Gaitán Durán, Jorge

Reseña biográfica

Poeta colombiano nacido en Pamplona, Norte de Santander, en 1924.

Radicado desde temprana edad en Bogotá, inició sus estudios de Derecho sin llegar a terminarlos, debido a su profunda vocación literaria y a su inquietud viajera. Periodista, cuentista, ensayista, dramaturgo, traductor y fundamentalmente poeta, enriqueció su educación intelectual en sus prolongadas estadías en el exterior.

El final de su peregrinaje por Europa marcó un cambio que se percibió en su obra poética. La mejor parte de su producción literaria fue la última, en 1959, cuando escribió textos que se entrecruzaron con «El Libertino y la Revolución» y «Amantes».

Falleció en un trágico accidente de aviación, en 1962.

Amantes

Somos como son los que se aman.

Al desnudarnos descubrimos dos monstruosos

desconocidos que se estrechan a tientas,

cicatrices con que el rencoroso deseo

señala a los que sin descanso se aman:

el tedio, la sospecha que invencible nos ata

en su red, como en la falta dos dioses adúlteros.

Enamorados como dos locos,

dos astros sanguinarios, dos dinastías

que hambrientas se disputan un reino,

queremos ser justicia, nos acechamos feroces,

nos engañamos, nos inferimos las viles injurias

con que el cielo afrenta a los que se aman.

Sólo para que mil veces nos incendie

el abrazo que en el mundo son los que se aman

mil veces morimos cada día.

Amantes II

Desnudos afrentamos el cuerpo

como dos ángeles equivocados,

como dos soles rojos en un bosque oscuro,

como dos vampiros al alzarse el día,

labios que buscan la joya del instante entre dos muslos,

boca que busca la boca, estatuas erguidas

que en la piedra inventan el beso

sólo para que un relámpago de sangres juntas

cruce la invencible muerte que nos llama.

De pie como perezosos árboles en el estío,

sentados como dioses ebrios

para que me abrasen en el polvo tus dos astros,

tendidos como guerreros de dos patrias que el alba separa,

en tu cuerpo soy el incendio del ser.

Canícula

El sol abrasa toda

vida. No mueve el viento

un árbol. Fuera del tiempo

está el fasto del día.

La canícula absorbe

las horas, los colores,

el silencio.

De repente óyese una gota

de agua, y otra,

y otra más, en la tarde.

Es la música.

Canto XIII

La dulce tolvanera del silencioso otoño

va anegando tu imagen en su vaga humareda,

encendiendo en el tiempo la hoguera del olvido

para borrar la última ceniza de la ausencia.

Nadie sabrá que vivo para ti, que defiendo

contra las llamas trémulas tu desnudo recuerdo,

que lucho en el otoño de vientos desolados

y en sus ondas sombrías te reclaman mis sueños.

Nadie sabrá que fuiste mía bajo el otoño

de estrellas delirantes y crepúsculos vagos,

que llenaste mis labios con tu fuego de siempre,

que cayó mi tristeza sobre ti como un canto.

Porque nada resiste la invasión del olvido

cuando llega a mi alma su humareda de otoño.

Todo se va de mí, se fuga de mi vida,

tú también te me vas y permanezco solo.

De repente la música

La pura luz que pasa

por la calle desierta.

Nada humano

bajo el cielo abolido.

La blancura absoluta

de la ciudad confunde

la muerte y el sigilo.

De repente la música,

la sombra de los amantes en el agua.

El instante

Ardió el día como una rosa.

Y el pájaro de la luna huyó

cantando. Nos miramos desnudos.

Y el sol levantó su árbol rojo

en el valle. Junto al río,

dos cuerpos bellos, siempre

jóvenes. Nos reconocimos.

Habíamos muerto y despertábamos

del tiempo. Nos miramos de nuevo,

con reparo. Y volvió la noche

a cubrir los memoriosos.

El regreso

El regreso para morir es grande.

(Lo dijo con su aventura el rey de Itaca.)

Mas amo el sol de mi patria,

el venado rojo que corre por los cerro,

y las nobles voces de la tarde que fueron

mi familia.

Mejor morir sin que nadie

lamente glorias matinales, lejos

del verano querido donde conocí dioses.

Todo para que mi imagen pasada

sea la última fábula de la casa.

Envío

No he podido olvidarte. He conseguido

que este inútil desorden de mis días

solitarios, concluya en las porfías

de un corazón que da cada latido

a tu memoria. En tu mundo abolido,

he luchado por ti contra las pías

obras de Dios. Cuanto ayer le exigías

será invención del hombre que ha nacido.

Tantas razones tuve para amarte

que en el rigor oscuro de perderte

quise que le sirviera todo el arte

a tu solo esplendor y así envolverte

en fábulas y hallarte y recobrarte

en la larga paciencia de la muerte.

