Gabriel y Galán, José María

José María Gabriel y Galán (España 1870-1905)

Canción

No piense nunca el lloroso

que este cantar dolorido

es un capricho tejido

por la musa de un dichoso.

No piense que es armonioso

juego de un estro liviano;

piense que yo no profano,

ni con mentiras sonoras,

las penas desgarradoras

del corazón de un hermano.

Una canción de dolores

me piden mis padeceres,

tal como ayer mis quereres

pidieron cantos de amores;

que así como son mayores

si se cantan los contentos,

así los tristes acentos

de las trovas doloridas,

si no curan las heridas,

amansan los sufrimientos.

Mis penas son tan vulgares

como esas espinas duras

que erizan las espesuras

de todos los espinares.

Más hondas son que los mares

Más hondas y más sombrías

que un horizonte sin días,

pues no hay abismo tan hondo

como el abismo sin fondo

de unas entrañas vacías.

El ama

Yo aprendí en el hogar en qué se funda

la dicha más perfecta,

y para hacerla mía

quise yo ser como mi padre era

y busqué una mujer como mi madre

entre las hijas de mi hidalga tierra.

Y fui como mi padre, y fue mi esposa

viviente imagen de la madre muerta.

¡Un milagro de Dios, que ver me hizo

otra mujer como la santa aquella!

Compartían mis únicos amores

la amante compañera,

la patria idolatrada,

la casa solariega,

con la heredada historia,

con la heredada hacienda.

¡Qué buena era la esposa

y qué feraz mi tierra!

¡Qué alegre era mi casa

y qué sana mi hacienda,

y con qué solidez estaba unida

la tradición de la honradez a ellas!

Una sencilla labradora, humilde,

hija de oscura castellana aldea;

una mujer trabajadora, honrada,

cristiana, amable, cariñosa y seria,

trocó mi casa en adorable idilio

que no pudo soñar ningún poeta

¡Oh, cómo se suaviza

el penoso trajín de las faenas

cuando hay amor en casa

y con él mucho pan se amasa en ella

para los pobres que a su sombra viven,

para los pobres que por ella bregan!

¡Y cuánto lo agradecen, sin decirlo,

y cuánto por la casa se interesan,

y cómo ellos la cuidan,

y cómo Dios la aumenta!

Todo lo pudo la mujer cristiana,

logrolo todo la mujer discreta.

La vida en la alquería

giraba en torno de ella

pacífica y amable,

monótona y serena…

¡Y cómo la alegría y el trabajo

donde está la virtud se compenetran!

Lavando en el regato cristalino

cantaban las mozuelas,

y cantaba en los valles el vaquero,

y cantaban los mozos en las tierras,

y el aguador camino de la fuente,

y el cabrerillo en la pelada cuesta…

¡Y yo también cantaba,

que ella y el campo hiciéronme poeta!

Cantaba el equilibrio

de aquel alma serena

como los anchos cielos,

como los campos de mi amada tierra;

y cantaba también aquellos campos,

los de las pardas, onduladas cuestas,

los de los mares de enceradas mieses,

los de las mudas perspectivas serias,

los de las castas soledades hondas,

los de las grises lontananzas muertas…

El alma se empapaba

en la solemne clásica grandeza

que llenaba los ámbitos abiertos

del cielo y de la tierra.

¡Qué placido el ambiente,

qué tranquilo el paisaje, qué serena

la atmósfera azulada se extendía

por sobre el haz de la llanura inmensa!

La brisa de la tarde

meneaba, amorosa, la alameda,

los zarzales floridos del cercado,

los guindos de la vega,

las mieses de la hoja,

la copa verde de la encina vieja…

¡Monorrítmica música del llano,

qué grato tu sonar, qué dulce era!

La gaita del pastor en la colina

lloraba las tonadas de la tierra,

cargadas de dulzuras,

cargadas de monótonas tristezas,

y dentro del sentido

caían las cadencias

como doradas gotas

de dulce miel que del panal fluyeran.

La vida era solemne;

puro y sereno el pensamiento era;

sosegado el sentir, como las brisas;

mudo y fuerte el amor, mansas las penas,

austeros los placeres,

raigadas las creencias,

sabroso el pan, reparador el sueño,

fácil el bien y pura la conciencia.

