Virallonga, Jordi
Poeta, ensayista, crítico, y traductor español nacido en Barcelona en 1955.
Es catedrático de Filología Española de la Universidad de Barcelona y cofundador y presidente del Aula de Poesía de Barcelona. Como crítico y traductor de varios idiomas, colabora permanentemente con diferentes periódicos y revistas.
Su obra poética está contenida en las siguientes obras: “Saberte” 1981, “Perímetro de un día” en 1986, “El perfil de los pacíficos” 1992, “Crónicas de usura” 1996, “Todo parece indicar” 2003,
y “Los poemas de Turín” 2004. También ha publicado los cuadernillos Dos poemas en Turín,
La vida es mentira, no obstante va en serio, y Con Orden y concierto. Parte de su obra ha sido traducida al italiano, portugués y turco.
Entre los premios obtenidos se destacan el Premio Ciudad de Irún en 1996 y el Premio Internacional de Poesía Villa de Aoiz en 2002
Mira qué piernas tienes, la lisura de tu cuello.
La vida te ha dejado ser bella todavía.
Aún te queda tiempo para más de una noche,
noches que no son un regalo,
que regalas a los amigos feos,
precoces pero tiernos, o a hombres
que te llamaron guapa y querían
estar contigo a solas una noche
como un verano entero.
Una noche tan sólo, y otra vez sola
tras otra soledad entre las piernas.
Da lo mismo, quizá es un mal comienzo,
saca el álbum, ¿dónde está el mechero?
Princesa de las fotos,
no volverás a contar tu vida a nadie.
Lejanas, irrompibles, testigos implacables
que a cientos de quilómetros del tiempo,
de cuando había risas y un paisaje,
siguen llevándote a las playas, los amigos,
la toalla de un hotel a mediados de noviembre.
Mira ésta, es invierno,
y unas hojas más allá la primavera
de otro año y los niños corriendo la alameda,
¿si nunca ibas a morirte,
qué risa entonces podía imaginarse
que nunca más volverías a ser ésa?
Aquí es verano. Éstas no, que no las vea nadie,
o da lo mismo,
también en esas calles la gente se encierra
con sombras que tampoco fueron suyas.
Ya siempre será así.
Seguirás tomando leche hasta que llegue
la vejez sin paliativos,
no la muerte a la que temes menos,
para dar a tus hijas una herencia de fotos que mostrar
a sus novios, a sus amigos nuevos
(por cierto, estás preciosa de perfil en la del puente),
y entiendan en tus ojos, los suyos,
que perder no es fracasar,
y que la victoria significa
estar sufriendo siempre
para no alcanzar verdad alguna;
que con su poco de amar, todo es vivir
irremediablemente.
-Adagio Calmo-
Para Pilar Chavarrías Alvarez
Carissima:
Aunque ser no sea lo que soy ni lo que he sido,
sino una cosa vaga,
todo significa ver
lo que estos ojos ven
porque uno
no detenta
más vida
que la suya,
y ya que lo preguntas:
Asistirás a la cerrada verdad de la quietud,
aun en la distancia,
porque son tus ojos en mí los que te llevan.
Asistirás aunque no adviertas perpetrar la emboscada
del día
o se vuelva gris el tren y acucie la insistencia una patria
sin edad.
Asistirá de nuevo el tiempo
triángulo amoroso de un antiguo anhelo,
sin que le importe al tiempo un álamo
el riesgo de poseer al tiempo, a ti o al pensamiento que te
lleva a cientos de quilómetros por nada más extraño
que su hora.
Adulta o no,
la alameda se repite:
la alameda se repite como un obcecado mirador de despertares.
Agradece pues esas miradas desbandadas
como el alojo de un cuerpo en un cuerpo que le vence,
así el jolgorio de verano en los ulises de las playas,
tal el vicio en el cerebro de los hombres de Instituto
(entonces yo era una pena y no estaba,
yo estaba rindiéndome a escondidas de los curas a Sachmis de Karnak).
Pero como en ti se obcecó el clima de aquel aire, estarás durmiendo.
Dormir fue siempre en ti un particular viaje,
una parcial totalidad de andar despierta,
abandonada siempre como abandonándote,
como si ya en el avión no encontraran más que tu maleta,
como si te hubieran secuestrado en Oriente al comprar una tetera,
como si me hubiera tragado el desagüe y no me
encontraras al licuarse las burbujas de jabón.
Todo este anacoluto -que rima con grazie di tutto,
es decir con falta de coherencia emocional-
viene a cuento
de que me pareció tu nombre entero un bar pequeño,
pueblo anexionado al empeño de poder a toda edad,
sólo por el son y serpenteo de una sonrisa limpia, cerrado
caracol, embrión del reposo que al estallido brama… oh
sí dime ¿cuándo amando a las mujeres te llamé mujer?
Amando el verde amé la tropelía de tus ojos donde quiera
que se urdiera una fatiga,
aquí,
como si de veras habitara alguien
capaz de residirte sin tú abandonarle.
El frío afila la vagina de los puentes
(qué fría maquinación esta de así respirar).
