Girri, Alberto

Reseña biográfica

Poeta y traductor argentino nacido en Buenos Aires en 1919.

Pertenece a la generación de los años cuarenta, aunque su estilo único y personal, no encaja en algún movimiento especial, razón por la cual, recibió grandes elogios y provocó rechazo de algunos sectores debido a su lenguaje a veces incomprensible y extremadamente intelectual.

Es autor de más de treinta volúmenes de prosa y poesía entre los que se destacan: Coronación de la espera en 1947, Poemas elegidos en 1965, Los valores diarios en 1970, Poesía de la observación en 1973, El motivo es el poema en 1976, Páginas de Alberto Girri en 1983 y Juegos alégoricos en 1993.

Tradujo a numerosos poetas ingleses y estadounidenses, tales como T. S. Eliot, Wallace Stevens, Robert Frost , John Donne y William Carlos Williams.

Falleció en 1991.

Amazona como lírica

Femineidad cobrando

entonación masculina,

gracia donde resuena

la voz virago,

carne con todo

lo que insinúa de caballo,

vientre recogido,

redonda grupa, ancho pecho,

orejas en punta, cerviz levantada,

crines densas,

la tibia piel y el belfo

en sucesivo mudar, del reflejo

castaño al ceniciento, bayo,

dorado, a manchas…

¡Y la vitanda conclusión

en tu deleite,

un abrazo

que por imprevista alquimia

se agrega también dones histriónicos,

un caballo que además finge

no admitir en su dorso a nadie

que no sea su dueño,

y además la prevención

de perder mansedumbre toda vez

que se lo ceda a otro dueño!

Andrómeda

La Andrómeda del Tiempo, impar en la belleza y el agravio,

sobre este rudo peñasco ahora escruta largamente hacia uno

y otro brazo de la costa,

su flor, su porción de vida, condenada a ser alimento del dragón.

Muchos golpes y venenos la tentaron y acecharon una vez;

pero desde Occidente oye ahora el rugir de una bestia

más salvaje que las demás, más desenfrenada

en sus daños, más inicua y más obscena.

¿Es que su Perseo se demora y la libra a sus vehemencias?

Pero él, hollando por un tiempo el aire suave como una almohada,

suspende sobre ella que se diría abandonada, sus pensamientos,

mientras, desgarrada hasta la angustia, su paciencia

crece, luego consigue desarmarla, y nadie lo sospecha

con los arneses y hierros de la Gorgona, correas y dientes.

De “Obra poética IV”

Cámara oscura

Mientras espera que la desnuden,

la expresión se esfuerza en desearse

a sí misma en blanco y negro,

y el ojo cuidadoso acecha

hasta sorprenderla empañándose,

empañada por matices de tensión,

físico desamparo.

Se trata de cazar,

y se trata de robo,

la víctima

lo consciente, sometiéndose,

y el ladrón llena de facciones, visajes,

su bolsa;

no supone angustias, trabajo aflictivo,

incomodidad, suceso infeliz.

pero es un tomar lo ajeno

desde artificios que requieren

ingenio en proporción directa

con la propiedad, limpieza,

austeridad de recursos,

y soluciones fortuitas, ocurrencias,

“Improvisación creadora”, diría

de su pillaje el que aquí, súbito,

se decide a atacar cubriendo

las lentes con tules, muselinas,

y en el incomparablemente joven

perfil modela por distorsiones

otra carne, helada y luminosa,

placidez de máscara noh,

ascenso a lo andrógino.

De “Obra poética IV”

Canción de amor

Aquí yazgo pensando en ti:

¡La mancha del amor

se extiende sobre el mundo!

¡Amarilla, amarilla, amarilla

roe las hojas,

unta con azafrán

las cornígeras ramas que se inclinan

pesadamente

contra un liso cielo púrpura!

No hay luz,

sólo una espesa mancha de miel

que gotea de hoja en hoja

y de rama en rama

desluciendo los colores

del mundo entero;

¡tú allá lejos

bajo el rojo zumo del oeste!

