Medel, Elena
Poeta y crítica literaria nacida en Córdoba en 1985.
Es una de las voces jóvenes de la poesía española. Desde el año 2006 disfruta de una beca del Ayuntamiento
de Madrid en la Residencia de Estudiantes.
Hace parte del equipo coordinador de La Bella Varsovia y colabora como articulista en diversos suplementos
literarios de la prensa española.
Su obra, contenida en los poemarios “Mi primer bikini”, Premio Andalucía Joven 2001, “Vacaciones” en 2004,
“Tara” en 2006, el cuaderno “Un soplo en el corazón” en 2007 y “Cuentos eróticos de San Valentín” en 2007,
ha sido traducida al árabe, inglés, italiano y portugués, y publicada en algunas antologías.
Aquello en lo que te fijas cuando salimos por las noches
Mi madre me enseñó que la mejor forma de pasar por la
vida era renunciando a la propiedad particular.
Ella me convenció de que podría transformar los balbuceos
en música de cámara, con mis zapatos.
Tus zapatos son mágicos, me dijo. Pierde uno y ganarás un marido.
Vende dos y ante ti se revolverán las semillas de tu reino.
Y yo susurraba: mi reino eterno. Junto a él.
Decidí que los compraría de colores para camuflar mi identidad,
sobrios si aspiro a desvelar mis secretos.
No tacones ni zapatos planos ni aerodinamismo; le quiero
suciamente. He descubierto que pasos-pequeños
conducen a una-mujer-seria-con-dos-rayas-absortas.
Descalza, de puntillas, vuelvo a tener diez años y a morirme
por dentro de tanta soledad.
De “Tara” 2006
Como anticipo a la pérdida,
un corazón que flota y sobrevive
a la riada de sueños encerrados en burbujas.
Como coraza contra la victoria,
agendas que no abandonan su jaula de jabón,
muertas sobre la placa de la ducha.
Hoy es epílogo
las horas construyen su ataúd junto a mi almohada.
De “Vacaciones” 2004
Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre…
Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre.
Con un vestido blanco trazaré cada una de sus letras por las
paredes de mi dormitorio, por el suelo del patio del
colegio, por el pasillo de la casa más antigua. Para
recordar mi origen cada vez que yo viva.
En todos los lugares podré besar sus mejillas limpias de
cristal, aunque ella duerma lejos:
sus mejillas cercanas que me dolerán allá donde acaricie
su nombre escrito.
Tantos días, tantas noches habrá de alimentarme
amorosamente con su parábola descalza;
vendrá mi madre a arroparme, mujer de humo, con los ojos
tiritando de suerte,
y en cada sueño mis apellidos dolerán como un cartel de
bienvenida a un hogar diferente.
Sobre mi cabello, rubio como el de mi madre, la corona que
me ciño como hija primogénita de Dinamarca.
Me llamaré Vacía, en honor a mis muertos; miraré cómo
retozan de acrílico las palmas de mis manos, sangrará
mi lengua a disposici6n de mis muertos.
Gritaré quinientas veces el nombre de mi madre para quien
quiera escucharlo, y escribiré que bendigo este medio
corazón en huelga mío, pues no olvido:
nací para llorar la muerte de otros.
De “Tara” 2006
Para Benjamín Prado
Yo soy Elisabeth Gille llorando tu marcha:
éstas son mis cartas de cumpleaños quemadas.
Yo soy tu hija pequeña sin regalos de Navidad.
Persiguiendo a los nazis, saltando la valla.
Yo soy David Golder arruinado tras tu muerte.
Yo soy un acorde de piano cualquiera
que, de repente, en Issy-L’Evêque suena.
Yo soy Danièle Darrieux tirándose a un ministro nazi.
Yo soy la familia Kampf en un baile malogrado.
Yo soy las lágrimas que derramaste
en una cámara de gas en Auschwitz.
Yo soy el espíritu de la mala suerte.
Yo soy, como tú, una judía atea.
Yo también me exilié por la guerra.
Y soy un susurro al oído y un cuento de Chejov
y las moscas del otoño en un suburbio de Moscú
y soy un perro y soy un lobo
y soy un trago de vino de soledad…
Y soy tu todo y soy tu nada.
Y soy el cabrón alemán que te mató.
Y el germen de la semilla de tu ser.
Yo también me marché de Kiev.
Yo soy tú y a la vez yo.
Yo soy un insecto que por noviembre
merodea en los crematorios.
Yo soy la elegancia, el clasicismo y la frescura
de la boca que Hitler mandó callar un día.
Yo soy Grasset quemando todos tus fonemas
cuando tus hijas aún duermen a tu sombra.
Soy tu mano que acaricia sus cabellos
y que, dedos traviesos, imagina un nuevo cuento.
Y digo que este poema es Irène Némirovsky
lo mismo que yo soy Finlandia en 1918
y tú eres un corazón más en un mundo vacío.
De “Mi primer bikini” 2001
Los niños que se mueren
pueden elegir entre saltar durante el día sobre camas de
hormigón dulce, o comerse las sábanas muy lento, con
los ojos cerrados y felices.
