Castro, Luisa

Reseña biográfica

Poeta y novelista española nacida en Foz, Lugo, en 1966.

Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, ha realizado también estudios de cine en Columbia y New York University.

Inició su carrera literaria a los diecisiete años con la publicación del libro Odisea definitiva. Libro póstumo, en 1984. Posteriormente obtuvo «Primer Premio Hiperión de Poesía» en 1987

con su libro Los versos del eunuco y el «Premio Rey Juan Carlos de Poesía» con Los hábitos del artillero publicado en 1989. Parte de su obra poética está contenida en los poemarios Ballenas en 1992, De mí haré una estatua viviente en 1997 y Señales con una sola bandera en 2004.

A su recorrido poético se suman sus grandes éxitos con las novelas El somier, finalista del «Premio Herralde» 1990, La fiebre amarilla 1994, El secreto de lejía, «Premio Azorín» 2001, Viajes con mi padre 2003 y La segunda mujer, «Premio Biblioteca Breve de Seix Barral»

AGONÍA

Tú no vienes.

Te sientas a mi lado

y te gusta hacer preguntas

y esperas

que yo extraiga un pez brillante

del fondo del lago.

Pescadora no soy.

Nadie me ha visto enturbiando la orilla del río

con unas botas de agua.

Lo que estremece al buscador de oro,

ese brillo convulso,

para mí es dolor.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

ANTES DE SER ÁRBOL FUI CAZADOR

Antes de ser árbol fui cazador,

cacé ciervos,

cacé orugas,

cacé negros caballos de río,

cacé pájaros distintos en el ala de la noche,

cacé nobles dentaduras de conejo,

cacé un asno antiguo en el ojo de la higuera,

cacé vacas gordas con el cuerno habitado de pistilos.

cacé larvas para ti de pequeñita muerte,

cacé libélulas con el cuello dibujado

y rostros de sirena en el culo del invierno

cacé.

Antes de ser puente fui incendiaria

y en cada cabello abrí una brecha

como un barco.

Sabía el fuego,

conocía las artes. Parte de mis dedos

se ardieron y así vistes: piel bajo

la piel, en el útero

cenizas

y así nazco.

Ahora soy domador. Vivo en el circo

y luego lo peor

cuando la fatiga y la tarde

y una plantación de eunucos que regar

en el corazón imberbe de la tierra.

De “Los versos del Eunuco” 1986

AUNQUE SE RÍAN DE LOS VERSOS QUE TE ESCRIBO…

Aunque se rían de los versos que te escribo

y que dejo escondidos en las mantas del catre,

pedaleo.

Y Vegadeo es de lejos un fósforo encendido,

llevo alas en las ruedas,

voy en llanta,

pero conozco el paisaje y tengo alma

porque hago amistades

con recuas de perros de varios pueblos

y diversa índole.

Me ladran porque te amo.

Se arrojan a mis zapatos como fanecas salvajes.

De “Ballenas” 1988

BUCEA

No llenes el foso de cocodrilos,

no lo hagas, bésame,

yo luego no podré tirarme de cabeza

y todo terminará como siempre

sin haber empezado.

Llévate mi vida, deja en paz mi pelo,

lleva todo lo que tengo, nunca encontrarás

el nudo oculto de mi cabeza, no me des

la lata más, no me dejes un regalo

ni quieras beberte mi copa, llévate

mi vida

y no me mires más.

Sólo bucea,

clava el arpón en tu presa,

afina y discierne

porque ya no eres joven.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

BUENAS NOCHES

Yo sólo espero

que llegue la noche para poder dormir.

Darán las once -no es la hora

todavía

de que se acuesten los niños-.

Un poco más y podré cerrar los ojos

hasta mañana.

El día me despertará

con la misma disculpa de siempre.

Le perdonaré, sí.

**

Yo sólo deseo

que pase el tiempo y por fin llegue la muerte.

Que pase sobre mi cabeza y mi cuerpo

corriendo

hasta que pueda decir

basta, ya me has bautizado,

nada nuevo sucederá

si dejas caer sobre mí

el agua y tus bendiciones.

Sólo deseo eso.

Que pase el tiempo deprisa,

que llegue la vejez

y ya nada importe,

sólo lo que a solas en mi corazón sobreviva,

sólo lo que me acompañe hasta allí

y también allí

todo eso me abandone.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

CAE IMPENITENTE UNA LLUVIA DE PALOS UNA VIRGEN SE LAMENTA

De noche cuando el eunuco

duerme

soñando con mi tercera muerte y mi corazón

divide el oro de la sangre

un pequeño temblor me habita por la boca.