De “W.C.W. :Doce versiones”

Cuando la idea del yo se aleja

De lo que va adelante

y de lo que sigue atrás,

de lo que dura y de lo que cae,

me deshago,

abandonado quedo

del fuerte soplo,

del suave viento,

y quieto, las espaldas

vueltas las manos hacia arriba,

apoyo en el suelo,

corazón

abjurando de armas, faltas,

de oraciones donde borrar las faltas,

blando organismo, entidad

que ignora cómo decir: “Yo soy”

y en la enfermedad y la muerte,

vejez y nacimiento,

ya no encontrarán lugar,

como no lo encontraría el tigre

para meter su garra,

el rinoceronte el cuerno,

la espada su filo.

Antes hacía, ahora comprendo.

De “Obra poética IV”

El compañero de los pájaros

Como el amor

que se posa

cada día sobre la ramita

que puede morir

Así brota tu amor

lozano

vigoroso de sol

compañero de los pájaros…

De “W.C.W. :Doce versiones”

Elegía en vida

Intenta dibujar un león

y logra un perro,

cuando siente hambre cree

calmarla dibujando pasteles,

si dibuja una serpiente

le agrega patas,

al concentrarse

en un grano de mostaza, cabeza

de alfiler que crece en arbusto,

dibuja una higuera, lo estéril,

leño seco destinado al fuego.

De preguntársele por qué,

hallaría que son confesiones, desajustes

documentando sus fallas,

un orden visual

para simbolizarlas,

primero la imagen

de su débil fuerza en las ambiciones,

luego la de su vocación por lo ilusorio,

luego la de su placer de deformar,

y en conjunto la imagen

de su extravío, incapacidad

de ofrecer frutos legítimos,

tal un árbol que no los da

así haya estado siempre junto al agua.

De “Obra poética IV”

En la agonía romántica

En el mismo escenario

donde hasta avanzado el siglo

los enamorados todavía se buscaban

y estrechaban por lo idílico,

posándose

“cada día sobre la ramita

que puede morir”,

elevóse gradualmente un marco

de gustos crepusculares,

por las prostitutas de lujo

titilante rococó,

baudelaireanas correspondencias,

y allí acechaban

las Lou Andreas Salomé, Alma Malher,

proponiendo que a partir de sus romances,

exaltación de luminarias en ciernes

(el casto Nietzsche, Rilke el joven,

atraídos hacia la órbita de un texto

diáfano ya la vez temible),

caducarían todos los estereotipos

femeninos hasta entonces conocidos,

y en trance ya de esfumarse

para siempre hasta el más leve

rastro del bíblico infundio

que asegura que la mujer no tiene

potestad sobre su cuerpo.

De “Obra poética IV”

La sombra

De algún modo soy tu cuerpo,

Me designo en él, me quema

En la mentira útil como un remo,

En la desgracia y la amorosa lucha

Abriendo los huecos de su máscara.

Pero no me lo permitas,

No me dejes ser sólo tu cuerpo.

De algún modo soy tu cuerpo,

Cuando la rica, inexplicable sangre,

Transcurre en medio de representaciones.

Y lo seré hasta que cenizas

Acaricien tu prestada, última parcela.

Pero no me lo permitas,

No me dejes ser sólo tu cuerpo.

De algún modo soy tu cuerpo,

La opresión que difunde me sostiene,

Y no en otro descienden las palabras,

Urde la disculpa el vejado sermón

Por nuestras pasadas facciones.

Pero no me lo permitas,

No me dejes ser sólo tu cuerpo.

De algún modo soy tu cuerpo

Y si en atención a su dañina mengua

Me cuido bien de mirarlo como esencia,

¿Con qué prodigio, incisivo milagro,

Percibiré tu pasión cuando lo excluya?

Pero no me lo permitas,

No me dejes ser sólo tu cuerpo.

De “Obra poética IV”

Lírica

Lo no previsto,

lo que con nombre de sarcasmo:

novísima luna de miel,

arrastras por dentro,

y que afuera, juzgado y aislado

desde ciencias del comportamiento,

merecería rótulo más cierto,

el de novísima

erotización del vínculo,

transparente caso, muy sabido

de acuerdo con estadísticas,

noticias sueltas, cuadros personales,

y que tan por sorpresa

como se instaló se revertirá,

una tardía

exaltación que en la casi penumbra,

receptáculo de los desposados,

toca a pagar, te toca

corresponder con el recelo de que acaso

no transcurriera sino en ti,

y ella intacta, lo femenino

examinándote, sobrepasándote

a fuerza de no conocer altibajos,

la femenina complacencia

de resistirse a transformaciones

de alta tensión y débil intensidad

en baja tensión y gran intensidad.

