Fernández Retamar, Roberto

Reseña biográfica

Poeta cubano nacido en La Habana en 1930.

Se licenció en Filosofía y Letras y luego se doctoró en La Sorbona y en la Universidad de Londres. Fue invitado por la Universidad de Yale para ofrecer un curso sobre Literatura hispanoamericana y dictó conferencias sobre Literatura hispanoamericana en las universidades de Praga y Bratislava.

Además de haber ocupado algunos cargos políticos, ha dirigido las publicaciones Nueva Revista Cubana 1959-60 y Casa de las Américas desde 1965.

Obtuvo el Premio Nacional de Poesía por su libro «Patrias» en 1951, el Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, el Premio Internacional de Poesía Nikola Vaptsarov de Bulgaria, el Premio Internacional de Poesía Pérez Bonalde, de Argentina, el Premio de la Crítica Literaria por «Aquí» en 1996 y la Medalla oficial de las Artes y las Letras, otorgada en Francia, en 1998.

De su obra poética también merecen destacarse: «Vuelta de la antigua esperanza», «Con las mismas manos», «Buena suerte viviendo» y «Qué veremos arder».

Agradeciendo el regalo de una pluma de faisán

Con esta hermosa pluma tornasolada puedo

Escribir las palabras en que García Lorca

Dijo

Herido de amor huido.

Dijo que en tus ojos

Había un constante desfile de pájaros,

Un temblor divino como de agua clara

Sorprendida siempre sobre el arrayán.

Escribir las palabras en que Góngora dijo

A batallas de amor campos de pluma.

Escribir las palabras en que Antonio Machado

Dijo

Hoy es siempre todavía.

Al devolver el original de un poema que apenas es mío

Es de quienes escribieron los versos que cité.

Es de los inventores y rehacedores de sus palabras.

Es de la persona que lo guardó con tanto celo que casi no

dio luego con él.

Es de alguien que decide apropiárselo.

Es otra forma de la casualidad.

Es la renovada ilusión de desempeñar el papel de las flores.

Es una avanzadilla de la esperanza.

Es de unos ojos.

Es probablemente irreal.

Alguien me pidió una rosa de Rilke

Y entonces regresaron

Las Cartas leídas por el atormentado joven poeta que fui,

El anhelante Corneta adolescente en la noche de la guerra,

Las páginas sobre quien dio alas a la piedra, temblor al

bronce,

Los Cuadernos que me producían angustia

Como la América de otro extraño hijo de Praga,

Las Elegías con el ángel terrible pero necesario de la

belleza,

Los Sonetos y en ellos una flor cuyo nombre tampoco él

sabía,

El Diario hecho a orillas del río en la mansión de Florencia

Donde más tarde yo iba a estar con una marquesa y unos

amigos.

Tantas horas, tantas imágenes, tanto viento de infancia,

Tanta penumbra iluminada, tantos lugares que antaño

fueron míos

En La Víbora lejana, mi total cercanía.

Registro viejos papeles amados y escojo estas rosas

Escritas por la mano absoluta del poeta.

Luego sería la rosa final, la de la espina.

La Habana, enero de 1996

Con la forastera

Pues no tendrán en común ni un idioma

(No digamos una ciudad, un hogar, un hijo),

Ni siquiera esas canciones, esos sitios,

Esos olores que acaso sólo nos parecen hermosos porque

nos recuerdan un recuerdo,

Porque nos recuerdan a nosotros mismos, y quizá lo que

llamamos belleza

No sea sino la terca persistencia del ser más allá de sí mismo,

Más allá de su lugar y su tiempo, como la luz de un astro

hace siglos apagado.

Pero astros sí tendrán en común. Al levantar los ojos

No habrá en el cielo país extranjero.

Aquellas estrellas son estas mismas estrellas,

No distan más de esa ciudad lejana que de ésta.

Aquellas montañas y este mar les son igualmente familiares

O igualmente extraños.

Y también unas desperdigadas horas de febrero

pertenecientes para siempre

Al insaciable pasado.

De “Siempre por primera vez”

Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela…

Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.

Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,

Pero los hombres y los muchachos que, en sus harapos esperaban

Todavía me dijeron señor.

Están en un caserón a medio derruir,

Con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches

Ahora, en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.

Uno sabe leer, y lo mandaron a buscar cuando

supieron que yo tenía biblioteca.

(Es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro mulato.)

