Darío, Ruben

Reseña biográfica

Poeta nicaragüense nacido en Metapa, hoy Ciudad Darío, en 1867.

Fue, sin duda alguna, uno de los poetas hispanoamericanos que más decididamente cambió el rumbo de las letras hispánicas.

Publicó sus primeros versos a los once años, y a finales del siglo XIX, ya consagrado, publicó “Azul”, obra con la que se inició «oficialmente» el Modernismo Hispanoamericano.

Al final de su vida se hundió en un ambiente bohemio, muriendo olvidado por todos en 1916.

A Francisca

Ajena al dolo y al sentir artero,

llena de la ilusión que da la fe,

lazarillo de Dios en mi sendero,

Francisca Sánchez, acompáñame…

En mi pensar de duelo y de martirio

casi inconsciente me pusiste miel,

multiplicaste pétalos de lirio

y refrescaste la hoja de laurel.

Ser cuidadosa del dolor supiste

y elevarte al amor sin comprender;

enciendes luz en las horas del triste,

pones pasión donde no puede haber.

Seguramente Dios te ha conducido

para regar el árbol de mi fe,

hacia la fuente de noche y de olvido,

Francisca Sánchez, acompáñame…

A Margarita Debayle

Margarita, está linda la mar,

y el viento

lleva esencia sutil de azahar;

yo siento

en el alma una alondra cantar:

tu acento.

Margarita, te voy a contar

un cuento.

Éste era un rey que tenía

un palacio de diamantes,

una tienda hecha del día

y un rebaño de elefantes.

Un kiosko de malaquita,

un gran manto de tisú,

y una gentil princesita,

tan bonita,

Margarita,

tan bonita como tú.

Una tarde la princesa

vio una estrella aparecer;

la princesa era traviesa

y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla

decorar un prendedor,

con un verso y una perla,

y una pluma y una flor.

Las princesas primorosas

se parecen mucho a ti:

cortan lirios, cortan rosas,

cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,

bajo el cielo y sobre el mar,

a cortar la blanca estrella

que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,

por la luna y más allá;

mas lo malo es que ella iba

sin permiso del papá.

Cuando estuvo ya de vuelta

de los parques del Señor,

se miraba toda envuelta

en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho?

Te he buscado y no te hallé;

y ¿qué tienes en el pecho,

que encendido se te ve?»

La princesa no mentía.

Y así, dijo la verdad:

«Fui a cortar la estrella mía

a la azul inmensidad.»

Y el rey clama: «¿No te he dicho

que el azul no hay que tocar?

¡Qué locura! ¡Qué capricho!

El Señor se va a enojar.»

Y dice ella: «No hubo intento;

yo me fui no sé por qué;

por las olas y en el viento

fui a la estrella y la corté.»

Y el papá dice enojado:

«Un castigo has de tener:

vuelve al cielo, y lo robado

vas ahora a devolver.»

La princesa se entristece

por su dulce flor de luz,

cuando entonces aparece

sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice: «En mis campiñas

esa rosa le ofrecí:

son mis flores de las niñas

que al soñar piensan en mí.»

Viste el rey ropas brillantes,

y luego hace desfilar

cuatrocientos elefantes

a la orilla de la mar.

La princesita está bella,

pues ya tiene el prendedor

en que lucen, con la estrella,

verso, perla, pluma y flor.

Margarita, está linda la mar,

y el viento

lleva esencia sutil de azahar:

tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,

guarda, niña, un gentil pensamiento

al que un día te quiso contar

un cuento.

Abrojos

Lloraba en mis brazos vestida de negro,

se oía el latido de su corazón,

cubríanle el cuello los rizos castaños

y toda temblaba de miedo y de amor.

¿Quién tuvo la culpa? La noche callada.

Ya iba a despedirme. Cuando dije “¡Adiós!”,

Ella, sollozando, se abrazó a mi pecho

bajo aquel ramaje del almendro en flor.

Velaron las nubes la pida luna…

Después, tristemente lloramos los dos.

* * *

¿Qué lloras? Lo comprendo.

Todo concluido está.

Pero no quiero verte,

alma mía, llorar.

Nuestro amor, siempre, siempre…

Nuestras bodas… jamás.

¿Quién es ese bandido

que se vino a robar

tu corona florida

y tu velo nupcial?

Mas no, no me lo digas,

no lo quiero escuchar.

Tu nombre es Inocencia

y el de él es Satanás.

Un abismo a tus plantas,

una mano procaz

que te empuja; tú ruedas,

y mientras tanto, va

el ángel de tu guarda

triste y solo a llorar.

Pero ¿por qué derramas

tantas lágrimas?… ¡Ah!

Sí, todo lo comprendo…

No, no me digas más.

