Paz Pasamar, Pilar
Poeta española nacida en Jerez de la Frontera en 1933.
Estudió Filosofía y Letras en Madrid donde conoció y trabó amistad con Juan Ramón Jiménez, quien ejerció
gran influencia en su formación académica.
A los dieciocho años publicó su primer libro de poesía, «Mara», bajo la orientación de Carmen Conde.
Ha sido considerada por la crítica como una de las voces más representativas de la poesía española contemporánea.
Es miembro de la Real Academia Hispanoamericana de Letras y a la de Ciencias de San Dionisio de Jerez.
Ha recibido numerosos premios entre los que se destaca el accésit al Premio Adonais en 1954.
De su obra poética se destacan, «Mara», «Los buenos días», «Ablativo amor», «Del abreviado mar»
y «La soledad contigo».
Me gustaría  daros,
amantes en la orilla,
el tronco de algún árbol
donde pudierais  todos
grabar las iniciales.
Un álamo o un pino,
o un roble, o algún  chopo,
o la acacia de un parque
meticuloso y frío
que desdeñáis por  este
salobre aire del mar.
Sí, un árbol para cada
pareja, un árbol  trise
como todas las cosas
que sirven al recuerdo.
En el largo  paseo
ni una mata, ni un trino,
ni una sombra. En lugar
de rosa y  margarita
que deshojar, el alga,
la podrida y rotunda,
fuerte esencia  marina.
El faro allá a lo lejos
ilumina de pronto
el abrazo  furtivo
y hace, cómplice, guiños.
Un árbol sin raíces,
al aire, os  traería.
Si alguna vez amantes
de este rincón, hubiera
olvidado el  mensaje
de mayo, y la que os canta,
mi voz, ya no sintiera
su anuncio,  os dejaría
mi garganta, y en ella
-como en un viejo tronco-
grabaríais  el clásico
corazón, la promesa,
la inicial, y tal día
de tal año, en  cualquiera
y feliz primavera.
Mi garganta aún podría
servir de algo al  amor.
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Nadie lo sabe y lo dice:
sólo tú por mi secreto,
¿Con  qué llave penetraste
por la cárcel de mi sueño?
Teníamos la frontera:
una almohada de por medio
y de pronto, enredadera
que va alzándose  del suelo,
le diste alcance a mi sombra
y se iluminó el momento.
Está,  bien, mucho mejor.
Así nos sabrán más frescos
los abrazos, ya no  queda
vallado entre los dos huertos.
Si alzábamos ese muro
fue por  gusto de romperlo
después, que sabe mejor
lo que antes tuvo  misterio.
Cada noche, colocaba
en tus manos el llavero.
mira si lo  deseaba,
y ya me estaba doliendo
que tú supieras de mí
todo, y un  poquito menos.
Mi secreto ya no era
ni la sombra de un secreto.
Con tu  amor, subió hacia arriba,
flotaba como algo muerto
sobre mi mar porque  tú
alzaras después su peso:
y ya ni pesa siquiera.
Casi vuela, al  extenderlo
como una sábana limpia
debajo de nuestros cuerpos.
Nos hizo  cómplices. Puso
su sal, bajo nuestros besos
y que el mundo  pareciese
recién estrenado, nuevo.
Que yo no quiero tener
-ay, amor,  que no quiero tenerlo-,
que no quiero conservar
ni siquiera un  pensamiento
con las raíces antiguas
clavándose en el pecho.
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De tierra adentro a mar, de trecho a trecho…
De tierra adentro a mar,  de trecho a trecho
desde el invierno hasta el feliz verano,
de la estepa  encendida de la mano
a la región volcánica del pecho
va posándose  amor, y va en acecho
amor de cima a sima, y sobre el llano,
y va  implantando en todos, soberano,
su ley, su ejecución y su derecho.
Rey  de la geografía del semblante,
encendedor de lumbres abisales
toda región  desconsolada anima.
Cruza desde el poniente hasta el  levante
implantando sus órdenes reales:
su agua, su luz, su voluntad, su  clima…
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A mí la nieve me  quema
siendo la nieve tan fría…
¿Que dentro? Salgo a la  calle.
¿Que fuera? -No, ¿Que de día?