Pasé por el que será el comedor escolar, hoy sólo señalado por una zapata

Sobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales y puertas.

Atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachos

Las trasladaban en veloces carretillas. Yo pedí una

Y me eché a aprender el trabajo elemental de los hombres elementales.

Luego tuve mi primera pala y tomé el agua silvestre de los trabajadores,

Y, fatigado, pensé en ti, en aquella vez

Que estuviste recogiendo una cosecha hasta que la vista se te nublaba

Como ahora a mí,

¡Qué lejos estábamos de las cosas verdaderas,

Amor, qué lejos -como uno de otro!

La conversación y el almuerzo

Fueron merecidos, y la amistad del pastor

Hasta hubo una pareja de enamorados

Que se ruborizaban cuando los señalábamos, riendo,

Fumando, después del café.

No hay momento

En que no piense en ti.

Hoy quizás más,

Y mientras ayude a construir esta escuela

Con las mismas manos de acariciarte.

Duerme, sueña, haz

«Duerme bajo los Angeles, sueña bajo los Santos»

Rubén Darío

Echan abajo muros que nunca debieron existir

Y levantan o refuerzan otros que no deben existir tampoco

Y un día serán a su vez abajados con estruendo.

Avanzan tanques en la sombra.

Derriban estatuas de gallardos combatientes

Cuyas imágenes verdaderas fueron erigidas para siempre en

el alma.

Desaparecen o aparecen o se desgarran países

Y otros son invadidos, mutilados,

Y hay lugares donde se celebra con fiestas de colores el

crimen

Que denuncia una vocecita de niña sola entre altos

cristales.

Cambian de rumbo armas que ahora sólo apuntan al Sur.

Y tú,

Príncipe, campe6n, pirata, capitán, copo de plumas,

Robin por ahora de bosques de lino,

Tigre rojo

En quien tras muchas décadas han reaparecido

Los nombres de los hijos mayores

De quienes se alegrarían tanto de saberlo

Si no fueran ya polvo en la sombra, sombra en el polvo;

Tú,

Deseado en largas noches de Africa,

Concebido en Cuba por amor, para el amor,

Sin saber que en tus hombros hoy de rosa

Debes sostener las constelaciones de fuego y la historia,

Más rigurosa, más implacable que las constelaciones,

Estás cumpliendo tus primeros dos meses de haber venido

A este extraño planeta, a esta increíble casa en llamas.

Y como naciste águila y no serpiente de cascabel,

Potro libre en la llanura y no borrego,

Te toca rehacerla y engrandecerla

Palmo a palmo,

Trino a trino,

Flor a flor.

Perdónalos,

Perdónanos,

Perdóname,

Phocás.

Playa de Jibacoa, 28 de agosto de 1991

El otro

Nosotros, los sobrevivientes,

¿A quiénes debemos la sobrevida?

¿Quién se murió por mí en la ergástula,

Quién recibió la bala mía,

La para mí, en su corazón?

¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,

Sus huesos quedando en los míos,

Los ojos que le arrancaron, viendo

Por la mirada de mi cara,

Y la mano que no es su mano,

Que no es ya tampoco la mía,

Escribiendo palabras rotas

Donde él no está, en la sobrevida?

1 de Enero de 1959

El primer otoño de sus ojos

Hojas color de hierro, color de sangre, color de oro,

Pedazos del castillo del día

Sobre los muertos pensativos.

Mientras la luz se filtra entre las ramas,

El aire frío esparce las memorias.

Es el primer otoño de sus ojos.

Cuánto camino andado hasta la huesa

Donde se han ido ahilando

Los amigos nocturnos del vino

Y los lejanos maestros.

Quedar como ellos profiriendo flores,

Quedar como ellos perfumando umbrosos,

Quedar juntos y dialogar

En plantas renacientes,

Para que nuevos ojos escuchen mañana

En el cristal de otoño

Los murmullos de corazones desvanecidos.

Está

Ella está echada en la penumbra humedeciendo la

madrugada inicial.

Hay un jardín en ella y él está deslumbrado en ese jardín.

Florece entera para él, se estremecen, callan con el mismo

rumor.

La noche va a ser cortada por un viaje como por una

espada.

Intercambian libros, papeles, promesas.

Ninguno de los dos sabe aún lo que se han prometido.

Se visten, se besan, se separan.

Ella sale a la oscuridad, acaso al olvido.