Pulsar útiles arpas

entonces,

templar cálido hierro, cerrar

sobre algún sexo las manos aún gritando

sólo puedo morir, sólo puedo morir,

quizás signifique

estar cerca

de mi soledad con un nudo.

Quizás signifique verter fotografías en una zona

a menudo extranjera

golpeando una arena cimentada.

Pero cuando duerme o se empeña en la venta de

mis bienes,

en mi rostro sobre el palo, sólo queda

morir, sólo

queda morir, lo doloroso

es la mañana con himno y camareras,

lo doloroso

es mi cuerpo con andamiaje de ola como edificio

de

aire.

A las cinco se llena de mujeres como

un parque.

A las seis un viento que oscurece

lo recorre como un

sable.

De “Los versos del Eunuco” 1986

CASI MEDIODÍA

I

Pero te dejo ir, te marchas, y yo ya no recuerdo

si debo sufrir, si es mi hora, mi llanto,

mi Penélope,

mi asiento duro y fácil

de tejedora a la sombra de una espera inconmovible:

te dejo ir y la mañana

cae espesa y ruidosa,

se postra en mis pasillos,

invade las cocinas y yo ya no te amo

porque no, no es del todo cierto un dolor tan constatable.

Te dejo ir y avanzas confusamente entre los parques,

estropeándolo todo con las huellas de

tus botas

grandes de soldado rubio.

Te vas a la guerra y decir miedo,

verte desaparecer diciendo hambre,

verte caminar con la muerte sonriéndote en la espalda,

prostituta de quince minutos estrechos

en la primera esquina, junto

a la tienda de puñales.

II

Y no, no es del todo cierto un dolor tan apreciable

porque hay una cosa entre los frigoríficos

que se llama resurrección

y cada hora decapitada, cada segundo

mutilado, cada vinculación ahí afuera

supone que los perros van a desaparecer algún día

con su fidelidad que traiciona rebaños,

con su estúpida conducta de amor incondicional y severo.

No es del todo cierto eso de que yo sufra,

pregúntale a una esfinge sin brazos

y con la nariz incompleta

si me ha visto pasar con lágrimas y duelo.

Quieren responderte con la misma frase lapidaria,

hija de siglos,

¡ah!, qué terrible llanto las cariátides, qué terrible llanto,

pero yo

no pertenezco a la historia

y no tengo amistades de piedra.

Yo, dulcemente, he llegado a la desmesura del amor,

a la cintura estrechísima de la soledad, dulcemente,

etcétera,

y mi alma alargada por el uso, estirada

y ensanchada

por los viajes fugitivos de tu cuerpo

acumula el aire y flota,

mi alma floja, preguntándose

qué es esa cosa de que te miren

todas las ciudades, de que te acojan todas las

Venecias.

De “Odisea definitiva” 1984

DEJÉ DE TRANSMITIR SUS SEÑALES E INTERPRETÉ LAS MÍAS

Cuando las gaviotas se lo coman todo

y en los esqueletos de los barcos proliferen

los insectos,

seguirás preguntándote qué hice contigo

después de recordarte.

Porque después del recuerdo vienen otras cosas

que no conociste,

que tampoco conocí porque desaparecían

al ritmo ligero de lo no deseado.

Pequeñas rozaduras que envejecían el instinto

de retenerte

y que no hacían daño, como ahora las gaviotas.

Todavía no, pero las veo gordas

sobre sus patas tiesas de aferrarse a los ahogados

y comerles los ojos

sin movimiento.

Porque no opone resistencia la carroña

engordarán tranquilas.

Pero todavía no,

aunque las vea.

De “Los hábitos del artillero” 1990

EL INVENTARIO DE LA MUERTE

Al alquimista una fuga lenta de soldados

solicito, un solo golpe para mí

con amigas almas que se incendian para nadie

y la fiera sorda del cuerpo

a veces ya patria o ya derrota que conozco

sin derribos.

Puedes empezar a decir

¿y la intemperie?

Puedes empezar a tocarte las manos.

Que no vendrá una guerra de treinta años a llevarte,

no vendrá mi voz con presagios y terrazas

a perderte.

