Fonollosa, José María

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Barcelona en 1922.

Vivió la mayor parte de su vida en España, con excepción de la década comprendida entre 1951 y 1961 cuando se exilió voluntariamente en La Habana y Nueva York. Hoy es reconocido por su singular calidad, aunque durante años se mantuvo voluntariamente en silencio y al margen de los ambientes literarios.

En 1944 publicó un primer título, «La sombra de tu luz» en el que deja entrever la influencia de varios poetas de la Generación del 27. Tres años más tarde presentó un cuaderno compuesto por 5 poemas extensos titulado «Umbral del silencio», marcado con un profundo acento religioso propio de la época. Una vez radicado en Cuba escribió el «Romancero de Martí» en 1955, y luego, en Nueva York, convertida en la ciudad de sus sueños, terminó de escribir «Ciudad del Hombre: New York». Tanto esta obra, como «Ciudad del Hombre: Barcelona» y «Destrucción de la mañana», constituyen lo mejor de su producción literaria.

Falleció en la ciudad de Barcelona en octubre de 1991.

De “Ciudad del hombre, New York”:

Avenue of the Americas

Que con ella no iría más le dije.

(Ella anduvo a mi lado hasta mi cuarto.)

Que no la abrazaría más le dije.

(Ella puso mis brazos a su espalda.)

Que no la escucharía más le dije.

(Sus palabras vertía ella en mi boca.)

Que no haría el amor a ella le dije.

Y ahora está descansando sobre mi hombro.

* * *

Avinguda del Marqués de L’Argentera

Al verme se apartó de sus amigas

y rodeando mi cuello con sus brazos

les dijo alegremente: -«Quiero a este hombre».

Los demás me miraron con envidia.

Es muy linda en verdad y entró en mi cuarto.

Llegué tarde al trabajo al otro día.

Después no se movió ya de mi casa.

Descubrí que son bellas las estrellas

y me gustó algún tiempo. Pero pronto

olvidé que hay estrellas en la noche.

Ahora su amor me oprime como un peso.

No puedo ya salir con mis amigos.

No puedo ya sonreír a las muchachas.

No puedo ni beber un solo trago.

Es mala esta mujer. De verdad mala.

Tan mala como linda. Si la dejo

me matará, lo sé. Lo sé de veras.

Mis amigos se ríen. Yo estoy triste

pues no logro apartarla de mi lado.

Ojalá no me amase o se muriese.

* * *

Beaver Street

Para lucirla por la calle, hermosa.

Y para convivir, la razonable

belleza que Lucrecio aconsejaba.

Pero para la cama más bien fea.

La hermosa y casi hermosa se te tienden

en el lecho y esperan muy seguras

el rápido homenaje que merecen.

Mas son algo pasivas. Y con límites.

La chica más bien fea, sin embargo,

agradece el haber sido elegida

entre otras de más bellas. Participa

con mayor entusiasmo en el amor.

La oscuridad ambiente la sitúa

en plano de igualdad ante la estética.

Y un ciego guía a un ciego, mas los dos

-los cuerpos- hallan juntos sus caminos.

Y deja hacer y accede de buen grado

a cuanto la requiera aquel momento.

Para pasarlo bien en una cama

escoged una chica más bien fea.

* * *

Bedford Street

Ella me dio el cuchillo y dijo: «Clávalo

en el segundo espacio intercostal».

«¿Cuál es?», le pregunté. Se abrió la blusa

y señaló, risueña, un punto: «Aquí».

Algo debía de haber en aquel viaje

que lo hizo diferente. Más intenso.

Se veían más cosas. Ascendíamos

a inéditos sonidos y colores.

No había confusión. Hasta el detalle

más ínfimo nos era comprensible.

Sugerí: «¿Por qué no con barbitúricos?»

«Es lento», me objetó. «Ya lo he probado.

Y el lavado de estómago es horrible.

Como un trauma mental, pero en lo físico»

Sustituí su dedo por el mío

y apoyé allí el cuchillo suavemente.

Y lo empujé de súbito. No fuera

que cambiara de idea si iba lento.

