Luis de Góngora y Argote (España, 1561 – 1627)
A una rosa
Ayer naciste, y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida?
Y, ¿para no ser nada estás lozana?
Si te engañó su hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.
No salgas, que te aguarda algún tirano;
dilata tu nacer para la vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.
Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándose a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas,
ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,
estaba, oh, claro sol invidïoso,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.
Si el cielo ya no es menos poderoso,
porque no den los suyos más enojos,
rayos, como a tu hijo, te den muerte.
Al tramontar del sol, la ninfa mía…
Al tramontar del sol, la ninfa mía,
de flores despojando el verde llano,
cuantas troncaba la hermosa mano,
tantas el blanco pie crecer hacía.
Ondeábale el viento que corría
el oro fino con error galano,
cual verde hoja del álamo lozano
se mueve al rojo despuntar del día;
mas luego que ciñó sus sienes bellas
dé los varios despojos de su falda
(término puesto al oro ya la nieve),
juraré que lució más su guirnalda
con ser de flores, la otra ser de estrellas,
que la que ilustra el cielo en luces nueve.
Ande yo caliente y ríase la gente
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno;
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados
como píldoras dorados,
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me cuente,
y ríase la gente.
Busque muy en buena hora
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.
Pase a media noche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.
Canción
¡Qué de envidiosos montes levantados,
de nieves impedidos,
me contienen tus dulces ojos bellos!
¡Qué de ríos del hielo tan atados,
del agua tan crecidos
me defienden el ya volver a vellos!
Y, cuál, burlando de ellos
el noble pensamiento,
por verte viste plumas, pisa el viento!
Ni a las tinieblas de la noche oscura
ni a los hielos perdona,
y a la mayor dificultad engaña;
no hay guardas hoy de llave tan segura,
que nieguen tu persona,
que no desmienta con discreta mañana,
ni emprenderá hazaña
tu esposo cuando lidie,
que no registre él, y yo no envidie.
Allá vuelas, lisonja de mis penas,
que con igual licencia
penetras el abismo, el cielo escalas;
y mientras yo te aguardo en las cadenas
de esta rabiosa ausencia,
el viento agravian tus ligeras alas.
Ya veo que te calas
donde bordada tela
un lecho abriga y mil dulzores cela.
Tarde batiste la envidiosa pluma,
que en sabrosa fatiga
vieras (muerta la voz, suelto el cabello)
la blanca hija de la blanca espuma,
no sé si en brazos diga
de un fiero Marte, de un Adonis bello,
y anudada a su cuello,
podrás verla dormida,
y a él casi trasladado a nueva vida.
Desnuda el brazo, el pecho descubierta,
entre templada nieve
evaporar contempla un fuego helado,
y al esposo en figura casi muerta,
que el silencio le bebe
del sueño, con sudor solicitado;
dormid, que el dios alado,
de vuestras almas dueño,
con el dedo en la boca os guarda el sueño;
dormid, copia gentil de amantes nobles,
en los dichosos nudos
que a los lazos de amor os dio Himeneo;
mientras yo, desterrado, de estos robles
y peñascos desnudos
la piedad con mis lágrimas granjeo;
coronad el deseo
de gloria, en recordando;
sea el lecho de batalla campo blando.
Canción, di al pensamiento
que corra la cortina,
y vuelva al desdichado que camina.
Ceñida, si asombrada no, la frente…
A Don Antonio de las Infantas, en la muerte
de una señora con quien estaba concertado
de casar en Segura de la Sierra
Ceñida, si asombrada no, la frente
De una y otra verde rama obscura,
A los pinos dejando de Segura
Su urna lagrimosa, en son doliente,
Llora el Betis, no lejos de su fuente,
En poca tierra ya mucha hermosura:
Tiernos rayos en una piedra dura
De un sol antes caduco que luciente.
¡Cuán triste sobre el pórfido se mira
Casta Venus llorar su cuarta gracia,
Si lágrimas las perlas son que vierte!
¡Oh Antonio, oh tú del músico de Tracia
Prudente imitador! Tu dulce lira
Sus privilegios rompa hoy a la muerte.
Cosas, Celalba mía, he visto extrañas…
Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:
cascarse nubes, desbocarse vientos,
altas torres besar sus fundamentos,
y vomitar la tierra sus entrañas;
duras puentes romper, cual tiernas cañas,
arroyos prodigiosos, ríos violentos,
mal vadeados de los pensamientos,
y enfrenados peor de las montañas;
los días de Noé, gentes subidas
en los más altos pinos levantados,
en las robustas hayas más crecidas.
Pastores, perros, chozas y ganados
sobre las aguas vi, sin forma y vidas,
y nada temí más que mis cuidados.