¡Qué deseos el alma

tenía de ser buena,

y cómo se llenaba de ternura

cuando Dios le decía que lo era!

II

Pero bien se conoce

que ya no vive ella;

el corazón, la vida de la casa

que alegraba el trajín de las tareas,

la mano bienhechora

que con las sales de enseñanzas buenas

amasó tanto pan para los pobres

que regaban, sudando, nuestra hacienda.

¡La vida en la alquería

se tiñó para siempre de tristeza!

Ya no alegran los mozos la besana

con las dulces tonadas de la tierra

que al paso perezoso de las yuntas

ajustaban sus lánguidas cadencias.

Mudos de casa salen,

mudos pasan el día en sus faenas,

tristes y mudos vuelven

y sin decirse una palabra cenan;

que está el aire de casa

cargado de tristeza,

y palabras y ruidos importunan

la rumia sosegada de las penas.

Y rezamos, reunidos, el Rosario.

sin decirnos por quién…, pero es por ella.

Que aunque ya no su voz a orar nos llama,

su recuerdo querido nos congrega,

y nos pone el Rosario entre los dedos

y las santas plegarias en la lengua.

¡Qué días y qué noches!

¡Con cuánta lentitud las horas ruedan

por encima del alma que está sola

llorando en las tinieblas!

Las sales de mis lágrimas amargan

el pan que me alimenta;

me cansa el movimiento,

me pesan las faenas,

la casa me entristece

y he perdido el cariño de la hacienda.

¡Qué me importan los bienes

si he perdido mi dulce compañera!

¡Qué compasión me tienen mis criados

que ayer me vieron con el alma llena

de alegrías sin fin que rebosaban

y suyas también eran!

Hasta el hosco pastor de mis ganados,

que ha medido la hondura de mi pena,

si llego a su majada

baja los ojos y ni hablar quisiera;

y dice al despedirme: «Ánimo, amo;

«haiga» mucho valor y «haiga pacencia…»

Y le tiembla la voz cuando lo dice,

y se enjuga una lágrima sincera,

que en la manga de la áspera zamarra

temblando se le queda…

¡Me ahogan estas cosas,

me matan de dolor estas escenas!

¡Que me anime, pretende, y él no sabe

que de su choza en la techumbre negra

le he visto yo escondida

la dulce gaita aquella

que cargaba el sentido de dulzura

y llenaba los aires de cadencias!…

¿Por qué ya no la toca?

¿Por qué los campos su tañer no alegra?

Y el atrevido vaquerillo sano,

que amaba a una mozuela

de aquellas que trajinan en la casa,

¿por qué no ha vuelto a verla?

¿Por qué no canta en los tranquilos valles?

¿Por qué no silba con la misma fuerza?

¿Por qué no quiere restallar la honda?

¿Por qué esta muda la habladora lengua,

que al amo le contaba sus sentires

cuando el amo le daba su licencia?

«¡El ama era una santa!…»,

me dicen todos, cuando me hablan de ella.

«¡Santa, santa!», me ha dicho

el viejo señor cura de la aldea,

aquel que le pedía

las limosnas secretas

que de tantos hogares ahuyentaban

las hambres y los fríos y las penas.

¡Por eso los mendigos

que llegan a mi puerta

llorando se descubren

y un padrenuestro por el «ama» rezan!

El velo del dolor me ha oscurecido

la luz de la belleza.

Ya no saben hundirse mis pupilas

en la visión serena

de los espacios hondos,

puros y azules, de extensión inmensa.

Ya no sé traducir la poesía,

ni del alma en la médula me entra

la inmensa melodía del silencio,

que en la llanura quieta

parece que descansa,

parece que se acuesta.