* * *

Bowery Street

Mi placer te creó. Cuando naciste

te destiné ya un hombre. El apropiado

para que él y tú fuerais muy felices.

Modelé tu figura como un barro

precioso, tiernamente, con esmero.

Y forjé tus costumbres con cuidado

artesanal, aislándote del medio.

Vigilé cada día tu sonrisa.

Te enseñé a sonreírme dulcemente.

Y aprendiste muy bien. Te felicito.

Nos hemos merecido ambos el premio.

El premio es este goce tuyo y mío.

El placer que me das, yo lo sentía

cuando estaba, en tu madre, elaborándote.

* * *

Broadway

El amor es un juego apasionante

y el mejor sustituto del amor.

De aquel amor inmenso, el amor único,

que uno halla varias veces por el tiempo.

El recíproco amor es lo más bello.

Lo sabemos los dos. Pero es muy grande

el vacío que se abre entre el amor

que se ha ido y el amor que aún no ha llegado.

¿Por qué llenarlo, pues, con la tristeza

si es posible colmarlo de sonrisas?

Si se ha ocultado el sol pueden los faros

del coche iluminar la carretera.

Mientras llega otro amor buscando el nuestro

juguemos, sólo juego, a enamorarnos.

Juguemos a querernos, sin querernos,

hasta el día en que alguno de los dos

vuelva a sentir amor por cualquier otro.

El amor es hermoso aun como juego.

* * *

Cleveland Place

Sé que por fin has vuelto a la ciudad

en un suntuoso coche de gran lujo…

La gente pensó en mí. Yo la maldigo.

El coche se detuvo ante tu casa,

pero tú no bajaste, no. Vino alguien

a buscarme, mas yo no quise verte.

El coche iba despacio por la calle

dejando tu recuerdo en cada puerta.

Tu cuerpo lo dejó en el cementerio.

Tu madre me miró. Yo la maldije.

Has vuelto a la ciudad porque estás muerta.

Pero yo iré a escupir sobre tu nombre.

* * *

Doyers Street

No vendrá. De verdad. No vendrá nunca.

Mi cuarto es muy modesto para el éxito.

Ni hallaría la casa tan siquiera.

Mi cuarto es muy austero para amigos.

Nadie viene a reunirse entre estos muros.

Mi cuarto es también frío y muy pequeño.

¿Cómo cobijar, pues, un gran amor?

No es lógico esperar. No vendrá nunca

un éxito, un amigo, un gran amor.

Debiera de una vez cerrar la puerta.

* * *

East 52nd Street

Para hablar no te quiero. Tengo amigos

para tratar de cosas que me inquietan

y ahondar en las ideas que me importan.

Y no nos condiciona nunca el sexo.

Nos lo pasamos bien. Y «Adiós». Y «Hasta otra».

Contigo es diferente. Lo que cuentas

no me interesa nada en absoluto.

Y he de escuchar, no obstante, atentamente

y ocultar mi fastidio a tus palabras.

Porque sino te niegas a mi amor.

Y cuando a mí se ciñe tu figura

grácil y delicada voy perdido.

Pues al sentir tu cuerpo a mí abrazado

nada tiene interés que tú no seas.

Y yo ya no soy mío, sino tuyo.

Y así debo evitar en nuestra charla

lo trascendente; reír tus tontas gracias,

acusarme de estar equivocado…

Entonces sí que accedes a mi amor.

De no mediar el sexo y ser tan bella

te hallara aborrecible y despreciable.

O serías perfecta si no hablaras.

* * *

Gracely Square

Es un hermoso cuerpo ese que viene

hacia mí. Se detiene. Y me sonríe.

Qué bella esa sonrisa roja y húmeda

que se abre, como un sexo a mí ofrecido,

para preguntar algo que no entiendo.

Miro sus ojos claros. Pienso, mientras,

que su maravilloso cuerpo late

junto a mí. Están sus senos cercanísimos

a mi pecho y el vello en su entrepierna.

Se apretará, oprimido por las bragas,

que adivino adorables y minúsculas.

Y como un ruiseñor sonidos dulces

gorjea su garganta a mis oídos.

