March, Susana
Poeta española nacida en Alcalá el 28 de enero de 1918.
Desde muy pequeña se inició en la poesía y al cumplir los 14 años publicó su primer libro . En 1946 lanzó su obra
«Ardiente voz» que la consagró definitivamente como una de las grandes poetisas de España. Casi toda su obra
es un canto al íntimo objeto del deseo y una sentida invitación al hombre para que cumpla su función de varón;
sin embargo, en una de sus obras, «Esta mujer que soy», emplea un aguda crítica a la burguesía contemporánea.
Entre sus libros de poesía se destacan «Rutas»1938, «La pasión desvelada» 1946, «El viento» 1951,
«La tristeza» 1953, «Los poemas del hijo» 1970 y «Poemas de la Plaza Real» 1987.
Falleció en 1991
Me dolerás todavía muchas veces.
Iré apartando sueños
y tú estarás al fondo de todos mis paisajes.
Tú con tu misterio
y tu extraña victoria.
Amor, ¿quién te ha dado esa fuerza de pájaro,
esa libre arrogancia
de mirar las estrellas por encima del hombro?
¿Quién eres que destruyes
mi corazón y puedo, sin embargo, existir?
¿Se vive en la muerte? Se vive
con el alma en desorden y la carne
desmoronándose en el vacío?
Nunca te tuve miedo
y, sin embargo, ahora te rehuyo
porque eres como un dios que me hace daño
cada vez que me mira.
Abandonaré todo lo que me estorba,
todo lo que dificulta la huida
y escaparé por la noche adelante,
temerosa de ti, temerosa
de esta grandeza que intuyo,
de este fulgor, de este cielo
que palpita en tus manos abiertas.
Me dolerás todavía muchas veces
y cada vez me extasiaré en mi daño.
Salvar este gran abismo del sexo
y luego, todo será sencillo.
Yo podré decirte que soy feliz
o desdichada,
que amo todavía
irrealizables cosas.
Tú me dirás tus secretos de hombre,
tu orfandad ante la vida,
tu miserable grandeza.
Seremos dos hermanos,
dos amigos, dos almas
que alientan por una misma causa.
Hace tiempo que dejé la coquetería
olvidada en el rincón oscuro
y polvoriento
de mi primera, balbuciente feminidad.
¡Ahora sólo quiero que me des la mano
con la fraternal melancolía
de todos los seres que padecen el mismo destino!
No afiles, porque soy mujer,
tu desdén o tu galantería,
no me des la limosna
de tu caballerosidad insalvable y amarga.
¡Porque yo sé que tengo tanto amor en los brazos!
Así me pesan, hondos, graves como la vida,
un hijo o un amante, o un ramo de jazmines,
o un retazo de viento, o el talle de una amiga.
Aquí, en los brazos, siento gravitar las estrellas,
el pecho de Dios mismo, la dorada gavilla,
el vuelo de los pájaros, el corazón del mundo,
el peso inagotable de mi melancolía.
Aquí, en los brazos, todo. Los hombres y los astros,
el fuego de la tierra quemándose a sí misma,
las ilusiones rotas, los sueños consumados,
y las generaciones que arrancan de mi vida.
Aquí, en los brazos, todo. El peso de los años,
el peso misterioso de mi propia semilla,
la sinrazón del mundo pesando su mortaja
¡y el peso obsesionante, mortal, de la ceniza!
¿Me reconocéis?
Hace poco, apenas ayer mismo,
yo era una muchacha
con una grave voz de adolescente,
un cándido amor por la vida,
una crédula fe.
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo,
yo llevaba un traje de colegiala,
un lazo azul celeste sobre el pecho,
una cartera de cuero bajo el brazo,
me sabía de memoria todos los cuentos de hadas,
tenía amigas
con calcetines blancos…
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo,
yo acunaba a un niño pequeño entre mis brazos,
besaba a un hombre por primera vez,
obedecía las órdenes de mi madre,
dibujaba anagramas en las sábanas de boda.
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo, yo era una mujer joven…
Cada vez que levante los ojos...
Cada vez que levante los ojos
beberé toda el agua del cielo.
Su agua azul, temblorosa de pájaros,
se me irá derramando por dentro.
Y allá donde las sombras mezquinas
me despierten un mal pensamiento,
allá donde se agiten las alas
nocturnas y vagas de tristes deseos,
formará el claro río una charca
de profundo y tersísimo espejo,
zodiacales los signos en torno,
y la estrella de Sur en el centro.
