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Castro, Rosalía de

Rosalía de Castro (España, 1837 – 1885)

ÁNGEL

Todo duerme… del aire, el soplo blando

callado va, con temeroso vuelo

el aroma esparciendo de las rosas;

brilla la luna, y sueñan con el cielo

los niños que reposan, contemplando

flores, luz y pintadas mariposas.

¡Niños!, al soplo de mi tibio aliento,

dormid en paz, que os cubren con sus alas

los blancos y amorosos serafines,

y adornándoos a un tiempo con sus galas

hacen que en ondas os regale el viento

blando aroma de lirios y jazmines.

Y, en tanto, el astro de la noche, lento,

pálido, melancólico y suave,

del aire azul recorre los espacios,

globo de plata o misteriosa nave,

vaga a través del ancho firmamento,

por cima de cabañas y palacios.

Su tibia luz refléjase en la tierra

como del alba la primer sonrisa

que va a alegrar las aguas de la fuente;

y al rizarse los mares con la brisa,

cuanto su seno de hermosura encierra

muéstrase allí, brillante y transparente.

Las plantas y los céfiros susurran

con blando son, y acentos misteriosos

lanza, al pasar, el murmurante río,

y a través de los árboles frondosos

las estrellas inmóviles fulguran

chispas de luz en su ámbito sombrío.

Todo es reposo, y soledad, y sueño…

sueño aparente y soledad mentida,

en el mundo del hombre… ¡hermoso mundo

cuando, mintiendo, a amarle nos convida!

Y es que en que fuese amado puso empeño,

quien llena cielo y tierra, y mar profundo.

Mas… ¿qué pálida sombra cruza el prado…

errante, sola, fugitiva y leve?

Como si fuese en pos de un bien perdido,

apenas al pasar las hojas mueve.

Y vaga al pie del monte y del collado

cual tortolilla en torno de su nido.

Virgen parece por la undosa falda

y por la blonda y larga cabellera,

que el viento de la noche manso agita;

bello es su rostro y dulce la manera

con que pisa la alfombra de esmeralda,

mientras su seno con ardor palpita.

¡Pobre mujer!… ¿Qué culpa, qué pecado

como aguijón la ha herido en su inocencia,

que el calor de su lecho así abandona?

Yo sondaré el dolor de tu conciencia,

que no en vano a la tierra he descendido,

en nombre del Señor que la perdona.

BUSCA Y ANHELA EL SOSIEGO…

Busca y anhela el sosiego…

mas… ¿quién le sosegará?

Con lo que sueña despierto,

dormido vuelve a soñar.

Que hoy como ayer, y mañana

cual hoy, en su eterno afán,

de hallar el bien que ambiciona

-cuando sólo encuentra el mal-,

siempre a soñar condenado,

nunca puede sosegar.

DEL ANTIGUO CAMINO A LO LARGO…

Del antiguo camino a lo largo,

ya un pinar, ya una fuente aparece,

que brotando en la peña musgosa

con estrépito al valle desciende.

Y brillando del sol a los rayos

entre un mar de verdura se pierden,

dividiéndose en limpios arroyos

que dan vida a las flores silvestres

y en el Sar se confunden, el río

que cual niño que plácido duerme,

reflejando el azul de los cielos,

lento corre en la fronda a esconderse.

No lejos, en soto profundo de robles,

en donde el silencio sus alas extiende,

y da abrigo a los genios propicios,

a nuestras viviendas y asilos campestres,

siempre allí, cuando evoco mis sombras,

o las llamo, respóndenme y vienen.

DEL RUMOR CADENCIOSO DE LA ONDA…

Del rumor cadencioso de la onda

y el viento que muge;

del incierto reflejo que alumbra

la selva o la nube;

del piar de alguna ave de paso;

del agreste ignorado perfume

que el céfiro roba

al valle o a la cumbre,

mundos hay donde encuentran asilo

las almas que al peso

del mundo sucumben.

DICEN QUE NO HABLAN LAS PLANTAS, NI LAS FUENTES, NI LOS PÁJAROS…

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,

ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,

lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso

de mí murmuran y exclaman:

Ahí va la loca soñando

con la eterna primavera de la vida y de los campos,

y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,

y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,

mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,

con la eterna primavera de mi vida que se apaga

y la perenne frescura de los campos y las almas,

aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,

sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

EN LOS ECOS DEL ÓRGANO, O EN EL RUMOR DEL VIENTO…

En los ecos del órgano, o en el rumor del viento,

en el fulgor de un astro o en la gota de lluvia,

te adivinaba en todo, y en todo te buscaba,

sin encontrarte nunca.

Quizás después te ha hallado, te ha hallado y ha perdido

otra vez de la vida en la batalla ruda,

ya que sigue buscándote y te adivina en todo,

sin encontrarte nunca.

Pero sabe que existes y no eres vano sueño,

hermosura sin nombre, pero perfecta y única.

Por eso vive triste, porque te busca siempre,

sin encontrarte nunca.

ERA APACIBLE EL DÍA…

Era apacible el día

y templado el ambiente

y llovía, llovía,

callada y mansamente;

y mientras silenciosa

lloraba yo y gemía,

mi niño, tierna rosa,

durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!

Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto

antes que empiece a corromperse…, ¡tierra!

Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,

bien pronto en los terrones removidos

verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,

torvo el mirar, nublado el pensamiento?

¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!

Jamás el que descansa en el sepulcro

ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

¡Jamás! ¿Es verdad que todo

para siempre acabó ya?

No, no puede acabar lo que es eterno,

ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma

te espera aún con amorosa afán,

y vendrás o iré yo, bien de mi vida,

allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas

que no morirá jamás,

y que Dios, por que es justo y porque es bueno,

a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable

yo te hallaré y me hallarás.

No, no puede acabar lo que es eterno,

ni puede tener fin la inmensidad.

Mas… es verdad, ha partido,

para nunca más tornar.

Nada hay eterno para el hombre, huésped

de un día en este mundo terrenal,

en donde nace, vive y al fin muere,

cual todo nace, vive y muere acá.

Una luciérnaga entre el musgo brilla

y un astro en las alturas centellea,

abismo arriba, y en el fondo abismo;

¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?

En vano el pensamiento

indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!

Siempre al llegar al término ignoramos

qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

Arrodillada ante la tosca imagen,

mi espíritu, abismado en lo infinito,

impía acaso, interrogando al cielo

y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.

¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana

con sus ecos responde a mis gemidos

desde la altura, y sin esfuerzo el llano

baña ardiente mi rostro enflaquecido.

¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo

lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,

piadoso y compasivo

vuelve a mis ojos la celeste venda

de la fe bienhechora que he perdido,

y no consientas, no, que cruce errante,

huérfano y sin arrimo

acá abajo los yermos de la vida,

más allá las llanadas del vacío.

Sigue tocando a muerto, y siempre mudo

e impasible el divino

rostro del Redentor, deja que envuelto

en sombras quede el humillado espíritu.

Silencio siempre; únicamente el órgano

con sus acentos místicos

resuena allá de la desierta nave

bajo el arco sombrío.

Todo acabó quizás, menos mi pena,

puñal de doble filo;

todo menos la duda que nos lanza

de un abismo de horror en otro abismo.

Desierto el mundo, despoblado el cielo,

enferma el alma y en el polvo hundido

el sacro altar en donde

se exhalaron fervientes mis suspiros,

en mil pedazos roto

mi Dios, cayó al abismo,

y al buscarle anhelante, sólo encuentro

la soledad inmensa del vacío.

De improviso los ángeles

desde sus altos nichos

de mármol me miraron tristemente

y una voz dulce resonó en mi oido:

«Pobre alma, espera y llora

a los pies del Altísimo:

mas no olvides que al cielo

nunca ha llegado el insolente grito

de un corazón que de la vil materia

y del barro de Adán formó sus ídolos.»

ESTACIONES

Adivínase el dulce y perfumado

calor primaveral;

los gérmenes se agitan en la tierra

con inquietud en su amoroso afán,

y cruzan por los aires, silenciosos,

átomos que se besan al pasar.

Hierve la sangre juvenil; se exalta

lleno de aliento el corazón, y audaz

el loco pensamiento sueña y cree

que el hombre es, cual los dioses, inmortal.

No importa que los sueños sean mentira,

ya que al cabo es verdad

que es venturoso el que soñando muere,

infeliz el que vive sin soñar.

¡Pero qué aprisa en este mundo triste

todas las cosas van!

¡Que las domina el vértigo creyérase!…

la que ayer fue capullo, es rosa ya,

y pronto agostará rosas y plantas

el calor estival.

Candente está la atmósfera;

explora el zorro la desierta vía:

insalubre se torna

del limpio arroyo el agua cristalina,

el pino aguarda inmóvil

los besos inconstantes de la brisa.

Imponente silencio

agobia la campiña;

sólo el zumbido del insecto se oye

en las extensas y húmedas umbrías;

monótono y constante

como el sordo estertor de la agonía.

Bien pudiera llamarse, en el estío,

la hora del mediodía,

noche en que al hombre de luchar cansado

más que nunca le irritan,

de la materia la imponente fuerza

y del alma las ansias infinitas.

Volved, ¡oh, noches de invierno frío,

nuestras viejas amantes de otros días!

Tornad con vuestros hielos y crudezas

a refrescar la sangre enardecida

por el estío insoportable y triste…

¡Triste!… ¡Lleno de pámpanos y espigas!

Frío y calor, otoño o primavera,

¿dónde…, dónde se encuentra la alegría?

Hermosas son las estaciones todas

para el mortal que en sí guarda la dicha;

mas para el alma desolada y huérfana,

no hay estación risueña ni propicia.

HORA TRAS HORA…

Hora tras hora, día tras día,

entre el cielo y la tierra que quedan

eternos vigías,

como torrente que se despeña,

pasa la vida.

Devolvedle a la flor su perfume

después de marchita;

de las ondas que besan la playa

y que una tras otra besándola expiran.

Recoged los rumores, las quejas,

y en planchas de bronce grabad su armonía.

Tiempos que fueron, llantos y risas,

negros tormentos, dulces mentiras,

¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,

en dónde, alma mía?

LA CANCIÓN QUE OYÓ EN SUEÑOS EL VIEJO (fragmento)

VI

De pronto el corazón, con ansia extrema

mezclada a un tiempo de placer y espanto,

latió, mientras su labio murmuraba:

«¡No, los muertos no vuelven de sus antros!

Él era y no era él; mas su recuerdo,

dormido en lo profundo

del alma, despertóse con violencia

rencoroso y adusto.

-No soy yo, ¡pero soy! -murmuró el viento–,

y vuelvo, amada mía,

desde la eternidad para dejarte

ver otra vez mi incrédula sonrisa.

«¡Aún has de ser feliz! -te dije un tiempo,

cuando me hallaba al borde de la tumba-.

Aún has de amar-; y tú, con fiero enojo,

me respondiste: «¡Nunca!-

«¡Ah! ¿Del mudable corazón has visto

los recónditos pliegues?-,

volví a decirte. y tú, llorando a mares,

repetiste: «¡Tú SOlo, y para siempre!..

Después, era una noche como aquéllas;

y un rayo de la luna, el mismo acaso

que a ti ya mí nos alumbró importuno,

os alumbraba a entrambos.

Cantaba un grillo en el vecino muro,

y todo era silencio en la campiña,

¿no te acuerdas, mujer? Yo vine entonces,

sombra, remordimiento o pesadilla.

Mas tú, engañada recordando al muerto,

pero también del vivo enamorada,

te olvidaste del cielo y de la tierra

y condenaste el alma.

Una vez, una sola,

aterrada volviste de ti misma,

¡como para sentir mejor la muerte,

de la sima al caer, vuelve la víctima!

Y aun entonces, ¡extraño cuanto horrible

reflejo del pasado!,

el abrazo convulso de tu amante

te recordó, mujer, nuestros abrazos.

«¡Aún has de ser feliz!-, te dije un tiempo,

y me engañé. No puede

serlo quien lleva la traición por guía,

y a su sombra mortífera se duerme.

«¡Aún has de amar!-, te repetí, y amaste,

y protector asilo

diste, desventurada, a una serpiente

en aquel corazón que fuera mío.

Emponzoñada estás; odios y penas

te acosan y persiguen,

y yo casi con lástima contemplo

tu pecado y tu mancha irredemibles.

¡Mas, vengativo, al cabo yo te amaba

ardientemente y te amo todavía!…

Vuelvo para dejarte

ver otra vez mi incrédula sonrisa.

LÁGRIMA TRISTE EN MI DOLOR VERTIDA…

A la memoria del poeta gallego Aurelio Aguirre

Lágrima triste en mi dolor vertida,

perla del corazón que entre tormentas

fue en largas horas de pesar nacida,

en fúnebre memoria convertida

la flor será que a tu corona enlace;

las horas de la vida turbulentas

ajan las flores y el laurel marchitan;

pero lágrimas, ¡ay!, que el alma esconde,

llanto de duelo que el dolor fecunda,

si el triste hueco de una tumba anega

y sus húmedos hálitos inunda,

ni el sol de fuego que en Oriente nace

seco su manantial a dejar llega

ni en sutiles vapores le deshace,

¡y es manantial fecundo el llanto mío

para verter sobre un sepulcro amado

de mil recuerdos caudaloso río!

LAS CAMPANAS

Yo las amo, yo las oigo,

cual oigo el rumor del viento,

el murmurar de la fuente

o el balido de cordero.

Como los pájaros, ellas,

tan pronto asoma en los cielos

el primer rayo del alba,

le saludan con sus ecos.

Y en sus notas, que van prolongándose

por los llanos y los cerros,

hay algo de candoroso,

de apacible y de halagüeño.

Si por siempre enmudecieran,

¡qué tristeza en el aire y el cielo!

¡Qué silencio en la iglesia!

¡Qué extrañeza entre los muertos!

LOS UNOS ALTÍSIMOS…

Los unos altísimos,

los otros menores,

con su eterno verdor y frescura,

que inspira a las almas

agrestes canciones,

mientras gime al chocar con las aguas

la brisa marina de aromas salobres,

van en ondas subiendo hacia el cielo

los pinos del monte.

De la altura la bruma desciende

y envuelve las copas

perfumadas, sonoras y altivas

de aquellos gigantes

que el Castro coronan;

brilla en tanto a sus pies el arroyo

que alumbra risueña

la luz de la aurora,

y los cuervos sacuden sus alas,

lanzando graznidos

y huyendo la sombra.

El viajero, rendido y cansado,

que ve del camino la línea escabrosa

que aún le resta que andar, anhelara,

deteniéndose al pie de la loma,

de repente quedar convertido

en pájaro o fuente,

en árbol o en roca.

MEDITACIÓN EN EL UMBRAL

No, no es la solución

tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy

ni apurar el arsénico de Madame Bovary

ni aguardar en los páramos de Ávila la visita

del ángel con venablo

antes de liarse el manto a la cabeza

y comenzar a actuar.

Ni concluir las leyes geométricas, contando

las vigas de la celda de castigo

como lo hizo Sor Juana. No es la solución

escribir, mientras llegan las visitas,

en la sala de estar de la familia Austen

ni encerrarse en el ático

de alguna residencia de la Nueva Inglaterra

y soñar, con la Biblia de los Dickinson,

debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo

ni Mesalina ni María Egipciaca

ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

NEGRA SOMBRA

Cuando pienso que te fuiste,

negra sombra que me asombras,

a los pies de mis cabezales,

tornas haciéndome mofa.

Cuando imagino que te has ido,

en el mismo sol te me muestras,

y eres la estrella que brilla,

y eres el viento que zumba.

Si cantan, eres tú que cantas,

si lloran, eres tú que lloras,

y eres el murmullo del río

y eres la noche y eres la aurora.

En todo estás y tú eres todo,

para mí y en m misma moras,

ni me abandonarás nunca,

sombra que siempre me asombras.

ORILLAS DEL SAR

I

A través del follaje perenne

que oír deja rumores extraños,

y entre un mar de ondulante verdura,

amorosa mansión de los pájaros,

desde mis ventanas veo

el templo que quise tanto.

El templo que tanto quise…

pues no sé decir ya si le quiero,

que en el rudo vaivén que sin tregua

se agitan mis pensamientos,

dudo si el rencor adusto

vive unido al amor en mi pecho.

II

Otra vez, tras la lucha que rinde

y la incertidumbre amarga

del viajero que errante no sabe

dónde dormirá mañana,

en sus lares primitivos

halla un breve descanso mi alma.

Algo tiene este blando reposo

de sombrío y de halagüeño,

cual lo tiene en la noche callada

de un ser amado el recuerdo,

que de negras traiciones y dichas

inmensas, nos habla a un tiempo.

Ya no lloro…, y no obstante, agobiado

y afligido mi espíritu, apenas

de su cárcel estrecha y sombría

osa dejar las tinieblas

para bañarse en las ondas

de luz que el espacio llenan.

Cual si en suelo extranjero me hallase,

tímida y hosca, contemplo

desde lejos los bosques y alturas

y los floridos senderos

donde en cada rincón me aguardaba

la esperanza sonriendo.

III

Oigo el toque sonoro que entonces

a mi lecho a llamarme venía

con sus ecos, que el alba anunciaban,

mientras, cual dulce caricia,

un rayo de sol dorado

alumbraba mi estancia tranquila.

Puro el aire, la luz sonrosada,

¡qué despertar tan dichoso!

Yo veía entre nubes de incienso

visiones con alas de oro

que llevaban la venda celeste

de la fe sobre sus ojos…

Ese sol es el mismo, mas ellas

no acuden a mi conjuro;

y a través del espacio y las nubes,

y del agua en los limbos confusos,

y del aire en la azul transparencia,

¡ay!, ya en vano las llamo y las busco.

Blanca y desierta la vía

entre los frondosos setos

y los bosques y arroyos que bordan

sus orillas, con grato misterio

atraerme parece y brindarme

a que siga su línea sin término.

Bajemos, pues, que el camino

antiguo nos saldrá al paso,

aunque triste, escabroso y desierto,

y cual nosotros cambiado,

lleno aún de las blancas fantasmas

que en otro tiempo adoramos.

IV

Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,

caigo en la senda amiga, donde una fuente brota

siempre serena y pura;

y con mirada incierta, busco por la llanura

no sé qué sombra vana o qué esperanza muerta,

no sé qué flor tardía de virginal frescura

que no crece en la vía arenosa y desierta.

De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,

gallardamente arranca al pie de la vereda

la Torre y sus contornos cubiertos de follaje,

prestando a la mirada descanso en su ramaje

cuando de la ancha vega, por vivo sol bañada

que las pupilas ciega,

atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.

Como un eco perdido, como un amigo acento

que suena cariñoso,

el familiar chirrido del carro perezoso

corre en las alas del viento y llega hasta mi oído

cual en aquellos días hermosos y brillantes

en que las ansias mías eran quejas amantes,

eran dorados sueños y santas alegrías.

Ruge la Presa lejos…, y, de las aves nido,

Fondóns cerca descansa;

la cándida abubilla bebe en el agua mansa

donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa

beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa

las aguas del olvido, que es de la muerte hermano:

donde de los vencejos que vuelan en la altura

la sombra se refleja;

y en cuya linfa pura, blanca, el nenúfar brilla

por entre la verdura de la frondosa orilla.

V

¡Cuán hermosa es tu vega! ¡Oh, Padrón! ¡Oh, Iria Flavia!

Mas el calor, la vida juvenil y la savia

que extraje de tu seno,

como el sediento niño el dulce jugo extrae

del pecho blanco y lleno,

de mi existencia oscura en el torrente amargo

pasaron, cual barridas por la inconstancia ciega,

una visión de armiño, una ilusión querida,

un suspiro de amor.

De tus suaves rumores la acorde consonancia,

ya para el alma yerta, tornóse bronca y dura

a impulsos del dolor;

secáronse tus flores de virginal fragancia;

perdió su azul tu cielo, el campo su frescura,

el alba su candor.

La nieve de los años, de la tristeza el hielo

constante, al alma niegan toda ilusión amada,

todo dulce consuelo.

Sólo los desengaños preñados de temores,

y de la duda el frío,

avivan los dolores que siente el pecho mío,

y ahondando mi herida,

me destierran del cielo, donde las fuentes brotan

eternas de la vida.

VI

¡Oh, tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella!

Viendo cuán triste brilla nuestra fatal estrella,

del Sar cabe la orilla,

al acabarme, siento la sed devoradora

y jamás apagada que ahoga el sentimiento,

y el hambre de justicia, que abate y anonada

cuando nuestros clamores los arrebata el viento

de tempestad airada.

Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora

tras del Miranda altivo,

valles y cumbres dora con su resplandor vivo;

en vano llega mayo de sol y aromas lleno,

con su frente de niño de rosas coronada,

y con su luz serena:

en mi pecho ve juntos el odio y el cariño,

mezcla de gloria y pena,

mi sien por la corona del mártir agobiada

y para siempre frío y agotado mi seno.

VII

Ya que de la esperanza, para la vida mía,

triste y descolorido ha llegado el ocaso,

a mi morada oscura, desmantelada y fría

tornemos paso a paso,

porque con su alegría no aumente mi amargura

la blanca luz del día.

Contenta el negro nido busca el ave agorera,

bien reposa la fiera en el antro escondido,

en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido,

y mi alma en su desierto.

POBRE ALMA SOLA…

¡Pobre alma sola!, no te entristezcas,

deja que pasen, deja que lleguen

la primavera y el triste otoño,

ora el estío y ora las nieves;

que no tan sólo para ti corren

horas y meses;

todo contigo, seres y mundos

de prisa marchan, todo envejece;

que hoy, mañana, antes y ahora,

lo mismo siempre,

hombres y frutos, plantas y flores,

vienen y vanse, nacen y mueren.

Cuando te apene lo que atrás dejas,

recuerda siempre

que es más dichoso quien de la vida

mayor espacio corrido tiene.

RECUERDA EL TRINAR DEL AVE…

Recuerda el trinar del ave

y el chasquido de los besos;

los rumores de la selva,

cuando en ella gime el viento,

y del mar las tempestades,

y la bronca voz del trueno;

todo halla un eco en las cuerdas

del arpa que pulsa el genio.

Pero aquel sordo latido

del corazón que está enfermo

de muerte, y que de amor muere

y que resuena en el pecho

como en bordón que se rompe

dentro de un sepulcro hueco,

es tan triste y melancólico,

tan horrible y tan supremo,

que jamás el genio pudo

repetirlo con sus ecos.

SOLEDAD

Un manso río, una vereda estrecha,

un campo solitario y un pinar,

y el viejo puente rústico y sencillo

completando tan grata soledad.

¿Qué es soledad? Para llenar el mundo

basta a veces un solo pensamiento.

Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras

el puente, el río y el pinar desiertos.

No son nube ni flor los que enamoran;

eres tú, corazón, triste o dichoso,

ya del dolor y del placer el árbitro,

quien seca el mar y hace habitable el polo.

TE AMO… ¿POR QUÉ ME ODIAS?…

Te amo… ¿Por qué me odias?

-Te odio… ¿Por qué me amas?

Secreto es éste el más triste

y misterioso del alma.

Mas ello es verdad… ¡Verdad

dura y atormentadora!

-Me odias porque te amo;

te amo porque me odias.

TÚ PARA MÍ, YO PARA TI, BIEN MÍO…

I

Tú para mí, yo para ti, bien mío

-murmurábais los dos-

«Es el amor la esencia de la vida,

no hay vida sin amor» .

¡Qué tiempo aquel de alegres armonías!…

¡Qué albos rayos de sol!…

¡Qué tibias noches de susurros llenas,

qué horas de bendición!

¡qué aroma, qué perfumes, qué belleza

en cuanto Dios crió,

y cómo entre sonrisas murmurábais:

«¡No hay vida sin amor!»

II

Después, cual lampo fugitivo y leve,

como soplo veloz,

pasó el amor…, la esencia de la vida…;

mas… aún vivís los dos.

«Tú de otro, y de otra yo» , dijísteis luego.

¡Oh mundo engañador!

Ya no hubo noches de serena calma,

brilló enturbiado el sol!…

¿Y aún, vieja encina, resististe? ¿Aún late,

mujer, tu corazón?