-Yo salgo de noche. ¿Que
de  noche?
Y mi alma se empina
para darse contra el sol
rotundo del  mediodía.
No. Si me tiendes tu mano
la apartaré de las mías,
si  ponéis entre barandas
mi regresada alegría,
romperé los barandales
en  seguida.
Ni tú, ni el otro, ni vuestra,
ni de nosotros. Mi vida
un  «no» contra todo y siempre:
«no, así no», como una fría
espada de  pesadumbre
contra márgenes y guías,
¿Que los demás? Los  demás
podrán, pero yo no. Mira:
es preferible quedarse
seco como la  ceniza.
No, a mí no. Descalzo y  limpio
mi corazón no se agria,
pájaro neutral de marzo
vivo como él  todavía.
Mi pie, mi mano. La mía.
¡A mí la nieve me  quema
siendo la nieve tan fría!
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Me vais a perdonar,  es ya la hora
de esconderme en el alma.
Una jornada como ésta  tiene
demasiada luz.
¿Cuánta palabra hubo, cuánto vuelo
agobiador  formaron los petreles?
El camino quedó como  camino
debajo de los pasos?
Y tú, pobre emoción de cada  día,
retornarás después de esta mañana?
¡Cómo duele ir al paso de las  ancas,
las orejas tibias,
como se cansa el dedo que acaricia
las cosas  cotidianas!
Hasta luego. Mi pecho no os resiste.
Ya vuestra  mansedumbre me hace daño
¡y hay tanto que esperar en el  silencio!
Mañana, quiera Dios, será otro día.
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Hemos llevado juntos esta pena…
Hemos llevado juntos esta  pena
como vaso de frágil porcelana.
Nos hemos arropado con el  mismo
cobertor de tristeza. Hoy has cabido
dentro de un puño frío y  apretado,
pero, a pesar de todo, te dormiste.
Eres hombre cabal hasta en  el sueño.
Te duermes sin caer, sin derribarte,
te duermes como deben de  dormirse
los cíclopes, los hércules, los dioses.
Los centauros, las  fieras, así duermen.
Tienes el abandono de los grandes
y si el sueño te  llega, tu victoria
la pregona las sombras y los mástiles.
Toda la tierra  vela cuando duermes:
hombre, pecho de mar, párpado oscuro,
pan de trabajo,  río de sudores,
hombre puro de cara a la fatiga
acosado de dientes y  veranos.
Eres más hombre aún cuando se encierra
tu limpia forma de mirar  la vida.
Hombre mío, cansado y solitario,
tenaz defendedor de pan y  risas,
condenado al amor y al sufrimiento,
hombre, amor al que arrimo mi  desvelo,
compañero de almohada y despertares.
Si tú has dormido al fin,  también yo puedo,
y si tú velas, en amor yo velo.
Venga ya para mí un  trozo de olvido,
tome mi pecho el ritmo de tu pecho.
No nos pudo la pena,  y de tu mano
corrió la sombra y se apagó en mi río,
corrió el dolor y se  agostó en mi vena,
me inundaste de sueño junto al tuyo
y me dormí junto a  tus costillares.
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Intermediario ser, anfibio alado…
Intermediario ser, anfibio  alado.
Amor hecho de raptos y de ausencia,
a otros alimentaste con tu  ciencia
desposeyéndome del esperado.
Bien sé cómo eres, aunque  disfrazado
cruzaras tantas veces mi dolencia,
haciéndome creer que era  experiencia
de ti lo que ni apenas tu recado.
Ahora, burlada, llega el  importuno
labio de quien te sabe a repetirme
tu nombre con informes y  resabios.
Condenada a la espera y al ayuno
no te alzaré la voz ni  habrás de oírme
porque la soledad no tiene labios.
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La casa es como un  pájaro
prisionero en sí mismo,
que no medirá nunca
la longitud del  trino.
Encarcelada ella
que no yo, pues la habito
conociéndola, y  pongo
mi cuidado y mi tino
en algo que no sabe
ni sabrá de mi  cuido.
¿No me siente por dentro
removerme, lo mismo
que se siente en la  entraña
la presencia del hijo?