Y si un día me siento agobiada
de tener tanto cielo en el pecho
me hundiré en una charca clarísima
con un rayo de sol en el cuello.
Suicida de azules riberas,
yaceré sobre un lodo arcangélico.
Un reposo de miles de años
me estará acariciando los huesos…
“…Mal vestido y triste,
voy caminando por la calle vieja”.
A. Machado
Y yo te acompaño. Voy contigo. Hablamos.
No nos separa nada: ni distancia, ni sexos.
Vamos del brazo juntos, caminando
como dos compañeros.
A veces te detienes. Levantas la cabeza.
Miras, sin ver, el cielo.
Y es como una cascada
de luz sobre mis hombros tu silencio.
Sonríes contemplando
la inmensa soledad del campo abierto,
y dices algo hermoso
sobre el río, los álamos, el pueblo…
Después de todo, tú no me haces falta.
Al fin, ¿quién eres tú? Nervios y sangre,
carne que ha de podrirse en el sepulcro;
un puñado de polvo solamente.
Si he de morir después de haberte amado
¿la muerte me será más llevadera?
¿Qué haré en la tumba con tus dulces besos
temblándome en la boca descarnada?
¿Podré seguir soñando? ¿Habrás de darme
nueva vida quizá? ¡Eres tan poco!
Nada importa que alientes si algún día
has de dejar de ser. Hoy eres fuerte.
Mañana jugará un niño en el campo
con tus huesos antiguos, destruidos.
¿Para qué un alma que no tienes,
que no tendrás jamás? ¡No me haces falta!
Voy recogiendo pálidas estrellas,
hierba estelar con que formar mi tumba.
Allá, en las sombras, tú estarás inmóvil.
¡Mas yo me agitaré en las margaritas!
Ayúdame.
Estoy
ciega.
Mi sed
me ciega.
Cúbreme.
Estoy desnuda.
Abre
las puertas
de mi reino.
Esclavo mío,
asume
tu importancia,
dame
tu ley.
Exijo
tu fuerza.
¡Ámame!
La tierra,
el viento,
el fuego,
el mar
con su oleaje….
¿Qué importa,
di,
qué importa?
Me bebo el Universo
en tus labios,
amante.
Si tú eres la montaña,
yo soy la flor, el aire, la llanura,
la fuente limpia y pura,
el río que te baña,
la hondonada,
la cubre y el paisaje;
el zafiro del cielo y la nube de encaje.
Todo y nada.
Tú eres lo duradero,
lo que persiste y queda, la verdad de las cosas.
Yo soy como las rosas.
Doy mi perfume y muero.
Tú eres el titán
que a fuerza de constancia perforaste las rocas.
Yo soy una de esas vírgenes locas
que nunca saben donde van.
Inconstante y alada,
tan pronto rozo estrellas como me mancha el lodo.
Lo quiero siempre todo,
y nunca tengo nada.
Sí; tú eres el más fuerte
y el más bueno quizás.
Tú sabes dónde vas.
Yo sólo voy donde quiere la suerte.
Nos encontramos un extraño día.
Tú el hierro; y la luz.
y nos unimos en una misma cruz
de poesía.
Si tú eres la montaña
que aguarda sin temor el vendaval,
yo soy la fuente de cristal
que florece en su extraña.
Y no puedes conmigo,
valeroso y profundo monte del Himalaya.
Para no sucumbir, necesitas que vaya
a sembrar en ti mi trigo.
Si un día rompo a cantar,
todo cantará conmigo.
Esta mudez de los campos
se rasgará con mi grito.
Las nubes vagan sin prisa
desnudándome el camino.
¡Qué desolado horizonte
en este mes de los fríos!
Hay un revuelo de escarcha
sobre los jóvenes pinos.
Diciembre levanta un cáliz
de pájaros en exilio.
Yo dormida, voy soñando
dulces lares encendidos…
Todo ha vuelto a quedarse quieto
todo en su sitio y en reposo.
Va navegando por los días
la barca triste del otoño.
Fue allá, por la primavera…
Era un mundo maravilloso.
Tú llevabas el Universo
metido dentro de los ojos.
Te vi llegar como se mira
todo lo extraño y misterioso.
Sentí lo mismo que si un viento
me sacudiera por los hombros.
Luego partiste… Fue un segundo.
Mi corazón se quedó solo.
Ahora miro pasar la vida
como un reguero sobre el polvo.
