Goethe, Johann Wolfgang

Johann Wolfgang Goethe (Alemania 1749-1832)

Reseña biográfica

Poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán nacido en

Frankfurt del Mein en 1749.

Dueño de una gran inteligencia, en 1765 estudió Derecho en las Universidades de Leipzig y Estrasburgo, y fue además físico, filósofo, botánico, pintor y un gran conocedor de la música, la anatomía, la química y la astrología. Ejerció la política a partir de 1782, cuando fue consejero en la corte de Weimar recibiendo un título nobiliario.

Entre 1791 y 1813 dirigiendo el Teatro ducal, trabó amistad con el dramaturgo Friedrich von Schiller, quien influyó notablemente en su obra posterior.

Fue uno de los grandes exponentes del romanticismo alemán. Su obra abarca todas las facetas de la literatura, con obras como “Tempestad y arrebato”,”Elegías romanas”, “Viaje a Italia”, “Egmont”, “Tasso”, “Epigramas venecianos”, su autobiografía “Poesía y verdad”, y el gran legado “Fausto” que terminó un año antes de morir.

Falleció en Weimar el 22 de marzo de 1832.

Balada de Mignon

¿Conoces tú la tierra que al azahar perfuma

do en verde oscuro brillan naranjas de oro y miel,

donde no empaña el cielo caliginosa bruma

y entrelazados crecen el mirto y el laurel?

¿No la conoces? dime.

Es allí, es allí

donde anhelo ir contigo

a vivir junto a ti.

¿Conoces tú el palacio que un rey pomposo habita,

con pórtico y salones que alumbra tanta luz?

Y príncipes de mármol, que al verme: «¡Pobrecita!

diránme; ¿qué te has hecho? ¿de dónde vienes tú?»

Es allí, es allí

do quiero estar contigo

y vivir junto a ti.

¿Conoces tú aquel monte que une al abismo un puente,

que escalan las acémilas en lenta procesión,

donde retumba el trueno e hidrópico el torrente

se precipita altísimo con resonante son?

¿Conócelo, oh maestro?

Por ahí, por ahí

anhelo irme contigo

a vivir junto a ti.

Versión de Rafael Pombo

El pescador

Hinchada el agua, espumajea,

mientras sentado el pescador

que algún pez muerda el anzuelo

plácido aguarda y bonachón.

De pronto la onda se rasga,

y de su seno-¡oh maravilla!-

toda mojada, una mujer

saca su grácil figurilla.

Y con voz rítmica le increpa:

-¿Por qué, valiéndote de mañas,

hombre cruel, tiras de mí

para que muera en esta playa?

¡Si tú supieras qué delicia

allá se goza bajo el agua,

tal como estas te arrojarías

al mar, dejando en paz la caña!

¿No ves al sol, no ves la luna

cómo en las ondas se recrean?

¿Doble de hermosos no parecen

cuando en las agujas se reflejan?

¿No te seduce el hondo cielo

cuando su azul, húmedo muestra?

Cuando este aljófar lo salpica,

¿del propio rostro no te prendas?

Hinchada el agua, espumajea,

del pescador lame los pies;

siente el cuidado una nostalgia,

cual si a su amada viera fiel.

Cantaba un tanto la sirena,

todo pasó en un santiamén;

tiró ella de él, resbaló el hombre,

nunca más se dejó ver.

El rey de los Elfos

Van cabalgando en altas horas

entre la lluvia y el misterio,

y como el niño está miedoso

lo arrima el padre contra el pecho.

-¿Qué tienes, hijo, que así tiemblas?

-Al rey de los silfos contemplo

con cetro real y manto undívago.

-Solo son nieblas por el cielo.

-Vente conmigo, niño hermoso,

a mi palacio azul de ensueño;

Con trajes de oro y pedrería

en los pensiles jugaremos.

¿No sientes, padre, cuál me llama

con dulces voces en secreto?

Deja el temor. Lo que tú escuchas

son hojas secas en el suelo.

¿Por qué demoras? De mis hijas

tendrás los mimos y los besos,

y con sus cantos y sus danzas

te arrullarán entre tu lecho.

Del rey las hijas no contemplas

en la penumbra, a lo lejos?

-No llores más… Son lentos sauces

que se columpian en el viento.

-Si tú no vienes, a la fuerza

te tomaré porque te quiero.

-Me ahoga, padre, entre sus brazos

el rey de los silfos, violento…

Aguija entonces el caballo

y asiendo aún más al pequeñuelo

llega a su hogar… Cuando se apea

halla, oh dolor, que el niño ha muerto…

Versión de Nicolás Bayona Posada

Elegía de Marienbad

¿Qué me reserva el devenir ahora

y este hoy, en flor apenas entreabierta?