De la ambición humana
Mariposa, no sólo no cobarde,
mas temeraria, fatalmente ciega,
lo que la llama el Fénix aún le niega.
quiere obstinada que a sus alas guarde:
pues en su daño arrepentida larde,
del esplendor solicitada, llega
a lo que luce, y ambiciosa entrega
su mal vestida pluma a lo que arde.
¡Yace gloriosa en la que dulcemente
huesa le ha prevenido abeja breve,
suma felicidad a yerro sumo!
No a mi ambición contrario tan luciente,
menos activo, si cuanto más leve,
cenizas la hará, si abrasa el humo.
De la brevedad engañosa de la vida
Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,
que presurosa corre, que secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.
¿Confiésalo Cartago y tu lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.
Mal te perdonarán a ti las horas;
las horas, que limando están los días,
los días, que royendo están los años.
De la jornada de Larache
-¿De dónde bueno, Juan, con pedorreras?
-Señora tía, de Cagalarache.
-Sobrino, ¿y cuántos fuistes a Alfarache?
-Treinta soldados en tres mil galeras.
-¿Tanta gente? -Tomámoslo de veras.
-¿Desembarcastes, Juan? -¡Tarde piache!,
que al dar un Santiago de azabache,
dio la playa más moros que veneras.
-Luego, ¿es de moros? -Sí, señora tía;
mucha algazara, pero poca ropa.
-¿Hicieron os los perros algún daño?
-No, que en ladrando con su artillería,
a todos nos dio cámaras de popa.
-¡Salud serían para todo el año!
De pura honestidad templo sagrado…
De pura honestidad templo sagrado,
cuyo bello cimiento y gentil muro
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;
pequeña puerta de coral preciado,
claras lumbreras de mirar seguro,
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles usurpado;
soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
al claro sol, en cuanto en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;
ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta y tus virtudes reza.
Descaminado, enfermo, peregrino…
Descaminado, enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
Repetido latir, si no vecino,
distinto, oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto,
piedad halló, si no halló camino.
Salió el Sol, y entre armiños escondida,
soñolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.
Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera errar en la montaña
que morir de la suerte que yo muero.
En crespa tempestad del oro undoso…
En crespa tempestad del oro undoso
nada golfos de luz ardiente y pura
mi corazón, sediento de hermosura,
si el cabello deslazas generoso.
Leandro en mar de fuego proceloso
su amor ostenta, su vivir apura;
ícaro en senda de oro mal segura
arde sus alas por morir glorioso.
Con pretensión de fénix, encendidas
sus esperanzas, que difuntas lloro,
intenta que su muerte engendre vidas.
Avaro y rico y pobre, en el tesoro,
el castigo y la hambre imita a Midas,
Tántalo en fugitiva fuente de oro.
En el cristal de tu divina mano…
En el cristal de tu divina mano
de Amor bebí el dulcísimo veneno,
néctar ardiente que me abrasa el seno,
y templar con la ausencia pensé en vano.
Tal, claudia bella del rapaz tirano
es arpón de oro tu mirar sereno,
que cuánto más ausente dél, más peno,
de sus golpes el pecho menos sano.
Tus cadenas al pie, lloro al ruido
de un eslabón y otro mi destierro,
más desviado, pero más perdido.
¿Cuándo será aquel día que por yerro,
oh serafín, desates, bien nacido,
con manos de cristal nudos de hierro?
Fábula de Polifemo y Galatea
1
Estas que me dictó, rimas sonoras,
Culta sí aunque bucólica Talía,
Oh excelso Conde, en las purpúreas horas
Que es rosas la alba y rosicler el día,
Ahora que de luz tu niebla doras,
Escucha, al son de la zampoña mía,
Si ya los muros no te ven de Huelva
Peinar el viento, fatigar la selva.
2
Templado pula en la maestra mano
El generoso pájaro su pluma,
O tan mudo en la alcándara, que en vano
Aun desmentir el cascabel presuma;
Tascando haga el freno de oro cano
Del caballo andaluz la ociosa espuma;
Gima el lebrel en el cordón de seda,
Y al cuerno al fin la cítara suceda.
3
Treguas al ejercicio sean robusto,
Ocio atento, silencio dulce, en cuanto
Debajo escuchas de dosel augusto
Del músico jayán el fiero canto.
Alterna con las Musas hoy el gusto,
Que si la mía puede ofrecer tanto
Clarín -y de la Fama no segundo-,
Tu nombre oirán los términos del mundo.
