Escobar Galindo, David

Reseña biográfica

Poeta, novelista, cuentista, fabulista y dramaturgo salvadoreño nacido en Santa Ana en 1943.

Doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales, es académico de la lengua, docente universitario y traductor de importantes autores. Gracias a su vasta trayectoria, ha ganado importantes galardones nacionales e internacionales.

De su obra cabe destacar los siguientes poemarios: «El libro de Lilian» en 1976, «El corazón en cuatro espejos» en 1976, «Sonetos de la sal y la ceniza» en 1979, «Sonetos penitenciales» en 1980, «Canciones para el álbum de Perséfone» en 1982, «Ejercicios matinales» en 1993, «El venado y el colibrí» en 1996 y «Esquirlas y vilanos» en 1997.

Ars dinámica

Usted es la sombra que amanece desnuda,

con un temblor de miedo en las espaldas.

Pero hay que estar despierto: a mediodía

sonará la trompeta.

Doy fe de la esperanza” 1985 – 1992

Ars poética

¡Belleza, flor de sueño, al fin alientas

después de tanto espanto y tanto llanto!

Porque también tu gracia puede tanto,

tanto más que el crujir de las afrentas.

Después de la dolencia del espanto,

cómo surgen tus músicas sedientas:

surtidores que ayer fueron tormentas

murmullos que mañana serán canto.

Se escondió tu vigilia donde pudo,

durmió entre los escombros hecha un nudo,

se ocultó en un rincón de la cornisa.

Pero ha venido el tiempo del sosiego.

¡Y tú, belleza, manantial de fuego,

renaces otra vez de la ceniza!

“Doy fe de la esperanza” 1985 – 1992

Como los dioses en su audaz vigilia…

Como los dioses en su audaz vigilia,

me asombro de estar vivo y de estar muerto.

La palabra revienta en el silencio

y el silencio se nutre de palabras.

¿Cuál es la diferencia entre estar vivo

y estar muerto? -Los dioses son balanzas.

Deja que el aire libre se libere…

Deja que el aire libre se libere

más aún, oh Dolor, deja que afine

su transparente fuego Mnemosine

para cantar lo que viviendo muere.

Que así, en lo oscuro, mi estupor inquiere

y en mano abierta el eco se define

ante la espina que la mano hiere.

Deja pues, oh Dolor, que me encamine

hacia la lumbre que mi lumbre quiere,

lenta unidad de noche que termine.

Y así en el blanco oficio que me espere

la vida clara y corporal germine

como si el día sin fronteras fuere.

“El libro de Lillian” 1975

Devocionario

I

La paz no necesita de los héroes.

el heroísmo de la paz es otro.

Es un sereno paso sin angustia

por aquel campo en que acechaban minas.

Y es sobre todo ese convivio afable

de la diversidad de los anónimos.

II

La paz cierra la cripta de los mártires

y los deja dormir, para que olviden

que la tierra es el sitio pavoroso

donde todos los miedos son posibles

Bien se merecen su corona de oro,

bajo la condición de que se duerman.

III

La paz no la hace nadie. Se hace sola.

Lo importante es sembrar una semilla.

La gente piensa que la guerra es fuerte:

!Qué va! La guerra es sólo un aneurisma.

Alguien la pincha, y se desangra toda.

La paz en cambio es la verdad de un árbol.

IV

No me pregunten por qué soy pacífico.

Es algo natural, quizás congénito.

Esto es lo que tal vez muchos no entienden

que no todo poeta es un revólver.

Por mí, que los revólveres se esfumen.

Eso sí: No me toquen a la rosa.

“Doy fe de la esperanza” 1985 – 1992

Diálogo en la tiniebla

No busco la verdad, pero persigo

su estela cautivante, su aleteo

que es la réplica infiel de lo que creo

y el huidizo fulgor de lo que digo.

La verdad absoluta es un castigo

que quizás no merezca mi deseo.