Será puro el ambiente, como antes,

y la atmósfera azul será serena,

y la brisa amorosa

moverá con sus alas la alameda,

los zarzales floridos,

los guindos de la vega,

las mieses de la hoja,

la copa verde de la encina vieja…

Y mugirán los tristes becerrillos,

lamentando el destete, en la pradera,

y la de alegres recentales dulces

tropa gentil escalará la cuesta

balando plañideros

al pie de las dulcísimas ovejas;

y cantará en el monte la abubilla,

y en los aires la alondra mañanera

seguirá derritiéndose en gorjeos,

musical filigrana de su lengua…

Y la vida solemne de los mundos

seguirá su carrera

monótona, inmutable,

magnífica, serena…

Mas ¿qué me importa todo,

si el vivir de los mundos no me alegra,

ni el ambiente me baña en bienestares,

ni las brisas a música me suenan,

ni el cantar de los pájaros del monte

estimula mi lengua,

ni me mueve a ambición la perspectiva

de la abundante próxima cosecha,

ni el vigor de mis bueyes me envanece,

ni el paso del caballo me recrea,

ni me embriaga el olor de las majadas,

ni con vértigos dulces me deleitan

el perfume del heno que madura

y el perfume del trigo que se encera?

Resbala sobre mí sin agitarme

la dulce poesía en que se impregnan

la llanura sin fin, toda quietudes,

y el magnífico cielo, todo estrellas,

y ya mover no pueden

mi alma de poeta,

ni las de mayo auroras nacarinas

con húmedos vapores en las vegas,

con cánticos de alondra y con efluvios

de rociadas frescas,

ni éstos de otoño atardeceres dulces

de manso resbalar, pura tristeza

de la luz que se muere

y el paisaje borroso que se queja…

ni las noches románticas de julio,

magníficas, espléndidas,

cargadas de silencios rumorosos

y de sanos perfumes de las eras;

noches para el amor, para la rumia

de las grandes ideas,

que a la cumbre al llegar de las alturas

se hermanan y se besan…

¡Cómo tendré yo el alma,

que resbala sobre ella

la dulce poesía de mis campos

como el agua resbala por la piedra!

Vuestra paz era imagen de mi vida,

¡oh campos de mi tierra!

Pero la vida se me puso triste

y su imagen de ahora ya no es ésa:

en mi casa, es el frío de mi alcoba,

es el llanto vertido en sus tinieblas;

en el campo, es el árido camino

del barbecho sin fin que amarillea.

Pero yo ya sé hablar como mi madre

y digo como ella

cuando la vida se le puso triste:

«¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea!»

El amo

En el nombre de Dios que las abriera,

cierro las puertas del hogar paterno,

que es cerrarle a mi vida un horizonte

y a dios cerrarle un templo.

Es preciso tener alma de roca,

sangre de hiena y corazón de acero,

para dar este adiós que en la garganta

se me detiene al bosquejarlo el pecho.

Es preciso tener labios de mártir

para acercarse a ellos

la hiel del cáliz que en mi mano trémula

con ojos turbio esperando veo.

Ya está solo el hogar. Mis patriarcas

uno en pos de otro del hogar salieron.

Me los vino a buscar Cristo amoroso

con los brazos abiertos…

La mujer

Cuando pueda arrancar de los infiernos

legiones de cariátides humanas,

cuando pueda traer de los edenes

almas de luz con luz apacentadas;

cuando sepa sondear el de los réprobos

infame corazón, lleno de llagas;

cuando sepa sentir el de los ángeles

sentir divino de purezas diáfanas…

Cuando aprenda un idioma no creado

para la grey humana,

que tiene, para hablar, artificiosos

idiomas de paupérrimas palabras,

y no percibe músicas mejores

que el resbalar de las corrientes aguas,

el rebullir de mañaneras brisas,

el arrullar de las palomas cándidas,

y el dulce son de los canoros pájaros,

y el hojear de la alameda gárrula,

ni músicas más hórridas describe

que el fiero aullido de la loba escuálida,

la carcajada del siniestro cárabo,

los alaridos de la hiena flaca,

el silbo horrible de falaz serpiente

y el grito ronco de feroz borrasca…

Cuando aprenda a vibrar todos los rayos

de la tremenda maldición que mata

los gérmenes maléficos

que anidan en las llagas,

y a dar aprenda en bendiciones puras

del alto Edén anticipadas ráfagas,

¡entonces te diré, curioso amigo,

lo que son las mujeres!…

¡Qué!… ¿Te extraña?

