Gutiérrez Nájera, Manuel

Reseña biográfica

Poeta, periodista y ensayista mexicano nacido en Ciudad de México en 1859.

Inició su carrera literaria desde los dieciséis años de edad, dando a conocer sus escritos en la prensa bajo numerosos seudónimos.

La influencia que ejercieran en él los poetas franceses Théofile Gautier y Paul Verlaine, lo convirtieron en el precursor de la poesía Modernista marcando la transición desde el Romanticismo.

Cultivó además la crítica literaria y teatral empleando un lenguaje de gran personalidad expresiva.

Su principal interés radicó según sus palabras, en “expresar los pensamientos franceses en versos españoles”, versos cuya trascendencia sólo se observó después de su muerte, acaecida en el año de 1895.

A un triste

¿Por qué de amor la barca voladora

con ágil mano detener no quieres

y esquivo menosprecias los placeres

de Venus, la impasible vencedora?

A no volver los años juveniles

huyen como saetas disparadas

por mano de invisible Sagitario;

triste vejez, como ladrón nocturno,

sorpréndenos sin guarda ni defensa,

y con la extremidad de su arma inmensa,

la copa del placer vuelca Saturno.

¡Aprovecha el minuto y el instante!

Hoy te ofrece rendida la hermosura

de sus hechizos el gentil tesoro,

y llamándote ufana en la espesura,

suelta Pomona sus cabellos de oro.

En la popa del barco empavesado

que navega veloz rumbo a Citeres,

de los amigos el clamor te nombra,

mientras, tendidas en la egipcia alfombra,

sus crótalos agitan las mujeres.

¡Deja, por fin, la solitaria playa,

y coronado de fragantes flores,

descansa en la barquilla de las diosas!

¿Qué importa lo fugaz de los amores?

¡También expiran jóvenes las rosas!

Ama a prisa

Mientras ufana la risa

de tus labios no se aleje,

si quieres que te aconseje

¡ama aprisa!

Con raudo mariposeo

se va de esta a aquella flor

en las alas del deseo,

libando el licor hibleo del amor.

¡Seres y cosas felices

jamás tuvieron raíces!

Se ven marchitas las rosas

y mustias las margaritas…

¡Pero no se ven marchitas

ni alondras ni mariposas!

Con gentileza y donaire

se paran en donde quieren,

y cuando al cabo se mueren

su libre tumba es el aire.

Ama a cuantas

te quieran también amar,

porque siendo tantas, tantas

¡no las podrás recordar!

¡Ama al velo

que solo las almas malas

están prendidas al suelo.

¡Todo lo que sube al cielo

tiene alas!

Hay, aquí; mañana, allá;

sin locura ni pasión

como quien de paso va

y seguro de que está

en casa su corazón.

Haz la amorosa comedia

o la comedia divina…

¡Mas córtala si declina

en tragedia!

¡Todo en risa, todo en risa!

¡Todo entre galán y dama!

Sin amar a todas, ama…

pero aprisa, muy aprisa.

Que así, yendo sin cesar

de esta flor a aquella flor,

cuando te quiera buscar

no te encontrará el dolor.

Mas ¡ay! que en esta infinita

mudanza eterna del alma

todo nuestro ser agita

sed insaciable de calma.

Sé para el amor travieso

en labios de hermosas locas,

y allí conoce las bocas…

¡pero no conoce el beso!

En las breñas del camino

se queda el alma cansada,

como túnica de lino

por las zarzas desgarrada.

Noche helada

cae al campo solitario,

como las noches del polo,

y envuelto en ese sudario

queda el espíritu solo.

Quiso Dios

que abran las almas el vuelo;

más solo llegan al cielo

las que van de dos en dos.

Las otras vagan errantes,

en el espacio perdidas…

Pero, muertos o inconstantes,

ya no vendrán los amantes

de esas blancas prometidas.

Busca, busca a la mujer

que da paz al pecho herido,

y en llegándola a tener,

forma un nido.

¡Los pájaros son muy sabios!

Huye la risa de prisa,

y cuando se va la risa

¡qué secos quedan los labios!

No vuelan las ilusiones

ni ostentan sus ricas galas

sino teniendo par alas

dos alas de corazones.

Haz pues lo que te aconsejo;

como la hermosa un espejo,

así el alma busca ansiosa

otra alma tierna y amada,

y solo se mira hermosa

si en ella está retratada.

Intranquilo cazador

que marchas entre las flores,

sabe que huyen los amores

y que es eterno el amor.

Y mientras para él no existe,

pierde el mirto su follaje

y aparece enfermo y triste;

mas ya verás cuál se viste

en mayo, con rojo encaje.

Impacientes las palomas

vuelan por valles y lomas

de libres hacienda alarde,

con caprichoso volar,

pera cuando cae la tarde,

regresan al palomar.

De blanco

¿Qué cosa más blanca que cándido lirio?

¿Qué cosa más pura que místico cirio?

¿Qué cosa más casta que tierno azahar?

¿Qué cosa mas virgen que leve neblina?

¿Qué cosa más santa que el ara divina

de gótico altar?

¡De blancas palomas el aire se puebla;

con túnica blanca, tejida de niebla,

se envuelve a lo lejos del feudal torreón;

erguida en el huerto la trémula acacia

al soplo del viento sacude con gracia

su níveo pompón!

¿No ves en el monte la nieve que albea?

La torre muy blanca domina la aldea,

las tiernas ovejas triscando se van,

de cisnes intactos el lago se llena,

columpia su copa la enhiesta azucena,

y su ánfora inmensa levanta el volcán.

Entremos al templo: la hostia fulgura;

de nieve parecen las canas del cura,

vestido con alba de lino sutil;

cien niñas hermosas ocupan las bancas,

y todas vestidas con túnicas blancas

en ramos ofrecen las flores de abril.

Subamos al coro: la virgen propicia

escucha los rezos de casta novicia,

y el cristo de mármol expira en la cruz;

sin mancha se yerguen las velas de cera;

de encaje es la tenue cortina ligera

que ya transparente del alba la luz.

Bajemos al campo: tumulto de plumas

parece el arroyo de blancas espumas

que quieren, cantando, correr y saltar;

la airosa mantilla de fresca neblina

terció la montaña: la vela latina

de barca ligera se pierde en el mar.