Es la alegría de mis uñas sucias,

el olor de la piel y los zapatos de estratega

que no abandonaré, que no

abandonaré

en las llamas aunque ardas

para nadie

con un verso de urgencia y largo olvido en la garganta.

Al alquimista

dadle

el fuego, para mí el cuerpo extranjero

que no conoce mi país de penas

donde los cónsules del cieno se aburren libremente

con muchachos dulces que no saben

besar.

De “Los versos del Eunuco” 1986

EL SUEÑO DE LA MUERTE

I

Despiértame de este sueño de la muerte,

príncipe de mis días,

acércate,

encuéntrame tendida en este sueño de la muerte.

Tan bella como pueda serlo

aquella que ha cruzado huyendo un bosque

y se ha rendido,

así soy yo de bella.

Muerta y llorada por pequeños amigos.

II

Despiértame de este sueño de la muerte.

Atiende toda señal del camino

y presta oídos al rumor de los árboles.

Ellos te guiarán.

Ábrete paso, príncipe de mis días,

encuéntrame aquí bella y dormida

y bésame.

Tanto

como puedas besar a aquella

que ha cruzado huyendo un bosque

perseguida y sin culpa

hasta perderse.

Así de bella soy.

III

Tu caballo,

escúchalo,

sabe hacia dónde va,

no lo reprendas.

Sus pequeñas y sensibles orejas

te guiarán.

Hasta este claro en el bosque.

Hasta mí,

que sabía que vendrías a caballo.

IV

Escondida

del filo mortal del malvado

hasta aquí he llegado.

Refugiada

de los venenos que acechan,

nadie

puede arrancarme el corazón.

Así de muerta estoy.

V

Pero la casa es pequeña

y las herramientas,

diminutas en mis manos.

La bondad de mis amigos,

un hermoso ataúd de cristal

y un entierro hermoso.

Y esa roja manzana

de piel resplandeciente

y maligna semilla,

no más dura y más bella que este fruto de mi muerte.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

ESTOY HACIENDO PRUEBAS DE VELOCIDAD

Retrocede.

No soy yo, que conozco la cinta del tiempo

y navego

a sabiendas

de que en el mar las horas tienen otro arbitrio

y otra medida

las fuerzas.

Es el mundo,

que retrocede.

De “Los hábitos del artillero” 1990

INOCENCIA

Se acabó la inocencia.

Era una bebida empalagosa y breve,

una comida exótica,

ahora ya lo sé.

La probé.

De esas cosas que se toman un día

y siempre las recuerdas,

de esa gente que te encuentras

y no vuelves a ver.

Nunca sabrás lo que pasaría

en el banco de la inocencia.

Con los pies colgando

allí sólo vive la gente que no recuerdas,

lo que nunca ha pasado.

Te sentaste un momento

a escuchar desde lejos la orquesta.

Era duro y solitario

el banco de la inocencia.

Demasiada prisa en volver

como para no olvidarte algo.

Ahora ya lo sabes,

la inocencia es esa gente

que se quedó tu chaqueta.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

LA AMIGA MUERTA

Averigua,

dulce corazón de hermana imperdonable,

cómo llegó hasta casa la discordia

y cómo nos estalló en las manos

un juguete que nunca deseamos, recuerda.

Nos estalló en las manos.

A ti te llevó la cara

y a mí la mano izquierda.

Ahora sólo puedo escribir

pensando en mi amiga muerta.

Ahora, dulce corazón de hermana imperdonable,

sólo puedo escribir.

**

Averigua,

dulce hermana que nada perdonas

ni a tus huestes eliges,

dónde prendió el mal

y qué he hecho y qué has hecho,

quién de todas las furias

(enmascarada, soberbia),

desbarató la obra que el tiempo había erguido

y se comió el papel donde quedaba escrito

para el hombre venidero,

aquel que te llamaba al fondo de la carretera

con los brazos abiertos y el color de los ojos

aún por determinar,

la forma en que habrías de reconocerlo:

Llegará de día con los rayos del sol,

no enturbiará su mirada

el frío del amanecer

ni los oscuros reclamos del bosque.

Pero cuando sea la hora tú ya no estarás. Estaré yo.

y en ese momento del baile

la muerte

cambiará de pareja.

***

Abre los ojos, es ella otra vez.

No tengas miedo, es

una cara amiga

y te hablará con las mismas palabras de siempre.

No deben sorprenderte

sus frases de agradecimiento por oírla ya muerta

ni sus gestos de disculpa por yacer en el suelo.

