Sanz, María

Sanz, María

Poeta española nacida en Sevilla en 1956.

Desde muy pequeña mostró una marcada inclinación hacia la literatura relatando vivencias sobre su ciudad natal.

Escribió sus primeros poemas a la edad de trece años y durante su bachillerato siguió los estilos de Antonio Machado

y de Bécquer. Ha sido incluida en diversas antologías y estudios, y ha sido galardonada con numerosos premios poéticos,

entre los que se destacan: «Ricardo Molina», «Ateneo, «Carmen Conde», «Leonor», «Vicente Aleixandre», «Tiflos»,

«Rosalía de Castro», «Manuel Alcántara» y «Blas de Otero».

De su obra poética merecen destacarse: “Aquí quema la niebla” en 1986, “Trasluz” en 1989, “Pétalo impar” en 1991

“Vivir por dentro” en 1992 “Tanto vales” 1996 y “Lance sonoro” 2006

Ahórrate el dolor, no tienes modo…

Ahórrate el dolor, no tienes modo
de convencer al mundo de tu huida
hacia aquellos placeres
donde te desangraste.
Los inviernos se siguen sin descanso,
trazan la soledad de tantas horas
como heridas, imponen
sus manos en tus sienes tumefactas.
Ahora no hay dulzor para más noches.
Ese fin al que nunca renunciabas
por mantener abierto tu desvelo,
ya diluyó sus límites
en un gozo transido,
negándote el amor interminable
después de la amargura.
Los inviernos alivian
el paisaje febril que te rodea,
pero no es suficiente
para alejar del mundo tu partida
hacia el delirio donde agonizaste.


Al filo del alba

La cal de las paredes
resbala por el aire.
El azulejo enmarca
peregrinos destellos.
Todo está en calma ahora.
Una extraña tiniebla
envuelve los perfiles
nocturnos. Cada instante
que pasa, resucita
convertido en recuerdo.

Pero toca a su fin tanta dulzura
cuando, al filo de alba,
me desatas de ti calladamente.

Anónimo

Porque el destino mira siempre al frente,
porque los cuatro puntos desleales
de mi vida se pierden en un mapa
cada vez más pequeño, yo diría,
aprovechando que no me oye nadie,
unas palabras, una frase, algo
más que esos versos. Porque si el destino
es una línea recta, si hay un norte
orientado a las luces de poniente,
yo quisiera decir o ser el eco,
tan sólo el eco ya, de algún poema,
aprovechando que no lee nadie
en este libro abierto de mi vida.

Apunte cotidiano

Esto que escribo ahora es un minúsculo
ensayo de mi vida,
solamente un intento
de llamar a las cosas por su nombre,
a los días de luz por su tristeza.
Esto que escribo ahora no tendría
la menor importancia, si no fuese
porque hay alguien que sigue
siendo mi punto de partida, el punto
que pongo en tantas íes como quedan
en pie tras un amago
de libertad con él, tras este intento
de ensayarme en su ausencia de mi vida.

Argonauta

Intrépido muchacho
aquél… Buscó mi templo
entre cientos de islas
para verme de cerca,

por saber si era cierto que yo estaba
desnuda entre unas míticas columnas
cuyo blancor se alzaba sobre el índigo
sereno de las olas.

Bello muchacho aquél… Rozó mis piernas
que ardían con el sol, tentó mi talle
ceñido por la brisa, y en mis manos
sus dorados cabellos se prendieron.

Dulce muchacho aquél… Llegó a dormirse
junto a mi pedestal, mas con el alba
-siempre hay un alba-, regresó a su nave.

Nunca se han explicado los arqueólogos
estas huellas extrañas
en mi cuerpo de mármol.

Calle de la guadaña

Una verdad me sigue por la calle.
Casi roza su sombra con la mía.
Oigo cómo se enreda
entre las buganvillas, cómo gime
implorando el abrazo de las tapias
hasta caer inerte sobre el suelo.

Dios mío, si es posible,
pase de mí su rostro,
este encuentro con ella a vida o muerte,
la tristeza tan larga que me augura.

La calle se hace ahora más estrecha,
más húmeda y extraña. Continúan
goteando su livor las buganvillas.
Vuelvo la vista atrás. Allí está ella,
erigida en el tiempo, modelada
por caricias. La miro.
Es sólo mi reverso.

Del propio ser

Es la segunda vez.
Como temblor de muerte,
azul de despedida,
sendero para un viento que destierra.

Ausencia y abandono
del propio ser. Locura sosegada
moviendo sus océanos.

Como ráfaga eterna,
como alas de mármol,
final para volver, ya sin principio.
Es la segunda vez que nace el cuerpo.

Duro es sentirse humana a cada instante…

Duro es sentirse humana a cada instante,
cuando se cruzan límites amargos
y hay que volver al punto de partida,
verso tras verso, con las alas rotas.

Y al ir hacia un paréntesis, te acuerdas
de que tienes un cáliz esperándote,
porque vivir es cosa de unos pocos
y tú sólo conoces lo imposible.

En la morada de la luz escribo…

En la morada de la luz escribo
con una transparencia contenida,
que me hace hueco, que me desenvuelve
de tanta noche cruel y su amenaza.
Voy de camino, siempre voy, a solas
por las estancias donde iba antes
de saber que ya no tengo regreso.
En la morada de la luz, del cálido
perfume que conforta mis poemas
escribo hacia delante, como vivo.

