Reseña biográfica
Poeta salvadoreña nacida en la ciudad de San Salvador en 1958.
Después de su grado como bachiller inició estudios de Ingeniería Química, suspendiéndolos semestres después para dedicarse por completo a la literatura, campo en el cual obtuvo la pasantía en Educación Radiofónica, y la Licenciatura en Literatura por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.
Ha ocupado varios cargos como investigadora literaria y catedrática universitaria. Entre los numerosos galardones obtenidos, se destacan la Mención de honor en el Certamen Nacional de Editores en 1989 con su poemario «Testimonio», el Premio de la Comisión Interamericana de Mujeres en 1987, el primer lugar en los Certámenes de San Miguel en 1988, Juegos Florales de San Salvador en 1993, Santa Ana en 1997, Ahuachapán en 1997, Primer premio en los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango en 1999, con «Locuramor» y Premio Internacional Rogelio Sinán 2005 por su poemario «Palabra de Diosa». Conserva inéditos varios poemarios y dos libros de cuentos.
Actualmente se desempeña como catedrática de Historia del Arte, Redacción periodística y Literatura Hispanoamericana en la Universidad José Matías Delgado.
De “Ausencia”:
Cúbreme, amor, el cielo de la boca…
Rafael Alberti
1. Aire sólo, fervor que callo y digo,
palabra que te nombra y te delata,
que te eleva en su vuelo o te maniata:
en mi boca te encierro o te prodigo.
Te dejo a la intemperie o al abrigo,
te guardo en ventisquero o en fogata.
Pródiga, codiciosa catarata,
vas en mi labio como fiel testigo
de todo lo que en él pones y eres,
de todo lo que en él tu sed convoca
y de lo que en su amor beber quisieres.
Silencia esta ebriedad que el labio aloca
y con el agua en que dichoso mueres
cúbreme, amor, el cielo de la boca.
* * *
2. Hay esta piel por tanto beso herida,
esta música en tanta luz cegada,
esta ternura a solas escanciada,
esta verdad por tu fervor vertida,
esta palabra en sombras encendida,
esta caricia ardiendo derramada,
tu mirada bebida y escuchada,
tu silencio envolviéndome la vida,
todas las cosas que forman mi cielo:
el canto, la presencia de tu beso,
la voz que tiene cada anhelo preso,
los aleros del ave ahíta en vuelo,
tu sed lo enciende todo y me lo quema
con esa arrebatada espuma extrema.
* * *
3. ¿Qué va a saber el sol del día triste?
¿Qué va a saber el agua de sequía?
¿Qué va a saber la luz de lluvia fría
y el viento de la rama que resiste?
¿Qué va a saber la llama que subsiste
de cenizas que apaguen su porfía?
¿Qué va a saber, por fin, de la alegría
esa nostalgia que su ser contriste?
Ven que te explique ese fulgor oscuro,
ese dolor amigo, ese ojo ciego,
ese frío quemándome en el fuego.
En la piel que me siembras de futuro
coróname de espuma, oculta yema,
que es jazmín del que sabe y del que quema.
* * *
4. Es aire, sólo el aire, quien te besa,
el aire que lamiendo está la llama,
el aire que te envuelve y te reclama,
que libera tu vuelo y que lo apresa.
Es aire, sólo el aire, en que la espesa
sangre del corazón de aquel que ama
vence al silencio donde se derrama
la palabra trocada en fiel pavesa.
Es aire la verdad que desafía
al frío, la distancia y esa boca
ciega a la sed ajena y su agonía
que siembra su existir en otra boca.
Máteme el beso de tu alevosía
brotado en punta de coral de roca.
* * *
5. Siembre tu corazón en labio ajeno,
aire que hiera el surco de mi oído;
y en él siembre su pecho estremecido
la palabra dolida y su veneno.
Siembre la luz ardiente el labio pleno
en quieta frente, en pensamiento herido.
Derrota ausencia, desamor, olvido,
la voz donde a vivir yo te condeno.
Desordena mi cielo, mi mañana,
mi vida entera mueve y equivoca
con la corriente que en tu labio mana.
Que me asesina el vino de tu boca
esta escasa cordura, cruel tirana.
Alóquemela, amor, su sal, aloca.
* * *
6. En ti afirma la carne su porfía,
el carmín de la rosa, la azucena,
el canto del cenzontle, la serena
superficie del agua, la armonía.
En ti enciende sus luces cada día
la voz que incendia el aire cuando suena
su canto repetido en lengua ajena,
hecho fecunda y sola compañía.
Comparte en la distancia esta locura
que tengo por el fuego de tu boca
que ya toda cordura se hace poca.
No me cures jamás la quemadura
donde el alma se muere y se me quema
por tu secreta aguda flor suprema.
* * *
7. Explora mis panales, mi recinto
secreto donde oculta miel destila.
El tiempo su madeja fiel deshila
confiado a los fervores del instinto.
Bebe el beso que el dulce labio afila,
devora la epidermis del jacinto:
el deseo saciado, nunca extinto,
desde tu tersa torre me vigila.
Tus manos, tu mirada, tu dulzura
desbordan en el vértigo del fuego
donde en olvido la razón se quema.
Coróneme el rocío y su luz pura
en el instante eterno en que me entrego
doblando su fervor en su diadema.
* * *
8. Me devora la boca que me besa,
me erosiona la voz que me acaricia
y me da vida la tenaz sevicia
de tu labio trocado en fiel pavesa.
Me asesina la mano que confiesa
lo que la voz no eleva a la caricia
me edifica tu labio y su codicia
que dilapida su lujuria aviesa.
Me reta y me sostiene tu locura,
me desalienta tu vivir sensato,
me desarma y cautiva tu ternura,
y en este canto preso que desato
se me enamoran alma, mente y boca
del mordiente clavel que las desboca.