Ese increíble cuerpo habla conmigo.

Le respondo: «No sé». Se aparta el cuerpo

y veo que se alejan las caderas.

más perfectas de todo el universo.

He aprender inglés. Ahorita mismo.

* * *

Greenwich Avenue

Estoy muy satisfecho de mí mismo.

Yo era un ser seco, huraño y solitario

que envidiaba a los otros su alegría.

Pero rectifiqué. Me costó mucho

adquirir compañía y cara alegre.

Y así he gustado aquellos dulces bienes

que envidiaba a los otros: amistad,

mujer, hijos y el éxito en los negocios.

Uno llega a obtener lo que desea

si de veras se esfuerza en conseguirlo.

La insistencia es la clave del acierto.

La piedra que se encima persistente

sobre sus compañeras de sendero,

logrará que tropiece alguien en ella.

Estoy muy satisfecho de mí mismo

pues sé rectificar. Y comprobado

que amigos, mujer, hijos y negocios

siempre me molestaban y agobiaban,

los dejé sin aviso y sin reparos.

Y he vuelto con alivio a mi yo joven,

a mi ser seco, huraño y solitario.

Y estoy muy satisfecho de mí mismo.

* * *

Kennamore Street

Yo quiero que tú sufras lo que sufro:

aprenderé a rezar para lograrlo.

Yo quiero que te sientas tan inútil

como un vaso sin whisky entre las manos;

que sientas en el pecho el corazón

como si fuera el de otro y te doliese.

Yo quiero que te asomes a cada hora

como un preso aferrado a su ventana

y que sean las piedras de la calle

el único paisaje de tus ojos.

Yo deseo tu muerte donde estés.

Aprenderé a rezar para lograrlo.

* * *

Lafayette Street

Esta es la mujer mía. Pueden verla,

no tengan pena, de perfil, de frente.

Pueden acariciarla con los ojos.

Está desnuda bajo su vestido.

Es hermosa, ¿verdad? Todos lo dicen.

Ella también lo sabe. Es muy hermosa.

Mírenla de perfil, de frente. Desde

la uña del pie al cabello es muy hermosa.

Hasta los automóviles más caros

frenan para admirarla cuando pasa.

Vean a las demás. Se han vuelto feas

cuando ha entrado en el bar ella conmigo.

Y nada le pregunta a la cerveza

para hacer maravillas en la cama.

Esta es la mujer mía. No, no hay otra

tan completa cual ella. Es una lástima

que no encuentren ustedes otra igual.

Pueden acariciarla con los ojos.

* * *

Leroy Street

Dirígete al Oeste, hasta que el Este

sea el Oeste también, fin y principio

Y entonces ve hacia el Norte, hasta que el Sur

sea el Norte también, fin y principio.

En su confluencia exacta tal vez halles

qué significa el fin y qué el principio.

Pero es mejor que apures tu cerveza

sentado en una mesa con amigos.

Y que otros se alucinen y extravíen

persiguiendo ese fin o ese principio.

* * *

Mercer Street

Yo sé que a ti te gusta aunque lo niegues.

Lo sabemos los dos. Tú te complaces

sumisa obedeciendo mi deseo.

Aparentas desgana, mas te agrada.

Quiere ser dominada la mujer.

Le gusta ser forzada. Opone siempre,

aun débil, resistencia a ser amada.

Le place ser tomada por la fuerza.

Como agrada al asfalto en la autopista

que lo recorran coches de potencia.

Uno puede escoger cualquier muchacha.

Disputarla, quitársela incluso a otro.

Ella sigue contenta al que la gane,

aunque lo disimule adusta y seria.

No le importa quien venza. Pertenece,

lo sabe, al que es más fuerte. Es al que admira.

Siempre niega al principio. Luego accede.

Y dócil se acostumbra a cualquier hombre.

* * *

Mulberry Street

Dicen que arrodillarse es humillante.

Que es esta posición la del vencido,

del sumiso, del vil, del que renuncia

a la última esperanza de salvarse.

Que estar arrodillado en una calle,

en un templo o salón, afrenta incluso

a aquel que lo contempla y no lo impide.