Amo, amas

Amar, amar, amar, amar siempre, con todo

el ser y con la tierra y con el cielo,

con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;

amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.

Y cuando la montaña de la vida

nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,

amar la inmensidad que es de amor encendida

¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!

Balada en honor de las musas de carne y hueso

A Gregorio Martínez Sierra

Nada mejor para cantar la vida,

y aún para dar sonrisas a la muerte,

que la áurea copa en donde Venus vierte

la esencia azul de su viña encendida.

Por respirar los perfumes de Armida

y por sorber el vino de su beso,

vino de ardor, de beso, de embeleso,

fuérase al cielo en la bestia de Orlando,

¡voz de oro y miel para decir cantando:

la mejor musa es la de carne y hueso!

Cabellos largos en la buhardilla,

noches de insomnio al blancor del invierno,

pan de dolor con la sal de lo eterno

y ojos de ardor en que Juvencio brilla;

el tiempo en vano mueve su cuchilla,

el hilo de oro permanece ileso;

visión de gloria para el libro impreso

que en sueños va como una mariposa

y una esperanza en la boca de rosa.

¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Regio automóvil, regia cetrería,

borla y mucera, heráldica fortuna,

nada son como a la luz de la luna

una mujer hecha una melodía.

Barca de amar busca la fantasía,

no el yatch de Alfonso o la barca de Creso.

Da al cuerpo llama y fortifica el seso

ese archivado y vital paraíso;

pasad de largo, Abelardo y Narciso.

¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Clío está en esta frente hecha de Aurora,

Euterpe canta en esta lengua fina,

Talía ríe en la boca divina,

Melpómene es ese gesto que implora;

en estos pies Terpsícore se adora,

cuello inclinado es de Erato embeleso,

Polymnia intenta a Calíope proceso

por esos ojos en que Amor se quema.

Urania rige todo ese sistema.

¡La mejor musa es la de carne y hueso!

No protestéis con celo protestante,

contra el panal de rosas y claveles

en que Tiziano moja sus pinceles

y gusta el cielo de Beatrice el Dante.

Por eso existe el verso de diamante,

por eso el iris tiéndese y por eso

humano genio es celeste progreso.

Líricos cantan y meditan sabios:

por esos pechos y por esos labios.

¡La mejor musa es la de carne y hueso!

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Gregorio: nada al cantor determina

como el gentil estímulo del beso.

Gloria al sabor de la boca divina.

¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Bota, bota, bella niña…

Bota, bota, bella niña,

ese precioso collar

en que brillan los diamantes

como el líquido cristal

de las perlas del rocío matinal.

Del bolsillo de aquel sátiro

salió el oro y salió el mal.

Bota, bota esa serpiente

que te quiere estrangular

enrollada en tu garganta

hecha de nieve y coral.

¡Carne, celeste carne de la mujer!

¡Carne, celeste carne de la mujer! Arcilla

-dijo Hugo-, ambrosía más bien, ¡oh maravilla!,

la vida se soporta,

tan doliente y tan corta,

solamente por eso:

roce, mordisco o beso

en ese pan divino

para el cual nuestra sangre es nuestro vino.

En ella está la lira,

en ella está la rosa,

en ella está la ciencia armoniosa,

en ella se respira

el perfume vital de toda cosa.

Eva y Cipris concentran el misterio

del corazón del mundo.

Cuando el áureo Pegaso

en la victoria matinal se lanza

con el mágico ritmo de su paso

hacia la vida y hacia la esperanza,

si alza la crin y las narices hincha

y sobre las montañas pone el casco sonoro

y hacia la mar relincha,

y el espacio se llena

de un gran temblor de oro,

es que ha visto desnuda a Anadiomena.

Gloria, ¡oh Potente a quien las sombras temen!

¡Que las más blancas tórtolas te inmolen,

pues por ti la floresta está en el polen

y el pensamiento en el sagrado semen!

Gloria, ¡oh sublime, que eres la existencia

por quien siempre hay futuros en el útero eterno!

¡Tu boca sabe al fruto del árbol de la Ciencia

y al torcer tus cabellos apagaste el infierno!

Inútil es el grito de la legión cobarde

del interés, inútil el progreso

«yankee», si te desdeña.

Si el progreso es de fuego, por ti arde.

¡Toda lucha del hombre va a tu beso,

por ti se combate o se sueña!

Pues en ti existe Primavera para el triste,

labor gozosa para el fuerte,

néctar, Ánfora, dulzura amable.

¡Porque en ti existe

el placer de vivir hasta la muerte

ante la eternidad de lo probable…!

¿Cómo decía usted, amigo mío?

¿Cómo decía usted, amigo mío?

¿Qué el amor es un río? No es extraño.