4
Donde espumoso el mar sicilïano
El pie argenta de plata al Lilibeo,
Bóveda o de las fraguas de Vulcano
O tumba de los huesos de Tifeo,
Pálidas señas cenizoso un llano,
Cuando no del sacrílego deseo,
Del duro oficio da. Allí una alta roca
Mordaza es a una gruta de su boca.
5
Guarnición tosca de este escollo duro
Troncos robustos son, a cuya greña
Menos luz debe, menos aire puro
La caverna profunda, que a la peña;
Caliginoso lecho, el seno obscuro
Ser de la negra noche nos lo enseña
Infame turba de nocturnas aves,
Gimiendo tristes y volando graves.
6
De este, pues, formidable de la tierra
Bostezo, el melancólico vacío
A Polifemo, horror de aquella sierra,
Bárbara choza es, albergue umbrío
Y redil espacioso donde encierra
Cuanto las cumbres ásperas cabrío,
De los montes esconde: copia bella
Que un silbo junta y un peñasco sella.
7
Un monte era de miembros eminente
Este que -de Neptuno hijo fiero-
De un ojo ilustra el orbe de su frente,
Émulo casi del mayor lucero;
Cíclope a quien el pino más valiente
Bastón le obedecía tan ligero,
Y al grave peso junco tan delgado,
Que un día era bastón y otro cayado.
8
Negro el cabello, imitador undoso
De las oscuras aguas del Leteo,
Al viento que lo peina proceloso
Vuela sin orden, pende sin aseo;
Un torrente es su barba impetuosa,
Que -adusto hijo de este Pirineo-
Su pecho inunda- o tarde, o mal, o en vano
Surcada aun de los dedos de su mano.
9
No la Trinacria en sus montañas, fiera
Armó de crueldad, calzó de viento,
Que redima feroz, salve ligera
Su piel manchada de colores ciento:
Pellico es ya la que en los bosques era
Mortal horror al que con paso lento
Los bueyes a su albergue reducía,
Pisando la dudosa luz del día.
10
Cercado es, cuando más capaz más lleno,
De la fruta, el zurrón, casi abortada,
Que el tardo otoño deja al blando seno
De la piadosa yerba encomendada:
La serva, a quien le da rugas el heno;
La pera, a quien le da cuna dorada
La rubia paja y -pálida turora-
La niega avara y pródiga la dora.
11
Erizo es, el zurrón, de la castaña;
Y -entre el membrillo o verde o datilado-
De la manzana hipócrita, que engaña,
A lo pálido no, a lo arrebolado,
Y de la encina honor de la montaña,
Que pabellón al siglo fue dorado,
El tributo, alimento, aunque grosero,
Del mejor mundo, del candor primero.
12
Cera y cáñamo unió -que no debiera-
Cien cañas, cuyo bárbaro rüido,
De más ecos que unió cáñamo y cera
Albogues, duramente es repetido.
La selva se confunde, el mar se altera,
Rompe Tritón su caracol torcido,
Sordo huye el bajel a vela y remo:
¡Tal la música es de Polifemo!
13
Ninfa, de Doris hija, la más bella,
Adora, que vio el reino de la espuma.
Galatea es su nombre, y dulce en ella
El terno Venus de sus Gracias suma.
Son una y otra luminosa estrella
Lucientes ojos de su blanca pluma:
Si roca de cristal no es de Neptuno,
Pavón de Venus es, cisne de Juno.
14
Purpúreas rosas sobre Galatea
La Alba entre lilios cándidos deshoja:
Duda el Amor cuál más su color sea,
O púrpura nevada, o nieve roja.
De su frente la perla es, eritrea,
Émula vana. El ciego dios se enoja,
Y, condenado su esplendor, la deja
Pender en oro al nácar de su oreja.
15
Invidia de las ninfas, y cuidado
De cuantas honra el mar deidades, era;
Pompa del marinero niño alado
Que sin fanal conduce su venera.
Verde el cabello, el pecho no escamado,
Ronco sí, escucha a Glauco la ribera
Inducir a pisar la bella ingrata,
En carro de cristal, campos de plata.
16
Marino joven, las cerúleas sienes,
Del más tierno coral ciñe Palermo,
Rico de cuantos la agua engendra bienes,
Del Faro odioso al promontorio extremo;
Mas en la gracia igual, si en los desdenes
Perdonado algo más que Polifemo,
De la que, aún no le oyó, y, calzada plumas,
Tantas flores pisó como él espumas.
17
Huye la ninfa bella: y el marino
Amante nadador, ser bien quisiera,
Ya que no áspid a su pie divino,
Dorado pomo a su veloz carrera;
Mas, ¿cuál diente mortal, cuál metal fino
La fuga suspender podrá ligera
Que el desdén solicita? ¡Oh cuánto yerra
Delfin que sigue en agua corza en tierra!
