Cadalso y Vásquez, José

José Cadalso y Vasquez (España, 1741 – 1782)

A LA MUERTE DE FILIS

En lúgubres cipreses

he visto convertidos

los pámpanos de Baco

y de Venus los mirtos;

cual ronca voz del cuervo

hiere mi triste oído

el siempre dulce tono

del tiempo jilguerillo;

ni murmura el arroyo

con delicioso trino;

resuena cual peñasco

con olas combatido.

En vez de los corderos

de los montes vecinos

rebaños de leones

bajar con furia he visto;

del sol y de la luna

los carros fugitivos

esparcen negras sombras

mientras dura su giro;

las pastoriles flautas,

que tañen mis amigos,

resuenan como truenos

del que reina en Olimpo.

Pues Baco, Venus, aves,

arroyos, pastorcillos,

sol, luna, todos juntos

mirad me compasivos,

ya la ninfa que amaba

al infeliz Narciso,

mandad que diga al orbe

la pena de Dalmiro.

A LA PELIGROSA ENFERMEDAD DE FILIS

el campo está sin flores,

los pájaros no cantan,

los arroyos no corren,

no saltan los corderos,

no bailan los pastores,

los troncos no dan frutos,

los ecos no responden…

es que enfermó mi Filis

y está suspenso el orbe.

AL PINTOR QUE ME HA DE RETRATAR…

Discípulo de Apeles,

si tu pincel hermoso

empleas por capricho

en este feo rostro,

no me pongas ceñudo,

con iracundos ojos,

en la diestra el estoque

de Toledo famoso,

y en la siniestra el freno

de algún bélico monstruo,

ardiente como el rayo,

ligero como el soplo;

ni en el pecho la insignia

que en los siglos gloriosos

alentaba a los nuestros,

aterraba a los moros;

ni cubras este cuerpo

con militar adorno,

metal de nuestras Indias,

color azul y rojo;

ni tampoco me pongas,

con vanidad de docto,

entre libros y planos,

entre mapas y globos.

Reserva esta pintura

para los nobles locos,

que honores solicitan

en los siglos remotos;

a mí, que sólo aspiro

a vivir con reposo

de nuestra frágil vida

estos instantes cortos

la quietud de mi pecho

representa en mi rostro,

la alegría en la frente,

en mis labios el gozo.

Cíñeme la cabeza

con tomillo oloroso,

con amoroso mirto,

con pámpano beodo;

el cabello esparcido,

cubriéndome los hombros,

y descubierto al aire

el pecho bondadoso;

en esta diestra un vaso

muy grande, y lleno todo

de jerezano néctar

o de manchego mosto;

en la siniestra un tirso,

que es bacanal adorno

y en postura de baile

el cuerpo chico y gordo,

o bien junto a mi Filis,

con semblante amoroso,

y en cadenas floridas

prisionero dichoso.

Retrátame, te pido,

de este sencillo modo,

y no de otra manera,

si tu pincel hermoso

empleas, por capricho,

en este feo rostro.

ANACREÓNTICA

¿Quién es aquél que baja

por aquella colina,

la botella en la mano,

en el rostro la risa,

de pámpanos y hiedra

la cabeza ceñida,

cercado de zagales,

rodeado de ninfas,

que al son de los panderos

dan voces de alegría,

celebran sus hazañas,

aplauden su venida?

Sin duda será Baco,

el padre de las viñas.

Pues no, que es el poeta

autor de esta letrilla.

EPÍSTOLA DEDICADA A ORTELIO

Desde el centro de aquestas soledades,

gratas al que conoce las verdades,

gratas al que conoce los engaños

del mundo, y aprovecha desengaños,

te envío, amado Ortelio, fino amigo,

mil pruebas del descanso que consigo.

Ovidio en tristes metros se quejaba

de que la suerte no le toleraba

que al Tíber con sus obras se acercase,

sino que al Ponto cruel le destinase;

mas lo que de poeta me ha faltado

para llegar de Ovidio a lo elevado,

me sobra de filósofo, y pretendo

tomar las cosas como van viniendo.

Oh, ¡cómo extrañarás, cuando esto veas,

y sólo bagatelas aquí leas,

que yo criado en facultades serias,

me aplique a tan ridículas materias!

Ya arqueas, ya levantas esas cejas,

ya el manuscrito de la mano dejas,

¿por qué dejas los puntos importantes?

y dices: «Por juguetes semejantes,

¡No sé por qué capricho tú te olvidas

materias tan sublimes y escogidas!

¿Por qué no te dedicas, como es justo,

a materias de más valor que gusto?

Del público derecho, que estudiastes

cuando tan sabias cortes visitastes;

de la ciencia de Estado y los arcanos

del interés de varios soberanos;

en la ciencia moral, que al hombre enseña

lo que en su obsequio la virtud empeña;

de las guerreras artes que aprendistes

cuando a campaña voluntario fuistes;

de la ciencia de Euclides demostrable,

de la física nueva deleitable,

¿no fuera más del caso que pensaras

en escribir aquello que notaras?

¿Pero coplillas, y de amor? ¡Ay triste!

Perdiste el poco seso que tuviste».

¿Has dicho, Ortelio, ya cuanto, enfadado,

quisiste a este pobre desterrado?