Y su ausencia es el último trofeo

que desvela mi angustia de testigo.

Me quedo con la flor de la pregunta,

aspirando el aroma sin respuesta,

dejando que el silencio apenas hable.

Y al sentir que la lágrima despunta,

la verdad, como un grillo, me contesta

desde el jardín del vértigo insondable.

El arraigado

¡Yo no me iré de esta casa

aunque el huracán arrecie!

Seguiré aspirando el moho

de sus ancianas paredes,

oyendo crujir maderas

en noches de viento fértil,

y contando entre las vigas

los murciélagos de siempre.

Yo no me iré de esta casa,

de sus tres tiempos clementes,

de su patio con begonias,

de su estrellita en la frente,

de su Virgen del Rosario

y de su Arcángel prudente.

Aunque el huracán desboque

sus espumosos jinetes,

esta casa es mi universo,

con abrigos e intemperies,

y su pequeña nostalgia

guardada en cofres que huelen.

Porque esta casa es tan triste

como un difunto en diciembre,

porque tiene tantas grietas

que el aire en ella es un duende,

porque en alambres nerviosos

sus viejas ropas se tienden,

porque en la noche hay un eco

de bisabuelas ausentes,

porque en un cuarto cerrado

alguien llama y nadie viene,

porque vivieron en ella

muertos que aún son vivientes,

porque hay un gran jazminero

a la par de un pozo verde,

porque es pobre como un niño

y como un anciano, inerme.

Por eso yo estoy aquí,

dibujándola en mi frente

con un lápiz de obsidiana

que no hay siglo que lo quiebre;

y aquí oigo pasos y pasos

-¡cómo trajina la gente!-,

con la vigilia remota

y con el sueño presente,

haciendo ruido a la vida

porque si no se nos duerme

y entonces baja el tigrillo

-que ya es fantasma- y la muerde…

¡Porque esta casa es tan triste

que les da miedo a los huéspedes,

y todos lloran al verla,

con llanto que el sol disuelve!

Sus ventanas, arrancadas;

sus puertas, crujir de dientes;

sus pisos, barro desnudo;

sus cielos, cielos que llueven…

Y es tan triste, pero tanto,

que a ratos parece alegre,

con alegrón de guitarras

que ilumina el aguardiente,

sacado en el alambique

que nunca hallan los agentes…

Yo no me iré de esta casa,

porque el invierno no quiere,

Porque el verano me llama,

porque los dos bien se entienden,

y ambos juegan con mi voz

hasta dejarla tan tenue

que ya es una telaraña

de cariñosas mercedes…

Y al fondo dice un espejo

la fantasía de siempre:

que es la casa una metáfora

erizada de alfileres

alborotada de encajes,

arrinconada de ayeres.

¡Pues si esta casa es la Patria,

tan firme que acaso tiemble,

tan dulce que acaso ahogue,

tan honda que acaso vuele!

Y yo nunca me iré de ella,

aunque el huracán arrecie…

“Doy fe de la esperanza” 1985 – 1992

El episodio terrorista 2

Ando entre luz quebrada, oscurecida,

con una abeja dentro del cerebro,

pulso de amor abriéndose, cerrándose;

y las palabras cotidianas gimen

como puertas antiguas, sin retorno,

una taza de leche cumple el celo

de la época, pasan los ejércitos

mientras por la ventana ven mis ojos

una pequeña calle transversal

con suaves casas que no se imaginan

la vecindad del hombre desvelado

por la violencia -polvo irrestañable,

remolino de polvo que aparece

por un segundo, igual que los relámpagos.

Tiempo de meditar- silla furiosa.

¿Seré el cautivo o el apasionado?

Ambos -doble rumor de la estructura:

el sonido del arma en pie de vuelo,

la razón que estrujada se alimenta

de sus propias sustancias ofendidas;

y hoy levantarse con el santo y seña

desde la construcción ebria de clavos

hasta la densidad del sentimiento,

fértil como canela masticada,

es una soledad de doble filo,

un tener la remota valentía

de caminar con húmedos plumajes

entre las horas de crucial encuentro.

