como el cielo lleva su largo temblor de pájaros.

La tierra gira, mi amiga, en un rincón de tus ojos.

El viento distancia estrellas detrás de tu cabellera.

Cuando cierro los ojos yo sé que me quisiste…

Cuando cierro los ojos yo sé que me quisiste.

Hasta mi sombra llegan tus ondeadas pestañas.

Vienes en un temblor maravillado y triste

y sin mirar mi muerte ríes y me acompañas.

Yo besaré las rosas que perfuman los muros

de mi casa tranquila. Sorberé la belleza

de vetustas ciudades en horizontes puros.

¡Seré como un panal que llora su tristeza!

Antes de que vinieras era el mundo un sollozo;

en sus redes de plomo me envolvió el sufrimiento.

Iba por los senderos sin hallar el reposo

cuando te acercaste besándome en el viento.

La gracia de tu cuerpo, tu hermosa cabellera

viven en mí: los besa mi sangre agradecida.

Algo tuyo hasta Dios iría si muriera.

Mirándome a los ojos has honrado mi vida.

Yo sé que me quisiste. Aunque Saturno tienda

sus redes sobre el mundo no besará el latido

que abrió mi corazón cuando vino tu senda.

¡Toda la eternidad estaré conmovido!

Cuerpo de la mujer, claro como un sollozo…

Cuerpo de la mujer, claro como un sollozo

que fulgura en la noche de granates dormidos,

zona de la esperanza, reseda del reposo,

hacia tus brazos van trémulos los sentidos.

Cuerpo de la mujer, país de la alegría

que adivinamos con un deleite jocundo

desde tus hombros sube su marejada el día

y de ola en ola crea cada mañana el mundo.

Cuerpo de la mujer, leche y luz en las venas;

aureola del tiempo, visión de las escenas

del pasado, de hoy… tú sabes sonreír.

En ti cantan los árboles, los arroyos, las rosas.

Como el paso de un niño maravillas las cosas.

¡Y si eras como Dios no debieras morir!

Cúpula

Es mi corazón como una cúpula

llena de cantos. Hacia él suspiran

los mares y los ríos de este mundo.

Y todo este vibrar se vuelve al cielo

como en las alas de un arcángel hondo.

Me siento perfumado como un fruto

por la desgracia; pero siempre llevo

la música y la miel de mis abejas.

Yo sé que ni el amor consolaría

este duelo solemne de mi sangre.

¡El que ha volado mucho ya no puede

ver más que cruces en el horizonte!

El amor junto al mar

En mi silencio azul lleno de barcos

sólo tu rostro vive.

En el mar de la tarde el día duerme.

Eres más bella cuando estoy más triste.

Tiembla mi amor como una voz antigua

sobre la calma verde.

El sol cantando como los pastores

te dio su melodía hasta la muerte.

¡Oh tus cabellos en la tarde de ámbar!

Cerca de tu pureza soy más blanco.

Sé que jamás tu corazón sencillo

latirá en la tristeza de mis manos.

Eres más bella cuando estoy más triste.

En mi desgracia largamente vivo.

Soy en el desamor tan desolado

como los continentes sumergidos.

Tu áurea cabeza brilla

en la tarde sutil soledosa.

¡Pobre mi corazón que está llorando

y hasta su Dios se va como una ola!

Más allá de la vida,

triste como una selva abandonada,

miro irse las horas

en las lunas, los pájaros y el agua.

Tu corazón sonríe

sin mirar mi fatiga.

¿Te arrancaron los ojos

en qué calle siniestra de la vida?

Yo me iba al futuro

con los brazos abiertos en la luz,

como se van las almas de los muertos…

¡Voy al futuro caminando aún…l

Como a un infante solo

te llevé de la mano

por mis sendas dormidas

en un claro perfume de alicanto.

En haces de centellas

fulgió mi corazón. ¡No lo miraste!

Más allá de la vida está llorando

como un niño en el seno de su madre.

El canto de los mares solos

Somos la remembranza de la tierra vencida.

Necesitaba Dios nuestro vaivén profundo

que era ritmo en sus venas y en su carne florida

la invencible y eterna melodía del mundo.

Nuestro vigor es fuerza de estrellas y raíces.

Los árboles nos dieron sus moribundos bríos.

Soñamos en las claras y enormes cicatrices

que abrían las soberbias quillas de los navíos.

Como un collar perdido de piedras fabulosas

las estrellas nos hieren en nuestro sueño esquivo.

Somos la sangre turbia de las difuntas cosas;

el grito gutural del hombre primitivo.

En nuestra rebelión de temblores y nervios

el eco de la tierra que se murió podrida.

¡Oh, mástiles sonoros; oh, navíos soberbios

llevados por los vientos primeros de la vida!

¡Qué nuevos argonautas verán el vellocino!

En un dolor horrendo tiemblan nuestros ciclones

queriendo revivir el difunto destino

que fue sangriento y hosco como un tropel de leones.

Sabemos dónde estaban las estrellas, sus rastros

quedaron en nosotros. Con dulzura de abuelo

iremos sobre el agua colocando los astros

que desprendió Jesús con su mano del cielo.