Ya salta del lecho la joven hermosa,

y el agua refresca sus hombros de diosa,

sus brazos ebúrneos, su cuello gentil;

cantando y risueña se ciñe la enagua

y trémulas brillan las gotas de agua

en su árabe peine de blanco marfil.

¡Oh mármol! ¡Oh nieve! ¡Oh inmensa blancura

que esparces doquiera tu casta hermosura!

¡Oh tímida virgen! ¡Oh casta vestal!

Tú estás en la estatua de eterna belleza,

de hábito blanco nació la pureza,

¡al ángel das alas, sudario al mortal!

Tú cubres al niño que llega a la vida,

coronas las sienes de fiel prometida,

al paje revistes de rico tisú.

¡Qué blancos son, reinas, los mantos de armiño!

¡Qué blanca es, oh madres, la cuna del niño!

¡Qué blanca, mi amada, qué blanca eres tú!

Efímeras

Idos, dulces ruiseñores.

Quedó la selva callada,

y a su ventana, entre flores,

no sale mi enamorada.

Notas, salid de puntillas;

está la niñita enferma…

Mientras duerme en mis rodillas,

dejad, ¡oh notas!, que duerma.

Luna, que en marco de plata

su rostro copiabas antes,

si hoy tu cristal lo retrata

sacas, luna, la espantes.

Al pie de su lecho queda

y aguarda a que buena esté,

coqueto escarpín de seda

que oprimes su blanco pie.

Guarda tu perfume, rosa,

guarda tus rayos, lucero,

para decir a mi hermosa,

cuando sane que la quiero.

En un abanico

Pobre verso condenado

a mirar tus labios rojos

y en la lumbre de tus ojos

quererse siempre abrasar.

Colibrí del que se aleja

el mirto que lo provoca

y ve de cerca tu boca

y no la puede besar.

Frente a frente

Oigo el crujir de tu traje,

turba tu paso el silencio,

pasas mis hombros rozando

y yo a tu lado me siento.

Eres la misma: tu talle,

como las palmas, esbelto,

negros y ardientes los ojos,

blondo y rizado el cabello;

blando acaricia mi rostro

como un suspiro tu aliento;

me hablas como antes me hablabas,

yo te respondo muy quedo,

y algunas veces tus manos

entre mis manos estrecho.

¡Nada ha cambiado: tus ojos

siempre me miran serenos,

como a un hermano me buscas,

como a una hermana te encuentro!

¡Nada ha cambiado: la luna

deslizando su reflejo

a través de las cortinas

de los balcones abiertos;

allí el piano en que tocas,

allí el velador chinesco

y allí tu sombra, mi vida,

en el cristal del espejo.

Todo lo mismo: me miro,

pero al mirarte no tiemblo,

cuando me miras no sueño.

Todo lo mismo, peor algo

dentro de mi alma se ha muerto.

¿Por qué no sufro como antes?

¿Por qué, mi bien, no te quiero?

Estoy muy triste; si vieras,

desde que ya no te quiero

siempre que escucho campanas

digo que tocan a muerto.

Tú no me amabas pero algo

daba esperanza a mi pecho,

y cuando yo me dormía

tú me besabas durmiendo.

Ya no te miro como antes,

ya por las noches no sueño,

ni te esconden vaporosas

las cortinas de mi lecho.

Antes de noche venías

destrenzando tu cabello,

blanca tu bata flotante,

tiernos tus ojos de cielo;

lámpara opaca en la mano,

negro collar en el cuello,

dulce sonrisa en los labios

y un azahar en el pecho.

Hoy no me agito si te hablo

ni te contemplo si duermo,

ya no se esconde tu imagen

en las cortinas del techo.

Ayer vi a un niño en la cuna;

estaba el niño durmiendo,

sus manecitas muy blancas,

muy rizado su cabello.

No sé por qué, pero al verle

vino otra vez tu recuerdo,

y al pensar que no me amaste,

sollozando le di un beso.

Luego, por no despertarle,

me alejé quedo, muy quedo.

¡Qué triste que estaba el alma!

¡Qué triste que estaba el cielo!

Volví a mi casa llorando,

me arrojé luego en el lecho.

Todo estaba solitario,

todo muy negro, muy negro,

como una tumba mi alcoba,

la tarde tenue muriendo

mi corazón con el frío.

Busqué la flor que me diste

una mañana en tu huerto

y con mis manos convulsas

la apreté contra mi pecho;

miré luego en torno mío

y la sombra me dio miedo…

Perdóname, si, perdona,

¡no te quiero, no te quiero!

Hojas secas

¡En vano fue buscar otros amores!

¡En vano fue correr tras los placeres,

que es el placer un áspid entre flores,

y son copos de nieve las mujeres!

Entre mi alma y las sombras del olvido

existe el valladar de su memoria:

que nunca olvida el pájaro su nido

ni los esclavos del amor su historia.

Con otras ilusiones engañarme

quise, y entre perfumes adormirme.

¡Y vino el desengaño a despertarme,

y vino su memoria para herirme!

¡Ay, mi pobre alma, cuál te destrozaron

y con cuánta inclemencia te vendieron!

Tú quisiste amar ¡y te mataron!

Tú quisiste ser buena ¡y te perdieron!

¡Tanto amor, y después olvido tanto!

¡Tanta esperanza convertida en humo!

Con razón en el fuego de mi llanto

como nieve a la lumbre me consumo.

¡Cómo olvidarla, si es la vida mía!

¡Cómo olvidarla, si por ella muero!

¡Si es mi existencia lúgubre agonía,

y con todo mi espíritu la quiero!

En holocausto dila mi existencia,

la di un amor purísimo y eterno,

y ella en cambio, manchando mi conciencia,

en pago del edén, diome el infierno.

¡Y mientras más me olvida, más la adoro!

¡Y mientras más me hiere, más la miro!

¡Y allá dentro del alma siempre lloro,

y allá dentro del alma siempre expiro!

El eterno llorar: tal es mi suerte;

nací para sufrir y para amarla.

¡Sólo el hacha cortante de la muerte

podrá de mis recuerdos arrancarla!

La duquesa Job

A Manuel Puga y Acal

En dulce charla de sobremesa,

mientras devoro fresa tras fresa

y abajo ronca tu perro Bob,

te haré el retrato de la duquesa

que adora a veces el duque Job.

