Verdaguer, Jacinto
España (1845-1902)
Cuando te miro en la falda de Montjuïc  sentada,
me parece verte en los brazos del gigantesco Alcides
que por  proteger a la hija de su costado nacida
transformándose en sierra se hubiese  quedado aquí.
Y al ver que siempre sacas rocas de sus montañas
para tu  caserío, que crece cual árbol en sazón,
parece que le diga a las olas y al  cielo y a las montañas:
¡Miradla; carne de mi carne, y ya tan  mayor!
Para que tus naves, que vuelven con alas de golondrina,
hacia  el Cap-del-Riu, a la sombra no vayan a encallar,
él levanta todas las noches  un faro con su mano derecha
y por guiarlas entra andando en el mar.
El  mar duerme a tus plantas besándolas cual vasalla
que escucha de tus labios el  código de sus leyes;
y si dices «¡atrás!», hace sitio a tu muralla
como si  Marquets y Llances aún fuesen sus reyes.
Al nacer amazona, de murallas te  coronaste.
Mas pronto tu crecimiento rompió el estrecho
tres veces te lo  ceñiste, tres veces 10 rompiste,
saltando por encima del recinto de piedra  cual un león.
¿Por qué atarte los brazos con ese cinto de torres?
No  cuadra a una matrona la faja de los niños;
es mejor que las derribes de un  manotazo, y las borres.
¿Ciclópeas murallas quieres? Dios te las da  mejores.
Dios te las da de una hilera de cimas que te  coronan,
gigantes de la marina de los de montaña al pie,
de firmes de uno  en otro las ásperas manos se dan,
formando a tus espaldas un nuevo  Pirineo.
Con Montealegre encaja Nou-pins; con Finestrelles,
Olorde;  con Collserola, Carmel y Guinardons;
los lechos de los ríos que siegan ese  muro son las puertas;
Garraf, Sant Pere Martir y Mongat, los  torreones.
El alto Tibidabo, roble que a sus plantones domina,
es la  soberbia acrópolis que domina a la ciudad;
el agudo Montcada, un hierro de  lanza gigantesca
que una estirpe de héroes allí clavada dejó.
Sean  ellos los eternos términos de tus ensanches;
los ruinosos muros ofrécelos, a  pedazos, al mar,
en donde de un puerto sin medida serán los anchos  brazos
que puedan un bosque de naves aprisionar.
Como tú, devoran  ribazos y campos, y se tornan pue
las alquerías que te rodean, ciudades los  caseríos,
como niñas hacia sus madres corriendo a grandes
¿a dónde  llevarán sus aguas los ríos, sino al mar?
Y creces y te derramas; cuando  la planicie te falta
trepas por las laderas amoldándote a sus  vertientes;
en todas las que te rodean un barrio tuyo se esparce
que, ola  tras ola, hacia arriba tú vas empujando.
Gigantes que hacia la serranía  hoy tus brazos
tiendes, cuando allí llegues mañana, ¿qué harás?
Harás como  una inmensa hiedra que, abrigando las tierras,
sube a ceñir un árbol del  bosque con cada brazo.
¿Ves extenderse a Poniente un prado de esmeralda?
Otro Nilo lo forma con sus arenas de oro,
donde, si no te basta la falda  de Montjuic,
podrían ensancharse tus tiendas y tu corazón.
Aquellas  verdes riberas floridas que dora el sol,
Sant Just Desvern, al que sombrean  naranjos y pinos,
los bosques de Valldoreix, de Hebron y Valldaura,
tejen  tu futura corona de jardines.
¿Y esa bandada de pueblos que viven en la  costa?
Son ninfas catalanas que vienen a abrazarte,
blancas gaviotas que  el viento del siglo acerca
para que con tus alas de águila las enseñes a  volar.
Un día, La Murtra, la Verge del Port, la Bonanova
serán tus  templos, si son ahora el nido de tus amores;
los Agudells, mudando en blanco  su verde ropaje,
inclinarán sus te~tas para ser tus miradores.