La alameda se repite en su ingenua vocación filmada
como el culo de un mandril en un álbum de animales;
restará ahí siempre como el museo egipcio,
como los felinos y marmóreos pechos de Sachmis de Karnak.
Amando los felinos y marmóreos pechos de Sachmis de Karnak
amé los tuyos,
mis horas bajas:
el revisitado estado donde no se hacía viejo ni jamás,
la hora de volver a casa,
una especial mala uva por la cual bebo tanto y pierdo
poco a poco la memoria
y el futuro que no siendo mío cruzará de nuevo la estupidez de amar,
es decir, de volver a conocerte.
Decía
que aunque febrero no sea ya tu mano en el cambio de luna
y un teléfono hilvane
y sepas que no hay razón en esta telefónica ventura,
es inútil saber que eres tan sólo tú quien pasas,
o yo, o todos los ojos de este tren saltando álamos,
un mandril, el recuerdo fotográfico en las bolsas de maíz,
el cauce seco que quizá ensombreciera un viaducto,
o Sachmis de Karnak en el museo de mis ojos,
ya los tuyos.
sólo nosotros,
por mucho que el observatorio espere persiga y aguarde
a todos los cometas en su idiota trayectoria,
o nos prometan que dentro de cien años, ya pesar de los primates,
la flor del junco reflorecerá.
Quiero decir, quería se entendiera,
que a veces sólo a veces gran amor es casi siempre un infortunio,
lo es respirar así, tan como queriéndolo, como contando pulsaciones.
y tú lo sabes
-llegaste azul, azul al verde y lo supiste todo-,
porque escribir esto es amarte
aun al desaguar lo que todos dejamos de ser levantando losas, buscando playas.
Tampoco yo demostraré que aquel tiempo de laurel y de jardines
y de cuerda y de columpio y de atado a los cipreses;
de testigo insobornable de una infancia infame, pasó,
aunque ocupe también ahora el sueño ajeno
(así un labio dejado en el cristal) ,
de habitar un lugar que aun siendo mío
es de alguien que pronto volverá
por todo aliento que le fue arrebatado.
Estoy cansado, D’ Artagnan, es cierto
que no merece la vida una pregunta.
En realidad las cosas me son así
por eso que no supe ser a tiempo, tú ya sabes:
llegó abril y tus ojos de cometa
se asomaron a la apatía de las próximas playas.
Nunca quise retenerte.
En realidad las cosas fueron así,
entonces no te dije,
y quizá eso lo hubiera aclarado todo, te digo,
ya que no lo preguntas.
Se leyó a sí mismo
los versos que había escrito
y se negó, nunca más,
a recibirse.
Era un mal poeta,
pero un hombre extraordinario.
Esperar, sufrir,
dar vueltas por la casa,
atender un regreso,
desear verdad y venganza,
cavar la bajeza.
Nada más puedo hacer
con todo esto que soy,
aun sabiendo que,
cuando tienes pavor,
la peor soledad
es la del centinela.
Mira mis brazos, se cubren de neón,
abarcan la luz nocturna de los barrios y aeropuertos;
ese esparcimiento de órbitas tardas en peceras de cristal,
zona a zona,
planta a planta, la cometa de ascensores.
Mira mis ojos, todo lo ocupan
-más inmensos que el iris de la noche,
que la luz de la bahía resguardada de los puertos-,
derramados en la incógnita inicial del horizonte,
donde están los sueños todavía por crear.
Mira mi sexo,
mira su longitud cavernal
recibir la láctea dispersión de caminos boreales.
Mira mis piernas levantarse por encima de las patrias,
apuntalar la tierra, embovedar planetas,
también la lejanía ignorada,
de océano a océano,
piedra a piedra, el malecón de asfalto.
Mira mi huella pisar las calles,
sombrear la estela de los faros autónomos en los escaparates.
Mira mi pecho, imagina la nada impensable
y amnistía tu legítimo deseo.
Mira hombre mi ansiedad,
el húmedo filtro que atraviesa los cristales,
la perfecta distribución de las horas, las luces,
el sugestivo encaje de los vientos
y alza sobre mí
la dispuesta obscenidad de tu semblante.
Levántame los diciembres, el cristal vaporoso,
la línea suburbial donde acaba tu viaje.
No respondas al teléfono, es gerencia:
mira seis veces mi ropa,
acércame las sales, esa colonia agreste.
Déjame descansar y el mundo será nuestro,
también el baño de alto standing, estatura brutal,
y el dúplex de porcelana en que te espero.
No es el verdugo quien dicta ni atiende
los asuntos mundanos. Sólo hace su trabajo.
También el asesino que asesina,
la víctima que muere, los testigos
que atestiguan que sí, que no o quién sabe,
todos ellos, la gente que pasaba,
la prensa que pensaba, hacían su trabajo.
Mas no temáis. Ni ellos ni yo ni nadie
debemos responder ante la historia.
Si acaso el rey o dios, que son irresponsables,
paradigmas verbales del odio y de la gloria.
Amor y sexo van juntos,
sólo que uno se termina
mucho antes que el otro,
generalmente el amor,
de pura menopausia.