El privilegio de la franela. Dos centésimas de miedo para
que suelten su mano: por la avenida se agarran de la
punta de mis dedos, mordiéndome, mamá.
Ya no tengo piernas y canto muy bajito, buscando en un lugar
cerca de mi padre, así que ellos me hacen compañía
antes de llegar a casa.
Qué alegría en el vestíbulo: soy tan blandita que no puedo
morir.
Tengo amigos sin sueño ni pijama. Huelen a víspera de
festivo, y convierten los termómetros en un cuento de
buenas noches, y han muerto y sin embargo
confían en enero igual que en las ventanas y la voz de la
nieve.
Así es la vida de los niños que se mueren. Acolchada. Muy
dulce. Es tan bello extinguirse siendo niño…
De “Tara” 2006
Sólo yo sé cuándo sobrevivimos.
Lo sé porque mis dedos
se transforman en lápices de colores.
Lo sé porque con ellos
dibujo en las paredes de tu casa
mujeres con rostro de epitafio.
Porque, a la caricia de la punta,
comienza el derrame de los cimientos
formando arco iris en la noche.
Porque, al escribir testamentos
en el suelo, se remueven las vísceras
de azúcar, y trepan tus raíces.
Grabo versos de colores fríos
en tu piel, de arquitrabe a basa,
y les llueve y los diluye, y compruebo
que la lluvia suena como hacen al caer
las canicas brillantes y naranjas
que cambiaba en el patio del recreo,
poco antes de calzar mi primer bikini.
Hoy guardo las canicas, como un apagado
tesoro, en los huecos de otras espaldas.
Pinto también en la terraza de enfrente
un jardín de lápidas cálidas y hermosas.
Trazo como una medusa de bronce,
un paraíso de cadenas hendiendo en mantillo
el valle diminuto que proclama que es frágil
y sin embargo, dirás tú, sobrevive.
De “Mi primer bikini ” 2001
Un poema condenado al ocio.
Sus dieciocho versos montan en autobús
y guardo en la cartera -dibujos animados-
dos pasajes con destino a la garganta.
Tu móvil, apenas unos céntimos, sonrisa:
ganarte así, renegando de Espronceda.
Tus besos son la excusa del verano.
De “Vacaciones” 2004
Con apenas un año de vida, mi hija se asoma al balcón: sus
pulmones son una pecera.
Dentro del plástico le flota una piraña; bajo la lengua, una
brújula apunta al suelo:
el mecanismo de la vida de mi hija me vino por correo aéreo,
desmontado.
Desde un segundo piso, mi hija disfruta con las cosas
brillantes, los estribillos de dos sílabas, las alturas. ¡Está
muy mayor para su edad!
Asoma su cabeza entre las rejas del balcón: tiene su mismo
aspecto.
Se lanza frente a Él.
Contra el suelo. Tiene su mismo aspecto.
Esta sensación me salpica los zapatos: como si me atravesaran
el esternón con un cuchillo y extrajesen una porción
que se exhibiera, por los siglos de los siglos, en una
urna, sobre un cojín púrpura;
como si nos inventásemos salmos
para recitar en el colegio, entre segundo plato y postre, yendo
de paseo, al irnos a dormir, al decirnos te quiero y
abrazarnos,
para limpiarte la conciencia cuando untes en tu desayuno
tostadas con la miel de la vida de mi hija,
manual de instrucciones para amortiguar el golpe.
Igual que tú, tiemblo.
Ya no puedo llorar.
De “Tara” 2006
Me arranco la piel seca de los labios. Caen, de mis dedos al
suelo, virutas antipáticas y grises. Permanezco unos minutos
con los labios heridos. Tomo el cepillo de dientes eléctrico,
enfrento su fuerza a mi silencio. El cepillo, de inmediato,
se ha llenado de sangre. Las llagas crecen como esos familiares
a los que sólo visitas de verano en verano. Incómodas; heridas
como valles, un cadáver en la piel seca de mis labios.
De “Tara” 2006
IV
La lluvia forma en su caída toboganes de barro, alumbra
arcenes y calzadas para el tránsito nocturno,
expulsa de su reino a los habitantes más hermosos, provoca
envidias, desmanes, firmas de tratados.
Transforma, también, sus caprichos en notas dispuestas
sobre un tablón de corcho: debo recoger la terraza, ordenar
mis papeles, resguardarme para cuando llegue la tormenta.
La lluvia consigue todo esto
Igual
que el viento decreta qué árboles no sirven, qué hogares
deberán pasar la noche en vela, y deshoja tendederos
y periódicos,
e interrumpe el sueño de quienes se piensan a salvo,
golpeando contra los cristales de nuestras ventanas.
Y la muerte
no respeta tu puerta cerrada, derritiéndose aprovecha los
resquicios translúcidos, y se arrastra y se cuela estancada
en el lugar en el que duermes,
ensuciándote los pies al despertarte, impregnándote los
huesos y la carne con su olor,
hasta que respiras muy hondo
y decides gritarle sin sábanas, incorporada en el centro de
tu dormitorio, acabando con todo,
aquello que en el fondo busca con su presencia:
ya no temo a la muerte, porque me reunirá con Ella.
De “Tara” 2006