18
Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece,
Copa es de Baco, huerto de Pomona:
Tanto de frutas ésta la enriquece,
Cuanto aquél de racimos la corona.
En carro que estival trillo parece,
A sus campañas Ceres no perdona,
De cuyas siempre fértiles espigas
Las provincias de Europa son hormigas.
19
A Pales su viciosa cumbre debe
Lo que a Ceres, y aún más, su vega llana;
Pues si en la una granos de oro llueve,
Copos nieva en la otra mil de lana.
De cuantos siegan oro, esquilan nieve,
O en pipas guardan la exprimida grana,
Bien sea religión, bien amor sea,
Deidad, aunque sin templo, es Galatea.
20
Sin aras, no: que el margen donde para
Del espumoso mar su pie ligero,
Al labrador, de sus primicias ara,
De sus esquilmos es al ganadero;
De la Copia a la tierra poco avara
El cuerno vierte el hortelano, entero,
Sobre la mimbre que tejió prolija,
Si artificiosa no, su honesta hija.
21
Arde la juventud, y los arados
Peinan las tierras que surcaron antes,
Mal conducidos, cuando no arrastrados,
De tardos bueyes cual su dueño errantes;
Sin pastor que los silbe, los ganados
Los crujidos ignoran resonantes
De las hondas, si en vez del pastor pobre
El céfiro no silba, o cruje el robre.
22
Mudo la noche el can, el día dormido
De cerro en cerro y sombra en sombra yace.
Bala el ganado; al mísero balido,
Nocturno el lobo de las sombras nace.
Cébase -y fiero deja humedecido
En sangre de una lo que la otra pace.
¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño,
El silencio del can siga y el sueño!
23
La fugitiva Ninfa en tanto, donde
Hurta un laurel su tronco al Sol ardiente,
Tantos jazmines cuanta yerba esconde
La nieve de sus miembros da una fuente.
Dulce se queja, dulce le responde
Un ruiseñor a otro, y dulcemente
Al sueño da sus ojos la armonía,
Por no abrasar con tres soles el día.
24
Salamandria del Sol, vestido estrellas,
Latiendo el Can del cielo estaba, cuando
-Polvo el cabello, húmidas centellas,
Si no ardientes aljófares, sudando-
Llegó Acis, y de ambas luces bellas
Dulce Occidente viendo al sueño blando,
Su boca dio, y sus ojos, cuanto pudo,
Al sonoro cristal, al cristal mudo.
25
Era Acis un venablo de Cupido,
De un Fauno -medio hombre, medio fiera-,
En Simetis, hermosa Ninfa, habido;
Gloria del mar, honor de su ribera.
El bello imán, el ídolo dormido,
Que acero sigue, idólatra venera,
Rico de cuanto el huerto ofrece pobre,
Rinden las vacas y fomenta el robre.
26
El celestial humor recién cuajado
Que la almendra guardó, entre verde y seca,
En blanca mimbre se lo puso al lado
Y un copo, en verdes juncos, de manteca;
En breve corcho, pero bien labrado,
Un rubio hijo de una encina hueca,
Dulcísimo panal, a cuya cera
Su néctar vinculó la primavera.
27
Caluroso, al arroyo da las manos,
Y con ellas, las ondas a su frente,
Entre dos mirtos que -de espuma canos-,
Dos verdes garzas son de la corriente.
Vagas cortinas de volantes vanos
Corrió Favonio lisonjeramente,
A la de viento, cuando no sea cama
De frescas sombras, de menuda grama.
28
La Ninfa, pues, la sonora plata
Bullir sintió del arroyuelo apenas,
Cuando -a los verdes márgenes ingrata-
Seguir se hizo de sus azucenas.
Huyera… mas tan frío se desata
Un temor perezoso por sus venas,
Que a la precisa fuga, al presto vuelo
Grillos de nieve fue, plumas de hielo.
29
Fruta en mimbre halló, leche exprimida
En juncos, miel en corcho, mas sin dueño;
Si bien al dueño debe, agradecida,
Su deidad culta, venerado el sueño.
A la ausencia mil veces ofrecida,
Este de cortesía no pequeño
Indicio la dejó -aunque estatua helada-
Más discursiva y menos alterada.
30
No al Cíclope atribuye, no, la ofrenda;
No a Sátiro lascivo, ni a otro feo
Morador de las selvas, cuya rienda
El sueño aflija, que aflojó el deseo.
El niño dios, entonces, de la venda,
Ostentación gloriosa, alto trofeo
Quiere que al árbol de su madre sea
El desdén hasta allí de Galatea.
