Martínez Mesanza, Julio
Poeta y traductor español nacido en Madrid en 1955.
Licenciado en Filología Italiana, está considerado por la crítica como el más fiel representante de la tendencia épica
en la nueva poesía española.
Fue incluido en la famosa antología Nueve novísimos poetas españoles de José María Castellet. La crítica lo menciona
como seguidor de Perse, Claudel y Borges quizás por el enfoque y el estilo personal con el que maneja sus personajes.
Además de su traducción de «Vida Nueva» de Dante, ha publicado sus poemas en cuatro ocasiones, 1983, 1986, 1988
y 1990 con el título «Europa». Posteriormente «Trincheras» en 1996 y «Fragmentos de Europa» 1977-1997, en 1998.
Arco
Cada flecha es un día. Tiene un punto
cercano al sol, y luego, exhausta, baja.
El arco que dispara tanta flecha
pudiera ser la vida. Si quebrara
su duro nervio, el ansia moriría.
De “Europa” 1986
Vagas estrellas que arden para nada;
muertas lunas que surcan el vacío;
el cielo que vigila nuestro insomnio,
y, aquí abajo, la sucia piel del mundo
y la vida, su huésped más terrible.
Lo incomprensible no es que lo crearas,
sino que, pese a conocer lo absurdo
que era para los hombres tu universo,
te hicieses uno de ellos y quisieras
participar en esta pesadilla.
De “Las trincheras” 1996
A José del Río Mons
Si tuviese al justo de enemigo,
sería la justicia mi enemiga.
A tu lado en el campo victorioso
y junto a ti estaré cuando el fracaso.
Tus palabras tendrán tumba en mi oído.
Celebraré el primero tu alegría.
Aunque el fraude mi espada no consienta,
engañaremos juntos si te place.
Saquearemos juntos si lo quieres,
aunque mucho la sangre me repugne.
Tus rivales ya son rivales míos:
mañana el mar inmenso nos espera.
De “Europa” 1986
Después de haberme dicho muchas veces…
Después de haberme dicho muchas veces
que debía mirar de otra manera
las cosas, y que a nada conducía,
o tan sólo a pobreza y paranoia,
hacer frente al poder organizado
de los inicuos, tomo nuevamente
las armas y, en constante desacuerdo
con el mundo, me enfrento al sincretismo,
a toda ambiguedad y a la tibieza.
De “Europa” 1986
Aquel que no merece luz ni casa,
que antes de haber nacido ya ha pecado.
Aquel que miente y sobrevive en vela,
que ama a la esposa del mejor guerrero.
El triste. Aquel que no es feliz ni hermoso.
Aquel que usurpa, Egipto, aquel, la sombra.
De “Europa” 1983
Hacia el norte del golfo puede verse
una enorme extensión en la que pierde
su azul el mar y lo suplante el ocre.
Montañas de basura son las islas
que forma el río cuando desemboca;
bandadas de gaviotas caen sobre
los desperdicios y su griterío
acompaña a los lentos petroleros
que remontan el río ente la niebla.
En estas islas hubo pescadores,
hace tiempo, y un faro, cuya torre
fue demolida a medias, y ha quedado
ciega y gris a merced de las mareas.
Yo me acercaba hasta ella muchas veces
cruzando los hambrientos cenagales
desde el puerto fluvial en el que vivo.
Fue después de las torpes madrugadas
junto al amigo y la mujer que mienten;
en ellas todo parecía hecho
para menguar la gracia redentora.
A mi espalda quedaba el ancho río
con sus destartalados almacenes,
su oscura fundición, su factoría,
y la ciudad sin torres ni campanas,
sin un arco de triunfo ni una estatua,
el lugar más hermoso y miserable.
A la tarde de nuevo atravesaba
los pantanos camino de mi casa.
Entraba en la ciudad por una calle
contigua a la gran fábrica de hilados
y me encontraba siempre con los niños
de la tanda de noche que, en hilera,
como los prisioneros, cabizbajos,
ateridos y sucios, se adentraban
en el fragor del nuevo laberinto.
Yo meditaba acerca del pecado
y de cómo los hombres alimentan
con su vida el pecado de los otros.
Venía a mí la imagen de una leva
permanente y veía cómo eran
sacados de sus casas esos niños
y veía los tratos de las madres
con los sargentos y también a madres
que eran zarandeadas y obligadas
a entregar a sus hijos, y veía
sobre los desconchados de los muros
de esas casas el rostro de los nuevos
dioses: el campeón de los sofismas
y las perplejidades y ese otro,
el transformista y bailarín obsceno.
De vuelta a casa, desvariaba y todo
lo visto e imaginado sucedía
en mi alma: en ella se estancaba el agua
de este río solemne y miserable
que nace de la luz lejana y muere
entre los muros de un país sombrío.
De “Las trincheras” 1996
A Abelardo y Marie-Christine
Tuve una amarga cita en Muros Negros.
El Maligno quería mi cabeza,
y yo cerrar su boca para siempre.