Después de todo el aire es una dádiva

llena de pasionales abundancias,

¿y qué enseña este tiempo sino el eco

de la conturbación racionalista,

bella en inútiles declaraciones,

la organizada sombra de las piedras

que en su esplendor de muros y de tumbas

tapia a muertos y a vivos, a opresores

y a oprimidos, a limpios y a envidiosos?

El sol entre los árboles ardiendo

me quema la mirada, me enternece,

porque respiro un fuego respirado

y amo este reino de respiraciones,

hoy más que nunca, ante el clamor secreto.

Y de esta funeral demografía,

de este ecológico derrumbamiento,

de esta presión impúdica, inodora,

de esta anillada criminalidad,

¿hacia qué callejones embocamos,

enardecidos entre dos cegueras?

Quizás nunca se extingue al fe última,

la luna clara al fondo de la sangre,

así como los ojos siempre vuelven

hacia un desnudo de mujer deseada.

Mi corazón olvida entre las sombras

sus tijeras sagradas: los recuerdos.

“Discurso secreto” 1974

El episodio terrorista 3

Amor, pleno misterio,

sonido de algún bosque, pánica agua,

llavero del armario con papeles sagrados,

cabello de mujer mientras el día remonta sus chatarras,

podría así seguir, pulsando el laberinto fantasioso,

todo esto tiene una fugaz explicación mesiánica,

como en una asamblea de ídolos inocentes,

mitos de iridiscencia compulsiva,

también amores de sabor plural,

palmas de mitológica palmera,

collar iluminado de los mares del sur,

espejismo de aurora entre los chupamieles,

y callados remedios del zodíaco,

¿por qué digo estas sordas palabras entre el humo

que todo lo gobierna con su acre desatino?

Se acerca a pasos vivos la hora señalada,

la sombra de mi cuerpo es juez y parte;

por el barro, animales domésticos destrozan

una piltrafa -amor, pleno misterio-,

y el vendedor de diarios ya va de espaldas en su bicicleta

con el gran cargamento de odios universales,

de consumibles sueños -sonido de algún bosque,

dócil revelación-, mientras me acerco

a la ventana la rutina suena, cascabel de culebra escondida,

las señoras se asoman a las puertas moviendo sus escobas,

en una transparencia de pudor -agua pánica-,

qué espacio dulce borra el abandono,

se disipa un segundo el remolino de lo inexpugnable

-peligro de morir en luz de día-,

y es que en el riesgo adquiere cada cosa,

cada gesto, un color intenso, amable,

quisiera uno besar viejas paredes,

recordar cada uno de los jazmines ya vividos,

esto es un reto vivo a la intemperie,

un silencio de amor hacia cosas ajenas y sencillas,

quizás ya demasiado mentadas por escrito,

una luna encendiéndose sobre un techo oxidado,

risas de servidumbres en las casas vecinas,

agua de chorro para rostro en fiebre,

y ese olor a aserrín que recuerda

un suave amor total por lo cercano,

san Salvador espejo, rayo virgen,

ámbito desvelado con sólo que mis ojos ardan en la penumbra,

camino de palabras desde la piedra pómez

hasta el tubo de azul desodorante;

y de repente hay un fulgor inédito

por donde la ciudad tiene otra cara,

un amarillo que hace aparecer en las esquinas seres sospechosos,

un mirto en la tiniebla se destiñe,

siento quebrarse el pulso de la luna,

amor, pleno misterio, sonido de algún bosque,

valor frugal que envuelve lo viviente,

la flor ensimismada amanece con garras,

¿dónde está el almanaque con sus dulces mareas,

la eficiencia del aire que acaricia las malvas esas joyas antiguas?

