Cobos Wilkins, Juan

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Riotinto, Huelva, en 1957.

Se trasladó a Madrid en 1995 para estudiar periodismo, profesión que nunca ejerció para dedicarse de lleno a la literatura.

Ha escrito teatro, prosa y guiones cinematográficos, pero su mayor producción ha sido fundamentalmente poética. Dirige además, la Colección de Poesía Juan Ramón Jiménez y la prestigiosa revista de creación “Con dados de niebla”.

He aquí algunos de sus títulos: El jardín mojado en 1981, Espejo de príncipes rebeldes en 1988, La imaginación pervertida en 1989, Diario de un poeta Tartesso en 1990, Llama de clausura en 1997, Escritura o paraíso en 1998 y A un dios desconocido en 1999.

Su obra ha sido traducida a varios idiomas, y ha sido incluida en numerosas antologías y estudios de literatura española contemporánea.

Anillos de saturno

Como piel de serpiente mudada

la inocencia, y más triste,

y estúpidamente predispuesto

a esa facultad privativa

de los seres

-0 dibujos-

animados,

compadecerse, permitir

el saqueo a la ternura: está

maduro el corazón para creer

que el dolor te aureola

con los anillos de Saturno.

Aunque ya ni siquiera

puedes volar tras tu sombrero.

De “Escritura o paraíso” 1998

Ante el río

Cuando sólo te amabas

a ti mismo, el río

no fluía.

Y crecer, escribir,

si era, fue crear

sin memoria de desamor o muerte

-pero insaciable, pero voraz:

autófago-

el otro Paraíso.

De “Escritura o paraíso” 1998

Contra ti

Jugar con pieles

rojas

o dejarte estoicamente arrancar la cabellera.

Encarcelado tras las rayas de un tigre

o, dentro de él,

ir deshojándole uno a uno los rugidos como pétalos

comestibles de una rosa en dulce árabe de miel.

Niño o pirata, sombra o reloj,

continuar, marcharse. No querer

escribir y hacerlo,

qué más da.

Esa devastadora indiferencia contigo mismo, el infantil

desdén, tan soberbio arañazo tuyo contra ti, son

fuego. El fuego ardido de los fuegos

fatuos. La llama

muerta, resucitada entre las llamas vivas.

Y sólo

el alfanje del alado guardián del poema

o paraíso es la frontera de tu más destructivo

deseo inalcanzable:

ser

inmortal, y, a la vez, expulsado.

De “Escritura o paraíso” 1998

Corazón de nunca jamás

Abandoné Nunca Jamás

para entrar en tu corazón.

No supe

cómo me sucedía. Sólo intuí

-pero no quise interpretarlo- algún

obscuro signo: la escritura

similar al insomnio y el ensueño

igual a la escritura, evitar

a mis años la amenaza

ingenua del horóscopo o negarme

tres veces mi espejismo

en un espejo roto a medianoche.

Aún ahora

no acierto a comprender

a dónde huyó la Sombra, cuándo

venció el Pirata, si se hundirá

la Isla, pero escucho

mi adiós a aquella tierra

y como un niño en el exilio

llamo mi país a esa roja

víscera autista, el corazón,

tu corazón

de nunca jamás.

De “Escritura o paraíso” 1998

Cruza el mar rojo…

Cruza el mar rojo

el primer verso

y augura ya mi edén,

este iniciado

camino en soledad

que me profetizaba

-Escritura o Paraíso-

mi elección.

De “Escritura o paraíso” 1998

En la corriente

Mientras te amabas

sólo a ti mismo, no crecías.

Pero anhelaste amar y ser amado

y entonces ya

la corriente del río

se puso en movimiento.

De “Escritura o paraíso” 1998

Escrito en el libro

Si ladra cinco veces el perro en el jardín,

tus ojos, como entonces, vuelve hacia la ventana.

Aunque ahora diga te prometo

regresar cuando apunten

las yemas en el tronco por el que ascendíamos

a nuestra antigua casa,

cuando sea la luz de noche en tu mesita

la de quien en su vuelo

repetía

imbécil,

imbécil…

creo que me olvidaré.

Está escrito en el libro:

te olvidarás de mí

antes de la limpieza de cada primavera.

De “Escritura o paraíso” 1998

La isla

No la busques, la Isla

te encontrará a ti.

En esos bares

en los que siempre cenas solo,

en la obsesión por contemplar un día

la aurora boreal, en las horas

de fiebre cuando desde el escalofrío

de la sábana mirabas

cobijarse de la lluvia

a los inflados gorriones. Incluso

mientras, indiferente, escéptico,

oficias a un dios desconocido.

Donde estés

-entre el tedio o la frivolidad

fugitiva- allí

donde quiera que te escondas,

la Isla encuentra al náufrago.

De “Escritura o paraíso” 1998

La sonrisa visitada

Despatriado entre el olvido y hadas,

qué otro todavía soy yo.

