Rash-Isla, Miguel
Poeta y ensayista colombiano nacido en Barranquilla en 1889.
Autor de una vasta obra poética y de numerosos ensayos, brilló con luz propia en el panorama literario de su época.
De su obra merecen destacarse los poemarios «A flor de alma», «Cuando las hojas caen», «Para leer en la tarde»
y «La manzana del Edén».
Falleció en 1953
Onda del mar, padezco tu  inquietud: a tu modo
vibro, sollozo, canto, me agito sin cesar;
como tú no  hallo nunca concreción ni acomodo,
como tú sufro el signo turbulento del  mar.
Caprichosos, volubles, inconformes con todo,
cambiamos, sin que  cambie nuestra vida al cambiar;
¿dóndé estará la playa, dónde estará el  recodo
traaquilo en que podamos sin morir reposar?
La lumbre te  embellece con un prisma risueño,
cual sonrosan mi alma la ilusión y el  ensueño,
mas tu prisma y mi sueño son mentira no más.
¿Quién sospecha tus  rumbos? ¿Quién mis dudas resuelve?
Tú eres lo que en la orilla dice adiós y  no vuelve…
Yo lo que al despedirse no ha de volver jamás.
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 La donna se ben fa  come la luna
e sempre quella sia bruna sia  bianca.
D’ Annunzio
Así dijo en la noche, desolado, el viajero:
vengo de  las diversas comarcas del amor;
crucé por muchas almas y en todas fui  extranjero;
de todas salí siempre con fatiga y dolor.
Vi en los ojos  más claros un mirar traicionero,
y en las bocas más frescas hallé el mismo  sabor;
no hubo brazos capaces de hacerme prisionero,
ni carnes que  temblaran con un nuevo temblor.
De una mujer en otra fui pasando y en  cada
una dejé una parte de mi vida inmolada…
Ya no tengo que darles ni  espero que me den.
Sólo con los amores que he  soñado me quedo,
y con el tuyo ¡oh muerte! aunque me causa miedo
que tus  labios destilen sólo tedio también.
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Noche invernal. En  torno de la mesa
transcurre humildemente la velada;
ella calla y  me mira; en su mirada
tiembla su corazón hecho promesa.
Callo también  y sueño. Me embelesa
la quietud de este cuarto de barriada
en que vivo una  hora, sazonada
con mieles de pecado y de sorpresa.
Un abandono  lánguido me embarga,
pues en la noche embrujadora olvido
del diario afán  la pequeñez amarga,
y porque en el silencio y  a su lado,
gozo un minuto libre, en el florido
regazo del azar y del  pecado.
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En un ejemplar de Para leer en la tarde
Gasté la ilusa juventud primera
esperando un  amor que nunca vino,
y a la sombra de un árbol del camino,
me senté a ver  morir la primavera.
¡Qué triste ocaso el que a mi vida espera!
pensaba  ante el avance vespertino;
mas repentinamente hubo un divino
florecimiento  en mi ánima: Ella era…
Eras tú que venías. Y este libro,
en el que a  todos los anhelos vibro,
es mi ayer; es un parque abandonado
donde duermen en paz  viejos amores.
¡Pasa cantando y deshojando flores
sobre las hojas secas  del pasado!
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Cuando se daba entera a mi  albedrío,
muchas veces salí de entre sus brazos
con mi pobre ilusión hecha  pedazos
y con el corazón turbio de estío.
Y hoy que, por propio o por fatal  desvío,
de otro amor se adormece en los regazos,
como quisiera renovar los  lazos
de aquel amor que me atedió por mío.
Oh dualidad entre infernal y  loca:
padecí taciturno desaliento
siempre que un beso desfloré en su  boca.
Y cuando ajena a mi ansiedad la  siento,
dar la vida y el alma me provoca
por besarla otra vez sólo un  momento.
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En medio a mis congojas, en mitad de  mi hastío,
tu recuerdo lejano, tu recuerdo clemente,
vino, desde las  sombras, a posarse en mi frente
y a decirme que aún vive nuestro amor, amor  mío.
Perdóname! La culpa del injusto desvío
fue del hombre que sueña,  no del hombre que siente.
Míra: puede en su rumbo desviarse la  corriente
pero la imagen sigue reflejada en el río.