31
Entre las ramas del que más se lava
En el arroyo, mirto levantado,
Carcaj de cristal hizo, si no aljaba,
Su blanco pecho de un arpón dorado.
El monstruo de rigor, la fiera brava
Mira la ofrenda ya con más cuidado,
Y aun siente que a su dueño sea devoto,
Confuso alcaide más, el verde soto.
32
Llamáralo, aunque muda; mas no sabe
El nombre articular que más querría,
Ni lo ha visto; si bien pincel suave
Lo ha bosquejado ya en su fantasía.
Al pie -no tanto ya, del temor, grave-
Fía su intento; y, tímida, en la umbría
Cama de campo y campo de batalla,
Fingiendo sueño al cauto garzón halla.
33
El bulto vio y, haciéndolo dormido,
Librada en un pie toda sobre él pende
-Urbana al sueño, bárbara al mentido
Retórico silencio que no entiende-:
No el ave reina, así el fragoso nido
Corona inmóvil, mientras no desciende
-Rayo con plumas- al milano pollo,
Que la eminencia abriga de un escollo,
34
Como la Ninfa bella -compitiendo
Con el garzón dormido en cortesía-
No sólo para, mas el dulce estruendo
Del lento arroyo enmudecer querría.
A pesar luego de las ramas, viendo
Colorido el bosquejo que ya había
En su imaginación Cupido hecho
Con el pincel que le clavó su pecho,
35
De sitio mejorada, atenta mira,
En la disposición robusta, aquello
Que. si por lo suave no la admira,
Es fuerza que la admire por lo bello.
Del casi tramontado Sol aspira
A los confusos rayos su cabello;
Flores su bozo es cuyas colores,
Como duerme la luz, niegan las flores.
36
(En la rústica greña yace oculto
El áspid del intonso prado ameno,
Antes que del peinado jardín culto
En el lascivo, regalado seno.)
En lo viril desata de su bulto
Lo más dulce el Amor de su veneno:
Bébelo Galatea, y da otro paso,
Por apurarle la ponzoña al vaso.
37
Acis -aún más, de aquello que dispensa
La brújula del sueño, vigilante-,
Alterada la Ninfa esté o suspensa,
Argos es siempre atento a su semblante,
Lince penetrador de lo que piensa,
Cíñalo bronce o múrelo diamante:
Que en sus Paladiones Amor ciego,
Sin romper muros introduce fuego.
38
El sueño de sus miembros sacudido,
Gallardo el joven la persona ostenta,
Y al marfil luego de sus pies rendido,
El coturno besar dorado intenta.
Menos ofende el rayo prevenido,
Al marinero, menos la tormenta
Prevista le turbó, o pronosticada:
Galatea lo diga, salteada.
39
Más agradable, y menos zahareña,
Al mancebo levanta venturoso,
Dulce ya conociéndole y risueña,
Paces no al sueño, treguas sí al reposo.
Lo cóncavo hacía de una peña
A un fresco sitial dosel umbroso,
Y verdes celosías unas yedras,
Trepando troncos y abrazando piedras.
40
Sobre una alfombra, que imitara en vano
El tiro sus matices -si bien era
De cuantas sedas ya hiló gusano
Y artífice tejió la Primavera-,
Reclinados, al mirto más lozano
Una y otra lasciva, si ligera,
Paloma se caló, cuyos gemidos
-Trompas de Amor- alteran sus oídos.
41
El ronco arrullo al joven solicita;
Mas, con desvíos Galatea suaves,
A su audacia los términos limita,
Y el aplauso al concento de las aves.
Entre las ondas y la fruta, imita
Acis al siempre ayuno en penas graves:
Que, en tanta gloria, infierno son no breve
Fugitivo cristal, pomos de nieve.
42
No a las palomas concedió Cupido
Juntar de sus dos picos los rubíes
Cuando al clavel el joven atrevido
Las dos hojas le chupa carmesíes.
Cuantas produce Pafo, engendra Gnido,
Negras víolas, blancos alhelíes,
Llueven sobre el que Amor quiere que sea
Tálamo de Acis y de Galatea.
43
Su aliento humo, sus relinchos fuego
-Si bien su freno espumas- ilustraba
Las columnas, Etón, que erigió el Griego,
Do el carro de la luz sus ruedas lava,
Cuando de amor el fiero jayán ciego,
La cerviz oprimió a una roca brava,
Que a la playa, de escollos no desnuda,
Linterna es ciega y atalaya muda.