Por las paredes cruzan las sombras a caballo,

¿qué realidad transita por mis sienes?

Como en una película, los niños

preguntan por la magia del recuerdo,

y la respuesta es una roja máscara

que sonríe sin fin, oigo y me callo,

late el polvo al cruzar las francas puertas,

olor a queso rancio despiden los papeles,

y alguna majestad de vigilante

mueve las secas brasas de la ira:

¡Cuidado, la verdad es un destello!

Sin embargo este día está apagándose,

queda un rescoldo verde debajo de mi lengua,

una licuada sal expectativa

que es la hermana menor del musgo mismo;

ahí, junto a la llama del revólver,

la almohada abre sus ojos transparentes,

y el grave amor al ámbito visible

pasa alzando pañuelos por los cuartos vacíos.

Contraste fervoroso, huella en ascuas.

De esa región perlada de alas vividas

se filtran estas públicas palabras.

“Discurso secreto” 1974

El reencuentro

No te encontraba, Dios, desde hace tanto.

Es cierto: te rezaba, te pedía;

pero eso es sólo la ansiedad que envía

sondas de luz desde el vital quebranto.

Hallarte es otra cosa. Es otro encanto,

otra necesidad. Y hasta diría

que es la más entrañable fantasía:

gozar de tu memoria el adelanto.

Y eso es lo que hago ahora: te disfruto,

sin la intimidación del absoluto;

ya puro corazón que te consume.

Sorbo tu voz y tu silencio, a una.

Y, sin pedirlo, tengo la fortuna

de respirar a ciegas tu perfume.

“Doy fe de la esperanza” 1985 – 1992

El viejo grito

Sorpresa. Barro. Espíritu.

Llegas cayendo en mí, lluvia del tiempo,

con tus augustas sombras de fría limpidez,

y de repente estoy en otras épocas,

entre las piedras de otros horizontes,

libre de la conciencia que me amarra a una imagen voluble

como el polvo,

concluyendo en un ancho silencio de memorias.

¿Este -aquí- es mi dolor o en el pulso inventado?

Tú no calles, nostalgia de la esfinge.

Vuelvo de las tormentas, de los rostros,

de la miradas húmedas en alcohol o belleza,

de los niños que un día salieron de mis ojos,

de la remota luz que temblaba en las flores de una

música ajena,

y al recorrer mis pasos conocidos

ya no soy el primer habitante que gime,

el sol es como un ojo vacío a mis espaldas.

¡Tú no calles, nostalgia de la esfinge!

Algún día se llega de regreso a la sombra

y entonces es preciso llevar siquiera un rayo de certeza.

En las bodas del sol y de la tierra,

la edad perdió sus laberintos

al conjuro del tiempo destrozado…

En las bodas del sol y de la tierra,

fue el principio del rostro.

Fue la ferodidad un lirio de ternura.

El hallazgo vacío. El crecimiento

para poblar de llamas el recuerdo…

Bodas,

relucientes bodas que en verdad fueron bellas…

Ha muerto un hombre

1. Un hombre ha muerto. ¿Quién? No importa…

Un hombre ha muerto. ¿Quién? No importa. Ha muerto.

Ha muerto… ¿en qué lugar? Tampoco importa.

¡Tan sólo importa, pues, eso que corta

la vida con su tajo amargo y cierto!

Lo cierto es que se ha muerto. Está desierto

por un instante el mundo. Un ala absorta

cruza el azul. El infinito aborta.

¡Importa que un sepulcro se haya abierto!

No importa quién. La identidad. La historia.

La bala atroz o la agonía vaga.

¿Murió de indignidad, murió de gloria?

No importa. Un hombre ha muerto. Ahí la llaga.

¡Y aunque la vida es nube transitoria,

sólo la vida importa, que se apaga!

De “Oración en la guerra” 1985 – 1988

* * *

2. Un hombre ha muerto, sí. Tú, yo, cualquiera…

Un hombre ha muerto, sí. Tú, yo, cualquiera.