Cuando él regresa al cuarto, la encuentra echada en la

penumbra húmeda.

Nunca ha partido, nunca partirá.

Felices los normales

Felices los normales, esos seres extraños,

Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,

Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,

Los que no han sido calcinados por un amor devorante,

Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,

Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,

Los satisfechos, los gordos, los lindos,

Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,

Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,

Los flautistas acompañados por ratones,

Los vendedores y sus compradores,

Los caballeros ligeramente sobrehumanos,

Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,

Los delicados, los sensatos, los finos,

Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.

Felices las aves, el estiércol, las piedras.

Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,

Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan

Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos

Que sus padres y más delincuentes que sus hijos

Y más devorados por amores calcinantes.

Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

Fue en Los Robles donde ella, que sabía…

Fue en Los Robles donde ella, que sabía,

Dijera la verdad. Aquella noche

Estaban dadas todas las estrellas.

Tiempo de suspirar juntas las bocas.

Parpadeaba una luz, alguien volvía

A hacer la hoguera frente a la caverna.

Marcharon entre armas a la gloria.

Nada en su cuerpo, suave como el agua,

Anunciaba los hijos de su cuerpo.

Era toda alma en la soñada cama,

Era un incendio, era una primavera,

Una muchacha azul bajo la lluvia,

Una bahía en quien entrar a gritos,

Una bandera ondeando en el combate,

Una batalla de azucenas cálidas.

Era ella.

La veo encanecer sobre los rasgos que amé en otra cara…

La veo encanecer sobre los rasgos que amé en otra cara

cuando su presencia era sólo un ardiente deseo,

Sobre los rasgos que después se repitieron y florecieron

ante mis ojos maravillados.

Ahora batalla contra dolores ajenos que hace suyos, y se

derrama en los otros con la misma tenacidad

Con que volvía del colegio enarbolando relucientes colores,

O de la beca con una confianza que nos avergonzaba en

que su escuela era la mejor del mundo.

Ya no cree en esas ilusiones ni en tantas otras, e ignora

aún, como ignoramos todos,

Que las creencias reales no desaparecen: se hunden y

transfiguran:

Una semilla, un conato verde, un arbusto, unas flores

Que esparcen sus semillas en el viento.

Y alivia penas, siembra certidumbres tan imprescindibles

como imposibles,

Porque al cabo La Sin Ojos puede más y nos arrastra

hueco abajo,

Detiene corazones de verdad, inflama riñones, desgarra

El estómago, el hígado, la garganta, el pulmón,

Pulveriza columnas y castillos, confunde

A la pobre jactanciosa ave a la cual rompe la brújula que

señala entonces los cuatro puntos cardinales

Y no puede impedir que irrumpan pensamientos no

pensados,

Ruidos fétidos en la cinta de la sonata cristalina.

Quién salvará, querida Haydee, Raúl querido, a los

pasajeros de la barca

Con el cangrejo, la soga, la oreja cortada y el disparo.

Regresan las palabras que me enviara niña a la lejana

guerra bárbara

Y que luego la hicieron sonrojar y el olvido pretendió

desvanecer piadosamente,

Regresan sin quererlo, sin saberlo,

En los cuentos africanos inesperados o quizá siempre

esperados

De que habla en la cerrada tiniebla.

No le vemos el rostro sobre el cual encanece.

Solo nos llega su voz encendida por la conversación del

amigo generoso.

Sólo vemos algunas estrellas, vagas siluetas de gatos como

Música,

Y de vez en cuando ráfagas de autos y la punta roja del

cigarro

Titilando entre las plantas embozadas del portal y el

jardín.

Dios mío en que no puedo creer, cómo será

La visita de situaciones y personajes imperiosamente

reclamados

Cuando da consulta, cuando friega, cuando intenta

descansar,

Cuando los dos años del capitán exigen su ternura de

pájara, su alerta de pantera.

Qué conoce de esas aventuras quien traza en verso o en

prosa rota para pedir

Otra mirada, luz para su desvarío,

Quien traza sobre el papel signos como monedas antiguas

Sobrevivientes después del cambio de moneda en la mano

Del que no tiene tiempo ni deseo para buscar otras

aunque sepa bien

Que después del cambio una moneda con la cual nada se

puede comprar

Ya no es una moneda, sino un simple pedazo de metal

Más parecido a una vasija acaso venerable o mejor

Al trasto echado en el cesto que ahora hasta él escasea.