Me ignoran los cristales
no nos sienten  los vidrios
tras los cuales luchamos
contra el mar y sus ruidos.
No  sabe que en sus muros
crece el amor, que hay sitio
para soñar, y que hay  mundos
y faros escondidos.
Ignora de qué modo
la nombro y la  bendigo.
Le digo muchas cosas;
la pongo por testigo
de todos mis  secretos.
De lejos, si la miro,
me parece que tiene
la tristeza de un  niño
abandonado. Subo
sus peldaños, le digo
mi nombre, porque  note
que he regresado. Giro
por su caliente espuma,
me afano por su  brillo,
la quiero clara, alegre
la enciendo con mis gritos,
con el sol,  con el aire
del salado vecino.
Casa nuestra, mi casa…
¡Cómo crecen  sus filos!
¡Cómo crece la sombra
de Dios aquí escondido!
¡Qué  inevitable y fácil
la soledad, contigo!
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No te asustes por  mí. No me habías visto
-¿verdad?- nunca tan triste. Ya conoces
mí rostro  de dolor; lo llevo oculto
y a veces, sin querer, cubre mi cara.
No temas,  volveré pronto a la risa-
-Basta que oiga un trino, o tu palabra-.
No te  preocupes que ha de volver pronto
a florecer intacta la sonrisa.
Me has  descubierto a solas con la pena
e inquieres el porqué. ¡Si no hay  motivo!
Cuando menos se espera, el aguacero
cae sobre la tranquila piel  del día.
Así ocurre. No temas, no te aflijas,
no hay secreto, mi amor, que  nos separe.
La tristeza es un soplo, o un aroma,
para llevarlo dulce y  suavemente.
No te quejes de mí. Yo estaba sola
y vino ella, y quiso  acariciarme.
Déjanos un momento entretenidas
en escuchar los pasos del  silencio
y sentir la tristeza de otros muchos
que no tienen amor ni  compañía.
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Este es mi mejor  mundo
puesto que tú lo habitas
-lo habitamos-, en medio
del llanto y la  palabra.
Para estrenarlo, hubimos
de adoptar la esperanza
que, como  lazarillo,
guiara nuestros pasos.
La soledad contigo
qué dulce se  presenta.
El mar, contigo, al fondo,
su amistad nos ofrece;
el pájaro  nos canta,
el agua corre limpia,
por la noche asomamos
nuestros rostros  en paz
juntos, frente a la estrella.
Y cuando en el instante
de sentir  a Dios, tomas
mi mano, qué silencio
mi corazón recoge.
Todo está más  que dicho
en ese mundo antiguo
donde tú rescataste
mi tristeza. Hoy  estreno
la luz, la verdadera,
la única que podía
iluminar mis  ojos.
Amor, un mundo nuevo,
un reducido mundo
para cantar: es  todo.
Ya es bastante: lo único.
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No le consientas tanto, que acostumbras…
No le consientas tanto,  que acostumbras
mal a mi corazón. Exige, hiere.
Niégale a mi pregunta lo  que inquiere,
si pide luz, mantenla en las penumbras
del amor. Cuanto  más lo alzas y encumbras
más insaciable está. Mi amor prefiere
luchar por  la respuesta, y que él espere
impaciente la luz con que me  alumbras.
No le perdones nada a mi descuido
que me duele ser siempre  la deudora
de tanto amor, y tal renunciamiento.
Dame que perdonar. Yo  te lo pido.
Hiere mi corazón, hiérele ahora
para que perdonando esté  contento.
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Por ellos no pasaste. Bien se advierte…
Por ellos no pasaste. Bien  se advierte
que están secos, con sólo la sonrisa.
Van de una cosa a otra  tan deprisa
que el agua de la vida se les vierte.
Van de acá para allá  sin conocerte,
gastados por el soplo de otra brisa,
pero nunca sabrán de  la precisa
hora en que el mundo en fuego se convierte.
Míralos:  desatentos, desalados,
desparramados, secos, sin saberte,
más solos que la  luna y ateridos.
No supieron ganar y están ganados,
no supieron mirar  y están sin verte…
¡Qué pocos son, amor, los elegidos!