De “Obra poética IV”

Oficio de amor

De la intimidad que ahora nos asusta

Sale el pasado,

Sale la espléndida nostalgia,

Ejercicio callado del ocaso;

De la valuación de Dios en la plegaria,

Para que no estemos uno fuera del otro,

Saldrá la amenaza,

Celosa corrosión de los gestos

Interrumpiendo nuestro abrazo.

¡Oh manoseados sentimientos!

Más y mejor seré yo mismo

Cuando guarde de tu boca la idea

Y aunque ya no pase del existir a la presencia

Igualmente me verás contra tu boca

Vigilando la mudanza de los días

Hasta que, siendo como yo reliquia,

Me ayudes a evitar esta agonía.

De “Obra poética IV”

Oír uno su propia sombra

Repeticiones inútiles, verbosidad

en pleonasmos, redundancias,

tautologías,

garrulerías en las casas

amadas amando hasta el mirlo

que sobre ellas habla,

ruidos continuados

aislándote, los arrullos

por sentimientos melancólicos

del tiempo otoñal,

cantinelas ensalzando

imposibles concordias:

que al agua del pozo

le sea dado invadir la del río,

que la cosecha pasada

y la nueva se unan.

Es mantener abierto el pico,

no puedan las palabras obstruirlo:

como leznas

dentro de una bolsa

(acaban por romperla).

Es el anverso

diáfano de la vida suavizando

las áreas hostiles,

la de los ojos turbios,

balbuceos lastimeros, orejas calientes,

vértigos de borrachos.

Es tu cotidiano ensayar,

mientras no suena la campana,

no se haya ido la arena del reloj,

cómo hacer con discursos de aire

que el mundo de los felices

y el mundo del desdichado

no parezcan distintos.

De “Obra poética IV”

Paráfrasis

Lc. 11, 5

Mejor vecino cerca

que hermano lejos,

para cuando, de improviso,

en tardías horas pedirle el pan

de agasajar a tus amigos,

y te responda

como quien se libra de un importuno

y no cae en descortesía, desvergüenza,

y aunque tuvieras

que golpearle con tesón, no dejarte

despedir, asustar desde palabras duras,

hasta que por tus manos abiertas,

rejas alzadas ante los ojos,

se filtre esa luz de la dádiva,

tus pasos atravesando cerrojos,

reverberación de tus voces

haciendo que tiemblen los cuartos.

De no ser así, ¿lo llamarías

vecino, o siquiera medio vecino,

creerías en tu oportunidad,

si no escrita, insinuada por el Evangelista,

de que al contar lo recibido, panes y no piedras,

haya de haber un número mayor

que el que rogaste en préstamo?

De “Obra poética IV”

Pascal

Casi ninguna verdad,

el vacío

para sentirte seguro

contra la historia,

apóstata

por aconsejar la inconstancia,

la fatiga extrema,

la tempestad,

aunque los hombres no las amen,

por juzgarnos míseros

y tener tan alta idea de ti

que no quieres

compartir nuestras debilidades,

por ser tú mismo endeble

y admirar las moscas,

extrañas potencias

que ganan todas las batallas,

perturban el alma,

y devoran el resto,

por sustraerte al destino común

asomándote al abismo,

tu abismo, a tu izquierda,

y orar con un largo grito de terror,

por cerrarte a la caridad

mientras velas, implacable,

y exiges

que en esa Agonía

que durará hasta el fin del mundo

nadie se duerma,

por haberte ofrecido a Dios

tras anunciar que en todas partes

la naturaleza señala a un Dios perdido.

Casi ninguna verdad,

el vacío

y el morir solos

debajo de un poco de tierra.

Tuviste razón,

qué necios son estos discursos.

Pero sólo son pensamientos

Sólo los pensamientos

de quien por haber cedido a la fascinación

de idiotas de las familias, retratarlos

sin la caridad que provoca amistades,

se lo recrimina visualizándose

como algún Tolstoi chino, maestro de almas,

lo cuestionaría y reflejaría,

contrahecho, lisiado,

hombros que se levantan

por encima de su cabeza, mentón

en descenso hacia su ombligo,

dedos de más y de menos,

esforzados inclinarse de adelante atrás

remedando una actitud que propicia

la cavilación:

“Estoy en dificultades

porque tengo un cuerpo

y es mísero.