Pero la vida sigue, sin remedio.

Sigue sembrando su animado predio

Con la misma semilla que no espera.

Aunque la cicatriz de aquella hoguera

_un hombre es una hoguera_ busque el medio

de arder un poco más, con ese asedio

que se pierde en la humana tolvanera.

Ha muerto un hombre. Se acabó, sin duda.

Se fue a la eternidad, si es que ha podido;

Si es que la eternidad sirve de ayuda…

Se fue, no más. Ha muerto malherido,

Como todos los hombres. Y desnuda

Vuela su sombra apenas al olvido.

De “Oración en la guerra” 1985 – 1988

Húndete en la ceniza, perra de hielo…

Húndete en la ceniza, perra de hielo,

que te trague la noche, que te corrompa

la oscuridad; nosotros, hombres de lágrimas,

maldecimos tu paso por nuestras horas.

Más que las sombras francas, como las minas

de un campo abandonado, furia alevosa;

la luz no te conoce, por eso estamos

doblemente ofendidos de lo que escombras.

Por la sangre en el viento, no entre las venas,

donde nazcas, violencia, maldita seas.

Caminamos desnudos hacia el destino,

nos juntamos en valles de ardiente idioma

y si la estrella olvida su edad sin mancha,

si el fuego se abalanza con sed inhóspita,

si el rencor enarbola ciegas repúblicas,

cómo hablarán los días de justas formas.

¡Ah silencio infranqueable de los violentos,

nunca seremos altos si nos dominas,

nunca seremos dignos del aire inmune,

nunca seremos ojos llenos de vida,

sino que en lava inmunda vegetaremos,

entre un sol de gusanos que se descuelgan,

mientras la sangre brota de mil espejos,

oscureciendo el agua con sangre muerta.

Por la sangre en el agua, no entre las venas,

donde nazcas, violencia, maldita seas.

No, no intentes doblarnos sobre otro polvo,

no sacudas las hojas de nuestras puertas,

te lanzamos, hirviente, todo lo vivo,

todo lo humano y puro que nos preserva.

No, no confundiéramos savia y vinagre;

los ojos se te pudran, te ahogue el humo,

las ciudades se cierren igual que flores

inviolables al solo recuerdo tuyo.

Roja peste, violencia, nada ni nadie

será habitante claro donde tú reines;

desdichada agonía del hombre falso,

húndete en la ceniza, sorda serpiente.

Las espaldas, los pechos te den la espalda;

cierren tu paso frentes, ojos, ideas.

es tiempo de sonidos que instalen música.

No, no asomes tu río de manos negras.

Por la sangre en el polvo, no entre las venas,

donde nazcas, violencia, maldita seas.

Ah si el violento asume la ley del aire,

si aprieta en hierro impuro vidas y haciendas,

si desala sus pozos de hambre sin dueño,

si desenfunda el cáncer de su inconsciencia.

Por el mundo, qué huida de espesos pájaros,

qué castillo de savias que se derrumban;

en el río revuelto, redes sin nombre,

y en la tierra apagada fieras que triunfan.

¡Pero no! Estamos hechos de sangre viva,

y de huesos más hondos que el desatino;

no hay vigilias que rompan alma de humanos,

ni cinceles, ni látigos, ni colmillos.

Húndete en la ceniza, perra de hielo,

que te trague la noche que te procrea;

por la sangre en el viento, no en su recinto,

dondequiera que nazcas, ah dondequiera,

sin descanso de estirpes, años y mares,

sin descanso, violencia, maldita seas.