44
Árbitro de montañas y ribera,
Aliento dio, en la cumbre de la roca,
A los albogues que agregó la cera,
El prodigioso fuelle de su boca;
La Ninfa los oyó, y ser más quisiera
Breve flor, yerba humilde y tierra poca,
Que de su nuevo tronco vid lasciva,
Muerta de amor, y de temor no viva.
45
Mas -cristalinos pámpanos sus brazos-
Amor la implica, si el temor la anuda,
Al infelice olmo, que pedazos
La segur de los celos hará, aguda.
Las cavernas en tanto, los ribazos
Que ha prevenido la zampoña ruda,
El trueno de la voz fulminó luego:
Referillo, Piéredes, os ruego.
46
«¡Oh bella Galatea, más süave
Que los claveles que tronchó la aurora;
Blanca más que las plumas de aquel ave
Que dulce muere y en las aguas mora;
Igual en pompa al pájaro que, grave,
Su manto azul de tantos ojos dora
Cuantas el celestial zafiro estrellas!
¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!
47
»Deja las ondas, deja el rubio coro
De las hijas de Tetis, y el mar vea,
Cuando niega la luz un carro de oro,
Que en dos la restituye Galatea.
Pisa la arena, que en la arena adoro
Cuantas el blanco pie conchas platea,
Cuyo bello contacto puede hacerlas,
Sin concebir rocío, parir perlas.
48
»Sorda hija del mar, cuyas orejas
A mis gemidos son rocas al viento:
O dormida te hurten a mis quejas
Purpúreos troncos de corales ciento,
O al disonante número de almejas
-Marino, si agradable no, instrumento-,
Coros tejiendo estés, escucha un día
Mi voz, por dulce, cuando no por mía.
49
»Pastor soy, mas tan rico de ganados,
Que los valles impido más vacíos,
Los cerros desparezco levantados
Y los caudales seco de los ríos;
No los que, de sus ubres desatados,
O derribados de los ojos míos,
Leche corren y lágrimas; que iguales
En número a mis bienes son mis males.
50
»Sudando néctar, lambicando olores,
Senos que ignora aun la golosa cabra
Corchos me guardan, más que abeja flores
Liba inquïeta, ingenïosa labra;
Troncos me ofrecen árboles mayores,
Cuyos enjambres, o el abril los abra,
O los desate el mayo, ámbar distilan,
Y en ruecas de oro rayos del Sol hilan.
51
»Del Júpiter soy hijo, de las ondas,
Aunque pastor; si tu desdén no espera
A que el monarca de esas grutas hondas
En trono de cristal te abrace nuera,
Polifemo te llama, no te escondas,
Que tanto esposo admira la ribera
Cual otro no vio Febo más robusto,
Del perezoso Volga al Indo adusto.
52
»Sentado, a la alta palma no perdona
Su dulce fruto mi robusta mano;
En pie, sombra capaz es mi persona
De innumerables cabras el verano.
¿Qué mucho, si de nubes se corona
Por igualarme la montaña en vano,
Y en los cielos, desde esta roca, puedo
Escribir mis desdichas con el dedo?
53
»Marítimo Alción, roca eminente
Sobre sus huevos coronaba, el día
Que espejo de zafiro fue luciente
La playa azul de la persona mía;
Miréme, y lucir vi un sol en mi frente,
Cuando en el cielo un ojo se veía:
Neutra el agua dudaba a cuál fe preste:
O al cielo humano o al cíclope celeste.
54
»Registra en otras puertas el venado
Sus años, su cabeza colmilluda
La fiera, cuyo cerro levantado,
De helvecias picas es muralla aguda;
La humana suya el caminante errado
Dio ya a mi cueva, de piedad desnuda,
Albergue hoy por tu causa al peregrino,
Do halló reparo, si perdió camino.
55
»En tablas dividida, rica nave
Besó la playa miserablemente,
De cuantas vomitó riquezas grave,
Por las bocas del Nilo el Oriente.
Yugo aquel día, y yugo bien suave,
Del fiero mar a la sañuda frente
Imponiéndole estaba, si no al viento,
Dulcísimas coyundas mi instrumento,
56
»Cuando, entre globos de agua, entregar veo
A las arenas ligurina haya,
En cajas los aromas del Sabeo,
En cofres las riquezas de Cambaya:
Delicias de aquel mundo, ya trofeo
De Escila, que, ostentado en nuestra playa,
Lastimoso despojo fue dos días
A las que esta montaña engendra Harpías.
57
»Segunda tabla a un ginovés mi gruta
De su persona fue, de su hacienda:
La una reparada, la otra enjuta,
Relación del naufragio hizo horrenda.