Sabes que no se irá

aunque tú te vayas

y tus ojos no quieran ver.

Sabes que no se irá,

seguirá aquí,

por una eternidad seguirá aquí.

Eres tú la que ocupas su lugar.

Eres tú la que llenas su tiempo.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

LA CAÍDA

Las montañas cristalizan en mil años

y el mar gana un centímetro a la tierra

cada dos milenios,

horada el viento la roca

en cuatro siglos

y la lluvia,

también la lluvia se toma su tiempo para caer.

Se paciente, con mi corazón

que suspira por una obra duradera.

Como el viento,

como la lluvia,

también mi corazón

se toma su tiempo para caer.

LOS REYES DEL ANOCHECER I

De comida del diablo me alimento.

Los reyes del anochecer

se abrigan

un paso atrás del puesto encomendado.

Voy hasta la esquina del moro

y allí pongo mi sonrisa, mi dinero.

Por siempre hombres armados

que saben decir no

y hombres desarmados que carecen de rutina

mezclados me perturban, me apasionan

con sus mesas de playa abiertas

en la noche,

con sus tres o cuatro cosas en venta.

El mismo perfume desde hace dos años,

mi amor hecho de pesas,

una forzosa condición para llegar hasta el final

y mucha gente que sepa

lo infelices que somos

viéndonos como uno más,

eso quisiera, sí.

Y que todo quede atrás, cuando salgo de este bar,

Con el último hueso de aceituna.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

MÁS QUE EN EL ARMADOR …

Más que en el armador.

Más que en el armador con cara de satisfecho.

Víctima

de tus caprichos.

De “Ballenas” 1988

MÁS QUE EN LAS POTERAS…

Más que en las poteras.

Más que el calamar del color del coñac

que no conoces,

más que en el coñac donde mojo la potera

persiguiendo el calamar,

más que en la potera que me arrojas, que me espera

por las noches,

cuando bebo.

De “Ballenas” 1988

MÁS QUE EN LOS ANZUELOS…

Más que en los anzuelos.

Aún más que en mi dedo gordo

con un anzuelo

en vez de robalizas.

Aún más que en el anzuelo que tengo en el corazón

en vez de robalizas.

Más aún que en la cabeza de robaliza que tengo

en vez de anzuelos.

Más, más que en los anillos que hago para ti

con anzuelos de robalizas.

De “Ballenas” 1988

MEDIODÍA

I

Un almuerzo de averías y lutos instantáneos

detrás de las ventanas.

La soledad es una mentira para acercarte

a los besos con premeditación.

Sólo esta sensación de pan lejano,

de hambre que no es, de transeúntes mojados en un día caliente,

sólo la certidumbre

de masticar el aire, de ver que todos

se han muerto de repente

en este mediodía abierto a los abismos.

Está bien,

todos comprenden que la vida es una cosa de siesta

postergada. Todos

se han marchado a amarse a los vertederos de la ciudad;

como si la vida fuera una cosa de siesta postergada

han cogido sus pertenencias y no han dicho me voy:

el éxodo de los baúles, los libros, las indigencias

y acaso un hombre conocido entre la muchedumbre,

un hombre con el cabello sucio y

en la boca

cierto resabio de siesta postergada.

II

Yo, mientras, cuento con paciencia las arenas que me habitan

y no estoy sola entre tanto caos

y esta fauna irreverente que me crece desde adentro

y me pregunto dónde podrás estar

cuando el naufragio llegue

y

que si vas a volver separando las aguas,

frenando

la lluvia de este día, comiéndote

los charcos tiempo

de mi casa,

instalando sin dolor

tu maldición

de aguacero.

Es pronto para decir que se han precipitado

las aguas.

Y el ángulo recto insostenible del amor,

del amor que comercia con los pasos lentos

de un elefante creciéndote en la boca.

Que si vas a venir con Abraham, con Josué,

habitando la fortuna de los dioses y

sus iras

o

subido sobre la arquitectura apretada de un poema

Con los hijos desheredados de la infancia.

(Querían verte con una sonrisa plana y

ensortijarte

el cabello en los cines de pueblo

y yo,

acercarte un poco más al lugar donde la palabra

es una mujer abierta de piernas, animal

gestante,

infinitamente divisible, una estructura

de miedo

laberíntica e infranqueable).

Es bastante pronto para afirmar

que se han precipitado

las aguas.