No es tiempo ya de delirar, no torna

lo que por siempre huyó.

No sueñes, ¡ay!, pues que llegó el invierno

frío y desolador.

Huella la nieve, valerosa, y cante

enérgica tu voz.

¡Amor, llam inmortal, rey de la tierra,

ya para siempre, adiós!

UNA SOMBRA TRISTÍSIMA, INDEFINIBLE Y VAGA…

Una sombra tristísima, indefinible y vaga

Como lo incierto, siempre ante mis ojos va

Tras de otra vaga sombra que sin cesar la huye,

Corriendo sin cesar.

Ignoro su destino…; mas no sé por qué temo

Al ver su ansia mortal,

Que ni han de parar nunca, ni encontrarse jamás.

YA DUERMEN EN SU TUMBA LAS PASIONES…

Ya duermen en su tumba las pasiones

el sueño de la nada;

¿es, pues, locura del doliente espíritu,

o gusano que llevo en mis entrañas?

Yo sólo sé que es un placer que duele,

que es un dolor que atormentado halaga,

llama que de la vida se alimenta,

mas sin la cual la vida se apagara.

YA NO MANA LA FUENTE…

Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;

ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.

Ya no brota la hierba, ni florece el narciso,

ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.

Sólo el cauce arenoso de la seca corriente

le recuerda al sediento el horror de la muerte.

¡Mas no importa! A lo lejos otro arroyo murmura

donde humildes violetas el espacio perfuman.

Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas,

tiende en torno del agua su fresquísima sombra.

El sediento viajero que el camino atraviesa,

humedece los labios en la linfa serena

del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,

y dichoso se olvida de la fuente ya seca.

YO NO SÉ LO QUE BUSCO ETERNAMENTE…

Yo no sé lo que busco eternamente

en la tierra, en el aire y en el cielo;

yo no sé lo que busco; pero es algo

que perdí no sé cuando y que no encuentro,

aun cuando sueñe que invisible habita

en todo cuanto toco y cuanto veo.

Felicidad, no he de volver a hallarte

en la tierra, en el aire, ni en el cielo,

y aun cuando sé que existes

y no eres vano sueño!

Castro, Luisa

Reseña biográfica

Poeta y novelista española nacida en Foz, Lugo, en 1966.

Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, ha realizado también estudios de cine en Columbia y New York University.

Inició su carrera literaria a los diecisiete años con la publicación del libro Odisea definitiva. Libro póstumo, en 1984. Posteriormente obtuvo «Primer Premio Hiperión de Poesía» en 1987

con su libro Los versos del eunuco y el «Premio Rey Juan Carlos de Poesía» con Los hábitos del artillero publicado en 1989. Parte de su obra poética está contenida en los poemarios Ballenas en 1992, De mí haré una estatua viviente en 1997 y Señales con una sola bandera en 2004.

A su recorrido poético se suman sus grandes éxitos con las novelas El somier, finalista del «Premio Herralde» 1990, La fiebre amarilla 1994, El secreto de lejía, «Premio Azorín» 2001, Viajes con mi padre 2003 y La segunda mujer, «Premio Biblioteca Breve de Seix Barral»

AGONÍA

Tú no vienes.

Te sientas a mi lado

y te gusta hacer preguntas

y esperas

que yo extraiga un pez brillante

del fondo del lago.

Pescadora no soy.

Nadie me ha visto enturbiando la orilla del río

con unas botas de agua.

Lo que estremece al buscador de oro,

ese brillo convulso,

para mí es dolor.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

ANTES DE SER ÁRBOL FUI CAZADOR

Antes de ser árbol fui cazador,

cacé ciervos,

cacé orugas,

cacé negros caballos de río,

cacé pájaros distintos en el ala de la noche,

cacé nobles dentaduras de conejo,

cacé un asno antiguo en el ojo de la higuera,

cacé vacas gordas con el cuerno habitado de pistilos.

cacé larvas para ti de pequeñita muerte,

cacé libélulas con el cuello dibujado

y rostros de sirena en el culo del invierno

cacé.

Antes de ser puente fui incendiaria

y en cada cabello abrí una brecha

como un barco.

Sabía el fuego,

conocía las artes. Parte de mis dedos

se ardieron y así vistes: piel bajo

la piel, en el útero

cenizas

y así nazco.

Ahora soy domador. Vivo en el circo

y luego lo peor

cuando la fatiga y la tarde

y una plantación de eunucos que regar

en el corazón imberbe de la tierra.

De “Los versos del Eunuco” 1986

AUNQUE SE RÍAN DE LOS VERSOS QUE TE ESCRIBO…

Aunque se rían de los versos que te escribo

y que dejo escondidos en las mantas del catre,

pedaleo.

Y Vegadeo es de lejos un fósforo encendido,

llevo alas en las ruedas,

voy en llanta,

pero conozco el paisaje y tengo alma

porque hago amistades

con recuas de perros de varios pueblos

y diversa índole.

Me ladran porque te amo.

Se arrojan a mis zapatos como fanecas salvajes.

De “Ballenas” 1988

BUCEA

No llenes el foso de cocodrilos,

no lo hagas, bésame,

yo luego no podré tirarme de cabeza

y todo terminará como siempre

sin haber empezado.

Llévate mi vida, deja en paz mi pelo,

lleva todo lo que tengo, nunca encontrarás

el nudo oculto de mi cabeza, no me des

la lata más, no me dejes un regalo

ni quieras beberte mi copa, llévate

mi vida

y no me mires más.

Sólo bucea,

clava el arpón en tu presa,

afina y discierne

porque ya no eres joven.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

BUENAS NOCHES

Yo sólo espero

que llegue la noche para poder dormir.

Darán las once -no es la hora

todavía

de que se acuesten los niños-.

Un poco más y podré cerrar los ojos

hasta mañana.

El día me despertará

con la misma disculpa de siempre.

Le perdonaré, sí.

**

Yo sólo deseo

que pase el tiempo y por fin llegue la muerte.

Que pase sobre mi cabeza y mi cuerpo

corriendo

hasta que pueda decir

basta, ya me has bautizado,

nada nuevo sucederá

si dejas caer sobre mí

el agua y tus bendiciones.

Sólo deseo eso.

Que pase el tiempo deprisa,

que llegue la vejez

y ya nada importe,

sólo lo que a solas en mi corazón sobreviva,

sólo lo que me acompañe hasta allí

y también allí

todo eso me abandone.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

CAE IMPENITENTE UNA LLUVIA DE PALOS UNA VIRGEN SE LAMENTA

De noche cuando el eunuco

duerme

soñando con mi tercera muerte y mi corazón

divide el oro de la sangre

un pequeño temblor me habita por la boca.

Pulsar útiles arpas

entonces,

templar cálido hierro, cerrar

sobre algún sexo las manos aún gritando

sólo puedo morir, sólo puedo morir,

quizás signifique

estar cerca

de mi soledad con un nudo.

Quizás signifique verter fotografías en una zona

a menudo extranjera

golpeando una arena cimentada.

Pero cuando duerme o se empeña en la venta de

mis bienes,

en mi rostro sobre el palo, sólo queda

morir, sólo

queda morir, lo doloroso

es la mañana con himno y camareras,

lo doloroso

es mi cuerpo con andamiaje de ola como edificio

de

aire.

A las cinco se llena de mujeres como

un parque.

A las seis un viento que oscurece

lo recorre como un

sable.

De “Los versos del Eunuco” 1986

CASI MEDIODÍA

I

Pero te dejo ir, te marchas, y yo ya no recuerdo

si debo sufrir, si es mi hora, mi llanto,

mi Penélope,

mi asiento duro y fácil

de tejedora a la sombra de una espera inconmovible:

te dejo ir y la mañana

cae espesa y ruidosa,

se postra en mis pasillos,

invade las cocinas y yo ya no te amo

porque no, no es del todo cierto un dolor tan constatable.

Te dejo ir y avanzas confusamente entre los parques,

estropeándolo todo con las huellas de

tus botas

grandes de soldado rubio.

Te vas a la guerra y decir miedo,

verte desaparecer diciendo hambre,

verte caminar con la muerte sonriéndote en la espalda,

prostituta de quince minutos estrechos

en la primera esquina, junto

a la tienda de puñales.

II

Y no, no es del todo cierto un dolor tan apreciable

porque hay una cosa entre los frigoríficos

que se llama resurrección

y cada hora decapitada, cada segundo

mutilado, cada vinculación ahí afuera

supone que los perros van a desaparecer algún día

con su fidelidad que traiciona rebaños,

con su estúpida conducta de amor incondicional y severo.

No es del todo cierto eso de que yo sufra,

pregúntale a una esfinge sin brazos

y con la nariz incompleta

si me ha visto pasar con lágrimas y duelo.

Quieren responderte con la misma frase lapidaria,

hija de siglos,

¡ah!, qué terrible llanto las cariátides, qué terrible llanto,

pero yo

no pertenezco a la historia

y no tengo amistades de piedra.

Yo, dulcemente, he llegado a la desmesura del amor,

a la cintura estrechísima de la soledad, dulcemente,

etcétera,

y mi alma alargada por el uso, estirada

y ensanchada

por los viajes fugitivos de tu cuerpo

acumula el aire y flota,

mi alma floja, preguntándose

qué es esa cosa de que te miren

todas las ciudades, de que te acojan todas las

Venecias.

De “Odisea definitiva” 1984

DEJÉ DE TRANSMITIR SUS SEÑALES E INTERPRETÉ LAS MÍAS

Cuando las gaviotas se lo coman todo

y en los esqueletos de los barcos proliferen

los insectos,

seguirás preguntándote qué hice contigo

después de recordarte.

Porque después del recuerdo vienen otras cosas

que no conociste,

que tampoco conocí porque desaparecían

al ritmo ligero de lo no deseado.

Pequeñas rozaduras que envejecían el instinto

de retenerte

y que no hacían daño, como ahora las gaviotas.

Todavía no, pero las veo gordas

sobre sus patas tiesas de aferrarse a los ahogados

y comerles los ojos

sin movimiento.

Porque no opone resistencia la carroña

engordarán tranquilas.

Pero todavía no,

aunque las vea.

De “Los hábitos del artillero” 1990

EL INVENTARIO DE LA MUERTE

Al alquimista una fuga lenta de soldados

solicito, un solo golpe para mí

con amigas almas que se incendian para nadie

y la fiera sorda del cuerpo

a veces ya patria o ya derrota que conozco

sin derribos.

Puedes empezar a decir

¿y la intemperie?

Puedes empezar a tocarte las manos.

Que no vendrá una guerra de treinta años a llevarte,

no vendrá mi voz con presagios y terrazas

a perderte.

Es la alegría de mis uñas sucias,

el olor de la piel y los zapatos de estratega

que no abandonaré, que no

abandonaré

en las llamas aunque ardas

para nadie

con un verso de urgencia y largo olvido en la garganta.

Al alquimista

dadle

el fuego, para mí el cuerpo extranjero

que no conoce mi país de penas

donde los cónsules del cieno se aburren libremente

con muchachos dulces que no saben

besar.

De “Los versos del Eunuco” 1986

EL SUEÑO DE LA MUERTE

I

Despiértame de este sueño de la muerte,

príncipe de mis días,

acércate,

encuéntrame tendida en este sueño de la muerte.

Tan bella como pueda serlo

aquella que ha cruzado huyendo un bosque

y se ha rendido,

así soy yo de bella.

Muerta y llorada por pequeños amigos.

II

Despiértame de este sueño de la muerte.

Atiende toda señal del camino

y presta oídos al rumor de los árboles.

Ellos te guiarán.

Ábrete paso, príncipe de mis días,

encuéntrame aquí bella y dormida

y bésame.

Tanto

como puedas besar a aquella

que ha cruzado huyendo un bosque

perseguida y sin culpa

hasta perderse.

Así de bella soy.

III

Tu caballo,

escúchalo,

sabe hacia dónde va,

no lo reprendas.

Sus pequeñas y sensibles orejas

te guiarán.

Hasta este claro en el bosque.

Hasta mí,

que sabía que vendrías a caballo.

IV

Escondida

del filo mortal del malvado

hasta aquí he llegado.

Refugiada

de los venenos que acechan,

nadie

puede arrancarme el corazón.

Así de muerta estoy.

V

Pero la casa es pequeña

y las herramientas,

diminutas en mis manos.

La bondad de mis amigos,

un hermoso ataúd de cristal

y un entierro hermoso.

Y esa roja manzana

de piel resplandeciente

y maligna semilla,

no más dura y más bella que este fruto de mi muerte.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

ESTOY HACIENDO PRUEBAS DE VELOCIDAD

Retrocede.

No soy yo, que conozco la cinta del tiempo

y navego

a sabiendas

de que en el mar las horas tienen otro arbitrio

y otra medida

las fuerzas.

Es el mundo,

que retrocede.

De “Los hábitos del artillero” 1990

INOCENCIA

Se acabó la inocencia.

Era una bebida empalagosa y breve,

una comida exótica,

ahora ya lo sé.

La probé.

De esas cosas que se toman un día

y siempre las recuerdas,

de esa gente que te encuentras

y no vuelves a ver.

Nunca sabrás lo que pasaría

en el banco de la inocencia.

Con los pies colgando

allí sólo vive la gente que no recuerdas,

lo que nunca ha pasado.

Te sentaste un momento

a escuchar desde lejos la orquesta.

Era duro y solitario

el banco de la inocencia.

Demasiada prisa en volver

como para no olvidarte algo.

Ahora ya lo sabes,

la inocencia es esa gente

que se quedó tu chaqueta.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

LA AMIGA MUERTA

Averigua,

dulce corazón de hermana imperdonable,

cómo llegó hasta casa la discordia

y cómo nos estalló en las manos

un juguete que nunca deseamos, recuerda.

Nos estalló en las manos.

A ti te llevó la cara

y a mí la mano izquierda.

Ahora sólo puedo escribir

pensando en mi amiga muerta.

Ahora, dulce corazón de hermana imperdonable,

sólo puedo escribir.

**

Averigua,

dulce hermana que nada perdonas

ni a tus huestes eliges,

dónde prendió el mal

y qué he hecho y qué has hecho,

quién de todas las furias

(enmascarada, soberbia),

desbarató la obra que el tiempo había erguido

y se comió el papel donde quedaba escrito

para el hombre venidero,

aquel que te llamaba al fondo de la carretera

con los brazos abiertos y el color de los ojos

aún por determinar,

la forma en que habrías de reconocerlo:

Llegará de día con los rayos del sol,

no enturbiará su mirada

el frío del amanecer

ni los oscuros reclamos del bosque.

Pero cuando sea la hora tú ya no estarás. Estaré yo.

y en ese momento del baile

la muerte

cambiará de pareja.

***

Abre los ojos, es ella otra vez.

No tengas miedo, es

una cara amiga

y te hablará con las mismas palabras de siempre.

No deben sorprenderte

sus frases de agradecimiento por oírla ya muerta

ni sus gestos de disculpa por yacer en el suelo.

Sabes que no se irá

aunque tú te vayas

y tus ojos no quieran ver.

Sabes que no se irá,

seguirá aquí,

por una eternidad seguirá aquí.

Eres tú la que ocupas su lugar.

Eres tú la que llenas su tiempo.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

LA CAÍDA

Las montañas cristalizan en mil años

y el mar gana un centímetro a la tierra

cada dos milenios,

horada el viento la roca

en cuatro siglos

y la lluvia,

también la lluvia se toma su tiempo para caer.

Se paciente, con mi corazón

que suspira por una obra duradera.

Como el viento,

como la lluvia,

también mi corazón

se toma su tiempo para caer.

LOS REYES DEL ANOCHECER I

De comida del diablo me alimento.

Los reyes del anochecer

se abrigan

un paso atrás del puesto encomendado.

Voy hasta la esquina del moro

y allí pongo mi sonrisa, mi dinero.

Por siempre hombres armados

que saben decir no

y hombres desarmados que carecen de rutina

mezclados me perturban, me apasionan

con sus mesas de playa abiertas

en la noche,

con sus tres o cuatro cosas en venta.

El mismo perfume desde hace dos años,

mi amor hecho de pesas,

una forzosa condición para llegar hasta el final

y mucha gente que sepa

lo infelices que somos

viéndonos como uno más,

eso quisiera, sí.

Y que todo quede atrás, cuando salgo de este bar,

Con el último hueso de aceituna.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

MÁS QUE EN EL ARMADOR …

Más que en el armador.

Más que en el armador con cara de satisfecho.

Víctima

de tus caprichos.

De “Ballenas” 1988

MÁS QUE EN LAS POTERAS…

Más que en las poteras.

Más que el calamar del color del coñac

que no conoces,

más que en el coñac donde mojo la potera

persiguiendo el calamar,

más que en la potera que me arrojas, que me espera

por las noches,

cuando bebo.

De “Ballenas” 1988

MÁS QUE EN LOS ANZUELOS…

Más que en los anzuelos.

Aún más que en mi dedo gordo

con un anzuelo

en vez de robalizas.

Aún más que en el anzuelo que tengo en el corazón

en vez de robalizas.

Más aún que en la cabeza de robaliza que tengo

en vez de anzuelos.

Más, más que en los anillos que hago para ti

con anzuelos de robalizas.

De “Ballenas” 1988

MEDIODÍA

I

Un almuerzo de averías y lutos instantáneos

detrás de las ventanas.

La soledad es una mentira para acercarte

a los besos con premeditación.

Sólo esta sensación de pan lejano,

de hambre que no es, de transeúntes mojados en un día caliente,

sólo la certidumbre

de masticar el aire, de ver que todos

se han muerto de repente

en este mediodía abierto a los abismos.

Está bien,

todos comprenden que la vida es una cosa de siesta

postergada. Todos

se han marchado a amarse a los vertederos de la ciudad;

como si la vida fuera una cosa de siesta postergada

han cogido sus pertenencias y no han dicho me voy:

el éxodo de los baúles, los libros, las indigencias

y acaso un hombre conocido entre la muchedumbre,

un hombre con el cabello sucio y

en la boca

cierto resabio de siesta postergada.

II

Yo, mientras, cuento con paciencia las arenas que me habitan

y no estoy sola entre tanto caos

y esta fauna irreverente que me crece desde adentro

y me pregunto dónde podrás estar

cuando el naufragio llegue

y

que si vas a volver separando las aguas,

frenando

la lluvia de este día, comiéndote

los charcos tiempo

de mi casa,

instalando sin dolor

tu maldición

de aguacero.

Es pronto para decir que se han precipitado

las aguas.

Y el ángulo recto insostenible del amor,

del amor que comercia con los pasos lentos

de un elefante creciéndote en la boca.

Que si vas a venir con Abraham, con Josué,

habitando la fortuna de los dioses y

sus iras

o

subido sobre la arquitectura apretada de un poema

Con los hijos desheredados de la infancia.

(Querían verte con una sonrisa plana y

ensortijarte

el cabello en los cines de pueblo

y yo,

acercarte un poco más al lugar donde la palabra

es una mujer abierta de piernas, animal

gestante,

infinitamente divisible, una estructura

de miedo

laberíntica e infranqueable).

Es bastante pronto para afirmar

que se han precipitado

las aguas.

En todo caso vendrás, vendrás, amor,

porque el futuro cese.

III

Y debo preguntarme dónde estarás ahora,

entre qué destrucciones, entre qué cadáveres,

recordando qué malditas aventuras de niños,

sólo de niños, pero

temprano

es una palabra no muy bella,

y yo ya no puedo con viejas historias

de novios

que se besan en los puertos y hacen el amor

en los portales,

no puedo ya con las leyendas heroicas de

mi pueblo, no

tengo apenas un miedo que

devaste las canciones

y no sé si es prematuro decir

que casi te amo

cuando la palabra triste deja de pesar sobre

las conciencias.

Imposibilidad

del

amor

turco

sólo hay un pan inútil y trabajoso

y niños que se suicidan gentilmente

debajo de

la escalera, sangre

que desborda

el cuarto de las escobas, y

un muerto fragilísimo cayéndosenos

justamente

cuando una órbita se abre y olvida sus sucesiones,

cuando algo ha

perdido el

ritmo y

desconoce de pronto

sus herencias de engranaje.

IV

Bueno, mi amor, y luego todos los hijos

que no llegaron a tiempo para la celebración

del vino

y el espanto

de las ventanas tapiadas.

V

El sol inventa excusas y entonces tú

tendrías que llegar,

irrumpir en los pasillos,

echar abajo las puertas,

preguntar por algún nombre y besar con amor

todos los maltratados brazos.

Tendrías que despojarte del cuchillo,

de las artes

de la lucha y del polvo del combate

y amar como los hombres grandes

alzados en las estatuas,

amar brutal e impunemente

con altura de grito

que cierra todas las guerras.

Ya ves, en cambio yo admito tristemente

esta ubre soleada

que entra por las terrazas

mientras

espero en silencio

a que se cumplan la mayoría de las profecías

que anunciaban

tu llegada intempestiva

de fiera desconcertada y atroz

en medio de las alcobas.

Yo, la de los pechos más tristes,

la vestal de piedra y espuma

(Penélope no lo habría dicho entonces)

te esperaré, sí, con un poema siempre inmediato

en los ojos

y un cinturón de castidad a rayas,

detrás,

detrás,

aferrada al más hermoso mocharabiyeh.

De “Odisea definitiva” 1984

MORDIENDO POR LAS CALLES A LOS HOMBRES QUE SE AMAN

Algunas palabras para perder la vía,

algunas palabras, que no falten palabras,

quiero saber

el lugar

que

ocupa

mi

odio, quiero saber dónde se puede encontrar

una tienda del mejor

de los vinos

del vaso de la palabra.

Atentos al dolor, sí, sí,

atentos al dolor como en los huesos poderosos de mis

piernas,

atentos al regreso de los hombros

o la tierra hacia las ascuas.

Quiero saber cómo se cae a las llamas,

cómo se cae a la hoguera alta

y doble del

dolor mejor de todo dolor. Yo soy

un ángel falto de recursos, no me mires, voy

hecho lentamente

con el corazón pobre de pobreza de ángel,

con la indigencia en el centro

atento

como un noble mensajero del error

al dolor

de los mamíferos.

Cómo se me vierte el fuego en la raíz

de la lengua y la carne

empieza a oler a campana que no cesa. Es terrible,

es terrible

no conocer el mundo de las aves inferiores,

sus migraciones, vuelos,

averías, de las cornejas tan útiles, de las

golondrinas ignorantes y ciegas,

de las gaviotas tristes como

otoños.

Mirad, mirad, es tan terrible esto,

yo creo adivinar la sangre de

los míos, es larga, aguda, cruel, se necesitan

trajes

para verlo. Como mi sangre

que va

mordiendo viñas, que va

mordiendo

cuerpos, que va con dientes y con sangre

mordiendo por las calles a los hombres que se aman

saliendo de los cines.

Yo vivo en una ciudad pétrea y

a veces

somos pasos.

Se pueden ver arrastrando a nadie,

se pueden ver

lustrosas cabelleras,

tres o cuatro pasos solos,

duros,

precisamente amargos golpeando

la tarde y las cenizas

brillantes

como lluvia.

Y las mujeres que cuento en mi cabeza, que recuento,

que olvido,

sus vestidos azules que tendré que colgar, sus

dolorosas manos, vírgenes verdaderas.

Las mujeres que mi madre me abrió para que no empezase

todos los versos con su nombre. Para que no empezase

todos los versos con su vidrio de nombre.

Todas las mujeres que

recuerdo

buscando un duro cuenco donde albergar el vientre.

Todas las mujeres que mi madre me abrió.

Pero perdón, el mundo.

Pero perdón, la noche de los gendarmes

que me araña el pezón

Y me pide consuelo.

Todo eso, perdón, yo soy

un ángel.

Mi odio es infinito.

Mi odio espera el odio con olor a mantel

y derramado vinagre, ese odio

que se mea en el tacón de las bibliotecarias

hasta que nacen lirios

y la tierra empantana los taxis vigilando

una escuela.

Sí que conozco esa lluvia de dolor,

sí que conozco esa muñeca herida por el odio.