No es la condesa que Villasana

caricatura, ni la poblana

de enagua roja que Prieto amó;

no es la criadita de pies nudosos,

ni la que sueña con los gomosos

y con los gallos de Micoló.

Mi duquesita, la que me adora,

no tiene humos de gran señora;

es la griseta de Paul de Kock.

No baila “boston “, y desconoce

de las carreras el alto goce,

y los placeres del “five o’clock”.

Pero ni el sueño de algún poeta,

ni los querubes que vio Jacob,

fueron tan bellos cual la coqueta

de ojitos verdes, rubia griseta

que adora a veces el duque Job.

Si pisa alfombra no es en su casa,

si por Plateros alegre pasa

y la saluda Madame Marnat,

no es, sin disputa, porque la vista,

sí porque a casa de otra modista

desde temprano rápida va.

No tiene alhajas mi duquesita,

pero es tan guapa y tan bonita,

y tiene un cuerpo tan “v” lan “, tan “pschutt”,

de tal manera trasciende a Francia,

que no le igualan en elegancia

ni las clientes de Hélene Kossut.

Desde las puertas de la Sorpresa

hasta la esquina del Jockey Club,

no hay española, yankee o francesa,

ni más bonita, ni más traviesa

que la duquesa del duque Job.

¡Cómo resuena su taconeo

en las baldosas! ¡Con qué meneo

luce su talle de tentación!

¡Con qué airecito de aristocracia

mira a los hombres, y con qué gracia

frunce los labios! ¡Mimí Pinson!

Si alguien al alcanza, si la requiebra,

ella, ligera como una cebra,

sigue camino del almacén;

pero ¡ay del tuno si alarga el brazo!

Nadie le salva del sombrillazo

que lo descarga sobre la sien.

¡No hay en el mundo mujer más linda!

¡Pie de andaluza, boca de guinda,

“esprit” rociado de Veuve Clicot;

talle de avispa, cutis de ala,

ojos traviesos de colegiala

como los ojos de Louise Theo!

Ágil, nerviosa, blanca, delgada,

media de seda bien estirada,

gola de encaje, corsé de ¡crac!,

nariz pequeña, garbosa, cuca,

y palpitantes sobre la nuca

rizos tan rubios como el coñac.

Sus ojos verdes bailan el tango;

nada hay más bello que el arremango

provocativo de su nariz.

Por ser tan joven y tan bonita

cual mi sedosa blanca gatita,

diera sus pajes la emperatriz.

¡Ah! Tú no has visto, cuando se peina,

sobre sus hombros de rosa reina

caer los rizos en profusión.

¡Tú no has oído qué alegre canta,

mientras sus brazos y su garganta

de fresca espuma cubre el jabón!

¡Y los domingos! …iCon qué alegría

oye en su lecho bullir el día

y hasta las nueve quieta se está!

¡Cuál se acurruca la perezosa,

bajo la colcha color de rosa,

mientras a misa la criada va!

La breve cofia de blanco encaje

cubre sus rizos, el limpio traje

aguarda encima del canapé;

altas, lustrosas y pequeñitas

sus puntas muestran las dos botitas,

abandonadas del catre al pie.

Después, ligera, del lecho brinca;

¡oh, quién la viera cuando se hinca

blanca y esbelta sobre el colchón!

¿Qué vale junto de tanta gracia

las niñas ricas, la aristocracia,

ni mis amigas de cotillón?

Toco; se viste; me abre; almorzamos;

con apetito los dos tomamos

un par de huevos y un buen “beefsteak”,

media botella de rico vino,

y en coche, juntos, vamos camino

del pintoresco Chapultepec.

Desde las puertas de la Sorpresa

hasta la esquina del Jockey Club,

no hay española, yankee o francesa,

ni más bonita ni más traviesa

que la duquesa del duque Job.

La misa de las flores

Boileau se queda en el aula

y Voltaire en la ciudad.

¡Musa, al campo! ¡Abre la jaula!

¡Señores versos, entrad!

Alce la oda en el bosque

su deslwnbrante oriflama;

que la sátira se enrosque

y que brinque el epigrama.

Beba el madrigal coqueto

en los lirios vino blanco,

y pensativo el soneto

descanse en rústico banco.

Tenue, frígido remusgo

entre los alcores sopla.

¡Cuántas perlas en el musgo

hay para tu cuello, copla!

Despierta, perezosilla:

despierta, que viene el alba…

Para hacerte una sombrilla

cortó Robín esta malva.

Deja tu alcoba: el jazmín

no en blanco reposo olvides,

que te aguarda tu escarpín,

tu pequeño no me olvides.

La persiana de cristal

que anoche tejió la escarcha

en tu cámara nupcial

rompe de un soplo, ¡y en marcha!

Ya no triste soliloquia

el nocturno ruiseñor,

y el gorrión madrugador

llama a misa en la parroquia.

Vamos al templo. Hoy es fiesta.

Tulipán dirá el sermón;

en la misa, gran orquesta;

y en la tarde, procesión.

Palomas y codornices

con hojitas de azahares,

remiendan sobrepellices

y componen los altares.

Un pobre topo, el más mandria

y apocado, barre el coro.

¡Hoy va a cantar la calandria,

la calandria de voz de oro!

Será el zentzontle, tenor;

jilguero, primer violín;

y maestro director

el arrogante clarín.

La pila de agua bendita

que está en el rincón umbrío,

es silvestre margarita

llena de fresco rocío.

El candelabro mayor

es una hermosa araucaria,

y aquel altar, siempre en flor,

es de santa pasionaria.

Mil cazoletas de almendro

perfuman el tabernáculo;

ya viene con mitra y báculo

monseñor el rododendro.

Van los breves aretillos

repicando cascabeles,

y detrás, rojos claveles

vestidos de monaguillos.

Doble sarta de corales

parecen: mira al monago

que marcha entre dos ciriales

y alza la cruz de Santiago.

Otro, guapo y petimetre,

va con acetre e hisopo,

y el hisopo de su acetre

es un pompón de heliotropo.

Del coro, bajo en las rejas,

absortas en sus plegarias,

se agrupan las trinitarias,

que tienen caras de viejas.

¿No miras los blancos cirios

de plateadas escamas?

Son encarrujados lirios,

y de mirto son las llamas.

A la camelia patricia

ya la azalea pizpireta

ve azucena la novicia

con sus ojos de violeta.