En todo caso vendrás, vendrás, amor,

porque el futuro cese.

III

Y debo preguntarme dónde estarás ahora,

entre qué destrucciones, entre qué cadáveres,

recordando qué malditas aventuras de niños,

sólo de niños, pero

temprano

es una palabra no muy bella,

y yo ya no puedo con viejas historias

de novios

que se besan en los puertos y hacen el amor

en los portales,

no puedo ya con las leyendas heroicas de

mi pueblo, no

tengo apenas un miedo que

devaste las canciones

y no sé si es prematuro decir

que casi te amo

cuando la palabra triste deja de pesar sobre

las conciencias.

Imposibilidad

del

amor

turco

sólo hay un pan inútil y trabajoso

y niños que se suicidan gentilmente

debajo de

la escalera, sangre

que desborda

el cuarto de las escobas, y

un muerto fragilísimo cayéndosenos

justamente

cuando una órbita se abre y olvida sus sucesiones,

cuando algo ha

perdido el

ritmo y

desconoce de pronto

sus herencias de engranaje.

IV

Bueno, mi amor, y luego todos los hijos

que no llegaron a tiempo para la celebración

del vino

y el espanto

de las ventanas tapiadas.

V

El sol inventa excusas y entonces tú

tendrías que llegar,

irrumpir en los pasillos,

echar abajo las puertas,

preguntar por algún nombre y besar con amor

todos los maltratados brazos.

Tendrías que despojarte del cuchillo,

de las artes

de la lucha y del polvo del combate

y amar como los hombres grandes

alzados en las estatuas,

amar brutal e impunemente

con altura de grito

que cierra todas las guerras.

Ya ves, en cambio yo admito tristemente

esta ubre soleada

que entra por las terrazas

mientras

espero en silencio

a que se cumplan la mayoría de las profecías

que anunciaban

tu llegada intempestiva

de fiera desconcertada y atroz

en medio de las alcobas.

Yo, la de los pechos más tristes,

la vestal de piedra y espuma

(Penélope no lo habría dicho entonces)

te esperaré, sí, con un poema siempre inmediato

en los ojos

y un cinturón de castidad a rayas,

detrás,

detrás,

aferrada al más hermoso mocharabiyeh.

De “Odisea definitiva” 1984

MORDIENDO POR LAS CALLES A LOS HOMBRES QUE SE AMAN

Algunas palabras para perder la vía,

algunas palabras, que no falten palabras,

quiero saber

el lugar

que

ocupa

mi

odio, quiero saber dónde se puede encontrar

una tienda del mejor

de los vinos

del vaso de la palabra.

Atentos al dolor, sí, sí,

atentos al dolor como en los huesos poderosos de mis

piernas,

atentos al regreso de los hombros

o la tierra hacia las ascuas.

Quiero saber cómo se cae a las llamas,

cómo se cae a la hoguera alta

y doble del

dolor mejor de todo dolor. Yo soy

un ángel falto de recursos, no me mires, voy

hecho lentamente

con el corazón pobre de pobreza de ángel,

con la indigencia en el centro

atento

como un noble mensajero del error

al dolor

de los mamíferos.

Cómo se me vierte el fuego en la raíz

de la lengua y la carne

empieza a oler a campana que no cesa. Es terrible,

es terrible

no conocer el mundo de las aves inferiores,

sus migraciones, vuelos,

averías, de las cornejas tan útiles, de las

golondrinas ignorantes y ciegas,

de las gaviotas tristes como

otoños.

Mirad, mirad, es tan terrible esto,

yo creo adivinar la sangre de

los míos, es larga, aguda, cruel, se necesitan

trajes

para verlo. Como mi sangre

que va

mordiendo viñas, que va

mordiendo

cuerpos, que va con dientes y con sangre

mordiendo por las calles a los hombres que se aman

saliendo de los cines.

Yo vivo en una ciudad pétrea y

a veces

somos pasos.

Se pueden ver arrastrando a nadie,

se pueden ver

lustrosas cabelleras,

tres o cuatro pasos solos,

duros,

precisamente amargos golpeando

la tarde y las cenizas

brillantes

como lluvia.

Y las mujeres que cuento en mi cabeza, que recuento,

que olvido,

sus vestidos azules que tendré que colgar, sus

dolorosas manos, vírgenes verdaderas.

Las mujeres que mi madre me abrió para que no empezase

todos los versos con su nombre. Para que no empezase

todos los versos con su vidrio de nombre.