Y a veces las alas comienzan

a pesarme

y sobrevuelo el polvo

porque más allá de la muerte, más allá de la muerte

mi odio seguirá repoblando los bosques.

Puedo pensar que no, y entonces

hay un árbol.

Como un número blanco, como una ola de algas

tu cuerpo

largo y libre, algo lejano y mío, mío

hasta el desastre.

Un árbol con su techo delante de mi alma.

Será merced a mi alma que se va

con el primer ingrato de septiembre

o la milicia

que no espera

por una vez, por una sola vez,

para meterme en tu lengua ávida y rota

y perdonar al circo tanto asunto de valor,

tanto temblor,

tanta ruina con leones despeinados.

Mi amor, si digo esto mis ojos

crecen y

sonrío

pero, mi amor, si digo esto tu boca se parece a una tribu

roja que golpea cristales

y es el olor de las amigas que amé

tanto

detrás de un cementerio.

Mi amor, mi amor, y como este cuerpo que toco

alguna vez

una alegría sin centro me despierta en la noche

que no termina aún, que no acaba

y todo se ve azul

hasta morir

y yo habría de tener hierro en las manos

y quedarme. Tener

los pies, los días, las orejas,

los pechos y las alas

con hierro

y quedarme.

Esta es una canción desaparecida

para cantar con los brazos extendidos y los ojos

cerrados

y las rodillas

en el fango tormentoso de la culpa

mientras cae una lluvia de arcos y volutas milenarias.

Es más dulce mi cuerpo;

aquí está con medallas y

caderas, con el verbo del tabaco y la hojarasca.

Es más dulce

así

con huellas diminutas de dientes de ave viva

en mi sexo como una ropa

antigua que devora

la sal, en los pechos enanos como pruebas, retenidos

y aún distantes, enemigos para siempre,

y en la cintura que ardió

con muertos, barricadas, botellas,

armaduras

y un almanaque inútil con la fecha del ocho

y los niños del valle, los perros y las cañas.

Ven, amor, a degollar conejos encima de mis

nalgas.

cuánto tiempo he de esperar, cuánto tiempo

he de esperar.

Además

el silencio de la tierra que

no dice

palabras, que no dice

estertor,

que no dice

colegio ni cita mayo alguno.

Cuánto tiempo he de esperar.

De “Los versos del Eunuco” 1986

PECES DE SANGRE FRÍA…

Peces de sangre fría,

fríos peces de agonía intolerable

y deseos escasos.

Ambición sólo de respirar deslizándose

Con familias enteras que el océano asila

sin preguntar de qué cálido hábitat

vengo.

Siguiendo su rastro con convencionales artes

materiales informes,

mallas nuevas

querría manejar

sin que me impresionase su baile ciego en torno a la almadraba,

su turbia postración,

su fuga turbia.

De “Los hábitos del artillero” 1990

RECUENTO

Hoy tengo

veinticinco años.

Mi juventud se va

con mis mejores deseos.

La quiero, la veo marchar

sin una rozadura,

sin reproches espero a que esté lejos

para llorar su falta.

Nunca sabrá nada de mí.

Cambiaré de amistades, de lugares,

frecuentaré otros sitios

donde todo sea nuevo

y ella no pueda decirme te quiero nunca más

y yo nunca más pueda dejar de obedecerla.

Me esperan hombres que saben decir no,

mujeres que saben programar sus vacaciones

y soy feliz,

el futuro se descubre ante mí

lleno de hombres que saben decir no,

mujeres que saben decir no

me esperan en sus increíbles fiestas

con sus mejores deseos.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

REFLEXIONES HIPNAGÓGICAS

I

Imposibilidad del amor turco,

del amor que se arrecia en una estampa de niña desnutrida,

en un candente gesto de impotencia acribillada,

en la necedad y en lo vacío de unas muertes gratuitas

con su odio de vejeces aceleradas bajo la tristeza más simple

que se nos iba perdiendo -otro abandono más para nuestras vidas

sin lirismo.

Porque es lo inaudito

amarse en las basuras de una noche de viento

confundiéndonos del delirio infantil

y perverso de los gatos, contagiando

nuestros cabellos de la perfección y

la morosidad de la piel de las patatas,

embelleciéndonos los trajes con el contacto de la sangre

púber

que derrocha este desorden nocturno de finales de guerra

y destrozos humanos.

Punto. El viento.

II

Para encontrar pronto la Henoc robustecida de tu estrofa

donde también tenga cabida el amor en toda su vastedad

de azules.

Temprano es una palabra no muy bella que exige mujeres

repentinas y constelaciones espontáneas.

Quizá no sea preciso hablar de una truncada estrella

en las alcobas cuando algún crimen corrobora

la lentitud y la paciencia de unas medias desmayadas sobre

el suelo.

Y luego el acento agudo de tu risa tónica

clavándoseme en unas sangres que destila mi tristeza

atareada con las cosas más urgentes

desbaratándome un verso con su imprudencia de pájaro

cosiéndome los labios a pares suicidas

mutilándolos para lo más dulce,

negándoles tus arañas.

III

Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura

sobre todo en las mañanas necesarias del deseo,

en los tilos de un amor que se recupera de la desmesura

con un desayuno tardío

y el final de una historia mal mecanografiada de niños de ayer

que aún no sé, no sabes, si se han muerto, si van a

comprar la libertad de su poema

o si tienen que vivir

para una madre enferma de naufragios;

la historia siempre interrumpida por la inminencia

del dolor o del placer oscuro de los cuerpos,

la historia siempre interrumpida,

la historia siempre, siempre. Al final

siempre aquella cosa del término y el cierre,

la clausura,

el final.

IV

Pero ahora vamos cayéndonos en este desagravio de las fuerzas

y una ordenación de paralelas fijas

entreteje nuestros tiempos

señalados, abocados a la causa de las calles más anónimas

y mares y atmósferas tumultuosas y suburbios de palabras,

arrabales de gestos imprecisos, atajos peligrosos de llegar

antes de las diez para atrapar las primeras uvas

que desgaja el día.

Es la guerra, ya.

Atiende, esta es la hora

propicia

para decir cosas como levántate, te amo, es tarde,

mi amor, qué tomas, sólo queda café y leche,

y cómo

nos queremos, decir no quieres más, estás cansado,

mi amor, mi amor, atiende,

son ya las diez

(cómo te maldigo),

la guerra ahí afuera,

y tú, etcétera, márchate.

V

Habremos de volver, en todo caso, a la espesura,

a la concatenación de los días,

purgándonos el alma con dos soles de amianto,

haciéndonos las uñas con una suavidad de oficio

sin quebrantar las reglas de la moral que presiden los retratos

blanquinegros de las casas.

Volveremos siempre,

aunque sea cierto que nunca se retorna,

aunque Nietzsche tenga o no la razón,

y nosotros

(indefensas criaturas de la fonética más ardua)

no sepamos escribirles el nombre a los filósofos, no sepamos

consumir

el goteo milenario y lentísimo de las estalagmitas,

aunque afuera, en el río callejero de los claxons

nos aturda un viento claro de poniente,

una confusión

de abreviaturas y escaparates.

VI

Pero ¿es necesario que te ausentes para el hambre?

No, dime que no como se dicen las canciones, t

dí no como una canción apenas retenida,

duda no para que la canción sea más lírica y

romance.

No vamos a volver al filo estrecho de los meses,

no vamos a ser la estatua de sal,

la mujer de Lot,

la destrucción de un renunciar,

de un abdicar,

de una puerta maltratada.

Y el abandono delante de las ventanas encendidas,

el abandono de un hombre-sombra borrado de la historia,

un hombre que apenas es objeto oscuro, macizo,

recortado, opaco, impenetrable

tras la luz que desbarata y obstruye

los sentidos,

la luz mortificante de ver cosas,

la luz que destruye y minimiza

el horror

de ser un ave bajo tierra.

VII

Es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos

malogrados de la infancia.

dejemos los mediodías abiertos para los últimos

pobladores de la noche,

apenas Se te ve ya entre tanto rayo creador

y tanta renuncia de larvas.

Renunciar es esto.

Un temblor de temores bajando las escaleras,

cayendo hacia los portales barridos

y solitarios,

un agolpamiento de polvo, de tierra fértil y de

frutos dibujados en el movimiento súbito

de tu paso meteórico y fugaz

como Una ausencia de niños pálidos.

Tanto hueco.

Ausentarse es esto.

Así,

es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos

aunque tu recorrido dure lo que duran las abejas.

VIII

Cómo he de decirte que vengo de beber de tus sequías,

cómo voy a contarte mi febril búsqueda de rastros

en tu cuerpo abandonado.

Otra cosa es la lluvia y los morteros patriarcales,

las herencias seculares de comerse una manzana,

las costumbres y atavismos de monedas insectívoras,

tu rostro adaptado a la geografía universal del hombre ameba.

Pero llego y se te borran los ojos,

las crines

de semental confuso se te vuelan

y ya no quedan en la superficie de tu cuerpo

estigmas de raza, edad, sexo o condena a muerte

y sólo eres ya una cosa rosa mate de pesada traslación

e ingente abrazo.

Eres únicamente una carne ciega y útil,

una carne abierta que maneja mis palabras,

carne viva, animal puro, sin timbre humano,

aproximándose al ser-latido, al primer peldaño de tu

génesis

violácea,

recordando el primer árbol, la primera gota,

el primer silencio.

Y entonces es cuando te amo, ciertamente.

No hay un amor suicida para cada minuto de cada catástrofe,

otra cosa es el olor que dejas en los pasillos

cuando es necesario que te vayas a la guerra,

mi amor,

a la guerra callejera del inmueble y la agonía.

Ah, el amor de nunca

retenido en los estantes suntuosos de la tradición amable,

pisado de polvo, arañado, entristecido,

apenas soleado, a una esquina de la muerte,

alguna vez te diré que no me angustia

este amor tártaro,

que solamente preciso de tu cálida carne siberiana.

De “Odisea definitiva” 1984

TODO ME DA VUELTAS…

Todo me da vueltas.

Irlanda está lejos, como tú,

equidistantes de mi corazón

que no os ama.

En la nevera del barco, entre julias,

olvidado en el palo mayor,

mi corazón se cuenta entre los animales más lentos del bosque.

No es su turno

y está todo tan difícil

como en los vestidos de las mujeres de Belfast.

Botón por botón

me hacen aún más desgraciado

y no debo rasgarlos como si esto fuera mi pasión

y aquello mi cerebro.

De lejos,

ni Irlanda ni tú:

mi estómago no os ama. Amanece con nudos

y eso es todo.

Es rápido, pero cobarde.

De “Ballenas” 1988

VISIÓN DE CIBELES

Yo era una bella mujer que pasaba sin mirar

y llegué hasta aquí y debí detenerme,

dormirme,

soñar con hojas y aves.

Otras vidas fugaces como hojas o aves

giran sin detenerse.

No envidio sus viajes.

Quieta,

me quedo aquí de piedra.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que soy de piedra?

¿Cuántas hojas y aves han caído y volado?

Cuantas vuelven

o llegan

como tú,

que me ves como nadie me ve,

que no buscas en mis ojos respuestas

ni haces preguntas,

que pasas y miras sin querer

lo que los otros no ven,

lo que sólo aquí se ve,

los ojos blancos y abiertos de las estatuas

que han llegado caminando de tan lejos

y se paran

y escuchan al vagabundo

mientras los hombres se cruzan

y se hacen preguntas

en estas calles donde un día debí detenerme,

dormirme,

soñar con hojas y aves.

**

Como tú me ves nadie me ve.

Con corazón de piedra

apacigüé a la madre,

liberé a aquel muchacho de la boca del tiempo

con corazón de piedra.

Frío y duro es mi corazón

y nada hallarás en él

del mundo conocido.

Mi trabajo es sencillo:

burlo al padre devorador de sus hijos

con un niño de piedra

y en mi sombra cobijo fugitivas muchachas

y apaciguo a las madres.

Te sonrío, es mi empleo.

Pero no te miro de frente

ni me vuelvo a mirar cuando pasas

ni pregunto quién eres a las aves vecinas

ni reclamo en tus ojos

vanas complacencias.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

Castro, Juana de

Reseña biográfica

Poeta española nacida en Villanueva de Córdoba en 1945.

Es profesora especialista en Educación Infantil y miembro correspondiente de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes.

Colabora en diversos medios literarios como articulista y crítica literaria, además de co-traductora de poesía italiana.

Ha obtenido importantes premios en el campo de la poesía y la narrativa entre los que se destacan: Premio Juan Alcaide en 1985 por «Paranoia en otoño», Premio Juan Ramón Jiménez por «Arte de cetrería» en 1989, XI Premio Carmen Conde por «No temerás» en 1994 y el Premio San Juan de la Cruz por «El extranjero» en el año 2000.

Recibió además el premio Carmen de Burgos por sus artículos periodísticos y los premios de Periodismo del Instituto de la Mujer en Madrid 1984 y Meridiana del Instituto Andaluz de la Mujer en 1998 por su trayectoria.

El resto de su obra está contenida en «Cóncava mujer», «Del dolor y las alas», «Narcisia», «Alta traición», «Alada mía» y «Del color de los ríos».

ALICIA DESPOSADA

Era blanca la boda: un milagro

de espuma, de azahar y de nubes.

Cenicienta esperaba.

Las muchachas regaban cada día

los frágiles cristales de su himen.

Blancanieves dormía.

Al galope

un azul redentor doraba la espesura

y la Bella Durmiente erguía su mirada.

Las vestales danzaban. Y las viejas mujeres,

en las noches de invierno,

derramaban sus cuentos de guirnaldas,

de besos y de príncipes.

Era largo el cabello, eran frías las faldas

por las calles de hombres.

Las fotos de las bodas

irradiaban panales de violines

y era dulce ser cóncava

para el brazo tajante y musculoso.

La boda les cantaba por el cuerpo

como un mar de conjuros.

Y a la boda se fueron una tarde

con su mística plena. Y cambiaron

la hora de su brújula

por el final feliz de los cuentos de hadas.

De Cóncava mujer, Córdoba 1978

AQUARIA

Llovía largamente por todos los rincones.

Gotas dulces llovían por su espalda,

miel de venas azules el cabello,

arco ciego del mar.

Nalga rosa perdida,

húmeda luz, la clara

porosidad de nieve de sus pómulos.

Arroyos, mar, cascadas inundando

los brazos y las cuevas,

golondrina en el borde su mirada.

Líquida llueve, líquida

se sumerge en las algas

y una rosa de yodo, como una ventana

le florece en la sangre.

APOCALIPSIS

Ella no es Pomona. Ni, como las Danaides,

una daga dorada oculta entre los senos.

Ella no es Calíope, aunque sea la voz y la belleza.

Y aunque, como las Náyades, ame fuentes y bosques,

no es Estigia, ni Dafne,

ni es la bella Afrodita

ni el sueño de los héroes.

Pero Ella ha nacido.

Como ananás fragante, se levanta

ungida de romero,

como custodia viva, derramando

cuatro copas dulcísimas:

Abrazo de la tierra,

música del aire,

luz violenta del fuego

y el almíbar del agua.

Ya no habrá nunca noche, porque Ella

se ha manifestado

con sus cuatro trompetas y su gloria.

Y así es la gran nueva, la alegría:

Porque Ella ha nacido

y esta es la señal, aleluya.

Que su gracia

sea con todos vosotros, aleluya.

De Narcisia, Barcelona 1986

DE LA LONJA

No te amaré mañana. He aguardado

tantos días desnuda, con tu nombre

grabado entre las cejas, que olvidé

los inviernos, el azul y las rosas.

Ciertamente, habría de ser negra

la piel negra del perro que amordazó

mis piernas y fue lenta, hacia dentro

vistiendo de parálisis la gallarda

evidencia del hombro. Hoy he visto

que tan sólo milímetros le restan

a los hilos del túnel. Pero existe el remedio:

Mañana, cuando tú te despiertes,

encontrarás el lecho bañado con mi sangre.

Un panal de uñas rotas, y tal vez

una pluma deshojada en la lucha.

No debes sorprenderte. Habré ganado

en el instante último mi guerra.

Con un ala perdida junto al cielo

y la llave morada de los labios, estaré,

torpe y triste, otra vez aprendiendo.

Mas debe ser así, pues que la libertad

hermana es gemela de la muerte.

DE LA CAPTURA NOCTURNA DE HALCONES POR DESLUMBRAMIENTO

La muerte es una alondra descubierta en la noche.

Ahora sé que, transida, con su brazo

fervoroso de arándanos me acecha.

De mi alcoba, tan lejos maduraba,

tan secreta y tan dulce, certera de mi olvido,

que sólo tras el mar, en otra orilla,

su manto desplegaba de ternura.

Fue preciso el camino. Andar

por otras tierras, absorber

otra luz, otra lengua, sigilosa

y terrible su huella por las piedras.

Con mis ojos la he visto.

Estuvimos tan cerca, que el fulgor

de su música, como nieve bajaba,

ciega al mar, por mi cuerpo.

Fue un instante de amor. Sólo el tacto

luminoso y atroz de la distancia.

Mas vivo, desde entonces,

develada, viviendo por morir.

Por bajar, o ascender, y en el infierno

de su efímera mano, venturosa,

sucumbir finalmente

de hermosura o maldad.

De Arte de cetrería, Col. Juan Ramón Jiménez, Huelva 1989

DESTIERRO

Yo no soy de esta tierra.

Era ya extranjera en la distancia

del vientre de mi madre

y todo, de los pies a la alcoba me anunciaba

destierro.

Busqué de las palmeras

mi voz entre sus signos

y perforé de hachones

encendidos la amarga

región del azabache. Yo no sé

qué vuelo de planetas torcería

mi suerte.

Sobre el mudo desvío, sé que voy,

como víbora en celo, persiguiendo

el rastro de mi exilio.

No encontrará mi alma su reposo

hasta que en ti penetre

y me amanezca

y ría.

De No temerás, Torremozas, Madrid 1994

DISYUNTIVA

La tentación se llama amor

o chocolate.

Es mala la adicción.

Sin paliativos.

Si algún médico, demonio o alquimista

supiera de mi mal

cosa sería

de andar toda la vida por curarme.

Pues tan sólo una droga,

con su cárcel

del olvido me salva de la otra.

Y así, una vez más, es el conflicto:

O me come el amor,

o me muero esta noche de bombones.

De Alada mía, Córdoba 1996

EL POTRO BLANCO

Tiene razón ella, y el espejo

que me enseñó esta tarde.

-Mírate, tú no eres un hombre.

Los hombres nunca tienen

esa fiebre en los ojos, ni los muslos

les florecen redondos, ni en los pechos

les crecen dos botones

erguidos como islas detrás de la camisa.

-Mírate.

Y me miro,

y me voy desnudando

de mis tristes aperos.

Y entonces aparece, sin que yo lo convoque,

mi cuerpo como el lirio

de sol y la radiante manzana de la carne,

igual que en el milagro

del primer potro blanco saliendo de su madre.

INANNA

Como la flor madura del magnolio

era alta y feliz. En el principio

sólo Ella existía. Húmeda y dulce, blanca,

se amaba en la sombría

saliva de las algas,

en los senos vallados de las trufas,

en los pubis suaves de los mirlos.

Dormía en las avenas

sobre lechos de estambres

y sus labios de abeja

entreabrían las vulvas

doradas de los lotos.

Acariciaba toda

la luz de las adelfas

y en los saurios azules

se bebía la savia

gloriosa de la luna.

Se abarcaba en los muslos

fragantes de los cedros

y pulsaba sus poros con el polen

indemne de las larvas.

¡Gloria y loor a Ella,

a su útero vivo de pistilos,

a su orquídea feraz y a su cintura!

Reverbere su gozo

en uvas y en estrellas,

en palomas y espigas,

porque es hermosa y grande,

oh la magnolia blanca. Sola!

(De Narcisia, Taifa Poesía, Barcelona 1986)

JABÓN DE SOSA

Hervía en la caldera de bronce sobre el fuego.

La sosa devoraba el saín de la vida

y ella sola sabía la entraña del milagro.

Inmensa, se enfriaba la tarta

del color de los ríos,

para luego cortarla

en cuadrados pedazos aromados de limpio.

Hoy que ella se muere como se ha muerto el rito,

una niña recoge del cauce de un arroyo

el fruto de una piedra: arena y tosca y ocre,

cómo sabe su frío a la orfandad del labio.

LA CUNA

Estoy encinta, y vivo. Me preñó

igual que a las ovejas.

Ahora hace la cama

con madera de olivo,

y canta, y por primera vez

me llama por mi nombre.

Porque va a ser un niño

como su abuelo, dice,

“un hombre de verdad

que trabaje conmigo”.

Pero de noche, carga

sobre mí su balumba

y se olvida del hijo.

Será para cantar, me digo, mientras abro

las piernas y me escoro

hacia un lado eludiendo

su peso porque duele.

¿Qué será lo que siente?

LA ERA

Mi padre y yo dormimos

en la era, y la paja

nos es lecho de estrellas. Se sienten

las culebras cruzar toda la noche

los haces de cebada, y ratas como gatos

nos roban en el trigo. Me estremezco

y no grito, porque mi padre ronca

bebiéndose la luna, y en el aire

cantan grillos de arena.

LOTÓFAGOS

A mediodía, por el aire, pasa

el ángel mudo de los inmigrantes. Todo

se alza y es un vaho

de pan recién cocido con aroma

de flores. En los barrios, los tranvías,

las ventanas y el metro, cada inmigrante compra

su flor de cada día y una

ración de pan. Pan moreno, pan alto,

pan blanco, pan rubio, de centeno o del sur.

Cada inmigrante huele

su pan de cada día mientras muerde, una a una

las irisadas migas

de su ración de flor.

PAÑUELOS

En un golpe de aire los papeles

han salido volando, y esparcen por el suelo

su forma de blancura.

Campo seco, sembrado

de rectángulos tersos,

limpias lenguas de sombra.

-Mis pañuelos son otros. De batista y de lino,

descansan sobre el pasto -sus vainicas aladas-

y a mis manos reciben

su perfección de agua.

Escritura caída.

Pañuelos

y pañuelos,

vida mía, palabra.

De Del color de los ríos, Esquío, El Ferrol 2000

PENÉLOPE

Kabul

Pajarillo enjaulado, me han quitado los ojos

y tengo una cuadrícula

calcada sobre el mundo.

Ni mi propio sudor me pertenece.

Espera en la antesala, me dicen, y entrelazo

mis manos mientras cubro de envidia

las cabras que en el monte ramonean.

Ciega de historia y lino

me pierdo entre las sombras

y a tientas voy contando

la luz del mediodía.

Noche mía del fardo

que sin luces me arroja

la esperanza del tiempo

engastado en la letra. Noche mía, mi luz

cuadriculada en negro, cómo pesa

mi manto y su bordado, cuánto tarda

la paz negra del cielo, cuánto tarda.

De El extranjero, Rialp, Madrid 2000

PROFECÍA

Algún día vendrás, sabes que miento,

que no puedo ya más tender la seda

lunar de la esperanza. Algún día

vendrás como una horca, el fiero

corazón guardando la armadura

y los labios en flor como limones

sangrados para el beso.

Peregrino lo sé, sé que algún día

recabarás aquí tu singladura

y yo te aguardaré, aguardaré

tu oído del vacío, sé que miento,

que no oiré nunca más

tu caracola niña. Puede ser

que vengas algún día

de otoño o una noche

de fuego en las ventanas, algún día

puede ser, pero sabes

que miento, yo no sé

si algún día.

SENTIR EL PESO CÁLIDO…

Sentir el peso cálido.

Girar

previsora la vista, y saber

que no hay nadie.

Agacharse. Enrollar

el vestido, dejar en las rodillas

la mínima blancura

de la tela, su felpa

y el fruncido que abraza

la cintura y las ingles.

Mojar

con el chorro dorado,

tibio y dulce la tierra

tan reseca de agosto, el desamparo

sutil de las hormigas en la hollada

palidez de los henos.

Mezclar

su fragancia espumosa con el verde

vapor denso de mayo, sus alados

murmullos, la espantada

carrera de los grillos.