Como afrenta una bomba que no estalla

a quien confiaba actuara su explosivo.

Sí. Es innoble actitud arrodillarse

delante de otro ser, cuando el sujeto

es pasivo. Mas no si éste es activo.

Porque hay una excepción en que es victoria,

gozo y satisfacción esta postura:

cuando el sexo la exige ansiosamente.

Entonces es divino arrodillarse.

* * *

Plaça de Blasco de Garay

Mi casa necesita una mujer

que llene de canciones sus paredes

y complete mi cama por la noche.

Un cuerpo que discurra en torno mío.

Una voz que responda si digo algo.

Yo no tengo el dinero de los otros;

no sé tampoco hablar como los otros,

ni tengo la apostura de los otros.

Por eso necesito una mujer

que oculte mi tristeza entre sus brazos.

* * *

Pla de Palau

Tú mi protagonista, mi heroína.

Me impacta tu caricia en mis sentidos

y me siento feliz contigo, a solas.

Toda tú, mía. Yo en ti realizándome.

Mas me dejas y sufro con tu ausencia.

Y desespero. Y vivo mil infiernos

hasta hallarte otra vez, en una esquina

o en el sórdido ambiente de algún antro.

No importa dónde estés. Sólo tú importas.

Quisiera liberarme, no sentir

esta cruel dependencia que a ti me ata

como el sol a la luz que huye y no escapa.

Mas no puedo vivir sin ti, heroína.

* * *

Spring Street

No me vengan con cuentos. Que la vida

es algo espiritual y, por lo tanto,

superiores los bienes del espíritu.

Que el ser útil, cuidar a los enfermos,

el teatro, la pintura, libros, música,

los deportes, el cine, el gran dinero…

al ánimo lo colman las delicias.

No me expliquen historias infantiles.

El deleite supremo es el orgasmo.

Lo demás son tan sólo leves signos,

pobres insinuaciones del placer

que uno obtiene acostándose con chicas

y eyaculando en ellas como un dios.

Para otros esos gustos secundarios.

Para mí el goce intenso: la mujer.

* * *

Times Square II

Contemplo como salen del local

parejas enlazadas de las manos.

Cuánta mujer hermosa en todas partes.

El vestíbulo exhibe con orgullo

su muestrario de chicas estupendas.

Un amigo a mi lado me saluda.

Me comenta: «Qué film más aburrido.

Las historias de amor son soporíferas».

Yo asiento. Y admirados vigilamos

a una mujer preciosa. Acompañada.

Observo cómo mira ávidamente

las muchachas que surgen de la sala

como los coches surgen de un garaje

ostentando sus líneas sugestivas.

Como las miro yo seguramente.

También él siente el tedio. Ambos quisiéramos

un amor, un hogar de esos que vemos

en el cine y decimos nos aburren.

No igual a aquel que tienen los amigos

que en su gran mayoría se han casado.

Ante una moto grande y esplendente,

como un bello caballo de fuel puro,

nos paramos: «¿Te dejo en algún sitio?»,

precavido pregunta. Yo no acepto.

Buscaré a alguna chica por el Village.

* * *

Water Street

El mundo nos resulta ajeno, inhóspito.

Debiera ser destruido por completo.

Construir un mundo nuevo sin sus ruinas.

Y estrenar una vida diferente.

Pero al pasar el tiempo el nuevo mundo

tampoco hallarán propio nuevos hombres..

También ellos querrán un mundo nuevo.

Mejor fuera destruirlo y no hacer otro.

* * *

Waverly Place 1

Tu cuerpo que deseo y que rechazo

mi voluntad domina. Como el vino

mi mente turba, excita y reconforta.

Después, saciado, siento oscuramente

vergüenza del placer así logrado.

Mas al cabo de un tiempo, tu apetencia

resurge en mí acuciante y desespero

y te busco si no te hallo cercana.

No eres joven ni hermosa, sin embargo.

Pero he de conseguirte nuevamente.

A ti, aunque se me ofrezcan las más bellas.

Y no me importa entonces el orgullo,

vileza, sumisión o servilismo.