En bello sitial la dalia

como priora se esponja,

mientras la tórtola monja

entra de sayo y sandalia.

Abajo, frescas sirídeas

cubren la arena del piso;

y forman árido friso

en los muros, las orquídeas.

¿No oíste parar un coche?

Es del alcalde. ¡Qué gruesa

va la señora alcaldesa

con su dondiego de noche!

En cambio, ¡qué jubilosas,

qué frescas y qué elegantes

están las jóvenes rosas!

¡Qué indevotos sus amantes!

Aquél que de negro viste,

el de las grandes ojeras,

es un pensamiento triste. ..

¡Sufre mucho! ¡Si supieras…!

Mas ¡silencio! ¡De rodillas!

Ya el monago, de roquete,

girar hace el rehilete

de azulinas campanillas.

Parece el altar brillante

ascua de plata inflamada:

¡ya levanta el oficiante

la gardenia inmaculada!

Luego, una ráfaga fría

súbita baja del coro

y apaga la luz que ardía

en el gran trébol de oro.

Los rojos mirtos prendidos

en los cirios, azulean,

se retuercen, parpadean

y quédanse, al fin, dormidos.

Sus pábilos en hilera

simulan negro rosario;

por la torcida escalera

baja el cuervo al santuario.

Frente al sagrario se hinca,

el agudo pico tiende;

y, lámpara azul, se enciende,

tremulante, la pervinca.

Salgamos: la muda selva

derrama dulce beleño

y esparce la madreselva

su apacible olor de sueño.

Cierran las flores sus broches;

calla la breve campana:

flores nuevas, buenas noches;

Musa azul, hasta mañana.

La serenata de Shubert

¡Oh, qué dulce canción! Límpida brota

esparciendo sus blandas armonías,

y parece que lleva en cada nota

¡muchas tristezas y ternuras mías!

¡Así hablara mi alma… si pudiera!

¡Así dentro del seno,

se quejan, nunca oídos, mis dolores!

Así, en mis luchas, de congoja lleno,

digo a la vida: «¡Déjame ser bueno!»

Así sollozan todos mis amores!

¿De quién es esa voz? Parece alzarse

junto del lago azul, en noche quieta,

subir por el espacio, y desgranarse

al tocar el cristal de la ventana

que entreabre la novia del poeta…

¿No la oís como dice: «Hasta mañana»?

¡Hasta mañana, amor! El bosque espeso

cruza, cantando, el venturoso amante,

y el eco vago de su voz distante

decir parece: «¡Hasta mañana, beso!»

¿Por qué es preciso que la dicha acabe?

¿Por qué la novia queda en la ventana

y a la nota que dice: «¡Hasta mañana!»

el corazón responde: «¿Quién lo sabe?»

¡Cuántos cisnes jugando en la laguna!

¡Qué azules brincan las traviesas olas!

En el secreto ambiente ¡cuánta luna!

mas las almas ¡qué tristes y qué solas!

En las ondas de plata

de la atmósfera tibia y transparente,

como una Ofelia náufraga y doliente

¡va flotando la tierna serenata!…

Hay ternura y dolor en ese canto,

y tiene esa amorosa despedida

la transparencia nítida del llanto…

¡y la inmensa tristeza de la vida!

¿Qué tienen esas notas? ¿Por qué lloran?

Parecen ilusiones que se alejan…

sueños amantes que piedad imploran,

y, como niños huérfanos, ¡se quejan!

Bien sabe el trovador cuán inhumana

para todos los buenos es la suerte…,

que la dicha es «ayer»… y que mañana

es el dolor, la oscuridad, ¡la muerte!

El alma se compunge y estremece

al oír esas notas sollozadas…

¡Sentimos, recordamos, y parece

que surgen muchas cosas olvidadas!

¡Un peinador muy blanco y un piano!

Noche de luna y de silencio afuera…,

un volumen de versos en mi mano,

y en el aire y en todo, ¡primavera!

¡Qué olor de rosas frescas! En la alfombra,

¡qué claridad de luna! ¡Qué reflejos!

¡Cuántos besos dormidos en la sombra,

y la Muerte, la pálida, qué lejos!

En torno al velador, niños jugando…,

la anciana, que en silencio nos veía,

Schubert en su piano sollozando,

y en mi libro, Musset con su «Lucía».

¡Cuántos sueños en mi alma y en tu alma!

¡Cuántos hermosos versos, cuántas flores!

En tu hogar apacible, ¡cuánta calma!,

y en mi pecho, ¡qué inmensa sed de amores!

¡Y todo ya muy lejos, todo ido!

¿En dónde está la rubia soñadora?

¡Hay muchas aves muertas en el nido,

y vierte muchas lágrimas la aurora!…

Todo lo vuelvo a ver… ¡pero no existe!

Todo ha pasado ahora…, ¡y no lo creo!

Todo está silencioso, todo triste…

¡Y todo alegre, como entonces, veo!

Esta es la casa…, ¡su ventana aquélla!

ése el sillón en que bordar solía…,

la reja verde… y la apacible estrella

que mis nocturnas pláticas oía…

Bajo el cedro robusto y arrogante,

que allí domina la calleja oscura,

por la primera vez y palpitante

estreché con mis brazos su cintura.

¡Todo presente en mi memoria queda!

La casa blanca, y el follaje espeso…,

el lago azul…, el huerto, la arboleda

donde nos dimos, sin pensarlo, un beso!

Y te busco, cual antes te buscaba,

y me parece oírte entre las flores,

cuando la arena del jardín rozaba

el ruedo de tus blancos peinadores.

¡Y nada existe ya! Calló el piano…

Abriste, virgencita, la ventana…,

y oprimiendo mi mano con tu mano,

me dijiste también: «Hasta mañana»

¡Hasta mañana!… Y el amor risueño

no pudo en tu camino detenerte…

Y lo que tú pensaste que era un sueño,

fue sueño, sí, ¡pero inmenso!, ¡el de la muerte!

¡Ya nunca volveréis, noches de plata,

ni unirán en mi alma su armonía,

Schubert con su doliente serenata

y el pálido Musset con su «Lucía»!

Las mariposas

Ora blancas cual copos de nieve,

ora negras, azules o rojas,

en miríadas esmaltan el aire

y en los pétalos frescos retozan.