Son divinos, simpáticos, flamantes,
polis sin sueldo, curas sin sotana,
simpáticos, escépticos con clase
que no beben ni fuman, se divorcian
o no, y se hacen ex de todo lo de antes;
pueden fletar deseos, no soñarlos,
infames que no pasan por infames,
porque la vida es dura y ellos son
aquellos que nos la hacen agradable.
Con los pies en la prensa, lo real,
de entre tanto indecente, inocentes,
patrimonios de la humanidad,
paganos bautizados, mas cristianos,
trajeados, polícromos, púbicos,
crianzas de agua, manzana y ensalada,
follandrines sin par de interés público,
profundan pensamientos, nuevas razas,
algo sobrio, sereno y muy profundo
que calman, con su calma de excesivas
realidades, el límite del mundo.
Errantes, bellos, nómadas de playa,
felices, fatigados laborables,
azules fascinantes, nobles de alma,
princesas sin principios pero llenas
de finales, princesas con principios
de grandes almacenes, sin fisuras;
son todos compañeros de camino,
son los héroes que esperan recompensa
pues la vida les debe un buen destino.
Ya no gritan Dios, Rey, Patria, Familia,
su coraje temático y garrido
es de naturaleza parecida
en todos ellos, seres competitivos,
pues son al fin y al cabo adversarios,
no mucho, hipotéticos amigos,
presuntamente amantes, padres, hijos,
continúan la especie, son como antes,
quizá mejores, oyen, hablan, dicen
y dicen, hablativos absolutos,
que toda opinión es respetable;
que una imagen vale más que mil palabras,
que ninguno está loco, está enfermo,
que todo tiene siempre un responsable
y siempre que no quede otro remedio.
También tienen minutos para sueños:
la paz, la tolerancia, el respeto;
eclécticos, modernos, no afamados,
no ansiosos, tolerantes, tan acordes:
respeto, no comparto pero imparto,-
me importo yo a mí conmigo porque
del mismo modo tú te a ti contigo
y ella le lo lará se sí consigo,
como es de suponer dentro de un orden,
o sea algo lógico y normal.
No se acuerdan ahora, pero saben,
no tienen opinión, pero la tienen,
no saben para qué, pero no paran.
¿Que quieren saber más? hacen gimnasia.
¿Que quieren trabajar? son consultores.
¿Que quieren aspirar? pues se autoaspiran,
y no juegan por ser los vencedores.
Arriesgarse es tirarse desde un puente,
subir ríos, bajar cimas, barrancos,
pantalones, correrse por teléfono,
nunca más ser pequeños, despreciados,
ni jóvenes ni viejos ni burgueses,
correctos, coherentes y equipados;
no feos, no chillones laborantes,
no imprescindibles, pero, desde luego,
irrepetibles sí, inimitables,
superinsuperables, sublimados,
sólo que con recato y compostura:
risas cortas, la cena y al teatro,
los amigos, dos copas con mesura,
luego al sofá de casa elucubrando:
sábado sabadete, i buena está
hoy mi señora, ya era hora, jodamos
sin perder demasiado la cabeza,
con los pies en el suelo y por detrás!
Intachables, maduros, parecidos,
aparentes, que compran mil fascículos
para arreglar enchufes, muebles viejos,
terminar con la gota de los grifos,
enseñar a sus hijos, comprenderlos,
prevenir lo interrupto, y por antojo,
el parto inesperado o el forúnculo
informático que tienen en el culo
(hacendosos, correctos, con sus ojos
rojos, los tres, buscando una salida)
de tanto estar sentados viendo el mundo.
Así que ya no hay que aprender la vida,
la compran comprendida en los quioscos.
En fin, que así es la vida y suenen los timbales,
con curas comunistas, demócratas tribales,
soldados pacifistas, personas reciclables,
fascistas abortistas, tiranos liberales,
café sin cafeína, agentes muy amables,
saciables muy promiscuas, ninfómanas vestales,
artistas de revista, amantes deplorables,
católicos budistas, pero no practicantes,
geniales futbolistas, azar justificable
y pías que repían y bombas que no maten
y nacen muchas niñas a morirse de hambre…
y en fin, que así es la vida, damas y caballeros,
no es verdad ni mentira,
tampoco del color con que la miran
ni la miro; tal témporas, tal mores,
tal culo así las témporas, morimos
por muy buenas razones.
Metafísica
Perdurará el vuelo, no las aves,
el fuego sin la guerra, la tierra
junto al agua, sin bien y sin maldad.
Las ideas cambiaron las calles, no el aire,
son una persiana flotando en el mar.
Lo que es, quieras o no, es lo que te espera.
Habían de luchar hasta la muerte
y muchos la querían. Incendiaron
templos y bibliotecas y llenaron
valles, sentinas, plazas, de cadáveres.
Buscaban el prestigio y obtuvieron,
sólo algunos, anónimos honores
esparcidos a trozos en museos.
Poeta que persigues recompensas,
niega si puedes que en este lugar,
lejano de tertulias y congresos,
donde vienen los niños a fumar
y a mearse en capiteles y botellas,
se entierran, ignorados, cinco imperios.