Cómo será, Dios mío.

Sólo inventé seres para mis breves crédulas,

Como las figuras que el techo carcomido ofrecía

O como Paco Robarroz cuyo nombre escribo esta

madrugada por vez primera.

La oigo encanecer mientras la penumbra hace avanzar sus

pabellones

O sobre todo llega de pronto interrumpiendo

Programas y lecturas y escrituras.

Estas mismas líneas las borroneo a la dudosa luz de una

linterna agonizante

Porque me han arrancado del sueño, me han demandado

Salir afuera, y yo las obedezco con molestia y entusiasmo,

Pues aunque necesitaba dormir, estoy fatigado, quizá

enfermo,

He nacido, y es mi felicidad, para cauce de ellas,

A las cuales no les importa que sean o no aceptadas. Lo

que quieren, lo que requieren

Es echarse sobre el papel como la amada criatura desnuda

sobre la sábana,

No tanto para el goce como para otro nacimiento.

La oigo encanecer y sin embargo las palabras reverdecen

en ella

Contra lo oscuro, contra la enfermedad,

Contra la descreencia, contra la lasitud.

Toda la noche esplende como un palacio iluminado

Cuando su voz llena el aire de peripecias que trajo al mundo,

Este pobre mundo que alguien trajo a su vez

Y ahora está detenido en la inmensidad

Sobre la cabecita de una dulce niña que encanece,

Mientras la escuchamos con un amor sin bordes

Similar a la tan difícil pero irrenunciable esperanza.

La Habana, 28 de julio de 1993

Llama guardada

Cómo podía él saber que su poema,

Encontrado una noche blanca de vago andar,

En un país distante que ella aún no conocía,

Era en los ojos de ella que se haría realidad.

Recuerda que buscaba esa noche a alguien o algo,

Recuerda la avenida de su lento paseo,

y recuerda la vuelta a la alcoba vacía,

y después las palabras como un amargo espejo.

Solitario él, perdido, esperaba anhelante

En vano una respuesta de aquella noche blanca.

Y los dos ignoraban que entonces lejos, cerca,

Para él ella cuidaba su honda llama guardada.

Mi hija mayor va a Buenos Aires

A Silvia Werthein y Juan Carlos Volnovich, príncipes.

Y a Teresa.

1

Mi hija mayor va a Buenos Aires

Casi con la misma edad que yo tenía

Cuando en 1961 estuve por primera vez allí,

Y en el vestíbulo del hotel, recién llegado ya sus ojos muy

joven,

Fryda Schultz tan fina, tan dibujada,

Me dijo que mantenía correspondencia con mi padre,

De quien había recibido un libro de poemas,

Y me vi obligado a responderle que cuando yo era niño

Mi padre había publicado un libro, pero a pesar de su

bella dedicatoria

A Obdulia, mi madre, que con tanta abnegación lo ayudaba

a sostener el peñón de Sísifo

(¿Tendré que añadir que entonces Albert Camus era casi

un adolescente?),

Y a sus hijos, es decir a nosotros, que con el tiempo

íbamos a considerarnos los Karamazov,

A pesar, digo, de esa dedicatoria, era un libro de

contabilidad,

Y también a pesar de que él era más digno de mantener

relaciones con ella que yo,

Era conmigo que ella se carteaba,

Y era mío el libro que ella había recibido.

Poco después conocí a mis hermanos destinados,

Como Juancito Gelman, que me regaló sus breves y ya

estremecedores libros primeros,

Y en El juego en que andamos me puso esta dedicatoria:

A Roberto/revolución de por medio/ tu hermanisimo/ Juan

/Baires, diciembre 61,

Y empezamos a intercambiarnos poemas/ cartas del uno

para el otro,

Y su poesía/su dolor/sus preguntas crecieron tanto que su

luz/su sombra se extienden sobre todo el Continente;

Como Paquito Urondo, que al igual que Juancito y tantos

otros poetas entrañables

Había nacido en 1930, el mismo año que yo,

Y ya había publicado un libro con el título de otro que yo

iba a publicar,

Aunque el suyo, por supuesto, me gusta más,

Y un día, quizá en su último poema,

Conversó conmigo por aquellos versos sobre los hombres

de transición,

Seguramente sin saber que tales versos a su vez

Eran resultado y parte de una conversación inconclusa que

tuve con el Che,

Y otro día iba a morir combatiendo

Y yo le escribiría un llanto que quise terminar con

esperanza,

Pero sé, porque él me lo escribió desde Caracas,

Que entristeció al sempiterno joven León Rozichtner;

