Mallarmé, Stéphane

Mallarmé, Stéphane (1842-1898)

Poeta francés nacido en Paris en 1842.

Huérfano desde los siete años, estudió bachillerato en Sens y viajó a Londres para acreditarse como profesor de inglés. Muy joven empezó a escribir poesía bajo la influencia de Charles Baudelaire, alternando la labor literaria con su actividad académica en varios institutos franceses. A partir de 1871, ya instalado en Paris, se dio a conocer con las obras “Herodías” en 1869 y “La siesta de un fauno” en 1876. En la década de 1880 ya era el centro de un grupo de escritores franceses en París, incluyendo a André Gide y Paul Valéry, a quienes él comunicó sus ideas sobre el verso libre y la construcción del poema alrededor de un símbolo central. Fue uno de los pioneros del movimiento Decadente francés.

Antes de fallecer en Paris en 1898, publicó una antología denominada “Verso y prosa” en 1893, y el volumen de ensayos en prosa “Divagaciones” en 1897.

Angustia

Hoy no vengo a vencer tu cuerpo, oh bestia llena
de todos los pecados de un pueblo que te ama,
ni a alzar tormentas tristes en tu impura melena
bajo el tedio incurable que mi labio derrama.

Pido a tu lecho el sueño sin sueños ni tormentos
con que duermes después de tu engaño, extenuada,
tras el telón ignoto de los remordimientos,
tú que, más que los muertos, sabes lo que es la nada.

Porque el Vicio, royendo mi majestad innata,
con su esterilidad como a ti me ha marcado;
pero mientras tu seno sin compasión recata

un corazón que nada turba, yo huyo, deshecho,
pálido, por el lúgubre sudario obsesionado,
¡con terror de morir cuando voy solo al lecho!

Versión de Andrés Holguín

Angustia  (Otra versión)

Yo no vengo esta noche para vencer tu cuerpo,
en el que están los pecados de un pueblo ni para,
en tu impuro cabello, alzar tormenta
bajo el fastidio incurable .que destilan mis besos.

Pido a tu lecho el pesado sueño sin fantasmas
deslizándose a través de las cortinas ignoradas del remordimiento,
que tú puedes saborear después de tus negras mentiras.
Tú que sobre la nada sabes más que los muertos.

Pues el vicio, royendo mi nativa nobleza,
me ha marcado, como a ti, con el sello de la esterilidad;
mas en tanto que tu seno de piedra lo habita

un corazón que la garra de ningún crimen hiere,
yo huyo, pálido, deshecho, obsesionado por mi sudario,
temiendo morir cuando duermo solo.

Versión de L. S.



Aparición

La luna se entristecía. Serafines llorando
sueñan, el arquillo en los dedos, en la calma de las flores
vaporosas, sacaban de las lánguidas violas
blancos sollozos resbalando por el azul de las corolas,

Era el día bendito de tu primer beso.
Mi ensueño que se complace en martirizarme
se embriagaba sabiamente con el perfume de tristeza
Que incluso sin pena y sin disgusto deja
el recoger de su sueño al corazón que lo ha acogido.

Vagaba, pues, con la mirada fija en el viejo enlosado,
cuando con el sol en los cabellos, en la calle
y en la tarde, tú te me apareciste sonriente,
y yo creí ver el hada del brillante sombrero,
que otrora aparecía en mis sueños de niño
mimado, dejando siempre, de sus manos mal cerradas,
cien blancos ramilletes de estrellas perfumadas.

Versión de L. S.

Brisa marina

Leí todos los libros y es, ¡ay! , la carne triste.
¡huir, huir muy lejos! Ebrias aves se alejan
entre el cielo y la espuma. Nada de lo que existe,
ni los viejos jardines que los ojos reflejan,
ni la madre que, amante, da leche a su criatura,
ni la luz que en la noche mi lámpara difunde
sobre el papel en blanco que defiende su albura
retendrá al corazón que ya en el mar se hunde.
¡Yo partiré! ¡Oh, nave, tu velamen despliega
y leva al fin las anclas hacia incógnitos cielos!
Un tedio, desolado por la esperanza ciega,
confía en el supremo adiós de los pañuelos.
Y tal vez, son tus mástiles de los que el viento lanza
sobre perdidos náufragos que no encuentran maderos,
sin mástiles, sin mástiles, ni islote en lontananza…
Corazón, oye cómo cantan los marineros!