Leves saltan del cáliz abierto,

como prófugas almas de rosas

y con gracia gentil se columpian

en sus verdes hamacas de hojas.

Una chispa de luz les da vida

y una gota al caer las ahoga;

aparecen al claro del día,

y ya muertas las halla la sombra.

¿Quién conoce sus nidos ocultos?

¿En qué sitio de noche reposan?

¡Las coquetas no tienen morada!…

¡Las volubles no tienen alcoba!…

Nacen, aman, y brillan y mueren,

en el aire, al morir se transforman,

y se van sin dejarnos su huella,

cual de tenue llovizna las gotas.

Tal vez unas en flores se truecan,

y llamadas al cielo las otras,

con millones de alitas compactas

el arco iris espléndido forman.

Vagabundas, ¿en dónde está el nido?

Sulamita, ¿qué harén te aprisiona?

¿A qué amante prefieres, coqueta?

¿En qué tumbas dormís, mariposas?

¡Así vuelan y pasan y expiran

las quimeras de amor y de gloria,

esas alas brillantes del alma,

ora blancas, azules o rojas!

¿Quién conoce en qué sitio os perdisteis,

ilusiones que sois mariposas?

¡Cuán ligero voló vuestro enjambre

al caer en el alma la sombra!

Tú, la blanca, ¿por qué ya no vienes?

¿No eres fresco azahar de mi novia?

Te formé con un grumo del cirio

que de niño llevé a la parroquia;

eres casta, creyente, sencilla,

y al posarte temblando en mi boca

murmurabas, heraldo de goces,

«¡Ya está cerca tu noche de bodas!»

¡Ya no viene la blanca la buena!

¡Ya no viene tampoco la roja,

la que en sangre teñí, beso vivo,

al morder unos labios de rosa!

Ni la azul que me dijo: ¡poeta!

¡Ni la de oro, promesa de gloria!

¡Es de noche… ya no hay mariposas!

¡Ha caído la tarde en el alma!

Encended ese cirio amarillo…

¡Las que tienen las alas muy negras

ya vendrán en tumulto las otras,

y se acercan en fúnebre ronda!

¡Compañeras, la pieza está sola!

Si por mi alma os habéis enlutado,

¡Venid pronto, venid mariposas!

Las novias pasadas son copas vacías…

Las novias pasadas son copas vacías;

en ella pusimos un poco de amor;

el néctar tomamos…huyeron los días…

¡Traed otras copas con nuevo licor!

Champán son las rubias de cutis de azalia;

borgoña los labios de vivo carmín;

los ojos oscuros son vino de Italia,

los verdes y claros son vino del Rhin.

Las bocas de grana son húmedas fresas;

las negras pupilas escancian café;

son ojos azules las llamas traviesas

que trémulas corren como almas del té.

La copa se apura, la dicha se agota;

de un sorbo tomamos mujer y licor…

Dejemos las copas…Sí queda una gota,

¡Que beba el lacato las heces del amor!

Madre naturaleza

Madre, madre, cansado y soñoliento

quiero pronto volver a tu regazo;

besar tu seno, respirar tu aliento

y sentir la indolencia de tu abrazo.

Tú no cambias, ni mudas, ni envejeces;

en ti se encuentra la virtud perdida,

y tentadora y joven apareces

en las grandes tristezas de la vida.

Con ansia inmensa que mi ser consume

quiero apoyar las sienes en tu pecho,

tal como el niño que la nieve entume

busca el calor de su mullido lecho.

!Aire! ¡más luz, una planicie verde

y un horizonte azul que la limite,

sombra para llorar cuando recuerde,

cielo para creer cuando medite!

Abre, por fin, hospedadora muda,

tus vastas y tranquilas soledades,

y deja que mi espíritu sacuda

el tedio abrumador de las ciudades.

No más continuo batallar: ya brota

sangre humeante de mi abierta herida,

y quedo inerme, con la espada rota,

en la terrible lucha por la vida.

¡Acude madre, y antes que perezca

y bajo el peso, del dolor sucumba;

o abre tus senos, y que el musgo crezca

sobre la humilde tierra de mi tumba!

Mis enlutadas

Descienden taciturnas las tristezas

al fondo de mi alma,

y entumecidas, haraposas, brujas,

con uñas negras

mi vida escarban.

De sangre es el color de sus pupilas,

de nieve son sus lágrimas,

hondo pavor infunden… Yo las amo

por ser las solas

que me acompañan.

Aguárdolas ansioso, si el trabajo

de ellas me separa,

y búscolas en medio del bullicio,

y son constantes,

y nunca tardan.

En las fiestas, a ratos se me pierden

o se ponen la máscara,

pero luego las hallo, y así dicen:

-¡Ven con nosotras!

vamos a casa.

Suelen dejarme cuando sonriendo

mis pobres esperanzas

como enfermitas, ya convalecientes,

salen alegres

a la ventana.

Corridas huyen, pero vuelven luego

y por la puerta falsa

entran trayendo como nuevo huésped

alguna triste,

lívida hermana.

Ábrese a recibirlas la infinita

tiniebla de mi alma,

y van prendiendo en ella mis recuerdos

cual tristes cirios

de cera pálida.

Entre esas luces, rígido, tendido,

mi espíritu descansa;

y las tristezas, revolando en torno,

lentas salmodias

rezan y cantan.

Escudriñan del húmedo aposento

rincones y covachas,

el escondrijo do guardé cuidado

todas mis culpas,

todas mis faltas.

Y hurgando mudas, como hambrientas lobas,

las encuentran, las sacan,

y volviendo a mi lecho mortuorio

me las enseñan

y dicen: habla.

En lo profundo de mi ser bucean,

pescadoras de lágrimas,

y vuelven mudas con las negras conchas

en donde brillan

gotas heladas.

A veces me revuelvo contra ellas

y las muerdo con rabia,

como la niña desvalida y mártir

muerde a la arpía

que la maltrata.

Pero enseguida, viéndose impotente,

mi cólera se aplaca.

¿Qué culpa tienen, pobres hijas mías,

si yo las hice

con sangre y alma?

Venid, tristezas de pupila turbia,

venid, mis enlutadas,

las que viajáis por la infinita sombra,

donde está todo

lo que se ama.

Vosotras no engañáis: venid, tristezas,

oh mis criaturas blancas,

abandonadas por la madre impía,

tan embustera

por la esperanza!