* * *
9. El espejismo me llamaba en vano,
en vano la quimera y su luz pura,
en vano la sirena y su dulzura,
el misterio y la voz de cada arcano.
Inútilmente el fuego del verano
me daba el beso de su quemadura;
su amor, el fuego; el agua, su frescura:
paraíso en la palma de tu mano.
Labio sediento por tu voz, oído;
párpado ciego que la luz evoca;
agua que quema todo lo que toca:
Déjame ser silencio puro, olvido;
de tu fuego el más íntimo destello
¡oh ceñido fluir, amor, tan bello!
* * *
10. Amor, eres lo único que tengo,
agua que entre mis dedos se diluye,
que cuanto más persigo, más me huye,
por más que mi penar sin fin prevengo.
Tenaz tormento que al latir sostengo,
casa en la arena que el azar destruye.
Lunar marea, medra y disminuye
la herida de vivir que en ella vengo.
Rota de sed, desnuda y calcinada,
mi boca tu veneno dulce bebe
y bebe tu palabra alucinada
mi oído fiel. Cautiva en tu mirada
se me queda la piel enamorada
del borbotar templado de tu nieve.
* * *
11. Humo toqué: ceniza, viva llama,
Y me quemé las manos y el aliento.
Nadie condene el daño que consiento:
Soy víctima y verdugo de mi drama.
Soy quien muere de sed y quien derrama
El agua que le sirve de sustento,
Quien construye su gozo y su tormento,
Quien dispone los hilos y la trama.
Que no encuentre consuelo quien remiso
A la cordura fue, huésped esquiva
De la ilusión que en polvo se deshizo,
Quien por su mal se quiso ver cautiva
De ese breve, engañoso paraíso
En tan estrecha gruta en carne viva.
* * *
12. Herida fui en el gozo, en el olvido
Libre me vi, desnuda y desolada.
¿Para qué libertad abandonada
Y palabras de amor en ciego oído?
¿Para quién hambre y sed en el sentido
Si me abraza la sombra demudada?
¿Para quién alma y boca enamorada
Si tengo el corazón de ausencia herido?
No hay cicatriz en esta piel serena
Que manifieste con su oscuro sello
La fiera luz que arde en cada vena.
Íntimo fuego del que soy destello:
A brasa fiel mi boca se condena
Para mirar arder tu fino cuello.
* * *
13. No me mueve, mi amor, para quererte
la dicha dulce con que me has mentido,
ni la fecunda gracia que has vertido
en mi piel, sin llegar a merecerte.
El ojo no ha logrado conocerte,
ni el beso alcanza a asir todo el sentido,
ni la voz dice todo lo vivido,
ni consigo explicarte ni entenderte.
La luz que brilla al fondo en tu mirada
es la estrella que arde y que me mueve
a cruzar esta ausencia desolada.
Y es la fe que sostiene el lazo leve
adonde la pasión inconfesada
se te resbala, amor, y se te llueve.
* * *
14. Construyo esta apretada geometría,
esta sonora cárcel, este abrigo
donde congelo el tiempo y su castigo
y salvo este espejismo que me guía.
Libre y tenaz como una red vacía,
abarca lo que callo y lo que digo,
lo poco que ahora sé, lo que persigo,
lo que viví contigo cada día.
Aire sólo me queda. En este viaje
escribí mis palabras en la arena,
aré en el mar, creí en cada sirena,
viví confiada al viento y al oleaje
con mi voz en tu boca hecha cautiva
por jazmines y estrellas de saliva.
* * *
De “Ppresencia”:
Lengua del mal, guijarro de la muerte…
Sara de Ibáñez
1. Brasa en la llaga, sal en cada herida,
sombra en el sol, carámbano en el fuego,
río de luz que fluye en ojo ciego,
brújula encandilada y confundida.
Vas en mis venas como va la vida
en el ardor oculto que trasiego
y afirmas en mi pecho lo que niego
con la voz traicionada y malherida.
Vas en esta palabra renacido
con una decisión de ser tan fuerte
capaz de hacer arder hasta el olvido.
Y yo, que renunciara a retenerte,
me abandono en el cauce de tu oído,
lengua del mal, guijarro de la muerte.
* * *
2. Su navaja de pluma corta el viento,
pero sus ojos glaucos, amorosos,
besan los tuyos mudos y gozosos
de arder sin fin en tan feliz tormento.
No se escapan del labio voz ni aliento
de no dar cuenta del amor medrosos,
mas pueden piel y tacto codiciosos
aprisionar la magia del momento.
En el dulce minuto sin ceniza
vibra con cuerda oculta el tiempo quieto
olvidando en la carne cauce y prisa.
Y logra el beso conquistar el reto
que en la piel fugitiva se eterniza
con la finura de un puñal escueto.
* * *
3. Abierta herida, abierta en el costado,
más denostada cuanto más querida
por unir gozo, muerte, llanto y vida
en manantial sin pausa derramado.
Fuego fecundo, instante congelado,
vas navegante en permanente herida:
la voz renace cuanto más transida
y el canto vibra del dolor alzado.
Busco tu corazón, fiel enemigo,
con la palabra en que al olvido reto,
con la ilusión con que al amor bendigo
y en vano intento mantener sujeto
el don con que en tan dulce y cruel castigo
me rozó la cintura tu secreto.*
* * *
4. ¿Quién arde en ti, chiltota, quién te hiere?
¿Quién tuerce el derrotero de tu vuelo?
¿Quién te regala el llanto y el consuelo?
¿Quién hay que de tu canto se apodere?
¿Quién abandona el trino, quién lo quiere?
¿Quién alimenta su tenaz desvelo?