Embriagarme en tu cuerpo es lo que importa.

Mi voluntad domina. Como el vino

que la garganta exige, imprescindible,

necesito obtener, poseer tu cuerpo:

esta dosis que viaja hacia mí mismo.

* * *

Waverly Place 2

Hacemos el amor de una manera

imperfecta, mezquina y temerosa.

Nunca profundizamos. Nos quedamos

en la simple epidermis del instinto.

Y el placer obtenido se nos mezcla

con una sensación de desagrado.

Porque ponemos bridas al amor.

Levantamos barreras y frenamos

al llegar al umbral del punto límite.

Nunca lo trasponemos por cobardes.

Nos asusta ese paso hacia adelante.

Y miramos, cansados, al amor

entero, irrealizado, sobre el lecho.

Descontentos por no alcanzar la meta.

Como incendiar un bosque y que una lluvia

imprevista lo apague al poco rato.

Hacemos el amor como si fuera

un rito y por lo tanto usamos símbolos.

Sabemos el sentido de los gestos

y acciones que efectuamos al amarnos.

Morder y devorar, hender, herir…

Y gritos o gemidos alumbrándose.

Su significación es evidente.

Pero nos causa miedo. Y nos frustramos.

Habría que pasar de la parodia

al hecho y realizarnos plenamente.

* * *

West 10th Street

La esperé mucho tiempo. No sé cuánto.

No conté el sol, ni el viento, ni la nieve.

No contaba los días. Eran largos.

Supe que volvería. Y la esperé

para echarla de casa como a un perro.

Ahora la olvida todo. Yo, no puedo.

* * *

West 32nd Street

No quiso comprender que había acabado.

Se cansa hasta la rosa de ser rosa.

Se cansa la botella de su vino.

Esperaba en la calle cada noche

que saliese al balcón y la llamase.

Entonces traje a casa otra mujer.

La sacaron del río un mediodía

cuando el sol sudoroso caminaba

pegándose a la sombra de las casas.

Tumbado en la colina vi su entierro.

Y me sentí tan leve y descansado

como esa nube ociosa de la tarde.

* * *

West 33rd Street

La pareja perfecta es uno solo

haciéndose el amor. Ninguna chica

conoce el cuerpo mío cual yo mismo

y, por tanto, es más sabia mi destreza.

Qué suave recorrido placentero

por las zonas sensibles de mi físico.

Qué mano que no es mía ni es ajena

sino que es tacto, roce, soplo angélico.

Qué en su justo momento el adentrarme

en la medida exacta de mis límites.

Anchura o estrechez, cuanto me plazca,

consigo en el instante apetecido.

Qué variación inmensa obtengo estando

conmigo mismo, amando incluso a aquellas

que niéganme el contacto. A todas cuantas

me venga en gana entonces disfrutarlas.

La pareja perfecta es uno a solas

haciéndose el amor. En ambos sexos.

Resulta incomprensible esa obsesión

que nos lleva al amor en compañía.

* * *

West 35th Street

¿Por qué sigo empeñado en encontrar

la mujer que imagina uno en su mente?

Y, además, ¿es que existe esa mujer?

Muchos ya descubrieron al principio

que esa mujer no existe. Al darse cuenta

buscaron al azar una cercana.

Renunciaron al sueño y se adaptaron

a una pequeña dicha y su tristeza.

La vida no da más, seguramente.

* * *

William Street

Las mujeres que quiero van con otros.

Cuando pasan prendidas de otros brazos

miro a la que se apoya en mí y compruebo

que yo me he equivocado de mujer.

La gracia enrojecida de una risa,

el rumor tembloroso de un silencio,

la mirada furtiva que nos dice

que está la dicha allí, en aquellos ojos…

Esas cosas descubro sólo en otras.

Yo sé que lo que anhelo no anda lejos:

veo como ellas pasan de otros brazos.

Y trato de encontrarlo, incluso en ellas.

Mas siempre me equivoco de mujer.

Las mujeres que quiero van con otros.

* * *

Wooster Street

No reparaste en mí, sino en los otros

cuando nos conocimos. Me miraste

fríamente, indiferente y enseguida

conversaste animada con los otros.