“Duelo ceremonial por la violencia” 1971

Las grandes espinas disfrazadas de lágrimas…

Las grandes espinas disfrazadas de lágrimas

que nos enterraron en el corazón los años,

muelas impúdicas de la mentira organizada,

invasión -desde el subsuelo- de ecuménicos cuarzos;

hacia dónde se dirigen… hacia la rutina y el decreto,

aplanando calles y personas,

y ellas tan aparentemente prósperas, bronceadas por un sol enemigo

jurado del misterio,

en un apiñamiento de sombrillas y vestidos de moda;

caminando vamos, entonces, por la ciudad de costillaje azul,

hija de la aritmética, nieta del laberinto,

y en ella gastamos el suero transparente de la virtud,

el líquido seminal que palpita como un planeta en el vacío;

yo no soy nadie para decir las edades del puente,

para sacar de la alcantarilla al ladrón de legumbres,

sólo me voy mascullando una viejísima lección entre dientes,

y no me da pena abandonar este reino de edificios inútiles.

“Destino manifiesto”

Los árboles callados vieron pasar a Lillie…

Los árboles callados vieron pasar a Lillie,

vieron su luz rosada como fruta sin huella,

el sol desvanecido de sus ojos de niña,

la adolescencia verde como el verde manzano,

los dedos en que pulsan secretos ultramares,

su esbeltez de doncella campesina y celeste,

la salud del espíritu bajo el aire más libre:

que ahí en la casa llena

de austeras enseñanzas,

labores de cocina

y oficios de bodega,

entre el juego magnánimo

de la leña y la nieve,

ahí leyó la clara

muchacha a sus poetas,

árboles de la lengua,

proféticas raíces,

y una luz más ardiente se unió a su luz profunda,

como un perfume ingresa al aire perfumado,

como el mar se alimenta de sus propias espumas,

oh azul de niña plena de sol y de pañuelos,

claridad sorprendida de las altas montañas,

fulgor del hondo cielo natal de Nuevo México,

y en las venas, brillando, la Germania escondida.

Cómo no amar, entonces esos callados árboles,

los amigos de Lillie en su diario camino

hacia la rumorosa escuela de Alburquerque

donde la joven hecha de esplendente paciencia,

de color amasado con flores de colina,

abría el maternal poder del pensamiento

entre las infantiles cabezas desbordantes…

El olor de los campos

alzados por la lluvia

templó en su corazón

la confianza evangélica;

la amorosa espesura

del aire ante sus ojos

fue quizás la vislumbre

de otros años vibrantes,

marcados por el hondo

verdor de la energía;

y aquellos graves árboles enseñaron a Lillie

la riqueza de todas las altas sencilleces,

el gozo natural de la vida sin tregua:

árboles del camino

y árboles del idioma,

compañeros seguros

de una ardiente jornada

“El libro de Lillian” 1975

Los que pasan no saben…

Los que pasan no saben

que una flor

es el precio de la suerte.

Los que pasan no saben

que tras la piel

se esconden otras vidas.

Los que pasan no saben

que los grandes espacios

son nuestra casa del mañana.

Los que pasan no saben

que la sangre es el único

pasaporte seguro.

Los que pasan no saben

que nadie es fuerza viva

antes de penetrar en otro espíritu.

Los que pasan no saben

que la luz del amor

jamás será ceniza.

Los que pasan no saben

que una flor

es el precio del milagro.

Los que pasan no saben

que ya somos eternos.

Con sólo tener esta

conciencia del misterio.

Doy fe de la esperanza” 1985 – 1992

Los que se quedan

Siempre hay algunos que se van; pero tú te quedas. El peligro es enorme, la inseguridad es profunda, el miedo es inevitable; pero tú te quedas. Hay días en que tienes que caminar por las calles desiertas, como un fantasma del país que fue; pero miras el cielo transparente y magnifico, y te detienes en una esquina, y te dices: ¿Quién vaa admirar este cielo perfecto si yo me voy?

Siempre hay algunos que no resisten más; pero tú resistes. El sonido de los bombardeos te despierta sobresaltado en las madrugadas; pero tú resistes. Tus padres, tu esposa y tus hijos lloran, quizás, agobiados de angustia; pero tú sabes que siempre existen los que se van y los que se quedan, y tú no puedes dejar de estar entre los que se quedan.