Venid y habladme de las cosas idas

de las tumbas que callan,

de muertos buenos y de ingratos vivos…

Voy con vosotras,

vamos a casa.

Non omnis moriar

¡No moriré del todo, amiga mía!

De mi ondulante espíritu disperso,

algo en la urna diáfana del verso,

piadosa guardará la poesía.

¡No moriré del todo! Cuando herido

caiga a los golpes del dolor humano,

ligera tú, del campo entenebrido

levantarás al moribundo hermano.

Tal vez para entonces por la boca inerme

que muda aspira la infinita calma,

oigas la voz de todo lo que duerme

con los ojos abiertos de mi alma.

Hondos recuerdos de fugaces días,

ternezas tristes que suspiran solas;

pálidas, enfermizas alegrías

sollozando al compás de las violas…

Todo lo que medroso oculta el hombre

se escapará vibrante, del poeta,

en áureo ritmo de oración secreta

que invoque en cada cláusula tu nombre.

Y acaso adviertas que de modo extraño

suenan mis versos en tu oído atento,

y en el cristal, que con mi soplo empaño,

mires aparecer mi pensamiento.

Al ver entonces lo que yo soñaba,

dirás de mi errabunda poesía:

era triste, vulgar lo que cantaba…

mas, ¡qué canción tan bella la que oía!

Y porque alzo en tu recuerdo notas

del coro universal, vívido y almo;

y porque brillan lágrimas ignotas

en el amargo cáliz de mi salmo;

porque existe la Santa Poesía

y en ella irradias tú, mientras disperso

átomo de mi ser esconda el verso,

¡no moriré del todo, amiga mía!

Ondas muertas

En la sombra debajo de tierra,

donde nunca llegó la mirada,

se deslizan en curso infinito

silenciosas corrientes de agua.

Las primeras, al fin, sorprendidas,

por el hierro de rocas taladra,

en inmenso penacho de espumas

hervorosas y límpidas saltan.

Mas las otras, en densa tiniebla,

retorciéndose siempre resbalan,

sin hallar la salida que buscan,

a perpetuo correr condenadas.

A la mar se encaminan los ríos,

y en su espejo movible de plata,

van copiando los astros del cielo

o los pálidos tintes del alba:

ellos tienen cendales de flores,

en su seno las ninfas se bañan,

fecundizan los fértiles valles,

y sus ondas son de agua que canta.

En la fuente de mármoles níveos,

juguetona y traviesa es el agua,

como niña que en regio palacio

sus collares de perlas desgrana;

ya cual flecha bruñida se eleva,

ya en abierto abanico se alza,

de diamantes salpica las hojas

o se duerme cantando en voz baja.

En el mar soberano las olas

los peñascos abruptos asaltan;

al moverse, la tierra conmueve

y el tumulto los cielos escalan.

Allí es vida y es fuerza invencible,

allí es reina colérica el agua,

como igual con los cielos combate

y con dioses monstruosos batalla.

¡Cuán distinta la negra corriente

a perpetua prisión condenada,

la que vive debajo de tierra

do ni yertos cadáveres bajan!

La que nunca la luz ha sentido,

la que nunca solloza ni canta,

esa muda que nadie conoce,

esa ciega que tiene esclava.

Como ella, de nadie sabidas,

como ella, de sombras cercadas,

sois vosotras también, las oscuras

silenciosas corrientes de mi alma.

¿Quién jamás conoció vuestro curso?

¡Nadie a veros benévolo baja!

Y muy hondo, muy hondo se extienden

vuestras olas cautivas que callan.

Y si paso os abrieran, saldríais,

como chorro bullente de agua,

que en columna rabiosa de espuma

sobre pinos y cedros se alza.

Pero nunca jamás, prisioneras,

sentiréis de la luz la mirada:

¡seguid siempre rodando en la sombra,

silenciosas corrientes del alma!

Para el álbum

El verso es ave: busca entumecido

follaje espeso y resplandores rojos:

¿Qué nido más caliente que tu nido?

¿Qué sol más luminoso que tus ojos?

Para entonces

Quiero morir cuando decline el día,

en alta mar y con la cara al cielo,

donde parezca sueño la agonía,

y el alma, un ave que remonta el vuelo.

No escuchar los últimos instantes,

ya con el cielo y con el mar a solas,

más voces ni plegarias sollozantes

que el majestuoso tumbo de las olas.

Morir cuando la luz, triste, retira

sus áureas redes de la onda verde,

y ser como ese sol que lento expira:

algo muy luminoso que se pierde.

Morir, y joven: antes que destruya

el tiempo aleve la gentil corona;

cuando la vida dice aún: soy tuya,

aunque sepamos bien que nos traiciona.

Para un corpiño

Las campánulas hermosas,

¿sabes tú qué significan?

Son campanas que repican

en las nupcias de las rosas.

-Las campánulas hermosas

son campanas que repican.

¿Ves qué rojas son las fresas?

Y más rojas si las besas…

¿Por qué es rojo su color?

Esas fresas tan suaves

son la sangre de las aves

que asesina el cazador.

Las violetas pudorosas,

en sus hojas escondidas,

las violetas misteriosas

son luciérnagas dormidas.

¿Ves mil luces cintilantes

tan brillantes cual coquetas,

nunca fijas, siempre errantes?

¡es que vuelan las violetas!

La amapola ya es casada;

cada mirto es un herido;

la gardenia inmaculada

en la blanca desposada

esperando al prometido.

Cuando flores tú me pides

y te mando “no me olvides”.

y esas flores pequeñitas

que mi casto amor prefiere,

a las blancas margaritas

les preguntan; «¿No lo quiere?»

«¡No me olvides!» Frescas flores

te prodigan sus aromas

y en tus hombros seductores

se detienen las palomas.

¡No hay invierno! ¡No hay tristeza!

Con amor, naturaleza

todo agita, todo mueve…,

luz difunde, siembra vidas…

¿Ves los copos de la nieve?

¡Son palomas entumidas!

Tiene un alma cuanto es bello;

los diamantes son los trémulos amantes

de tu cuello.

La azucena que te envío

es novicia que profesa,

y en tu boca es una fresa

empapada de rocío.

Buenos dioses tutelares,

dadme ramos de azahares.

Si me muero, dormir quiero

bajo flores compasivas…

¡Si me muero, si me muero,

dadme muchas siemprevivas!