A Rodolfo Walsh ya lo había conocido en La Habana,

cuando con Masetti, Gabo y otros tercos locos llevaban

adelante Prensa Latina:

Rodolfo me presentó en la entrada de una pequeña librería

habanera a Waldo Frank,

Cuyo amoroso libro sobre Cuba iba a contribuir tanto a

alterar el destino de mi Julio Cortázar,

Que en los últimos veinte años de su vida formó parte

completamente de la nuestra

En las alegrías y en los dolores, en los aciertos y en los

desaciertos, en lo que aprendíamos y en lo que

desaprendíamos.

A César Fernández Moreno, a Haroldo Conti, a Mimi Langer,

Para sólo nombrar aquí a algunos hermanos idos,

Los iba a conocer en Cuba, y volví a verlos en Francia, en

México, en muchas partes:

César murió, como de un rayo, del corazón, que debe ser

la muerte de los elegidos de los dioses;

Julio y Mimi fueron carcomidos por atroces y minuciosas

enfermedades

De las que me escribían con sereno valor, como si

estuvieran hablándome de cosas impersonales;

A Rodolfo y a Haroldo me los desaparecieron, me los

asesinaron,

Y nadie sabe dónde quedaron sus huesecitos, su polvo.

5

Mi hija mayor va a Buenos Aires

Casi con la misma edad que yo tenía

Cuando Miguel Ángel Asturias, a quien yo había recibido

en el aeropuerto de La Habana una madrugada de 1959,

Me ofreció una cena en su apartamento bonaerense,

Una cena de la que recuerdo a muchas personas,

Y sobre todo a Estela Canto, quien se paró de cabeza para

hablarme

Y luego me dejó, con dedicatoria en que mencionó al sol

de Cuba, su novela En la noche y el barro,

Y muchos años después me conmovería con su libro Borges

a contraluz, comentado por el joven Andrés Zavala.

Otro poema conjetural

(J.L.B., 1899-1999)

Así como descreí (al menos eso he repetido) de la fama,

Descreí también de la inmortalidad,

Y es claro que hoy finado no puedo ser quien traza o dicta

estas líneas falsamente póstumas,

Pero no es menos claro que ellas no existirían sin las que

yo produje de veras,

Si es que yo y de veras tienen sentido en el extrañísimo

universo

(Algún curioso habrá reparado en que ese superlativo no

podría ser mío,

Pero eso no da autenticidad a las restantes palabras).

Afirmé que la duración del alma arbitraria está asegurada

en vidas ajenas,

Y nada puedo hacer para impedir quedar en el autor que

me atribuye este texto,

Y en muchos otros autores inconciliables.

Acaso en mí también fueron inconciliables los rostros, los

estilos que asumí,

Y sin embargo hace tiempo los vanos diccionarios, las

vanas historias de la literatura

Los han reunido bajo tres palabras, entre dos fechas,

De las cuales soy el abrumado, el imaginario prisionero,

no la realidad.

Qué mal he sido leído con demasiada frecuencia.

Cómo no repararon en que laberintos, bibliotecas, tigres,

espadas, saberes occidentales y orientales

Eran transparentes metáforas del pobre corazón de aquel

muchacho

Que simplemente quería ser feliz con una muchacha

Como sus amigos corrientes en Buenos Aires o en Ginebra.

Al evocar mis antepasados, los presenté en mármol o

bronce, y fingí ignorar

Que ellos mezclaron con sus batallas lágrimas, ayes y amores.

La tristeza, la soledad, la desolación contribuyeron a que

existieran mis páginas perfectas,

Pero yo habría cambiado tantas de esas páginas

Por haber besado labios que nunca besé.

Dije abominar de los espejos, y no se entendió que lo que

quería era verme reflejado

En ojos oscuros y claros bajo la gran luna de oro

O en la penumbra de la alcoba.

Me han atribuido la indeseable paternidad

De vocingleras sectas literarias y cenáculos de eruditos,

Cuando yo quería ser padre de hijas e hijos de carne y hueso.

Nadie extrañe dónde decidí quedar enterrado

Si antes no me entendió ni me ayudó a salir de mi celebrada cárcel.