Es ante ti que yo me detengo, e inclino la cabeza. ¡Es a ti a quien yo saludo, con el orgullo convertido en lágrimas¡ ¡Tú eres el único héroe a quien yo reconozco en estos días de prueba!

“Doy fe de la esperanza” 1985 – 1992

Nada es más que un instante…

Nada es más que un instante. Lo remoto

se quedó detenido en su minuto.

La sucesiva flor soñó su fruto

para prenderlo en el dorado exvoto.

En el instante exprime el sol devoto

su apuesta cotidiana al Absoluto.

Y en esa ardiente vocación de luto

se hunde hasta la más pura flor de loto.

Todo es instante, entonces, resumido

en la hiriente ceniza del olvido,

suma interior de todo lo deseante.

Pero el instante nuestro -tuyo y mío-

al compartir su huella de rocío

sella la eternidad en el instante.

Niños que cargan otros niños…

Niños que cargan otros niños

semidormidos y pidiendo

centavos por las ventanillas

de los carros, mientras regresa el verde

del semáforo. Niños de intacta suciedad,

niños igual de ancianos que la música,

duros como semillas en un plato de peltre;

y en esta levedad el verano, los juegos,

las personas que entran y salen del hospital, los ríos

de vehículos, y una

fosforescencia triste y furiosa en los vellos

de mi antebrazo izquierdo. Pasaje de luciérnagas

por una puerta llena de candados. Pronuncio…

¿Cuál palabra?

“Vigilia memorable” 1971

Todos los minutos llevan a este día

El viejo Patriarca,

que todo lo abarca,

se riza la barba de príncipe asirio…

Herrera y Reissig

El vuelo de las gaviotas -silencioso y perfecto-

Me hizo sentir por vez primera el gozo agudo -casi aroma recóndito-

de la inmensidad;

Supe allí que lo inmenso es la categoría interior de cada uno de los minutos,

Antesala de infinitud que puede ser el amor o la muerte,

Graciosas florescencias de este agitado vilo de la sangre.

Y lentamente me fui acercando al mar que sopla día y noche,

Con los ojos oscurecidos por el pulso devorador del más íntimo verde,

Respirando la luz como una esencia histórica, fruto diluido de los actos

de amor que a todos nos preceden,

Desde todos los rumbos de la sombra plural, sentida y encarnada,

Que alumbra con su música las soledades de nuestros instintos;

Y esto -dicen los entendidos- es la nostalgia de la generación,

El sabor que desgasta la lengua al entreabrir los ojos mientras llueve

sobre los suaves huesos del zodíaco.

Pero no quiero parecer un deudo: la alegría de regresar de un viaje incógnito me produce un orgasmo

Igual que la conciencia de navegar por época tan llena de semejantes ofendidos;

Placer y dolor en alternancia de sístole y diástole,

Hasta que de tanto pensar el existir se alimenta de sus propias

espumas,

Perfecto mar de áspera transparencia.

¿Será visible mi cara entre los alambres de una conversación

vanamente esperada?

Lo único que puedo afirmar es el origen de mi pulso,

Su desembocadura rigurosa,

Y desde aquí, desde la negación de la nada,

Desde el azogue de las instrucciones,

Pensando de repente en los brazos alzados de una mujer que vuela llameando hacia mi pecho de piedra sofocada,

Desde aquí se levantan los ojos que iluminan la intimidad del propio ser lanzado al mundo

con sólo un par de rígidas tijeras,

como si nadie velara en secreto

y la vida por fin tuviera nombre, y se llamara vena, prisa, luna,

estupor de la blanca saliva,

destino -la palabra que ya no existe en las tesis doctorales-.