Edén e infierno mi inquietud explora

en la instabilidad del alma incierta.

¡No! Que al cancel de la eternal morada

los brazos me transportan de mi amada.

Cruël y dulce el ósculo postrero,

almas gemelas, al herir, desprende;

mi pie vacila ante el umbral severo

que un querube flamígero defiende.

Mi ojo impasible ante la vía desierta

ve las selladas hojas de la puerta.

¿Finó ya el orbe? ¿Sus rocosos muros

no se coronan ya de sombra santa?

¡La mies no grana? ¿Prados verdeoscuros

ya no cortejan al raudal que canta?

¿Ni ante el mundo prolífero se extiende

la comba astral que el devenir defiende?

Como para agradarme -cual solía-

ella se empina en el umbral, rïente,

y me da gota a gota su alegría

y se me anuda en ósculo ferviente.

Sobre mis labios me grabó su beso,

con llamas, añoranza y embeleso.

En lo más noble nuestro ser cultiva

anhelos de rendirse a lo inefable

por honda gratitud que el don no esquiva

al Ser puro, a lo Eterno inexpresable.

Llemémosle Bondad; yo a su clemencia

me acojo y me diluyo en su presencia.

«Haz como yo; cotéja el breve instante

con tu grácil cordura; no apresures,

tómalo a punto, dúctil, insinuante,

ya que en la acción o en el amar perdures.

Si vistes de candor en el conflicto,

serás hombre cabal y un héroe invicto>,.

¡Vano hablar, pensé yo, si un Dios te ha dado

el minuto feliz por compañero!

Todo ser, junto a ti, predestinado

se siente, no mi sino lastimero.

Me espanta tu decir: dejar tu lado

es un alto saber que no he logrado.

Lejos ya estoy. ¿Qué me dará el instante

fugaz? ¡Quién sabe! Mágico tesoro

para crear Belleza. Como Atlante,

me doblo al peso… y me deshago en lloro.

De fuga en fuga, en fútiles andares

y, por alivio, lágrimas a mares.

¡Fluyan y rueden sin cesar! La llama

jamás se apagará, que me devora;

crepita, y por mi pecho se derrama

do muerte y vida traban lid ahora.

Para el dolor del cuerpo hay plantas buenas,

y a mí me ahogan inacción y penas.

Ya perdí el Universo y me he perdido

a mí mismo -yo, amado de los dioses-

su Caja de Pandora me han vertido,

rica en gajes u horóscopos atroces.

Me tientan con la pródiga cascada

de los goces… y me hunden en la nada.

Versión de Guillermo Valencia

El Rey de Thule

Hubo en Thule un rey constante

con su amada, la que un día,

al morir, dejó a su amante

áurea copa que tenía.

Fue, de allí, la taza de oro,

don de mágica riqueza,

y al beber, la real tristeza

la humedecía con lloro.

Cuando el rey vio su partida

cercana, dio al heredero

la ciudad y un mundo entero,

menos su copa querida.

Sentóse luego a la cena

en medio de sus magnates,

y al pie rugen los embates

del mar que la sala atruena.

Allí el bebedor anciano

brinda última vez su copa,

la echa al mar y el mar la arropa

en su lecho soberano.

La ve hundirse; que se llena

y se pierde en lo profundo…

Y el rey llora su pena

no bebió más sobre el mundo.

Versión de Guillermo Valencia

El trovador

Was hör Ich drauzen vor den Thor

Was auf der Brücke schallen?

¿Qué acento afuera del portal resuena?

¿Qué rumor de la fuente el aire agita?

Dejad que el canto que el espacio llena

en la real estancia se repita.

A la voz de su rey, que así lo ordena,

el paje a obedecer se precipita,

y cuando vuelve, dice el soberano,

haced entrar al trovador anciano.

¡Salud! hidalgos y gentiles hombres,

¡Salud! señoras de belleza rara,

de tanta estrella, ¿quién sabrá los nombres?

¿Quién se atreve a mirarlas cara a cara?

Humilde corazón no aquí te asombres

ante esplendor y pompa tan preclara,

y ciérrense mis ojos que para ellos

no han de ser espectáculos tan bellos.

Cierra los ojos y del arpa brota

bajo su mano, excelsa melodía

que con el canto confundida flota

en raudal de purísima armonía.

Versión de Santiago Pérez Triana

Ergo bibamus

Unidos aquí estamos para una acción laudable;

por tanto, hermanos míos, arriba. Ergo bibamus!