Tu recuerdo en mi  alma se nubló como aquella
lumbre de los luceros que en la noche  callada
se eclipsa si las nubes se detienen ante ella.
Mi olvido fue una nube que  ya va de partida,
y tu amor es la estrella que un momento eclipsada
sigue  irradiando inmóvil en lo azul de mi vida.
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En la grata penumbra de la  alcoba
todo, indecisamente sumergido
y ella, desmelenada en el  mullido
y perfumado lecho de caoba;
tembló mi carne enfebrecida y  loba,
y arrobeme a su cuerpo repulido
como un jazminero florecido
una  alimaña pérfida se arroba;
besé con beso deleitoso y sabio
su  palpitante desnudez de luna
y en insaciada exploración, mi labio
bajo al umbroso edén de los  edenes
mientras sus piernas me formaban una
corona de impudor sobre las  sienes….
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Cuando llegué a tus brazos, mi corazón  rendido
venía del desierto de una pena tenaz;
tus brazos eran tibios y  muelles como un nido,
y en ellos me ofreciste la blandura y la  paz.
Con flatiga del mundo, con nostalgia de olvido,
escondí entre tus  senos perfumados la faz,
y me quedé sobre ellos dulcemente dormido,
como  un niño confiado sobre un valle feraz.
Quiero que así transcurra la vida  que me resta
por vivir: sin anhelos, sin dolor, sin protesta,
sintiendo  que tú encarnas mi insa,ciado ideal.
y cuando ya la muerte se  llegue cautelosa,
pasar, como en un sueño, de tus brazos de rosa,
a los  brazos solemnes de la noche eternal.
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Ella es así: la frente  marfileña,
a sol bruñidos los cabellos de oro,
y dichoso compendio del  sonoro
brazo de un arpa la nariz risueña.
Su perfil reproduce el de  fileña
concha de mar en que durmió un tesoro,
y los hombros, de helénico  decoro,
son dignos de un reposo de cigüeña.
Es tan blanca, que a veces se  confunde
su cuerpo con la luz. en lo que mira
una instantánea castidad  infunde;
a su lado inocencia se respira,
y  en conjunto feliz ella refunde
nieve, perla, ave, flor, ángel y  lira.
***
Ella es así: por donde pasa  deja
de subyugante sencillez la nota;
cada expresión que de sus labios  brota
algún móvil purísimo refleja.
Nunca turba su voz áspera  queja;
nunca innoble pesar su alma denota;
donde impera la sed, ella es la  gota;
donde falta el panal. ella es la abeja.
La intimidad de los jardines  ama;
ingenua devoción le inspira el arte
que en el dolor de sus bálsamos  derrama.
Cual pan de Dios la comprensión  reparte;
si dicha no le doy no la reclama,
mas si alguna le dan, tengo mi  parte.
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Guardo en mi triste corazón  inquieto
un recóndito amor. Nadie lo ha visto
ni lo verá jamás, pues lo  revisto
-para hacerlo más mío- del secreto.
Ella lo inspira en mí, pero  discreto
nunca lo nombro ni en mirarla insisto
cuando, por un feliz don  imprevisto,
de su vago mirar soy el objeto…
Callada vive en mis ensueños  como
en virgen concha adormecida perla,
o leve aroma en repulido  pomo.
Y si presiento en mi inquietud  perderla,
a el alma bajo y con temor me asomo,
para poder, sin que me  miren, verla.
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Dos columnas pulidas, dos  eternas
columnas que relucen de blancura,
forja la línea irreprochable y  pura,
como trazada en mármol, de tus piernas.
Con qué noble prestigio las  gobiernas
cuando al marchar, solemne de hermosura,
imprimes a tu cuerpo la  segura
majestad de las Venus sempiternas.
Y cuando, inmóvil, luminosa y  alta,
en desnudez olímpica te ofreces,
entre tus muslos de marfil  resalta,
como una sombra, el bosquecillo  terso
de ébano y seda, bajo el cual guarneces
el tesoro mejor del  universo.
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Estábamos a  solas en el parque silente
la tarde en desmayadas medias tintas moría,
y  era tal el encanto que en las cosas había
que daban como anhelos de besar el  ambiente.
Primavera llegaba y el retoño incipiente
-anuncio placentero  de la flor- verdecía
y el alma contagiada del milagro del día
florecía lo  mismo que el jardín renaciente
Ella escrutaba el cielo con fijeza tan  honda
que el verdor transparente de sus ojos cordiales
transformóse en un  verde sensitivo de fronda.