Y en invierno, elevar

un aliento de nube

caldeada, aspirando el helor

de hoja fría del aire.

Orinar

era un rito pequeño

de dulzura

en el campo.

(De Fisterra, Libertarias, Madrid 1992)

Castro, Eugenio de

Eugenio de Castro (Portugal 1869 – 1944)

Reseña biográfica

Poeta portugués nacido en Coimbra en 1869.

Obtuvo la Licenciatura en Filosofía y Letras por la Universidad de Coimbra. Fue profesor universitario, actividad que alternó con el ejercicio periodístico, fundando con Manuel da Silva Gaio la Revista Internacional de Arte que reunía textos de escritores portugueses y extranjeros de la época.

Después de una estadía en Francia, publicó “Oaristas” en 1890 y “Horas” en 1891, obras de corte simbolista que revolucionaron la poesía portuguesa desde el punto de vista formal. Posteriormente su poesía evolucionó hacia el neoclasicismo con obras como “Constança” en 1900, “Canções desta Vida Negra” en 1922, “Cravos de Papel” en 1922, “Descendo a Encosta” en 1924 y “Últimos Versos” en 1938. Falleció en 1944.

Amor verdadero

Tu frialdad agiganta mi deseo

cierro los ojos para no mirarte

y cuando más procuro el esquivarte

más en mis ansias férvidas te veo.

Sobre la huella de tus pies rastreo

sin que logre ni lástima inspirarte

y en esta lucha de sufrir y amarte

alzaré tu desdén como un trofeo

Sé que jamás te arrullaré a mi lado,

pues un rival, cual rey afortunado,

tu juventud a conquistar se lanza

y acrece en tanto mi febril porfía

que es pequeño el amor si en algo fía:

sólo es grande el amor sin esperanza.

Versión de Nicolás Bayona Posada

Camino de Paris

Del sol a los fulgores matutinos,

rumbo a París, atravesando a España,

paró el convoy en aldehuela extraña

que borda un río con sus chopos finos.

Llena el alba florida los caminos…

y yo le digo a aquel que me acompaña:

-«Allí, pastor o cortador de caña,

viviera mansos días cristalinos».

Mas una voz en mi interior murmura:

quiere el lago ser mar y el mar ser fuente;

nuestra vida no es más que un vano empeño

de hallar en lo inestable la ventura;

si vivieses allí, seguramente

que seguir el convoy fuera tu sueño!

Versión de Miguel Rasch-Isla

Crepúsculo

Primera voz

Oh peregrino que estás llorando,

di, ¿por qué lloras?

vente conmigo: reirán cantando

todas las horas.

¡Vente, no tardes! Soy el Amor,

¡quiero dar alas a tus deseos!

En lindas -tazas en flor-

beberás muchos besos hibleos.

Sagramor

¿Besos? …Los besos son fiebres locas,

¡veneno son!

Deshojan rosas sobre las bocas,

pero abren llagas al corazón.

Segunda voz

Aquí está el oro, montes de oro,

¡toma! no llores…

Con los ducados de mi tesoro

tendrás palacios, gemas y flores.

Contempla, ve

cuán rubio el oro, ve cómo esplende…

Sagramor

¿Oro?… ¿Y a qué?

La humana dicha nadie la vende.

Tercera voz

¿Por qué tus quejas desesperadas

y ese sombrío doliente modo?

¡Vamos! haremos lindas jornadas.

Sagramor

Breve es el mundo. Corrillo todo…

Cuarta voz

-Yo soy la Gloria, genio jocundo

de un radioso país solar…

¡Serás el bardo mayor del mundo!

Sagramor

Dicen que el mundo debe acabar.

Quinta voz

Serás un sabio: ¡desde mi estancia

verás en breve todo aclarado!

Sagramor

Si conservase yo mi ignorancia

nunca sería tan desgraciado…

Sexta voz

Yo soy la Muerte conquistadora,

guardo misterios, arcanos vedo…

Sagramor

¡Oh, no me llevas! Andate ahora,

¡me causas miedo!

Séptima voz

Yo soy la Vida. Ya que el morir

te causa miedo, tendrás mil años.

Sagramor

¡Por Dios! Ya basta de atroz sufrir.

¡Los desengaños!

Muchas voces

¡Pide exquisitos, dulces placeres!

¿Ser astro quieres? ¿Ser rey, o qué?

Vamos, responde, ¡dime qué quieres!

Sagramor

No sé… No sé…

Versión de Guillermo Valencia

El peregrino

En el poniente

el esplendor del sol se diluía.

Y un caballero, en un vetusto puente,

meditaba y decía:

-«Judith, Ana y Arminda,

y Lidia, de labios sensuales,

Inés, la rubia linda,

¡todas fueron iguales!»

¡Soñadas alegrías,

ya sois cual secas rosas!

¡Ay! Y en vano mis días, tristes días,

quisieran ser doradas mariposas.

Cansáronme los besos, y el hastío

a mi lado ya veo.

Del desencanto invade mi corazón el frío,

y no he saciado nunca la sed de mi deseo.

El alma traigo envuelta en una túnica

que ha tejido el Cansancio en horas tristes.

¿En dónde estás, si existes?

¿En dónde estás, oh Única?

¡Responde al que te ama!

¿Debo olvidarte como a bien perdido ?

Responde al que en las sombras a ti clama:

¿vives, moriste acaso, o no has nacido?

Y no cruza ninguna mi camino,

princesa rubia, o bella

zagala, sin que diga a mi destino:

¿será ella?

Una niña vi un día

junto a una anciana de cabello cano,

y me dije: ¿ cuál de ellas es la mía?

¿Llegué tarde tal vez?.. ¿Llegué temprano?

Busco el jardín soñado

do sus encantos a la luz se abrieron,

y la llamo… y tal vez pasó a mi lado,

¡y llorosos mis ojos no la vieron!

Cuando creo que nunca he de encontrarte,

¡cómo sufro al pensar, oh dulce amada,

que quizás vives sola y desgraciada,

y que no puedo ir a consolarte!

Murió la primavera; también pasó el estío,

Y viene ya el otoño las hojas arrancando,

y mientras en tu busca voy llorando,

me esperarás llorando, dueño mío.

Y prosigo buscándote rendido,

aunque una voz, en medio de las sombras,

irónica me diga: «¡La que nombras

ni vendrá… ni está muerta… ni ha nacido!»

Al extremo del puente, airosa dama

surge, suelta la rubia cabellera,

y su voz en el viento, pálida rosa, clama:

«Yo soy la que aguardabas. Ven, que mi amor te espera».

El caballero parte…

Traicionero

abismo era ese puente;

y al instante rodaron al torrente

caballo y caballero…

Hervía un mar de sangre en el poniente

mientras de sangre el agua se teñía;

y allá, al extremo del hundido puente,

la Dama reía… reía… reía.

Versión de Ismael Enrique Arciniegas

Epitafio

En la tumba de una doncella

Muchas tardes, detrás de mi ventana,

vi anochecer, con ánimo rendido,

en espera del novio presentido

que vi en mi sueño azul de la mañana.

Con ternura solícita de hermana

tánto esperé que conocí el olvido,

pues si acaso pasó, fue confundido

con todos en la turbia caravana.

Mi cuerpo en flor lo marchitó la muerte…

Fíja, doncel que pasas, los ruiseños

ojos aquí; verás cómo suspiras!

Somos quizás, por saña de la Suerte,

tú acaso el que no ví sino en mis sueños,

y yo talvez la que en tus sueños miras!

Versión de Miguel Rasch-Isla

Las hilanderas

La anciana y la doncella

hacen girar sus husos vibrátiles. La anciana,

ciñe una veste negra,

muy negra; la doncella ciñe una veste blanca.

La viejecita llora y hace girar el huso;

la niña también hace vibrar el huso, y canta.

Hay en el cielo estrellas. El agua de los pozos

recibe, en su azulosa profundidad, la sacra

comunión de la luna…

-Linda doncella que hilas el lino de mis sábanas

de bodas, hila pronto, doncella, que me esperan

los brazos y los senos turgentes de mi amada…

(Es de cristal el huso pausado de la niña

de ciprés el huso ligero de la anciana).

-Óyeme, viejecilla,

hagas girar con tanta

presteza el huso frágil en que se enreda el lino

sutil de mi mortaja…

Mírame bien: soy joven, amado y venturoso;

tengo una novia blanca

más suave que las flores;

soy bueno. Hay en mi alma

mucho amor por la vida… Reposa, viejecilla,

continuarás mañana.

La aurora.

El agua lenta del río perezoso

por sobre la llanura se aleja, fatigada

de haber andado toda la noche. La abuelita

ya tiene presto el hilo sutil de mi mortaja;

la niña se ha dormido y el huso cantarino,

el huso que giraba

regocijadamente para aprontar el lino

de mis nupciales sábanas,

yace en el suelo, roto,

roto y disperso en una constelación de lágrimas.

Versión de Eduardo Castillo

Lied

Bajo el milagro lírico de un cielo florecido

que rielaba en tus ojos su inefable fulgor,

una noche te dije, quedamente, al oído:

-¡Cuán pequeño es el mundo cerca de nuestro amor!

Juntos permanecimos escuchando el alado

coro de ruiseñores hasta el alba gentil.

Y cuando sollozante partiste de mi lado,

dejaste entre mis manos tu dedal de marfil.

Te alejaste y contigo se fue la primavera.

Todo muere y al cabo murió nuestra pasión.

(Es justo que en el viejo balcón la hiedra muera

y que la hiedra nueva busque el nuevo balcón).

Mas tarde, en el retiro de un gran pinar sombrío

donde en tu desamparo un refugio busqué,

como llegó el invierno, para ahuyentar el frío

con tus cartas de amores hice un auto de fe.

Se alzaron de la tierra las víboras de fuego

y un instante ondularon a la brisa sutil.

Después las llamas fueron extinguiéndose y luego

llené con las cenizas tu dedal de marfil.

Versión de Roberto Liévano

Naranjas y violetas

LIDIA, la dulce novia de mi infancia,

por cuyo amor de mariposa aún gimo,

me envía de naranjas un racimo

con violetas de mística fragancia.

Unas y otras nacieron en la estancia

más íntima del huerto, a cuyo arrimo,

beso entre beso y rimo tras de mimo,

nos amamos con púdica ignorancia.

En estas flores, Lidia, hallo el sabroso

perfume de tus frases, como advierto

en las frutas tu boca de ambrosía,

y así tu amor revive victorioso

en cuanto crece en el rincón del huerto

donde le dimos sepultura un día.

Versión de Miguel Rasch-Isla

Nocturno

Je suis celui au coeur vestu de noir?

Ch. D’Orleans

En la viudez de la alameda

por el árido suelo

pasan hojas secas danzando.

Paisaje vago como el revés de una seda…

eriales que el crepúsculo mulle de terciopelo.

Como princesas despojadas

en la selva por los ladrones,

las encinas acongojadas

que repelen los aquilones,

lloran en coro de aflicciones

yertas, medrosas, erizadas…

Todo en rededor es ceniciento,

es ceniciento…

Unas fuentes llaman a otras…

Como lanzas hostiles al viento

tiemblan las cañas del cañaveral;

y unas fuentes llaman a otras,

como ciegas perdidas entre un pinar;

cual esbeltas emperatrices

bárbaramente destronadas

las encinas acongojadas

rígidas lloran y erizadas…

Se desmoronan sus raíces,

sus almas hieren siete espadas,

reinas que el ábrego cobija,

pobres reinas de herido pecho,

¿de cuál, decidme, será hecho

el lecho angosto de mi hija?

Surge la luna de cabellos blancos…

A su fulgor los montes ciñen doradas fajas…

y se ponen los muertos a secar sus mortajas…

La luna riega sus cabellos blancos.

Por las desiertas avenidas

largas, tristísimas, profundas,

las encinas adoloridas

son como santas moribundas

-Arboles negros cuyo son

viene a espinar mi corazón:

¿cuál con tierna solicitud

servirá para mi ataúd?

Calló el viento… del éter fluye dorado río…

Como una afable, tímida enfermera,

inclínase la luna sobre la cabecera

de las aguas dolientes de un pantano sombrío.

Muerto, cansado de sus giros,

huyó el viento a la soledad;

las encinas acongojadas

ya no lloran, sólo suspiros

dan a la yerta claridad.

-¡Oh sedientas de la mañana!

¡Oh sedientas de luz radiosa!

¿dónde vivirá vuestra hermana,

la que verdecerá en mi fosa?

Castillo, Otto René

Reseña biográfica

Poeta guatemalteco nacido en Quezaltenango en 1936.

A raíz del derrocamiento del gobierno de Arbenz, se exilió en El Salvador a la edad de dieciocho años, desarrollando allí una intensa actividad poética y política. Puso fin a su exilio en 1957, cuando inició estudios de Derecho y Ciencias sociales en la Universidad San Carlos de Guatemala.

Gracias a su brillante desempeño como estudiante, le fue otorgado el premio “Filadelfo Salazar” y una beca para continuar estudios en la República Democrática Alemana. En 1959 inició estudios de Letras en Leipzig, abandonándolos poco tiempo después para ingresar en la Brigada Joris Ivens, de orientación comunista. Luego de una corta estadía en Guatemala, fue enviado de nuevo al exilio en 1965, recorriendo diferentes países europeos. Finalmente, regresó a su país en forma clandestina, donde fue capturado por el gobierno en 1967, siendo fusilado en marzo del mismo año.

Su obra poética, compuesta por innumerables poemas de corte amoroso y político, fue compilada en 1989.

Duele menos estar solo

Creo

que duele menos

estar solo

con tu recuerdo,

bajo este cielo

duro,

bajo este viento

espeso,

bajo miradas

agudas

que preguntan:

“¿Por qué sufren

tus manos

en las tardes’?

“¿Por qué no vienes,

sin la hoguera

de su pecho

lejano,

y te diviertes

con nosotras?”

Poder

asirse el alma

sería eso.

Y renunciar

para siempre

al sitio

donde me espera

el viento

acariciando tus cabellos.

Lo sabes.

Contigo

no me cabe el mundo

en las venas.

Pero sin ti

soy demasiado pequeño,

para esta calle

de labios grises.

Créeme, tu ausencia quema,

alma mía.

Y tu recuerdo duele.

Ahora soy, por ejemplo,

el esqueleto

de una casa incendiada,

que se duele

en el fondo de la ceniza.

Y grito: “Llevadme llamas

con vosotras, a cualquier parte.

No me dejéis ardido

de escombros.

Llevadme, en vuestros lomos,

porque me duele

el calvariento recuerdo

de los pájaros que cantaron

en mi techo, por las tardes.”

Y solo pasa el humo,

frente a mis manos

que claman sin escuchas.

Así todos los días

amante mía.

Créeme, pero me duele

más tu recuerdo,

amor mío,

que mi vencida soledad.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

El amor imposible

Largos años

ha guardado el mar

debajo de su corazón azul

nuestro amor invencible.

Ni tú ni yo

supimos cómo y cuándo

encendimos esta llamarada,

tan sólo tus labios y los míos.

tan sólo nuestros cuerpos

de violentos amantes

lo supieron.

Fuego y tormenta nos unieron.

Nos separaron fuego y tormenta.

Para no destruirnos mutuamente

destruimos todos los puentes,

quemamos todos los caminos

que tenían nuestras vidas.

Lentamente fuimos acercándonos uno al otro,

para apagar todo recuerdo,

para cerrar todo camino,

para impedir todo retorno

a lo que aún ardía de otros tiempos

en nosotros.

Duros meses, amargos días,

momentos de dolor infinito,

teníamos que atravesar

para destruir la obra

que en un segundo luminoso

surgía de nosotros más sólida y más fuerte.

Y sin embargo, debimos separarnos.

Paso a paso, golpe a golpe

fuimos derribando todo,

hasta que nos separamos

aquella tarde de invierno,

junto al, mar, al sur marítimo

de tu país que amo todavía.

Juntos entregamos nuestro amor al mar

para que lo guardara

en su pecho

de viejo enamorado.

Hoy estoy frente al Báltico.

Es un día cualquiera del otoño

más dulce y más triste de la tierra.

En sus mareas solitarias

oigo que me nombran tristemente

tus palabras lejanas,

mientras a los grandes ojos negros

de la noche que sufro

asciende nuestro amor

como una simple y clara llamarada

que nos busca ciegamente todavía.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

En invierno, una mañana

Juntos

hemos despertado

esta mañana de febrero,

y nos ha sorprendido

tanto el nupcial

andar de las horas,

que ambos exclamamos,

¡está nevando recio!

Y luego sonreím0s

un beso.

Ha nevado

toda la noche,

dices, y seguirá

nevando

en mí

toda la vida.

El invierno

comienza a envejecer

y suavemente bella

es su blancura,

pero ya nunca,

será bella para mí la nieve,

si con ella se acerca

un solo segundo

tu partida.

Tu rostro es, entonces,

más hermoso que nunca

y a él cae, hondamente

mi ternura,

esta mañana de febrero,

en la ciudad nevada

de Berlín.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

En tus ojos el Elba, todavía

Todo el día

ha agitado

el viento

tus cabellos,

vida mía.

Yo, mientras tanto,

veo cómo el Elba

fluye largamente

en tus pupilas.

Gris es el agua

del río,

y él baña

este día

la ribera callada

de tu vida y la mía,

fundando el recuerdo

de una tarde

que habrá de llegar

mucho después.

Gris es, sin duda,

el curso

anchuroso del Elba,

pero en tus ojos,

amor mío,

el río es azul,

azul,

azul ternura.

En lo alto,

las gaviotas

son la libertad.

Desde tu rostro

las miro

girar y volver,

ascender y descender,

y, a veces, se quedan

en un sitio cualquiera

oyendo un largo monólogo

que clama por el mar.

Yo las sigo

viendo

en el fondo

de tus gestos,

por costumbre,

muchos meses después.

El viento

no te deja en paz

los cabellos,

vida mía.

Tú, mientras tanto,

ignoras

lo mucho

que te amo

este día

junto al Elba.

Es tal vez

la última jornada

que estemos

junto a él.

Y tú, sin embargo,

hablas de nosotros,

como de algo

que estuviera todavía

por llegar.

Así de grande

ha de ser

tu deseo

de tenerme siempre

contigo.

Yo, como por descuido,

sigo viendo

el río en tus ojos,

amor mío,

y así hubiera querido

verlo todos los días

de mi vida.

Ahora hemos

llegado.

El viento

se desespera afuera,

amargamente.

Mis manos son,

entonces,

una voluntaria

acción de ternura

en tus cabellos.

Ya el Elba

quedó atrás.

Y ahora

estamos

bajo techo,

pero cuando te inclinas

sobre mí,

preguntando:

“¿Dime, qué te pasa?”,

mi rostro

se hunde sin respuesta

en el agua azul

que fluye de tus ojos

todavía.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Encuentro

Estábamos tan lejos el uno del otro.

Mares había entre nosotros.

Montañas y agua.

Fuego y viento.

Largos años

de oscura

desesperación

había entre nosotros.

Pero nos encontramos,

a pesar de todo,

porque la vida lo quería

ciegamente.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Intención apagada

Llego y toco una mano

y la mano que toco

tiene dudas.

Vengo y veo unos ojos

y los ojos que veo

tienen llanto.

Pregunto por nadie

y me responde la ceniza

con su enlutado lenguaje.

Y cuando quiero volver

corriendo locamente

hacia los ojos azules

que me llaman,

el alma se me enreda

en las torres de la muerte,

donde sombras amigas

abren sus manos

hacia el tiempo.

Digo luego una palabra

amable

y nadie escucha mi voz

acostumbrada al tulipán

y acostumbrada al viento.

Debo gritar, no hay duda.

Seguir gritando, reciamente

hasta que vengan ,a buscarme

para negarme la cascada

luminosa de la vida.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Miércoles en taberna

I

Juntos

hemos visitado

esta tarde

una vieja taberna

en las orillas

de Berlín,

amor mío,

y juntos hemos

visto,

desde dentro,

el inicio

afanoso

de la lluvia,

llenándose

de calle y ventana.

II

Todavía

oigo

ahora

cómo hablan

tus manos

con las mías

sobre nuestra mesa,

en donde un tulipán

recuerda

aún el alba

de su día más amargo,

y canta su color

sin ninguna reserva

de ternura,

seguro como está

que pronto habrá

dejado de vivir.

En las mesas

vecinas,

los hombres ríen

y cantan.

Cada quien

le da la forma

que quiere

a su alegría.

Una mujer,

sola y hermosa

bebe un tardo café,

mientras el sol

se impacienta

en el pecho

de su claro coñac.

Una pareja

de adolescentes

suaves,

siguen atentamente

el vuelo común

de nuestros labios,

vida mía,

y seguramente

no olvidarán

toda su vida

ese recuerdo.

III

Cuando salimos

de la vieja taberna,

el celo

de la lluvia y el viento

nos golpea hondamente

el rostro.

No damos importancia

a tal suceso,

porque aún ignoramos

que después

solo serán el viento

y la lluvia

los que nos acompañen

por el mundo

cuando la vida,

mi áspera vida,

nos separe.

IV

Ahora,

amor mío,

regresamos

al centro de la gran

ciudad.

Mientras tanto,

tu felicidad

se abraza

largamente con la mía

hoy, día miércoles

de junio,

en el Berlín que amo

y llevo en mí

porque en mí

también

residen para siempre

tus pupilas,

vida mía.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

No estar contigo, se llama viernes

Era jueves

frente al mar.

en Wismar,

la ciudad

a cuyos píes

el Báltico

agota el esfuerzo

de su biología

convertida en gris

de frente.

Una mole

sin luna ni sol

era el pecho

del cielo lejano,

que también se inclinaba,

a lo lejos,

sobre el rostro

de las aguas

para besarlas,

suavemente musical

y solitario.

El otoño

ascendía a los árboles

y su canto desnudo

era una rama,

bajo cuya dimensión

sin hojas

eran más tristes

los vientos,

y más amables

las piedras y la hierba.

Habíamos caminado

sin hablar toda la tarde.

Después de las disputas

siempre nos buscaba el silencio

y era más difícil hablar

que amarnos sin palabras.

Detrás de nosotros

se había quedado tanto

paisaje y tanto beso.

Los lagos, el tren, el vino.

El hotel, los ríos, las estaciones.

Los pájaros, y siempre los pájaros.

En Wismar, te asombraron

los barcos tan inmensos,

tan pequeños, sin embargo,

que aún cabían en tus ojos.

No lo dije, entonces.

Sólo miraba hondamente tu azul

convertido en sorpresa.

Y ahora el mar, el Báltico.

Jamás había visto mi vida

tanto gris reunido, agitándose

a la altura de mi norte.

“Sabes, te dije,

me marcharé en diciembre”.

“Y ya me duele,

horriblemente,

el último día de noviembre,

en el cual comenzarán

solo diciembres para mi,

para este indio que tú amas,

amor mío.”

No dijeron nada tus palabras.

Heridas en su vuelo,

no alcanzaron a llegar

hasta tus labios.

Después, largo tiempo después:

“Vamos, dijiste.

Hace frío ya para los cuatro

y para esa flor sobre la arena,

tan parecida al cadáver

de una estrella.”

Este viernes

camino por las calles

de mi Guatemala,

la ciudad de la que tanto

platicaba contigo mi esperanza.

Una tímida llovizna gris

lo llena todo con su rostro.

Escondo bajo mi barato impermeable

unos boletines políticos,

que no se deben mojar nunca

sino con la vista de los hombres.

Levanto aún por costumbre

el cuello de mi cubrelluvias,

y nadie dice nada a mi lado.

En mi país se llama invierno

lo que en el tuyo verano.

Pero siempre hay sol

y nunca nieve en el aire.

Es viernes, y siempre será viernes

si tú no estás conmigo.

Pero aún seguimos imponiéndonos

al frío, y seguimos viviendo.

Y aquí, junto a la bandera que amo,

me iluminan todavía tus ojos,

amor mío.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Nunca una alegría

En el agua

te he visto.

En el cielo.

En el viento

te he visto.

Y en las grandes

multitudes.

Con mis labios

te he cubierto

de otros labios.