Fui con todas mis armas a su encuentro.
Cuando pasaba por las negras calles
las gentes del comercio me insultaban.
Esperé más de un año, y se reían
al verme inmóvil en la plaza inmensa.
Diariamente bardajes y banqueros
cumplían su papel contra natura
y la prensa alentaba todo fraude.
Ninguna cruz había en esa plaza
donde la corrupción se subastaba
por medio de la imagen y el sonido.
El torpe imitador jamás venía,
y yo era como estatua en la que orinan
los perros y defecan las palomas.
Malvendí mi armadura y los arreos
para pagar las deudas contraídas
con los proveedores de cebada
y dejar la ciudad abominable.
Entonces proclamaron mi derrota
y el pacífico triunfo del Falsario.
Su sutil ironía fue ensalzada
junto a la fortaleza de sus leyes.
Medio dormido sobre mi montura
cabalgo por un bosque de ahorcados,
mientras me alejo de los negros muros.
No sé dónde serán las otras citas.
Le ruego a Dios que me conceda fuerzas
y combatir de frente al enemigo.
Es poder una torre sobre rocas…
A Luis Alberto de Cuenca
Es poder una torre sobre rocas
cuyo interior adornan ricas telas
e inscripciones de anales y de leyes.
Una torre que guarda los despojos
de solares y eternas dinastías.
Tiene el poder severos escenarios
e implacables sirvientes silenciosos.
Poder arroja infamia sobre el tibio
y no acepta en su guardia a los neutrales.
Tiene la torre normas que el profano
no comprende y desprecia torpemente.
Poder cierra la boca al arbitrista
y hace que el cuerdo abrevie su discurso.
Es poder una torre sobre un yermo
cuyo exterior el tiempo hizo terrible.
De “Europa” 1983
He soñado de nuevo con jinetes…
He soñado de nuevo con jinetes
pesadamente armados. A lo lejos
acampan. Vemos la humareda enorme
de sus festines y sus grandes sombras.
Sabemos que vendrán tarde o temprano,
y ante su carga no valdrán las hachas
ni las cobardes hoces, ni la astucia.
Sobre nuestras espaldas de vencidos
golpearán terribles sus espadas.
Quisiera desertar, pero me dicen
que sé algo de estrategia y que soy joven.
Quisiera estar del lado de los otros.
De “Europa” 1988
Arriba, donde reza la doncella,
todo el día es de día; abajo, donde
viven los cerdos, es siempre de noche.
Hay criados que conocen ambos mundos,
pues tienen que subir todos los días
para servir a la doncella orante.
Otros, los que alimentan a los cerdos,
pierden la vista paulatinamente,
y lo mismo sucede con los cerdos,
incluso algunos nacen ya sin ojos.
En tiempo de matanza la doncella
sueña con un inmenso mar de sangre
al que se asoman altos promontorios
formados por los huesos de los cerdos,
y sueña que uno de esos cerdos ciegos
la empuja y contra el rojo mar la estrella.
Esto sucede arriba de la torre,
desde la que se ve una tierra inculta
cruzada por acequias desecadas
y cerrada por anchos y altos setos.
Unas lomas impiden que la torre
se vea desde lejos, y el viajero
que ahora llega sólo puede verla
cuando su enorme sombra lo amenaza.
Limpiará muchos años las pocilgas
y vivirá la vida de los siervos:
el promiscuo placer y la torpeza
del vino, y su lenguaje serán gritos
y blasfemias y en viles altercados
se verá envuelto, y perderá su nombre.
Un día encontrará una cruz tirada
entre los excrementos de los cerdos,
una pequeña cruz labrada en oro,
que ocultará supersticiosamente
ya la que llevará siempre su mano
antes de hacer un rápido remedo
de señal de la cruz, para escudarse
ante un peligro o dar a la conciencia
una tregua después de la caída.
Pasado el tiempo, no tendrá memoria
del error que lo trajo a las pocilgas,
ni de por qué vagaba por los campos
buscando no se sabe bien qué cosas.
De “Las trincheras” 1996
Otros recuerdan los jardines falsos
del amor y los días en que amaron
o creyeron amar, y otros, los libros
que leían de niños y marcaron
su vida para siempre, ya que nunca
pudieron entender cómo es el mundo.
Y todos se consuelan de esta forma
e incluso se entusiasman cuando sienten
que la memoria puede moldearse
a voluntad y dar lo que no daban
el amor, los jardines y los libros.
Yo recuerdo las cosas que no hice:
las campañas de mayo sobre todo.
De “Las trincheras” 1996
A Lorenzo Martín del Burgo
Él era de una raza de gigantes.
Mirábamos sus ojos, y su orgullo
nos sojuzgaba. Mucho ponderamos
su grandeza de espíritu, su forma
de arrastrar las cadenas en la jaula.
Era la dignidad y lo inasible,
un astro en torno al cual todo giraba.