Decir que son demonios,

que son flores con alma,

que son blancos arcángeles…

me parece decir cosas muy pálidas.

y si en decires del humano idioma

yo pretendiera bosquejar sus almas,

tal vez oyeras con atento oído

rumor de abismos y batir de alas;

pero la vida de los dos es corta

para que yo, con ruidos de palabras,

cantar pudiese el colosal poema,

maridaje de luz y sombras trágicas,

y tú sentirlo en sus negruras hondas,

y tú sentirlo en sus altezas diáfanas.

Mientras aprendo a contestar, ¡oh amigo!,

tu pregunta abismática,

sigue a la letra mi consejo sano,

regla prudente de conducta sabia;

golpear en la puerta del misterio

es brega estéril de curiosas almas;

cierra los ojos para ver más claro,

vuela y no escarbes, sintetiza y ama,

y canta a la mujer cuando la veas

en el trono de reina de su casa,

o ante la cuna acariciando al hijo,

o ante el sepulcro derramando lágrimas,

o en la sombra de un claustro recluida,

o esperando al esposo desvelada,

o en el templo cantándole a la Virgen

dudas, temores, inquietudes, ansias…

¡Cántala dondequiera que la veas,

ángel o mártir, heroína o santa!

Y si tienes un día

la pena de encontrarla

caída en los infames pudrideros

donde a los suyos el infierno enfanga,

y no puedes hacer el bien supremo

de redimir su alma…

en vez de una canción fustigadora,

dedícale en silencio una plegaria…

Mejor que ver la llaga al microscopio

es cubrirla de bálsamo y curarla.

Los sedientos

Vagando va por el erial ingrato,

detrás de veinte cabras,

la desgarrada muchachuela virgen,

una broncínea enflaquecida estatua.

Tiene apretadas las morenas carnes,

tiene ceñuda y soñolienta el alma,

cerrado y sordo el corazón de piedra,

secos los labios, dura la mirada…

Sin verla ni sentirla

la estéril vida arrastra

encima de unas tierras siempre grises,

debajo de unas nubes siempre pardas.

Come pan negro, enmohecido y duro,

bebe en los charcos pestilentes aguas,

se alberga en un cubil, viste guiñapos,

y se acuesta en un lecho de retamas.

No sueña cuando duerme,

no piensa cuando vela desvelada;

si sufre, nunca llora;

si goza, nunca canta,

y vive sin terrores ni deleites,

que no la dicen nada

ni los fragores de las noches negras,

ni los silencios de las noches diáfanas,

ni el rebullir del convecino sapo,

ni los aullidos de la loba flaca

que yerra sola venteando carne

de chivos y de cabras.

Nunca sintió las alboradas tristes,

nunca sintió las bellas alboradas,

ni el ascender solemne de los días

ni la caída de las tardes mansas,

ni el canto de los pájaros,

ni el ruido de las aguas,

ni las nostalgia del rumor del mundo,

ni los silencios que el erial encalman.

Su padre fue el pecado,

su madre, la desgracia,

y otra pareja infame

de carne estéril y de infames almas,

la robó de la cuna de los huérfanos

con hórrida codicia calculada.

El mirar de sus ojos ofendidos

por el erial resbala

como el osado pensamiento humano

que osa escrutar los reinos de la nada.

Ciegos los ojos, sordos los oídos,

la lengua muda y soñolienta el alma,

vagando va por el erial escueto

detrás de veinte cabras

que las tristezas del silencio ahondan

con la música opaca

del repicar de sus pezuñas grises

sobre grises fragmentos de pizarras…

¿Qué tendrá?

¿Qué tendrá la hija del sepulturero,

que con asco la miran los mozos,

que las mozas la miran con miedo?

Cuando llega el domingo a la plaza

y está el bailoteo

como el sol de alegre,

vivo como el fuego,

no parece sino que una nube

se. atraviesa delante del cielo:

no parece sino que se anuncia,

que se acerca, que pasa un entierro…

Una ola de opacos rumores

substituye al febril charloteo,

se cambian miradas

que expresan recelos,

el ritmo del baile

se torna más lento,

y hasta los repiques

alegres y secos

de las castañuelas

callan un momento…

Un momento no más dura todo:

más, ¿Qué será aquello,

que hasta da falsas notas la gaita,

por hacer un gesto

con sus gruesos labios

el tamborilero?