Para un menú

Las novias pasadas son copas vacías;

en ellas pusimos un poco de amor;

el néctar tomamos… huyeron los días…

¡Traed otras copas con nuevo licor!

Champán son las rubias de cutis de azalia;

Borgoña los labios de vivo carmín;

los ojos oscuros son vino de Italia,

los verdes y claros son vino de Rhin.

Las bocas de grana son húmedas fresas;

las negras pupilas escancian café;

son ojos azules las llamas traviesas

que trémulas corren como almas del té.

La copa se apura, la dicha se agota;

de un sorbo tomamos mujer y licor…

Dejemos las copas… Si queda una gota,

¡que beba el lacayo las heces de amor!

Pax animae

¡Ni una palabra de dolor blasfemo!

Sé altivo, sé gallardo en la caída,

y ve, poeta, con desdén supremo

todas las injusticias de la vida.

No busques la constancia en los amores,

no pidas nada eterno a los mortales,

y haz, artista, con todos tus dolores,

excelsos monumentos sepulcrales.

En mármol blanco tus estatuas labra,

castas en la actitud aunque desnudas,

y que duerma en sus labios la palabra

y se muestren muy tristes… ¡pero mudas!

¡El nombre!… Débil vibración sonora

que dura apenas un instante. ¡El nombre!…

¡Ídolo torpe que el iluso adora,

última y triste vanidad del hombre!

¿A qué pedir justicia ni clemencia

-si las niegan los propios compañeros

a la glacial y muda indiferencia

de los desconocidos venideros?

¿A qué pedir la compasión tardía

de los extraños que la sombra esconde?

Duermen los ecos en la selva umbría

y nadie, nadie a nuestra voz responde.

En esta vida el único consuelo

es acordarse de las horas bellas

y alzar los ojos para ver el cielo…

cuando el cielo está azul o tiene estrellas.

Huir del mar y en el dormido lago

disfrutar de las ondas el reposo.

Dormir… soñar… El sueño, nuestro mago,

es un sublime y santo mentiroso.

¡Ay! es verdad que en el honrado pecho

pide venganza la reciente herida,

pero… perdona el mal que te hayan hecho

¡todos están enfermos de la vida!

Los mismos que de flores se coronan,

para el dolor, para la muerte nacen…

Si los que tú más amas te traicionan

¡perdónalos, no saben lo que hacen!

Acaso esos instintos heredaron

y son los inconscientes vengadores

de razas o de estirpes que pasaron

acumulando todos los rencores.

¿Eres acaso el juez? ¿El impecable?

¿Tú la justicia y la piedad reúnes?

¿Quién no es fugitivo responsable

de alguno o muchos crímenes impunes?

¿Quién no ha mentido amor y ha profanado

de un alma virgen el sagrario augusto?

¿Quién está cierto de no haber matado?

¿Quién puede ser el justiciero, el justo?

¡Lástimas y perdón para los vivos!

Y así, de amor y mansedumbre llenos,

seremos cariñosos, compasivos

y alguna vez, acaso, acaso buenos!

¿Padeces? Busca a la gentil amante,

a la impasible e inmortal belleza,

y ve apoyado, como Lear errante,

en tu joven Cordelia: la tristeza.

Mira: se aleja perezoso el día.

¡Qué bueno es descansar! El bosque oscuro

nos arrulla con lánguida armonía…

El agua es virgen. El ambiente es puro.

La luz cansada, sus pupilas cierra;

se escuchan melancólicos rumores,

y la noche, al bajar, dice a la tierra:

«¡Vamos, ya está… ya duérmete, no llores!»

Recordar… Perdonar… Haber amado…

Ser dichoso un instante, haber creído…

Y luego… reclinarse fatigado

en el hombro de nieve del olvido.

Sentir eternamente la ternura

que en nuestros pechos jóvenes palpita,

y recibir, si llega, la ventura,

como a hermosa que viene de visita.

Siempre escondido lo que más amamos,

siempre en los labios el perdón risueño;

hasta que al fin ¡oh tierra! a ti vayamos

con la invencible lasitud del sueño.

Esa ha de ser la vida del que piensa

en lo fugaz de todo lo que mira,

y se detiene, sabio, ante la inmensa

extensión de tus mares ¡oh mentira!

Corta las flores, mientras haya flores;

perdona las espinas a las rosas…

¡También se van y vuelan los dolores

como turbas de negras mariposas!

Ama y perdona. Con valor resiste

lo injusto, lo villano, lo cobarde…

Hermosamente pensativa y triste

está al caer la silenciosa tarde.

Cuando el dolor mi espíritu sombrea

busco en las cimas claridad y calma,

y una infinita compasión albea

en las heladas cumbres de mi alma.

Por la ventana

Prostituir al amor…. Llegar artero,

de noche, entre las sombras, recatado

esquivando los pasos y, mañero,

la faz hundida y el embozo alzado.

Tender la escala con la vista alerta,

trepar por la pared que se desgrana,

y adonde todos entran por la puerta,

entrar como ladrón, por la ventana.

Apagada la luz, hablando quedo,

temerosos, convulsos, vergonzantes:

sintiendo juntos el amor y el miedo

contar con avaricia los instantes.

Querer que calle hasta el reloj pausado

que cuelga en la pared, alto y sombrío;

ser joven, ser amante, ser amado

y estando juntos ¡tiritar de frío!

Sentir el hielo que en las venas cunde

cuando los nervios crispa el sobresalto;

y maldecir a luna si difunde

su delatora luz sobre lo alto.

Buscar lo más obscuro de la alcoba

y ver, con vago miedo, las junturas

por donde entra la luz, como quien roba,

cobarde, vil, con antifaz y a obscuras.

Y temblar de pavor si ladra el perro

y si las ondas de la fuente gimen,

de lo que es aire, sol, hacer encierro,

de lo que es derecho, hacer un crimen.

Besar con miedo, sin rumor, aprisa,

ir siempre de puntillas por la alfombra

y si al cristal hizo crujir la brisa,

temblar pensando que una voz nos nombra.

Cuando canta la alondra, retirarse

atravesando la desierta sala,

y suspenso en el aire, deslizarse,

como vil bandolero por la escala.

Haber envenenado una existencia,

convertido en dolores el contento,

y huésped sepulcral de la conciencia,

albergar un tenaz remordimiento.