Uncidos  querrían besar tus pies con sus olas,
esclavos de tu grandeza, Besòs y  Llobregat,
y ser de tus reductos  avanzadas troneras
los pechos de  Cataluña, Montseny y Montserrat.
Entonces, temiendo entonces que los  quieras por cabecera,
volviendo los ojos a los Alpes, el Pirineo  vecino
preguntará, secándose la blanca cabellera,
si el París del Sena  aquí se trasplantó. (…)
-Adelante, ciudad de los Condes, de río a río  extendida ya,
adelante, hasta donde tope tu nave con el Omnipotente;
te  arrebataron la corona; mas no el mar;
del mar aún eres reina; tu cetro es un  tridente.
El mar, un día de tu poder esclavo, te llama,
cual dos  portones abriéndose Suez y Panamá:
cada uno con una India riente te invita,
con Asia, las Américas, la tierra y el océano.
No te arrebataron el  mar, ni el llano ni la montaña
que se levanta a tu espalda como un manto,
ni ese cielo que un día fuera mi tienda de campaña,
ni ese sol que un día  fuera faro de mi nave;
ni el genio, esa estrella que te guía, ni esas  alas,
la industria y el arte, prendas de un bello porvenir,
ni ese dulce  aroma de caridad que exhalas,
ni esa fe… ¡y un pueblo que cree no puede  morir!
Aún tiene tu cielo todas sus fl0res diamantinas;
sus héroes  tiene la patria, sus liras el amor;
aún Clemencia Isaura rosas y englantinas
da cada primavera como presente al trovador.
Tu espléndido presente  de nuevos tiempos es aurora;
soñando hojea el libro del pasado;
trabaja,  piensa, lucha, mas cree, aguarda y reza.
Quien levanta o hunde los pueblos  es Dios, que los creó.
Versión de José  Batlló

 Confitebor tibi in cithara,  Deus,
Deus meus (Salmo XLII)
Por derramarme sobre la frente rosadas  perlas
se mecen el pino y el madroño,
por mí trinan tórtolas y  mirlos,
mas yo canto por vos.
Por vos que el canto pusisteis  en mis labios,
la cítara en mis dedos,
y en mi vacío corazón la  dulce fe de los abuelos
que el espíritu  ensancha.
Llenarémelo de amor para dároslo,
lo veréis entero  aquí;
harémelo huerto florecido para coronaros;
¿queréis más de  mí?
¿Queréis que con vuestra Cruz haga la guerra,
la guerra  del amor?
¿Que descalzo recorra toda la tierra,
buscándoos  amadores?
¿Queréis gota a gota la sangre de mis venas?
¡A  chorros os la daré!
¿Mis miembros uno a uno, más entretelas?
¡Todo yo me lo arrancaré!
Mis pensamientos, afectos y  memoria
quitádmelos si queréis;
¿queréis que renuncie hasta a la  Gloria?
¡Señor, no me la deis!
Mas, ay, no queráis tanto,  dulcísimo Jesús;
de quien os ha sido traidor ,
cual un amable  hijo amadisimo,
quered tan sólo el amor .
Quered que ensaye  aquí los trinos
del ave del paraíso,
para hacéroslos luego más  regalados
con sistro de oro feliz.
Quered que deje las  mundanas rosas
por las de eterno aroma,
que ponga los pies sobre  todas las cosas,
y a Vos sobre mi corazón.
Al Rey del cielo  que a todos nos invita,
¿quién el corazón le negará?
A un Dios  que ama con ese amor sin medida,
¿quién no lo querrá?
¡Quién  fuese aire de abril, del llano y de la sierra
para juntaros el  incienso!
¡Quién fuese torrente, para inundar la tierra
con  vuestro amor inmenso!
Oh, si se pudiese en vuestro fuego  arder,
no se diluiría tanto,
ni serían las grandezas polvo y  ceniza
que el aire va aventando.
A vuestro aliento que  omnipotente la lleva
latiría como un corazón,
ahriendo del  vuestro a cada poco la puerta
sus latidos de amor.
Su dulce  perfume, al subir a las nubes,
deshecho llovería como miel,
y el  morir tan sólo sería volar
de un cielo a otro cielo.