Cuando fue deportado, nuestras vidas
perdieron su más clara referencia:
allí permanecía aquella jaula,
pero sin nuestro superior trofeo,
y el tiempo en el cuartel se hizo insufrible.
En vano organizarnos correrías,
saqueos sistemáticos y asaltos
por sorpresa; fue inútil disfrazarnos
con harapos y entrar en las ciudades
del enemigo y practicar secuestros:
ningún botín podía devolvernos
la confianza perdida y la victoria
dejó de ser hermosa y el combate
se convirtió en oficio de asesinos.
Vemos la noche desde nuestra jaula
y nos imaginamos yermas lunas
más lejos cada vez unas de otras
y un sol sólo ceniza a la deriva
del que también se alejan esas lunas.
Entonces la traición de nuestros jefes
y todos nuestros crímenes no importan;
aunque tarde, aprendemos la renuncia
y viene a consolarnos el desprecio.
De “Europa” 1990
No soy feliz, ni lo seré venciendo.
Ya no quiero vencer. Lanzo la flecha,
pero la estéril ansiedad persiste.
Mando romper el nervio de los arcos
y la ansiedad persiste. Ya me hiere
todo rumor y escucho predicciones
sobre eclipses e imperios. El insomnio
me devuelve un pretérito manchado.
La vejez de los dioses es inmensa,
y mil generaciones de los hombres
alcanzan lo que alcanza su agonía.
Los crímenes de un dios jamás prescriben,
se arrastran como siglos por los siglos
ensuciando los ojos de lo eterno.
Todo lo que alcancé ya no me sirve.
No quiero ver a la mujer gozada.
No quiero ver el campo victorioso.
No quiero ver las torres ni los templos.
Ni las palabras dichas ya me sirven:
escapan sin sentido de mi boca.
Todo lo que contemplo se empobrece.
Ningún alivio encuentro en los paisajes
que los hombres aprecian. Ha salido
muchas veces el sol, muchas ha muerto.
De “Europa” 1986
Nunca he visto gozosa a la discordia…
Nunca he visto gozosa a la discordia.
No conozco el olor que tiene el campo
después de la batalla. Nunca he visto
caballos sin jinete entre las picas
vagar y entre los muertos. No conozco
la voluntad de ser invulnerable
ni el estupor que nace con la herida.
De “Europa” 1983
Amigos, el amor me perjudica:
no permitáis que caiga nuevamente.
Podemos emprender una campaña
o el estudio de textos olvidados:
algo que me mantenga distraído.
No me habléis de la dulce voz de aquélla
ni del hermoso talle de esa otra.
Quemad todo retrato, ensordecedme,
poned sus armas en mis propias manos:
si sé el secreto su poder se extingue:
ellas son incapaces de ternura.
De “Fragmentos de Europa” 1977-1997
Vengan grises caballos por la senda
nevada, y un anciano se detiene
y ve pasar jinetes y armas oye.
Continuamente pasan los soldados,
y otra tierra recuerda y otro tiempo.
El corazón del viejo se ensombrece
mientras las muchas sombras enumera,
y otra guerra recuerda y otros hombres.
De “Europa” 1986
Me puse a divagar y pensé en Rusia;
también pensé que el alma es como Rusia
y que son sus fronteras las de Rusia,
amenazadas por las mismas hordas.
Después pensé en un carro de combate
que avanza por la estepa día y noche
dejando sus rodadas infinitas
en los fangales del primer deshielo.
Por su torreta asoma la figura
de un hidalgo espectral y delirante
que a grandes voces desafía al mundo
y pide a Dios la salvación del diablo.
De “Las trincheras” 1996
A Violeta
Hay algo noble en todas las espadas.
Hay algo noble en todos los jinetes.
Y espadas nobles hay en manos regias,
y audaces horas y monarcas santos
que cabalgan enfermos, poseídos
por una gracia que el temor destruye.
Ellos nunca quisieron ser los dioses
pues Dios era su sueño y su vigilia.
Hay espadas que empuña el entusiasmo
y jinetes de luz en la hora oscura.
De “Europa” 1986
Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra,
Majestad y Humildad, impera siempre.
Tiro como si fuera un trapo viejo
la razón inestable que ayer dijo
y dirá lo contrario de inmediato.
Olvido los tres siglos de cordura,
la mole de palabrería impresa,
e intento serte grato nuevamente.
Sólo quiero volver a las trincheras…
Sólo quiero volver a las trincheras,
a las trincheras donde nunca estuve.
La mañana de nieve, el negro muro,
tus palabras de hielo en mis oídos.
Sólo quiero volver a la tristeza
del frente occidental, que es mi tristeza.
Cuando a mi estéril corazón me vuelvo,
por las eternas dudas asolado,
pienso en Tartaria, en gélidos desiertos,
y una sombra comienza a tomar forma
y una forma se encarna lentamente,
mientras mi débil voluntad conquista.
Desde entonces que el jinete eterno,
a quien turban inmensas lejanías,
lleno de desazón, se ponga en marcha.