¿Quién eleva sus alas hasta el cielo
y salva a la ilusión que desespere?
Encuentras el desdén, gesto vencido,
rota la fe, sin fuerza el ala inerte,
en el páramo frío del olvido,
Y vas, confiada al rumbo de la suerte,
sin mí, que doy tu cielo por perdido,
y consumí la luz por comprenderte.
* *
5. Gracias te doy porque enjugaste el llanto,
gracias por el abrigo de tu alero,
por ser recodo grato en el sendero,
y miel en la amargura del quebranto.
Tu caricia escondida va en el canto
y tu luz me ilumina en el lucero.
Aunque te vayas, queda prisionero
en esta línea un trozo del encanto.
Gracias, amor, porque por fin viniste,
por la breve ilusión que me trajiste,
por el gozo en el vértigo secreto.
Gracias te doy aun porque pusiste
en mi sonrisa con tu beso quieto
color de sangre anclada y viejo abeto.
* * *
6. Si me engañé, bendito sea el engaño,
benditos sean el beso y cada herida,
bendita sea la carne conmovida
y la fe naufragando en gesto huraño.
Benditos sean el día, el mes, el año
cuando la fiel promesa fue cumplida;
bendito sea el sueño y sea la vida,
el dolor, la caricia, el gozo, el daño.
Bendito lo que aprendo, lo vivido,
lo que recuerdo, lo que al fin despierte
en mí, lo que salvé del río hundido.
Me enfrenté cara a cara con la muerte
y aunque luché y viví a brazo partido,
mi garganta no pudo contenerte.
* * *
7. En la distancia estás, pero presente
sigues en mí. Tus ojos no se han ido.
Fijos, me dicen: “Calla. No hay olvido.
Te engaña el viento, el horizonte miente”.
Estás aquí, debajo de mi frente,
cerca del corazón y su latido.
Tu aliento va en mis venas escondido
como un secreto, generoso afluente.
En la ceniza está oculta la brasa
y el fuego en cada pecho que suspira,
que el gozo besa y que el dolor traspasa.
Déjame, amor, al menos la mentira
de este espejismo dulce que no pasa
como un leopardo de humo que se estira.
* * *
8. Quemé la luz, fui miel en la dulzura,
gota en la lluvia y llama con el fuego,
aroma en cada rosa, instante ciego,
y nardo que dio envidia a la blancura.
Fui sombra en la profunda noche oscura,
silencio en la raíz, raudo despego,
y al fin a tu distante orilla llego:
roto el timón, la brújula insegura.
Al borde de tu barba se me queda
detenida la voz, mudo el acento
como el viajero exhausto en la vereda.
La caricia que tejo y que alimento
se apaga en una suavidad de seda
hasta morir hilada por el viento.
* * *
9. Mi ciega luz, mi vértigo secreto,
mi larga y venturosa travesía,
mi explorada, bendita geografía,
mi ruta circular, mi viaje quieto.
Eclipse de la voz, fuego indiscreto
que cumple prodigiosa profecía,
da lumbre al sol y claridad al día,
sombra a la noche, a la ilusión objeto.
Da sed al agua, filo al malherido,
paz a la angustia, a la inquietud urgente
reposo dulce, albergue bendecido.
Y derrama en tu beso ese torrente
que llevas en el pecho contenido
y en la sonrisa encubres, de repente.
* * *
10. Un hombre es lo que hace, lo que ama,
lo que pinta su voz con el aliento,
lo que construye su palabra al viento,
lo que desde sus manos se derrama.
Lo que florece en tierra o en escama,
lo que da al mundo desde el pensamiento:
trigo y harina, masa y alimento,
la letra impresa, el fruto en cada rama.
Un hombre, sobre todo, es el reflejo
del instante fugaz en que respira
el aire que lo va poniendo viejo.
Un hombre es esa imagen que suspira
cuando por fin descubre en el espejo
un ángel sosegado que se mira.
* * *
11. Una mujer armando el paraíso
sembrando esa verdad en cada herida,
rescatando la brasa consumida
y el incendio en el vientre del granizo.
Viviendo libre, sola y sin permiso,
indiferente al miedo, convencida
de ser cauce fecundo de la vida
y fiel depositaria de su hechizo.
Una mujer que sabe y reconoce
por igual lo que piensa y lo que siente,
que abraza cada pena y cada goce.
Una mujer que reta a aquel que intente
colocarla en el centro de la ira
a arder los pies sobre incendiado puente.
De “Tierra habitada”:
Tierra
…no se alcanza
a volver con los remos y la vela
al puerto en que dejamos la esperanza.
Miguel Ángel Asturias
1. Del rumor de tus manos me alimento
y mi hoguera renuevo en lluvia fría.
Surge de ti fluyente geometría:
venero de la luz, cálido acento.
El seno de la vela que hincha el viento
para partir a la aventura un día,
y tu tierra en su quieta geografía,
trazada en gozo exacto y fiel tormento.
Se abre el ojo a la flor de la belleza
que se desata con fervor de río
y se instala a soñar en tu cabeza.
Por tu perpetuo, floreciente estío
cruza la tarde donde, libre y presa,
la luz corre desnuda por el río.
* * *
2. Raíz y rama, flor, nube y colina
Hundidas en el mar de aire que mueve
El invisible cuerpo donde bebe
La vida transitoria y cristalina.
Espejismo tenaz que la alucina,
Fuego escondido al fondo de la nieve,
Sed que escancia la boca donde llueve
La palabra triunfando de la ruina.
Vano intento: aferrar la llamarada
De ayer, hecha pavesa hoy inasible
Para incendiar su esencia ya gastada.
Victoria que tu esfuerzo hace posible:
Congelar la belleza alucinada
huyendo sin cesar en lo movible.