Resuenen nuestros vasos y callen nuestras lenguas;

levantar vuestras almas muy bien. Ergo bibamus!

He aquí una sentencia tan vieja como sabia;

conserva su vigencia hoy lo mismo que antaño,

y un eco nos aporta de espléndidos festines,

esta jovial y grata consigna: Ergo bibamus!

Hoy he visto a mi dulce amada placentera;

al punto fui y me dije: “Bueno está. Ergo bibamus!”

Me acerqué sin recelo y ella me acogió bien.

Y entonces repetí mi alegre Ergo bibamus!

Mas lo mismo si os mima y os acaricia y besa,

que si nos niega adusta su corazón y brazos,

¿qué recurso nos queda, mientras no nos sonríe,

que de nuevo apelar al viejo Ergo bibamus!

De los amigos lejos cruel destino me lleva.

¡Oh fieles camaradas! ¿Qué hacer? Ergo bibamus!

Ya me marcho cargado con liviano bagaje;

quiere decir se impone un doble Ergo bibamus!

Y aunque a veces el cuerpo la carcoma nos roa,

nunca de la alegría vacío el tesoro hallamos;

que el alegre al alegre suele prestar rumboso,

así que, hermanos mios, ¡venga un Ergo bibamus!

Ahora bien: ¿qué debemos cantar en este día?

¡Yo tan sólo pensaba cantar Ergo bibamus!

Pero recuero ahora su especial importancia;

así que alzar las voces. De nuevo Ergo bibamus!

Este día se nos mete la dicha por la puerta;

resplandecen las nubes, tiembla el trigo dorado;

y una imagen divina brilla ante nuestros ojos;

así que alegremente cantad Ergo bibamus!

Ganimedes

En tu luz matinal como me envuelves,

¡oh primavera amada!

Con todas las delicias del amor,

entra en mi pecho

tu sacro ardor de eterna llamarada;

¡oh infinita Belleza:

si pudiese estrecharte entre mis brazos!

Recostado en tu pecho languidece

mi corazón; de musgos y de flores

dulcemente oprimido, desfallece.

Tú apaciguas mi sed abrasadora,

¡oh brisa matinal y acariciante!

mientras el ruiseñor enamorado

me llama entre la niebla vacilante.

Ya voy, ya voy, y ¿adónde?

¡Ay! ¿Adónde? Hacia arriba, ¡siempre arriba!

Flotan, flotan las nubes o descienden

y abren paso al amor de ímpetu fiero.

A mí hacia mí, contra tu ser, ¡arriba!

¡En abrazo sin par, arriba, arriba!

Contra tu corazón, ¡oh dulce padre,

oh inmenso padre del amor fecundo!

Versión de Guillermo Valencia

¡La encontré!

Era en un bosque: absorto

pensaba andaba

sin saber ni qué cosa

por él buscaba.

Vi una flor a la sombra,

luciente y bella,

cual dos ojos azules,

cual blanca estrella.

Voy a arrancarla, y dulce

diciendo la hallo:

«¿Para verme marchita

rompes mi tallo?»

Cavé en torno y toméla

con cepa y todo,

y en mi casa la puse

del mismo modo.

Allí volví a plantarla

quieta y solita,

y florece y no teme

verse marchita.

Versión de Rafael Pombo

La fuerza de la costumbre

¡Amé ya antes de ahora, mas ahora es cuando amo!

Antes era el esclavo; ahora el servidor soy.

De todos el esclavo en otro tiempo era;

a una beldad tan solo mi vasallaje doy;

que ella también me sirve, gustosa, fuera amante,

¿cómo con otra alguna a complacerme voy?

¡Creer imaginaba, pero ahora es cuando creo!

Y aunque raro parezca y hasta vituperable,

a la creyente grey muy gustoso me adhiero;

que al través de mil fuertes duras contrariedades,

de muy graves apuros e inminentes peligros,

todo de pronto leve se me hizo y tolerable.

¡Comidas hacía antes, pero ahora es cuando como!

Buen humor y alegría bulléndome en el cuerpo,

al sentarme a la mesa todo pesar olvido.

Engulle aprisa el joven y se va de bureo;

a mí, en cambio, me place yantar en sitio alegre;

saboreo los manjares y en su olor me recreo.

¡Antaño bebí, hoy es cuando bebo a gusto!

El vino nos eleva, nos hace soberanos

y las lenguas esclavas desata y manumite.

Sí, sedante bebida no escatiméis, hermanos,

que si del rancio vino los toneles se agotan,

ya en la bodega el nuevo mosto se está enranciando.