Todas las mujeres que

recuerdo

buscando un duro cuenco donde albergar el vientre.

Todas las mujeres que mi madre me abrió.

Pero perdón, el mundo.

Pero perdón, la noche de los gendarmes

que me araña el pezón

Y me pide consuelo.

Todo eso, perdón, yo soy

un ángel.

Mi odio es infinito.

Mi odio espera el odio con olor a mantel

y derramado vinagre, ese odio

que se mea en el tacón de las bibliotecarias

hasta que nacen lirios

y la tierra empantana los taxis vigilando

una escuela.

Sí que conozco esa lluvia de dolor,

sí que conozco esa muñeca herida por el odio.

Y a veces las alas comienzan

a pesarme

y sobrevuelo el polvo

porque más allá de la muerte, más allá de la muerte

mi odio seguirá repoblando los bosques.

Puedo pensar que no, y entonces

hay un árbol.

Como un número blanco, como una ola de algas

tu cuerpo

largo y libre, algo lejano y mío, mío

hasta el desastre.

Un árbol con su techo delante de mi alma.

Será merced a mi alma que se va

con el primer ingrato de septiembre

o la milicia

que no espera

por una vez, por una sola vez,

para meterme en tu lengua ávida y rota

y perdonar al circo tanto asunto de valor,

tanto temblor,

tanta ruina con leones despeinados.

Mi amor, si digo esto mis ojos

crecen y

sonrío

pero, mi amor, si digo esto tu boca se parece a una tribu

roja que golpea cristales

y es el olor de las amigas que amé

tanto

detrás de un cementerio.

Mi amor, mi amor, y como este cuerpo que toco

alguna vez

una alegría sin centro me despierta en la noche

que no termina aún, que no acaba

y todo se ve azul

hasta morir

y yo habría de tener hierro en las manos

y quedarme. Tener

los pies, los días, las orejas,

los pechos y las alas

con hierro

y quedarme.

Esta es una canción desaparecida

para cantar con los brazos extendidos y los ojos

cerrados

y las rodillas

en el fango tormentoso de la culpa

mientras cae una lluvia de arcos y volutas milenarias.

Es más dulce mi cuerpo;

aquí está con medallas y

caderas, con el verbo del tabaco y la hojarasca.

Es más dulce

así

con huellas diminutas de dientes de ave viva

en mi sexo como una ropa

antigua que devora

la sal, en los pechos enanos como pruebas, retenidos

y aún distantes, enemigos para siempre,

y en la cintura que ardió

con muertos, barricadas, botellas,

armaduras

y un almanaque inútil con la fecha del ocho

y los niños del valle, los perros y las cañas.

Ven, amor, a degollar conejos encima de mis

nalgas.

cuánto tiempo he de esperar, cuánto tiempo

he de esperar.

Además

el silencio de la tierra que

no dice

palabras, que no dice

estertor,

que no dice

colegio ni cita mayo alguno.

Cuánto tiempo he de esperar.

De “Los versos del Eunuco” 1986

PECES DE SANGRE FRÍA…

Peces de sangre fría,

fríos peces de agonía intolerable

y deseos escasos.

Ambición sólo de respirar deslizándose

Con familias enteras que el océano asila

sin preguntar de qué cálido hábitat

vengo.

Siguiendo su rastro con convencionales artes

materiales informes,

mallas nuevas

querría manejar

sin que me impresionase su baile ciego en torno a la almadraba,

su turbia postración,

su fuga turbia.

De “Los hábitos del artillero” 1990

RECUENTO

Hoy tengo

veinticinco años.

Mi juventud se va

con mis mejores deseos.

La quiero, la veo marchar

sin una rozadura,

sin reproches espero a que esté lejos

para llorar su falta.

Nunca sabrá nada de mí.

Cambiaré de amistades, de lugares,

frecuentaré otros sitios

donde todo sea nuevo

y ella no pueda decirme te quiero nunca más

y yo nunca más pueda dejar de obedecerla.

Me esperan hombres que saben decir no,

mujeres que saben programar sus vacaciones

y soy feliz,

el futuro se descubre ante mí

lleno de hombres que saben decir no,

mujeres que saben decir no

me esperan en sus increíbles fiestas

con sus mejores deseos.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997

REFLEXIONES HIPNAGÓGICAS

I

Imposibilidad del amor turco,

del amor que se arrecia en una estampa de niña desnutrida,

en un candente gesto de impotencia acribillada,

en la necedad y en lo vacío de unas muertes gratuitas

con su odio de vejeces aceleradas bajo la tristeza más simple

que se nos iba perdiendo -otro abandono más para nuestras vidas

sin lirismo.