No hay memorias de amores manchados,

porque nunca, a pesar de ser bellos,

“buenos ojos tienes”

le ha dicho un mancebo.

Y ella sigue desdenes rumiando,

y ella sigue rumiando desprecios,

pero siempre acercándose a todos,

siempre sonriendo,

presentándose en fiestas y bailes

y estrenando más ricos pañuelos…

¿Qué tendrá la hija

del sepulturero ?

Me lo dijo un mozo,

-¿ Ve usted esos pañuelos?

pues, se cuenta que son de otras mozas.. .,

¡ de otras mozas que están ya pudriendo!. . .

Y es verdád que parece que huelen

que huelen a muerto.

¡Quiero vivir!

De “Nuevas Castellanas”

Dios me las hizo de fuego…

¿Por qué no les dio dureza

si quiso su fortaleza

probar golpe a golpe luego?

¿Por qué enriqueció con riego

de sementera de amores

huerto que sabe dar flores,

si luego le manda días

de matadoras sequías

y vientos asoladores?

¡Ay! Al llegar a las puertas

de la tarde de mi vida,

voz de los cielos venida

me ha dicho: «¡Ya están abiertas!

¡Entra y sigue, y no conviertas

la mente a tiempos mejores,

que en vez de aquellos amores

de santidades pristinas

verás las desiertas ruinas

del solar de tus mayores!»

«¡Mejor es cegar, Dios mío!

¡Mejor es ir paso a paso

cayendo hacia el propio ocaso

solo, con pena y con frío!

¡Mejor es ir al vacío

que a ruinas y sepulturas!

¡Mejores son las negruras

de la noche más sombría,

que las negruras del día,

que son dos veces oscuras!»

Así, loco de dolor,

dije con vil vocecilla…

¡Esto que tengo de arcilla

fue quien lo dijo, Señor!

Pero esto que es resplandor

de Ti, venido hasta mí,

cuando tu rayo sentí

bien sabes Tú que te dijo:

«¡Señor! ¡La frente del hijo

tienes rendida ante Ti!»

Con solo llorar mi suerte,

con solo dejar abierta

de tal herida la puerta,

muriera de triste muerte.

Mas, hijo yo del Dios fuerte,

me he resignado a vivir,

y voy dejándome ir

sobre el polvo de la senda

caminando a media rienda

por el campo del sentir.

Porque si rindo la frente

sobre las manos crispadas,

si hacia las ruinas sagradas

dejo que vaya la mente,

si de mi llanto el torrente

dejo que anegue mi vida,

si abriese más esta herida

que en lumbre de fiebre arde,

viviera como un cobarde,

muriera como un suicida.

¡Quiero vivir! Las dulzuras

de los gozados placeres,

con hieles de padeceres

se toman del todo puras.

Visión de mis desventuras:

¡Yo no te cierro mis ojos!

Camino de los abrojos:

¡yo no me cubro las plantas!

Cruz que mis hombros quebrantas:

¡yo te acepto sin enojos!

¡Quiero vivir! Dios es vida.

¿No veis que en vida convierte

la ancianidad que en la muerte

cayó con dulce caída?

¿No soy yo vida nacida

de vidas que a mí se dieran?

Pues vidas que en mí se unieran,

si vivo, no han de morir,

¡por eso quiero vivir,

porque mis muertos no mueran!

¡Y no morirán conmigo,

que el huerto de mis amores

está rebosando flores

que pinta Dios y yo abrigo!

¡Y atrás el cierzo enemigo

de esas mis vivas canciones,

pues son santos eslabones

de una cadena florida

para corona tejida

del Dios de las creaciones.

¡Quiero vivir! A Dios voy

y a Dios no se va muriendo,

se va al Oriente subiendo

por la breve noche de hoy.

De luz y de sombras soy

y quiero darme a las dos.

¡Quiero dejar de mí en pos

robusta y santa semilla

de esto que tengo de arcilla,

de esto que tengo de Dios!