Versión de Andrés Holguín



Herodías

(Escena)

La nodriza – Herodías

Nodriza
¡Vives! ¿O aquí la sombra miro de una princesa?
A mis labios tus dedos, sus anillos, y cesa
de andar por ignoradas edades…

Herodías
Detente.

De mis inmaculados cabellos el torrente
rubio, al bañar mi cuerpo solitario, lo hiela
de horror, y mis cabellos, que la luz encarcela,
son inmortales. Un beso me mataría
si la belleza no fuera la muerte…

¿Guía
qué imán, y cuál mañana que olvidan los videntes
vuelca su triste luz en ocasos murientes,
lo sé yo? Tú me has visto, mi nodriza invernal,
bajo prisión de piedras y de duro metal
donde arrastran leones viejos siglos arcanos
entrar, mientras venía, fatal, puras las manos
En el desierto aroma de estos reyes vetustos;
¿pero es que viste acaso cuáles fueron mis sustos?

Me detengo en exilios soñando; se deshojan
como al pie de una fuente cuyas linfas me acojan-
yertos lirios en mí, mientras, con vivoos ojos
que ven cómo descienden los lánguidos despojos,
en silencio, leones mis ensueños turbando
apartan la indolencia de mis ropajes, cuando
miran cómo mis pies pueden calmar el mar.
Tráta tú las angustias seniles de calmar,
ven, y que mis cabellos imiten las maneras
hoscas, que a ti dan miedo, de equinas cabelleras;
ayúdame, que asi mirarte no te dejo,
a peinarme indolentemente frente a mi espejo.

Nodriza
¿Si no la alegre mirra, en redomas guardada,
de la esencia a vejeces de las rosas raptada
quisieras, hija mia, comprobar la virtud
fúnebre?

Herodías
¡De perfumes basta! ¿No sabes tú
que los odio, nodriza? ¿Buscas luego que sienta
su embriaguez inundar mi frente macilenta?
Quiero que mis cabellos, así no sean flores
para esparcir olvido de humanos sinsabores
sino el oro, por siempre virgen de las fragancias
en sus crueles relámpagos y en sus lívidas ansias
observen el helor estéril del metal,
reflejándoos, gemas del baluarte natal,
armas, vasos de días solos de mi niñez.

Nodriza
Perdón! Vuestra defensa la edad borró tal vez,
De mi espíritu pálido cual negro libro, o viejo;

Herodías
¡Basta! Ten frente a mí este espejo

¡oh espejo!
agua fría que el tedio logró ver congelada,
que a veces, y durante las horas, desolada
de los sueños, buscando mis memorias, lo mismo
que las hojas debajo de su profundo abismo.
En ti me aparecí como sombra lejana,
mas, ¡horror! por las noches en tu adusta fontana
vi del disperso sueño la desnuda beldad.

Nodriza, ¿bella soy’?

Nodriza
Un astro, a la verdad
mas esta trenza cae…

Herodías
Que congelada va mi sangre hacia su fuente,
y esta impiedad famosa del gesto; ¿cuál endriago
seguro te abalanza sobre el siniestro halago?
El beso y los perfumes brindados, corazón,
y la mano, sacrílega siempre, el día son
(conmoverme buscabas sin duda) que no habría
de morir en la torre sin desventura. ¡Oh día,
oh día que Herodías con estupor observa!

Nodriza
¡Tiempo extraño, en efecto, de qué el cielo os preserva!
Erráis, oh sombra sola, renovado furor,
y contemplando en vos precoz, y con horror
pero siempre adorable como un sér inmortal,
oh mi niña, y hermosa terriblemente, tal
como…

Herodías
¿Mas no queréis conmoverme?

Nodriza
Quería
ser a quien el Destino los secretos confía.

Herodías
¡Oh, cállate!

Nodriza
¿Vendría quizás?

Herodías
Estrellas puras,
¿No me oís?

Nodriza
¡Pero cómo, sino en medio de oscuras
amenazas, pensar más implacable, en tanto,
y como al dios pidiendo que el espléndido encanto
de vuestra gracia espera! ¿Para quién, devorada
de angustias, conserváis la elación ignorada
y el misterio que oculta vuestro sér?

Herodías
Para mí.

Nodriza
Triste flor que impasible crecer a solas vi,
vana sombra en el agua vista con atonía.

Herodías
Vete, y tu compasión guárda con tu ironía.