Seremos un vigor enorme y tenebroso.

En nuestras olas vibran inmortales tormentas,

la voz del Cristo rueda semejando un sollozo

lanzado de la cruz hacia los Cuatro vientos.

En el éxtasis

Era tu amor el único digno de tristeza.

Se me volvió una llaga perenne tu belleza.

Hoy, para no morir, miro el rostro profundo

de mi madre. Mis ojos sienten llorar el mundo.

Y agradezco a mi Dios el momento encantado

en que mi corazón trémulo te ha mirado.

Y agradezco a mi Dios que vivas, que respires

cerca de mi quebranto, aunque nunca me mires.

Pudo un banal amor encenderme las venas,

pero ellas en el cuerpo se volvieron cadenas.

Entregué mis estrellas hasta quedarme exhausto,

y aquella amada nunca comprendió mi holocausto.

Tú que estás inundada de cielo y eres clara,

como si eternamente el Cristo te mirara,

perfumaste mis siglos, tu claridad me diste.

Era este amor el único digno de hacerme triste.

Es amor

Abeja de mi tarde y de mi muerte,

anticipo del sol, bien de mis ojos,

deja que en tu cruz grabe mi día

como en la gloria de un bajo relieve.

Ancha de mirra, música de arcángel

en toda latitud tu cuerpo vive,

como la rueda leve de este mundo

que de los cielos a los mares gira.

Tú llevas el rocío en las pestañas

y en los cabellos el matiz dorado

de un caracol que se quedó dormido.

Todo esto es el amor entre retoños,

entre resinas, olas y relámpagos.

Este es el amor que se desprende

como un lento cometa de tus hombros

Éste es el mundo para tu garganta,

erguido ventanal de las palomas.

Ésta es la noche de fulgor de esencia

en donde el mar detiene su caballo.

Eres la dueña de las golondrinas,

del azahar que atrae al moribundo.

Tú tienes el vestido de la tierra,

verde y dorado con encajes de agua.

Si te mueves de súbito, el rocío

moja la tarde porque estás colmada.

Si levantas los brazos inauguras

una grave y doliente geometría.

Dueña del gnomo que embrujó la selva

donde duerme y suspira la avellana.

Para tu hechizo lloran los pastores

en los oteros de marfil y de ámbar.

En ti doblega el día su corola

y tú la meces en tus pulsos finos.

Y si viene la noche con los ojos

cerrados te adelantas a la muerte.

Entre el cielo y la tierra, detenido

está el amor con túnica de mirra…

La aparición

En un monte apacible de ramajes oscuros,

como aquellos del hondo Huerto de los Olivos,

apareció el Maestro de los momentos puros

llamado por el turbio tormento de los vivos.

Bajo un sol quieto y fuerte, amarillo de asombro,

el mundo lo esperaba laxo de sufrimiento.

Para morir quería apoyarse en su hombro

como un infante rubio en la seda de un cuento.

El soplo de los siglos monótonos y rudos

no había desgarrado su claridad de lino;

más allá de su carne chocaban como escudos

las olas de los mares en un rapto divino.

Por sus venas azules deslizaban los ríos

sus aguas transparentes con un rumor de rosas

que deshojara el labio de gloriosos estíos.

En sus ojos estaban abismadas las cosas.

Desde el monte miró los limites del mundo,

los terrenos floridos, las ciudades enormes.

Ascendía del suelo un sollozo iracundo

que estremecía los campanarios deformes.

Jesús pensó en la dulce tierra de Palestina

armoniosa en David, potente en Salomón.

Y recordó su muerte en la áspera colina

dando, pétalo a pétalo, todo su corazón.

La seda de tus hombros

Ya no temo a la muerte.

Me defienden tus manos y tus ojos.

Estoy tranquilo como un prado verde

donde sonríen los infantes de oro.

Ya no temo a la muerte;

Dios empieza en el canto de tus ojos.

Mi corazón se duerme

como un ciego en la llama de un sollozo.

.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..

Se alza la luna siempre

más allá de la seda de tus hombros…

.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..

La última

Hallada de improviso

así como la muerte o como el júbilo,

dueña del día y dueña del destino.

¡Hallada ahora en el camino último!

¿Serás la amiga

o serás el amor hondo de música?

En los rincones se enfermó mi vida

y sólo me ha quedado mi dulzura.

Serás la amiga de los grandes ojos,

clara como una antorcha

que eleva su fragancia de heliotropo

sobe el gris pebetero de mi sombra.

Ojos sin límites

donde temblando se sostiene el día.

Ojos que hacéis mi corazón más triste.

Dolor de esencia tiene mi fatiga.

Ya no tengo mi valle,

ya se borró mi última montaña.

Sólo vive la herida de mi tarde

y el silencio dormido de mis canas.

Las columnas

Se han desplomado todas las columnas

sobre mi vida, sólo tú sostienes

con tu gracia la cúpula del cielo

¡oh santa amparadora de mi muerte!