Pues mira, ya con fresca y quieta flema

te digo que prosigo con mi tema.

De todas esas ciencias que refieres

(y añade algunas otras si quisieres),

yo no he sacado más que lo siguiente:

escúchame, por Dios, atentamente;

mas no, que más parece lo que digo

relación, que no carta de un amigo.

de todas las antiguas más hermosa,

el primero dirá con claridades

por qué dejé las altas facultades,

y sólo al pasatiempo me dedico;

que los leas despacio te suplico,

y si conoces que razón me sobra,

calla, y no juzgues que es tan necia mi obra.

Pero si acaso omites este asunto,

y la crítica pasas a otro punto,

cual es el que contiene la obra mía

faltas contra la buena poesía,

Conozco tu razón, mas oye atento;

con Ovidio respondo a tu argumento:

Siqua meis fuerint, ut erunt, vitiosa libellis,

Excusata suo tempore, lector, habe.

Exul eram; requiesque mihi non fama petita est;

Mens intenta suis ne foret usque malis.

Significa (y perdona la osadía

de interpretar de Ovidio la armonía,

porque en la traducción es consiguiente

que pierda la dulzura competente,

como sucede a todos los autores

en manos de mejores traductores):

El tiempo en que esta obra yo compuse,

las faltas que hallarás, lector, excuse.

Quietud busqué, no fama, desterrado,

por distraer a mi alma del cuidado.

Adiós.

LETRILLA SATÍRICA

Que dé la viuda un gemido

por la muerte del marido,

ya lo veo;

pero que ella no se ría

si otro se ofrece en el día,

no lo creo.

Que Cloris me diga a mí:

«Sólo he de quererte a ti»,

ya lo veo;

pero que siquiera a ciento

no haga el mismo cumplimiento,

no lo creo.

Que los maridos celosos,

sean más guardias que esposos,

ya lo veo;

pero que estén las malvadas,

por más guardias, más guardadas,

no lo creo.

Que al ver de la boda el traje,

la doncella el rostro baje,

ya lo veo;

pero que al mismo momento

no levante el pensamiento,

no lo creo.

Que Celia tome el marido

por sus padres escogido,

ya lo veo;

pero que en el mismo instante

ella no escoja el amante,

no lo creo.

Que se ponga con primor

Flora en el pecho una flor,

ya lo veo;

pero que astucia no sea

para que otra flor se vea,

no lo creo.

Que en el templo de Cupido

el incienso es permitido,

ya lo veo;

pero que el incienso baste,

sin que algún oro se gaste,

no lo creo.

Que el marido a su mujer

permita todo placer,

ya lo veo;

pero que tan ciego sea,

que lo que vemos no vea,

no lo creo.

Que al marido de su madre

todo niño llame padre,

ya lo veo;

pero que él, por más cariño,

pueda llamar hijo al niño,

no lo creo.

Que Quevedo criticó

con más sátira que yo,

ya lo veo;

pero que mi musa calle

porque más materia no halle,

no lo creo.

MIENTRAS VIVIÓ LA DULCE PRENDA MÍA…

Mientras vivió la dulce prenda mía,

Amor, sonoros versos me inspiraste;

obedecí la ley que me dictaste

y sus fuerzas me dio la poesía.

Mas, ¡ay!, que desde aquel aciago día

que me privó del bien que tú admiraste,

al punto sin imperio en mí te hallaste

y hallé falta de ardor a mi Talía.

Pues no borra su ley la Parca dura

-a quien el mismo Jove no resiste-

olvido el Pindo y dejo la hermosura.

Y tú también de tu ambición desiste

y junto a Filis tengan sepultura

tu flecha inútil y mi lira triste.

NO BASTA QUE EN SU CUEVA SE ENCADENE…

No basta que en su cueva se encadene

el uno y otro proceloso viento,

ni que Neptuno mande a su elemento

con el tridente azul que se serene,

ni que Amaltea el fértil campo llene

de fruta y flor, ni que con nuevo aliento

al eco den las aves dulce acento,

ni que el arroyo desatado suene.

En vano anuncias, verde primavera,

tu vuelta de los hombres deseada,

triunfante del invierno triste y frío.

Muerta Filis, el orbe nada espera,

sino niebla espantosa, noche helada,

sombras y sustos como el pecho mío.

SI EL CIELO ESTÁ SIN LUCES…

Si el cielo está sin luces,

el campo está sin flores,

los pájaros no cantan,

los arroyos no corren,

no saltan los corderos,

no bailan los pastores,

los troncos no dan frutos,

los ecos no responden…

es que enfermó mi Filis

y está suspenso el orbe.

TODO LO MUDA EL TIEMPO, FILIS MÍA…

Todo lo muda el tiempo, Filis mía,

todo cede al rigor de sus guadañas;

ya transforma los valles en montañas,

y apone un campo donde un mar había.

Él muda en noche opaca el claro día,

en fábulas pueriles las hazañas,

alcázares soberbios las cabañas,

y el juvenil ardor en vejez fría.

Doma el tiempo al caballo desbocado,

detiene al mar y viento enfurecido,

postra al lén y rinde al bravo toro.

Solo una cosa al tiempo denodado

ni cederá, ni cede, ni ha cedido,

y es el constante amor con que te adoro.