Nodriza
Sin embargo, explicad: ingenua niña mía,
este triunfal desdén ha de amainar un día.

Herodías
¿Mas quién me tocará, de leones temida?
Además, nada humano deseo, y esculpida,
si al paraíso ve que mi mirada ha errado,
es que recuerdo un día tu leche haber gustado.

Nodriza
¡Víctima lamentable que al Destino se ofrece!

Herodías
¡Sí, para mí, desierta, mi juventud florece!
Ya lo sabéis, jardines de amatista, anegados
sin término en sapientes abismos deslumbrados.
Oros ignotos, luz que antigua persevera
bajo el sueño sombrío de una tierra primera,
joyas en que mis ojos, como gemas lustrales,
beben su claridad melodiosa; metales
que un esplendor fatal dáis a mi cabellera
juvenil, y a su torva majestad altanera.
En cuanto a ti, mujer nacida en horas vanas,
y para la maldad de las grutas arcanas,
¡y que hablas de un mortal! Según que, si en mis vestes,
los cálices, aroma de delicias agrestes,
daban a mi desnudo cándida conmoción.
Sibila que, si el tibio azur de la estación,
tras él, nativamente descubre la doncella
me mira en mi pudor titilante de estrella,
¡muero!

Gusto el horror de ser virgen; quisiera

vivir entre el terror que da mi cabellera
para, cuando en la noche retirada, serpiente
inviolada, sentir en la carne impotente

tu pálido fulgor, tu mate claridad,
tú, que vives y mueres y ardes de castidad,
¡noche blanca de hielos y de nieve crüel!

Tú, solitaria hermana, mi eterna hermana fiel,
Hacia ti volará mi sueño con la rara
Virtud de un corazón que así lo consagrara,
En mi patria monótona sola vedme. En redor
De mí, todo en el culto vive del resplandor
De un cristal que en su calma sabe copiar radiante
A Herodías de clara mirada de diamante.
¡Sí! Sé que sola estoy, ¡oh encanto postrimer!

Nodriza
¿Señora, ansiáis entonces morir?

Herodías
No, pobre sér,
cálma, y si mi rigor has de olvidar, ¡abur!
Mas antes los postigos ciérra, pues el azur
seráfico sonríe tras las vidrieras hondas,
y yo detesto el bello azur!

¿En ondas
que allá se mecen, sabes acaso de un lugar
donde el siniestro espacio tenga el torvo mirar
de Venus, que en las frondas fulgura en el Ocaso?
Allí voy.

Pero enciénde (pueril lo ves acaso)

la cera de estas hachas que con llama ligera
llora entre el oro vano su congoja extranjera.

Nodriza
¿Y bien?

Herodías
Adiós entonces.

¡Mientes, desnuda flor
de mis labios!

Yo siento venir ignoto amor
o bien, de tus clamores y el misterio ignorante,
un supremo sollozo lanzas, agonizante,
de una infancia que siente cómo, en sus fantasías,
se separan por fin sus yertas pedrerías.

Versión de Otto de Greiff

La siesta de un fauno

(Égloga)

El Fauno:

Estas ninfas quisiera perpetuar.
Que palpite
su granate ligero, y en el aire dormite
en sopor apretado.
¿Quizás un sueño amaba?
Mi duda, en oprimida noche remota, acaba
en más de una sutil rama que bien sería
los bosques mismos, al probar que me ofrecía
como triunfo la falta ideal de las rosas.
Reflexionemos…
¡Si las mujeres que glosas
un deseo figuran de tus locos sentidos!
Se escapa la ilusión de los ojos dormidos
y azules, cual llorosa fuente, de la más casta;
¡mas, la otra, en suspiros, dices tú que contrasta
como brisa del día cálido en tu toisón!
¡Que no! que por la inmóvil y lasa desazón
-el sol con la frescura matinal en reyerta-
no murmura agua que mi flauta no revierta
al otero de acordes rociado; sólo el viento
fuera de los dos tubos pronto a exhalar su aliento
en árida llovizna derrame su conjuro;
es, en la línea tersa del horizonte puro,
el hálito visible y artificial, el vuelo
con que la inspiración ha conquistado el cielo.