Ver encenderse su mejilla roja

temiendo acaso que el pavor la venza,

y al hablarle mirar que se sonroja

y que baja los ojos de vergüenza,

ese no es el amor: amor robado,

que se viste de falso monedero;

ese no es el amor que yo he soñado,

y, si ese es el amor, ¡yo no lo quiero!

Resucitarán

Los pájaros que en sus nidos

mueren, ¿a dónde se van?

¿Y en qué lugar escondidos

están, muertos o dormidos,

los besos que no se dan?

Nacen, y al punto traviesos

hallar la salida quieren;

¡pero como nacen presos,

se enferman pronto mis besos

y, apenas nacen, se mueren!

En vano con raudo giro

éste a mis labios llegó.

Si lejos los tuyos miro…

¿sabes lo que es un suspiro?

¡Un beso que no se dio!

¡Qué labios tan carceleros!

¡Con cadenas y cerrojos

los aprisionan severos.,

y apenas los prisioneros

se me asoman a los ojos!

¡Pronto rompe la cadena

de tan injusta prisión,

y no mueran más de pena,

que ya está de besos llena

la tumba del corazón!

¿Qué son las bocas? Son nidos.

¿Y los besos? ¡Aves locas!

Por eso, apenas nacidos,

de sus nidos aburridos

salen buscando otras bocas.

¿Por qué en cárcel sepulcral

se trueca el nido del ave?

¿Por qué los tratas tan mal,

si tus labios de coral

son los que tienen la llave?

-Besos que, apenas despiertos,

volar del nido queréis

a sus labios entreabiertos,

en vuestra tumba, mis muertos,

dice: ¡Resucitaréis!

¿Sabes lo que es un suspiro?

¿Sabes lo que es un suspiro?

Un beso que no se dio…

¡Con cadena y cerrojos

los aprisionan severos,

y apenas los prisioneros

se me asoman a los ojos!

¡Pronto rompen la cadena

de tan injusta prisión,

y no mueren más de pena

que ya está de besos llena

la tumba del corazón!

¿Qué son las bocas? Son nidos.

¿Y los besos? ¡Aves locas!

Por eso, apenas nacidos,

de sus nidos aburridos

salen buscando otras bocas.

¿Por qué en cárcel sepulcral

se trueca el nido del ave?

¿Por qué los tratas tan mal,

si tus labios de coral

son los que tienen la llave?

Besos que, apenas despiertos,

volar del nido queréis

a sus labios entreabiertos

en vuestra tumba, mis muertos,

dice: ¡Resucitaréis!

Si tú murieras

Anoche, mientras fijos tus ojos me miraban

y tus convulsas manos mis manos estrechaban,

tu tez palideció.

¿Qué hicieras -me dijiste- si en esta noche misma

tu luz se disipara, si se rompiera el prisma,

si me muriera yo?

¡Ah! deja las tristezas al nido abandonado,

las sombras a la noche, los dardos al soldado,

los cuervos al ciprés.

No pienses en lo triste que sigiloso llega;

los mirtos te coronan, y el arroyuelo juega

con tus desnudos pies.

La juventud nos canta, nos ciñe, nos rodea;

es grana en tus mejillas; en tu cerebro, idea,

y entre tus rizos, flor;

tenemos en nosotros dos fuerzas poderosas,

que triunfan de los hombres y triunfan de las cosas:

¡la vida y el amor!

Comparte con mi alma tus penas y dolores,

te doy mis sueños de oro, mis versos y mis flores

a cambio de tu cruz.

¿Por qué temer los años, si tienes la hermosura;

la noche, si eres blanca; la muerte, si eres pura;

la sombra, si eres luz?

Seré, si tú lo quieres, el resistente escudo

que del dolor defienda tu corazón desnudo;

y si eres girasol,

seré la parte oscura que en hondo desconsuelo

sin ver jamás los astros se inclina siempre al suelo;

¡Tú, la que mira al sol!

La muerte está muy lejos; anciana y errabunda,

evita los senderos que el rubio sol fecunda,

y por la sombra va;

camina sobre nieve, por rutas silenciosas,

huyendo de los astros y huyendo de las rosas;

¡la muerte no vendrá!

La vida, sonriendo nos deja sus tesoros:

¡abre tus negros ojos, tus labios y tus poros

al aire del amor!

Como la madre monda las frutas para el niño,

¡Dios quita de tu vida, cercada de cariño,

las penas y el dolor!

Ahora todo canta, perfuma o ilumina;

ahora todo copia tu faz alabastrina,

y se parece a ti;

aspiro los perfumes que brotan de tu trenza,

y lo que en tu alma apenas como ilusión comienza,

es voluntad en mí.

¡Ah! deja las tristezas al nido abandonado,

las sombras a la noche, los dardos al soldado;

los cuervos al ciprés.

No pienses en lo triste que sigiloso llega;

los mirtos te coronan, y el arroyuelo juega

con tus desnudos pies.

Siempre a ti

(Fragmento)

¡Si pudiera olvidarte! ¡Si pudiera

borrar del pensamiento tu memoria,

ha largo tiempo que arrancado hubiera

la página más triste de mi historia!

¡Mas no!… Si yo jamás quiero olvidarte,

aunque me cause tu desdén dolores!

¡Yo siempre quiero con locura amarte,

y morir cuando mueran mis amores!

Yo no quiero las sombras del olvido

del alma que muere fúnebre sudario;

por más que el corazón solloce herido,

quiero tocar la cumbre del calvario.

Despréciame, aborrece, si lo quieres,

este amor que encendiste, vida mía,

el triste corazón que siempre hieres

morirá bendiciendo su agonía.

Por eso siempre a tí vuela mi acento,

por eso el alma con amor te nombra;

quiero regar tus huellas con mi llanto,

y quiero darte mi alma por alfombra.

Última necat

¡Huyen los años como raudas naves!

¡Rápidos huyen! Infecunda Parca

pálida espera. La salobre Estygia

calla dormida.

¡Voladores años!

¡Dado me fuera detener convulso,

horas fugaces, vuestra blanca veste!

Pasan las dichas y temblando llegan

mudos inviernos…

Las fragantes rosas

mustias se vuelven, y el enhiesto cáliz

cae de la mano. Pensativa el alba

baja del monte. Los placeres todos

duermen rendidos…

En mis brazos flojos

Cintia descansa.