Lamenté no haber tenido el valor de mis mayores,

Pero ahora que nadie puede censurármelo como jactancia

Proclamo que no fui menos valiente al afrontar una adversidad atroz.

Hubiera preferido muchas veces la bala en el pecho o el

íntimo cuchillo en la garganta

Antes que el espanto que contemplé en mí

Mientras pude contemplar.

No se olvide que no soy quien escribe estos versos.

No los escribe nadie.

Por primera vez

En países y más países,

Casas, hoteles, embajadas,

Suelos, hamacas, autos, tierra,

Rodeados de agua o sobre el lino.

Olor de desnudez primera.

Vasija de arcilla sonora.

Sorprendente, augusta, profunda.

Camanances, colinas, bosques.

Como leones, como santos.

Lo antiguo, lo simple, l0 súbito.

La plegaria, el descubrimiento.

La conquista, la reconquista.

El relámpago de ojos de humo.

Cada desgarradura sólo

Para encenderse con más fuego,

Con más seguridad de aurora.

Ya él no puede perderla más.

Ya la perdió toda una vida.

Ahora de nuevo y para siempre

Va a amarla por primera vez.

Qué son las islas

Esto tienen de bueno los poetas,

Que han dicho lo que uno quería decir.

¿Dé que otra manera comunicarle lo que sintió

Al ver desde el aire los islotes verdes desparramados por el mar,

y cuando ya en el barco contempló a lo lejos el borde agreste

de la isla,

Sino como ya lo escribió la poeta:

¿Qué son las islas si no estás tú?

Eso es lo que gritó al aire luminoso de la tarde

Y lo que musitó después en la atormentada noche,

Añadiendo un nombre que en la cabina sonaba extraño

Como una flor de otro planeta.

¿Y podrá creer que la playa maravillosa,

Con su cadera de oro mordida por un ávido mar,

y la planicie del centro echada como un manto

No han podido ser gran cosa no estando ella,

Que ha dejado despoblada y silenciosa

Esa ciudad, ojo de la violencia, que ella hechizara

Marcando los lugares de encuentros y despedidas

Con una nostalgia como una cicatriz?

Un hombre y una mujer

¿Quién ha de ser?

Un hombre y una mujer

Tirso de Molina

Si un hombre y una mujer atraviesan calles que nadie ve

sino ellos,

calles populares que van a dar al atardecer, al aire,

con un fondo de paisaje nuevo y antiguo más parecido

a una música que a un paisaje;

si un hombre y una mujer hacen salir árboles a su paso,

y dejan encendidas las paredes,

y hacen volver las caras como atraídas por un toque de

trompeta

o por un desfile multicolor de saltimbanquis;

si cuando un hombre y una mujer atraviesan se detiene

la conversación del barrio,

se refrenan los sillones sobre la acera, caen los llaveros

de las esquinas,

las respiraciones fatigadas se hacen suspiros:

¿es que el amor cruza tan pocas veces que verlo es motivo

de extrañeza, de sobresalto, de asombro, de nostalgia,

como oír hablar un idioma que acaso alguna vez se ha

sabido

y del que apenas quedan en las bocas

murmullos y ruinas de murmullos?

Una salva de porvenir

A Jacqueline y Claude Julien.

A Fina y Cintio.

No hay pruebas.

Las pruebas son que no hay pruebas.

No estaban, no están, no estarán dadas las condiciones.

Creer porque es absurdo,

Y creemos.

Más absurdo que creer es ser,

Y somos.

Nada garantiza que fuera menos absurdo

No ser ni creer.

Las llamadas pruebas yacen por tierra,

Húmedas reliquias de la nave.

Se derrumbaron las estatuas mientras dormíamos.

Eran de piedra, de mármol, de bronce.

Eran de ceniza,

Y un grito de ánades las hizo huir en bandadas.

No guardar tesoros donde

La humedad, los bichitos los mordisqueen.

No guardar tesoros.

El tesoro es no guardarlos.

El tesoro es creer.

El tesoro es ser.

No existen las hazañas ni los horrores del pasado.

El presente es más veloz que la lectura de estas mismas

palabras.

El poeta saluda las cosas por venir

Con una salva en la noche oscura.

Sólo lo difícil.

Sólo lo oscuro.

Y contra él, en él, el fuego levantando

Su colunna viva, dorada, real.

El amor es

Quien ve.

París-La Habana, 1992-1994