* * *
3. La belleza te anida en la cintura,
en la bondad azul en que navego:
cosecha permanente donde siego
los frutos de la voz y su ventura.
Derramas con largueza tu hermosura
y en la pupila tanta luz trasiego,
que siento arder en mí tu puro fuego
y en la noche brillar tu quemadura.
Estás en mí, como agua de la fuente,
como la sed al fondo del estío
que calme su anhelar en la corriente;
y estás en cada estrella con que guío
el viaje que me lleve hasta tu frente
y a la profundidad del hondo frío.
* * *
4. Alimenta la sed, dale a mi trigo
Más hambre para así seguir viviendo.
Echa más fuego al sol, que siga ardiendo,
Y más dolor a este fatal castigo.
Da tu aliento vital a lo que digo,
Pon sangre y alma a lo que voy haciendo,
Entrega esta verdad que nace hiriendo
Y acompaña su luz a herir contigo.
No te dejes vencer, no te acobardes,
apuesta sin cesar a lo imposible,
y construye primero lo que aguardes.
Pero emprende la ruta ineludible
En este mismo instante. No te tardes,
Porque empiezan la sombra y lo invisible.
* * *
5. La lluvia te bendice y la mañana
Se alza de ti con sucesivo aliento.
Bebo la antigua magia y el acento,
Patria de la sonrisa y la manzana.
De tu verdor provengo y me alimento,
Del alba y de su risa de campana.
Es más dulce la música lejana
Que acerca a mi heredad la voz del viento.
En el recuerdo palpa la cadena
De la nostalgia el hijo verdadero
Y vuelve a tu remoto y fiel estío
Sigue cautiva y quieta tu sirena
En fuente donde el corazón viajero
La conoció al nacer: era el rocío.
* * *
6. Yo no olvido tu sangre, ni tu herida,
Ni todo lo que en odio te sofoca.
Mi voz te busca y la mirada toca
La tristeza patente y la escondida.
Tu cicatriz en la memoria ardida
Aún sangra triste y mi piedad invoca,
Y tu dolor fatal no desemboca:
Llanto en el pecho, piedra contenida.
Espina en cada flor, sangriento rito,
Colibrí degollado, inaccesible
Tumba sin cruz, ni nombre en ella escrito,
¿quién te dictó destino tan terrible:
abandonarte a la heredad del grito
y a este vano correr tras lo imposible?
* * *
7. Me cae tu palabra hasta la boca
como una tempestad de hierro ardiendo,
como un golpe de mar, un sol muriendo
entre las fauces de un jaguar de roca.
Desciende a mí la carga con que invoca
todo el sentido de tu nombre abriendo
el cauce del recuerdo que va huyendo
hasta el origen que tu sangre evoca.
Me traes con el aire y el sonido
el rumor de tu risa y tus enojos,
y el dolor sin alivio en suelo herido;
Pero me das también en el oído
más palabras de rosas que de abrojos
que endulzan los saleros de los ojos.
* * *
8. ¿Y si vino y se fue? ¿Si ya ha venido
y en vano espera mi ansiedad despierta?
¿Y si acaso ha llegado hasta mi puerta
y la encontró cerrada y ha partido?
¿Si ha deshecho el camino ya vencido
-la fuerza desmayada, la fe muerta-
y a retomar la ruta el pie no acierta,
ni el ojo al horizonte recorrido?
Yo sigo aquí, por la esperanza atada,
y en vano espero ver la carabela
bajar el ancla en la tranquila rada.
E inquieto, el corazón se me rebela
porque no alcanza la ilusión amada
a volver con los remos y la vela.
* * *
Habitada:
Hacer poesía:
Es acuchillarse verso a verso
Por amor a la vida
Humberto Ak’abal
1. Flor de San Sebastián (Catleya skinneri)
Abre tu corazón al aire, al cielo,
a la luz que tu dulce cáliz moja,
a la mejilla que el rubor sonroja,
a la brisa de audaz y abierto vuelo;
Al paso de la vida con su celo;
a la dicha, al dolor, a la congoja;
al devenir que entrega y que despoja;
a la brasa, a la pena, al gozo, al hielo.
Abre tu corazón, flor apacible,
corone tu violeta cada trino
y engalane la altura perecible.
En el dibujo de tu labio fino
hay un mensaje anónimo y legible
escrito con un beso cristalino.
* * *
2. Árbol de fuego (Delonix regia)
Gota a gota en tu sangre, gota a gota
el sol desciende en silenciosa herida,
como si en el costado, abierta, ardida,
la luz vertieras por la vena rota.
Dolor que no se extingue, flor que brota
en la frente del cielo, espina hundida,
cauterio que deja detenida
la brasa de la flor que no se agota.
Te veo arder en tu tenaz hoguera,
encendiendo la tarde silencioso,
indiferente a la tormenta fiera.
Restañas con tus ramas, amoroso,
la moribunda fe de la quimera
que halló, en tu rama fiel, dicha y reposo.
De “Locura Amor”:
1. Amor, y tú lo sabes, es venero
de profundas y dulces quemaduras,
y también tiene espinas tan seguras
que matan con el roce más ligero.
Amor hace lo eterno pasajero
y nos convierte en lámparas oscuras.
Nos hace contemplar dichas futuras
y nos regresa al polvo volandero.
amor fue tu canción y tu batalla
por vencer a la muerte y su letargo
y al labio que su red rendida calla.
Se endulzó tu canción, amor tan largo,
que ahora brota tu dulce amor amargo
como una inmensa flor que me avasalla.
* * *
2. Cuando supere esta distancia ardida,
esta larga y doliente quemadura,
este golpe de hiel, esta tortura
de tu rosa en espina convertida;
cuando logre vencer la acometida
de la distancia que el dolor procura;
cuando imponga la luz a la locura
y logre revivir mi fe perdida;
entonces volveré a habitar el cielo
de tu abrazo deseado y presentido
en las espinas crueles del anhelo.