Hiéreme. No me importa.
Duéleme en todo lo mío;
en mi sangre y mi alma,
en mi corazón y en mis pensamientos.
Dame un hondo dolor
si no puedes darme un perdurable gozo.
¡Está en mí como sea!
Mi vida va bordeando tus orillas
como un río profundo, como un río
sin nacimiento y sin muerte,
dilatado en tus márgenes, sujeto
al cauce que le des…
Yo sé que estaba entonces cuando nada existía…
Estaba allí, en las sombras de un valle solitario
donde aún no fluía la música del agua.
Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje
como un grito de auxilio en el mortal vacío.
Fueron mis senos las primeras flores,
y mi vientre la almohada de la vida;
nacieron de mis ojos las estrellas
y mi mano encendió la viva antorcha
de la continuidad. Bestias y plantas
latían a la vez en mis arterias.
Avanzaba insegura entre las sombras
y a mi paso las tierras florecían….
¡Ya ves si es vieja el alma que te busca!
¡Qué corte de milenios la acompaña!
Presencié la erupción de los volcanes,
el duro nacimiento de los montes;
vi marchitarse inmensos vegetales
que ya no conocieron los humanos.
Y hundida en las tinieblas inauditas,
escuché los aullidos de los monstruos
que mataban la luz a cuchilladas.
Heme aquí, tan antigua como el mundo,
con este amor nacido de mi frente,
con esta enorme sed que no he saciado.
No me exijas virginidad alguna.
Allá, en aquel silencio pavoroso,
la Vida me violó bárbaramente…
Manchada estoy por la humedad del musgo,
por la tierra y el fuego y la lascivia
milagrosa del aire. Si me quieres,
tómame fecundada por los sueños,
preñada por la gracia de los siglos.
A Carmen Conde
Hace mucho tiempo: ayer.
-¡Qué palabra, ayer, más lejana!-
Ayer había pájaros por todos los rincones del cielo,
era primavera en las calles,
y también era primavera aquí, en mi piel,
debajo del vestido,
debajo de los encajes
de mi enagua.
Sí, yo sentía la primavera
como se siente el primer dolor del parto,
el primer beso en la boca,
la primera deserción de un amigo.
Pero luego todo eso pasó.
Me acostumbré a ser dañada y poseída,
a renunciar y a equivocarme.
Me acostumbré a ser una mujer indiferente
y discreta,
que apenas permite que le suban a los labios
los tumultos del corazón.
Digo: «Buenos días», sonrío al vecino,
tengo amigos plácidos que no me comprenden,
y envejezco un poco
todas las mañanas…
Me miro al espejo,
me encojo de hombros.
¿Soy yo? ¡Qué me importa! Va la primavera
lejana
por valles,
por montes azules…
Va la primavera -¡quién lo sabe!- lejos.
Yo ya no la siento.
Yo estoy como muerta.
He cambiado todas mis rosas por un lugar cerca del fuego…
He cambiado todas mis rosas por un lugar cerca del fuego,
por el sosiego de mi alma la negra seda de mi pelo,
he vendido mis esperanzas por un puñado de recuerdos,
mi corazón por un reloj que sólo cuenta el tiempo muerto,
mi última moneda de oro se la di de limosna al viento,
ahora ya no me queda nada, desnuda estoy como el desierto,
un oasis de mansedumbre está brotándome en el pecho.
He soñado contigo
sin saber que soñaba…
En la gran chimenea
crepitaban las llamas,
la tarde se moría
detrás de la ventana.
Te he visto en mis ensueños
como un blanco fantasma,
alto junco ceñido
al aire de mi alma.
Te he visto ennoblecido
por estrellas lejanas,
turbado por la fiebre
de mi propia nostalgia.
Sobre la alfombra, quieta,
te sueño arrodillada.
Te sueño como a un Príncipe
de los cuentos de Hadas,
como a un vikingo rubio
con escudo de plata.
¡Qué bien quererte mucho
hasta quedar exhausta!
¡Qué bien sentirme siempre,
–¡Dios mío!– enamorada!
Me da miedo el vacío
que me queda en el alma,
el frío que me hiela
cuando el hechizo pasa.
Yo quiero amarte mucho,
con un amor sin pausa,
con un amor sin término,
como los dioses aman,
como los astros, como
las bestias y las plantas.
Siento celos del leño
que acaricia la llama…
¡Igual me abrasaría
si tu me acariciaras!