Sicilianas orillas de charca soporosa
que al rencor de los soles mi vanidad acosa,
tácita bajo flores de centellas, DECID:

“Que yo cortaba juncos vencidos en la lid
“por el Talento; al oro glauco de las lejanas
“verduras consagrando su viña a las fontanas,
“ondea una blancura animal en la siesta;
“y que al preludio lento de que nace la fiesta,
“vuelo de cisnes, ¡No! de náyades, se esquive ”
“o se Sumerja…

Fosca, la hora inerte avive
sin decir de qué modo sutil recogerá
húmenes anhelados por el que busca el LA:
me erguiré firme entonces al inicial fervor,
recto, bajo oleadas antiguas de fulgor,
¡Lis! uno de vosotros para la ingenuidad.

Sólo esta nada dócil, oh labios, propalad,
beso que suavemente perfidias asegura.
Mi pecho, virgen antes, muestra una mordedura
misteriosa, legado de algún augusto diente;
¡Y basta! arcano tal buscó por confidente
junco gemelo y vasto que al sol da su tonada
que, desviando de sí mejilla conturbada,
sueña, en un solo lento, tramar en ocasiones
la belleza en redor, quizá por confusiones
falsas entre ella misma y nuestra nota pura;
y de lograr, tan alto como el amor fulgura,
desvanecer del sueño sólito de costado
o dorso puro, por mi vista ciega espiado,
una línea vana, monótona y sonora.

¡Quiére, pues, instrumento de fugas, turbadora
siringa, florecer en el lago en que aguardas!
Yo, en mi canto engreído, diré fábulas tardas
de las diosas; y por idólatras pinturas,
a su sombra hurtaré todavía cinturas:
así cuando a las vides la claridad exprimo,
por desechar la pena que me conturba, mimo
risas, alzo el racimo ya exhausto, al sol, y siento
cuando a las luminosas pieles filtro mi aliento,
mirando a su trasluz un ávida embriaguez.

Oh ninfas, los RECUERDOS unamos otra vez.

“Mis ojos, tras los juncos, hendían cada cuello
“inmortal, que en las ondas hundía su destello
“y un airado clamor al cielo desataba;
“y el espléndido baño de cabellos volaba
“entre temblor y claridad, ¡oh pedrería!
“corro; cuando a mis pies alternan (se diría
“por ser dos, degustando, langorosas, el mal)
“dormidas sólo en medio de un abrazo fatal:
“las sorprendo, sin desenlazarlas, y listo
“vuelo al macizo, de fútil sombra malquisto,
“de rosas que desecan al sol todo perfume,
“en que, como la tarde, nuestra lid se resume”.

¡Yo te adoro, coraje de vírgenes, oh gala
feroz del sacro fardo desnudo que resbala
por huír de mi labio fogoso, y como un rayo
zozobra! De la carne misterioso desmayo;
de los pies de la cruel al alma de la buena
que abandona a la vez una inocencia, llena
de loco llanto y menos atristados vapores.

“Mi crimen es haber, tras de humillar temores
“traidores, desatado el intrincado nido
“de besos que los dioses guardaban escondido;
“pues, yendo apenas a ocultar ardiente risa
“tras los pliegues felices de una sola (sumisa
“guardando para que su candidez liviana
“se tiñera a la fiel emoción de su hermana
“la pequeñuela, ingenua, sin saber de rubor);
“ya de mis brazos muertos por incierto temblor,
“esta presa, por siempre ingrata, se redime
“sin piedad del sollozo de que embriagado vime”.

¡Peor! me arrastrarán otras hacia la vida
por la trenza a los cuernos de mi frente ceñida;
tú sabes, mi pasión, que, púrpura y madura,
toda granada brota y de abejas murmura;
y nuestra sangre loca por quien asirla quiere,
fluye por el enjambre del amor que no muere.
Cuando el bosque de oro y cenizas se tiña,
una fiesta se exalta en la muriente viña:
¡Etna! En medio de ti, de Venus alegrado,
en tu lava imprimiendo su coturno sagrado,
si un sueño triste se oye, si su fulgor se calma,
¡tengo la reina!

Oh cierto castigo…

Pero el alma
de palabras vacante, y este cuerpo sombrío
tarde sucumben al silencio del estío:
sin más, fuerza es dormir, lejano del rencor,
sobre la arena sitibunda, a mi sabor,
¡la boca abierta al astro de vinos eficaces!

¡Oh par, abur! La sombra miro en que te deshaces.