Volveré a la tibieza de ese nido
y en mi canto de renovado vuelo,
voy a gritarte amor hasta el olvido.
* * *
3. De repente la rosa se hizo llanto,
y el abrazo se convirtió en ausencia,
y el celo se cambió en indiferencia,
y el gozo más deseado fue quebranto.
Como una nube, se borró el encanto
que fascinó la luz de la conciencia
y obnubiló la flor de la experiencia
con su perfume que apreciara tanto.
¿Por qué no fue el engaño duradero?
¿Por qué sólo en la llama del sentido
se dibujó la llama porque muero?
No quiero que la arena del olvido
me haga pensar de todo lo que quiero:
-¿Y si sólo fue un sueño lo vivido?
Otros Poemas:
La amante
“El mar ahogado en la arena…!
Federico García Lorca
“Ebria de carne azul, hidra absoluta,
que te muerdes la cola refulgente
en un tumulto análogo al silencio”
Paul Valéry
Un lento derramarse, un cielo en fuga,
un crepúsculo muerto sobre el agua.
Una raíz de sal que te sumerge
en la hondura más negra de su grito.
El agua viene y lame cada orilla
con su lengua de cántico y caricia
y amortigua la luz su llaga inmóvil
para no herir la entraña de la tarde.
Sobre cada colina deja un soplo
detenido el arado de los besos.
Las manos se persiguen, se acorralan,
huyen por los rincones, vuelan, gritan
o van a agonizar en tus cabellos.
Tú miras y vacías tu mirada
en el recodo oscuro más remoto.
Y las llenas de nuevo con aromas
de un país que recorres entre sueños.
Miras y vas sembrando de tus ojos
un territorio fértil y sangriento
donde el rostro más frágil y furtivo
se hace piedra y derrota en cada ausencia.
Tú miras y te inventas lo que miras.
Miras el sol y enciendes en la tarde
un universo de luces moradas
que derraman su vino en las pupilas.
Tú miras y en el fondo de la noche
nace la luz del alba sucesiva.
Vuelve otra vez, espejo del pasado.
Ábreme en las entrañas otra llaga
más permanente y mucho más deseable
que la herida que llora lo que pierdo.
Pues si el reproche afila con su lengua
la navaja fatal de los agravios,
tú matas con la sola certidumbre
de no volver a ver el rostro amado.
Recorres un sendero y se disuelve
la ternura en tus manos como arena
deshecha en las entrañas del arroyo.
Y en al quietud endulzas esta boca,
hecha de espada y hiel, arena y odio,
para lamer el tallo del deseo.
Entonces amo el tacto de tus dedos,
que no engaña jamás como las voces.
Pueden mentirme todas tus palabras.
Mentir tu desazón y tu distancia;
mentir también el vértigo cerrado
de la pasión que encierra mis temores.
Pero tus manos, no. Tus manos tiemblan.
Como si fueran pétalos del agua
acariciados por la brisa fría
y estremecidos por su raudo beso.
Ellas me aman más en su mutismo
que tú con las palabras exaltadas.
Tus manos, las raíces extendidas
de diez morenos dedos de mi carne,
hablan mejor en su silencio a gritos.
Dicen, suspiran, nombran, llaman, cantan.
Arrullan o se agitan, iracundas,
dan nombre al mundo y al nombrarlo crean
la realidad feroz de su quimera.
Tú te marchas. Te vas, pero se quedan
tus manos en mi ser, me reconocen
como dulce extensión de las caricias.
Soy suya. Me poseen, me recorren,
me saben parte de su piel. Me besan.
Yo me sumerjo en ellas y me siento
hundida en una carne transparente
más densa que la mar, más perdurable
que la roca tenaz de las distancias.
Me alimenta la sed esa agua en fuga
que entre tus dedos tejes y derramas.
Ebria estoy, más sedienta. Tú lo sabes,
tú que inauguras esta sed a gritos
con que en silencio bebo de tu cuerpo.
Dame más sed, dame más sed. Abreva
con tu silencio mi ansiedad abierta.
Tengo la piel cuarteada sin el agua
que nace de las fuentes de tus dedos.
Sumerge el manantial, cava ese pozo,
siembra en mí con tu gesto sed y agua,
riega la era, al fin. Dame tus labios.
Las palabras, jamás. Dame los besos.
Déjame que te beba a borbotones.
Mañana sé que ha de venir el día
y con él el desierto sin memoria.
Mañana me darás, en el silencio,
potestad de medir el infortunio
con la falta infinita de tus manos.
Mañana…
pero hoy, siémbrame toda
de ansiedades, deseos, luces, sombras,
de miradas furtivas, ecos, risas,
de cuartos defendidos contra el mundo
y abiertos a los mares interiores
de una ternura oscura, indescifrable.
Ahora ven, y ahógame en tu boca.
Déjame agonizar bajo la dicha.
Bajo tu lluvia tiende mi vacío
y sumerge en mis ojos tu mirada.
Ciega estoy si me asomo al universo
sin la luz que me otorgan tus pupilas.
Viviré en las orillas de tus besos
exilada en la noche sin fronteras.
Siempre al borde de ti. Siempre a la orilla,
siempre al margen, apenas en la playa,
mojando con la punta de mis dedos
la sed que de tu espuma me atormenta.
Sedienta de tus vértigos a gritos,
de remolino mutuo que se bebe
juntos la sed, el agua, la marea
de la ebriedad…
Dos cuerpos enlazados
bebiéndose la vida a borbotones,
saciando el agua, abriendo la frontera
donde pueda la sed seguir viviendo.