Es ciertamente un río

que, uniéndose al confluente del desvío,

va a perderse en el mar del desengaño.

Cuando cantó la culebra…

Cuando cantó la culebra,

cuando trinó el gavilán,

cuando gimieron las flores,

y una estrella lanzó un ¡ay!;

cuando el diamante echó chispas

y brotó sangre el coral,

y fueron dos esterlinas

los ojos de Satanás,

entonces la pobre niña

perdió su virginidad.

Cuando llegues a amar…

Cuando llegues a amar, si no has amado,

sabrás que en este mundo

es el dolor más grande y más profundo

ser a un tiempo feliz y desgraciado.

Corolario: el amor es un abismo

de luz y sombra, poesía y prosa,

y en donde se hace la más cara cosa

que es reír y llorar a un tiempo mismo.

Lo peor, lo más terrible,

es que vivir sin él es imposible.

De invierno

En invernales horas, mirad a Carolina.

Medio apelotonada, descansa en el sillón,

envuelta con su abrigo de marta cibelina

y no lejos del fuego que brilla en el salón .

El fino angora blanco junto a ella se reclina,

rozando con su pico la falda de Alençón,

no lejos de las jarras de porcelana china

que medio oculta un biombo de seda del Japón.

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;

entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;

voy a besar su rostro rosado y halagüeño

como una rosa roja que fuera flor de lis;

abre los ojos; mírame con su mirar risueño

y en tanto cae la nieve del cielo de París.

Divina Psiquis, dulce mariposa invisible…

¡Divina Psiquis, dulce mariposa invisible

que desde los abismos has venido a ser todo

lo que en mi ser nervioso y en mi cuerpo sensible

forma la chispa sacra de la estatua de lodo!

Te asomas por mis ojos a la luz de la tierra

y prisionera vives en mí de extraño deseo;

te reducen a esclava mis sentidos en guerra

y apenas vagas libre por el jardín del sueño.

Sabia de la Lujuria que sabe antiguas ciencias,

te sacudes a veces entre imposibles muros,

y más allá de todas la vulgares conciencias

exploras los recodos más terribles y obscuros.

Y encuentras sombra y duelo. Que sombra y duelo encuentres

bajo la viña en donde nace el vino del Diablo.

Te posas en los senos, te posas en los vientres

que hicieron a Juan loco e hicieron cuerdo a Pablo.

A Juan virgen y a Pablo militar y violento,

a Juan que nunca supo del supremo contacto;

a Pablo el tempestuoso que halló a Cristo en el viento,

y a Juan ante quien Hugo se queda estupefacto.

Entre la catedral y las ruinas paganas

vuelas, ¡oh Psiquis, oh alma mía!

-como decía

aquel celeste Edgardo,

que entró en el paraíso entre un son de campanas

y un perfume de nardo-,

entre la catedral

y las paganas ruinas

repartes tus dos alas de cristal,

tus dos alas divinas.

Y de la flor

que el ruiseñor

canta en su griego antiguo, de la rosa,

vuelas, ¡oh, Mariposa!,

a posarte en un clavo de nuestro Señor.

En el kiosco bien oliente…

En el kiosco bien oliente

besé tanto a mi odalisca

en los ojos, en la frente,

y en la boca y las mejillas,

que los besos que la he dado

devolverme no podría

ni con todos los que guarda

la avarienta de la niña

en el fino y bello estuche

de su boca purpurina.

Era un aire suave de pausados giros…

Era un aire suave de pausados giros;

el hada Harmonía, ritmaba sus vuelos,

e iban frases vagas y tenues suspiros

entre los sollozos y los violoncelos.

Sobre la terraza, junto a los ramajes,

diríase un trémolo de liras eolias,

cuando acariciaban los sedosos trajes

sobre el talle erguidas, las blancas magnolias.

La marquesa Eulalia, risas y desvíos

daba a un tiempo mismo para dos rivales:

el vizconde rubio de los desafíos

y el abate joven de los madrigales.

Cerca, coronado por hojas de viña,

reía en su máscara Término barbudo,

y como un efebo que fuese una niña

mostraba una Diana su mármol desnudo.

Y bajo un boscaje del amor palestra,

sobre un rico zócalo al modo de Jonia,

con un candelabro prendido en la diestra

volaba el Mercurio de Juan de Bolonia.

La orquesta perlaba sus mágicas notas;

un coro de sones alados se oía;

galantes pavanas, fugaces gavotas,

cantaban los dulces violines de Hungría.

Al oír las quejas de sus caballeros,

ríe, ríe, ríe la divina Eulalia,

pues son su tesoro las flechas de Eros,

el cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.

¡Ay de quien sus mieles y frases recoja!