Versión de Otto de Greiff

La tumba de Edgar Poe

Tal como al fin el tiempo lo transforma en sí mismo,
el poeta despierta con su desnuda espada
a su edad que no supo descubrir, espantada,
que la muerte inundaba su extraña voz de abismo.

Vio la hidra del vulgo, con un vil paroxismo,
que en él la antigua lengua nació purificada,
creyendo que él bebía esa magia encantada
en la onda vergonzosa de un oscuro exorcismo.

Si, hostiles alas nubes y al suelo que lo roe,
bajo-relieve suyo no esculpe nuestra mente
para adornar la tumba deslumbrante de Poe,

que, como bloque intacto de un cataclismo oscuro,
este granito al menos detenga eternamente
los negros vuelos que alce el Blasfemo futuro.

Versión de Andrés Holguín

Las cuatro estaciones

1. Resurgir

Primavera enfermiza tristemente ha expulsado
Al invierno, estación de arte sereno, lúcido,
Y, en mi ser presidido por la sangre sombría,
La impotencia se estira en un largo bostezo.

Unos blancos crepúsculos se entibian en mi cráneo
Que un cerco férreo ciñe como a una vieja tumba
Y triste, tras un sueño bello y etéreo, vago
Por campos do la inmensa savia se pavonea.

Luego caigo enervado de perfumes arbóreos,
Cavando con mi rostro una fosa a mi sueño,
Mordiendo el suelo cálido donde crecen las lilas,

Espero que, al hundirme, mi desgana se alce…
-Mientras, el Azur ríe sobre el seto y despierta
Tanto pájaro en flor que al sol gorgea-.

2. Tristeza de verano

El sol, sobre la arena, luchadora durmiente,
Calienta un baño lánguido en tu pelo de oro
Y, consumiendo incienso sobre tu hostil mejilla,
Con las lágrimas mezcla un brebaje amoroso.

De ese blanco flameo esa inmutable calma
Te ha hecho, triste, decir -oh, mis besos miedosos-:
“¡Nunca seremos una sola momia
Bajo el desierto antiguo y felices palmeras!”

¡Pero tu cabellera es un río tibio,
Donde ahogar sin temblores el alma obsesionante
Y encontrar esa Nada desconocida, tuya!

Yo probaré el afeite llorado por tus párpados,
Por ver si sabe dar al corazón que heriste
La insensibilidad del azur y las piedras.

3. Suspiro

Mi alma hacia tu frente donde sueña
Un otoño alfombrado de pecas, calma hermana,
Y hacia el errante cielo de tus ojos angélicos
Asciende, como en un melancólico parque,
Fiel, un surtidor blanco suspira hacia el azul.
-Hacia el Azur eternecido de octubre puro y pálido
Que mira en los estanques su languidez sin fin
Y deja, sobre el agua muerta do la salvaje
Agonía de las hojas yerra al viento y excava un frío surco,
Arrastrarse al sol gualda de un larguisimo rayo.

4. Invierno

¡El virgen, el vivaz y bello día de hoy
Da un aletazo ebrio va a desgarrarnos este
Lago duro olvidado que persigue debajo de la escarcha
El glaciar transparente de los vuelos no huidos!

Un cisne de otro tiempo se acuerda de que él es
Quien, aun sin esperanza, magnífico se libra
Por no haber cantado la región do vivir
Cuando ha esplendido el tedio del estéril inviemo.

Sacudirá su cuello entero esta blanca agonía
Por el espacio impuesto al ave que lo niega,
Mas no el horror del suelo que aprisiona al plumaje.

Fantasma que su puro destello a este lugar asigna,
Se aquieta en el ensueño helado del desprecio
Que entre su exilio inútil viste el Cisne.

Versión de: Aníbal Núñez



Soneto

El de sus puras uñas onix, alto en ofrenda,
La Angustia, es medianoche, levanta, lampadóforo,
Mucho vesperal sueño quemado por el Fénix
Que ninguna recoge ánfora cineraria:

Salón sin nadie en las credencias conca alguna,
Espiral espirada de inanidad sonora,
(El Maestro se ha ido, llanto en la Estigia capta
Con eso solo objeto nobleza de la Nada.)

Mas cerca la ventana vacante al norte, un oro
Agoniza según tal vez rijosa fábula
De ninfa alanceada por llamas de unicornios

Y ella apenas difunta desnuda en el espejo
Que ya en las nulidades que claüsura el marco
Del centellar se fija súbito el septimino.

Versión de Octavio Paz