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Reprocho a las cosas que le entretienen
( ¡Ay, qué  grandes debéis ser
que así me lo entretenéis! )
Altas de talle y, bien  plantadas.
y cien veces aborrecidas
cuando se espera de esta  forma
desesperada y decidida.
¿Con qué hebras tejéis los hilos
que me  lo ensartan y desvían,
urdidoras de mi coraje
y robadoras en  porfía?
¿Por qué caminos o qué atajos,
agazapadas, repentinas,
le dais  el alto, santo y seña,
paso le dáis para que os siga?
¡Si yo no puedo en  la distancia
ganar batallas ni partidas,
enfrentarme con vuestros  aires,
regatearos con mi risa,
reclamaros con mi presencia
su.  necesaria compañía!
( ¡Ay, qué blancas debéis ser
que así me lo  entretenéis! )
Cuando llegue, no habrá palabras,
razón que valga y que  me asista,
vendrá cansado y solitario
con la frente desvanecida
y -a  tres cuartas el corazón,
achicada y medio escondida-
yo iré quitándole de  en medio
toda la carga de este día,
porque no note mi cansancio
ni se  le acerque mi ceniza:
los desperdicios de mi sueño,
los retales de mi  alegría,
las cortezas de aburrimiento
y el agua muda que se agria.
A  nadie le dolerá el aire,
a nadie pasará este día…
¡Y he de llevar el  plomo oscuro
de su cuerpo mientras viva,
la memoria de aquellas  horas
en las que todo enmudecía,
en las que todo fue silencio,
latir de  alas oprimidas,
metal de espera por las manos,
por las sienes y las  rodillas!
Nadie sabrá. Nadie. Ni él mismo.
Una de tantos… Sólo un  día…
Todo perdió su sal, su vez…
( ¡Ay, qué grandes debéis  ser
que así me lo entretenéis! )
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Si un verso olvido nunca me devuelve  su cita.
Volver es tan difícil como morir de veras,
por eso son distintas  todas las primaveras
y esperamos en vano que un sueño se repita.
¡Y tú  quieres llegar! En mi mano vacía
tu presencia se vierte reducida y  oscura;
se pudren las raíces y el brote no me dura
lo que dura el deseo  bajo el golpe del día.
Si hay para cada instante una voz diferente,
ni  hay silencio que envuelva por dos veces mi frente,
ni ola que desdoble  repetida en la orilla,
¿cómo vas a llegar sobre tu propio paso
si el  camino es distinto, y hasta Dios tiemble acaso
al besarnos dos veces en la  misma mejilla?
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Madre, tu eres ya no tuya sino  mía.
Te has ido dando como la luna sobre el agua.
Toda tu claridad se han  reflejado
inmensa, sobre mi alma.
Madre, ya no eres tú,
tu risa no es  tu risa.
Soy yo quien te sonríe, quien te mueve las manos.
Quien te vive y  respira por ti. Ya no eres tú,
madre mía. Has fijado
tu claridad lo  mismo
que la luna en el lago.
En mí tu imagen flota, reposa, duerme,  gira,
en una simbiótica unidad que nivela
tu carne con mi carne, tus ojos  con mis ojos,
tu pena con mi pena.
Y tu fin – extinguirte sonriendo – es  el mío.
-¡Tu fin !- Allá en lo alto te esperará una estrella.
Yo te  sujetaré con mis manos (¡tan jóvenes!)
más arriba del mar, más arriba del  tiempo.
Y nos daremos juntos, madre mía, tan juntos
que Dios no sepa nunca  distinguir si eres una
o somos dos a una los que nos hemos muerto.
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Ya me tiene mi Dios. Me ha señalado…
Ya  me tiene mi Dios. Me ha señalado
el pecho y la razón con su caricia,
y  ya siento el empuje que se inicia
en forma inmaterial. Me he levantado
sedienta de confines y, logrado
mi afán, he de buscarme la sonrisa
y al despertar, entre la nueva brisa,
veré mi corazón enajenado.
Porque ya voy a Ti, con esta entrega,
déjame despedirme de la rosa
y saludar la luz en su carrera.
Antes de comenzar mi dulce vuelo,
el árbol prestará toda su sombra
a la fiebre encendida de mi anhelo. 