Más allá de la luz, yo te deseo
cada vez más desnudo, más tú mismo.
Despojado de antiguos atavíos,
de cadenas pesadas como nombres,
de grilletes de epítetos terribles,
de absurdos conformismos, de secretas
pasiones que sepultan su recuerdo,
que se cambian de nombre o que disfrazan
su rostro bajo símbolos oscuros.
Así quiero mirarte, que me veas:
Desnudo de verdad, de veras mio.
Aunque sea un minuto, un día sólo,
un instante sin tiempo ni distancias,
cuando pueda alcanzar al fin tu boca
y alzarme a la estatura de tu beso.
Entonces no podrá la muerte entera
vulnerar con su barba y su gusano
la pura luz de este milagro intacto.
Y voy a verte, entonces, como ahora,
inédita belleza, labio puro,
desafiando al destino desdichado
con la fe en la ternura inquebrantable.
Por ti comprendo ahora mi existencia.
Tiene sentido haber buscado en vano
por años, trenes, pájaros, distancias
el relámpago oscuro del deseo
brillando en tus pupilas como un astro.
Cada recodo halló su rostro vivo
para cobrar sentido entre tus manos:
Suave concavidad, copa inefable
que llenas con tu vino y que rebosa
cuando me das la plenitud.
Dormida
torre de sangre alzada en mi homenaje
y que en su suave miel se desparrama
endulzando los labios que la besan.
Subterránea raíz de los relámpagos.
Tu labor inefable no descansa.
Déjame que te beba con los ojos
cuando manos y boca no me alcancen
para abarcar tu cielo y tu hermosura.
Pero no seas nunca más esquivo,
ni entregues a mi boca vino amargo,
ni sea tu pan hecho de ausencia y hambre.
¿Qué puedo hacer con este mar indócil
que agita sus oleajes en mi pecho?
¿Cómo se emplea una marea inútil
de besos que no encuentran otra boca?
¿Adonde voy con la ternura sola
que se pudre en mis manos sin objeto?
¿Qué destino le espera a los abrazos
cuando sólo la noche nos estrecha?
¿Qué hacer con el amor cuando nos deja
con una vaga sombra entre los dedos?
¿quién puede comprender la melodía
si el amante está sordo o está lejos?
No confíes jamás en el olvido,
ni entregues esta historia a mi memoria.
Nadie es más cruel que una mujer herida.
Como una maldición, la ausencia pone
vinagre y hiel en todo lo que toca.
Hay un rumor de sal en la sonrisa
y un río soterrado en el silencio.
La soledad es un país saqueado
por la duda, el despecho y la amargura.
Una se siente en guerra con la vida,
exilada del reino de la dicha,
extranjera entre todos los humanos.
El polvo crece, entonces, y sepulta
la piel de las mejores ilusiones
y la ceniza clava, silenciosa,
su puñal en el vientre de los fuegos.
Nada resiste. El río que se empoza
ve pudrirse sus aguas en el lodo,
y un mar congela su furioso oleaje
derrotado por gélidos desdenes.
Ahora voy a hablar en el silencio
de abismos que conozco, que visito
cuando me das de ti sólo la ausencia.
Soy entonces tu luna, tu satélite,
extraviada de pronto en el espacio
sin un planeta en torno al cual girar.
Y agonizo en el aire como un trino
abandonado por su flauta de alas,
o como un ave en agua sumergida
o como el agua sumergida en fuego.
Absurda, absurda, absurda y si sentido.
Boca muda, caricia sin el tacto.
Labio ciego a la voz, palabra inútil.
Oído clausurado a toda música,
nombre lanzado al fondo del vacío.
Devuélveme la voz, dame la risa.
Quiero volver a ser libre y sin miedo.
Quiero habitar un mundo a mi medida
y no el galpón oscuro de los otros.
Devuélveme mi casa, mi aposento.
Quiero ser yo de nuevo, libre, a solas.
Habitar en mi cuerpo sin intrusos,
posesionarme de mi propio mundo.
Ya no girar en órbitas de otros.
Estar sola y saber que nadie escoge
por mí la ruta inédita del viaje.
Ser libre para errar, para salvarme,
para creer, para abjurar, consciente
de que yo soy mi opción más importante.
Quiero ser más que un beso de tus labios.
Más que el bregar sin pausa de tus olas.
Más que el vórtice quieto donde acaban
de resumirse todas tus pasiones.
Quiero ser más que estela de cometa.
Más que sombra de luz, dorado anillo
con que, necia, he intentado contenerte.
Quiero ser signo solo y absoluto.
Tener al fin significado propio
y no necesitar tu compañía
para nombrar mi mundo, mi universo.
Quiero ser más que espuma, más que adorno.
Más que la luna para ti, planeta.
Cansada estoy de ser para los otros.,
a costa de no ser para mí misma.
Amada, no. No quiero que me tomes,
que me bañes de espuma y de palabras,
que me entregues el nombre, las cadenas,
la razón de vivir, el eco, el mundo,
el oficio de ser ama de llaves
en la casa que siempre me es ajena.
No vas a usufructuar mi piel, mi sangre,
ni el aliento, ni el goce del deseo.
No vas a ser ya mi propietario.
La amante II
Dicen, suspiran, nombran, llaman, cantan.
Arrullan o se agitan, iracundas,
dan nombre al mundo y al nombrarlo crean
la realidad feroz de su quimera.
Tú te marchas. Te vas, pero se quedan
tus manos en mi ser, me reconocen
como dulce extensión de las caricias.
Soy suya. Me poseen, me recorren,
me saben parte de su piel. Me besan.
Yo me sumerjo en ellas y me siento
hundida en una carne transparente
más densa que la mar, más perdurable
que la roca tenaz de las distancias.