Yo la miré y ansioso de halagar sus  antojos,
la dije ante los tiernos brotes primaverales:
esta vez ha  empezado la estación en tus ojos.
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Después de que con lúbrico  recreo
ávidos besos en tu boca imprima,
como quien logra ambicionada  cima
te escalaré en la fiebre del deseo.
Buscaré el montecillo de  Himeneo
donde celoso musgo lo escatima,
y en contubernio de tu carne  opima
llegaré del deleite al apogeo.
Pasado el lujurioso  escalofrío,
sentiré ante tu carne poseída
odio a tu cuerpo, repugnancia al  mío;
y también la congoja repetida
de  ver que sólo a destilar hastío
se abre, mujer, tu impenitente  herida.
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En la noche de enero plenamente  estrellada,
como acaso en los siglos no lo ha sido ninguna,
parecían los  cielos constelados de luna,
florestas por donde iba pasando una  nevada.
Era un lecho de bodas la tierra perfumada;
propicio era el  silencio; la paz era oportuna;
mas la noche inspiraba tal arrobo, que ni  una
vez osaron mis labios besar los de la Amada.
Unción ultraterrena  de dos almas; delicia
de dos seres que, a solas, eluden la caricia
y que  juzgan sacrílego contemplarse un momento.
Noche, de tan hermosa,  noche casi imposible,
en la que era su carne, cual la luz, intangible,
y  puro, cual los astros, era mi pensamiento.
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Qué demencia, con soplo  arrebatado,
me impulsa a ti en un vértigo? Lo ignoro,
sólo sé que te  ansío, que te adoro,
y que en ti el universo he compendiado.
Tu  hechizante beldad brilló a mi lado
y no la supe ver; perdí el tesoro
de tu  belleza espléndida; y hoy lloro
la infausta ceguedad de mi  pasado.
Mejor así: te ennobleció la vida
en la cruz del pesar, y al  encontrarte
te siento a mí por el dolor unida.
Hago de tu dolor sangre  del arte,
y te amo con amor cuya medida
se extiende al tiempo que dejé de  amarte.
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Sobre el techo rojizo de la iglesia  aldeana
se congregan en corte las palomas. El día
confunde con el d’ellas  su blancor: se diría
que milagrosamente las brotó la mañana.
De súbito, ascendiendo, la legión se  desgrana
en un vuelo vibrante que en el éter se amplía,
para tomar con una  cadenciosa armonía
bajo la rutilante claridad meridiana.
Vibra el soplo fecundo del amor. El  palomo
ronda a su compañera, que se le postra, como
dócil cojín de plumas  que la luz tornasola.
Como al solio un monarca, sube en  ella de un paso
y busca el sexo esquivo, desplegando la cola
a manera de  un lúbrico abanico de raso.
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Sobre el busto de mármol se contornan  los senos,
y apartando con nimias complacencias la bata,
succiono los  erguidos pezones de escarlata:
pomos donde se acendran invisibles  venenos.
Ella ciñe los muslos, vigorosos y  plenos,
donde el sexo apremiado se defiende y recata,
mientras se  contorsiona con lujurias de gata,
al roce de mis labios que la exploran  obscenos.
A un desmayo de toda su belleza  vibrante,
logra mi mano intrusa desligar un instante
de sus piernas  esquivas el frenético nudo.
Y de todas mis ansias en el ímpetu  ciego,
busco el cáliz virgíneo de su cuerpo desnudo,
y a una lenta tortura  de puñales le entrego.
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Las manzanas del Edén (fragmento)
A ti viciosamente me encadena,
tu  cuerpo insano en que la muerte aspiro:
eres sierpe o mujer, hada o  vampiro,
o ángel con maleficios de sirena?
Da sopor como un vino tu  melena;
quema como una brasa tu suspiro;
tu beso, que es voraz, quita el  respiro,
y tu aliento, que es de áspid, envenena.
En el lecho te ciñes a quien te  ama,
convulsa y frenética, lo mismo
que a seco tronco enardecida  llama.
Y cuando amor en tus entrañas  siembra,
se siente un frío vértigo de abismo
sobre el abismo de tus muslos  de hembra.