Mas,  ay, la tierra al canto de vuestra gloria
aún no se despierta,  no;
pero cantemos; el idilio que aquí moría
ya halla en el cielo  resonancia.
La cigarra en verano, ¡pobre cigarra!,
se afana  cantando,
y yerta y colgada en los romeros de un ala
suele en  invierno brillar.
Así, al ver alguien mi fosa cavada
no  lejos de mi cuna,
dirá: «¡Pobre cigarra enamorada,
murió  cantando al Sol!»
Versión de José Batlló

Por  ver bien a Cataluña,
Jaime primero de Aragón
sube al pico de San  Jerónimo
a la salida del sol:
¡qué pedestal para la estatua!
¡Para el  gigante, qué mirador!
Las águilas que anidaban
en la cumbre la hacen  sitio;
sólo el cielo miraban ellas,
él mira a la tierra también;
¡qué  grande y hermosa le parece,
amada de su corazón!
En su cielo tiene pájaros  y ángeles,
en sus campos flores y verdor,
en sus cuadrillas la  alegría,
en sus familias, amor,
guerreros en sus murallas,
veleros en  sus puertos,
naves de paz y de guerra
ansiosas de emprender el  vuelo.
Las olas besan sus plantas,
la estrella besa su frente
bajo un  cielo de alas inmensas
que es su real pabellón.
En su trono de  montañas
tiene el Pirineo por refugio,
por almohada verdes bosques,
por  alfombra prados de flores
por donde juegan y se deslizan
torrentes y  arroyuelos,
como por un campo de esmeraldas
anguilas de plata y  oro.
Del Llobregat ve las orillas,
las vegas del Besos
que conoce por  las arboledas
como las rosas por el olor.
Las villas a su  alrededor
parecen rebaños de corderos
que, abrevando al  atardecer,
aguardan la luz del nuevo día.
Llena le habla de Lérida
que  el granero de Roma fue;
Albiol, de Tarragona,
tan antigua como el  mundo;
Puigmal, de las dos Cerdañas,
como dos canastos de  flores;
Montseny, de Vic y Gerona;
Albera, del Rosellón;
Cardona, de  sus salinas;
Urgel, de sus mieses de oro;
Montjulc, de Barcelona,
a la  que ama por encima de todo.
Mirando a Cataluña
se siente tomado el  corazón.
«¿Qué puedo hacer por mi amada?»
se repite lleno de amor,
«si  del cielo desea una estrella,
desde aquí se la alcanzo yo».
«No desea una  estrella del cielo»,
le responde una dulce voz,
«la más bella que  existía
le fue colocada en la frente.
Devolvedle a dos hermanas
que  tomó el moro traidor,
una yendo a coger perlas
junto al mar de  Montgó,
la otra nadando entre cisnes
cerca de donde volaba el  buitre».
Volvió los ojos hacia Mallorca,
como un palomo la  divisó,
nadando entre cielo yagua,
vestida con un rayo de sol;
a  Valencia no la avistó,
mas sí los alcores
que del huerto de la  sultana
son muralla y mirador.
Desenvaina la espada
y levanta el trueno  de su voz:
«¿Hermanas de Cataluña
y aún llevan el yugo?
Rey moro que  las tomaste,
a mis rodillas quiero verte.»
Si los moros lo  avistasen,
las dejarían por miedo,
como dejaron a Cataluña
cuando, de  Otger entre los leones,
Rolando les lanzó una maza
desde la cumbre del  Canigó.
Cuando vuelve los ojos a la sierra,
busca a quien le  respondió:
en la ermita más alta
tiene la Virgen un altar de oro,
nadie  hay en la capilla
y ella tiene el labio abierto.
Poniendo a sus pies la  espada,
cae en tierra de rodillas:
«A rescatar las cautivas,
María,  conducidme vos:
A mi pecho daréis coraje,
a mi brazo, fuerza y brío,
y  si al subir a la sierra
me llamaban rey hermoso,
cuando vuelva a  visitaros
¡me llamarán el Conquistador!»