Hecha polvo

Tanto te amé ese día que la muerte

voló por la ciudad como mil soles,

abeja de mi duelo

en el definitivo verano que te llama.

Fui descubriendo un astro en tu desnudo

tras de mis pasos ciegos por tu sombra,

presente, ocio feroz, donde toda la sangre

al hombre exige lo que para el cielo es imposible.

El mundo, espejo de mi mano iba

como una joya opaca por tus ojos,

te miraba mirar rostros, reinos, memoria

súbita, nube que como una desdicha

pasa por la carne de donde me retiro

desterrado a la ajena imagen que te asalta.

Te fui quitando abrazos, conquistas, el peso

de una dinastía que ahora habita la noche.

Yo te hice habitar en las estrellas.

A ti, arrogancia, cuerpo impenetrable,

la pena de todos vencedora te ha penetrado.

La tierra que era mía

Únicamente por reunirse con Sofía Kühn,

amante de trece años, Novalis creyó en el otro mundo;

mas yo creo en soles, nieves, árboles,

en la mariposa blanca sobre una rosa roja,

en la hierba que ondula y en el día que muere,

porque solo aquí como un don fugaz puedo abrazarte,

al fin como un dios crearme en tus pupilas,

porque te pierdo, con la tierra que era mía.

Momentos nocturnos

Miré el tiempo y conocí la noche.

Mi mente puso incendios en la nada.

Fueron soles, miríadas, que llenaban

el cielo. Todo era cielo.

Tuve todo, menos dioses en impasible

felicidad. Viví con embeleso

en el radiante concierto de los mundos.

De astro en astro, hasta el infinito

pudieron ojos mortales

medir al fin la pequeñez humana.

De galaxia en galaxia, iba el alma

tras la vista, hacia firmamentos

en donde nada medra ni concluye.

Cantó en el cielo el azul de la noche

y el ruiseñor huyó al umbral del tiempo.

Los cerros llamaron con música de vuelo

a las estrellas. Pasó un ciervo blanco

por el sigilo húmedo del bosque,

y en la sombra despertó tu desnudo.

la tierra fue de nuevo mi deseo.

No pudo la muerte vencerme…

No pudo la muerte vencerme.

Batallé y viví. El cuerpo

infatigable contra el alma,

al blanco vuelo del día.

En las ruinas de Troya escribí:

«Todo es muerte o amor»,

y desde entonces no tuve

descanso. Dije en Roma:

«No hay dioses, sólo tiempo»,

y desde entonces no tuve

redención. Callé en España,

pues la voz de la ira desafiaba

al olvido con mis tuétanos,

mis humores, mi sangre; y

desde entonces no ha cesado

el incendio.

De reposo

le sirva tierra extranjera

al héroe. Cante fresca hierba

como abeja del polvo por sus

párpados. Yo no me rindo:

quiero vivir cada día en

guerra, como si fuera el último.

Mi corazón batalla contra el mar.

Quiero

Quiero vivir los nombres

Que el incendio del mundo ha dado

Al cuerpo que los mortales se disputan:

Roca, joya del ser, memoria, fasto.

Quiero tocar las palabras

Con que en vano intenté hurtarte

Al duelo de cada día,

Estela donde habitaban los dioses,

Hoy lisa, espacio para el gesto imposible

Que en el mármol fije el alma que nos falta.

No quiero morir sin antes

Haberte impuesto como una ciudad entre los hombres,

Quiero que seas ante la muerte

El único poema que se escriba en la tierra.

Quiero apenas

Presto cesó la nieve, como música.

Pájaros y verdes cruzan por el frío.

Vas a morir, me dicen. Tu enfermedad

es incurable. Sólo puede salvarte

el milagro que niegas.

Mas quiero apenas

arder como un sol rojo en tu cuerpo blanco.

Se juntan desnudos

Dos cuerpos que se juntan desnudos

solos en la ciudad donde habitan los astros

inventan sin reposo el deseo.

No se ven cuando se aman, bellos

o atroces arden como dos mundos

que una vez cada mil años se cruzan en el cielo.

Sólo en la palabra, luna inútil, miramos

cómo nuestros cuerpos son cuando se abrazan,

se penetran, escupen, sangran, rocas que se destrozan,

estrellas enemigas, imperios que se afrentan.

Se acarician efímeros entre mil soles

que se despedazan, se besan hasta el fondo,

saltan como dos delfines blancos en el día,

pasan como un solo incendio por la noche.

Sé que estoy vivo en este bello día…

Sé que estoy vivo en este bello día

acostado contigo. Es el verano.

Acaloradas frutas en tu mano

vierten su espeso olor al mediodía.

Antes de aquí tendernos, no existía

este mundo radiante. ¡Nunca en vano

al deseo arrancamos el humano

amor que a las estrellas desafía!

Hacia el azul del mar corro desnudo.