Me alimenta la sed esa agua en fuga
que entre tus dedos tejes y derramas.
Ebria estoy, mas sedienta. Tú lo sabes,
tú que inauguras esta sed a gritos
con que en silencio bebo de tu cuerpo.
Dame más sed, dame más sed. Abreva
con tu silencio mi ansiedad abierta.
Tengo la piel cuarteada sin el agua
que nace de las fuentes de tus dedos.
Sumerge el manantial, cava ese pozo,
siembra en mí con tu gesto sed y agua,
riega la era, al fin. Dame tus labios.
Las palabras, jamás. Dame los besos.
Déjame que te beba a borbotones.
Mañana sé que ha de venir el día
y con él el desierto sin memoria.
Mañana me darás, en el silencio,
potestad de medir el infortunio
con la falta infinita de tus manos.
Mañana…
Pero hoy, siémbrame toda
de ansiedades, deseos, luces, sombras,
de miradas furtivas, ecos, risas,
de cuartos defendidos contra el mundo
y abiertos a los mares interiores
de una ternura oscura, indescifrable.
Ahora ven, y ahógame en tu boca.
Déjame agonizar bajo la dicha.
Bajo tu lluvia tiende mi vacío
y sumerge en mis ojos tu mirada.
Ciega estoy si me asomo al universo
sin la luz que me otorgan tus pupilas.
Viviré en las orillas de tus besos
exilada en la noche sin fronteras.
Siempre al borde de ti. Siempre a la orilla,
siempre al margen, apenas en la playa,
mojando con la punta de mis dedos
la sed que de tu espuma me atormenta.
La amante III
Sedienta de tus vértigos a gritos,
del remolino mutuo que se bebe
juntos la sed, el agua, la marea
de la ebriedad…
Dos cuerpos enlazados
bebiéndose la vida a borbotones,
saciando el agua, abriendo la frontera
donde pueda la sed seguir viviendo.
Más allá de la luz, yo te deseo
cada vez más desnudo, más tú mismo.
Despojado de antiguos atavíos,
de cadenas pesadas como nombres,
de grilletes de epítetos terribles,
de absurdos conformismos, de secretas
pasiones que sepultan su recuerdo,
que se cambian de nombre o que disfrazan
su rostro bajo símbolos oscuros.
Así quiero mirarte, que me veas:
Desnudo de verdad, de veras mío.
Aunque sea un minuto, un día sólo,
un instante sin tiempo ni distancias,
cuando pueda alcanzar al fin tu boca
y alzarme a la estatura de tu beso.
Entonces no podrá la muerte entera
vulnerar con su baba y su gusano
la pura luz de este milagro intacto.
Y voy a verte, entonces, como ahora,
inédita belleza, labio puro,
desafiando al destino desdichado
con la fe en la ternura inquebrantable.
Por ti comprendo ahora mi existencia.
Tiene sentido haber buscado en vano
por años, trenes, pájaros, distancias
el relámpago oscuro del deseo
brillando en tus pupilas como un astro.
Cada recodo halló su rostro vivo
para cobrar sentido entre tus manos:
Suave concavidad, copa inefable
que llenas con tu vino y que rebosa
cuando me das la plenitud.
Dormida torre de sangre alzada en mi homenaje
y que en su suave miel se desparrama
endulzando los labios que la besan.
Subterránea raíz de los relámpagos.
Tu labor inefable no descansa.
Déjame que te beba con los ojos
cuando manos y boca no me alcancen
para abarcar tu cielo y tu hermosura.
Pero no seas nunca más esquivo,
ni entregues a mi boca vino amargo,
ni sea tu pan hecho de ausencia y hambre.
La amante IV
¿Qué puedo hacer con este mar indócil
que agita sus oleajes en mi pecho?
¿Cómo se emplea una marea inútil
de besos que no encuentran otra boca?
¿Adónde voy con la ternura sola
que se pudre en mis manos sin objeto?
¿Qué destino le espera a los abrazos
cuando sólo la noche nos estrecha?
¿Qué hacer con el amor cuando nos deja
con una vaga sombra entre los dedos?
¿Quién puede comprender la melodía
si el amante está sordo o está lejos?
No confíes jamás en el olvido,
ni entregues esta historia a mi memoria.
Nadie es más cruel que una mujer herida.
Como una maldición, la ausencia pone
vinagre y hiel en todo lo que toca.
Hay un rumor de sal en la sonrisa
y un río soterrado en el silencio.
La soledad es un país saqueado
por la duda, el despecho y la amargura.
Una se siente en guerra con la vida,
exilada del reino de la dicha,
extranjera entre todos los humanos.
El polvo crece, entonces, y sepulta
la piel de las mejores ilusiones
y la ceniza clava, silenciosa,
su puñal en el vientre de los fuegos.
Nada resiste. El río que se empoza
ve pudrirse sus aguas en el lodo,
y un mar congela su furioso oleaje
derrotado por gélidos desdenes.
Ahora voy a hablar en el silencio
de abismos que conozco, que visito
cuando me das de ti sólo la ausencia.
Soy entonces tu luna, tu satélite,
extraviada de pronto en el espacio
sin un planeta en torno al cual girar.
Y agonizo en el aire como un trino
abandonado por su flauta de alas,
o como un ave en agua sumergida
o como el agua sumergida en fuego.
Absurda, absurda, absurda y sin sentido
Boca muda, caricia sin el tacto.
Labio ciego a la voz, palabra inútil.
Oído clausurado a toda música,
nombre lanzado al fondo del vacío.
Devuélveme la voz, dame la risa.
Quiero volver a ser libre y sin miedo.
Quiero habitar un mundo a mi medida
y no el galpón oscuro de los otros.
Devuélveme mi casa, mi aposento.