Versión de José Batlló

Postrado el padre  en miserable lecho
está por espantosa y cruel dolencia;
cercano halla el  final de su existencia
y sollozos exhala de su pecho.
Piensa que, bajo  el hoy paterno techo,
mañana su familia, en la indigencia,
por siempre  llorará su eterna ausencia,
de duelo horrible el corazón  deshecho.
Allí, mientras se queja el infelice,
la dulce esposa canta,  y él le dice:
-¿Cómo cantas, mujer, mientras me aflijo?
Muestra el  niño que tiene entre los brazos,
y dice -con el alma hecha  pedazos:-
-Canto… porque no llore nuestro hijo.
Versión de Ots y Lleó

Entre rayos y  olas destrozados hervían
de Calpe los jirones, que arrastraban detrás
los  esquinados bloques que al cóncavo salían
a ver la luz del cielo que no vieron  jamás.
Ante el fragor del caos se abisman nuevamente
sobre el sillar  que siempre les sirvió de sostén
y en el antro siniestro de aquella mar  rugiente,
truenan y se estremecen con hórrido vaivén.
La que tálamo  fuera de Hespérides hermosas,
se hunde y sus picachos ruedan al  valladar;
y exhala tristes ayes y voces angustiosas
cual hembra que, en  mal parto, la vida va a dejar.
Al monte abren sepulcro las llanuras  rajadas
lanzando resoplidos terribles al crujir;
ya no caen ciudades ni  torres almenadas;
de un mundo en la agonía mortal es el gemir.
El  Minhocao enorme que duerme en sus entrañas
al ver que así las rajan, ardiendo  de furor,
sale entre los escombros de pueblos y montañas
y los monstruos  marinos se ocultan con pavor.
Mas otros, el abismo escupe entre las  rocas
que en el árbol que cruje tenían su nidal;
ogros y basiliscos de  ennegrecidas bocas
y enormes sierpes boas de erizado dorsal.
Cual  dique que se rompe, la tempestad revienta
en rayos fulgurantes y sierpes  carmesí
y al paso de las olas que Atlántida sustenta,
sus raíces profundas  arranca tras de sí.
Sobre su cuerpo danzan las iras del Eterno;
su  frente y pecho aplastan la furias de Satán,
mientras hacia el abismo, los  genios del Averno
cual gnomos contrahechos, la empujan con afán.
Y  encima de los montes cual toros sin barrera,
el mar Mediterráneo las olas ve  en la lid,
que con enormes rocas chocan en su carrera
y a empellones las  tiran sin decirles: «Huid».
Del torbellino en alas pelea el mar  helado
con islas, continentes y hielos en montón,
que en lajas los arroja  del uno al otro lado
seguido por las naves, las fieras y el ciclón.
A  lo lejos, la Atlántida en su tálamo echada,
con la voz de poniente responde  al ronco mar;
y para abrir la presa de su sierra encrestada,
enormes moles  de agua le arroja sin parar.
El muro de peñascos cae con  estruendo
como a las duras hachas el roble secular;
y ruedan las almenas a  su fragor tremendo
mientras se desmorona su asiento circular.
Se  aterra; y sus escombros en alas de las Furias,
las olas levantiscas reciben  en montón,
rellenando los llanos que hollaron mil centurias
y arrancando  los montes que respetó el ciclón.
Chocaron; con sus aguas, sus aguas se  juntaron
y al fragor de los rayos y del trueno al bramar,
con eternal  abrazo la su amistad sellaron
entre flotantes selvas e islotes sin  formar.
Cuando Dios rompa el mundo, así entre sus despojos
se verá al  sol rodando cual despeñado alud,
buscando a tientas, ciego, sus resplandores  rojos
y a la Parca a los muertos llamando en su ataúd.
Mas la voz del  arcángel domina los rugidos
y le envía más furias, rayos y tempestad.
«¡Cerrad con ella polos del Norte y Sur unidos!,
¡fieras, a dentelladas  su cuerpo destrozad!»