¡Ay de quien del canto de su amor se fíe!

Con sus ojos lindos y su boca roja,

la divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.

Tiene azules ojos, es maligna y bella;

cuando mira, vierte viva luz extraña;

se asoma a sus húmedas pupilas de estrella

el alma del rubio cristal de Champaña.

Es noche de fiesta y el baile de trajes

ostenta su gloria de triunfos mundanos.

La divina Eulalia, vestida de encaje,

una flor destroza con sus blancas manos.

El teclado armónico de su risa fina

a la alegre música de un pájaro iguala.

Con los staccati de una bailarina

v las locas fugas de una colegiala.

¡Amoroso pájaro que trinos exhala

bajo el ala a veces ocultando el pico.

que desdenes rudos lanza bajo el ala,

bajo el ala aleve del leve abanico!

Cuando a media noche sus notas arranque

y en arpegios áureos gima Filomela,

y el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque,

como blanca góndola imprima su estela,

la marquesa alegre llegará al boscaje,

boscaje que cubre la amable glorieta

donde han de estrecharla los brazos de un paje

que siendo su paje será su poeta.

Al compás de un canto de artista de Italia

que en la brisa errante la orquesta deslíe,

junto a los rivales, la divina Eulalia,

la divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.

¿ Fue acaso en el tiempo del rey Luis de Francia,

sol con corte de astros en campos de azur,

cuando los alcázares llenó de fragancia

la regia y pomposa rosa Pompadour?

¿Fue cuando la bella su falda cogía,

con dedos de ninfa, bailando el minué,

y de los compases el ritmo seguía,

sobre el tacón rojo lindo y leve el pie?

¿O cuando pastoras de floridos valles

ornaban con cintas sus albos corderos

y oían, divinas Tirsis de Versalles,

las declaraciones de sus caballeros?

¿Fue en ese buen tiempo de duques pastores,

de amantes princesas y tiernos galanes,

cuando entre sonrisas y perlas y flores

iban las casacas de los chambelanes?

¿Fué acaso en el norte o en el mediodía?

Yo el tiempo y el día y el país ignoro;

pero sé que Eulalia ríe todavía

¡y es cruel y eterna su risa de oro!

Franca, cristalina…

Franca, cristalina,

alma sororal,

entre la neblina

de mi dolor y de mi mal!

Alma pura,

alma franca,

alma obscura

y tan blanca…

Sé conmigo

un amigo,

sé lo que debes ser,

lo que Dios te propuso,

la ternura y el huso,

con el grano de trigo

y la copa de vino,

y el arrullo sincero

y el trino,

a la hora y a tiempo.

¡A la hora del alba y de la tarde,

al despertar y del soñar y el beso!

Alma sororal y obscura,

con tus cantos de España,

que te juntas a mi vida

rara,

y a mi soñar difuso,

y a mi soberbia lira,

con tu rueca y tu huso,

ante mi bella mentira,

ante Verlaine y Hugo,

¡tú que vienes

de campos remotos y ocultos!

Francisca, sé suave…

Francisca, sé suave,

es tu dulce deber;

sé para mí un ave

que fuera una mujer.

Francisca, sé una flor

y mi vida perfuma,

hecha toda de amor

y de dolor y espuma.

Francisca, sé un ungüento

como mi pensamiento;

Francisca, sé una flor

cual mi sutil amor;

Francisca, sé mujer,

como se debe ser…

Saber amar y sentir

y admirar como rezar…

y la ciencia del vivir

y la virtud de esperar.

Ite, missa est

A Reynaldo de Rafael

Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,

virgen como la nieve y honda como la mar;

su espíritu es la hostia de mi amorosa misa,

y alzo al son de una dulce lira crepuscular.

Ojos de evocadora, gesto de profetisa,

en ella hay la sagrada frecuencia del altar;

su risa es la sonrisa suave de Monna Lisa,

sus labios son los únicos labios para besar.

Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;

apoyada en mi brazo como convaleciente,

me mirará asombrada con íntimo pavor;

l

a enamorada esfinge quedará estupefacta,

apagaré la llama de la vestal intacta,

¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!

La bailarina de los pies desnudos

Iba, en un paso rítmico y felino

a avances dulces, ágiles o rudos,

con algo de animal y de divino

la bailarina de los pies desnudos.

Su falda era la falda de las rosas,

en sus pechos había dos escudos…

Constelada de casos y de cosas…

La bailarina de los pies desnudos.

Bajaban mil deleites de los senos

hacia la perla hundida del ombligo,

e iniciaban propósitos obscenos

azúcares de fresa y miel de higo.

A un lado de la silla gestatoria

estaban mis bufones y mis mudos…

¡Y era toda Selene y Anactoria

la bailarina de los pies desnudos!