Porque es lo inaudito

amarse en las basuras de una noche de viento

confundiéndonos del delirio infantil

y perverso de los gatos, contagiando

nuestros cabellos de la perfección y

la morosidad de la piel de las patatas,

embelleciéndonos los trajes con el contacto de la sangre

púber

que derrocha este desorden nocturno de finales de guerra

y destrozos humanos.

Punto. El viento.

II

Para encontrar pronto la Henoc robustecida de tu estrofa

donde también tenga cabida el amor en toda su vastedad

de azules.

Temprano es una palabra no muy bella que exige mujeres

repentinas y constelaciones espontáneas.

Quizá no sea preciso hablar de una truncada estrella

en las alcobas cuando algún crimen corrobora

la lentitud y la paciencia de unas medias desmayadas sobre

el suelo.

Y luego el acento agudo de tu risa tónica

clavándoseme en unas sangres que destila mi tristeza

atareada con las cosas más urgentes

desbaratándome un verso con su imprudencia de pájaro

cosiéndome los labios a pares suicidas

mutilándolos para lo más dulce,

negándoles tus arañas.

III

Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura

sobre todo en las mañanas necesarias del deseo,

en los tilos de un amor que se recupera de la desmesura

con un desayuno tardío

y el final de una historia mal mecanografiada de niños de ayer

que aún no sé, no sabes, si se han muerto, si van a

comprar la libertad de su poema

o si tienen que vivir

para una madre enferma de naufragios;

la historia siempre interrumpida por la inminencia

del dolor o del placer oscuro de los cuerpos,

la historia siempre interrumpida,

la historia siempre, siempre. Al final

siempre aquella cosa del término y el cierre,

la clausura,

el final.

IV

Pero ahora vamos cayéndonos en este desagravio de las fuerzas

y una ordenación de paralelas fijas

entreteje nuestros tiempos

señalados, abocados a la causa de las calles más anónimas

y mares y atmósferas tumultuosas y suburbios de palabras,

arrabales de gestos imprecisos, atajos peligrosos de llegar

antes de las diez para atrapar las primeras uvas

que desgaja el día.

Es la guerra, ya.

Atiende, esta es la hora

propicia

para decir cosas como levántate, te amo, es tarde,

mi amor, qué tomas, sólo queda café y leche,

y cómo

nos queremos, decir no quieres más, estás cansado,

mi amor, mi amor, atiende,

son ya las diez

(cómo te maldigo),

la guerra ahí afuera,

y tú, etcétera, márchate.

V

Habremos de volver, en todo caso, a la espesura,

a la concatenación de los días,

purgándonos el alma con dos soles de amianto,

haciéndonos las uñas con una suavidad de oficio

sin quebrantar las reglas de la moral que presiden los retratos

blanquinegros de las casas.

Volveremos siempre,

aunque sea cierto que nunca se retorna,

aunque Nietzsche tenga o no la razón,

y nosotros

(indefensas criaturas de la fonética más ardua)

no sepamos escribirles el nombre a los filósofos, no sepamos

consumir

el goteo milenario y lentísimo de las estalagmitas,

aunque afuera, en el río callejero de los claxons

nos aturda un viento claro de poniente,

una confusión

de abreviaturas y escaparates.

VI

Pero ¿es necesario que te ausentes para el hambre?

No, dime que no como se dicen las canciones, t

dí no como una canción apenas retenida,

duda no para que la canción sea más lírica y

romance.

No vamos a volver al filo estrecho de los meses,

no vamos a ser la estatua de sal,

la mujer de Lot,

la destrucción de un renunciar,

de un abdicar,

de una puerta maltratada.

Y el abandono delante de las ventanas encendidas,

el abandono de un hombre-sombra borrado de la historia,

un hombre que apenas es objeto oscuro, macizo,

recortado, opaco, impenetrable

tras la luz que desbarata y obstruye

los sentidos,

la luz mortificante de ver cosas,

la luz que destruye y minimiza

el horror

de ser un ave bajo tierra.