Las casas no conocen la piqueta

que roerá sus cimientos algún día.

Ni conoce la lluvia el sitio exacto

en que caerá, agarrada a su alta nube.

Te adulé largamente y fui paciente.

Fui ingenioso contigo. Fui agradable.

Soporté tus caprichos y desprecios

sin dejar de halagarte tenazmente.

Y un día descubriste que tu nombre

sabía dulcemente si mi boca

lo ponía en tus labios. Aquel día

dejaste de ocuparte de los otros.

Yo no reparo en ti, sino en las otras

desde que tú me quieres. Y te miro

fríamente, indiferente y enseguida

animado converso con las otras.

De “Destrucción de la mañana”:

1. Y de pronto una voz, mirada, un gesto

tropieza con mi idea de mí mismo

y veo aparecer en el espejo

a un ser inesperado, insospechado,

que me mira con ojos que son míos.

Ese desconocido que soy yo.

Ese al que los demás se dirigían

al dirigirse a mí, sin yo saberlo.

Ese irreconocible ser inmóvil

que inspecciona mis rasgos hoscamente.

En vano apremio al otro, el verdadero,

a aquel que unos segundos antes yo era.

Sólo está frente a mí, con ceño adusto,

ese desconocido inesperado

que me mira con ojos que son míos.

* * * * *

2. Trato de dar con una explicación.

-«Será un fugaz defecto de mi vista.

O mi retina habrá atrapado al vuelo

una imagen disforme, ahora atascada».

Y llamo a mis hermanas y a mi hermano.

Mas me detengo al verlos silenciosos

con aire interrogante. De repente

no aparentan ser ellos los que busco.

¡No conozco estas caras familiares!

Ni esa expresión cansada, sondeadora,

que se enfrenta conmigo, como un muro

que se extraña que quieran traspasarlo.

¡No sé de esas facciones ya marchitas!

Las capto con asombro. No hay recelo

en sus ojos. Tal vez no se dan cuenta

del cambio que han sufrido. O forman parte

de una conspiración para encubrirlo.

9. Miro a mi alrededor. De la penumbra

surgen enamorados que se besan.

Otros siguen el film atentamente.

¿Será, quizá, el amor lo que han logrado?

¿O sólo una muchacha a quien besar

como las que yo llevo algunas veces?

Seguro que hay amor. Como el del cine,

como aquel que palpita entre los libros

o el que uno se imagina estando a solas.

Mas yo no tuve suerte. O persistencia.

No sé de un gran amor. Sí de pequeños.

Únicamente rozo nuestras nimias.

Breves, menudos cielos para el tacto,

los sentidos. Tristeza que da al alma

diminuto dolor. Amor pequeño.

Sólo un amor minúsculo y no obstante

me creo tan capaz de un amor grande,

de ese amor que aparece en libros, cine…

* * * * *

10. No es posible que no haya una mujer

igual que mi arquetipo. En las ciudades

circulan por millares, por millones.

Y mi única estará entre todas ellas.

No es que sea un iluso. Lo que ocurre

es que no di con ella todavía.

Aún no la descubrí. Y el tiempo corre

remolcando mi vida. No se espera

a que acuda hasta mí la que pretendo.

Y esa presura implica más conflictos.

Veo emplazar barreras y abrir fosos

en llanos que estimaba inalterables.

* * * * *

11. Y ha de ser cada día más difícil.

Ya no se acercará a mí desde el alba.

Su tierna adolescencia detendrían

letreros de «Prohibido», «No», «Ya es tarde».

¿De dónde llegará? Si en su figura

deslumbra el mediodía, otros amores

habrán puesto en su oído usados sueños.

Y con cierta aprensión ambos tendríamos

que perdonar minucias trascendentes.

Cubrir con alegría la tristeza

de no habernos hallado el uno al otro

en la estación de amar, cuando se es joven.

¿Y si nunca llegara yo a encontrarla?

* * * * *

12. Si pudiera volver a mi pasado…

Quizás en mi pasado ella sí estaba

y yo no supe verla. Está tal vez

en él aún esperando y yo lo ignoro.