La cabeza de Rawí

I

¿Cuentos quieres, niña bella?

Tengo mucho que contar:

de una sirena del mar,

de un ruiseñor y una estrella,

de una cándida doncella

que robó un encantador,

de un gallardo trovador

y de una odalisca mora,

con sus perlas de Bassora

y sus chales de Labor.

II

Cuentos dulces, cuentos bravos,

de damas y caballeros,

de cantores y guerreros,

de señores y de esclavos;

de bosques escandinavos

y alcázares de cristal;

cuentos de dicha inmortal,

divinos cuentos de amores

que reviste de colores

la fantasía oriental.

III

Dime tú ¿de cuáles quieres?

Dicen gentes muy formales

que los cuentos orientales

les gustan a las mujeres;

así, pues, si ésos prefieres

verás colmado tu afán,

pues sé un cuento musulmán

que sobre un amante versa,

y me lo ha contado un persa

que ha venido de Hispahán.

IV

Enfermo del corazón

un gran monarca de Oriente,

congregó inmediatamente

los sabios de su nación;

cada cual dio su opinión,

y sin hallar la verdad

en medio de su ansiedad,

acordaron en consejo

llamar con presura a un viejo

astrólogo de Bagdad.

V

Emprendió viaje el anciano;

llegó, miró las estrellas;

supo conocer en ellas

la cuita del soberano;

y adivinando el arcano

como viejo sabedor,

entre el inmenso estupor

de la cortesana grey,

le dijo al monarca: «!Oh Rey!

Te estás muriendo de amor.»

VI

Luego, el altivo monarca,

con órdenes imperiosas

llama a todas las hermosas

mujeres de la comarca

que su poderío abarca;

y ante el viejo de Bagdad,

escoge su voluntad

de tanta hermosura en medio,

la que deba ser remedio

que cure su enfermedad.

VII

Allí ojos negros y vivos;

bocas de morir al verlas,

con unos hilos de perlas

en rojo coral cautivos;

allí rostros expresivos,

allí como una áurea lluvia

una cabellera rubia;

allí el ardor y la gracia,

y las siervas de Circasia

con las esclavas de Nubia.

VIII

Unas bellas adornadas

con diademas en las frentes,

con riquísimas pendientes

y valiosas arracadas;

otras con telas preciadas

cubriendo su morbidez;

y otras de marmórea tez,

bajas las frentes, y mudas,

completamente desnudas

en toda su esplendidez.

IX

En tan preciosa revista,

ve el Rey una linda persa

de ojos bellos y piel tersa,

que al verle baja la vista;

el alma del Rey conquista

con su semblante la hermosa;

y agitada y ruborosa

tiembla llena de temor

cuando el altivo Señor

le dice: «Serás mi esposa.»

X

Así fue. La joven bella

de tez blanca y negros ojos,

colmó los reales antojos

y el Rey se casó con ella.

¿Feliz dirás, tal estrella,

Emelina? No fue así:

no es feliz la Reina allí

la linda persa agraciada,

porque ella está enamorada

de Balzarad el Rawí.

XI

Balzarad tiene en verdad

una guzla en la garganta,

guzla dúlcida que encanta

cuando canta Balzarad;

viole un día la beldad

y oyó cantar al Rawí;

de sus labios de rubí

brotó un suspiró temblante…

Y Balzarad fué el amante

de la celestial hurí.

XII

Por eso es que triste se halla

siendo del monarca esposa

y el tiempo pasa quejosa

en una interior batalla.

Del Rey la cólera estalla

y así le dice una vez:

«Mujer llena de doblez:

di si amas a otro, falaz.»

Y entonces de ella en la faz

surgió vaga palidez.

XIII

«Sí», le dijo, «es la verdad;

de mi destino es la ley:

yo no puedo amarte ¡Oh Rey!

porque adoro a Balzarad.»

El Rey, en la intensidad,

de su ira, entonces, calló;

mudo, la espalda volvió;

mas se vía en su mirada

del odio la llamarada,

la venganza en que pensó.

XIV

Al otro día la hermosa

de parte de él recibió

una caja que la envió

de filigrana preciosa;

abriola presto curiosa

y lanzó, fuera de sí,

un grito; que estaba allí

entre la caja guardada,

lívida y ensangrentada

la cabeza del Rawí.

XV

En medio de su locura

y en lo horrible de su suerte,

avariciosa de muerte

ponzoñoso filtro apura.

Fue el Rey donde la hermosura:

y estaba allí la beldad

fría y siniestra, en verdad;

medio desnuda y ya muerta,

besando la horrible y yerta

cabeza de Balzarad.

XVI

El Rey se puso a pensar

en lo que la pasión es;

y poco tiempo después

el Rey se volvió a enfermar.