En mi deslumbramiento soy un grito.

¡Cómo me inundas con tu cabellera!

Y estoy tan lejos de tu maravilla

que nunca has de acercarme a la tristeza.

Voy con tus sedas, vivo en tus cabellos

y beso tu perfil en un suspiro

y vago solo cual los dioses muertos.

Llora mi corazón en tus vestidos.

Tengo las manos transparentes de alma

y nunca llegarán hasta tu rostro.

Se han desplomado todas las columnas,

la muerte caminó de Polo a Polo.

Pero en mis venas tu perfil fulgura.

Nadie me alzó más alto que tu gracia.

Me atravesé de amor como el Ungido

con las estrellas de sus cinco llagas.

Más allá de la vida…

Más allá de la vida,

triste como una selva abandonada,

miro irse las horas

en las lunas, los pájaros y el agua.

Tu corazón sonríe

sin mirar mi fatiga.

Te arrancaron los ojos

¿en qué calle siniestra de la vida?

Yo me iba al futuro

como oliendo una flor

y presentí mi muerte

en el trémulo hilo de tu voz.

Yo me iba al futuro

con los brazos abiertos en la luz,

como se van las almas de los muertos.

¡Voy al futuro caminando aún!

Como a un infante triste

te llevé de la mano

por mis sendas dormidas

en un claro perfume de alicanto.

En haces de centellas

fulgió mi corazón. ¡No lo miraste!

Más allá de la vida está llorando,

como un niño en los brazos de su madre.

Momento melodioso

Eres sobre mi vida

una suave canción de ojos azules.

Nunca sabrás que soy como una llama

que besa agudamente tus cabellos.

En mi silencio quedarás dormida,

clara y azul como un jazmín de oro.

Aquietaré todo rumor del mundo

para que tengas el perfil sereno

sobre el espejo turbio de mi vida.

¡Pasarás como un canto

que va en puntillas para no morir!

Oración a una mujer

En tus ojos dormidos

hay un sollozo del antiguo mundo,

ciudades viejas y rosales místicos.

¡Todos los siglos dentro de un crepúsculo!

Cuando mire tus ojos

serán las puertas de la epifanía.

He de sentir que Dios me besa el rostro.

¡Mi corazón se alegrará en sus ruinas!

Qué mano melancólica

sostiene la fatiga de mi cuerpo?

¿Acaso serás tú la única honra

en esta muerte aromada de cielo?

Yo quería dormirme

en mi tristeza de ala suspirante.

Mirando tu belleza soy más triste.

Tú perfumas los puntos cardinales.

¿Traes la paz sobre tus manos quietas?

¿De qué rincón del mundo

vienes con vestidura de azucenas?

¿Por qué antes de nacer yo no fui tuyo?

Perfil

Quería eternizar tu perfil armonioso,

suave como los niños, triste como un sollozo,

pero cayó en tu alma como una negra veste

el ala de Luzbel. Mi corazón celeste

ha llorado en la sombra sintiéndose vivir.

¡Acaso nunca más lograré sonreír!

Te llevé de la mano y mi universo viste.

La única gracia tuya fue la de hacerme triste.

Para sentirte más desconocí el pecado

y te di mi pureza como un cielo volcado

y a mi quebrantamiento lacerante y sutil

lo perfumé de Dios mirando tu perfil.

Para quererte más ser eterno quería.

El ritmo de mi sangre se hizo melodía

y en todos los momentos te llevé mi cantar

como los paralelos floridos sobre el mar.

Soledad

¡Otra vez solo! Agita la muerte sus anillos…

Yo la tenía cerca como una trizadura

del corazón. Y era mi único regocijo

sentirla andar, reír. Mi alma ya no la busca…

Se fue de mí. No pudo mi red echada al día

tomarla toda. Huyó tan lejos de mis alas

que al conversar conmigo yo la siento perdida

y sólo me consuela el pensar que fue amada.

Era el único orgullo quererla en el reposo.

Para sentirla más vivía en el silencio

y corría a lo largo de sus ojos

como un infante que tuviera miedo.

Yo la sorprendí que estaba lejos siempre

que a mí no me quería, ni al sol ni a la montaña.

Estaba más lejana que la muerte…

¡pero yo amaba su perfil de lágrima!

Tu voz

¿Más allá de qué monte, de qué dormida estepa

lejanísima y sola viene tu voz de llama?

Eres como una herida de miel en mi tristeza.

Llegas como la tarde perfumando mi casa.

Voz que suspira como volviéndose una esencia,

voz que duerme en mis ojos y que muere en mis canas.

Te seguiré hasta donde se concluye la tierra.

Allá donde los Polos hacen girar sus alas,

o más distante aún, donde la luz no llega,

en un turbión oscuro que no encuentra una playa,

en la red melodiosa de la perdida estrella

que en olvidados mundos deja caer el ancla.

Voz que viene en la tarde a través de la hierba

¡oh voz que yo sostengo llorando mis pestañas,

irás toda la vida velando mi tristeza

voz de la amiga que no pudo ser amada!…