¡No me digáis que sigo siendo
una pobre mujer
equivocada!
Lo sé.
y sé más cosas todavía.
Sé que he soñado tanto
que convertí en inútiles
las más puras verdades;
sé que inventé yo misma
los más altos obstáculos;
sé que la vida era otra cosa,
¡y entonces ya lo sabía!
Pero una nace a veces así, torpe
y desmesuradamente triste,
y todo cuanto toca
se le va convirtiendo en cenizas.
Porque yo tuve dieciséis años
y aspiré a ser como un dios en la tierra.
Aspiré a dignificar a los hombres,
a enorgullecerme de mí misma.
Pero, ¡ya pasó!
Todo cuanto vosotros podáis echarme en cara,
hace mucho que yo me lo vengo repitiendo.
Extranjera en el mundo,
he contemplado la dicha de los otros
con una desesperada indiferencia.
Pero ya nada importa nada.
Aquí sigo en mi puesto,
con mi adolescente actitud de ávido hastío,
con mi lamentable corazón de muchacha
apasionadamente muerto.
¿Qué más da sentirse desdichada
si apenas queda tiempo de llorarse?
Es tarde para rectificar toda una vida
y, además,
ya lo sabéis,
soy indolente…
Venías de la fuente,
en la cadera el cántaro apoyado
sembrando su líquido tesoro
sobre el mísero polvo de los campos.
Venías de la fuente,
sucia de labor y besos de muchacho.
El seno te latía
dulcemente, como un pequeño pájaro.
Venías de la fuente,
el pelo hirsuto al aire, despeinado,
llena de risa aún y desbordante
lo mismo que tu cántaro.
Allí quedaba el mozo,
amante de un minuto, bajo el álamo.
Y volvías los ojos gozadores
una vez y otra vez, a cada paso.
Te vi venir sin prisa
desde el zaguán oscuro y sosegado….
-Como un corcel de fuego
sacudía sus crines el verano-.
Cruzaste lentamente,
sin verme, por mi lado.
Dejabas un perfume
a joven gozo, a besos, a tu paso.
Te siguieron mis ojos
calle arriba -cargada con tu cántaro,
cargada con tu cuerpo jubiloso-,
con unos celos lánguidos….
He cambiado todas mis rosas
por un lugar cerca del fuego.
Por el sosiego de mi alma,
la negra seda de mi pelo.
He vendido mis esperanzas
por un puñado de recuerdos.
Mi corazón por un reloj
que sólo cuenta el tiempo muerto.
Mi última moneda de oro
se la di de limosna al viento.
Ahora ya no me queda nada.
Desnuda estoy como el desierto.
Un oasis de mansedumbre
está brotándome en el pecho.
Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho
el rumor de los bosques primitivos,
el canto misterioso de los seres selváticos,
el grito de agonía
de la primera virgen violada.
Dame tu voz antigua donde yo reconozco
mi propia voz extinguida,
aquella que cantaba hace milenios
en las frondosas selvas sin historia,
aquella que sonaba en el murmullo
de las límpidas fuentes intocadas.
Yo fui una gota de agua,
o un pájaro aturdido cruzando el aire nuevo
de la aurora del mundo;
acaso un pez de oro sobre cuyas escamas
probó el sol la dorada destreza de sus rayos.
Mas era ya la misma doliente criatura
que ahora soy, consumida de sueños y tristezas,
en el ardiente caos del Paraíso,
con los ojos abiertos al secreto de Dios.
Es tu voz el puente por donde regreso,
milenios y milenios traspasando,
a mi libre existencia de agua fresca,
de verde candidez. Mi carne gime
escuchando tu voz como si oyera
la llamada lejana y misteriosa
de las tribus sin nombre. Rituales
de sangre y fuego en el brutal nocturno,
aullidos fugitivos y, en la hierba,
mi cuerpo -¿de mujer?, ¿de reptil?, ¿de insecto?-
hollado por la bárbara dulzura
de la pasión del mundo.
No es el dolor de los amores incumplidos
ni los ideales deshechos.
No es tan siquiera la melancolía
de envejecer.
Es algo más tremendo y más grande,
algo que crece dentro de mÍ,
tal vez en el tuétano de los huesos
y que, acaso, se llame vida.
Porque vivir es triste:
vivir es una daga que se lleva clavada en la sangre.
Me duele abrir los ojos todas las mañanas
y encararme con las cosas que conozco y no entiendo.