Luciente paga de la mejor fruta
Que en yerbas se recline, en hilos penda,
Colmillo fue del animal que el Ganges
Sufrir muros le vio, romper falanges:
58
»Arco, digo, gentil, bruñida aljaba,
Obras ambas de artífice prolijo,
Y de Malaco rey a deidad Java
Alto don, según ya mi huésped dijo,
De aquél la mano, de ésta el hombro agrava;
Convencida la madre, imita al hijo:
Serás a un tiempo, en estos horizontes,
Venus del mar, Cupido de los montes».
59
Su horrenda voz, no su dolor interno
Cabras aquí le interrumpieron, cuantas
-Vagas el pie, sacrílegas el cuerno-
A Baco se atrevieron en sus plantas.
Mas, conculcado el pámpano más tierno
Viendo el fiero pastor, voces él tantas,
Y tantas despidió la honda piedras,
Que el muro penetraron de las yedras.
60
De los nudos, con esto, más suaves,
Los dulces dos amantes desatados,
Por duras guijas, por espinas graves
Solicitan el mar con pies alados:
Tal redimiendo de importunas aves
Incauto meseguero sus sembrados,
De liebres dirimió copia así amiga,
Que vario sexo unió y un surco abriga.
61
Viendo el fiero Jayán con paso mudo
Correr al mar la fugitiva nieve
(Que a tanta vista el Líbico desnudo
Registra el campo de su adarga breve)
Y al garzón viendo, cuantas mover pudo
Celoso trueno, antiguas hayas mueve:
Tal, antes que la opaca nube rompa
Previene rayo fulminante trompa.
62
Con violencia desgajó infinita
La mayor punta de la excelsa roca,
Que al joven, sobre quien la precipita,
Urna es mucha, pirámide no poca.
Con lágrimas la Ninfa solicita
Las deidades del mar, que Acis invoca:
Concurren todas, y el peñasco duro
La sangre que exprimió, cristal fue puro.
63
Sus miembros lastimosamente opresos
Del escollo fatal fueron apenas,
Que los pies de los árboles más gruesos
Calzó el líquido aljófar de sus venas.
Corriente plata al fin sus blancos huesos,
Lamiendo flores y argentando arenas,
A Doris llega que, con llanto pío,
Yerno lo saludó, lo aclamó río.
Hermana Marica
Hermana Marica,
mañana, que es fiesta,
no irás tú a la amiga
ni yo iré a la escuela.
Pondráste el corpiño
y la saya buena,
cabezón labrado,
toca y albanega,
y a mí me pondrán
mi camisa nueva,
sayo de palmilla,
media de estameña;
y si hace bueno
trairé la montera
que medio la Pascua
mi señora abuela,
y el estandal rojo
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
cuando fue a la feria.
Iremos a misa,
veremos la iglesia,
darános un cuarto
mi tía la ollera.
Compraremos de él
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda;
y en la tardecica,
en nuestra plazuela,
jugaré yo al toro
y tú a las muñecas
con las dos hermanas
Juana y Madalena
y las dos primillas
Marica y la tuerta;
y si quiere madre
dar las castañetas,
podrás tanto d’ello
bailar en la puerta;
y al son del adufe
cantará Andrehuela
“No me aprovecharon,
madre, las hierbas”;
y yo de papel
haré una librea,
teñida con moras
porque bien parezca,
y una caperuza
con muchas almenas;
pondré por penacho
las dos plumas negras
del rabo del gallo,
que acullá en la huerta
anaranjeamos
las Carnestolendas;
y en la caña larga
pondré una bandera
con dos borlas blancas
en sus trazanderas;
y en mi caballito
pondré una cabeza
de guadamecí,
dos hilos por riendas,
y entraré en la calle
haciendo corvetas.
Yo y otros del barrio
que son más de treinta
jugaremos cañas
junto a la plazuela,
porque Barbolilla
salga acá y nos vea:
Bárbola, la hija
de la panadera,
la que suele darme
tortas con manteca,
porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
detrás de la puerta.
Ilustre y hermosísima María…
Ilustre y hermosísima María,
mientras se dejan ver a cualquier hora
en tus mejillas la rosada Aurora,
Febo en tus ojos y en tu frente el día,
y mientras con gentil descortesía
mueve el viento la hebra voladora
que la Arabia en sus venas atesora
y el rico Tajo en sus arenas cría;
antes que, de la edad Febo eclipsado
y el claro día vuelto en noche obscura,
huya la Aurora del mortal nublado;
antes que lo que hoy es rubio tesoro
venza a la blanca nieve su blancura:
goza, goza el color, la luz, el oro.
La Aurora, de azahares coronada…
La Aurora, de azahares coronada,
sus lágrimas partió con vuestra bota,
ni de las peregrinaciones rota,
ni de los conductores esquilmada.