VII

Es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos

malogrados de la infancia.

dejemos los mediodías abiertos para los últimos

pobladores de la noche,

apenas Se te ve ya entre tanto rayo creador

y tanta renuncia de larvas.

Renunciar es esto.

Un temblor de temores bajando las escaleras,

cayendo hacia los portales barridos

y solitarios,

un agolpamiento de polvo, de tierra fértil y de

frutos dibujados en el movimiento súbito

de tu paso meteórico y fugaz

como Una ausencia de niños pálidos.

Tanto hueco.

Ausentarse es esto.

Así,

es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos

aunque tu recorrido dure lo que duran las abejas.

VIII

Cómo he de decirte que vengo de beber de tus sequías,

cómo voy a contarte mi febril búsqueda de rastros

en tu cuerpo abandonado.

Otra cosa es la lluvia y los morteros patriarcales,

las herencias seculares de comerse una manzana,

las costumbres y atavismos de monedas insectívoras,

tu rostro adaptado a la geografía universal del hombre ameba.

Pero llego y se te borran los ojos,

las crines

de semental confuso se te vuelan

y ya no quedan en la superficie de tu cuerpo

estigmas de raza, edad, sexo o condena a muerte

y sólo eres ya una cosa rosa mate de pesada traslación

e ingente abrazo.

Eres únicamente una carne ciega y útil,

una carne abierta que maneja mis palabras,

carne viva, animal puro, sin timbre humano,

aproximándose al ser-latido, al primer peldaño de tu

génesis

violácea,

recordando el primer árbol, la primera gota,

el primer silencio.

Y entonces es cuando te amo, ciertamente.

No hay un amor suicida para cada minuto de cada catástrofe,

otra cosa es el olor que dejas en los pasillos

cuando es necesario que te vayas a la guerra,

mi amor,

a la guerra callejera del inmueble y la agonía.

Ah, el amor de nunca

retenido en los estantes suntuosos de la tradición amable,

pisado de polvo, arañado, entristecido,

apenas soleado, a una esquina de la muerte,

alguna vez te diré que no me angustia

este amor tártaro,

que solamente preciso de tu cálida carne siberiana.

De “Odisea definitiva” 1984

TODO ME DA VUELTAS…

Todo me da vueltas.

Irlanda está lejos, como tú,

equidistantes de mi corazón

que no os ama.

En la nevera del barco, entre julias,

olvidado en el palo mayor,

mi corazón se cuenta entre los animales más lentos del bosque.

No es su turno

y está todo tan difícil

como en los vestidos de las mujeres de Belfast.

Botón por botón

me hacen aún más desgraciado

y no debo rasgarlos como si esto fuera mi pasión

y aquello mi cerebro.

De lejos,

ni Irlanda ni tú:

mi estómago no os ama. Amanece con nudos

y eso es todo.

Es rápido, pero cobarde.

De “Ballenas” 1988

VISIÓN DE CIBELES

Yo era una bella mujer que pasaba sin mirar

y llegué hasta aquí y debí detenerme,

dormirme,

soñar con hojas y aves.

Otras vidas fugaces como hojas o aves

giran sin detenerse.

No envidio sus viajes.

Quieta,

me quedo aquí de piedra.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que soy de piedra?

¿Cuántas hojas y aves han caído y volado?

Cuantas vuelven

o llegan

como tú,

que me ves como nadie me ve,

que no buscas en mis ojos respuestas

ni haces preguntas,

que pasas y miras sin querer

lo que los otros no ven,

lo que sólo aquí se ve,

los ojos blancos y abiertos de las estatuas

que han llegado caminando de tan lejos

y se paran

y escuchan al vagabundo

mientras los hombres se cruzan

y se hacen preguntas

en estas calles donde un día debí detenerme,

dormirme,

soñar con hojas y aves.

**

Como tú me ves nadie me ve.

Con corazón de piedra

apacigüé a la madre,

liberé a aquel muchacho de la boca del tiempo

con corazón de piedra.

Frío y duro es mi corazón

y nada hallarás en él

del mundo conocido.

Mi trabajo es sencillo:

burlo al padre devorador de sus hijos

con un niño de piedra

y en mi sombra cobijo fugitivas muchachas

y apaciguo a las madres.

Te sonrío, es mi empleo.

Pero no te miro de frente

ni me vuelvo a mirar cuando pasas

ni pregunto quién eres a las aves vecinas

ni reclamo en tus ojos

vanas complacencias.

De “De mí haré una estatua ecuestre” 1997