Cuando me falte,

¿qué dificultades podría tener?”

Pero sólo pensamientos

como tantos, un irse anticipando

al morir y la muerte,

a la sorpresa del miedo

de morir y la muerte,

como los tanteos

que en el pensamiento de Ivan Ilich

detectaba Tolstoi.

De “Obra poética IV”

Poema con un poema

Del emperador

que desvalido se adormece

en su jardín,

tiene algo este

anciano a quien súbitamente

el deseo,

huésped no invitado,

vuelve, persiste en sacudirlo.

También se amodorra,

y los dos son como gatos,

no les importa

sino sobrevivir;

pero en su precario retiro

el viejo no enhebra canciones,

y en lugar de ir entreviendo

ejércitos que incendian y destruyen

concita sobre él un retorno

en procesión de bellezas

ahora agrias,

cada cual mostrándole

la forma de un triángulo

allí donde hubo un sexo,

todas

semejantes

a las tardías flores

que en el imperial jardín

aguardan el invierno.

De “Obra poética IV”

Primavera de sufies

El océano hablando,

en espumas, gotas,

disímiles instante a instante,

pero una sola agua,

y las lenguas

de pájaros, flores,

el halcón

al relatar sus paseos acompañado

de los cuervos,

el ruiseñor, alabanza

infinita de la rosa,

la paloma que pregunta

por el camino hacia el amado,

y la cigüeña, su piadosa

disposición: “Tuyo es el reino,

tuyas las loas a Dios”,

y el vocear

de hojas, pétalos,

la violeta

en hondos azules, el narciso

de ojos lánguidos, tulipanes,

el enrulado jacinto.

Sí, lo múltiple,

en nombre

del que no tiene nombre,

múltiple y uno,

el que en eterna

soledad era oculto tesoro,

y procuró que lo conocieran

y creó el mundo.

Sí, nacidos de él

océanos, pájaros, flores,

y para que con lo que dicen

tejamos la tela que nos viste,

bebamos el producto

que destila lo que dicen.

Puertas adentro

Como Blake con el tigre,

en tu gato no atiendes

a uñas, lengua áspera,

poblados pelos largos,

estrías blancas,

c lo que provocas desde confusa

f hermandad, la pretensión

de que en su vigor está el tuyo,

y de acercarle

elusivos discursos, soliloquios

para un no favorable

ni adverso ánimo,

sin cooperar, sin airadamente

estirarse indicando que apenas

cerraste postigos, cortinas,

él ya captó,

tu agitar antipatías, infatuaciones,

prontuarios de la menuda hojarasca

que en la sagacidad animal

pudiera disolverse,

apremio

por alguien que se mantiene

atado a su especie,

alcanzar

el par donde apoyarte, tu correspondiente;

como Blake y el tigre,

Poe y el cuervo,

Basho y la rana,

recluyéndote a pedir

el benjgno, consolador ajuste

de tu aliento, fatigoso golpe, desazón,

y la prescindencia del libre, que no juzga.

Que tu mirada vaya…

Que tu mirada vaya

dejando de separar

impresiones sensibles, afectivas,

de las meras formas,

y resbale, no coherente,

a despojar de relieve lo que encuentre,

indicaría cómo pierdes

el dominio sobre ella,

paralizado también

tu cuerpo en lo que hasta ahora fue:

manifestación y participación,

y en suspenso

la rutina del hablar y el pensar,

la exigencia de que hablar

y no pensar no se puede,

ni pensar callando.

Y más aun haría patente

un empezar a abandonarte

a lo suelto y espontáneo

como viento, como corriente,

viento y corriente,

no ya situaciones fijas, inmovilidad objetiva,

no ya dilemas,

sino un calmo estar

en el que te permitas verte

cazando pájaros con redes,

liebres con gestos,

irreflexivamente.

Safo

Ese hombre es igual a los dioses

frente a frente sentado escuchando

tu dulce voz y tu encantadora risa.

Eso es lo que provoca un tumulto

en mi pecho. De sólo mirarte

mi voz tiembla, mi lengua desfallece.

De inmediato, un ligero fuego corre

por mis miembros; mis ojos

enceguecen y mis oídos retumban.

Brota el sudor: un temblor

me acosa. Empalidezco más

que la hierba y a punto estoy de morir.

De “W.C.W. :Doce versiones”