De sus risueños ojos desatada,
fragrante perla cada breve gota,
por seráfica abeja fue, devota,
a bota peregrina trasladada.
Uvas os debe Clío, mas ceciales;
mínimas en el hábito, mas pasas,
a pesar del perífrasis absurdo.
Las manos de Alejandro hacéis escasas,
segunda la capilla del de Ales,
Izquierdo Esteban, sí, no Esteban zurdo.
La dulce boca que a gustar convida…
La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas destilado,
y a no envidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
amantes, no toquéis, si queréis vida;
porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.
No os engañen las rosas, que la Aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno;
¡manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora,
y sólo del Amor queda el veneno!
La más bella niña…
La más bella niña
de nuestrto lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice
que escucha su mal:
Dexadme llorar,
orillas del mar…
Pues me diste, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer
tan largo el penar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,
Dexadme llorar,
orillas del mar…
En llorar conviertan
mis ojos de hoy más
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar
yéndose a la guerra
quien era mi paz,
Dexadme llorar,
orillas del mar…
No me pongáis freno
Ni queráis culpar;
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien
no me hagáis mal;
harto peor fue
morir y callar.
Dexadme llorar,
orillas del mar…
Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?
Dexadme llorar,
orillas del mar..
Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad
después que en mi lecho
sobra la mitad.
Dexadme llorar,
orillas del mar…
Lloraba la niña…
Lloraba la niña
(y tenía razón)
la prolija ausencia
de su ingrato amor.
Dejóla tan niña,
que apenas, creo yo,
que tenía los años
que há la dejó.
Llorando la ausencia
del galán traidor,
la halla la Luna
y la deja el Sol,
añadiendo siempre
pasión a pasión,
memoria a memoria,
dolor a dolor.
Llorad corazón,
que tenéis razón.
Dícele su madre:
«Hija, por mi amor,
que se acabe el llanto,
o me acabe yo.»
Ella le responde:
«Non podrá ser, no;
las causas son muchas,
los ojos son dos.
Satisfagan, madre,
tanta sinrazón,
y lágrimas lloren
en esta ocasión,
tantas como dellos
un tiempo tiró
flechas amorosas
el arquero Dios.
Ya no canto, madre,
y si canto yo,
muy tristes endechas
mis canciones son:
porque el que se fué
con lo que llevó
se dejó el silencio
y llevó la voz»
Llorad corazón,
que tenéis razón.
Los celos
¡Oh niebla del estado más sereno,
furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa víbora escondida
de verde prado en oloroso seno!
¡Oh, entre el néctar de Amor mortal veneno,
que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh, espada sobre mí de un pelo asida,
de la amorosa espuela duro freno!
¡Oh celo, del favor verdugo eterno!,
vuélvete al lugar triste donde estabas,
o al reino (si allá cabes) del espanto;
mas no cabrás allá, que pues ha tanto
que comes de ti mesmo y no te acabas,
mayor debes de ser que el mismo infierno.
Mientras por competir con tu cabello…
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lirio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, más tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Por niñear, un picarillo tierno…
Por niñear, un picarillo tierno,
hurón de faltriqueras, sutil caza,
a la cola de un perro ató por maza
con perdón de los clérigos un cuerno.
El triste perrinchón en el gobierno
de una tan gran carroza se embaraza;
grítale el pueblo, haciendo de la plaza
Si allá se alegran un alegre infierno.
Llegó en esto una viuda mesurada,
que entre los signos, ya que no en la gloria,
tiene a su esposo, y dijo: «Es gran bajeza
que un gozque arrastre así una ejecutoria
que ha obedecido tanta gente honrada,
y se la ha puesto sobre su cabeza.»
Suspiros tristes, lágrimas cansadas…
Suspiros tristes, lágrimas cansadas,
que lanza el corazón, los ojos llueven,
los troncos bañan y las ramas mueven
de estas plantas a Alcides consagradas;
mal del viento las fuerzas conjuradas
los suspiros desatan y remueven,
y los troncos las lágrimas se beben,
mal ellos y peor ellas derramadas.
Hasta en mi tierno rostro aquel tributo
que dan mis ojos, invisible mano
de sombra o de aire me le deja enjuto,
porque aquel ángel fieramente humano
no crea mi dolor, y así es mi fruto
llorar sin premio y suspirar en vano.
Ya besando unas manos cristalinas…
Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándome a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas;
ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,
estaba, oh claro Sol invidïoso,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.
Si el cielo ya no es menos poderoso,
porque no den los tuyos más enojos,
rayo, como a tu hijo, te den muerte.