Y te he perpetuado

en los profundos

ojos de mis hijos.

En todas partes

he puesto

mi nombre

junto al tuyo.

En los árboles

y en los veranos

que llegan después

hasta las hojas.

Bajo los puentes

con los ríos

que se van

y ya no regresan

nunca más

al mismo sitio.

En el gallo blanco

de la nieve

que solía

cantar de pie,

con el alba

en el pico,

todos los días

del invierno

en mi simple

cabellera.

En los ojos

que alzan todavía

para mi

la suavidad

de su lenguaje

celeste,

y que también

te nombran

cuando de mi

platican

con los astros.

Yen la ceniza

de las calles

sin nadie.

a media tarde

de la noche.

En mi coñac,

grande y hermoso

como el alma

del fuego.

Yen las alas

del pájaro

que vuela.

En todas partes,

tu nombre.

tu gesto de gallarda

existencia, ronco y duro.

Y nunca,

en ningún sitio,

de ti una alegría en común.

Lo sé, y no lo digas,

que ya es amargo

el sabor de un hijo

triste.

Es cierto,

no se puede exigir

un gesto de felicidad

de una madre que sufre.

Tú lo sabes,

y yo también,

en esta noche de otoño

que te amo, dulce patria,

viendo también lo triste

que son las aguas

del famoso Danubio.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Ofensiva del recuerdo

A Carmela

Amor, entonces el otoño

estaba en la punta de mis dedos.

Y fueron los climas de tu mano

recogiendo las hojas

hasta reconstruir el árbol

de mi vida.

Eras entonces un río azul, amor,

desembocando en mis semillas;

una mirada limpia

sobre la piel

que me contiene

y un puñado de besos

llevándome al calor

que aún necesitaba.

Entonces me sentí seguro

de ser más importante que la muerte,

que la soledad,

que la angustia,

que la opresión

y que todos los vértigos

en donde se encuentra el hombre

postergado como una cosa inútil.

Ahora sé, amor,

que siempre anduve asegurado

y que cuando el otoño

amenazaba destruirme

bastaba un gesto tuyo

para brotar

musicales

los frutos que mi canto

repartía con tus manos,

a todos los pájaros

que sueña la montaña…

Ahora sé,

que siempre adivinaría tu amor

hacia los niños que se nievan

aproximándose al otoño. Ahora sé, amor,

que siempre había caído mi frente

con la redonda frente del rocío.

Ahora sé,

que siempre hubiéramos navegado

con los ríos, bajo los puentes

que nunca se duelen de ser puentes,

a pesar del musgo y del invierno.

Hace cuatro años ya

que mis hojas

caen sobre tu pecho

y hace cuatro años ya

que son devueltas a mis ramas

con el sencillo ademán

del que se siente enamorado.

Aquel otoño, amor,

mi sueño vegetal

creció junto a tus manos

desde la base misma de tu risa,

y cada fruto de mi canto

tuvo el aroma de tu nombre

y la redonda ternura de tus labios.

Amor, ahora atiendo la sabiduría

que tus ríos enseñan a mis manos…

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Pasa el viento en las calles…

Pasa el viento en las calles

igual que los enamorados

los tranvías y la vida…

Yo sé que la calle

tiene nostalgia de violencia

y que clama intachable en su deseo mi ventana,

pero la lluvia se aleja’ sollozando

como doncella excitada por un hombre desnudo.

Y el viento sigue en la ciudad pasando,

igual que los enamorados,

los tranvías y la vida…

Y yo antorchándome de nuevo el cuerpo

y parlando de frente con mi sombra,

junto a mis libros bohemios de lecturas,

acompañándome una lámpara

enemistada

para siempre con las sombras

y un reloj judicial que dicta

sobriamente

la muerte del diálogo y del tiempo.

Y sigue el viento en la ciudad pasando

igual que los enamorados

los tranvías y la vida,

arrastra un papel, levanta una hoja,

seca una lágrima de amor y asusta un beso

acompaña al triste hasta su casa,

le pone alas a la medianoche,

sopla cruel en las pupilas de la embriaguez

que agranda la sinceridad del hombre y de su anhelo

devuelve su risa al que reencontró su sueño.

Y sigue en la ciudad pasando,

igual que los enamorados,

los tranvías y la vida…

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Pregunta

Me has preguntado

de qué lado

tengo el corazón,

ahora

que juntos caminamos

verano

por las calles de Schwerin.

Y yo respondo.

Muchas veces

dije

que lo tenía

en la izquierda,

alzado

como un lucero.

Y no recuerdo,

en verdad

haber dicho

que lo tenía sepulto

bajo mi práctica

derecha.

Ahora sé,

mi terrible

y dulce preguntona.

Mi corazón

está

en los juncos

azules

de tus ojos,

cantando desde ellos,

siempre cantando,

cantando.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Respuesta

Si me preguntaras

qué es lo que más quiero

sobre la anchura de la tierra,

yo te contestaría:

a ti, amor mío, y a la gente

sencilla de mi pueblo.

Dulce eres, como la tierra.

Como ella frutal y hermosa.

Pero a ti te quiero.

No por lo bella que eres.

Ni por lo fluvial de tus ojos,

cuando ven que voy y vengo,

buscando, como un ciego, el color

que se me ha perdido en la memoria.

Ni por lo salvaje de tu cuerpo indomable.

Ni por la rosa de fuego, que se entrega

cuando la levanto del fondo de la sangre

con las manos jardineras de mis besos.

A ti te quiero, porque eres la mía.

La compañera que la vida me dio,

para ir luchando por el mundo.

Amo a la gente sencilla de mi pueblo,

porque son sangre que necesito

cuando sufro y me desangro;

hombres que me necesitan cuando sufren.

Porque nosotros somos los más fuertes,

pero también los más débiles. Somos la lágrima.

La sonrisa. Lo dolorosamente humano. La unidad

de lo mejor y de lo más deplorable. Lo que canta

sobre la tierra y lo que llora sobre ella.

De ellos recibí esta vez, este corazón inquieto,

que me apoya y me fortalece y tt1e lleva consigo.

Por eso los amo como son

y también como serán.

Porque ellos son buenos

y serán mejores.

Y juntos nos jugamos

el destino, con nuestras

manos que todo lo construyen.

Así amo yo la vida

y amo a la humanidad,

amor mío,

cuando te amo y amo

a los hombres sencillos

de mi bello y horrendo país.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Tan solo mi dolor

Tan solo mi dolor

pregunta ciertas

cosas importantes.

Tan solo mi dolor

suele hablar contigo,

sin que nunca lo sepas,

sin que te duelan

los ojos o la voz.

Sin que tu sombra

me cubra con su cuerpo

lleno de hierba negra.

¿Dónde murió

tu primer beso?

¿Quién conserva

tu primer rostro?

¿En qué tacto

aletean todavía tus senos?

¿Por qué buscas

en la noche mi piel?

¿Por qué abrazas

la bandera que levanto,

con orgullo?

¿Por qué rehúyes

a tu gente por mi lucha?

¿Por qué se te muere

cristo en la pupila?

¿Por qué acudes

a luchar conmigo,

contra el odio y el hambre?

¿Por qué, pequeña burguesita,

te llenas de mi rabia profunda?

Amor, amor,

te duele más

de lo que tú te dueles,

sin que lo sepa tu dolor.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Tu madrugada, Patria

Así concibo yo a mi patria,

que otros la conciban como quieran

Anduve viajando

muchos años

por el mundo,

con el lucero

de tu nombre

en los ojos.

Y no hubo

una sola mañana,

que se fuera

sin algo de lo tuyo.

Cuando el alba

llegaba, ya estabas

repartiendo tus gestos,

extraños y lejanos,

desde la oscura colina

de mi rostro.

“¿Por qué la quieres

tanto, me decían,

si es amarga y cruel

como el alma de un basta?

¿Por qué, si es tan chiquita

y tan hambrienta, que en ella

a uno sólo le queda por delante

la ardua tarea de morirse?

Pero yo siempre respondía,

que te quiero tanto,

porque aún sumido en la tiniebla

oyendo el largo llanto

de tus hijos,

no puedo ignorar

que detrás de mí

comienza, en verdad,

tu madrugada.

Luego te alegrabas

en el fondo de mis ojos,

y volvías tu rostro

con ternura,

tal vez en busca ya

de los hijos

que están todavía

por venir.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Tulipanes rojos

A ti, Karen, que descubriste para mí

el mundo estupendo de las flores.

I

Ni el sol

ni la luna

trajeron

a mi alma

este día

tanta luz

como tus manos,

vida mía.

Hacía largo ya

que todo me decía,

los niños,

las palomas,

los tejados sin humo,

el paulatino

irse poniendo alegre

de la gente,

que éramos todavía

un poco de primavera

más jóvenes

que lo seremos

el próximo verano.

Pero faltaba este día,

sencillo y mucho como el mar,

para que en mí la primavera

comenzara, como siempre, a cantar.

II

Desde el piso donde vivo,

en esta calle Mendelssohn

del viejo Berlín,

he visto pasar

la vida

tomada de la mano,

alumbrada

por un anciano farol

que, según dicen los vecinos

más antiguos, nunca dejó de alumbrar,

ni aún en las noches más amargas

de la postguerra mundial.

Y desde aquí te he visto,

cuando cruzas la calle,

estupenda como el amor,

joven como la vida,

sencilla y noble

como el mundo socialista

donde vives.

Ahora,

de espaldas a la ventana,

la luz del farol

se regocija

seguramente en mis cabellos,

así como lo hace ya

en el fondo de tus ojos,

cuando hacia mí

avanza,

como un río en llamas,

tu cuerpo.

III

“Cierra los ojos”,

me dices

y te pones frente a mí.

Cuando los abro,

tus manos

sueltan a mis ojos

una bandada de tulipanes

rojos,

que le dan entonces

a mi alma,

la luz que no le diera

el sol

esta mañana,

ni la luz que la luna

y el farol

están pugnando por vivirle.

IV

Pecho adentro,

en los tulipanes rojos,

la primavera se alegra

cuando digo:

“¡Qué gesto más tulipán

has tenido este día,

amor mío!”,

y me quedo besando

hondamente

la bondadosa ternura

de tus manos,

mientras hundes,

de seguro,

lo azul de tu mirada

en el áspero abismo

de mi rostro.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Vámonos patria, a caminar

1. Nuestra voz.

2. Vamos patria a caminar.

3. Distante de tu rostro.

1

Para que los pasos no me lloren,

para que las palabras no me sangren:

canto.

Para tu rostro fronterizo del alma

que me ha nacido entre las manos:

canto.

Para decir que me has crecido clara

en los huesos más amargos de la voz:

canto.

Para que nadie diga:¡tierra mía!

con toda la decisión de la nostalgia:

canto.

Por lo que no debe morir, tu pueblo:

canto.

Me lanzo a caminar sobre mi voz para decirte:

tú, interrogación de frutas y mariposas silvestres,

no perderás el paso en los andamios de mi grito,

porque hay un maya alfarero en tu corazón

que bajo el mar, adentro de la estrella

humeando en las raíces, palpitando mundo,

enreda tu nombre en tus palabras.

Canto tu nombre, alegre como un violín de surcos,

porque viene al encuentro de mi dolor humano

Me busca del abrazo del mar hasta el abrazo del viento

para ordenarme que no tolere el crepúsculo en mi boca

Me acompaña emocionado el sacrificio de ser hombre,

para que nunca baje al lugar donde nació la traición

del vil que ató tu corazón a la tiniebla, negándote.

2

Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.

Yo bajaré los abismos que me digas.

Yo beberé tus cálices amargos.

Yo quedaré sin voz para que tú cantes.

Yo he de morir para que tú no mueras.

Para que emerja tu rostro flameando al horizonte

de cada flor que nazca de mis huesos.

Tiene que ser así, indiscutiblemente.

Yo me cansé de llevar tus lágrimas conmigo.

Ahora quiero caminar contigo, relampagueante.

Acompañarte en tu jornada, porque soy un hombre

del pueblo, nacido en octubre para la faz del mundo.

Ay, patria,

a los coroneles que orinan tus muros

tenemos que arrancarlos de raíces,

colgarlos en un árbol de rocío agudo,

violento de cóleras del pueblo.

Por ello pido que caminemos juntos. Siempre

con los campesinos agrarios

y los obreros sindicales,

con el que tenga un corazón para quererte.

Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.

3

Pequeña patria mía, dulce tormenta,

un litoral de amor elevan mis pupilas

y la garganta se me llena de silvestre alegría

cuando digo patria, obrero, golondrina.

Es que tengo mil años de amanecer agonizando

y acostarme cadáver sobre tu nombre intenso,

flotante sobre todos los alientos libertarios,

Guatemala, diciendo patria mía, pequeña campesina.

Ay, Guatemala,

cuando digo tu nombre retorno a la vida.

Me levanto del llanto a buscar tu sonrisa.

Subo las letras del alfabeto hasta la A

que desemboca al viento llena de alegría

y vuelvo a contemplarte como eres,

una raíz creciendo hacia la luz humana

con toda la presión del pueblo en las espaldas.

¡Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados!

¡Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte!

¿Por que nacieron hijos tan viles de madre cariñosa?

Así es la vida de los pueblos, amarga y dulce,

pero su lucha lo resuelve todo humanamente.

Por ello patria, van a nacerte madrugadas,

cuando el hombre revise luminosamente su pasado.

Por ellos patria,

cuando digo tu nombre se rebela mi grito

y el viento se escapa de ser viento.

Los ríos se salen de su curso meditado

y vienen en manifestación para abrazarte.

Los mares conjugan en sus olas y horizontes

tu nombre herido de palabras azules, limpio,

para lavarte hasta el grito acantilado del pueblo,

donde nadan los peces con aletas de auroras.

La lucha del hombre te redime en la vida.

Patria, pequeña, hombre y tierra y libertad

cargando la esperanza por los caminos del alba.

Eres la antigua madre del dolor y el sufrimiento.

La que marcha con un niño de maíz entre los brazos.

La que inventa huracanes de amor y cerezales

y se da redonda sobre la faz del mundo

para que todos amen un poco de su nombre:

un pedazo brutal de sus montañas

o la heroica mano de sus hijos guerrilleros.

Pequeña patria, dulce tormento mía,

canto ubicado en mi garganta

desde los siglos del maíz rebelde:

tengo mil años de llevar tu nombre

como un pequeño corazón futuro

cuyas alas comienzan a abrirse a la mañana.

Extraído de “Poesía” Casa de las Américas, 1989

Castro Saavedra, Carlos

Reseña biográfica

Poeta colombiano nacido en 1924 en la ciudad de Medellín.

Dueño de una gran versatilidad, se inició bajo la advocación lírica del amor, y cosechados los primeros triunfos literarios, el poeta desplazó su interés hacia los temas de la Tierra y la Patria, regresando finalmente a la temática amorosa.

Además de la gran producción en verso, escribió diez libros de prosa poética. Incursionó además en el teatro y en los cuentos para niños cuyo contenido tiene un marcado acento poético. En sus poemas de amor siempre está presente la delicadeza, la melodía y el color.

En 1954 publicó su primera antología personal de poesía denominada «Selección poética». En 1962 apareció la segunda con el nombre de «Obra selecta» y en 1974, «Poemas escogidos».

Falleció en Medellín en 1989.

AMISTAD

Amistad es lo mismo que una mano

que en otra mano apoya su fatiga

y siente que el cansancio se mitiga

y el camino se vuelve más humano.

El amigo sincero es el hermano

claro y elemental como la espiga,

como el pan, como el sol, como la hormiga

que confunde la miel con el verano.

Grande riqueza, dulce compañía

es la del ser que llega con el día

y aclara nuestras noches interiores.

Fuente de convivencia, de ternura,

es la amistad que crece y se madura

en medio de alegrías y dolores.

AMOR

Un deseo constante de alegría;

una urgencia perenne de lamento

y el corazón, campana sobre el viento

estrenando badajas de elegía.

Morir mil veces en un solo día

y otras tantas quemar el pensamiento

en la resurrección, que es el tormento

de pensar en la próxima agonía.

Ver en pupilas de mujer un llanto

y sorprenderlo convertido en canto

al soñar en un niño que lo vierte.

Esto es amor, candela estremecida

empujando la noche de la vida

hacia la madrugada de la muerte.

ANGUSTIA

Yo me lleno de angustia mirándote la frente

porque estás más lejana cuando estás más presente.

Para que yo no pueda llegar hasta tu alma

tú me miras a veces con esa misma calma

con que miran los lagos una noche estrellada:

la miran hasta el alba y no le dicen nada.

Espadas de silencio guardan tu pensamiento

y yo me estoy muriendo de sentir lo que siento:

angustia de no verte los labios apretados

cuando nombro la historia de los besos robados,

angustia de mirarte las pestañas caídas

indiferentemente, como flores vencidas,

cuando me entrego y hablo de la virtud del trigo

y te pido amoroso que te vengas conmigo.

Nada te transparenta, hasta tu misma risa

relieva tus perfiles de mujer imprecisa.

Todos tus actos tienen profundidad de arcano,

hasta el acto sencillo de levantar la mano.

Me nombras y te salen despacio los sonidos,

como si no quisieran llegar a mis oídos.

En ti misma te escondes, yo te busco y el llanto

muchas veces me inunda y es de buscarte tanto.

Te fugas hacia adentro de ti misma obstinada

y yo sufro mirándote con la boca cerrada.

Tus dos labios sin música de palabras ardidas

se me antojan dos flautas por ti misma vencidas.

Vives en mi tan honda, desde hace tantos meses,

que si ahora muriera moriría dos veces.

Angustia de mis manos buscando en el vacío

tu corazón que ignora la soledad del mío.

Angustia de tus trenzas, que recortaste un día

y que tenían la forma de la tristeza mía.

CANCIÓN DEL AMOR HERIDO

Tengo las manos muy tristes

y no sé qué hacer con ellas,

porque anoche me corté

los dedos en las estrellas.

Estaba pensando en ti,

en tus ojos estrellados,

y me pasé por la frente

los dedos enamorados.

Fue allí donde me corté,

en mi frente, con tus ojos,

y se me pusieron grandes

los pensamientos y rojos.

Hoy no he podido sembrar

mi tierra, mi agricultura,

y la comida me sabe

a tierra de sepultura.

Tengo las manos deshechas

por tus pupilas, mi amor,

por pensar en tus pupilas

y tocar su resplandor.

CUALQUIER HOMBRE CANTA SU HIJO PRESENTIDO

Para la vida de mis hijos

bella medida es tu cintura,

y bello el ritmo de tu pulso

para la sangre de mis hijos.

En tu nostalgia atardecida

cabe el sollozo de mi niño,

y cabe el llanto de sus ojos

entre la red de tus pestañas.

Red que se llena de luceros

cuando la tiras en el agua.

Guarda el reposo de tus párpados

que allí está el sueño de mi infante,

y no te canses de mirarme

que mi pequeño está mirando

con esa luz de tu mirada.

Enhebra el hilo de tu canto

para sentir que está cantando

la voz del hijo entre tu voz,

como burbuja de los peces

entre los círculos del agua.

Cuando caminas me parece

que el hijo avanza con tus pasos,

y si te quedas detenida,

entonces pienso que es el hijo

el que se para con tus plantas.

Si vas en busca de los soles

del mediodía delirante,

pienso que el hijo de mi alma

se está acercando lentamente

a la candela de una lámpara.

Tú eres la rama que sostiene

el alto fruto de mi carne,

y eres la vena que da música

al corazón de mi pequeño

que está perdido en la distancia.

Las golondrinas que tú sueñas

rayan el cielo de mi infante,

y vas cantando por la tierra

mientras el hijo va cantando

por los caminos de tu sangre.

DESTINO

Por mi culpa , mujer, por mis inviernos,

muchas veces tu cara se humedece de lágrimas.

Pero también por culpa de Dios, frecuentemente,

el rostro de la tarde se humedece de lluvia.

EL BUQUE DE LOS ENAMORADOS

Era un buque en el mar,

era el amor en medio de las olas inmensas,

y era mi soledad de navegante

y los peces oscuros de tus trenzas.

Pensaba en ti, soñaba

que iba contigo a perfumar los puertos,

y a sembrar anclas y constelaciones

en las frentes dormidas de los muertos.

Pero soñaba apenas, amor mío,

y las aguas furiosas me sacaban del sueño,

y a ti te separaban de mi costa

como una barca triste o como un leño.

El buque, el buque entero,

sin ti era un ataúd sobre las olas,

un herido flotando tristemente

sobre una muchedumbre de amapolas.

Me tambaleaba en medio de gaviotas,

me inclinaba hacia ti salobremente,

y las islas brillaban como lunas

sobre toda la noche de mi frente.

(Mar adentro no hay más que los recuerdos

y sal sobre mi piel, sobre la vida,

y el amor que pregunta por la sangre

y le responde el labio de una herida.).

A veces era lunes,

decían que era lunes mis hermanos,

y te veía venir sobre las olas

con toda la semana entre las manos.

El tiempo era tu ausencia,

el mar era la sombra de la tristeza mía,

y el buque era un naufragio

que se inclinaba y no se decidía.

Por la noche volaban las estrellas,

como peces dorados, por el cielo,

y yo pensaba que en la tierra firme

tú también contemplabas este vuelo.

El buque del amor, de los enamorados,

todavía navega por mis venas,

y levanta la espuma de mi sangre

y la pescadería de mis penas.

Un rumor de marea que no cesa

a pesar de los días y los pasos,

acomete la costa de mis besos

y los acantilados de mis brazos.

Escucha el buque, esposa,

acerca tus oídos a mi piel como flores,

y escucha el buque, el buque,

navegar por mis mares interiores.

EL MUNDO POR DENTRO

Siento correr los ríos por mis venas

y crecer las estrellas en mi frente.

Siento que soy el mundo y que la gente,

habita mis pulmones y colmenas.

De flores tengo las entrañas llenas

y de peces la sangre, la corriente

que caudalosa y permanentemente

inunda mis canciones y mis penas.

Llevo por dentro el fuego que por fuera

dora los panes, seca la madera

y produce el incendio del verano.

Las aves hacen nidos en mi pelo,

crece hierba en mi piel, como en el suelo,

y galopan caballos en mi mano.

ESPOSA AMÉRICA

Te pienso desde Europa, esposa mía,

te pienso a grandes pasos, como loco,

y persigo por todas las patrias y los mapas

tu pecho montañoso, tus rebaños de leche,

y la desesperada tierra de tus volcanes

y la cicatrizada corteza de tu vientre.

Entre nosotros dos está el mar con sus barcos

y los campos están con sus caballos,

pero no alcanza el agua a separarnos,

no alcanza el agua ni la tierra alcanza,

porque yo soy el hijo que tienes en los brazos

y tú eres el incendio que yo tengo en el alma.

Con besos y con labios desentierro tu frente

de puros resplandores vegetales,

hambrientamente muerdo hoteles y países,

muerdo casas, aldeas, cementerios,

y los pueblos me saben a tu cara

y las calles me saben a tu cuerpo.

Tu olor de tierra joven me golpea,

tu perfume salvaje me penetra

y me perfuma tanto y tan adentro,

que mi piel huele a tu vestido verde

y huelen mis poemas a tu vida

y mis desgracias huelen a tu muerte.

Con barro de mi barro, con arcilla de América,

con fuego de tus manos y tu aliento

estás haciendo un hijo americano.

yo escucho tu trabajo desde Europa,

escucho el crecimiento de tu vientre

y escucho el crecimiento de tu ropa.

Me desvelo en Berlín, en Praga me desvelo,

siento correr tu sangre por mis puentes,

siento que tus cosechas se propagan

por las paredes duras, por mi lecho,

y que todas las hojas de América y los ríos

y las revoluciones estallan en tu pecho.

Sigue creciendo, esposa, mientras vuelvo,

esposa mía, esposa de los montes,

madre de los arados y los vientos.

Inés, tu corazón es como un surco

y yo soy un labriego turbulento

que te siembro, te siembro por el mundo

y por el mundo te amo y te recuerdo.

FECUNDA COMPAÑERA

En el espejo de tu cuerpo, esposa,

recogiste mi rostro, tan fielmente,

que la línea más honda de mi frente

quedó presa en tu sangre temblorosa.