Leda

El cisne en la sombra parece de nieve;

su pico es de ámbar, del alba al trasluz;

el suave crepúsculo que pasa tan breve

las cándidas alas sonrosa de luz.

Y luego, en las ondas del lago azulado,

después que la aurora perdió su arrebol,

las alas tendidas y el cuello enarcado,

el cisne es de plata, bañado de sol.

Tal es, cuando esponja las plumas de seda,

olímpico pájaro herido de amor,

y viola en las linfas sonoras a Leda,

buscando su pico los labios en flor.

Suspira la bella desnuda y vencida,

y en tanto que al aire sus quejas se van,

del fondo verdoso de fronda tupida

chispean turbados los ojos de Pan.

Margarita

In memoriam

Recuerdas que querías ser una Margarita

Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,

cuando cenamos juntos, en la primera cita,

en una noche alegre que nunca volverá

Tus labios escarlatas de púrpura maldita

sorbían el champaña del fino baccarat;

tus dedos deshojaban la blanca margarita:

«Si… no..: si… no…» ¡y sabías que te adoraba ya!

Después, ¡oh flor de Histeria!, llorabas y reías;

tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo;

tus risas, tus fragancias, tus quejas eran mías.

Y en una tarde triste de los más dulces dias,

la Muerte, la celosa, por ver si me querías,

¡como a una margarita de amor te deshojó!

Metempsicosis

Yo fui un soldado que durmió en el lecho

de Cleopatra la reina. Su blancura

y su mirada astral y omnipotente.

Eso fue todo.

¡Oh mirada! ¡oh blancura! y oh, aquel lecho

en que estaba radiante la blancura!

¡Oh, la rosa marmórea omnipotente!

Eso fue todo.

Y crujió su espinazo por mi brazo;

y yo, liberto, hice olvidar a Antonio.

(¡Oh el lecho y la mirada y la blancura!)

Eso fue todo.

Yo, Rufo Galo, fui soldado y sangre

tuve de Galia, y la imperial becerra

me dio un minuto audaz de su capricho.

Eso fue todo.

¿Por qué en aquel espasmo las tenazas

de mis dedos de bronce no apretaron

el cuello de la blanca reina en broma?

Eso fue todo.

Yo fui llevado a Egipto. La cadena

tuve al pescuezo. Fui comido un día

por los perros. Mi nombre, Rufo Galo.

Eso fue todo.

Mía

Mía: así te llamas.

¿Qué más armonía?

Mía: luz del día;

mía: rosas, llamas.

¡Qué aroma derramas

en el alma mía

si sé que me amas!

¡Oh Mía! ¡Oh Mía!

Tu sexo fundiste

con mi sexo fuerte,

fundiendo dos bronces.

Yo triste, tú triste…

¿No has de ser entonces

mía hasta la muerte?

Nocturno

Quiero expresar mi angustia en versos que abolida

dirán mi juventud de rosas y de ensueños,

y la desfloración amarga de mi vida

por un vasto dolor y cuidados pequeños.

Y el viaje a un vago Oriente por entrevistos barcos,

y el grano de oraciones que floreció en blasfemias,

y los azoramientos del cisne entre los charcos,

y el falso azul nocturno de inquerida bohemia.

Lejano clavicordio que en silencio y olvido

no diste nunca al sueño la sublime sonata,

huérfano esquife, árbol insigne, oscuro nido

que suavizó la noche de dulzura de plata…

Esperanza olorosa a hierbas frescas, trino

del ruiseñor primaveral y matinal,

azucena tronchada por un fatal destino,

rebusca de la dicha, persecución del mal…

El ánfora funesta del divino veneno

que ha de hacer por la vida la tortura interior;

la conciencia espantable de nuestro humano cieno

y el horror de sentirse pasajero, el horror

de ir a tientas, en intermitentes espantos,

hacia lo inevitable desconocido, y la

pesadilla brutal de este dormir de llantos

¡de la cual no hay más que Ella que nos despertará!

¡Oh mi adorada niña!

¡Oh mi adorada niña!

Te diré la verdad:

tus ojos me parecen

brasas tras un cristal;

tus rizos, negro luto,

y tu boca sin par,

la ensangrentada huella

del filo de un puñal.

Palabras de la Satiresa

Un día oí una risa bajo la fronda espesa,

vi frotar de lo verde dos manzanas lozanas;

erectos senos eran las lozanas manzanas

del busto que bruñía de sol la Satiresa:

Era un Satiresa de mis fiestas paganas,

que hace brotar clavel o rosa cuando besa;

y furiosa y riente y que abrasa y que mesa,

con los labios manchados por las moras tempranas.