Vuelvo a ti como al sol y en ti me anudo,

nazco en el esplendor de conocerte.

Siento el sudor ligero de la siesta.

Bebemos vino rojo. Esta es la fiesta

en que más recordamos a la muerte.

Si mañana despierto

De súbito respira uno mejor y el aire de la primavera

llega al fondo. Mas sólo ha sido un plazo

que el sufrimiento concede para que digamos la palabra.

He ganado un día, he tenido el tiempo

en mi boca como un vino.

Suelo buscarme

en la ciudad que pasa como un barco de locos por la noche.

Sólo encuentro un rostro: hombre viejo y sin dientes

a quien la dinastía, el poder, la riqueza, el genio,

todo le han dado al cabo, salvo la muerte.

Es un enemigo más temible que Dios,

el sueño que puedo ser si mañana despierto

y sé que vivo.

Mas de súbito el alba

me cae entre las manos como una naranja roja.

Siesta

“Voy por tu cuerpo como por el mundo”.

Octavio Paz

Es la siesta feliz entre los árboles,

traspasa el sol las hojas, todo arde,

el tiempo corre entre la luz y el cielo

como un furtivo dios deja las cosas.

El mediodía fluye en tu desnudo

como el soplo de estío por el aire.

En tus senos trepidan los veranos.

Sientes pasar la tierra por tu cuerpo

como cruza una estrella el firmamento.

El mar vuela a lo lejos como un pájaro.

Sobre el polvo invencible en que has dormido

esta sombra ligera marca el peso

de un abrazo solar contra el destino.

Somos dos en lo alto de una vida.

Somos uno en lo alto del instante.

Tu cuerpo es una luna impenetrable

que el esplendor destruye en esta hora.

cuando abro tu carne hiero al tiempo,

cubro con mi aflicción la dinastía,

basta mi voz para borrar los dioses,

me hundo en ti para enfrentar la muerte.

El mediodía es vasto como el mundo.

Canta el cuerpo en la luz, la tierra canta,

danza en el sol de todos los colores,

cada sabor es único en mi lengua.

Soy un súbito amor por cada cosa.

Miro, palpo sin fin, cada sentido

es un espejo breve en la delicia.

Te miro envuelta en un sudor espeso.

Bebemos vino rojo. Las naranjas

dejan su agudo olor entre tus labios.

Son los grandes calores del verano.

El fugitivo sol busca tus plantas,

el mundo huye por el firmamento,

llenamos esta nada con las nubes,

hemos hurtado al ser cada momento,

te desnudé a la par con nuestro duelo.

Sé que voy a morir. Termina el día.

¡Vengan cumplidas moscas!

Cuántas veces de niño te vi

cruzar por mi alcoba de puntillas.

Enhebrabas tu aguja con manos

más ligeras que los días.

Luego te olvidé. No es poca cosa

vivir. El mundo es bello y el deseo

vasto. (Que lo diga Ulises,

cuando nada en el mar y come uvas

después de la batalla). Mas cada

año acortabas el hilo, zurcidora

aplicada.

Como una madre

o Penélope siempre lozana me has

guardado fidelidad. ¡La única!

Empollabas la herencia con tus

mimos. Solícita, cuidabas huesos,

dientes, toda la ruin materia

que te ceba.

¿Vale más el alma?

No encontraste nada en la mía

que e hiciera rey. Quedaba poco

cuando destapaste el pudridero.

¡Vengan cumplidas moscas! Hoy te pago

el ansia con que viví cada momento.

Verano, uvas, río

El tiempo pasa por el río

tan dulcemente como fluye

el agua. Lleva al nadador

adolescente, enjuto, rojo,

que bajo el sol de los venados

come uvas. Las más doradas

avispas del día lo aturden

con zumbidos, destellos, brisas

rápidas. Cuando siente un aire

de luna, aléjase silbando

por la orilla.

Se reconoce

el extranjero en ese instante

de demorada luz y fresca

sombra y vaho entre las frutas.

Mas ya nada es suyo. verano,

uvas, río, todo concluye

con la noche que envuelve y borra

la juvenil cabeza rubia.

Por la ciudad natal en fiesta

desconocid0 cruza el hombre.

Veré esa cara

Voy a vivir contigo y contra ti.

Roma en llamas, la casa de los dos

tiene un cuarto vacío. Nuestro Dios

ha partido. Todo cuanto le di

me comenzó a pesar: mi baladí

fervor de adolescente. Grité: Nos

reclama cada ser; o: Todos los

Hombres son nuestros hermanos. ¡Mentí!

Ahora sé que renegué del cielo

por nada. Inane César, porto el duelo

de un mundo sin amor ni paz ni fe.

Eres cuanto me queda: la postrera

mirada fiel. ¡El terror persevera,

Cara! Cuando me abraces, te veré.