La danza practiqué e hice su panegírico,

y en cuanto oía sonar la invitación al baile

ya estaba yo marcando mis honestas posturas.

Y aquel que muchas flores cortó primaverales,

por más que todas ellas a guardar no acertara,

siempre le queda, al menos, un ramo razonable.

¡Sus, y a la obra de nuevo! No pienses ni caviles;

que quien amar no sabe a las floridas rosas

solo encuentra después espinas que le pinchen.

Del sol, hoy como ayer, fulge la enorme antorcha;

de las cabezas bajas aléjate prudente,

y haz que tu vida empiece de nuevo a cada hora.

La violeta

En la pradera una violeta había

encorvada y perdida entre la yerba,

con todo y ser una gentil violeta.

Una linda pastora,

con leve paso y desenfado alegre,

llegó cruzando por el prado verde,

y este canto se escapa de su boca:

-¡Ay! Si yo fuera -la violeta dice-

la flor más bella de las flores todas…,

pero tan solo una violeta soy,

¡condenada a morir sobre el corpiño

de una muchacha loca!

¡Ah, mi reinado es breve en demasía;

tan solo un cuarto de hora!

En tanto que cantaba, la doncella,

sin fijarse en la pobre violetilla,

hollóla con sus pies hasta aplastarla.

Y al sucumbir, pensó la florecilla,

todavía con orgullo:

-Es ella, al menos,

quien la muerte me da con sus pies lindos,

no me ha sido del todo el sino adverso.

Meditación ante el cráneo de Schiller

Era el lúgubre osario… en orden, mudos…

quédome absorto al remirar la fila

de cráneos polvorosos y desnudos;

y atónito, nublada la pupila

en la visión, soñé los tiempos idos…

y fue el pasado en su mudez tranquila.

Los que tanto se odiaron, ora unidos,

rozándose, mezclaban los despojos

de duros huesos en la lid partidos,

y acostados en cruz ante mis ojos,

en posición de beatitud serena

dormían dulcemente sus enojos:

vi en sueltos eslabones la cadena

de omóplatos en tanto el mundo ignora

¡qué fardo les impuso la condena!

Y aquellos miembros ágiles de otrora,

manos y pies de gracia floreciente,

muestran su lasitud separadora…

Fatigados mortales, vanamente

a lo largo tendidos en la fosa,

ni allí gozáis de la quietud clemente

¿Quién ama la ruina pavorosa

ya así desnuda en la inquietud del día

y urna otro tiempo de beldad dichosa?

Esa yerta escritura me decía

a mí el devoto, lo que extraña gente

signos sagrados no leía.

Súbito en medio del montón yacente,

descubro al fin la fúlgida cabeza

sin par, helada, enmohecida, ausente,

y siento reanimarse mi tristeza

con secreto calor, y d’ese abismo

un raudal con vívida presteza,

Lléname de hondo encanto el cataclismo

al ver en esa huella soberana

divina concepción de hondo mutismo…

Y va mi mente hacia la mar lejana,

que hace y destruye formas en su seno

aún más perfectas que la forma humana.

Vaso de enigmas, otro tiempo lleno

de oráculos, mi mano desfallece:

no puedo alzarte en ademán sereno.

¡La podre lavaré que te ensombrece,

tesoro sin igual, y en aire puro

ya libre sol donde el pensar florece!

No logra el hombre en su sondar oscuro

captar el todo que la vida escancia

si Dios-natura cede a su conjuro

y le dice por qué de la sustancia

deja exhalar su espíritu que crea,

y cómo permanece en la sustancia

su dinamismo genitor: ¡la idea!

Versión de Rafael Pombo

Secreto

Son los ojos de la amada

pasmo cierto de las gentes;

yo, que todo lo conozco,

sé muy bien lo que me advierten.

Dicen ellos: -A este adoro,

a este sólo, a nadie más;

cesen pues, oh buenas gentes,

vuestro pasmo, vuestro afán.

Sí, con brillo poderoso

resplandecen en redor;

y es que quieren anunciarme

la hora dulce del amor.

Versión de Otto de Greiff

Soneto

Del arte practicar los modos nuevos,

sagrado deber es que se te impone;

según el ritmo y el compás prescritos,

moverte tú también como yo puedes.

Que si con fuerza el ánimo se excita,

entonces justamente pide calma;

y por más aspavientos que hacer pueda,

al cabo su remate la obra halla.

Tal yo quisiera artísticos sonetos,

en un alarde medida justa,

rimar con mis mejores sentimientos;

Sólo que, a la verdad, algo me ata,

pues antaño tallaba a mi capricho,

y ahora de cuando en cuando pegar debo.

Versión de Rafael Pombo