Me copiaste, mujer, mujer hermosa,

en tu río de amor, en tu corriente,

y devolviste generosamente

mi cara de montaña silenciosa.

El hijo es tierra de mi propia tierra,

resplandor de mis ojos y mi guerra,

poderosa presencia de mí mismo.

Gracias a ti, fecunda compañera,

fui como una semilla en tu pradera

y retorné más joven de tu abismo.

GUÁRDAME DE LOS VIENTOS

No me dejes partir, no me abandones,

átame a tu cintura con tus brazos,

y aléjame los buques de la cara

con tus suspiros y tus aletazos.

Rodéame de ti, de tu ternura,

de tus palomas y de tus espinos,

para que no me llamen los países,

para que no me escriban los caminos.

Tengo toda la noche de tu pelo

para embarcarme en ella, tristemente,

y alejarme un momento, con las manos,

de las orillas de tu continente.

Puedo andar por mi frente, por la tuya,

con gestos numerosos y mundiales,

y me siento más hondo en tus entrañas

que en los naufragios y en los funerales.

Quiero quedarme en ti, quiero que me ames

y que me arrojes besos como escalas,

siempre que me desprenda de tus labios

y me crezcan los viajes y las alas.

HEMBRA DE TIERRA Y TIERRA

No te digo paloma, ni princesa , ni reina,

sino mujer de tierra, hembra de tierra y tierra,

compañera de besos, compañera

de mi revolución y de mi guerra.

Te llamo barro de mi alfarería,

surco de mis labranzas coloradas,

pradera en que galopan mis caballos

con las crines heridas y quemadas.

Mujer tendida en medio de la tierra

te llamo y te rodeo con mis brazos,

como si fueras trigo de mis eras

y raíz de mis besos y mis pasos.

No doy contigo pensativamente

sino luchando con tu cabellera,

y golpeando mi vida leñadora

contra tu corazón y tu madera.

INÉS

Inés digo y mi boca se convierte en azúcar

de manzana partida por la luz del verano.

Decir esta palabra es como adivinar

que está cantando un pájaro en un árbol lejano.

Inés digo y mi labio se convierte en abierta

flor de pétalos dulces contra la madrugada.

Decir esta palabra es soñar que está muerta

la tarde en el abismo de la noche estrellada.

Inés digo y parece que mi voz se quedara

temblando entre las redes impalpables de un beso.

Decir esta palabra es como si lograra

detener en el aire la música de un rezo.

Cuando yo digo Inés olvido los agravios

y de claros panales y canciones me acuerdo.

Decir esta palabra es apretar los labios

para intentar el acto de besar un recuerdo.

Alzar las manos puras para decir Inés

es caer en la sombra de un árbol florecido.

Decir Inés, siquiera por una sola vez,

es sentir en la rama del corazón un nido.

ÍNSULA

Como un nocturno vino tu mirada,

amotina mi sangre enardecida

y la noche en mis hombros detenida,

ignora su presencia desolada.

Ya no puede mi voz contra la espada

de silencio que tengo entre la herida,

de saber tu caricia estremecida

pero en oscura cárcel encerrada.

Estoy solo en la costa de tu risa,

y aunque la ofrenda tuya se divisa

mi temor de alcanzarla lo confieso:

Mi corazón – grumete sorprendido –

no se atreve en un mar desconocido

para ganar la isla de tu beso.

LAS TRENZAS LEJANAS

Yo amé desde un principio tu sencillez de dalia,

tu pudor de semilla que se viste hasta el fondo,

y el amor con que hacías tus trenzas bajo el cielo

y escuchabas mis versos como un ave en el hombro.

Tu andar de sementera, de parcela espigada,

tu lengua constelada de honorables silencios,

y tus manos en guerra, sobre tu falda verde,

con las ganaderías que apacientan los vientos.

Amé tu timidez, tu cima de arreboles,

tu cabeza inclinada sobre tu pecho doble,

y tu color de espiga cuando el sol te besaba

y cerrabas los ojos bajo el beso de cobre.

Tu casa entre los árboles, tu nido de hojas duras,

tu domingo poblado de cúpulas remotas,

y el pueblo donde oías la misa y las abejas

rezando en los panales humanos de las bocas.

Pensabas azahares, naranjas y costuras,

te ponías en el pelo flores de enredadera,

y a solas contemplabas la niñez de los pájaros

meciéndose en la cuna de toda la arboleda.

De cerca te seguía mi amor con su corona,

tu corazón brillaba por sus rojas orillas,

y de la agricultura salían resplandores

de racimos maduros y de doradas piñas.

Cuando llovía en los montes lejanos te nublabas,

te ibas poniendo triste como toda la niebla,

y era que comenzabas a quererme, paloma,

y a sentirte campana de mis torres de piedra.

Los días me acercaban a tu piel y a tu ropa,

me candidatizaban labriego de tu vientre,

y tú escuchabas pasos de bueyes y de arados

encima de tu vida y encima de tu muerte.

Cuánto sudor después, cuánta faena honrada,

cuánto golpe de pala y de herradura ciega,

hasta llegar los dos, vestidos de semillas,

a iluminar las fiestas más hondas de la tierra!

MUJER SIN NOMBRE

Yo no digo tu nombre. Yo digo mi locura.

Mírame cómo tengo los labios: como ríos

que atraviesan cantando tu hermosura.

Digo mi gran fervor, mi desespero.

Digo lo que me quema cuando llegas

y cuando ya te has ido lo que espero.

Escribo mi apetencia de ser dueño

de toda la candela de tus brazos,

para quemarme en ella como un leño.

Mujer sin nombre, si, pero nombrada

por mil voces ocultas: por mi instinto

que te tiene de gritos coronada.

Mi sangre hinca su alarido ardiente

en mi carne, socava mi estatura

y en mi mismo te busca ciegamente.

Y por buscarte así, como a una herida,

es mi sangre de tu alma y de tu imagen

la desenterradora enfurecida.

Mujer casi imposible, yo te evoco.

Para acercarte más cierro los ojos

y por cerrarlos casi que te toco.

Te veo saltar del fondo de mis versos

y caer junto a mi alma, con tu pecho

dividido en dos tibios universos.

Te oigo hablar y siento que me quema

esa llama de música que vive

dormida en las palabras del poema.

Te miro andar y siento que tus pasos,

siempre que en el crepúsculo se alejan,

más se acercan al sitio de mis brazos.

Pienso en tu cuerpo cálido y moreno,

y el cóncavo brasero de mis manos

de tu cuerpo se siente casi lleno.

Cuando miro tu talle me pregunto

si en una habitación deshabitada

por estar solo lo tendré más junto.

Cuando miro tus muslos yo me digo

que quizás en el tiempo de la siega

serán de mis trigales dulce trigo.

Y cuando veo tu pelo anochecido,

pienso que va a temblar como una estrella

cuando mi beso arranque tu gemido.

Te espero, si, con tanto desespero,

que la cal de mis huesos ya no puede

con la muerte profunda con que muero.

Ahora solo falta que te atrevas

y que congregues todas tus pasiones

con la pasión recóndita que llevas.

Mientras tanto yo soy el infinito,

y tú el surco de estrellas asediado

por la semilla amarga de mi grito.

NIÑA MUDABLE

Unas trenzas oscuras y una flor.

Y una boca que ignora su pasado.

Y un corazón pequeño y un callado

deseo de saber lo que es amor.

Yo -plenitud del hombre soñador-

la ungí con el perfume deseado;

le regalé una rosa y un pecado

y un beso apasionado y un temor.

La aprisioné en amor tan dulcemente

que ni un nardo en el viento transparente

puede encerrar así su propia albura.

Y cansada tal vez, niña mudable,

de mi labio en el beso perdurable,

cambió su libertad por mi amargura.

PETICIÓN ENTRAÑABLE

Acércate a mi pecho más caudalosamente,

húndete en mi camisa,

atraviesa mi piel, mis guarniciones,

y arrásame por dentro con tus labios

y tus inundaciones.

Trasvásate a mis venas,

a mi sangre furiosa,

y auméntame los ríos arteriales

y la espuma que pasa por mi frente

cuando pienso hospitales.

Vuélvete mi sustancia,

mi saliva, mi llanto,

y déjate arrastrar por estas aguas

y por el contrapeso de las chispas

que saltan de mis fraguas.

Más todavía súmate a mi sino,

a mi cabalgadura temblorosa,

y estréchame los pies en los estribos,

con los tuyos calzados de palomas

y de cuchillos vivos.

Que una sola persona, un solo gesto,

sean nuestros dos cuerpos enlazados,

y que si yo te beso o tú me besas,

sintamos ambos gustos de amapolas

y cornada de fresas.

De tal manera unidos compañera,

que ni la muerte pueda separarnos,

y que de espaldas, en la sepultura,

tú recuerdes completa mi presencia

y yo inmodificable tu figura.

PRESENCIA DEL AMOR VICTORIOSO

Tú eres la que yo quise destruir con mis besos,

pero la que resistes mi furia y mis abrazos,

y sales siempre nueva de mis bosques espesos

y siempre florecida de mis grandes hachazos.

( Un viento loco y verde te golpeaba la cara,

un vendaval de besos de mi boca te hundía,

pero el hijo llegaba con su semilla clara

y en medio de tus ojos oscuros la encendía ).

Eres la que no pude vencer con mi locura

y fatalmente herir con mis espadas ciegas,

y el trueno que circula por mi cabalgadura

y el búfalo que truena por mis hondas entregas.

Sobrevives y cantas a mi lado, a mi vera,

como un ave incansable que atesora mis pasos,

y vuela a toda hora sobre mi calavera

y construye su nido en mitad de mis brazos.

Ya tienes el tamaño de mis manos inmensas,

la medida del grito que me habita la vida,

y puedes abarcarme todo lo que me piensas

y elevas a tu frente la sangre de mi herida.

Siento tu punzadora dulzura en mi costado,

tu penetrante aroma de selva en mi camino,

y nadie me consuela cuando estoy a tu lado

y pienso que la muerte se beberá tu vino.

SÓLO SU CUERPO DULCE

Su cuerpo es una aldea

donde yo me refugio cuando truena en el cielo,

y tiemblan los follajes de mis venas

y las agrupaciones de mi pelo.

Su cuerpo dulce y hondo

y sus dos brazos como ríos sin puentes,

donde me oculto con mis tempestades

y las constelaciones furiosas de mis dientes.

Vientos como caballos

me pisan todo el pecho de pan y de amapolas,

pero voy a su cuerpo

y su cuerpo me lava la sangre con sus olas.

Sólo su cuerpo dulce

en medio de estos días con sabor a ceniza,

y a semana nocturna

sobre la matutina tela de la camisa.

Su cuerpo dividido

en colinas, en valles, en boscajes, en nidos,

y prados de amapolas

donde hay niños oscuros y linajes dormidos.

Miel tibia, leche tibia,

y el rumor de la sangre bajo la piel delgada,

el rumor de la vida

bajo la piel desnuda y levantada.

Sólo su cuerpo dulce

para el mío de fibras y de zumos amargos,

que ya está fatigado

de las noches oscuras y los caminos largos.

SONETO DEL AMOR ELEMENTAL

Te quiero así, mujer: sencillamente,

como quiere el pastor a sus ovejas,

el caminante a las encinas viejas

y el río matinal a su corriente.

Te amo como las casas a la gente

y como la colmena a las abejas,

y los ojos dormidos a las cejas

que vuelan en el cielo de la frente.

Voy a tu corazón como las olas

a los buques cargados de amapolas

y de maderas claras y sencillas.

Doy con tu beso al fin, con tu ternura,

como el río con toda la llanura

y la sed con el agua sin orillas.

SONETO HERIDO POR LA MUERTE

Va cayendo la noche en los trigales,

mis besos van cayendo en tus racimos,

y nos vamos los dos como vinimos:

por laberintos, fechas y hospitales.

Cuando el mar nos separa con sus sales,

por encima del mar nos escribimos,

pero de todos modos nos sentimos

sepultados por olas torrenciales.

Nada podrá salvarnos, compañera,

de la separación, de la madera,

del ataúd y su corteza oscura.

Trina el amor pero la muerte llora

y nos arroja sombra destructora,

sombra de pino y sed de sepultura.

SURCO Y MUJER

Es más dulce el amor

sobre la hierba, niña.

Sobre las esmeraldas

que alfombran la campiña.

Más dulce que en el lecho

porque la tierra es ancha,

y la sombra del cuervo

la toca y no la mancha.

Cada beso revienta

igual que una amapola,

y a lo lejos el trigo

suena como una ola.

El varón, el labriego,

al entrar en su amada,

siente los muslos verdes

y la tierra sembrada.

Surco y mujer, iguales,

reciben la simiente,

con más cielo en los ojos

que sudor en la frente.

VENGO Y VOY A TU VIENTRE

Estoy cansado, amada, y estoy triste.

Vengo desde las tierras arrasadas y solas,

desde donde la muerte se desnuda y embiste

los acontecimientos, los hombres y las olas.

Vengo, hermosa, del tiempo, de la vida, del día

en que con sangre puso mi racimo en el mundo,

y empezaron mis hojas a sentir la agonía

de un cielo sin orillas y de un barro profundo.

Estoy cubierto de alma derramada y herida,

me tambaleo en medio de la noche sin astros,

y dejo en las paredes de tu casa dormida

mis capitulaciones, mis huellas y mis rastros.

Voy hacia tus entrañas inconteniblemente

y te pido que salgas al aire, a los caminos,

a recibir las dudas que asaltan a mi frente

y los pasos que acercan mis pasos a tus trinos.

VESTIDA COMO EL CAMPO

De verde te amo más, con el vestido

que se parece al campo cuando llueve,

y el campo se emociona y multiplica

su verdura por nueve.

Ataviada de selva, de árbol joven,

por mi casa mensual cantas, caminas,

y despreocupas las habitaciones

con tu aroma de encinas.

Pienso que te sembré, que soy labriego,

que tu seno es el fruto de mi arado,

y que te salen hojas de la vida,

y ramas del costado.

Te quiero más así, toda de verde

olorosa a madera, esperanzada,

como recién salida de la tierra

con la cara mojada.

Déjame recostar sobre tu falda,

soñar que me he perdido en tu follaje,

y que un hijo me busca como loco

debajo de tu traje.

VIENTO ROJO

Yo descubrí tu boca, yo te puse

en la boca mis uvas torrenciales,

y con los pasos de mis animales

una marcha enlutada te compuse.

El color que más amo y más te luce

es el ebrio color de los parrales,

porque desencadena mis metales

y a tus grietas profundas me conduce.

De catafalcos y leopardos míos

están llenos tus bosques y tus ríos,

leñadora, desnuda, navegable.

Sobre tu cuerpo pálido me inclino

y oigo correr tu sangre, como vino,

en medio de la noche interminable.

Castillejo, Cristobal de

Cristobal de Castillejo (España, 1495 – 1550)

CANCIÓN

Aquí no hay

sino ver y desear;

aquí no veo

sino morir con deseo.

Madre, un caballero

que está en este corro

a cada vuelta

hacíame del ojo.

Yo, como era bonica,

teníaselo en poco.

Madre, un escudero

que estaba en esta baila

a cada vuelta

asíame de la manga.

Yo, como soy bonica,

teníaselo en nada.

CANCIÓN II

Aquel caballero, madre,

como a mí le quiero yo,

y remedio no le dó.

Él me quiere más que a sí,

yo le mato de crüel;

mas en serlo contra él

también lo soy contra mí.

De verle penar así

muy penada vivo yo,

y remedio no le dó.

DAME, AMOR, BESOS SIN CUENTO

Dame, Amor, besos sin cuento,

asida de mis cabellos,

y mil y ciento tras ellos

y tras ellos mil y ciento,

y después

de muchos millares, tres;

y porque nadie lo sienta,

desbaratemos la cuenta

y contemos al revés.

ESTANDO CONMIGO A SOLAS…

Estando comigo a solas,

Me viene un antojo loco

De burlar con causa un poco

De las trovas españolas

Al presente;

De aquellas principalmente

Muy altas, encarescidas,

Excellentes y polidas,

Que mucho estima la gente;

Y de aquellos estremados

Que por estilo perfeto

Sacan del pecho secreto

Hondos amores penados.

Son del cuento

Garci-Sánchez y otros ciento

Muy gentiles caballeros,

Que por caos cancioneros

Echan sospiros al viento.

No se me achaque o levante

Que me meto a decir mal

De aquel subido metal

De su decir elegante;

Antes siento

Pena de ver sin cimiento

Un tan gentil edificio,

Y unas obras tan sin vicio

Sobre ningún fundamento.

Los requiebros y primores

¿Quién los niega, de Boscán,

Y aquel estilo galán

Con que cuenta sus amores?

Mas trovada

Una copla muy penada,

El mesmo confesará

Que no sabe dónde va

Ni se funda sobre nada.

Aunque no por un tenor,

Todos van por un camino;

También sabe Guardamino

Quexar su mal y dolor

Sin paciencia;

No hay dél otra diferencia.

Al que se cuelga de un hilo,

Que no ser tal el estilo

Sobre la mesma sentencia.

Y de aquí debe venir

Que contando sus pasiones,

Las más más comparaciones

Van a parar en morir;

Van de suerte

Que nunca salen de muerte

O de perderse la vida;

Quitaldes esta guarida,

No habrá copla que se acierte.

Por donde los trovadores

Son de burlas y reír

Que no se dan a escrebir

Sino penas y dolores.

¡Cosa vana,

Que la lengua castellana,

Tan cumplida y singular,

Se haya toda de emplear

En materia tan liviana!

Coplas dulces, placenteras,

No pecan en liviandad,

Pero pierde autoridad

Quien las escribe de veras,

Y entremete

El seso por alcahuete

En los misterios de amor;

Cuanto más si el trovador

Pasa ya del caballete.

Y algunos hay, yo lo sé,

Que hacen obras fundadas

De coplas enamoradas,

Sin tener causa por qué.

Y esto está

En costumbre tanto ya,

Que muchos escriben penas

Por remedar las ajenas,

Sin saber quién se las da.

Pero digo que arda en ellas

De los pies a la cabeça,

Decidme, ¿a quién endereça

Sus coplas y sus querellas?

Si las vende

A la dama que le prende,

¿Qué mayor desaventura

Que hablar por escritura

Con quien sé que no la entiende?

Cuanto más que ni leer

Las más saben ni escrebir.

Y en el dar o rescibir

Aún hay algo que hacer.

Mal mascada

Vais, copla desventurada,

Y la que más os estima

Devana su seda encima,

Y quedáis vos allí aislada.

Ved qué donoso presente,

Que la que más fe aventura

Por gozar d’esta locura,

Ni la gusta ni la siente;

Y el provecho,

Es que por vuestro derecho,

Alguna dama loquilla,

Dirá por gran maravilla:

«¡Ay, qué coplas que me han hecho!»

Pues si donde era razón

Tan pequeño fruto hacen,

Con los demás, aunque aplacen,

Deshonesta cosa son,

Y muy vano

Exercicio, y aun profano,

Publicar yo mis flaquezas,

Liviandades y baxezas,

Y escrebirlas de mi mano.

Sobra de bien y pan tierno

Hace que los amadores

Comparen el mal de amores

A las penas del Infierno.

Tú, Cupido,

Estás muy favorescido

Pensando que aquello es,

Mas donde hay dolor francés

El tuyo queda en olvido.

FINAL

Coplas y locuras mías,

Vuestro tiempo se ha llegado

Para aliviar el enfado

Destos trabajosos días.

Todas pasaréis por buenas,

Siendo aquel que os da favor,

Por natura mi señor,

Y por suerte mi Mecenas.

MUSAS ITALIANAS Y LATINAS

Musas italianas y latinas,

gentes en estas partes tan extraña,

¿cómo habéis venido a nuestra España

tan nuevas y hermosas clavellinas?

O ¿quién os ha traído a ser vecinas

del Tajo, de sus montes y campaña?

O ¿quién es el que os guía y acompaña

de tierras tan ajenas peregrinas?-

-Don Diego de Mendoça y Garcilaso

nos truxeron, Boscán y Luis de Raro

por orden y favor del dios Apolo.

Los dos llevó la muerte paso a paso,

Solimán el uno y por amparo

nos queda don Diego, y basta solo.

¿QUIÉN NO LLORA LO PASADO?

¿Quién no llora lo pasado

viendo cual va lo presente?,

¿Quién es aquel que no siente

lo que ventura ha quitado?

Yo me vi ser bien amado,

mi deseo en alta cima;

contemplar en lo pasado

La memoria me lastima.

Y pues todo me es ausente

no sé cual remedio escoja;

bien y mal todo me enoja,

¡cuitado de quien lo siente!

Tiempo fue y horas ufanas

las que mi vida gozaron,

donde tristes se sembraron

los simientes de mis canas.

Y pues si tiene por bueno,

bien puedo decir así.

SONETO II

Garcilaso y Boscán siendo llegados

al lugar donde están los trovadores

que en esta nuestra lengua y sus primores

fueron en este siglo señalados,

los unos a los otros alterados

se miran, demudadas las colores,

temiéndose que fuesen corredores

o espías o enemigos desmandados;

y juzgando primero por el traje,

pareciéronles ser, como debía,

gentiles españoles caballeros;

y oyéndoles hablar nuevo lenguaje,

mezclado de extranjera poesía,

con ojos los miraban de extranjeros.

SONETO IV

Si las penas que dais son verdaderas,

como lo sabe bien el alma mía,

¿por qué no me acaban? y sería

sin ellas el morir muy más de veras;

y si por dicha son tan lisonjeras,

y quieren retoçar con mi alegría,

decid, ¿por qué me matan cada día

de muerte de dolor de mil maneras?

Mostradme este secreto ya, señora,

sepa yo por vos, pues por vos muero,

si lo que padezco es muerte o vida;

porque, siendo vos la matadora,

mayor gloria de pena ya no quiero

que poder alegar tal homicida.

VILLANCICO

No pueden dormir mis ojos,

no pueden dormir.

Pero, ¿cómo dormirán

cercados en derredor

de soldados de dolor,

que siempre en armas están?

Los combates que les dan,

no los pudieron sufrir,

no pueden dormir.

Alguna vez, de cansados

del angustia y del tormento,

se duermen que no lo siento,

que los hallo transportados;

pero los sueños pesados

no les quieren consentir

que puedan dormir.

Mas ya que duermen un poco,

están tan desvanecidos,

que ellos quedan aturdidos,

yo poco menos de loco;

y si los muevo y provoco

con cerrar y con abrir,

no pueden dormir.

VISITA DE AMOR

Unas coplas muy cansadas,

con muchos pies arrastrando,

a lo toscado imitadas,

entró un amador cantando,

enojosas y pesadas.

Cada pie con dos corcovas,

y de peso doce arrobas,

trovadas al tiempo viejo.

Dios perdone a Castillejo,

que bien habló de esas trovas.

dijo Amor: ¿Dónde se aprende

ese metro tan prolijo,

que a las orejas ofende?

Algarabía de allende:

el sujeto frío y duro,

y el estilo, tan oscuro

que la dama en quien se emplea

duda, por sabia que sea,

si es requiebro o es conjuro».

«Ved si la invención os basta,

pues Garcilaso y Boscán,

las plumas puestas por asta

cada uno es un Roldán,

y, con todo, no le basta;

yo no alcanzo cuál engaño

te hizo para tu daño,

con locura y desvarío,

meter en mi señorío

moneda de reino extraño.»

«Con dueñas y con doncellas

(dijo Venus), ¿qué pretende

quien las dices sus querellas

en lenguaje que no entiende

él, ni yo, ni vos, ni ellas?

Sentencio al que tal hiciere

que la dama por quien muere

lo tenga por cascabel,

y que haga burla dél

y de cuanto le escribiere».

Castilla, Rey Juan II de

Rey Juan II de Castilla (España, 1405 – 1454)

AMOR QUE PENDE Y QUEBRANTA…

Amor que pende y quebranta,

fuerza que fuerzas derriba

muy entera,

y al mismo temor espanta

y a lo más libre cativa

sin que quiera,

a ti, muy desconoscida,

tan cruelmente cativa

pues que sabe

que la mi persona vida

que en tal dolor siempre vive

no s’acabe.