Si aún conservo

mi primera sonrisa y a veces

esas tardes envenenadas que el corazón escarchan

como fruta de Navidad,

que lo empañan como fiordo en bruma, que lo dejan

de nuevo en aquel mismo andén

lluvioso donde nos despedimos, me atrevo

y otro que soy yo todavía -su sombra

de puntillas- se acerca

y la visito:

intacta

mi ex-sonrisa en el formol, se finge

-al verme- copia

de esa copia sin fin que es la Gioconda.

De “Escritura o paraíso” 1998

Menos uno

Tanto tiempo ha pasado y vuelvo

a ti, poema, ten piedad.

Ten piedad,

porque no puedo, no sabré

ya escribir muerte

como antes de la muerte

vivida de mi padre.

Ni amor

será la palabra que fue

y, sin metáforas, conocí

como el amor.

Apiádate, regreso

igual que el hijo pródigo,

desnudo y sin memoria, ten piedad,

poema, del que sabe

por qué todos los niños crecen

menos uno.

De “Escritura o paraíso” 1998

Mientras tuvo alas

En las piscinas celestes flota tu adolescencia ahogada.

Ahora el salto del ángel

sí es mortal

desde el vértigo

– altísimo

trampolín último-

se lanza

y cae.

Cae el cuerpo insumiso desnudo :

ondas

concéntricas abriéndose

hasta fingir disiparse en las prohibidas

láminas del reflejo donde, ahogada, flota la adolescencia.

Salto del ángel, desafío

a la gravedad, vuelo suicida contra esa impura

ley. Esto, y más no, es el cuerpo : ángel de asalto.

¿Libre?.

Libre yo de tus alas, libre yo de tus alas, libre yo de tus alas.

De “Mientras tuvimos alas” Plaza Janés 2003

Nada o los dioses

Tendrás que decidirte.

¿Y si el príncipe entre ser o no ser elige «o»?

Algún día tendrás que decidirte.

Los recuerdos dispuestos para cera y alfiler de vudú, eso

o la nada: la nada o el presentimiento de quien se lava las manos, se enjabona

con la roja pastilla de su propio resbaladizo corazón: el corazón

grabado en el árbol, su flecha o la manzana sorprendida por un gusano de oro:

veneno, amor. Y muerte y fruta

que en la más alta rama de ese tronco

tatuado a punta de navaja adolescente desafía la gravedad, reta

al soberbio desnudo del primer pecado o paraíso.

Los recuerdos, la nada, el corazón, veneno,

amor, eso o los dioses.

Los complicados dioses del dios que al hundirse la tarde despliega

sus grandes alas blancas sobre las aguas igual que un salvador nenúfar,

flotar

para luego estrellarse

contra el silencioso y excitado iceberg de su pecho.

Naufragio o mares

que en verano reciben los cuerpos con el ansia

sagrada, con el mismo antropófago misterio de la transubstanciación.

Tendrás que decidirte.

La noche, Rimbaud

o Emily Dickinson, turquesa y devorado, o la noche

entera de la luz encendida en lectura, en poemas,

para que no arroje el insomnio su fantasma, su pañuelo blanco de muerte

sobre el rostro, para que las islas de nunca jamás salgan volando

igual que una bandada de cometas huidas y, al fin,

una cabeza se recline en tu hombro como si fuera el viento

suave que tumbase los trigos.

El humo de los trenes, el humo de los barcos, los muelles, el andén,

las estaciones… los ojos de ese niño

solo tras el cristal de un autobús, su brillo

húmedo que desmiente la sonrisa que dedica a sus padres.

O el disparo

redondo de una O antes del alba y tu propia cabeza

caída:

caída como el cuello roto de un cisne que era un dios,

una media de seda posada en tu clavícula. Tendrás

que decidirte:

la O es el nido obscuro

donde un caníbal sueña con Rimbaud

pero se tiende bajo el peso del esqueleto ingrávido de un ángel.

Tendrás que decidirte:

no hay

vivisección posible

sin sangre salpicada de polen sobre el mármol, y aún

menos cuando son las vocales brillantes insectos de colores metálicos

que entran por la herida del costado abierto del poema. Nadie

elige entre la lluvia en el patio vacío

del colegio y la lluvia

en las hojas antiguas de las aspidistras, nadie escoge

de los invertebrados la pequeña luminiscencia que podría salvarnos. Optar

es desprenderse de un brazo como de un largo guante malva.

Amontonar besos igual que un hormiguero de arenisca. Fingir

que la nostalgia no te va cubriendo de clorofila

y una dulce ondulación verde es ya la espalda, y pesa.

Juego infantil, cruel: o esto

o nada. Esto

o el tiempo en que la espuma de afeitar

era sólo un perro rabioso, el mendigo

del papel de plata con aquella pregunta

sonando como una moneda siempre en su boca, a quién

quieres tú más.