Me duele dormirme todas las noches
y no haberme respondido a nada.
¡Porque nada tiene respuesta!
He dado un hijo al mundo
y este hijo me pesa en la conciencia,
porque lo he creado para la muerte y el dolor.
Sus jóvenes miembros perecerán un día,
se secará su risa
como las viejas fuentes de la montaña.
¡Un cuerpo tan hermoso, un corazón tan puro!
No puedo sentir conformidad.
Hay en mi corazón un rebelde brote que me aflige.
¡Llámense dichosos ellos! Yo no.
Cuando hundo el rostro entre las manos,
no lloro por un dolor concreto.
La voz humana no podrá consolarme jamás
porque ignora la palabra justa.
Tal vez Dios la pronunciará algún día. Dirá:
“Levántate”.
Y yo ascenderé hasta el límite del hombre,
más allá de sus pasiones sencillas y bárbaras.
Ascenderé hasta el ángel y la estrella,
hasta la celeste sandalia del Creador.
Y sentiré en mi pecho la resurrección
de los antiguos privilegios humanos;
el privilegio de la ternura y de la paz,
de la piedad y de la alegría.
Porque yo sólo he contemplado en torno mío
odios y guerras fratricidas,
hipócritas mendigos que cubren sus harapos
con regios mantos de virtud,
niños hambrientos y descalzos,
prostitutas;
hombres enriquecidos en criminal comercio,
¡miseria en todas partes!
siglo amargo mi siglo para gozar del mundo,
amar la primavera,
vestir los blancos ropajes de la felicidad.
¡Un luto eterno bajo la piel!
Un luto eterno
para los que murieron torturados
en las guerras,
para los que perdieron sus hijos y su hogar,
para los desterrados y los tristes
que todavía no han hallado el camino del regreso.
Oscuro amor… Tu muerte es ya mi muerte…
Oscuro amor… Tu muerte es ya mi muerte.
Más allá de este mar, ¿qué extraña orilla
cobijará mi náufraga tristeza?
Me evadiré del viento
que transita en mi sangre,
sacudiré mis lágrimas
como las largas crines de un caballo salvaje.
Quiero partir contigo,
sin mí, por los senderos
extraños y remotos
por donde vas a ciegas, tropezando.
Te seguiré sin lástima y sin gloria,
mendiga de unos ojos,
de una voz, de una mano cercenada
en el umbral del sueño…
Te seguiré hasta allí donde tú acabas
para acabar contigo.
¡Este oleaje denso de la sangre,
marca oscura y terrible!
No amor. Ansia de besar la tierra,
los árboles, el aire.
Acaríciame…
Soy una música callada,
misteriosa y bellísima.
Acaríciame….
El mundo se llenará de sonidos vibrantes,
de un hondo rumor de caracolas.
¡Ah, esta sed! no quiero más
que morirme,
dejar mi cuerpo atrás, destruido, harapiento.
¡No quiero más que morirme!
¿Qué es una mujer desnuda?
Una ola, un bloque de mármol,
un puñado de tierra,
un cráter para mirar el infierno.
¡Ay, qué desconcierto
estar aquí, sin amor!
Tiembla la primavera
en cada miembro mío;
el aire engarza pájaros,
las nubes se desposan
como un príncipe rubio que las viste de oro;
un vegetal desmayo
desnuda a las doncellas, desnuda a las acacias…
¡Yo aquí, sin amor! Mar de alhelíes,
de fresca y limpia yerba; mar de jóvenes cosas:
pájaros, niños, árboles…
¡Qué oleaje de flores
sobre los claros días!
Y yo aquí, sin amor. Los ojos llenos
de verdes resplandores,
el corazón latiéndome
dulce, tibio, asequible, claudicante,
los labios entreabiertos
para beber el aire, para beber las flores, para beber la vida.
¡Amor! ¡Qué bien se dice! ¡Qué nombre más hermoso!
Decirlo dulcemente,
clavarlo como un dardo
finísimo al oído:
¡Amor…! -Mejor que el beso, la palabra caliente,
mejor que la caricia: Amor… -tan delicada
que, al decirla, la lengua se desnuda,
se perfuman los labios
y el corazón estalla
como un botón de rosa.
Amor, ¡tú gobernando; tú creando la vida¡
Amor, ¡Y yo aquí, tan sola como un pozo de agua!
¿Por qué esta voz antigua desvelada y ardiente
que me sube a los labios cuando quiero cantarte?