Y con el raudo azote de su rojiza espada
las  hostiga, iracundo, chispeando al rasgar
y el reino derruido y la aldea  incendiada
juntan sus fieras voces a las del ronco mar.
Versión de Ots y Lleó

 In lectulo meo per  noctes quoesivi quem
diligit anima mea:  quoesivi illum, et  non
inveni (Cant. III) 
En mi lecho de fl0res
mi labio lo ama;
no  lo ama, no,
tan sól0 lo sueña.
Si el Amor no llega,
yo me  moriría.
Si el Amor no llega-
yo me moriré.
Lo buscan mis  brazos,
mi gemido lo llama:
«¿Dónde estáis, Amador,
puñadito de  mirra?
Decídmelo, por favor,
si queréis que venga.
No hay sueño en mis  ojos,
cuando el brazo no os tiene,
cuando vos marcháis
lejos está la  elegría.
Saldré a buscaros ,
cual cierva herida
que busca la  fuente,
la fuente de agua viva.»
Tropieza a los soldados
que guardan la  villa:
«¿No habréis visto
al Amor de mi vida?»
Me han quitado el  manto,
el manto de viuda,
y con sus manos crueles
me han  amortecido;
mas, ay, de sus golpes
apenas me dolía,
que me quita el  dolor
más suave herida.
Un poco más allá
gemir oía.
Lo veo en la  Cruz
donde, llamándome, expira,
clavados pies y manos,
la cabeza entre  espinas.
Los gemidos que hace,
yo bien los entendía.
Si el Amor no  llega
yo me moriría.
Si el Amor no llega,
yo me moriré.
Cuando lo  veo morir,
mi corazón suspira;
me abrazo a la Cruz
cual a una cepa de  viña.
«Jesús, ya no quiero
el lecho que me placía,
os lo hice de  flores
y lo queréis de espinas;
si en el vuestro me queréis,
en él yo  dormiría,
clavados pies y manos,
la cabeza entre espinas,
y una lanzada  en el corazón
que me arrebate la vida.»
Versión de José  Batlló

A mi corazón llamaron:
corrí a abrir con vida y  alma.
Veo en la puerta a mi Amor
con una cruz que me espanta.
-Pasad,  si os place, Señor,
pasad, que ésta es vuestra casa;
si sólo una choza  es,
haced de ella vuestro alcázar.
Y, haciendo mi noche día,
Jesús  entró en mi morada;
pero al entrar en mi pecho
dejó la cruz en mi  espalda.
Versión de L. Guarner

 Non  vivificatur nisi prius
moriatur ( 1° Cor., 15,  36).
E carcere  ad oethere.
Dant  vincula pennas.
Miradme aquí, Señor, a vuestras plantas,
de todo  bien desnudo, enfermo y pobre,
de mi nada perdido en el abismo.
Vil gusano  de tierra, por un rato
be venido a arrastrarme a la ceniza.
Mi cuna fue un  grano de polvo
y otro grano será mi sepultura.
Quisiera ser algo para  ofreceros,
pero Vos me queréis pequeño e inútil
y desnudo de gloria y de  prestigio.
Haced de mí lo que queráis, hoja seca
de las que el viento  lleva, gota de agua
de las que el sol, sobre la hierba, seca,
o si  queréis, motivo de escarnio.
Yo no soy nada, mas mi nada es  vuestra;
vuestra es, Señor, y os ama y os quiere.
Haced de mí lo que  queráis; no soy digno
de andar a vuestros pies; cual árbol  estéril,
arrancadme de raíz de la tierra;
devastadme, abatidme,  aniquiladme.
Venid a mí, congojas del martirio,
venid. Oh cruces, mi  oro y mi fortuna,
ornad mi frente, engalanad mis brazos.
Venid, laurel y  palmas del Calvario,
si hoy ásperas me sois, pronto me será
a vuestra  sombra dulce sentarme.
Espina del dolor, ven a punzarme;
corre a abrigarme  con tu manto, oh injuria;
calumnia, a mi alrededor lodo apila,
miseria,  ven para llevarme a rastras.
Versión de José Batlló