CANCIÓN

Amor, yo nunca pensé,

aunque poderoso eras,

que podrías tener maneras

para trastornar la fe,

hasta ahora que lo sé.

Pensaba que conocido

te debía yo tener,

mas no pudiera creer

que era tan mal sabido,

ni tampoco yo pensé,

aunque poderoso eras,

que podrías tener maneras

para trastornar la fe,

hasta ahora que lo sé….

Castellanos, Rosario

Reseña biográfica

Poeta mexicana nacida en el Distrito Federal en 1925.

Su infancia transcurrió en Chiapas y luego estudió Filosofía y Letras obteniendo una maestría en la UNAM.

Practicó con gran éxito todos los géneros literarios, destacándose especialmente en su obra poética que la ha convertido en una de las más altas representantes de México en el último siglo.

Obtuvo importantes reconocimientos entre los que se destacan, Premio Xavier Villaurrutia 1961, Sor Juana Inés de la Cruz y Premio Carlos Trouyet.

Toda su obra está recopilada en el libro «Poesía no eres tú».

Falleció en Tel Aviv en 1974, cuando ocupaba el cargo de embajadora de su país ante el gobierno de Israel.

AGONÍA FUERA DEL MURO

Miro las herramientas,

el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,

sudan, paren , cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días,

su noche de ronquido y de zarpazo

y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra

y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo ( ¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra

Que todavía la especie no produce? )

los hombres roban, mienten,

como animal de presa olfatean, devoran

y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan

o cuando burlan una ley o cuando

se envilecen, sonríen,

entornan levemente los párpados, contemplan

el vacío que se abre en sus entrañas

y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte,

soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,

gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,

déjame, no es preciso que me mates.

Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren

de algo peor que vergüenza.

Yo muero de mirarte y no entender.

AJEDREZ

Porque éramos amigos y a ratos, nos

amábamos;

quizá para añadir otro interés

a los muchos que ya nos obligaban

decidimos jugar juegos de inteligencia.

Pusimos un tablero enfrente

equitativo en piezas, en valores,

en posibilidad de movimientos.

Aprendimos las reglas, les juramos respeto

y empezó la partida.

Henos aquí hace un siglo, sentados,

meditando encarnizadamente

como dar el zarpazo último que aniquile

de modo inapelable y, para siempre, al otro.

AMOR

Solo la voz, la piel, la superficie

pulida de las cosas.

Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco

rebalsaría y la mano ya no alcanza

a tocar mas allá.

Distraída, resbala, acariciando

y lentamente sabe del contorno.

Se retira saciada,

sin advertir el ulular inútil

de la cautividad de las entrañas

ni el ímpetu del cuajo de la sangre

que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo

ya para siempre ciego del sollozo.

El que se va se lleva su memoria,

su modo de ser río, de ser aire,

de ser adiós y nunca.

Hasta que un día otro lo para, lo detiene

y lo reduce a voz, a piel, a superficie

ofrecida, entregada, mientras dentro de sí

la oculta soledad aguarda y tiembla.

APELACIÓN AL SOLITARIO

Es necesario, a veces, encontrar compañía.

Amigo, no es posible ni nacer ni morir

sino con otro. Es bueno

que la amistad le quite

al trabajo esa cara de castigo

y a la alegría ese aire ilícito de robo.

¿Cómo podrías estar solo a la hora

completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,

hasta el amanecer?

APUNTES PARA UNA DECLARACIÓN DE FE

El mundo gime estéril como un hongo.

Es la hoja caduca y sin viento en otoño,

la uva pisoteada en el lagar del tiempo

pródiga en zumos agrios y letales.

Es esta rueda isócrona fija entre cuatro cirios,

esta nube exprimida y paralítica

y esta sangre blancuzca en un tubo de ensayo.

La soledad trazó su paisaje de escombros.

La desnudez hostil es su cifra ante el hombre.

Sin embargo, recuerdo…

En un día de amor yo bajé hasta la tierra:

vibraba como un pájaro crucificado en vuelo

y olía a hierba húmeda, a cabellera suelta,

a cuerpo traspasado de sol al mediodía.

Era como un durazno o como una mejilla

y encerraba la dicha

como los labios encierran cada beso.

Ese día de amor yo fui como la tierra:

sus jugos me sitiaban tumultuosos y dulces

y la raíz bebía con mis poros el aire

y un rumor galopaba desde siempre

para encontrar los cauces de mi oreja.

Al través de mi piel corrían las edades:

se hacía la luz, se desgarraba el cielo

y se extasiaba -eterno- frente al mar.

El mundo era la forma perpetua del asombro

renovada en el ir y venir de la ola,

consubstancial al giro de la espuma

y el silencio, una simple condición de las cosas.

Pero alguien (ya no acierto

con la estructura inmensa de su nombre)

dijo entonces: «No es bueno

que la belleza esté desamparada»

y electrizó una célula.

En el principio -dice

esta capa geológica que toco-

era sólo la danza:

cintura de la gracia que congrega

juventudes y música en su torno.

En el principio era el movimiento.

Cada especie quería constatarse, saberse

y ensayaba las notas de su esencia:

la jirafa alargaba la garganta

para abrevar en nubes de limón.

Punzaba el aire en las avispas múltiples

y vertía chorritos de miel en cada herida

para que el equilibrio permaneciera invicto.

El ciervo competía con la brisa

y el hombre daba vueltas alrededor de un árbol

trenzado de manzanas y serpientes.

Nadie lo confesaba, pero todos

estaban orgullosos de ser como juguetes

en las manos de un niño.

Redondeaban su sombra los planetas

y rebotaban locos de alegría

en las altas paredes del espacio

teñidas de antemano en un risueño azul.

No me explico por qué

fue indispensable que alguien inventara el reloj

y desde entonces todo se atrasa o se adelanta,

la vida se fracciona en horas y en minutos

o se quiebra o se para.

La manzana cayó; pero no sobre un Newton

de fácil digestión,

sino sobre el atónito apetito de Adán.

(Se atragantó con ella como era natural.)

¡Qué implacable fue Dios -ojo que atisba

a través de una hoja de parra ineficaz!

¡Cómo bajó el arcángel relumbrando

con una decidida espada de latón!

Tal vez no debería yo hablar de la serpiente

pero desde esa vez es un escalofrío

en la columna vertebral del universo.

Tal vez yo no debiera descubrirlo

pero fue el primer círculo vicioso

mordiéndose la cola.

Porque esto, en realidad, sólo tendría importancia

si ella lo supiera.

Pero lo ignora todo reptando por el suelo,

dormitando en la siesta.

Ah, si se levantara

sin el auxilio de fakires indios

a contemplar su obra.

Aquí estaríamos todos:

la horda devastando la pradera,

dejando siempre a un lado el horizonte,

tratando de tachar la mañana remota,

de arrasar con la sal de nuestras lágrimas

el campo en que se alzaba el Paraíso.

Gritamos ¡adelante! por no mirar atrás.

El camino se queda señalado

-estatua tras estatua- por la mujer de Lot.

Queremos olvidar la leche que sorbimos

en las ubres de Dios.

Dios nos amamantaba en figura de loba

como a Rómulo y Remo, abandonados.

Abandonados siempre.

¿De qué? ¿De quién? ¿De dónde?

No importa. Nada más abandonados.

Cantamos porque sí, porque tenemos miedo,

un miedo atroz, bestial, insobornable

y nos emborrachamos de palabras

o de risa o de angustia.

¡Qué cuidadosamente nos mentimos!

¡Qué cotidianamente planchamos nuestras máscaras

para hormiguear un rato bajo el sol!

No, yo no quiero hablar de nuestras noches

cuando nos retorcemos como papel al fuego.

Los espejos se inundan y rebasan de espanto

mirando estupefactos nuestros rostros.

Entonces queda limpio el esqueleto.

Nuestro cráneo reluce igual que una moneda

y nuestros ojos se hunden interminablemente.

Una caricia galvaniza los cadáveres:

sube y baja los dedos de sonido metálico

contando y recontando las costillas.

Encuentra siempre con que falta una

y vuelve a comenzar y a comenzar.

Engaño en este ciego desnudarse,

terror del ataúd escondido en el lecho,

del sudario extendido

y la marmórea lápida cayendo sobre el pecho.

¡No poder escapar del sueño que hace muecas

obscenas columpiándose en las lámparas!

Es así como nacen nuestros hijos.

Parimos con dolor y con vergüenza,

cortamos el cordón umbilical aprisa

como quien se desprende de un fardo o de un castigo.

Es así como amamos y gozamos

y aún de este festín de gusanos hacemos

novelas pornográficas

o películas sólo para adultos.

Y nos regocijamos de estar en el secreto,

de guiñarnos los ojos a espaldas de la muerte.

La serpiente debía tener manos

para frotarlas, una contra otra,

como un burgués rechoncho y satisfecho.

Tal vez para lavárselas lo mismo que Pilatos

o bien para aplaudir o simplemente

para tener bastón y puro

y sombrero de paja como un dandy.

La serpiente debía tener manos

para decirle: estamos en tus manos.

Porque si un día cansados de este morir a plazos

queremos suicidarnos abriéndonos las venas

como cualquier romano,

nos sorprende saber que no tenemos sangre

ni tinta enrojecida:

que nos circula un aire tan gratis como el agua.

Nos sorprende palpar un corazón en huelga

y unos sesos sin tapa saltarina

y un estómago inmune a los venenos.

El suicidio también pasó de moda

y no conviene dar un paso en falso

cuando mejor podemos deslizarnos.

¡Qué gracia de patines sobre el hielo!

¡Qué tobogán más fino! ¡Qué pista lubricada!

¡Qué maquinaria exacta y aceitada!

Así nos deslizamos pulcramente

en los tés de las cinco -no en punto- de la tarde,

en el cocktail o el pic-nic o en cualquiera

costumbre traducida del inglés.

Padecemos alergia por las rosas,

por los claros de luna, por los valses

y las declaraciones amorosas por carta.

A nadie se le ocurre morir tuberculoso

ni escalar los balcones ni suspirar en vano.

Ya no somos románticos.

Es la generación moderna y problemática

que toma coca-cola y que habla por teléfono

y que escribe poemas en el dorso de un cheque.

Somos la raza estrangulada por la inteligencia,

«La insuperable,

mundialmente famosa trapecista

que ejecuta sin mácula

triple salto mortal en el vacío.»

(La inteligencia es una prostituta

que se vende por un poco de brillo

y que no sabe ya ruborizarse.)

Puede ser que algún día

invitemos a un habitante de Marte

para un fin de semana en nuestra casa.

Visitaría en Europa lo típico:

alguna ruina humeante

o algún pueblo afilando las garras y los dientes.

Alguna catedral mal ventilada,

invadida de moho y oro inútil

y en el fondo un cartel: «Negocio en quiebra» .

Fotografiaría como experto turista

los vientres abultados de los niños enfermos,

las mujeres violadas en la guerra,

los viejos arrastrando en una carretilla

un ropero sin lunas y una cuna maltrecha.

Al Papa bendiciendo un cañón y un soldado,

y las familias reales sordomudas e idiotas,

al hombre que trabaja rebosante de odio

y al que vende el horno de sus abuelos

o a la heredera del millón de dólares.

Y luego le diríamos:

Esto es solo la Europa de pandereta.

Detrás está la verdadera Europa:

la rica en frigoríficos -almacenes de estatuas

donde la luz de un cuadro se congela,

donde el verbo no puede hacerse carne.

Allí la vida yace entre algodones

y mira tristemente tras el cristal opaco

que la protege de corrientes de aire.

En estas vastas galerías de muertos,

de fantasmas reumáticos y polvo,

nos hinchamos de orgullo y de soberbia.

Los rascacielos ya los ha visto de lejos:

los colmenares rubios donde los hombres nacen,

trabajan, se enriquecen y se pudren

sin preguntarse nunca para qué todo esto,

sin indagar jamás cómo se viste el lirio

y sin arrepentirse de su contento estúpido.

Abandonemos ya tanto cansancio.

Dejemos que los muertos entierren a sus muertos

y busquemos la aurora

apasionadamente atentos a su signo.

Porque hay aún un continente verde

que imanta nuestras brújulas.

Un ancho acabamiento de pirámides

en cuyas cumbres bailan doncellas vegetales

con ritmos milenarios y recientes

de quien lleva en los pies la sabia y el misterio.

Un cielo que las flechas desconocen

custodiado de mitos y piedras fulgurantes.

Hay enmarañamientos de raíces

y contorsión de troncos y confusión de ramas.

Hay elásticos pasos de jaguares

proyectados – silencio y terciopelo –

hacia el vuelo inasible de la garra.

Aquí parece que empezara el tiempo

en solo un remolino de animales y nubes,

de gigantescas hojas y relámpagos,

de bilingües entrañas desangradas.

Corren ríos de sangres sobre la tierra ávida

corren vivificando las más altas orquídeas,

las más esclarecidas amapolas.

Se evaporan rugientes en los templos

ante la impenetrable pupila de obsidiana,

brotan como una fuente repentina

al chasquido de un látigo,

crecen en el abrazo enorme y doloroso

del cántaro de barro con el licor latino.

Río de sangre eterno y derramado

que deposita limos fecundos en la tierra.

Su caudal se nos pierde a veces en el mapa

y luego lo encontramos

-ocre y azul- rigiendo nuestro pulso.

Río de sangre, cinturón de fuego.

En las tierras que tiñe, en la selva multípara,

en el litoral bravo de mestiza

mellado de ciclones y tormentas,

en este continente que agoniza

bien podemos plantar una esperanza.

DESAMOR

Me vio como se mira al través de un cristal

o del aire

o de nada.

Y entonces supe: yo no estaba allí

ni en ninguna otra parte

ni había estado nunca ni estaría.

Y fui como el que muere en la epidemia,

sin identificar, y es arrojado

a la fosa común.

DESTIERRO

Hablábamos la lengua

de los dioses, pero era también nuestro silencio

igual al de las piedras.

Éramos el abrazo de amor en que se unían

el cielo con la tierra.

No, no estábamos solos.

Sabíamos el linaje de cada uno

y los nombres de todos.

Ay, y nos encontrábamos como las muchas ramas

de la ceiba se encuentran en el tronco.

No era como ahora

que parecemos aventadas nubes

o dispersadas hojas.

Estábamos entonces cerca, apretados, juntos.

No era como ahora.

DESTINO

Matamos lo que amamos. Lo demás

no ha estado vivo nunca.

Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere

un olvido, una ausencia, a veces menos.

Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia

de respirar con un pulmón ajeno!

El aire no es bastante

para los dos. Y no basta la tierra

para los cuerpos juntos

y la ración de la esperanza es poca

y el dolor no se puede compartir.

El hombre es animal de soledades,

ciervo con una flecha en el ijar

que huye y se desangra.

¡Ah! pero el odio, su fijeza insomne

de pupilas de vidrio; su actitud

que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece

el reflejo de un tigre.

El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve

– antes que lo devoren – ( cómplice, fascinado )

igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.

DOS MEDITACIONES

I

Considera, alma mía, esta textura

Áspera al tacto, a la que llaman vida.

Repara en tantos hilos tan sabiamente unidos

y en el color, sombrío pero noble,

firme, y donde ha esparcido su resplandor el rojo.

Piensa en la tejedora; en su paciencia

para recomenzar

una tarea siempre inacabada.

Y odia después, si puedes.

II

Hombrecito, ¿qué quieres hacer con tu cabeza?

¿Atar al mundo, al loco, loco y furioso mundo?

¿Castrar al potro Dios?

Pero Dios rompe el freno y continua engendrando

magníficas criaturas,

seres salvajes cuyos alaridos

rompen esta campana de cristal.

EL OTRO

¿Por qué decir nombres de dioses, astros

espumas de un océano invisible,

polen de los jardines más remotos?

Si nos duele la vida, si cada día llega

desgarrando la entraña, si cada noche cae

convulsa, asesinada.

Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre

al que no conocemos, pero está

presente a todas horas y es la víctima

y el enemigo y el amor y todo

lo que nos falta para ser enteros.

Nunca digas que es tuya la tiniebla,

no te bebas de un sorbo la alegría.

Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro.

Lo que él respira es lo que a ti te asfixia,

lo que come es tu hambre.

Muere con la mitad más pura de tu muerte.

ELEGÍA

Nunca, como a tu lado, fui de piedra.

Y yo que me soñaba nube, agua,

aire sobre la hoja,

fuego de mil cambiantes llamaradas,

sólo supe yacer,

pesar, que es lo que sabe hacer la piedra

alrededor del cuello del ahogado.

ELEGÍAS BREVES

I

Al pie de un sauce, triste Narciso de las aguas,

o cerca de una roca inexorable

quiero dejar mi cuerpo

como el que deja ropas en la playa.

Ay, mis brazos, guirnaldas desceñidas,

ay, mi cintura quieta entre las danzas.

No soy de los que exprimen

su corazón en un lugar violento.

Soy de los que atestiguan

la belleza y la muerte de la rosa.

II

Si pudiera mirarte, bella tan sólo, rosa,

y detener mis ojos largamente en tus pétalos

como una sed que duerme a la orilla de un río.

Si te mirara sólo, sin amarte,

con este amor convulso y desgarrado

de quien siente tu fuga irrevocable.

Ah, si yo no quisiera disecarte,

amarilla, en las páginas herméticas de un libro

con el afán inútil del que conoce el tiempo.

EN EL FILO DEL GOZO

I

Entre la muerte y yo he erigido tu cuerpo:

que estrelle en ti sus olas funestas sin tocarme

y resbale en espuma deshecha y humillada.

Cuerpo de amor, de plenitud, de fiesta,

palabras que los vientos dispensan como pétalos,

campanas delirantes al crepúsculo .

Todo lo que la tierra echa a volar en pájaros,

todo lo que los lagos atesoran de cielo

más el bosque y la piedra y las colmenas.

Cuajada de cosechas bailo sobre las eras

mientras el tiempo llora por sus guadañas rotas.

Venturosa ciudad amurallada,

ceñida de milagros, descanso en el recinto

de este cuerpo que empieza donde termina el mío.

II

Convulsa entre tus brazos como mar entre rocas,

rompiéndome en el filo del gozo o mansamente

lamiendo las arenas asoleadas.

Bajo tu tacto tiemblo

como un arco en tensión palpitante de flechas

y de agudos silbidos inminentes.

Mi sangre se enardece igual que una jauría

olfateando la presa y el estrago

pero bajo tu voz mi corazón se rinde

en palomas devotas y sumidas.

III

Tu sabor se anticipa entre las uvas

que lentamente ceden a la lengua

comunicando azúcares íntimos y selectos.

Tu presencia es el júbilo.

Cuando partes, arrasas jardines y transformas

la feliz somnolencia de la tórtola

en una fiera expectación de galgos.

Y, amor, cuando regresas

el ánimo turbado te presiente

como los siervos jóvenes la vecindad del agua.

ESTOY AQUÍ SENTADA…

Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras

como con una cesta de fruta verde, intactas.

Los fragmentos

de mil dioses antiguos derribados

se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo

recomponer su estatua.

De las bocas destruidas

quiere subir hasta mi boca un canto,

un olor de resinas quemadas, algún gesto

de misteriosa roca trabajada.

Pero soy el olvido, la traición,

el caracol que no guardó del mar

ni el eco de la más pequeña ola.

Y no miro los templos sumergidos;

sólo miro los árboles que encima de las ruinas

mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos

el viento cuando pasa.

Y los signos se cierran bajo mis ojos como

la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.

Pero yo sé: detrás

de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,

y alrededor de mí muchas respiraciones

cruzan furtivamente

como los animales nocturnos en la selva.

Yo sé, en algún lugar,

lo mismo

que en el desierto cactus,

un constelado corazón de espinas

está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.

Pero yo no conozco más que ciertas palabras

en el idioma o lápida

bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.

FALSA ELEGÍA

Compartimos sólo un desastre lento

Me veo morir en ti, en otro, en todo

Y todavía bostezo o me distraigo

Como ante el espectáculo aburrido.

Se destejen los días,

Las noches se consumen antes de darnos cuenta;

Así nos acabamos.

Nada es. Nada está.

Entre el alzarse y el caer del párpado.

Pero si alguno va a nacer (su anuncio,

La posibilidad de su inminencia

Y su peso de sílaba en el aire),

Trastorna lo existente,

Puede más que lo real

Y desaloja el cuerpo de los vivos.

LO COTIDIANO

Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;

este cabello triste que se cae

cuando te estás peinando ante el espejo.

Esos túneles largos

que se atraviesan con jadeo y asfixia;

las paredes sin ojos,

el hueco que resuena

de alguna voz oculta y sin sentido.

Para el amor no hay tregua, amor. La noche

se vuelve, de pronto, respirable.

Y cuando un astro rompe sus cadenas

y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,

no por ello la ley suelta sus garfios.

El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla

el sabor de las lágrimas.

Y en el abrazo ciñes

el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.

LOS ADIOSES

Quisimos aprender la despedida

y rompimos la alianza

que juntaba al amigo con la amiga.

Y alzamos la distancia

entre las amistades divididas.

Para aprender a irnos, caminamos.

Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,

los verdeantes prados.

miramos su hermosura

pero no nos quedamos.

MEDITACIÓN EN EL UMBRAL

No, no es la solución

tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy

ni apurar el arsénico de Madame Bovary

ni aguardar en los páramos de Ávila la visita

del ángel con venablo

antes de liarse el manto a la cabeza

y comenzar a actuar.

Ni concluir las leyes geométricas, contando

las vigas de la celda de castigo

como lo hizo Sor Juana. No es la solución

escribir, mientras llegan las visitas,

en la sala de estar de la familia Austen

ni encerrarse en el ático

de alguna residencia de la Nueva Inglaterra

y soñar, con la Biblia de los Dickinson,

debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo

ni Mesalina ni María Egipciaca

ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

MISTERIOS GOZOSOS

A veces, tan ligera

como un pez en el agua,

me muevo entre las cosas

feliz y alucinada.

Feliz de ser quien soy,

sólo una gran mirada:

ojos de par en par

y manos despojadas.

Seno de Dios, asombro

lejos de las palabras.

Patria mía perdida,

recobrada.

NARCISO 70

Cuando abro los periódicos

(perdón por la inmodestia, pero a veces

un poco de verdad

es más alimenticia y confortante

que un par de huevos a la mexicana)

es para leer mi nombre escrito en ellos.

Mi nombre, que no abrevio por ninguna razón,

es, a pesar de todo, tan pequeño

como una anguila huidiza y se me pierde

entre las líneas ágata que si hablaban de mí

no recurrían más que al adjetivo neutro

tras el que se ocultaba mi persona, mi libro,

mi última conferencia.

¡Bah! ¡Qué importaba! ¡Estaba ahí! ¡Existía!

Real, patente ante mis propios ojos.

Pero cuando no estaba… Bueno, en fin,

hay que ensayar la muerte puesto que se es mortal.

Y cuando era una errata…

De “En la tierra de en medio” 1970

NOCTURNO

Me tendí, como el llano, para que aullara el viento.

Y fui una noche entera

ámbito de su furia y su lamento.

¡Ah! ¿quién conoce esclavitud igual

ni más terrible dueño?

En mi aridez, aquí, llevo la marca

de su pie sin regreso.

NOSTALGIA

Ahora estoy de regreso.

Llevé lo que la ola, para romperse, lleva

-sal, espuma y estruendo-,

y toqué con mis manos una criatura viva;

el silencio.

Heme aquí suspirando

como el que ama y se acuerda y está lejos.

PARÁBOLA DE LA INCONSTANTE

Antes cuando me hablaba de mí misma, decía:

Si yo soy lo que soy

y dejo que en mi cuerpo, que en mis años

suceda ese proceso

que la semilla le permite al árbol

y la piedra a la estatua, seré la plenitud.

Y acaso era verdad. Una verdad.

Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra

a asirme a una pared como el enamorado

se ase del otro con sus juramentos.

Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida

en solidez de roble,

la rumorosa soledad, la sombra

hospitalaria y daba al caminante

-a su cuchillo agudo de memoria-

el testimonio fiel de mi corteza.

Mi actitud era a veces el reposo

y otras el arrebato,

la gracia o el furor, siempre los dos contrarios

prontos a aniquilarse

y a emerger de las ruinas del vencido.

Cada hora suplantaba a alguno; cada hora

me iba de algún mesón desmantelado

en el que no encontré ni una mala bujía

y en el que no me fue posible dejar nada.

Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos

para arrojar después, lejos de mi, el despojo.

Heme aquí, ya al final, y todavía

no sé qué cara le daré a la muerte.

PRESENCIA

Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido

mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.

Esto que uní alrededor de un ansia,

de un dolor, de un recuerdo,

desertará buscando el agua, la hoja,

la espora original y aun lo inerte y la piedra.

Este nudo que fui ( de cóleras,

traiciones, esperanzas,

vislumbres repentinos, abandonos,

hambres, gritos de miedo y desamparo

y alegría fulgiendo en las tinieblas

y palabras y amor y amor y amores)

lo cortarán los años.

Nadie verá la destrucción. Ninguno

recogerá la página inconclusa.

Entre el puñado de actos

dispersos, aventados al azar, no habrá uno

al que pongan aparte como a perla preciosa.

Y sin embargo, hermano, amante, hijo,

amigo, antepasado,

no hay soledad, no hay muerte

aunque yo olvide y aunque yo me acabe.

Hombre, donde tú estás, donde tú vives

permaneceremos todos.

REVELACIÓN

Lo supe de repente:

hay otro.

Y desde entonces duermo solo a medias

y ya casi no como.

No es posible vivir

con ese rostro

que es el mío verdadero

y que aún no conozco.

SER RÍO SIN PECES

Ser de río sin peces, esto he sido.

Y revestida voy de espuma y hielo.

Ahogado y roto llevo todo el cielo

y el árbol se me entrega malherido.

A dos orillas del dolor uncido

va mi caudal a un mar de desconsuelo.

La garza de su estero es alto vuelo

y adiós y breve sol desvanecido.

Para morir sin canto, ciego, avanza

mordido de vacío y de añoranza.

Ay, pero a veces hondo y sosegado

se detiene bajo una sombra pura.

Se detiene y recibe la hermosura

con un leve temblor maravillado.

SONETO DEL EMIGRADO

Cataluña hilandera y labradora,

viñedo y olivar, almendra pura,

Patria: rememorada arquitectura,

ciudad junto a la mar historiadora.

Ola de la pasión descubridora,

ola de la sirena y la aventura

-Mediterráneo- hirió tu singlatura

la nave del destierro con su proa.

Emigrado, la ceiba de los mayas

te dio su sombra grande y generosa

cuando buscaste arrimo ante sus playas.

Y al llegar a la Mesa del Consejo

nos diste el sabor noble de tu prosa

de sal latina y óleo y vino añejo.

TELENOVELA

El sitio que dejó vacante Homero,

el centro que ocupaba Scherezada

(o antes de la invención del lenguaje, el lugar

en que se congregaba la gente de la tribu

para escuchar al fuego)

ahora está ocupado por la Gran Caja Idiota.

Los hermanos olvidan sus rencillas

y fraternizan en el mismo sofá; señora y sierva

declaran abolidas diferencias de clase

y ahora son algo más que iguales: cómplices.

La muchacha abandona

el balcón que le sirve de vitrina

para exhibir disponibilidades

y hasta el padre renuncia a la partida

de dominó y pospone

los otros vergonzantes merodeos nocturnos.

Porque aquí, en la pantalla, una enfermera

se enfrenta con la esposa frívola del doctor

y le dicta una cátedra

en que habla de moral profesional

y las interferencias de la vida privada.

Porque una viuda cosa hasta perder la vista

para costear el baile de su hija quinceañera

que se avergüenza de ella y de su sacrificio

y la hace figurar como una criada.

Porque una novia espera al que se fue;

porque una intrigante urde mentiras:

porque se falsifica un testamento;

porque una soltera da un mal paso

y no acierta a ocultar las consecuencias.

Pero también porque la debutante

ahuyenta a todos con su mal aliento.

Porque la lavandera entona una aleluya

en loor del poderoso detergente.

Porque el amor está garantizado

por un desodorante

y una marca especial de cigarrillos

y hay que brindar por él con alguna bebida

que nos hace felices y distintos.

Y hay que comprar, comprar, comprar, comprar.

Porque compra es sinónimo de orgasmo,

porque comprar es igual que beatitud,

porque el que compra se hace semejante a dioses.

No hay en ello herejía.

Porque en la concepción y en la creación del hombre

se usó como elemento la carencia.

Se hizo de él un ser menesteroso,

una criatura a la que le hace falta

lo grande y lo pequeño.

Y el secreto teológico, el murmullo

murmurado al oído del poeta,

la discusión del aula del filósofo

es ahora potestad del publicista.

Como dijimos antes no hay nada malo en ello.

Se está siguiendo un orden natural

y recurriendo a su canal idóneo.

Cuando el programa acaba

la reunión se disuelve.

Cada uno va a su cuarto

mascullando un -apenas- “buenas noches”.

Y duerme. Y tiene hermosos sueños prefabricados.

TRAYECTORIA DEL POLVO

VII

He aquí que la muerte tarda como el olvido.

Nos va invadiendo, lenta, poro a poro.

Es inútil correr, precipitarse,

huir hasta inventar nuevos caminos

y también es inútil estar quieto

sin palpitar siquiera para que nos oiga.

Cada minuto es la saeta en vano

disparada hacia ella,

eficaz al volver contra nosotros.

Inútil aturdirse y convocar a la fiesta

pues cuando regresamos, inevitablemente,

alta la noche, al entreabrir la puerta

la encontramos inmóvil esperándonos.

Y no podemos escapar viviendo

porque la Vida es una de sus máscaras.

Y nada nos protege de su furia

ni la humildad sumisa hacia su látigo

ni la entrega violenta

al círculo cerrado de sus brazos.

Castellanos, Dora

Reseña biográfica

Poeta colombiana nacida en Bogotá en 1924.

Desde muy joven se inició en la poesía publicando su primer libro cuando apenas tenía quince años. Ha trabajado activamente en el campo periodístico y es autora de varios cuentos didácticos para niños de la segunda infancia y de la preadolescencia.

Ha pertenecido en varias ocasiones al cuerpo diplomático, obtuvo el premio Simón Bolívar y se constituyó en la primera mujer elegida para formar parte de la Academia Colombiana de la Lengua.

De sus obras se destacan: «Verdad de amor», «Luz sedienta», «Hiroshima amor mío», «Zodíaco del Hombre», «La Bolivariada» y «Con luz de tus estrellas».

ADOLESCENTE AMOR

¡Amado! Este es aquel amor que conocimos

antaño en nuestra vida; éramos casi niños,

hace ya mucho tiempo,

cuando tu boca me enseñó la risa

y tus labios el beso.

Este es el mismo amor; viene de lejos,

desde la adolescencia;

cuando en la tuya conoció mi mano

el dulce entrelazarse de los dedos

y abrió la noche entre su cielo oscuro

la blanca floración de los luceros.

Este es el mismo amor,

cuando jóvenes éramos

y yo aprendí en la noche de tus ojos

la vigilia y el sueño.

Recuerdo aquel amor, el de turbada

soledad y silencio;

el que marcó en la luz de los cocuyos

el camino del pueblo.

El que nos embriagó con su perfume

en los frutos del huerto,

el que nos enseño toda blandura

sobre el musgo pequeño.

¿Lo recuerdas amor?

Desde tus brazos contemplé la noche

hasta aclarar el cielo;

la luna se apagó, brilló la aurora,

y recuerdo con qué deslumbramiento

vieron nuestras pupilas sombradas

brotar el sol sobre los campos nuevos.

Hace ya mucho tiempo,

supimos la ternura de la hierba

bajo los pies traviesos,

aprendimos la música del agua

de su sonido fresco.

Escuchamos el mar, vimos el viento,

gozamos del arrullo, del aroma,

y del amor de todo el universo,

cuando puros, amantes exaltados

nos enseñó la vida su misterio.

El agua, el sol, la brisa, la montaña;

el libro del Señor estaba abierto

y nuestros ojos ávidos e insomnes

escrutaban el cielo.

Todo lo que es hermoso,

lo aprendimos entonces.

¿Cuándo fue? ¿Cuándo, amado?

En el amor sin tiempo…

Ahora todo nos parece tan lejos…

Vendrán los duros años de la vejez,

amor, seremos viejos.

toda nuestra verdad, será añoranza,

desteñido recuerdo:

el joven resplandor de las miradas,

el encendido fuego de los besos.

¡Oh nuestro amor de antaño!

quizá desde las venas apagadas

de la vejez sin término,

sintamos otra vez, entre suspiros,

el indecible gozo de querernos.

Que viva el corazón para sentirlo,

que guarde la memoria su recuerdo.

¡Vibrar de plenitud, vibrar de nuevo!

Llevemos su existencia hasta la muerte

que amarnos fue tan hondo y verdadero.

ALGÚN DÍA

Un día llegarás;

el amor no espera.

Y me dirás:

Amada, ya llegó la primavera.

Un día me amarás.

Estarás de mi pecho tan cercano,

que no sabré si el fuego que me abrasa

es de tu corazón o del verano.

Un día me tendrás.

Escucharemos mudos

latir nuestras arterias

y sollozar los árboles desnudos.

Un día. Cualquier día.

Breve y eterno,

el amor es el mismo en primavera,

en verano, en otoño y en invierno.

AMOR, COMO LOS RÍOS

Oculta fuerza de agua soterrada,

nos sorprendió el amor tan de repente,

que al mirarse a los ojos hondamente

se desbordó el amor en la mirada.

Y brotó aquella fuente enamorada,

con fuerza tan vital y jubilosa,

que fue en verdad y amor la más gozosa

en que jamás me viera arrebatada.

Fue aquel amor, pasión tan verdadera,

-¿era tierna o sensual, dulce o ardiente?-

¡ya nunca más sabremos cómo era!

Que tus labios juraron en los míos:

vivirá nuestro amor eternamente,

y nuestro amor pasó como los ríos.

ANCLADO EN MIS SENTIDOS…

Anclado en la mitad de mis sentidos,

corazón, eres barco solitario;

cuéntame el inefable itinerario

de los amores y los tiempos idos.

Velámen roto y mástiles vencidos;

flotando en el refugio del estuario,

tú quisieras un ímpetu corsario

para encontrar océanos perdidos.

Surto en mitad del alma, has escuchado

el oleaje fiel de los latidos

y no sabes aún si te han amado,

tú que conoces todos los olvidos.

¡Corazón, triste barco abandonado

y anclado en la mitad de mis sentidos!

COMO UN ALA FUGAZ

Hay algo en ti que nunca permanece

y fluye de tu alma como un río;

algo que te ilumina y te ensombrece,

algo resplandeciente, algo sombrío,

como un ala fugaz que te ennoblece

el placer, el dolor, el albedrío.

Algunas veces goza, otras padece

lo que hay en ti que nunca será mío.

Aquello que en el éxtasis nos llega,

lo que el dolor en lágrimas entrega,

lo que el amor entrega en poderío.

Lo que está más allá de todo goce:

que siempre en el amor me desconoce

aquello en ti que nunca será mío.

CON HILOS DE ATARRAYA

Entre la fina red

que siempre estoy tejiendo

con todos los sentidos

prisionera me encuentro.

En la urdimbre sutil

de verdad y misterio,

de amor, olvido, pena,

ansiedad y recuerdo,

yo misma como un pez

me confundo y me enredo;

yo misma día a día

los hilos voy tejiendo;

cuando sé lo que amo

ya no sé si lo quiero.

En las confusas noches

en que pienso y más pienso

las barras de mi cárcel

como un escualo muerdo.

CONTRADICTORIO AMOR

A Nancy Pulecio Muñoz

Quemadura glacial de fuego y nieve,

contradictorio amor, tierno y violento,

cerebro ardido, loco pensamiento;

ansioso corazón que no se atreve.

Su voz nos extermina y nos conmueve;

su vivo manantial muere sediento.

Amor, amor, amor, este que siento

como la vida misma eterno y breve.

Algo dentro del ser padece y canta

breve canción, larguísimo gemido

que hasta el infierno mismo nos levanta.

No sabe del amor quien no ha podido,

con un grito clavado en la garganta,

gozar el paraíso prometido.

DESLUMBRAMIENTO

Era lirio en el aire y fragancia en el viento;

ondas sobre las aguas y temblor en el río;

cuando vi su hermosura, con todo el pensamiento,

grabé su amado nombre para llamarlo mío.

Nunca supe la hora ni el exacto momento

en que amé su mirada. Sólo sé que tardío

su amor llegó a mi vida con el deslumbramiento

de una fruta en invierno, de una flor en estío.

Por menos presentido, todo fue tan hermoso

como ver cuando caen nieves en primavera,

lluvias en el verano, lágrimas en el gozo.

Después de haberlo amado que mi alma responda

si sabe por qué existen sobre la tierra entera

el perfume en el aire y el temblor en la onda.

EL MEJOR DÍA

Alma mía que trémula y ansiosa

te asombras ante tanta maravilla:

el sol en la luciérnaga que brilla,

todo el bosque fragante en una rosa.

Un día el agua eterna y silenciosa

has de surcar en vacilante quilla;

el fuego que encendió tu lamparilla

apagará la noche misteriosa.

Hay algo en existir que te aniquila.

La vida es un anillo que se cierra,

la muerte un ojo insomne que vigila.

Puede el último ser el mejor día:

verás al alejarte de la tierra

la luz eterna de la poesía.

ELEGÍA DEL AMOR GOZOSO

Amor, gozo por ti, por ti padezco;

por ti la sombra que ilumina el mundo

y esta sed de fulgor en que anochezco;

por ti mis bellas horas tenebrosas

en que deshoja sin pudor el alma

su túnica de espinas y de rosas;

tus manos con el tacto de la vida,

mi espíritu cubierto de zozobras,

tu cuerpo con la veste desceñida;

mi panal de amarguras y de mieles,

el campo de la frente coronado

con una rama negra de laureles.

Por ti mis cuatro cirios encendidos,

la muerte viva en ataúd gozoso,

los edenes hallados y perdidos;

el jardín interior de mis aromas,

mis ciervos vulnerados, tus jaurías,

tu gavilán voraz de mis palomas;

tus fieras azuzadas, tus mastines,

mi queja entre la noche como un grito,

tu voz de funeral y de festines;

mi pradera agostada de rosales,

tus viñas en agraz para el olvido,

la cosecha en sazón de mis eriales;

tu faro entre las sombras, desafiante,

tu mar embravecido contra el mundo,

tu playa inaccesible y delirante.

Amor y siempre amor. amor altivo,

humillado, exaltado, desolado;

amor por lo que muero y lo que vivo.

Por ti todos los males y mis bienes:

tu lirio inmemorial y la manzana

y este cielo infernal entre mis sienes.

Por ti lo que desdeño y lo que ruego,

el fuego de la vida turbadora,

la muerte entre mi túnica de fuego.

Por ti, maldito amor, amor bendito,

la claridad de mi desesperanza,

mi esperanza clamando al infinito.

Por ti, siempre por ti. Por lo que espero;

lo que no espero ya, por esperado.

Por ti, sólo por ti, mientras me muero.

ERGUIDA FLOR

De ti se nutren todas mis raíces:

me nutro de tu voz, de tu mirada

y de ti, porque vivo enamorada

de lo que piensas y de lo que dices.

La carne triste y los cabellos grises

iremos al final. La llamarada

de nuestra gran verdad, será olvidada

cuando yo muera o cuando tú agonices.

El tallo, la raíz, la flor, el fruto,

fueron savia de amor que en un minuto

para nosotros maduró la vida.

Sin sombra, sin frescura, al sol y al viento,

porque en tu propia savia me sustento,

soy una flor al infortunio erguida.

ETERNA HUELLA

Quedarás como huella sobre mi brazo,

como marca sobre mi corazón.

Cantar de los cantares

No pasarás en vano por mi vida,

ni encontrarnos fue obra del acaso;

que por tu abrazo quedará en mi brazo

la fuerte huella que el amor no olvida.

La llama que de ti quedó encendida

arde sin consumirse en mi regazo.

Amor que más juntaste con el lazo

terrible de la sangre y de la herida.

En mí no fuiste gozo pasajero

sino la esencia de la tierra pura

floreciendo en el árbol verdadero.

Y para siempre brillará tu estrella,

porque de amor dejaste en hermosura

sobre mi corazón eterna huella.

HACIA MI SOMBRA

Vuelvo a la oscuridad donde he vivido.

Tu claridad de mi dolor se aleja

y sobre el alma trémula me deja

un tenue resplandor de luz y olvido.

Soy un ciego que busca el bien perdido;

ya su amor en mi amor no se refleja.

De la noche sin término se queja

el que la luz de Dios ha conocido.

Perdí tu amor, en plenitud y lumbre.

No sabes que tu fe resplandeciente

iluminó mi abismo hasta la cumbre.

Quizá vuelva a encontrar tu estrella clara

porque otra llevará sobre la frente

la luz que alguna vez me iluminara.

HAY ALGO EN TI

Hay algo en ti que nunca he conquistado;

vana sombra que no me pertenece,

algo que me conturba y me estremece:

flor de amor que jamás he deshojado.

Es algo indefinible, atormentado;

noche que no se acaba ni amanece;

cual sórdido cilicio permanece

entre la carne viva, soterrado.

Algo entre la locura y el espanto.

Grito que va a llegar y nunca llega,

cercano al resplandor, próximo al llanto.

¡Oh trágico dolor de herida ciega!

Amor por quien suspiro y me levanto,

hay algo en ti que nunca se me entrega.

LA ROCA VIVA

Gracias, Amor, por esta dulce herida

y la blandura de mi sufrimiento.

Por la risa y el gozo y el lamento,

en tanta plenitud desconocida.

Bendito siempre, Amor, porque te siento

crecer en la ternura compartida

y por las aguas de tu mar sediento

que arrasa las orillas de mi vida.

Hoy sé que los rigores de tu fuego

consumió en llamaradas mi sosiego

y mi paz se hizo llanto y quemadura.

Ahora voy como barco a la deriva.

En los escollos de tu roca viva

rompió mi corazón su arboladura.

LINAJE PURO

Te amo cuando acaricio la madera:

la caoba que sangra, el roble duro.

Tu perteneces el linaje puro

que fragua anillos cada primavera.

Y floreces también como si fuera

tu cuerpo un árbol de nogal maduro;

palisandro de aromas, cedro oscuro,

estoy en ti como una enredadera.

Ombú que entre mis ojos amaneces;

sándalo que te creces de armonía,

ébano verde, olivo que te creces

de amor para mis brazos solitarios,

cuando siembras mi tierra yo diría

que respiro los bosques milenarios.

NÁUFRAGO

Náufrago va sobre el ardiente río

el corazón de todos los amantes;

cautivo entre sus aguas fulgurantes

pasa tu corazón; no pasa el mío.

Pródigo entre mis brazos el estío

acendró miel de pomas delirantes.

Oigo vago rumor de aguas distantes;

lejano de mis brazos pasa el río.

Puente sobre su cauce verdadero,

tendido está mi corazón entero.

¡Oh dolor del amor, agua profunda,

agua viva de amor que no se entrega!

Pero el rencor, porque hasta mí no llega,

en agua oscura y sórdida me inunda.

NEFERTITI

¿De qué terrena claridad dorada,

de qué barros del cielo, de qué arcillas

surgió la morbidez de tus mejillas,

la ciega plenitud de tu mirada?

¿De cuál sarcófago, de cuál morada,

de qué profundidades amarillas,

de qué lejano mundo sin orillas,

la luz de tu cabeza coronada?

¿Qué aurora boreal sobre tu frente,

sobre la placidez del rostro vivo

dejó su rosicler eternamente?

En la penumbra fértil de mi mesa,

cuando entre el hueco de la noche escribo,

llenas mi soledad con tu belleza.

SIEMPRE AMOR

A Inés y Adel López Gómez

No sólo por gozarte te he buscado:

también te quiero para padecerte,

porque el solo placer de poseerte

no da la plenitud de haber amado.

El vivo resplandor de lo gozado

menos amor es siempre que aquel fuerte

dolor de corazón que nos advierte

la dicha cruel de estar enamorado.

Te sufro con dolor, con alegría,

con deleite, con odio, con dulzura,

y la felicidad es agonía.

Si algún día nací, fue para verte;

por saber tu pasión y tu hermosura,

para gozarte, Amor, y padecerte.

SIN NADIE LA MIRADA

Lo que cambia es el rostro,

la hondura de unos ojos,

la luz de una mirada;

la penumbra indiscreta

de confidencias íntimas,

la ternura, los besos,

los cuerpos y las almas.

El amor es el mismo;

busca formas distintas:

a veces una frente

de curvas sosegadas,

otras la boca roja,

quizá una boca pálida;

unos brazos ardientes

de tibias manos largas;

el instante amoroso,

la amorosa distancia.

Cambian tan solo el rostro,

los luceros, el alba;

el palor de la luna

detrás de una ventana;

la lluvia que solloza

con sus gotas que cantan;

el fulgor que nos junta

la luz que nos separa,

las llamas que calientan

los muros de la casa,

las cortinas de sombra,

el temblor de una lámpara.

El amor es el mismo,

no declina, no cambia;

existe en nuestro pecho

desde lejana infancia;

nos saca de la cuna,

nos hiere con su espada,

nos da siempre el veneno

que vivifica y mata;

zumo que nos agobia,

licor que nos exalta;

el ardor que consume,

la ceniza que apaga.

El amor es el mismo,

sólo busca una cara.

siempre es lo mismo

lo que esperas;

siempre es lo mismo

lo que amas.

Tú estás en ti y eres el mismo,

es lo de fuera lo que cambia.

Tu amor existe

y busca siempre

un pretexto para sus ansias.

Primero un nombre: Luz, Elvira,

Diego, Alejandro,

Helena, Clara;

después del nombre algo infinito

que en nuestros brazos se quedara

y un rostro, un rostro,

cualquier rostro

que no nos deje ningún día

llevar sin nadie la mirada.

TODAVÍA

Sobre las ruinas de tu amor caído

levantaré de nuevo mis quimeras,

y serás en mi vida un destruido

monumento, donde un ídolo eras.

Donde tirano fuiste, las primeras

yerbas silvestres gritarán olvido,

y, recordando nuestras primaveras,

gemirás como un dios arrepentido.

Otros dioses vendrán, y nuevas rosas

brotarán de las ruinas silenciosas.

Asoma por levante un nuevo día

y he temblado mis penas escribiendo,

porque adentro, muy hondo, estoy sintiendo

que esta noche te quiero todavía…

TODO ES DIÁFANO Y BELLO

Mecen los blandos sauces la verde cabellera;

todo es diáfano y bello cuando estoy a tu lado;

una sutil fragancia de nardo macerado

difunde sus efluvios sobre la tierra entera.

¡Amado! El tiempo es claro, llega la primavera;

regresa en los capullos del jardín olvidado;

y humildes, tiernas, blancas, en el verdor del prado

abren las margaritas su múltiple gorguera.

Con tu voz de agua viva, la frescura me traes.

Mi alma es tierra seca, tierra estéril y mustia

y tú sobre mi alma como la lluvia caes.

Me llenas de dulzura con tu voz de colmena

y tus hondas palabras rielan sobre mi angustia

como luz de luceros en el agua serena.

VERDAD DEL ALMA

Asciende a ti la luz del pensamiento.

Brota por ti la flor de mi alegría

y por tu amor enciende cada día

mi corazón su lámpara en el viento.

Que si pierdo tu imagen, al momento

la recobra en tu alma el alma mía

y tu rostro se vuelve melodía

de claridad en el entendimiento.

Amor incorruptible que no daña,

ni con halago de placer se viste.

En su diafanidad jamás engaña.

Por ti, sólo por ti, que por ti existe

-cristal que no se quiebra ni se empaña-

esta verdad del alma que me diste.