¿Por qué he de buscar el viejo acento griego
para decirte que te amo?
Daré mi voz al río que mece tu existencia,
al viento delicado que orea tu ignorancia.
Quizás ella consiga huracanar tu sangre
en férvida borrasca de deseos
y te arrebate al sobrio mundo tuyo
para clavarte vivo en mi locura.
Tú jamás me miraste con tus ojos humanos.
Ignoras todavía que soy morena y pálida
que tengo un ritmo arcaico de danzarina ibera.
Desconoces mi sueño fabuloso y magnífico,
la sed que como un nudo me ciñe la garganta.
Estás ciego a mi gracia, sordo al supremo canto
que para ti concibo.
¡Ah, déjame quererte con toda la potencia
de mi sangre mezclada y generosa!
¡Por mis antepasados helénicos y hebreos,
por aquellos latinos celtíberos que me dieron su sangre,
bien merezco que gustes de besarme la boca!
Sola estoy en la selva de mi mortal fatiga,
exhausta de esperarte.
¡Dime qué mal sin nombre me acongoja la vida!,
¡dime qué fuego es éste
que tú enciendes en mí, como un reguero
de sol desde mi nuca a mis rodillas!
¿Es para siempre ya mi amor? ¿acaso
te irás de mí como se van los sueños,
los pájaros, los días?
Me quisiera morir prieta a tu cuerpo,
ceñida por tu brazo duro y joven,
abrasada de sed y respirando
tu olor a varón limpio y admirable.
Si mi amor es tan cauto que, a buscarte…
Si mi amor es tan cauto que, a buscarte, prefiere
aguardar en la sombra tu primera llamada,
si mi tímido anhelo sabe apenas decirte
con torpe lengua el verso que me dicta la sangre.
Si no sé darle nombre a esta hoguera en que vivo,
ni logro desprenderme de mis cansados credos,
y ahuyento entristecida los rápidos corceles
que habrían de llevarme a tu sueño, a tus labios…
Si soy así, tan pobre, con mi cuerpo encendido,
encarcelado al vago fantasma de mi miedo,
el alma hecha jirones, batiendo sobre ella,
los pecados del mundo, tercamente, uno a uno…
Ven tú que desafías leyes, prejuicios, miedos;
tú, que llevas la vida sobre los hombros, ancha,
tú que arrasas montañas, que desnucas el mundo
con tu fuerza de macho sin fronteras ni angustias.
Lo mismo que las otras, yo te estoy esperando.
Sellada está mi boca; sellada mi ternura.
-¡Oh Dios, cómo rebosa este fuego, esta llama!-
Rompe tú todo sello, desgarra, libra, entra.
No importa. No eres tú quien me daña…
Soy un puñado de tierra que pisa tu pie ligero,
algo que te sustenta y que apenas conoces,
algo que acaso nunca comprenderás del todo.
No importa. ¡No eres tú quien me daña!
Me hicieron campo de lucha para tu sangre joven
campo para morir y para erguirte
como un árbol gozoso de ti mismo.
Por todos mis caminos me recorres
hiriéndome, sangrándome…
¡No importa!
Me alimento en el daño que me haces,
¡me alimento en el daño!
Cuando esté muerta y mi ignorada tumba
pisoteada sea por mil generaciones
y apenas de mi nombre quede un borroso trazo
sobre la fría losa que me cubra.
Cuando se haya perdido hasta el recuerdo
de la dulce belleza de mi raza
y las jóvenes que amen ignoren
que antes que ellas amé…
Cuando ya nadie exista
que evoque mi fantasma,
que cante a media voz mis versos… dime,
¿me seguirás amando tú, oh, perfecto,
oh, amante, sin posible muerte, vivo
hasta el fin de todo lo creado?
Por dónde he de vagar yo en mi profundo
vacío involuntario, ¿habré de hallarte?
¿Qué será de mi Ser si he de perderte
como al mar, como al sol, como a los pájaros?
Cándidamente azul. Aún no he nacido.
Ciñe el aire mis muslos. Soy de aire.
El mar me sabe. Sal, vela y espuma.
dibujan mi contorno en el paisaje.
Me traspasa la luz. No me conozco.
Soy apenas un soplo de la tarde.
El sexo yace en paz, el alma duerme,
no tengo voz y Dios está distante.
Navego por los cielos castamente
con las alas al viento como un ángel.
Pequeña llama, apenas un chispazo.
mi corazón no existe, pero arde.