“Tú que fuiste -me dijo- un antiguo argonauta,

alma que el sol sonrosa y que la mar zafira,

sabe que está el secreto de todo ritmo y pausa

en unir carne y alma a la esfera que gira,

y amando a Pan y Apolo en la lira y la flauta,

ser en la flauta Pan, como Apolo en la lira”.

Primaveral

Mes de rosas. Van mis rimas

en ronda, a la vasta selva,

a recoger miel y aromas

en las flores entreabiertas.

Amada, ven. El gran bosque

es nuestro templo; allí ondea

y flota un santo perfume

de amor. El pájaro vuela

de un árbol a otro y saluda

tu frente rosada y bella

como a un alba; y las encinas

robustas, altas, soberbias,

cuando tú pasas agitan

de los himnos de esa lengua

sus hojas verdes y trémulas,

y enarcan sus ramas como

para que pase una reina.

¡Oh, amada míaI Es el dulce

tiempo de la primavera.

Mira en tus ojos los míos;

da al viento la cabellera,

y que bañe el sol ese aro

de luz salvaje y espléndida.

Dame que aprieten mis manos

las tuyas de rosa y seda,

y ría, y muestren tus labios

su púrpura húmeda y fresca.

Yo voy a decirte rimas,

tú vas a escuchar risueña;

si acaso algún ruiseñor

viniese a posarse cerca

y a contar alguna historia

de ninfas, rosas y estrellas,

tú no oirás notas ni trinos,

sino, enamorada y regia,

escucharás mis canciones

fija en mis labios que tiemblan.

¡Oh, ama mía! Es el dulce

tiempo de la primavera.

Allá hay una clara fuente

que brota de una caverna,

donde se bañan desnudas

las blancas ninfas que juegan.

Ríen al son de la espuma,

hienden la linfa serena;

entre polvo cristalino

esponjan sus cabelleras;

y saben himnos de amores

en hermosa lengua griega,

que en glorioso tiempo antiguo

Pan inventó en las florestas.

Amada, pondré en mis rimas

la palabra más soberbia

de la frase de los versos

de los himnos de la lengua;

y te diré esa palabra

empapada en miel hiblea…

¡Oh, amada mía! Es el dulce

tiempo de la primavera.

Van en sus grupos vibrantes

revolando las abejas

como un áureo torbellino

que la blanca luz alegra;

y sobre el agua sonora

pasan radiantes, ligeras,

con sus alas cristalinas

las irisadas libélulas.

Oye: canta la cigarra

porque ama al sol, que en la selva

su polvo de oro tamiza,

entre las hojas espesas.

Su aliento nos da en un soplo

fecundo la madre tierra,

con el alma de los cálices

y el aroma de las yerbas.

¿Ves aquel nido? Hay un ave.

Son dos: el macho y la hembra.

Ella tiene el buche blanco,

él tiene las plumas negras.

En la garganta el gorjeo,

las alas blancas y trémulas;

y los picos que se chocan

como labios que se besan.

El nido es cántico. El ave

incuba el trino, ¡oh, poetas!,

de la lira universal

el ave pulsa una cuerda.

Bendito el calor sagrado

que hizo reventar las yemas.

¡Oh, amada mía! Es el dulce

tiempo de la primavera.

Mi dulce musa Delicia

me trajo un ánfora griega

cincelada en alabastro,

de vino de Naxos llena;

y una hermosa copa de oro,

la base henchida de perlas,

para que bebiese el vino

que es propicio a los poetas.

En el ánfora está Diana,

real, orgullosa, esbelta,

con su desnudez divina

y en actitud cinegética.

Y en la copa luminosa

está Venus Citerea

tendida cerca de Adonis

que sus caricias desdeña.

No quiere el vino de Naxos

ni el ánfora de asas bellas,

ni la copa donde Cipria

al gallardo Adonis ruega.

Quiero beber del amor

sólo en tu boca bermeja.

¡Oh, amada míaI Es el dulce

tiempo de la primavera.

Que el amor no admite cuerdas reflexiones

Señora, el Amor es violento,

y cuando nos transfigura

nos enciende el pensamiento

la locura.

No pidas paz a mis brazos

que a los tuyos tienen presos:

son de guerra mis abrazos

y son de incendio mis besos;

y sería vano intento

el tornar mi mente obscura

si me enciende el pensamiento

la locura.

Clara está la mente mía

de llamas de amor, señora,

como la tienda del día

o el palacio de la aurora.

Y al perfume de tu ungüento

te persigue mi ventura,

y me enciende el pensamiento

la locura.

Mi gozo tu paladar

rico panal conceptúa,

como en el santo Cantar:

Mel et lac sub lingua tua.

La delicia de tu aliento

en tan divino vaso apura,

y me enciende el pensamiento

la locura.