Quiero ser yo de nuevo, libre, a solas.
Habitar en mi cuerpo sin intrusos,
posesionarme de mi propio mundo.
Ya no girar en órbitas de otros.
Estar sola y saber que nadie escoge
por mí la ruta inédita del viaje.
Ser libre para errar, para salvarme,
para creer, para abjurar, consciente
de que yo soy mi opción más importante.
Quiero ser más que un beso de tus labios.
Más que el bregar sin pausa de tus olas.
Más que el vórtice quieto donde acaban
de resumirse todas tus pasiones.
Quiero ser más que estela de cometa.
Más que sombra de luz, dorado anillo
con que, necia, he intentado contenerte.
Quiero ser signo solo y absoluto.
Tener al fin significado propio
y no necesitar tu compañía
para nombrar mi mundo, mi universo.
Quiero ser más que espuma, más que adorno.
Más que la luna para ti, planeta.
Cansada estoy de ser para los otros,
a costa de no ser para mí misma.
Amada, no. No quiero que me tomes,
que me bañes de espuma y de palabras,
que me entregues el nombre, las cadenas,
la razón de vivir, el eco, el mundo,
el oficio de ser ama de llaves
en la casa que siempre me es ajena.
No vas a usufructuar mi piel, mi sangre,
ni el aliento, ni el goce del deseo.
No vas a ser ya más mi propietario
Palabra de Diosa
I
Mi delicada flor se abre.
Tu luz penetra:
Gozo.
II
Soy la aguja,
tú el hilo:
Borda.
III
Éste es mi cuerpo.
Éste
el río de mi sangre.
Te envuelvo en él, sumerges
tu propio río oculto.
Naces de nuevo,
sales hacia el mundo.
En mí
crece la dicha.
IV
Todo sale de mí.
Doy a luz a este mundo
y cada día mi vientre
pare de nuevo al Universo.
En mí la vida tiene
cauce y manantial.
Todo hasta mí regresa.
Todo vuelve
al descanso final entre mis huesos.
Y sin embargo,
desafío a la muerte cada día.
El mundo enttero cabe en mi vagina.
Todo penetra en mi ser, todo fecunda
mi cuerpo.
Yo soy la tierra,
la materia, la luz,
soy la energía.
Estoy en cada uno de tus nervios,
debajo de tu lengua
y en tus dedos.
En todo lo que fluye de tus manos.
Soy la piel y el polvo de tus pasos.
Tu mirada.
No te podrás librar de mí:
Yo soy tu sombra.
La otra que te mira en el espejo.
Tu próxima enemiga.
Tu amante más oscura.
Soy tu hija, tu madre, los latidos
de la sangre meciéndote la vida.
Soy plenitud, vacío.
silencio, voz y eco.
Soy el significado que te llena,
palabra.
Sonido que te eleva
y consagra.
Soy tuya, soy ajena, soy de nadie:
Tu propia imagen soy,
tu propia esencia.
Mírame bien,
reconóceme:
soy tú mismo.
V
De ti vengo:
Gota en el mar.
Tu semilla llevaba
implícitas
mi raíz y mi flor.
De mi vienes:
soy el mar en que nadas,
pez indómito.
Hoy que al fin
navegas por mis venas
soy fruta henchida,
manantial, cauce, estero
donde la vida fluye
su viaje interminable.
Ven,
naufraga conmigo
una,
y otra,
y otra vez,
hasta anegar al mundo.
VI
Los vocablos se encuentran
y se besan:
nace el sentido,
la poesía sonríe.
Tus labios y los míos
se encuentran,
dialogan:
la dicha llaga
cuerpo y alma.
Esta palabra alada, ahora,
¿te besa?
VII
Cada vez que camino,
mis caderas mecen
la cuna del mundo.
VIII
Nueve lunas
tejiéndote en mi vientre.
Y tú toda la vida
queriendo regresar.
IX
Esta palabra soy: Contiene
todo mi ser.
Plena y colmada
rebosante de mí,
me derrama en tu boca.
Cuando dices mi nombre
te beso en cada sílaba, tus labios
besan mi carne, me recorren,
penetran en mi oído, me poseen.
Toda soy
una extensión quemada por tu voz.
X
Tu imagen
tu reflejo
tu sombra:
El reverso de ti: moneda,
palabra.
La tierra que va
debajo de tus pasos.
El aire que respiras
y te besa
por dentro y por fuera.
El agua que te moja,
te rodea,
penetras,
te bebe.
Si yo muero,
tú mueres.
Si tú mueres,
yo muero.
¿Cómo pretendes sobrevivir
cada vez que me matas?
Sin mí no hay vida.
Y si a pesar de todo sobrevives,
pobre de ti.
Huérfano definitivo.
Palabra sin sentido.
Eco sin voz.
Ausencia sin olvido.
Silencio sin sonido.
Órbita ciega.
Fuego sin luz.
Noche sin término.
Tiempo inexorable
exilio sin otro objeto que la muerte.
Sin mí no hay salvación.
XI
El deseo tiene garfios de hierro,
dedos de mar
raíces.
Con ellos se aferra a la carne
como el árbol al borde del abismo.
En él la vida afirma
su inquebrantable voluntad
de no cesar.
Sigue lloviendo, entonces,
incontenible
como el huracán más olvidado
como la tormenta más ciega
que habita
en el fondo de la gota de rocío.
Sigue lloviendo, amor,
sin pausa,
hasta que entienda el mundo.
XII
Redondo es este anillo.
Redonda mi cintura
rebosante mi vida.
Redonda la órbita que tejo en el camino.
Redondo
el Universo que te contiene
y pueblas.
Ven, planeta.
Por una vez, conviértete en satélite dichoso.
Ven, por fin:
Gira conmigo
hasta la dicha.