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Nunca te encontraré; nunca a mi lado
veré fulgir tu  cándida silueta,
novia de mis ensueños de poeta,
que a través del vivir  tánto he buscado.
Con insistente afán alucinado,
bajé a la sima y  ascendí a la meta,
y en ninguna mujer te hallé completa:
en todas ¡ay de  mí! te he eqnivocado.
Ya no te busco. ¿Para qué? Vendrías,
envuelta en  engañosas fantasías,
a darme la ilusión de que ella eres,
mas al tocar tu frágil  hermosura,
sentiré renovarse la amargura
que en mí dejaron las demás  mujeres.
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Tejedora incansable que en la noche y  el día,
tejes calladamente las más gráciles mallas,
dime: ¿en el ritmo  lento de tus labores hallas
alguna consonancia con tu melancolía?
¿Los hilos que se engarzan con sutil  armonía
van fijando en la tela los ensueños que callas?
¿Se parece el  recuerdo tenaz con que batallas
al vaivén perezoso de la aguja  tardía?
Tejedora incansable: su labor es la  de una
araña que hace redes, como gasas de luna,
para encantar las horas  entre encajes sedeños.
Y yo soy cual la araña -de tus manos  gemela-;
yo también vivo hilando, como sobre una tela,
sobre el dolor  sumiso de la vida mis sueños.
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Es tierno su mirar; su voz discreta;
del bohemio vivir  tiene el encanto
y en el rostro de nácar el quebranto,
la marchitez de  lánguida griseta.
Ilusiona mi vida y la completa,
y, una con mi  sentir, canta si canto;
y si me ve llorar, corre su llanto
por mi abatida  frente de poeta.
Ama todo lo que amo; el silencioso
vagar nocturno; el  organillo errante,
el barrio extremo; el cafetín dudoso,
sólo ignora  una cosa: su belleza,
y recibe, con plácido semblante,
el regalo casual de  mi pobreza.
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Escollo de buriles y  pinceles,
es tu boca una vívida granada
que pide, tentadora y  encarnada,
un beso audaz que la disuelva en mieles.
Cuando a la risa  abandonarte sueles,
difunde en rededor tu carcajada
el grato olor a fruta  sazonada
que hay en la intimidad de los vergeles.
Es abreviada gruta  de frescura,
constreñido paréntesis de flores,
animado jardín en  miniatura.
La besara con férvido embeleso
para sentir, muriéndome de  amores,
la eternidad en lo fugaz de un beso.
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Tu noble palidez forma tu encanto:
es como aquella  palidez extraña
del lirio matinal de la montaña
que al reflejo del sol  sufre quebranto.
A veces logra esclarecerse tanto
que tu sutil  respiración la empaña,
y otras adquiere, si la luz la baña,
la  transparencia rútila del llanto.
Todo en mí se ilumina al  contemplarte,
y, arrobado en tu faz, pienso que alguna
noche la luna te  nevó al mirarte,
o que por rara y singular fortuna,
sintiéndose mujer,  quiso imitarte
y osó tomar tu palidez la luna.
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Estábamos a solas en el parque  silente
la tarde en desmayadas medias tintas moría,
y era tal el encanto  que en las cosas había
que daban como ganas de besar el ambiente.
Primavera llegaba y el retoño  incipiente
-anuncio placentero de la flor- verdecía,
y el alma contagiada  del milagro del día,
florecía lo mismo que el jardín renaciente.
Ella escrutaba el cielo con fijeza  tan honda,
que el verdor transparente de sus ojos letales
tomó de pronto  un verde sensitivo de fronda.
Yo la miré y ansioso de halagar sus  antojos,
la dije ante los tiernos brotes primaverales:
-Esta vez ha  empezado la estación en tus ojos.
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En la paz de la alcoba  sosegada,
bajo la media noche en agonía,
llega a mí, desde incierta  lejanía,
una llorona música olvidada.
Entra en mi corazón como una  alada
saeta de letal melancolía,
porque recuerdo que cuando eras  mía,
si algo nos supo unir fue esa tonada.
El vals – lírica flor que se  deshoja-
se va apagando al fin y una congoja
mortal deja en la noche  difundida…
Yo un infinito desamparo siento,
y  es que a veces un vals que va en el viento,
¡suele ser, más que un vals, toda  una vida!