¿Que por qué así? No es muy dulce…

¿Que por qué así? No es muy dulce

la palabra, lo confieso.

Mas, de esa extraña amargura

la explicación está en esto:

después de llorar mis lágrimas

ásperas como el ajenjo,

me alborotó el corazón

la tempestad de mis nervios.

Siguió la risa al gemido,

y a la iracundia el bostezo,

y a la palabra el insulto,

y a la mirada el incendio;

por la puerta de la boca

lanzó su llama el cerebro,

y en aquella noche oscura

y en aquel fondo tan negro,

con la tempestad del alma

relampagueó el pensamiento

y les salieron espinas

a las flores de mis versos.

Sobre el diván

Sobre el diván dejé la mandolina

y fui a besar la boca purpurina,

la boca de mi hermosa Florentina.

Y es ella dulce y rosa y muerde y besa;

y es una boca rosa, fresa;

y Amor no ha visto boca como esa.

Sangre, rubí, coral, carmín, claveles,

hay en sus labios finos y crueles,

pimientas fuertes, aromadas mieles.

Los dientes blancos riman como versos,

y saben esos finos dientes tersos,

mordiscos caprichosos y perversos.

Sonatina

La princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave de oro;

y en un vaso olvidado se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

y, vestido de rojo, piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe del Golconsa o de China,

o en el que ha detenido su carroza argentina

para ver de sus ojos la dulzura de luz?

¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,

o en el que es soberano de los claros diamantes,

o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar,

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de mayo,

o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,

ni los cisnes unánimes en el lago de azur.

Y están tristes las flores por la flor de la corte;

los jazmines de Oriente, los nulumbos del Norte,

de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!

Está presa en sus oros, está presa en sus tules,

en la jaula de mármol del palacio real,

el palacio soberbio que vigilan los guardas,

que custodian cien negros con sus cien alabardas,

un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!

La princesa está triste. La princesa está pálida…

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe

La princesa está pálida. La princesa está triste…

más brillante que el alba, más hermoso que abril!

¡Calla, calla, princesa dice el hada madrina,

en caballo con alas, hacia acá se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte ,

a encenderte los labios con su beso de amor!

Tú eres mío, tú eres mía

Niña hermosa que me humillas

con tus ojos grandes, bellos:

son para ellos, son para ellos

estas suaves redondillas.

Son dos soles, son dos llamas,

son la luz del claro día;

son su fuego, niña mía,

los corazones inflamas.

Y autores contemporáneos

dicen que hay ojos que prenden

ciertos chispazos que encienden

pistolas que rompen cráneos.

De “Abrojos” xxxv

Venus

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.

En busca de quietud, bajé al fresco y callado jardín.

En el oscuro cielo, Venus bella temblando lucía,

como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,

que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,

o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,

triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

«¡Oh reina rubia! -dije-, mi alma quiere dejar su crisálida

y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;

y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar.»

El aire de la noche, refrescaba la atmósfera cálida.

Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.

Voy a confiarte, amada…

Voy a confiarte, amada,

uno de los secretos

que más me martirizan. Es el caso

que a las veces mi ceño

tiene en un punto mismo

de cólera y esplín los fruncimientos.

O callo como un mudo,

o charlo como un necio,

suplicando el discurso

de burlas, carcajadas y dicterios.

¿Que me miran? Agravio.

¿Me han hablado? Zahiero.

Medio loco de atar, medio sonámbulo,

con mi poco de cuerdo.

¡Cómo bailan en ronda y remolino,

por las cuatro paredes del cerebro

repicando a compás sus consonantes,

mil endiablados versos

que imitan, en sus cláusulas y ritmos,

las músicas macabras de los muertos!

¡Y cómo se atropellan,

para saltar a un tiempo,

las estrofas sombrías,

de vocablos sangrientos,

que me suele enseñar la musa pálida,

la triste musa de los días negros!

Yo soy así. ¡Qué se hace! ¡Boberías

de soñador neurótico y enfermo!

¿Quieres saber acaso

la causa del misterio?

Una estatua de carne

me envenenó al vida con sus besos.

Y tenía tus labios, lindos, rojos

y tenía tus ojos, grandes, bellos…

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo…

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,

botón de pensamiento que busca ser la rosa;

se anuncia con un beso que en mis labios se posa

al abrazo imposible de la Venus de Milo.

Adornan verdes palmas el blanco peristilo;

los astros me han predicho la visión de la Diosa;

y en mi alma reposa la luz, como reposa

el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

Y no hallo sino la palabra que huye,

la iniciación melódica que de la flauta fluye

y la barca del sueño que en el espacio boga;

y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,

el sollozo continuo del chorro de la fuente

y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.