Y quieres más azul, más violencia, más rayas en la cebra y más colores

en sus rayas, quieres una doble orilla en donde cada ola

pueda dejar su propio ahogado, y llevarse

mar adentro la sombra, ya como piel mudada, vacía de ese ahogado.

Quieres volcar el tintero y regresar al último pupitre

donde los ciervos, los leones, las águilas… todas las fieras de la selva

continúan en los cuadernos amarillos aprendiendo

todavía a multiplicar. Quieres la huelga de los mineros secundada

por la Vía Láctea, el peine que deja los cabellos

salpicados de pequeñas interrogaciones

como fosforescentes caballitos de mar, quieres la tímida

pólvora de Emily Dickinson para que el guerrillero cargue su fusil.

Desasosiego, asombro de la O en su horca o su sexo.

Y quieres

para abrazar, para escribir

cartas a los amigos, huellas dactilares que impriman

la aurora boreal, para rozar la mejilla hermosa, cansada, de tu madre ,

quisieras, como antes de entrar al cine, la tibieza

en las manos del mágico cartucho humeante de castañas.

Decidir no es temer. Amar no es decidir.

Sea, si tanto quieres, el misterio

de ambas: disyunción y a la par, al tiempo, analogía: sea

escritura o paraíso, nada

o los dioses.

De “Escritura o paraíso” 1998

Ola en tu sueño

Tras el biombo de espejos de la memoria,

en la hoja de octubre

caída al calendario, entre

los pliegues fríos de la sábana

te escondes. No evitarás

el sueño del temor a los sueños.

Cuando la luz se apague, la ola

que cubre -mar

vertical- todo

el horizonte, la que no logran

los ojos abarcar, tu Ola,

ha de volver.

Cuando apague la luz

va a alzarse como el vértigo

el mar puesto de pie:

desde el fondo sobrecogido de mi cuarto.

De “Escritura o paraíso” 1998

Para no sí crecer

Fingir, fingir, es ésa la única y no hay

otra fórmula mágica para evitar que fluya

sucio el cauce del río.

Disimular, hacer como que no

vemos ni escuchamos

la fuente de la eterna utopía

que mana con la música de la flauta de un dios.

Igual que un hijo o un futuro

poeta, fingir. Fingir

que sólo a ti te amas.

Fingir que sólo a ti te amas.

Y como de un paraguas, olvidársete

y crecer.

De “Escritura o paraíso” 1998

Paraíso y poema

Detén esta tristeza. No te vayas.

Poema, Paraíso. Soy

quien escribe.

Soy el que escribe

detén este Poema, detén el Paraíso.

No te vayas.

No te vayas. Detén

la primavera. Soy quien te escribe.

Paraíso y Poema.

Paraíso: Poema.

Detén a quien lo escribe.

No te vayas.

Poema o Paraíso:

si escribo, soy.

De “Escritura o paraíso” 1998

Pide un deseo

A cambio de tu Adiós, en el adiós

pedías

-con los ojos

del ensueño cerrados- al cometa fugaz

un deseo imposible:

el ansia,

la pasión de escribir. Renacida

de nuevo con aquel

temblor

-paraíso o poema-

del primer libro.

De “Escritura o paraíso” 1998

Si abandonar el Edén es escribirlo…

Si abandonar

el edén es escribirlo

sé incrédulo:

no debieran los jóvenes

iniciarse en poemas

mientras quedan vacías

las butacas manchadas de los cines.

si escribir, iniciarse,

es despedirse,

sé crédulo:

divididas las aguas

muestran sólo un camino

más recto hacia el adiós.

De “Escritura o paraíso” 1998

Sin equipaje

Te lo llevaste todo, Niño Perdido,

tras de ti. Los juegos

a inventarse palabras, el abrazo

azul del albornoz tan cálido, la ortografía

de regaliz en mi buzón, el tirachinas

descubierto en la colcha

de bodas de mis padres y aquellas

esperas insufribles

con un final -perdóname- de flores

asomando su tierno disimulo

de pétalos ocultos a la espalda.

Todo se fue

contigo a ese país

hacia el que tú vuelas ahora

y del que yo regreso.

De “Escritura o paraíso” 1998

Sin sombra

Como tantas otras veces

pero ya nunca más

has de venir

de noche hasta mi cuarto

y mostrarme

el camino del cielo hacia la Isla.

Como tantas otras veces

no esperaré tu rostro tras el cristal

empañado de mi ventana

ni me sorprenderá tu sombra

revuelta entre mis calcetines, sombra

oculta bajo alguna camisa o en la raya

perfecta de un pantalón planchado.

Con el seguro azar indiferente,

hasta el próximo remordimiento, hasta la próxima

indefensión, nos despedimos.

Como tantas otras veces, pero ya nunca más.

De “Escritura o paraíso” 1998