Espejo, Rafael

Reseña biográfica

Poeta y crítico literario español nacido en Palma del Río, Córdoba, en 1975.

Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, es profesor de español para extranjeros, colabora como crítico literario en diferentes medios periodísticos y como lector para la editorial Pre-textos.

Su obra poética se inició en 1995 con “El círculo vicioso” finalista del «Premio Federico García Lorca». Posteriormente publicó “Con” en 1999, “El vino de los amantes” ganador ex aequo del Premio Hiperión en 2001 y finalista del premio «Ojo Crítico» en el mismo año. Con su último libro “Nos han dejado solos”, obtuvo el «IX Premio Internacional de Poesía Emilio Prados» en el año 2008.

Ha sido incluido en algunas antologías y parte de su obra ha sido traducida al inglés, francés, portugués e italiano.

Alter Ego

He mordido con éxtasis la noche.

El vino y el hachís me han enseñado

a tocar con la lengua

el cielo

de otras bocas.

Los libros me molestan por su fidelidad,

los amigos me estorban cuando los necesito.

Mis padres no comprenden mi extraña inclinación

a los silencios largos,

al presente inasible.

Ni yo mismo me explico

qué he venido a buscar en mis poemas,

ni si he perdido algo,

ni si quiero encontrarlo.

Amor convoca

En un hotel del norte.

La nieve de diciembre que resbala,

blanca y ascética,

contra el lado más frío del cristal,

horadando el silencio de la alcoba.

Ellos admiran

el vuelo grácil de copitos blandos,

y no piensan: se arropan.

La crema de la tarde

adormece sus músculos, destensa

los nervios del silencio.

Mejor así.

Mejor que no comprendan

la nieve que agoniza en la vereda,

la ociosa gloria que el azar regala.

De “El vino de los amantes” 2001

Buenos días, noche

De bien amar se vuelve

mascullado y hambriento,

con sabor en la lengua a carne cruda.

El suelo se amortigua,

los caminos convergen, silba el aire.

Con gesto agradecido,

con sonrisa imantada

por el impulso mismo que iza al árbol

al sol,

tararear al paso:

no puedo amarte más, no soy tan físico.

De “El vino de los amantes” 2001

Canción de amiga

Quien esconde un amor,

quien va celosamente almacenando

entre algodones la semilla nueva,

se desvela hacia adentro,

se desvela

como brilla la luna al mediodía.

De “El vino de los amantes” 2001

Celebración del amante

Como el mar incesante, así me entrego

a las costas que ciñen tu hermosura,

y en la salubridad de tu cintura

gorgotea la herida de dos egos

que chocan entre sí, dos torpes ciegos

supurando el amor en sus honduras:

de vértigo y piedad es la Sutura,

la coartada anestésica del juego

de estar vivo, de errar ma1ditamente

buscando en las esferas de la mente

un anillo que case con la fe,

un sentido a seguir besándote,

al menos un engaño convincente

que no acabe en nosotros, yo qué sé.

De “El vino de los amantes” 2001

Con

¿No es como una costa esta cama,

sólo una franja de costa, sobre la que yacemos?

R. M. Rilke

Por quedarme aquí, contigo,

bautizado en los charcos de tu lecho,

descansando en tu vientre mis latidos,

renuncio a los regresos.

Se detenga aquí el tiempo,

se repita a sí mismo y asimismo

se contenga el humilde paraíso

nuestro donde me albergo.

Prefiero este camino

cuyos márgenes marcan mis dos cuerpos tendidos.

Lo de afuera: un inmenso

arenal insaciable de carencias y excesos.

Por el tierno reposo de tus pechos

que se me pierda el alma en los abismos.

me aburre el más allá. En ti me quedo,

mi más palpable y dócil espejismo.

De “El vino de los amantes” 2001

Fábula

Pasó el tiempo feliz de enumerar

los besos que dejabas dormidos en mis labios.

Con ellos calculaba

el peso del amor que nos unía.

¡Llegamos a querernos más de mil!

Ahora -cuenta atrás

los he ido esparciendo en otras bocas-

de los tuyos me queda sólo uno: el primero.

¿Te olvidaré, por fin, cuando bese esta rana?

De “El vino de los amantes” 2001

In memoriam

Conmigo tú no tengas

remordimiento, madre.

Claudio Rodríguez

Quise hablarte

antes de que la trampa

pusiera tanta tierra entre nosotros.

¿Con qué labio, a deshora, convencerme

de que tú estás aquí,

dentro de mis palabras,

luna quieta

o blues no interpretado,

olor a pan caliente si amanece?

¿Tú me escuchas? ¿Te llego?

Conmigo tú no tengas remordimiento, madre;

pues nací de tu pulpa,

apiádate del manco que no supo

abrazarte sino de pensamiento.

Y eclipsémonos ya:

préstame para siempre

esa sonrisa triste y arrugada,

tu hermosa incomprensión,

ahora que no te has ido todavía.

De “El vino de los amantes” 2001

Madriguera

Al alba, con el sol, la humareda

subía de la tierra como el vaho de un horno.

Carlos Martínez Rivas

Desde las mantas,

como el vaho de un horno,

sube su aliento rancio en la mañana:

huele a barro

el regusto lechoso y fermentado

de su sueño en la boca.

Con hilillo de baba

seca en la comisura de sus labios

y un sudor aceitoso surcándole la piel.

Las greñas enredadas.

(¿No desean lamerla, retozarse con ella

como serpientes entre hierbas altas?)

Así la quiero yo: hedionda,

envuelta en la placenta de los días;

presta para nacer entre mis brazos

con las primeras gotas de una luz

que la persiana filtre

macerando sus ojos.

Así. Pura mujer. Sin trampas.

Pestilente. Fluvial.

Inmaculada.

De “El vino de los amantes” 2001

Nos han dejado solos

A la orilla del mar,

donde el aire se densa porque viene

rumiando idiomas.

Tiembla el cielo en las aguas,

la tarde mece así sus intuiciones.

Y si me abrazas nos desvanecemos

en el paisaje pardo.

Qué placenta

esta balsa de tiempo suspendido,

qué remanso de paz.

Como el principio.

De “Nos han dejado solos” 2008

Poema

El vasto territorio donde brotan

-salvajes y domésticos-

la rigidez del bíceps y un susurro,

la música y su sombra,

el jazmín y la sangre.

No esplende, no organiza, sólo siente

las voces que me dejan si lo acabo,

si lo vuelvo a empezar,

aquel aliento gris a nicotina.

De “El vino de los amantes” 2001

Silba

Unas hojas de otoño

–mustias, ocres-

fingen ser mariposas

mecidas por un viento

hueco:

vibran,

revolotean.

Me lleva esa deriva,

la frágil suspensión pero serena,

su absorto devaneo

me lleva…

Será que a mí también me basta un soplo suyo

para soltar al vuelo un peso muerto.

Sus razones tendrán

Mientras deshojo el tiempo

-que nunca comprendí-,

lo subrayo, lo arrugo

y precipito,

me detengo con él,

ellos tan sólo pasan,

como el tiempo

me miran entre tristes y ofendidos,

girando hacia los lados la cabeza.