Tal es la inmensidad, caer en uno mismo, sin perder los pequeños amores del vecindario y la confianza,

acotaciones del deber social que va tejiendo con palabras y actos su tela

de púrpura,

desfogue sideral de la rutina, más bello que cualquier poema contra

la fantasía o el desajuste de los precios;

porque en la gota de sal que estas palabras sueltan para los escuchas

hay un síntoma rotundo que es el sabor de lo que historia fue

y pulsa como vida y va en camino de naturaleza,

el saber del minuto que se bebe sus rayos, exactamente como el mar se camina en silencio oscureciéndose en la iluminación de la paciencia.

Fuego transido que se confunde con la respiración -así es el mar-,

oficio entre cuyas alas se anima alguna forma de esplendor apolíneo, memoria de las flores multiplicadas por millones bajo mi cabeza;

y si no fuera suficiente, la encarnación de este tiempo es el vuelo sordo de la gaviota, la decepción de los pergaminos que se consumen al solo nombre de un viento marginal;

pacíficamente, los ideólogos copan las salidas, llenan los puestos de revistas con retratos de líderes,

el mar está en peligro de morir,

“también se muere el mar”,

así concluyen su audiencia apocalíptica la Ciencia y la Poesía,

las organizaciones más influyentes escriben con letras de oro

“Derechos Humanos” en los cartapacios de los oradores,

ah la cultura de los espejos espejismos,

la lucha personal desde el seno de arena,

saca el aire una mano y se la comen los vilanos -antiguos protagonistas

de fábulas para contarse en el alféizar-,

y sólo queda el sonido de mar como estatua animosa del juicio,

ánima cruel en su hamaca sagrada;

ya nada ceja hasta invadirme, nadie,

pero cada quien es mayor que todo lo que pueda vencerle,

encadenarle,

más aún si se trata de este golpe de terminal racionalismo,

sacudida del tiempo que se proclama “edad de transición”, umbral del pleno sueño”,

“apertura de todos los espacios humanos”,

¿y dónde sangro yo, pertinaz minotauro, si el eterno retorno es una

alegoría de gaviotas?

Así fue como estoy,

así será como viví,

obra que se reencuentra sin descanso,

nudo de los resúmenes corales,

e igual les pasa a los que se detienen a respirar el aire del océano vajo, dominador oscuro, incestuoso, de todo lo que es aún visible,

hasta aprender el sacrificio de la mariposa que se traga el insecto

más amargo,

con tal que el pájaro que la devore vomite sin remedio,

inasible pureza,

crucial inmensidad.

“Discurso secreto” 1974

Yo no soy Pedro

Yo no soy Pedro,

Juan,

ni Segismundo.

Yo no soy pura sangre,

ni mestizo,

ni natural del valle o de la estepa.

Mi pensamiento es un pequeño mundo.

Un mundo de orfandad de pura cepa.

Vine de no sé dónde,

un día en que unas manos

se estrecharon a medias.

Y tú -poesía, viento-

ni lo haces más atroz,

ni lo remedias.

Yo no soy Gran Collar,

ni estoy triste,

ni creo en la derrota.

Admiro el rostro inmenso del océano,

pero prefiero el brill0

de una gota.

Me gusta la verdad de los que esperan,

y el amor

hecho vida.

Y creo en el retorno de los tiempos,

en otra dimensión

desconocida.

Recuerdo vagamente algunos signos,

algún destello de mitología,

alguna forma gris de echar la suerte.

Y no le tengo miedo a lo que venga:

ni al ojo solapado de la vida,

ni al párpado sincero de la muerte.

Yo no soy la bandera,

ni el perdón,

ni el cayado.

Ni soy el que descubre,

ni el que salva

o reclama ser salvado.

Yo no soy Pedro,

Juan,

ni Segismundo.

Yo soy un soplo de aire.

Un sonido que pasa.

El sonido fugaz de un milagro profundo.

Pues soy más que la carne misteriosa

en que alguien -una vez-

me trajo al mundo.