No es posible volver. Nada es posible.

Es todo tan distinto a lo soñado.

He de seguir en mi hoy. Confuso. Solo.

Aislado. Limitado yo a mí mismo.

* * * * *

13. Salgo a la calle. Dudo hacia cuál lado

dirigirme. Da igual un sitio que otro.

Todas las direcciones se bifurcan

en incomodidad o aburrimiento.

De la alta oscuridad baja la lluvia

tropezando en las ráfagas del aire

y se agarra al cabello, manos, traje…

Es bueno caminar en la llovizna.

Es bueno andar despacio bajo el agua.

Sin rumbo uno asimismo, lluvia y viento,

como agua y soplo, nada, por la calle.

* * * * *

14. Los nudillos golpean los cristales

de un bar en una esquina. Hasta mí arriba

mi nombre que me busca entre la lluvia.

Es grato oír el nombre que uno lleva.

Es grato descubrir que uno aún importa.

Que importa a sus amigos que le llaman

cuando pasa uno andando por la calle.

* * * * *

25. Qué tierno es el abrazo, el roce

de su piel, tan suavísima, en la mía.

Qué agradable es tener una mujer.

Y qué grato el cansancio placentero

que adormece la sangre dulcemente.

* * * * *

26. Al despertar es como haber dormido

meses en este incómodo camastro.

Junto a mí se da vuelta una mujer.

Duerme profundamente. No sonríe.

Miro el reloj. Las cuatro menos cinco.

No es bonita. No es joven. ¿Cómo pude

acostarme con ella si a mejores

yo rechacé otras veces? Me levanto.

Debía estar borracho. Aún otro día

perdido, malogrado. Como siempre.

En silencio me visto y al marcharme

ella sigue en letargo. Ronca un poco.

* * * * *

40. Subo las escaleras de mi casa

despacio, descontento, taciturno.

Tan sólo un pensamiento me conforta:

Las casas están llenas de frustrados.

De seres, como yo, sin aptitudes

para ser singulares en enjambres

pese a aspirar brillara su luz propia.

Y poco a poco fueron acogiéndose

a un amor, profesión, final destino

que no era el que anhelaran. Y están solos.

* * * * *

41. Entro en mi habitación. Entramos ambos

mutuamente, eludiéndonos, sombríos.

Está cansado. Noto su cansancio.

Antes no me cansaba con mi cuerpo.

Le miro en el espejo. Está en silencio.

Abatido. Presume su derrota.

Pesaroso. Le escupo varias veces.

Tal vez me compadece y le doy lástima.

Acaso me comprende y me disculpa.

Quizás él también sufre al conocerse

indeseado en mí y juzga que es inútil

pretender que tolere su presencia.

Le aborrezco, es verdad. Y mi desprecio

se extiende por su rostro palidísimo

como áspera maleza por el monte.

Y golpeo el cristal que me lo muestra.

Hasta que le hago huir de mi mirada

sangrándole las manos. ¿O son mías,

por el dolor que corre entre los dedos

y vocifera alertas a mi mente?

Pero está ahí, en el suelo. En mil lugares

se distingue su faz atribulada

que me observa. Y transforma su expresión

en la actitud absorta que era mía.

* * * * *

42. Dejo correr la sangre de las manos.

Acostado en la cama la examino.

Las sábanas la sorben dulcemente

con la quieta avidez de su blancura.

Brota incesantemente. A borbotones.

Tibia y curiosa asoma a mis muñecas

y escapa presurosa de mis manos.

Son manos de vencido. Ellas debían

coger la gloria, amor, coger dinero.

Un día las creí capaces de ello.

Pero nada aprehendieron. No eran hábiles.

O el empeño excedió su exigua fuerza.

Pobres manos humildes y vacías.

Tiemblan un poco. Tiemblan asustadas.

Asustadas y débiles parecen

pedir excusas porque son mediocres.

Les sonrío a mis manos. Las levanto

y las uno. Las siento desvalidas.

Y atisbo como repta sigiloso

ese zumo tan rojo de la vida.

De “Destrucción de la mañana”