Hombres al natural

Son seres grises,
inequívocamente masculinos,
que lo mismo me envían
algún ramo de rosas
con cuatro plenilunios de retraso,
que intentan sorprenderme
al llegar en su lata
(léase coche) último modelo
donde se sienten mágicos.

Seres brillantes,
portadores de un agua de colonia
que anuncia su presencia
con cuatro primaveras de adelanto;
hombres al natural, de calle y riesgo,
que buscan evadirse
llevándome a cenar. Puedo ingerirlos
antes de que caduquen,
pero se me indigestan
media hora después, y no merece
la pena estropear esa velada.

Madre Naturaleza,
los pones a mi alcance, y agradezco
tus sabias intenciones.
Pero yo siempre he sido
inequívocamente femenina,
y declaro ante ti que cada vez
es mayor la distancia que nos une.

Junio

Y llegará el verano.
Yo sé que va a llegar,
con su espejismo
de nieve atravesando mis desiertos.
Será un verano umbroso,
con sol agonizante,
cuyos rayos
abrazarán la antigua
figura de quien tuvo
vientos para azotar múltiples alas,
pero que se estremece
al ver su tempestad a ras de tierra.
Verano
más cerca de la vida
que del tiempo.
¿Habrá espigas que doren su llegada?

La estatua

A un paso de la vida te sitúas.
Tienes la pierna adelantada, el busto
semidesnudo, pero el tiempo impide
que cruces unos límites, que huyas
en su nombre. Tan sólo estás a un paso
de conocer tu territorio. Sientes
tu soledad de mármol enclaustrada
entre el viento y la lluvia. Ah, si el tiempo
pasara por ti misma, liberándote…

La memoria

Si quieres olvidar, si no te basta
con ahuyentar heridas y desprecios,
acuérdate del día en que un poema
te liberó del mundo y sus engaños.

La profecía

Aunque ahora estos versos vaticinen
tu vida en sus metáforas, tan sólo
serán la voz que clame en el destierro
al que fuiste a parar, después que nadie
reconociese el eco de tus pasos
sobre tantos adioses. Un poema
dirá de ti la última palabra.
Para entonces, tal vez hayas vivido.

La última esperanza

Todavía conservo
la última esperanza
como un bien heredado
de todas mis carencias,
porque el dolor la exige
más y más cada día,
porque tanto silencio
lejano, perdurable,
descubre su horizonte
de infinitas llanuras.
La última esperanza
que conservo detiene,
como el dolor, mi vida
a las puertas del tiempo.

Moradas sextas

“…Si no hubiera más luz, interior, no
entendiera tan grandes misterios.”
Teresa de Jesús

Donde hayan apagado las estrellas
su sed de iluminar la faz del tiempo,
habitará el secreto de sentirse
mujer por un designio de lo alto.
…Si no hubiera más luz interior, no
entendiera tan grandes misterios.

Por no tener

Si yo hubiera tenido
las palabras exactas
para huir cuando, oscuro,
me cercaba el silencio;
si yo hubiera tendido
lo que a todos concede
la vida, para luego
morir en paz, quién sabe
si ahora escribiría
estos versos, como única
constancia de mis bienes.

Sin título

Tú y yo nos encontramos
en Washington Square.
Me invitaste a cenar
en un club, y la orquesta
tocó para nosotros
«Indian summer»… Bailamos
inmersos en la noche
neoyorquina. Más tarde, mi vestido
brillaba abandonado sobre el suelo
de aquel apartamento, donde era
muy distinta la música: palabras
y suspiros mezclados con sirenas
de los barcos lejanos…
Pero, ¿será posible
que no recuerde ahora,
mientras abro los ojos,
cómo se titulaba la película
donde vi estas escenas?

Teoría de la verdad

La verdad es que nada
de lo que yo quería
ha buscado mi techo
más de lo necesario,
ni remedió mi suerte
mejor que la tristeza.
Lo cierto es que no tuve
la verdad por delante
sino era en el fracaso
repentino, tras muchas
ilusiones gastadas.
Ahora no es distinto
lo falso de lo cierto,
ni me es imprescindible
averiguarlo. Busco
todo cuanto quería
que me hubiese buscado.

Un sitio en la palabra

La verdadera historia no se escribe
sin dar al fracasado
un sitio en la palabra.
Y qué mejor motivo para hacerlo
que encontrar esas huellas
de los días envueltos con la propia renuncia,
ese final escrito sobre el aire.
Quién oyera la voz incandescente
de aquél cuyo silencio es su enemigo
y se sabe orador, y se responde
con la locuacidad de la derrota.
El hundido conoce como nadie
el sombrío dolor, la llama fría
que propaga su intento
de vivir, de alumbrarse.
Pero calla la vida, todo calla.
La verdadera luz se enciende sola.

Una palabra

De nada sirve abrir una palabra
y vaciar por ella lo más duro,
lo más incomprensible, si no tienes
fuerzas para cerrarla cuando llega
la hora sin minutos del silencio,
cuando todo es espejo de tu solo
suspiro helado, voz que nadie toma
entre sus labios para convertirla
de nuevo en tu palabra y en la suya.

Venecia

Aún la sigues soñando, y es tan plácida
como la rumorosa lejanía
donde se balancean los silencios.
Seda del mar, tapices
en fasto vespertino que provocan
ilusión prematura en los dorados,
cuando vuelven del sol a desangrarse.
El verano barroco
puede ser buena época
para un encuentro a solas con la estatua
más viril, cuyo rostro
posea la belleza del diablo.
Venecia y el amor, tu sueño húmedo
como una estancada cercanía
donde sigues hundiéndote con ellos.